Florencia en seis mujeres imprescindibles

Legado renacentista

Florencia en seis mujeres imprescindibles

Artistas, mecenas y duquesas que contribuyeron a que la capital de la Toscana se convirtiera en la deslumbrante ciudad que es hoy.

Hubo una mujer que salvó el patrimonio artístico de Florencia, promulgando una ley que impedía que las obras custodiadas en sus galerías e iglesias pudieran salir de la ciudad. Otra, apasionada por la pintura, empezó a dibujar de forma autodidacta y llegó a ser la artista más importante del Renacimiento florentino. La tercera se convirtió en el rostro de los mejores cuadros de Botticelli, la cuarta inspiró a Dante en la creación de uno de los personajes de la Divina Comedia y todavía contaré la historia de otras dos, que ejercieron como gobernantes y grandes mecenas de la ciudad. 

 

Pese a no ser tan conocidas como sus coetáneos, el legado de todas ellas persiste en las calles, los palacios y los jardines de Florencia, aguardando a quienes se atreven a ir más allá de los grandes clásicos para descubrir esta otra versión de la historia.

 

 

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La obra de Plautilla Nelli en Santa Maria Novella 

Esta ruta empieza frente a la hermosa fachada de Santa Maria Novella y al museo adyacente a este templo marmóreo. En su interior se encuentra un cuadro que significó un antes y un después tanto en la historia del arte, como en la historia de las mujeres: La Última Cena de Plautilla Nelli (1524 - 1588).

Nacida en el seno de una familia adinerada de Florencia, Plautilla Nelli ingresó a los catorce años en el convento de Santa Catalina de Siena, donde adoptó el nombre de Sor Plautilla y llegó a ser priora en tres ocasiones. Allí, la joven apasionada por la pintura empezó a desarrollar su creación artística, prescindiendo de maestros y aventurándose a crear por su propia cuenta. Pronto, el talento de Plautilla Nelli trascendió los límites del convento y llegó a oídos de los nobles de Florencia, que le encargaron numerosas obras religiosas para exponer en sus castillos y palacios. Además, Nelli creó su propio taller de pintoras, en el que enseñó a pintar a las monjas del convento que mostraron interés. 

Plautilla Nelli
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A mediados del siglo XVI, la artista llevó a cabo el proyecto más ambicioso de su carrera: el cuadro La Última Cena, siendo la primera mujer en pintar esta escena tan icónica. Su éxito fue tal, que Giorgio Vasari, el gran historiador del Renacimiento, la incluyó en su obra sobre la vida de los mejores artistas de Florencia. 

 

Capilla de los príncipes
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Ana María Luisa de Médici, la salvadora de Florencia

A pocos pasos de Santa Maria Novella se encuentra la Capilla de los Príncipes, situada en el interior de la Basílica de San Lorenzo. Allí están enterrados algunos de los miembros más importantes de la familia Médici –gobernadores de Florencia durante más de 300 años–, entre los que se halla Ana María Luisa de Médici (1667 -1743). 

 

Apodada “la Gran Princesa”, Ana María Luisa de Médici fue el último miembro de esta poderosa dinastía, cuya regencia pasó a manos de la familia Lorena después de que el emperador Carlos VI se negara a cambiar la ley para que Ana María Luisa pudiera heredar el título de Duquesa de la Toscana. Antes de perder su influencia, la Gran Princesa promulgó una ley conocida como el Pacto de Familia (1737) mediante la cual aceptaba ceder todas las propiedades de los Médici a los siguientes gobernantes a cambio de que estos se comprometieran a mantener este patrimonio dentro de Florencia. El documento fue respetado por todo los sucesores de los Médici y los Lorena, logrando así que el valioso arte florentino permaneciera para siempre en la ciudad.

 

Para recordar esta importantísima hazaña, cada 18 de febrero –día en el que murió Ana María Luisa de Médici– los florentinos celebran un desfile histórico que empieza en la Piazza della Signoria y termina en la Capilla de los Príncipes, en el que rinden homenaje a la Médici que salvó el arte de Florencia.

