Testimonios del Holocausto húngaro

Testimonios del Holocausto húngaro

11 mayo, 2024 , , ,
Auschwitz

Casi un diez por ciento de las víctimas del Holocausto eran de origen húngaro y el plan de exterminio en Hungría se ejecutó de una forma vertiginosa a merced del apoyo de los fascistas húngaros a los ocupantes alemanes, entre marzo de 1944 y febrero de 1945. 

Aquí recogemos algunos testimonios que relatan lo ocurrido.

por Ricardo Angoso

El Holocausto húngaro fue un proceso trepidante, en apenas unos meses, y a diferencia de en otros lugares de Europa se produjo en los meses finales de la guerra, pero no por ello tuvo unas consecuencias menos trágicas: 565.000 judíos de los 825.000 que había antes de la guerra fueron asesinados. Antes de recoger algunos de los testimonios fundamentales de esta gran tragedia, conviene que repasemos cómo ocurrieron estos luctuosos hechos.

El 19 de marzo de 1944, cuando todo parece indicar que Alemania saldrá derrotada del conflicto bélico, Hungría es ocupada por los nazis, que ya no ocultan su malestar por el doble juego húngaro, manteniéndose teóricamente en el bando nazi, pero negociando con los aliados y soviéticos una salida airosa de la guerra. Hitler ocuparía Hungría con el fin de que todos los judíos húngaros, junto con los que habían escapado de Eslovaquia, Rumania y Polonia, fueran enviados a los campos de la muerte.

Sinagoga Dohany

Muy pronto, e instalada una administración en Budapest dócil a los deseos de los alemanes, la maquinaría genocida comenzó a trabajar y la persecución de los judíos se llevó a cabo de una forma metódica y “profesional”, tal como habían hecho los alemanes en otras partes ocupadas. En esa época andaba por la capital húngara el tristemente conocido teniente coronel Adolf Eichmann, quien supervisaría personalmente el exterminio de los judíos húngaros. La desesperación en la comunidad judía tras la llegada de los alemanes se hizo patente en los primeros días, pero nadie esperaba tanta crueldad e inhumanidad de los verdugos voluntarios húngaros de Hitler, que eran, hasta ese momento, sus vecinos.

Sobre estos hechos hemos encontrado en la Enciclopedia del Holocausto del Museo Memorial de Washington una concisa y breve descripción de los mismos: “En abril de 1944, las autoridades húngaras ordenaron que los judíos que vivían fuera de Budapest (aproximadamente 500.000) se concentraran en ciertas ciudades, generalmente sedes regionales del gobierno. Los gendarmes húngaros fueron enviados a las regiones rurales para arrestar a los judíos y llevarlos a las ciudades. Las zonas urbanas en que obligaron a los judíos a concentrarse estaban cerradas y eran conocidas como guetos. A veces, los guetos abarcaban el área de algún antiguo vecindario judío y, en otros casos, eran simplemente un solo edificio, como una fábrica”.

Entrada al gueto de Budapest

En definitiva, entre marzo de 1944 y febrero de 1945, en las que los soviéticos liberaron Hungría, fueron asesinados o murieron en las peores condiciones en guetos y campos de exterminio el 70% de la población judía. Muchos de las víctimas fueron fusiladas a orillas del Danubio en Budapest, una vez despojadas de sus ropas y pertenencias, y después arrojadas a las gélidas aguas de este río, muchas veces algunos todavía vivos o heridos. También en el gueto de Budapest abierto por los fascistas fueron recluidos más de 70.000 judíos, de los cuales muchos fallecieron a causa de la hambruna, las enfermedades contagiosas, las malas condiciones de vida y los asesinatos a manos de sus verdugos. A continuación, vamos con el relato de los hechos contados por algunas de sus víctimas y sobrevivientes que dieron testimonio con sus escritos de lo que aconteció en aquellas trágicas jornadas.

