Nunca llueve en California (2022), de Jamie Dack

Verano. Aburrimiento supremo para la adolescente Lea, que se dedica a tomar el sol e ir a la playa. La relación con su madre separada Sandra no es muy estrecha, y encima ella está mustia porque ha roto con su último novio. Cenando una noche con la pandilla en un burger, deciden irse sin pagar, y a ella la agarran; pero la defiende y libera un desconocido, Tom, que estaba ahí también cenando. Empieza un cortejo que a ella la halaga, aunque el otro la doble en edad, 17 versus 34. Comienza paulatinamente una relación que ella oculta, ve algo vergonzoso en ella, pero está encontrando el afecto que no recibía en casa ni de sus amigos, ni siquiera de su gran amiga Amber.

Una película “indie”, muy de Sundance, la típica premiable por el festival, que en efecto distinguió a Jamie Dack con el galardón a la mejor dirección. Es de esas cintas desazonadoras, que muestran la realidad de las familias desestructuradas –a algunos no se les debería permititr tener hijos, se lamenta en un momento dado Tom–, y de la juventud desprovista de ilusiones y horizontes vitales, y envueltas en un frívolo sexo. De modo que se puede entender que Lea se agarre al clavo ardiendo de Tom, que podría ser la prueba de que otra vida es posible.

Lo que ocurre es que la trama urdida por Dack y Audrey Findlay no tiene mucho recorrido posible, se puede jugar al espejismo, a las buenas intenciones que no pueden culminar con éxito, o a apuntar a la manipulación de una menor por parte de un adulto. Aquí nos movemos en el terreno de la ambigüedad, dejando el conjunto una sensación de película inacabada, de no querer mojarse demasiado, de apuntar algunos problemas pero sin sugerir modos de avanzar o madurar por parte de los dos protagonistas, encarnados con convicción por Lily McInerny y Jonathan Tucker.