Capitulo XXXV | Inauguración y bienvenidas | ONLINE
Capitulo XXXVI | Decisiones | ONLINE
Por Ricardo Marín
De la Redacción de
A pantalla partida, con José en una mitad y Sofía en la otra, prometiendo levemente una posible futura reconstitución de su matrimonio, finalizó anoche el último episodio de Trata me bien. Los personajes a los que les pusieron el cuerpo Julio Chávez y Cecilia Roth, durante 37 semanas desde mediados de abril, quedaron inmersos en un final abierto, en el que su relación matrimonial permanece en el estado de indeterminación, entre la ruptura y la continuidad, en que se debatió durante todo el desarrollo del unitario.
"Al hacer este trabajo, tuve el gusto de estar actuando en escenas en las que no había actuado todavía. Como la de los hijos, por ejemplo. Situaciones que para mí son inéditas y que, si bien las vi 28.000 veces, porque si hay algo que he visto es familias comiendo tostadas a la mañana, yo no las había hecho", confesaba Chávez al filo del estreno del programa. Con el transcurso de los episodios pudo notarse que esa sensación de estar viviendo realmente las situaciones que le planteaban los libros no era sólo una frase que pronunciaba el actor para adornar una entrevista. El José que compuso quien protagonizó en cine Un oso rojo resultó tan real y sin fisuras hasta en los más mínimos detalles que al observarlo desde el lado externo de la pantalla chica inquietaba la certeza de que a ese hombre le iba a dar algo, fruto de todos los disgustos que tenía que soportar. Desde el principio, y con el correr de los capítulos, una espiral de situaciones angustiantes se fueron acumulando en el día a día de ese personaje. Su crisis matrimonial, la bancarrota de su negocio, la muerte de su perro, la noticia de que el hijo que criaba desde hacía 18 años no era suyo, el romance entre su hija todavía adolescente y su mejor amigo dos décadas más viejo que la chica. Una lista a la que muy pocos seres humanos reales podrían sobrevivir sin consecuencias. Y como el descendiente de armenios al que interpretaba Chávez pretendía serlo, tuvo que demostrar su humanidad sufriendo un infarto que fue un punto de inflexión en la existencia del personaje. A partir de allí, se tomó las cosas de otra manera. No con más tranquilidad -porque el ansioso y explosivo carácter jamás permitiría que así fuera-, sino con una actitud en la que se daba permiso de dejar aflorar sus sentimientos, aunque ellos parecieran contradictorios con lo que le dictaba la razón. Es así como en el capítulo que se vio ayer termina yendo a saludar a su ex mujer en Nochebuena -y así abre la posibilidad de una nueva reunión con ella- a pesar de que hasta un ratito antes sostenía que lo mejor para ellos era permanecer separados y olvidarse el uno del otro.
"Estoy muy apenada por el final de este ciclo. Tengo un vacío en la cotidianeidad que se llenaba con cansancio e intensidad, pero que lo viví con mucho placer y compromiso, tanto desde mi lado como el de mis compañeros. Cuando me engancho con un proyecto dejo que las cosas fluyan y me entrego de manera completa. En este caso, los meses de trabajo fueron extraordinarios y los disfruté un montón", cuenta Roth. Esa cotidianeidad plena de ocupación al que alude la actriz resulta casi un reflejo de la dinámica de la vida diaria que tuvo que vivir su personaje en la historia. Una mujer que resultó no menos real y consistente que el marido que constituyó Chávez y que, a la par que soportaba los coletazos de los disgustos que sufría aquél, se vio obligada a lidiar con sus propias desazones. Entre otras cosas tuvo que aceptar la infidelidad de su esposo, la realidad de tener que admitir que había ocultado durante años que el hijo menor que criaban con su marido no era de éste, la muerte de su madre, el fracaso de un emprendimiento al que había dedicado gran parte de su energía en los últimos tiempos, la presión de un hermano que le reclamaba injustamente una herencia y una creciente adicción al alcohol que casi le hizo perder la vida. Todo un proceso, al final del cual se encontró en el último episodio con una actitud de equilibrio que le permite quizá pensar en la posibilidad de reconstruir desde las cenizas la familia que tenían con José.
Final a toda orquestaA partir de la vuelta, luego de un año, del hijo, Damián (Martín Slipak), de su beca en Francia, en medio de los preparativos para festejar la Navidad, se desarrolló la historia del episodio final. Con las contrariedades que suelen suscitarse en las familias con motivo de estas celebraciones, casi todos los personajes que aportaron a la trama del unitario fueron mostrando cómo quedaron sus historias. Damián termina viviendo con la madre de su hijo. La hija, Helena (María Alche), continúa en su matrimonio con Nacho (Alfredo Casero), sin hacer caso al autoritarismo de su marido. Hernán (Guillermo Arengo), el hermano de José, consiguió estabilizar su vida y su romance con Laura (Ana Garibaldi) se vuelve a encender. La mucama Rosa (Mónica Cabrera) es cada vez más una parte de la familia. El pequeño universo de los personajes de esta historia sigue su devenir lejos de la pantalla. Se los va a extrañar.