IMRE KERTESZ Y SU ANTOLOGICO SIN DESTINO

La novela Sin destino, escrita tardíamente por Imre Kertész, es un relato desgarrador de los campos de concentración, pero desde la experiencia de un joven de 14 años que realiza un periplo por varios y acaba en Auschwitz. El mismo lugar donde sería deportado Kertész, un periodista y escritor húngaro que acabaría recibiendo el premio Nobel de Literatura. Sin destino es una de las grandes obras que narra el Holocausto y la tragedia de Europa en esos años. 

Pero, ante todo, Kertész es un sobreviviente del Holocausto y la sombra de la muerte y el terror le perseguiría hasta el fin de sus días, pero no sin antes dejarnos su testimonio en varios libros fundamentales, como Kaddish por el hijo no nacido, en donde establece una línea de conexión entre la sombra alargada que Auschwitz proyecta y la imposible paternidad. 

Sobre Auschwitz escribiría: “Así me di cuenta de que hasta en Auschwitz uno puede aburrirse, en el supuesto de ser uno de los privilegiados que se lo puedan permitir. Esperábamos, siempre esperábamos -si lo pienso bien- que no ocurriera nada. Ese aburrimiento y esa espera son las impresiones que mejor definen, al menos para mí, la situación en Auschwitz”. En sus reflexiones sobre el Holocausto, siempre agudas y profundas, Kertész llega a la conclusión que este episodio histórico es “el acontecimiento traumático de la civilización occidental”. Cuando salió de los campos escribió: “Eso es todo, sobreviví, luego existo, pensé, no, no pensé nada, sólo existía, sin más”.

ANA MARIA GOLDSTEIN, UNA MIRADA A LA BUDAPEST DE LA DESOLACION

Ana María Goldstein

Nada más invadir los nazis Hungría, en marzo de 1944, comienzan las primeras medidas contra los judíos, tal como nos explica Ana María Goldstein en una entrevista realizada por quien suscribe estas líneas: “Desconocíamos totalmente cuál era el destino de nuestros seres queridos. Como nos prohibieron viajar en trenes, nos quitaron los radios y se interrumpieron las comunicaciones, no pudimos tener noticias de la familia. Tuvimos que colocarnos la estrella amarilla, carecíamos de comida, debíamos trasladarnos al gueto inmediatamente”.

La familia de Goldstein pereció en el Holocausto y ella salvó su vida gracias al tesón, coraje y valentía de sus padres. Así explica el destino de su familia: “Mi familia, casi toda, pereció en el Holocausto. Mis abuelos maternos, paternos, tíos y primos. De una familia muy numerosa fueron asesinados casi un centenar de personas. He investigado estas muertes y están todas documentadas, tengo datos sobre las fechas de los transportes, inclusive el número del vagón en el que fueron deportados” .

Al igual que otros sobrevivientes del Holocausto, Goldstein es tajante en defender la memoria de los que no están, pero también para ella es importante la pedagogía en este terreno: “No es suficiente mantener vivos los recuerdos, es de primerísima importancia la formación de la juventud en valores de derechos humanos para prevenir genocidios en el futuro. Que entiendan que fue la intolerancia, el odio, la discriminación, la xenofobia, los prejuicios y la falta de respeto por la vida los verdaderos motivos que provocaron el Holocausto”.

BELA ZSOLT Y SUS MALETAS PERDIDAS PARA SIEMPRE

La historia de las nueve maletas de Béla Zsolt, con las que viajó desde París a Budapest y de la capital húngara a los campos de la muerte, es una historia casi surrealista y con un final trágico, pues fue su mujer quien se empeñó en volver a su país para interesarse por la suerte de sus padres y una hija de un matrimonio anterior en unos tiempos fatídicos. Los nazis habían invadido Hungría e instalado una administración de corte fascista que colaboraría en la “solución final del problema judío” y el matrimonio Zsolt sería deportado a los campos de la muerte. Era la primavera de 1944. Los padres y la hija de su esposa acabarían sus días en Auschwitz, mientras que el escritor y su esposa salvarían milagrosamente sus vidas porque fueron comprados a los nazis por algunos judíos que colaboraban con los mismos.