 

Venus
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El rostro de Simonetta Vespucci expuesto en las Galerías Uffizi 

La historia de Ana María Luisa de Médici nos conduce directamente a las Galerías Uffizi, un museo que estará eternamente en deuda con la Gran Princesa, ya que su Pacto de Familia incluso llegó a evitar que las tropas napoleónicas saquearan las galerías cuando asaltaron Florencia. Dos de los cuadros que salvó la ingeniosa Médici fueron El nacimiento de Venus y La primavera de Sandro Botticelli. Sin embargo, antes incluso que a Ana María Luisa de Médici, las Galerías Uffizi se deben a Simonetta Vespucci (1453 - 1476), sin la cual estos cuadros jamás hubiesen existido.

 

Simonetta Vespucci se trasladó a Florencia a mediados del siglo XV, después de casarse con Marco Cattaneo en su ciudad natal, Génova. Al llegar, la pareja fue recibida por todo lo alto por los nobles florentinos, que quedaron completamente embelesados por la belleza de Simonetta. Algo parecido le pasó a Sandro Botticelli cuando se cruzó por primera vez con su nueva vecina: el artista se enamoró perdidamente de la joven y la convirtió en la protagonista de sus obras más célebres.

 

Algo curioso de esta relación es que, según afirman las fuentes históricas, es más que probable que Vespucci y Botticelli no llegaran a intercambiar ni una sola palabra. De hecho, algo que sí se sabe es que, pese a los incansables cortejos que tuvo que aguantar, Simonetta jamás se separó de su marido, ya que su corazón estaba con él. Cuando la llamada “Venus en la tierra” falleció a la prematura edad de veintitres años, Lorenzo el Magnífico permitió que se celebrara un funeral de grandes honores, reservado a los duques y las grandes personalidades de Florencia. 

Florencia
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Tras los pasos de Beatrice Portinari en el barrio de Dante

Desde las galerías Uffizi pronto se llega a la Piazza della Signoria, una de las puertas de entrada al “Quartiere Dantesco” o Barrio de Dante. En este pequeño oasis medieval florentino todavía se respira el ambiente de la época en la que el escritor Dante Alighieri vivió entre estas calles. Algunos de los edificios más impresionantes del Quartiere Dantesco son la iglesia Orsanmichele, cuya estructura medieval luce en su fachada estatuas renacentistas de Brunelleschi, Donatello y Ghiberti; la iglesia de Santa Margherita dei Cerchi, una de las iglesias más antiguas de la ciudad; y la maravillosa Badia Fiorentina, caracterizada por su altísima torre.

 

Esta iglesia –situada frente a la Casa di Dante– fue, precisamente, el lugar en el que el escritor conoció a Beatrice Portinari (1265 - 1290), una mujer imprescindible tanto de la historia de Florencia como de la historia de la literatura. De la misma manera que Simonetta Vespucci iluminó a Botticelli, Beatrice Portinari inspiró a Dante a la hora de escribir uno de los personajes más importantes de la Divina Comedia: su adorada Beatriz. "Desde ese momento en adelante, el amor gobernó mi alma", afirmó el escritor a propósito de su primer encuentro con la joven.

 

Dante y Beatrice coincidieron muy pocas veces y jamás llegaron a estar juntos. Cuando Beatrice murió a los veinticinco años, Dante sufrió una oscura depresión, sin embargo, la pérdida de su amor platónico no impidió que el gran poeta siguiera escribiendo sobre ella, convirtiéndola en un personaje icónico de la literatura. Pese a que no hay prueba de ello, algunos creen que Beatrice está enterrada junto a su padre –de cuyo sepulcro sí que se tiene constancia– en la iglesia de Santa Margherita dei Cerchi o iglesia de Dante. Su “tumba” se ha convertido en un lugar de culto al que acuden personas del mundo entero para dejar mensajes de amor en una pequeña cesta ubicada junto a la supuesta lápida.

