Ensayo | Lo importante es amar (1975): el amor según Żuławski | Revista Cintilatio

Lo importante es amar
El amor según Żuławski

País: Francia
Año: 1975
Dirección: Andrzej Żuławski
Guion: Andrzej Żuławski, Christopher Frank (Novela: Christopher Frank)
Título original: L'important c'est d'aimer
Género: Romance
Productora: Albina Productions, Rizzoli Film, TIT Filmproduktion GmbH
Fotografía: Ricardo Aronovich
Edición: Christiane Lack
Música: Georges Delerue
Reparto: Romy Schneider, Fabio Testi, Jacques Dutronc, Claude Dauphin, Roger Blin, Gabrielle Doulcet, Michel Robin, Guy Mairesse, Katia Tchenko, Nicoletta Machiavelli, Klaus Kinski
Duración: 105 minutos
Premios César: Mejor Actriz (Romy Schneider) (1975)

País: Francia
Año: 1975
Dirección: Andrzej Żuławski
Guion: Andrzej Żuławski, Christopher Frank (Novela: Christopher Frank)
Título original: L'important c'est d'aimer
Género: Romance
Productora: Albina Productions, Rizzoli Film, TIT Filmproduktion GmbH
Fotografía: Ricardo Aronovich
Edición: Christiane Lack
Música: Georges Delerue
Reparto: Romy Schneider, Fabio Testi, Jacques Dutronc, Claude Dauphin, Roger Blin, Gabrielle Doulcet, Michel Robin, Guy Mairesse, Katia Tchenko, Nicoletta Machiavelli, Klaus Kinski
Duración: 105 minutos
Premios César: Mejor Actriz (Romy Schneider) (1975)

A través de un exuberante drama romántico, el director polaco reflexiona sobre el amor al tiempo que ofrece una mirada satírica y desmitificadora sobre la Francia más bohemia y contracultural.

A pesar de la incontable cantidad de películas que se producen cada año y del enorme número de directores que han existido y existen en el mundo, son relativamente pocos aquellos de los que se puede decir que su forma de hacer cine es tan absolutamente reconocible y personal que basta con ver unos minutos de cualquiera de sus películas para inmediatamente adivinar su autoría. Tanto sus admiradores más incondicionales como sus detractores más absolutos tienen que coincidir en que sin duda Andrzej Żuławski es uno de ellos. El director polaco se daría a conocer al gran público a mediados de los años setenta gracias al estreno de Lo importante es amar (Andrzej Żuławski, 1975), película que se convertiría rápidamente en un éxito de crítica y público en Europa y que con el tiempo llegaría a ser una obra de culto y una pieza esencial del cine de autor de los años setenta. Pero además de uno de los triángulos de amor por excelencia del cine europeo, Lo importante es amar también ofrece una mirada cargada de sátira y escepticismo hacia parte de la intelectualidad y de las nuevas contraculturas surgidas en la Francia de finales de los sesenta y de los setenta. 

Lo importante es amar es un drama romántico que sigue la historia de Servais (Fabio Testi), un fotógrafo que trabaja para un jefe de la mafia parisina que le usa para fotografiar escenas pornográficas clandestinas y orgías con personajes influyentes con las que ejercer chantajes a posteriori. Un día, trabajando como freelance en un set de rodaje, hace unas fotos robadas a Nadine (Romy Schneider), una otrora importante actriz venida a menos que acepta papeles en películas de poca monta para mantenerse a flote. Encandilado por su belleza, Servais decide visitarla unos días después en su casa con la excusa de hacerle un reportaje fotográfico. Allí conocerá a su marido Jacques (Jacques Dutronc), un artista de poca monta con el que mantiene una relación «codependiente» y tóxica. Para ayudarla a volver a la cima, Servais pide prestado dinero al capo mafioso para el que trabaja con la intención de financiar una obra de teatro en la que Nadine sea la protagonista. Así comenzará un asfixiante triangulo amoroso que pondrá a prueba el creciente amor entre el fotógrafo y la actriz.

A lo largo de la película, Servais, que personifica a la clase trabajadora tradicional, se encontrará con numerosos personajes que Żuławski utiliza para satirizar los ambientes bohemios y contraculturales europeos de la época.

