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LANDRU

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Henri-Désiré Landru.

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Curiosidades de la historia: episodio 140

Landru, el asesino que se anunciaba en la prensa

Al término de la primera guerra mundial, Francia quedó impactada por un asesino en serie que había matado a diez mujeres engañándolas con promesas de matrimonio.

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Henri-Désiré Landru.

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TRANSCRIPCIÓN DEL PODCAST

En las ensangrentadas páginas de la historia de la humanidad, abundan los asesinos sin escrúpulos, pero sólo unos pocos alcanzan categoría de leyenda. El francés Landru es uno de esos escogidos. Entre 1919, la fecha de su arresto, y su ejecución en la guillotina en febrero de 1922, los franceses siguieron con avidez las informaciones de la prensa sobre el hombre que a lo largo de cuatro años mató a diez mujeres cuyos cuerpos nunca fueron localizados. Canciones, novelas y films (incluido uno de Charles Chaplin) han mantenido el recuerdo de este «Barbazul de Gambais», como se lo motejó por su poblada barba y el lugar en el que cometió casi todos sus asesinatos.

Henri-Désiré Landru pertenecía a una familia modesta, pero que vivía sin estrecheces. El padre era obrero industrial y la madre trabajaba como costurera. Tras hacer el servicio militar, se casó con una vecina a la que antes había dejado embarazada y con la que acabó teniendo cuatro hijos. Era un cabeza de familia que trataba de ganarse la vida honradamente con diversos empleos. Pero Landru soñaba con tener éxito económico y en 1898 se lanzó a construir una fábrica de bicicletas con motor de gasolina, lo que hoy llamaríamos un ciclomotor.

Estafador fracasado

En realidad, todo era un engaño y Landru desapareció con el dinero de los inversores. Pese a sus ínfulas de inventor y empresario, se había convertido en un estafador profesional. En los siguientes años, el tiempo que no pasaba en la cárcel lo dedicaba a perpetrar otros timos. El último fue un proyecto de fábrica de automóviles con el que estafó 35.000 francos a los inversores. En julio de 1914 fue juzgado en rebeldía y condenado a trabajos forzados y al exilio de por vida en la colonia francesa de Nueva Caledonia.

Un par de semanas después, el 28 de julio, estalló la primera guerra mundial. Desde el primer mes de batallas desesperadas, las bajas mortales se medían por cientos de miles de hombres, lo que dejó otros tantos miles de viudas. Landru, convertido en un prófugo de la justicia y obligado a vivir con una identidad falsa, vio ahí un filón para continuar con su carrera delictiva. Empezó a poner pequeños anuncios en periódicos con propuestas de matrimonio; cuando las mujeres le respondían, él trataba de engañarlas para que le entregaran sus ahorros.

Landru se había iniciado en este tipo de actividad ya antes de la guerra. En 1909, fingió ser un hombre de negocios soltero para sonsacarle 20.000 francos a una rica viuda de Lille, pero ella lo denunció y Landru acabó en la cárcel. ¿Y si la víctima no pudiera denunciarle... porque estuviese muerta?, debió de preguntarse. Aquí es donde nuestro personaje cruzó su Rubicón personal. Durante 16 años, Landru había sido un estafador, pero nunca un asesino, y aún menos un asesino en serie.

Cascada de asesinatos

El primer crimen lo cometió en enero de 1915. La víctima fue una costurera parisina llamada Jeanne Cuchet, de 39 años, viuda desde 1909 y madre de un adolescente de 17 años, al que Landru también mató. En este caso, el motivo no debió de ser el dinero porque Jeanne Cuchet era pobre y sólo buscaba casarse y darle un hogar respetable a su hijo. Landru los asesinó seguramente después de que descubrieran su falsa identidad, en una casita en Vernouillet, a las afueras de París.

landru

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BLUEBEARD, Charles Denner, 1963.

Cordon Press

Sus siguientes crímenes tuvieron una motivación económica. Las víctimas eran de condición modesta: había dos criadas, una dependienta, una costurera y una limpiadora. Algunas de ellas eran además prostitutas ocasionales. Pero contaban con algún tipo de patrimonio o posesiones de las que se podía sacar rédito.

Landru actuó con todas ellas de forma parecida. Tras captarlas por medio de un anuncio en la prensa se presentaba bajo una falsa identidad, diciendo, por ejemplo, que era un empresario del norte de Francia cuyo negocio había quedado ocupado por los alemanes. Las seducía con sus buenos modales y con su labia, pero sobre todo con la promesa de un matrimonio inmediato, que luego demoraba con diversos pretextos mientras las convencía de que le entregaran sus ahorros o incluso los muebles de sus casas.