Elipsis de un año mediante. La vida encuentra a José (Julio Chávez) y aSofía (Cecilia Roth) separados y prácticamente sin verse ni hablarse en todo ese tiempo. La vuelta de Damián (Martín Slipak) al país, luego de una larga estadía en Francia, es lo que motiva el reencuentro del ex matrimonio.Se acerca la navidad, las fiestas, momentos que despiertan emociones varias, promueve balances de vida y propicia encuentros familiares.Sofía es la que propone juntarse para esa fecha, pero José no está muy convencido con la idea.A eso, se suma que cada uno de sus hijos, Helena (María Alche) y Damián, tienen ahora sus propias familias.
El pedido de Sofía parece no tener eco: cada uno de los Chokaklian tendría su festejo por separado…
Mirá el capitulo:
Si pensamos la televisión argentina 2009 como un territorio que acepta la conquista, entonces hagamos foco en la reserva de calidad. Son las dos de la tarde de un martes. La producción deTratame bien para para comer. Y Julio Chávez me dice que en la esquina tenemos un bar.
El intempestivo José Chocaklian que Chávez compuso para la tira de Pol-ka es un hombre que asiste al derrumbe de la cadena de jugueterías que fundó su padre, al mismo tiempo que asiste al naufragio de su matrimonio de veinte años con la Sofía que compuso Cecilia Roth.
Y ahí va José, dándole para adelante contra la vida y, de paso, contra una televisión entera.
-¿Con qué materiales construiste a José Chocaklian?
-Es una mezcla de cosas, de tendencias mías que ya había desarrollado, otras que no tanto, más algunos pedidos concretos del libro. Yo diría que es un rol que tiene varios padres.
-Pero debe haber una idea dominante, un punto de partida.
-El temperamento y el afecto. José es un ser que por un exceso de afectividad, es muy temperamental. Siempre lo he construido bajo la impronta de un personaje sumamente creativo, pero que tiene que hacer entrar su temperamento, su afecto y su subjetividad en el interior de un lenguaje cotidiano. Si José hubiese desarrollado su vida en el campo artístico, hubiese encontrado otra expansión, pero su cotidianeidad está hecha de escenas extremas, propias de su naturaleza, y de las cuales solamente el arte podría hacerse cargo, porque para la vida social son muy excedidas. Es como una persona que debe repetir la escena de lo que le pasa en el interior de una partitura social que no está hecha para eso.
-Ahora bien, los límites que le impone esta partitura social a un tipo que no se puede terminar de expresar, inmediatamente, lo conducen a él y a quienes lo rodean hacia una angustia un poco insalvable.
-Mucha angustia, muchos excesos. Ubicá a un ser temperamental en un traje que le va chico, y bueno, ahí lo tenés a José.
-¿Qué cosas de su etnia, de su pueblo, te preocupaste por transferirle?
-El armenio es un tipo de por sí temperamental, aunque todos los pueblos tienen su figura en este sentido. Vos agarrás a un tano calabrés, a un alemán...
-Cualquier charla con cualquier armenio desemboca siempre en el genocidio turco, sin embargo, no es un tema que José tenga a flor de piel.
-No sólo no lo tiene a flor de piel, sino que cuando apareció la oportunidad de incorporar el tema, yo decidí que no quería llevar a José hacia allí.
-¿Por?
-Yo creo que la ficción se puede hacer cargo de ciertos asuntos, pero hay otros que prefiero que sean reflexionados en el interior de otros espacios. El programa no lo resiste todo...
-Supongo que José tampoco.
-Tampoco. Todo programa es un barco que admite cierto peso, como un ascensor: capacidad máxima, ¿viste? Cuando planteamos la posibilidad de meter algo del tema turco, yo dije: "No lo hagamos". Consideré que el programa no resistía el peso de esa enunciación para después dejarla sólo como un comentario biográfico acerca de un pueblo.
-Hay otro aspecto de José que tiene que ver con su crispación, una palabra que se puso de moda. El gobierno se crispa, la oposición se crispa, vivimos crispados... y José pareciera hacer de ese estado su estado natural, como si expresara la época. José, finalmente, pareciera ser su país, o mejor, un momento de su país.
-Es un correlato posible, pero yo no me propuse construirlo desde la actualidad. Yo entiendo la crispación como la permanente amenaza de una explosión que nunca se produce, algo que al final siempre se contiene; y José no se contiene. En esta historia, en todo caso, la crispada es Sofía, y no José. Es ella la que está todo el tiempo haciendo un esfuerzo sobrehumano por mantenerse socialmente aceptable, un poco como el resto de esa familia, siempre tan huidiza. Todos huyen, todos se esconden, José es el único que no tiene donde esconderse, y mientras todos guardan sus secretos, él los revela desde el primer capítulo. Es un pelotudazo.
-¿Qué te pasa a vos con José?
