¿Por qué ha aumentado la retórica belicista en Europa?

A finales de febrero, el presidente francés, Emmanuel Macron, advirtió que «haremos todo lo necesario para que Rusia no pueda ganar esta guerra» y para ello «nada debe excluirse» incluyendo el envío de tropas a Ucrania. Dos días después, la actual presidenta de la Comisión Europa y candidata del Partido Popular Europeo (PPE) en las próximas elecciones europeas, Ursula von der Leyen, señaló que «la amenaza de guerra puede no ser inminente, pero no es imposible». A mediados de marzo, Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, no se quedó atrás y alertó que «Rusia no se detendrá en Ucrania y debemos prepararnos para la defensa, y pasar a una economía de guerra». En la misma línea, poco después, Donal Tusk, primer ministro polaco y expresidente del PPE y del Consejo, destacó que «estamos en una época de preguerra», y la primera ministra de Estonia, del partido liberal, sentenció que «para evitar la tercera guerra mundial, Rusia debe perder». ¿A qué se debe este aumento de las declaraciones alarmistas sobre el riesgo de guerra en Europa en los últimos meses?

La situación militar en Ucrania no justifica el tono de alarma sobre la posibilidad de una guerra directa con un país de la UE o de la OTAN, incluso si el Congreso de Estados Unidos no hubiese finalmente aprobado un paquete de ayuda por valor de 60.000 millones de dólares. El país puede sufrir nuevas pérdidas territoriales en los próximos meses, en parte debido a los retrasos en la ayuda estadounidense y europea (el veto húngaro retrasó de diciembre a febrero la aprobación de 50.000 millones de euros para Ucrania), la falta de municiones (la UE solo ha entregado a tiempo el 30% de la munición de artillería prometida al gobierno de Kíev) y los problemas internos para ampliar el reclutamiento, pero ello no cambia el hecho de que Rusia ya ha perdido estratégicamente la guerra.

El control total de Ucrania de forma directa por Rusia o a través de un gobierno afín en Kiev sigue siendo una posibilidad muy remota. Si bien Rusia ha retomado la iniciativa estratégica y ocupado la ciudad de Avdiivka (32.000 habitantes antes de la guerra) tras cuatro meses de combate, el frente permanece estancado. Para tomar Bajmut (73.000 hab. antes de la guerra) Rusia necesitó 10 meses, y para controlar el Donbás Rusia tendría que alcanzar primero el control del núcleo urbano de Kramatorsk-Sloviansk (250.000 hab. antes de la guerra). Otros objetivos estratégicos como Járkov, Odesa o cruzar el río Dniéper se encuentran fuera de las capacidades actuales rusas, por no mencionar el coste de una hipotética ocupación del país.

Rusia se encuentra en una posición más vulnerable que al inicio de la invasión de Ucrania en febrero de 2020. Ciudades como Moscú y San Petersburgo, e infraestructuras energéticas rusas en un radio de más de mil kilómetros están hoy al alcance de los drones ucranianos. Rusia ha perdido el control del mar Negro tras ver hundida o dañada un tercio de su flota, los países europeos han aumentado significativamente su gasto en defensa y la OTAN se ha reforzado con la entrada de Suecia y Finlandia. En su zona de influencia tradicional, el espacio postsoviético, Rusia ha perdido ascendencia, como evidencia de forma clara el acercamiento de Armenia y Moldavia a la UE. Y aunque las sanciones han tenido un efecto menor al esperado, también hacen mella en la economía y en el progreso tecnológico ruso.

Uno de los motivos de la retórica belicista en la UE se encuentra, por tanto, en la cercanía de las elecciones europeas, que se celebrarán entre el 6 y 9 de junio. Los líderes liberales y conservadores, sobre todo en el centro y este de Europa, han sido especialmente vehementes sobre el riesgo de guerra. En Francia, el partido de Macron va 15 puntos por detrás de Agrupación Nacional (RN por sus siglas en francés), la formación de Marie Le Pen, que ganaría las elecciones. Con su cambio de postura sobre Rusia, Macron intenta erosionar a RN, acusada de ser afín a los intereses rusos. Por otra parte, el debate público en torno a la seguridad tiende a favorecer a las derechas europeas frente a los temas tradicionalmente defendidos desde el centro y la izquierda europea. En este sentido, los líderes socialistas europeos en el centro y oeste del continente han intentado suavizar la alarma y mostrar su oposición a una posible escalada. El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, ha pedido «no asustar a la gente innecesariamente», el canciller alemán, Olaf Scholz, ha reiterado que Alemania no se implicará en la guerra y el jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, ha remarcado que «la guerra no es inminente».

El segundo motivo es avisar a la población sobre la necesidad de incrementar el gasto en defensa ante la menor involucración de Estados Unidos en la defensa de Europa, independientemente de una victoria de Trump o Biden en las elecciones presidenciales de noviembre. En los dos últimos años, la UE ha destinado a Ucrania una media de 71.300 millones de euros, equivalente al 0,4% de su PIB anual. Esta cifra, que puede parecer pequeña, equivale al 40% del presupuesto anual de la UE. De ahí que la Unión haya ampliado el Fondo Europeo de Apoyo a la Paz, que se financia fuera del presupuesto de la UE, y haya acordado también, en febrero de este año, ampliar de manera extraordinaria el marco financiero plurianual con 64.600 millones de euros (de los cuales 50.000 millones serán para Ucrania). Actualmente existe poco margen dentro de los mecanismos comunitarios para seguir apoyando a Ucrania de forma colectiva. De aquí, los llamamientos a nuevas formas de financiación y a que el apoyo a Ucrania sea cada vez más dependiente de las aportaciones individuales de los estados miembros y de las coaliciones de apoyo específico, como la iniciativa checa para dotar de munición de artillería a Ucrania, o la iniciativa para proveer aviones de combate.

El riesgo de escalada y de una carrera armamentística es evidente. Se estima que actualmente Rusia gasta cerca del 6% de su PIB en defensa, lejos del 12-17% que llegó a destinar durante la guerra fría, y aún no ha decretado una movilización general. Por el otro lado, solo nueve países de la UE, todos ellos en el Este de Europa, alcanzaron en 2023 el 2% de gasto en defensa, según datos de la OTAN. Pero esta métrica es solo un indicador, ya que durante la guerra fría -cuando estaba vigente el paraguas de seguridad de Estados Unidos- el gasto europeo de disuasión en defensa fue en promedio superior al 3%.

Incrementar el gasto en defensa requerirá sacrificios presupuestarios y genera inquietud en parte de la población europea. En este contexto, atemorizar a la ciudadanía europea con la posibilidad de una guerra con Rusia puede ser contraproducente dado que casi las únicas voces políticas que hablan de manera clara de paz en el debate público europeo son los líderes de partidos señalados por su afinidad a Rusia, como Marine Le Pen en Francia o el primer ministro de Eslovaquia. El gasto agregado en defensa de la UE-27 antes de la guerra ya era tres veces superior al de Rusia (cuatro si se incluye en el cálculo a Reino Unido y Noruega, dos países europeos de la OTAN), por lo que el debate debería tratar no solo sobre cómo gastar más, sino de cómo gastar mejor, de manera coordinada y abordar posibles soluciones no militares al conflicto en Ucrania.

Víctor Burguete, investigador sénior, CIDOB.

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