Finalmente las invitaba a instalarse con él en Gambais, una pequeña localidad situada 60 kilómetros al oeste de París, donde había alquilado una vivienda aislada de las demás, llamada Villa Tric. En el lugar había un único agente de la ley, lo que facilitaba sus actividades. En cuanto llegaban a la villa, las mujeres desaparecían. Cuando sus familiares le preguntaban por ellas, Landru respondía que no sabía dónde se encontraban o que se habían ido a América. Ninguna reapareció.

En busca de pruebas

Una de las víctimas de Landru, Célestine Buisson, había presentado a Landru a su hermana Marie Lacoste. Cuando Célestine desapareció, Marie sospechó de aquel supuesto «Georges Frémyet» que tan mala impresión le había causado. Creyendo que era él quien había sacado el dinero de las cuentas bancarias de Célestine, escribió al alcalde de Gambais para preguntarle por el paradero del hombre que vivía en Villa Tric. Aunque el alcalde no se molestó en investigar, la puso en contacto con Victorine Pellat, hermana de otra víctima, Anna Collomb. Las dos denunciaron a la policía el caso, que acabó en manos del inspector Jules Belin.

Lo primero que se imponía era localizar a Landru, que desde hacía tiempo no iba por Gambais. Después de que alguien lo viera por casualidad saliendo de una tienda en París, Belin averiguó su dirección y lo detuvo en el apartamento en el que vivía con una amante. Landru negó tenazmente toda implicación en la desaparición de las mujeres, pero los agentes encontraron en su abrigo un documento que sería fundamental para incriminarlo: una pequeña libreta o «carnet» con anotaciones personales, en una de cuyas hojas había una lista con once nombres.

El «carnet negro» de Landru

Era el que fue llamado "carnet negro" por el color de sus tapas, donde Landru llevaba una especie de contabilidad diaria. En 1919, éste se encontraba tan trastornado que lo anotaba todo para acordarse. Fue así como escribió esta lista de sus once víctimas, mencionadas por su apellido o su lugar de nacimiento.

La policía comprobó enseguida que cuatro de ellos correspondían a mujeres que ya constaban oficialmente como desaparecidas. En las semanas siguientes rastrearon a las casi 300 mujeres con las que Landru había mantenido algún tipo de comunicación a través de los anuncios en la prensa y encontraron otras seis que habían desaparecido. Además, en el registro policial de la casa de Landru en Gambais se encontraron manchas de sangre así como cientos de fragmentos de huesos humanos medio quemados.

El espectáculo del juicio

El juicio de Landru se inició el 7 de noviembre de 1921, en medio de una expectación sin precedentes. La sala del tribunal de Versalles se quedó pequeña para acoger a periodistas y curiosos en general, que a veces formaban largas colas en la entrada. Landru fue defendido por un abogado de primera categoría, Vincent de Moro-Giafferi, que aceptó encargarse gratis del caso por su oposición radical a la pena de muerte.

Moro sabía que la desaparición repentina y total de las mujeres dejaba poco margen a la duda sobre la culpabilidad de Landru, pero argüía, con razón, que la policía no había aportado pruebas materiales concluyentes de los crímenes. Aunque había evidencias sólidas de que Landru había falsificado las firmas de algunas de ellas y malversado su dinero y bienes, Moro rechazaba que los restos óseos encontrados en Villa Tric pudieran vincularse con las víctimas. La tecnología de la época no permitía siquiera determinar si pertenecían a un hombre o a una mujer.

En el juicio, Landru prodigó sus intervenciones, a menudo agudas e irónicas. En una ocasión, cuando el fiscal insistía en advertirle de que su cabeza corría peligro, él le agradeció el interés y añadió: «Lo único que lamento es tener una sola cabeza para ofrecerle». Una parte del público parecía seguirle la corriente, especialmente las numerosas damas que buscaban sentarse cerca del banquillo del acusado. Pero lo débil de su posición se revelaba claramente cuando le preguntaban dónde habían ido las mujeres y él constestaba una vez tras otra que eso pertenecía a la vida privada y no podía decirlo.

Asesino sin arma y sin cadáveres

Ante la negativa de Landru a confesar sus crímenes y dado que los cuerpos de sus víctimas nunca se han hallado, aún hoy no se sabe cómo las asesinó. El único indicio son tres perros que se hallaron enterrados en el jardín de su casa de Gambais, pertenecientes a una de las mujeres desaparecidas. Landru reconoció que los había estrangulado, añadiendo inquietantemente que ésa era una «muerte dulce». En cuanto a los cuerpos, los investigadores creyeron que los quemó a trozos en un pequeño horno, pues los vecinos habían notado un pestilente humo blanco que salía de la casa.

El 30 de noviembre de 1921, nueve de los doce miembros del jurado lo condenaron a muerte. Después de que el presidente de la República rechazara una petición de gracia, Landru fue guillotinado.