-Yo, como todos los actores, sostengo la ideología de no criticar el rol, sino de entender sus razones, y yo entiendo las razones de José. No conozco a ningún ser humano que haya elegido ser un mal padre o un mal marido. Algo pasa, finalmente, si no fuiste un buen padre o no fuiste un buen marido. En ese sentido yo me siento muy unido a José. El mete la cabeza y cuando alguien mete la cabeza, va a ser criticado. José es el rey de esa familia, es el león de la manada y siempre va a ser visto y criticado en esa perspectiva. Desde ese punto de vista, es un tipo que me conmueve mucho. Yo he querido construir un ser que sea capaz de irritarte, pero que sea honesto. Y, sobre todo, no he querido intelectualizarlo.
-A ver...
-No quise que José fuera una idea, quise que fuera una experiencia. No quise quedar enredado en la idea de un actor que construye la idea de un ser humano. No: intenté construir una persona. Porque ¿qué lo salva a José? ¿Qué lo protege? El hecho de que es un ser humano, de que está dentro de las posibilidades del ser humano. Es un tipo con miles de lugares por donde lo podés quebrar, pero que tiene miles de lugares donde su humanidad lo rescata nuevamente. Ese fue mi deseo de construcción de José Chocaklian y, tengo que decir, estoy contento.
Una madre con ascendencia egipcia que resignó aristocracia europea para casarse con un carpintero alemán de origen judío que llegó a Buenos Aires como tantos alemanes, tantos judíos, desclasado de su lengua y de su tierra, y que se puso a fundar familia en una casita del barrio de Núñez, con patio en el fondo, jardín y limonero. Una infancia yendo a River, yendo a visitar a la abuela al geriátrico de San Miguel, yendo al centro a mirar vidrieras los domingos después del mediodía.
-Las vidrieras eran el mundo, en las vidrieras estaba el mundo.
El pequeño Julio Hirsch tenía 8, 9 años, y en casa, con su hermana, respiraban el desarraigo de unos padres que habían perdido tantas cosas, pero que permanecían juntos y en búsqueda constante de las convenciones que la familia argentina años 50 se debía a sí misma -no siempre las encontraron- y que, finalmente, fatalmente, se revelaban tormentosos y caóticos.
-Conozco bien lo que es el quilombo familiar, el exabrupto afectivo, lo que significa pedir algo a través de una escena desmedida e infantil. Eso también me permitió construirme, es algo que no me asusta.
El señor Hirsch no cebaba mates, ni hacía asados. Su hijo, el actor Julio Chávez, cuarenta años después, lo explica con las palabras y la cadencia que, estoy seguro, su padre le hubiera dictado:
-Era cosa de criollos.
No dice "argentinos", ni siquiera dice "porteños". Dice "criollos".
Y en esa voz viaja una forma de entender al otro, una aristocracia del comportamiento, una distancia. Que se parece a la distancia que el mismo Chávez decreta cuando habla de su padre, a quien en ningún momento de la charla referirá como su viejo, o su papá. Siempre es, son: mi padre, mi madre. Las palabras en Chávez tienen un peso y una forma que no van a interrumpir la evocación, por sentimental que esa evocación se ponga.
-¿Qué te dejó? ¿Qué te dejaron?
-Yo tuve mucha suerte en ese sentido. Mi padre era un pésimo carpintero, nunca hizo un mueble derecho. Entonces la falla, que es la gran entrada para que el arte se ubique, yo la conozco desde muy pequeño. Mi padre tenía un corazón enorme, pero también era enorme su dificultad para estructurar: no había mueble que estuviese derecho, no había repisa que no estuviera chueca; de manera que siempre advertí que la estructura podía estar corrida, y para mí eso fue una autorización a mi subjetividad para que pudiera construir fuera de la ley.
-La virtud del error.
-Sí, pero eso también me trajo un problema, porque cuando me empecé a formar, tuve que aceptar que no solamente la subjetividad me iba a gobernar, sino que yo tenía que aprender que no todo estaba chueco, que había ciertas leyes que yo tenía que empezar a respetar.
-Podríamos pensar que la imperfecta carpintería de tu viejo se proyectó hacia la obsesión perfeccionista que se nota en muchos de tus laburos.
-Yo sacaría esa palabra.
-¿Cuál?
-Obsesión. Quiero decir, el detalle es el trabajo del actor.
-Te acabo de ver corriendo una taza que, en la continuidad de la escena, no estaba en su lugar. Y había diez tipos en el set, incluyendo a Norman Briski, a cuyo personaje pertenecía esa taza, pero fuiste vos el que la vio y la corrigió. Y sin embargo, venís de la imperfección, del desplazamiento.
-Mirá, para que una perla se pueda correr, tiene que estar primero en el eje del collar. Y yo no me ocupo de la perla que se corre, yo me ocupo del collar. La perla, descuidate, se va a correr solita. El deber, para mí, es fundamental, porque sólo manteniendo el eje adviene la posibilidad de ese desplazamiento.
-¿Cómo sería eso?
-Hay que hacer los deberes para que lo diferente suceda.
Mas de la entrevista en el siguiente link: http://bit.ly/7Iwe8Q