Tratar de comprender una película de Żuławski limitándose meramente a la trama es un acto fútil y en su lugar es necesario adentrarse en la densa selva de referencias e ideas que el director polaco teje a lo largo del largometraje y que no son ajenas a su propia trayectoria vital. Żuławski vivió toda su juventud en Polonia, una república soviética, durante los años 40 y 50 –es decir, la época dura del Stalinismo–, experimentando de primera mano la censura, la opresión y las estrecheces propias de la Unión Soviética (opresión que el propio Żuławski viviría en sus carnes al ver una de sus películas censurada y destruida por las autoridades soviéticas). No obstante, con todos sus defectos una virtud que tenía la Unión Soviética es que, como cualquier realidad política, estaba obligada a preocuparse por los problemas reales de personas reales (como por ejemplo asegurarse de que la gente comía por lo menos tres veces al día en Moscú, al menos dos en Varsovia y, si era posible, una en Kiev). Cuando nuestro amigo Andrzej llega a la Francia post Mayo del 68 se encuentra con algo muy diferente: una izquierda que se está distanciando de las necesidades infraestructurales y materialistas de las clases obreras que hasta ese momento, a través de las acciones principalmente de sindicatos, había atendido a las demandas laborales y económicas de la clase trabajadora (logrando interesantes éxitos como la gran subida salarial aprobada por el gobierno francés en 1970) y más cercana a los círculos de estudiantes de clase media e intelectuales aburguesados que se centraban en cuestiones eminentemente «superestructurales» e ideológicas. Una izquierda, en otras palabras, que empieza a salir de las factorías industriales de Boulogne para entrar en los salones de los barrios de clase media-alta de París y que, en consecuencia, pasa de preocuparse por hacer huelgas para reclamar mejoras laborales a comenzar a firmar manifiestos para legalizar las relaciones sexuales con menores de edad.

En este microcosmos creado por el director polaco, el amor supondrá una fuerza de la naturaleza que será la antítesis de todos estos sinsabores creados por la decadencia de la sociedad y que ofrecerá a los personajes una esperanza para superar la oscuridad y la degradación del mundo que les rodea.

Frente a este panorama Żuławski presenta una película que cuestiona y deconstruye a esa misma contracultura «pequeñoburguesa» y de intelectuales y artistas decadentes, siempre a través de un estilo expresionista que destaca por exteriorizar en todo momento el mundo interior de los personajes, recurriendo habitualmente al exceso y a lo absurdo –y serán precisamente estos personajes la principal vía del director para transmitir dichas ideas–. Servais, el protagonista masculino, es un fotógrafo que personifica casi por completo el arquetipo de trabajador de cuello azul y que, a pesar de realizar un trabajo artístico, renuncia a cualquier tipo de ínfula y en su lugar decide abrazar una personalidad estoica, sobria y fiel a los códigos de la masculinidad tradicional que se manifiesta por ejemplo en la extrema frugalidad con la que exterioriza sus sentimientos, en su probidad o en su asertividad. Esta personalidad queda patente ya de entrada en la escena inicial, en el que vemos a nuestro protagonista mantener una violenta pelea con los dos seguratas de un rodaje para poder llevarse un carrete con fotos robadas del set que espera vender y usar ese dinero para poder ayudar económicamente a su padre. El contrapunto a Servais lo encontramos en Jacques, el marido de Nadine, un hombre de modales más suaves y gustos «pequeñoburgueses» tan progresistas como decadentes que bajo una mansa piel de cordero esconde una personalidad tóxica que se plasmará en el abuso psicológico al que someterá constantemente a Nadine, estableciéndose entre ambos una escalofriante relación de codependencia. 

El triángulo amoroso que se forma entre el trío protagonista de la película permite al director explorar tanto las relaciones tóxicas como las formas de amor más puras y constructivas.

Pero sin ninguna duda el personaje clave para entender esta película no es otro que Nadine. Żuławski es un director que brilla a la hora de dar vida a sus personajes femeninos. En esta ocasión, deconstruye el arquetipo «fetichizado» y casi ornamental de la mujer en el cine francés de la época para darnos a una protagonista de una acentuada complejidad psicológica. Nadine (interpretada por una Romy Schneider espectacular en uno de los grandes papeles de su carrera) es un personaje marcado por la dualidad. Por un lado está la Nadine insegura, temerosa del cambio y psicológicamente torturada tanto por años de relación con un aparentemente inofensivo Jacques que, ladinamente, ha erosionado su autoestima casi por completo para mantenerla dependiente, como por un mundo del arte que es implacable con sus juguetes rotos. Por el otro, no obstante, está la Nadine fuerte, luchadora, que quiere dejar atrás los fantasmas de su pasado, recuperar el control de su vida junto con Servais y trabajar para volver a elevar su carera como actriz. La confrontación entre estas dos fuerzas dará como resultado un personaje que a lo largo del filme experimentará una fascinante evolución que culminará en un tramo final que no destriparemos pero del que cuanto menos se puede decir que ofrece una sinceridad absolutamente desgarradora. 