Florencia
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Catalina de Médici, la gran devota de la arquitectura 

Avanzando por la Via dei Calzaiuoli y atravesando la Piazza del Duomo, en seguida se avista el Palazzo Medici Riccardi, lugar en el que nació la gran Catalina de Médici (1519 - 1589). Hija de Cosimo de Médici, Catalina pasó su infancia en Florencia, después vivió en Roma y a los catorce años dejó Italia para casarse con el príncipe Enrique II de Francia. 

 

Tras la muerte accidental de su marido, a los cuarenta años, Catalina de Médici se convirtió en reina regente de sus tres hijos: primero, Francisco II, que falleció en 1560; después, Carlos IX, que fue rey con diez años y murió en 1574; y, finalmente, de Enrique III, de quien fue consejera hasta los últimos meses de su vida. En este complejo escenario político, Catalina de Médici asumió un papel crucial y se convirtió en una de las mujeres más poderosas del siglo XVI en Europa

 

Sin embargo, pese a pasar prácticamente toda su vida en Francia, Catalina jamás olvidó el esplendor del renacimiento que había vivido en Florencia y el amor por el arte que le había inculcado su familia. Por eso, además de ser reina regente, se convirtió en una de las grandes patrocinadoras de la arquitectura en Francia. La Médici impulsó muchos proyectos arquitectónicos para mejorar la grandeza de la monarquía francesa, supervisando personalmente cada proyecto. Algunos de los más conocidos son el Hotel de la Reine, para cuyo diseño se inspiró en el palacio Uffizi, y el palacio de las Tullerías, basado en su añorado Palazzo Pitti.

Palazzo Pitti
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Cuando Leonor de Toledo compró y restauró el Palazzo Pitti 

Para llegar a la última parada de esta ruta, debemos cruzar el Ponte Vecchio y adentrarnos en Oltrarno, el barrio situado “al otro lado del río Arno”. Allí se encuentra uno de los palacios más grandes de Florencia: el Palazzo Pitti, antiguo hogar de Leonor de Toledo (1522 - 1562), la noble española que se convirtió en Gran Duquesa de la Toscana.

 

Leonor de Toledo nació en Alba de Tormes y, a los veinte años, se trasladó a Florencia para casarse con Cosme I de Médici, segundo duque de la República de Florencia y primer Gran Duque de la Toscana. Al llegar a la ciudad, Leonor revolucionó la moda florentina, introduciendo el estilo español y convirtiéndose en todo un icono. Este espíritu revolucionario también caracterizó su vida política: la moderna Leonor participó en el gobierno de la ciudad, actuó como regente cuando su esposo estaba fuera e incluso prestó dinero y enseñó a invertir a su marido.

 

La pareja pasó sus primeros años en el Palazzo Medici Riccardi y luego se trasladó al Palazzo Vecchio. Allí todavía se pueden visitar los espléndidos aposentos de Leonor, entre los que destacan la “sala verde”, la capilla privada de la duquesa y su dormitorio, con pinturas dedicadas a Penélope y las aventuras de Ulises. Sin embargo, durante el tiempo que vivieron en el Palazzo Vecchio, Leonor tenía la mirada puesta en otro edificio, situado más allá del río: el Palazzo Vecchio. 

Leonor
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A los diez años de casarse, Leonor de Toledo negoció con la familia Pitti, cuya escasez económica les había obligado a paralizar la obra de su palacio, y compró el edificio por un precio más que asequible. La duquesa amplió el proyecto inicial, instaló nuevos aposentos para su corte e incluso expandió y reacondiconó los jardines, convirtiéndolos en uno de los oasis verdes más preciados de la ciudad: los Jardines de Boboli. 

 

La mirada firme de Leonor de Toledo se puede contemplar en la Tribuna Uffizi –la sala más importante de las galerías–, donde la poderosa mecenas y gobernante de la cuna del Renacimiento contempla a su público desde el cuadro Leonor de Toledo con su hijo, pintado por Bronzino. Su rostro nos devuelve a aquella Florencia deslumbrante en la que las mujeres también tuvieron su lugar. A la Florencia actual en la que lo siguen teniendo. Solo hace falta aguzar un poco la mirada para ver que ahí están.