En la novela Las nueve maletas de Zsolt se narra sus años en Ucrania como trabajador forzado para el ejército húngaro, los meses que pasaron en un gueto en Nagyvárad (actual Oradea, en Rumania), esperando la deportación a Auschwitz, y su fuga del gueto en la primavera de 1944. Así detalla el momento en que entiende su fatal suerte tras haber escapado de París: “Bueno, de todas formas, ahora ya da lo mismo, por la mañana nos llevarán. Nos despediremos para siempre de esta ciudad digna de vergüenza, de esta patria loca y perdida, de esta época demente, de una vida que así no vale nada”.

Sobre su estancia en el gueto de Budapest, instalado en las inmediaciones de la calle Dohány, escribiría: “Estoy echado sobre un colchón, en el centro de la sinagoga, al lado del Arca de la Alianza. La lámpara cuya bombilla el médico jefe, el doctor Németi, pintó anoche con tinta azul para asegurar un cierto ambiente de hospital, se apaga por momentos. Fuera, en la ciudad, siguen los bombardeos; pero eso a nosotros no nos interesa. La estrella amarilla, ese estigma, no solamente nos excluye de los beneficios de la vida sino también de sus temores. No tenemos miedo a los bombardeos, no tenemos miedo a ninguna forma de muerte. Yo estoy rodeado por doquier de cuerpos muertos”.

HOLOCAUSTO EN TRANSILVANIA: VIOLETA FRIEDMAN

Violeta Friedman nació en una ciudad rumana de Transilvania que fue adjudicada por Hitler a los húngaros durante la Segunda Guerra Mundial. Desde muy niña, con apenas diez años, fue consciente de lo que estaba sucediendo en su ciudad ocupada: “Transilvania fue adjudicada a Hungría por orden de Hitler para ganarse la fidelidad de los húngaros en la guerra. Rumania perdía momentáneamente ese territorio. A partir de la llegada de los húngaros, en 1941, nos separaron en las escuelas; los judíos no podíamos tener contacto con los cristianos, estudiábamos en diferentes aulas y a horas diferentes. Por las calles, los niños que habían sido antaño nuestros compañeros de juegos, nos gritaban ahora y nos tiraban piedras. Todo cambió de la noche a la mañana, drásticamente. Sufríamos la persecución en todo momento, pero no podíamos defendernos y nuestros padres nos pedían que no respondiésemos a las provocaciones”.

Pero, sin embargo, como sabemos a través de los relatos de muchos sobrevivientes, las cosas aún en las peores circunstancias, pueden empeorar: “A finales de mayo de 1944, y una vez reunidos todos los judíos de la provincia, nos llevaron a la estación y nos hicieron subir a un tren muy largo. No era un tren de pasajeros, sino una interminable fila de vagones de ganado, con unas rejillas minúsculas, lo justo para que entrara un poco de aire, horriblemente sucios y malolientes. En cada vagón instalaron a cien o ciento veinte personas, de tal modo que, una vea bien cerradas las puertas desde fuera, apenas cabíamos. Aquel viaje hacia el infierno…”.

Aquel viaje al infierno terminaba en Auschwitz, pero Violeta sobrevivió. ¿Cómo pudo sobrevivir?, le pregunté hace muchos años: “Es una pregunta que me hacía todos los días y que aún hoy me la sigo haciendo. La suerte fue un elemento fundamental para que sobreviviera pues muchas veces nuestros verdugos y carceleros elegían a mujeres que estaban a mi lado para enviarlas a los hornos crematorios y a mí no me tocó por el azar. La muerte era algo cotidiano y estábamos acostumbradas a que cualquier día podríamos ser las elegidas para ser enviadas a las cámaras de gas. Los verdugos nos elegían al azar y cualquiera podría ser la siguiente en engrosar la siniestra lista de las víctimas; no había ninguna lógica en la elección de las que iban a morir”.

Fotos: Ana María Goldstein

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