Esta particular y ácida visión de los sectores más bohemios de la sociedad francesa de los setenta no se limita a los protagonistas y también se extiende a los personajes secundarios. Así, en su particular odisea, Nadine y Servais se encontrarán a individuos profundamente corrompidos como puede ser el caso de Karl Zimmer, el violento y enloquecido actor/productor de teatro al que Servais acudirá para llevar a cabo la obra que deberá relanzar la carrera de Nadine, interpretado por Klaus Kinski (al cual le viene este papel como anillo al dedo puesto que Kinski ya de por si estaba loco y era bastante violento en la vida real) y el cual, bajo una fachada de pretenciosidad y altanería, se revelará como un «pseudoartista» charlatán y mediocre con un talento muy por debajo de su vanidad, haciendo una afilada parodia de cómo veía Żuławski a gran parte de la nueva comunidad artística europea. Este particular ensayo sobre el mundo que rodea al director no se restringe solo a los personajes, sino que el realizador polaco también deconstruye el mito de la revolución sexual que surge de mayo del 68 (y que nunca llegaría en la realidad a aportar a la sociedad avances significativos en el campo de la libertad sexual como por ejemplo la descriminalización de la homosexualidad, que tiene mucho más que deber a los disturbios de Stonewall un año después). Por consiguiente, cuando se presenta en pantalla la sexualidad de estos sectores sociales particularmente libertinos, este rechazo a las formas más clásicas de entender la sexualidad no aparece como una fuerza liberadora, sino que tiende a mostrarse de una forma truculenta y destructiva, como cuandoServais, coaccionado, se ve obligado a trabajar para la mafia fotografiando sórdidas orgías y escenas pornográficas en las que los participantes están bajo el efecto de las drogas o cuando Karl hace gala de un comportamiento predatorio con las mujeres a su alrededor.

Mediante actuaciones excesivas y una puesta en escena expresionista, el director logra plasmar en la pantalla una representación del mundo interior de los personajes.

En este contexto, la contraposición antagónica entre Servais y Jacques es prácticamente absoluta. Empezando ya en lo visual (el fotógrafo presenta una estética paradigmáticamente viril y llana que choca con la apariencia más grácil y casi andrógina del personaje interpretado por Dutronc) y continuando hasta la misma idiosincrasia de cada uno de ellos (parco en palabras y algo huraño superficialmente pero honesto y empático en el fondo el primero, más hablador y veleidoso por fuera pero mezquino y manipulador por dentro el segundo) para llegar a confrontar a través de estos personajes dos formas contrapuestas de entender el amor y la sexualidad. Mientras Jacques utiliza su relación afectivo-sexual de manera licenciosa y como una forma de controlar y manipular psicológicamente a Nadine (no recurriendo a la violencia explícita pero sí mediante el uso de los sentimientos románticos como herramienta emocional para socavar su dignidad y hacerla dependiente al tiempo que ejerce su poder en el contexto de la relación), Servais entenderá la sexualidad de una forma más ética, basada en el amor, el respeto o la empatía y priorizando siempre el bienestar físico y mental de Nadine sobre sus propios intereses, llegando incluso a rechazar en un momento dado el ofrecimiento de ella de mantener relaciones sexuales al notar que no está preparada para dar tal paso. 

Żuławski, de esta forma, aprovecha un guion que en manos de otro director se hubiera podido quedar en la típica obra sobre un triangulo amoroso, con todos los manidos clichés del subgénero, para realizar en su lugar un profundo estudio de personajes que se adentra en la naturaleza tanto de las relaciones tóxicas (marcadas por los celos, la manipulación emocional y el comportamiento posesivo de Jacques) como en la visión más romántica, constructiva y clásica del amor (que vemos plasmada en la pareja formada por Nadine y Servais y en la cual el amor será una fuerza que tendrá un impacto positivo en la evolución de ambos personajes) además de, por otro lado, satirizar hasta el extremo las contradicciones y las flaquezas de los círculos sociales contraculturales y bohemios que comenzaban en los setenta a adquirir un rol importante en el ámbito intelectual de Francia. 

En este microcosmos creado por el director polaco, el amor supondrá una fuerza de la naturaleza que será la antítesis de todos estos sinsabores creados por la decadencia de la sociedad y que ofrecerá a los personajes una esperanza para superar la oscuridad y la degradación del mundo que les rodea. Si el entorno arrebata a los personajes su dignidad y su felicidad, es precisamente el amor el que les devuelve tales cosas y les permite «reconectarse» con una humanidad que parecía casi perdida por completo. Si en el archiconocido pasaje bíblico Jesús decía aquello de «la verdad os hará libres», en esta película Żuławski parece querer parafrasear esta cita y decirle a su audiencia: «El amor os hará libres». 

Żuławski propone en esta película, ante todo, un drama romántico que sirve para realizar un profundo estudio de sus personajes, en particular de Nadine, interpretada por una enorme Romy Schneider.

Pero hablar del cine de Żuławski implica hablar de una fusión entre contenido y forma en la que es difícil discernir dónde empieza uno y termina otro. A diferencia de otros directores, en los cuales el estilo visual de sus películas no se limita más que a un complemento o a un ejercicio estético, en el caso del director polaco el estilo artístico forma parte de la propia narrativa de la película. Żuławski es, ante todo, un director expresionista en el más puro sentido de la palabra. Tradicionalmente, se ha venido malinterpretando lo que es el expresionismo y dando este adjetivo a directores con estéticas visuales particularmente marcadas (como el goticismo de Tim Burton, la estética naíf de Wes Anderson, o el estilo kitsch de Almodóvar) cuando en realidad el expresionismo en el cine es algo diferente que excede el mero uso de un estilo visual peculiar. Concretamente, consiste en la deformación de la realidad, llegando incluso al absurdo, para de esta manera emular el mundo interior de los personajes. Y en lo que respecta a ejercicios de deformación, el director polaco es un maestro, por lo que mediante recursos como interpretaciones histriónicas o surrealistas, puestas en escena caóticas y «atrezzos» imposibles, la película se transforma en un ejercicio expresionista en el que constantemente vemos en la pantalla no una representación de la realidad objetiva sino una plasmación del mundo interior de los personajes, de sus sentimientos de temor, ira o amor, lo que le da al melodramático romance imposible de Nadine y Servais una inusitada capacidad de conmover al espectador. 

La estrategia de dirección de Żuławski por lo tanto no es la de cocer a fuego lento una historia y construir el drama mediante silencios y un ritmo pausado como si harán otros directores coetáneos sino que en su lugar ofrecerá una experiencia visceral marcada por el horror vacui y una puesta en escena hipertrofiada que está permanentemente al borde de caer en el surrealismo y en el absurdo pero que a la vez ofrece al público una narrativa sólida y llena de matices que nunca pierde el foco de aquello que es más importante: el intenso viaje emocional del trío protagonista. Lejos de caer en el mero ejercicio de estilo, peligro siempre presente en el cine de arte y ensayo, Lo importante es amar pone todos los recursos artísticos del realizador al servicio de una historia asfixiante, intensa y exuberante. Una narración que no escatima en crudeza pero que gracias precisamente a todo este exceso visual y sensorial ofrece un carrusel de emociones absolutamente cautivador que termina metiéndose bajo la piel del espectador hasta que este mismo termina sintiéndose parte de la propia película. 

Pero si hay un protagonista que debamos de destacar por encima de todas las cosas en Lo importante es amar, una idea que brille con luz propia dentro del abigarrado mundo que Żuławski teje en esta sólida obra, ese es el amor propiamente dicho. El director polaco nos regala su propia visión de lo que es el amor, una fuerza de la naturaleza que representa la última redención posible del alma humana. Es así como dos personajes que están, cada uno a su manera, encadenados a un mundo cruel y destructivo que ambos detestan (Servais encuentra su trabajo fotografiando escenas sexuales para la mafia cada vez más nauseabundo mientras que su tóxico matrimonio y el todavía más tóxico mundo del arte hace que para Nadine su vida sea cada día más insoportable) encuentran en el amor que sienten el uno por el otro un remanso de paz que les eleva sobre el resto del mundo. Lo importante es amar es, ante todo, un canto a la fuerza del amor más puro y a su capacidad de florecer incluso en los ambientes más hostiles.

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