(PDF) Introducción a la teoría de la argumentación | Fernando Leal and Claudia Álvarez Ortiz - Academia.edu
Introducción a la teoría de la argumentación Fernando Leal Carretero Carlos Fernando Ramírez González Víctor Manuel Favila Vega (coordinadores) Prefacio Cap. 1 Breve historia de la teoría de la argumentación, por Michael Gilbert PARTE I. DOS PROPUESTAS TEÓRICAS Nota preliminar Cap. 2 La argumentación en cuanto práctica, por Carlos Pereda Cap. 3 ¿Qué es un argumento emocional?, por Michael Gilbert Cap. 4 Argumentación multimodal, por Michael Gilbert PARTE II. LA TÉCNICA DE MAPEO DE ARGUMENTOS (ARGUMENT MAPPING) Nota preliminar Cap. 5 Enseñar pensamiento crítico: algunas lecciones de la ciencia cognitiva, por Tim van Gelder Cap. 6 Cómo aumentar nuestra comprensión de los argumentos complejos, por Paul Monk y Tim van Gelder Cap. 7 ¿El estudio de la filosofía mejora las habilidades de pensamiento crítico?, por Claudia Álvarez PARTE III. EL PAPEL DE LA LÓGICA FORMAL Nota preliminar Cap. 8 Límites y virtudes de la formalización lógica, por Federico Marulanda Cap. 9 Si Pegaso tiene alas, ¿existe? Algunas propuestas para evitar el importe existencial de las oraciones cuantificadas, por Natalia Luna PARTE IV. NOTAS, REFLEXIONES Y APLICACIONES DIVERSAS Nota preliminar Cap. 10 Algunas relaciones entre los mitos y los argumentos en la obra de Platón, por Carlos Fernando Ramírez González Cap. 11 El arte de argumentar: una visión del ethos desde América Latina, por Pedro Reygadas Cap. 12 Sobre un aspecto curioso de la argumentación en ciencias sociales, por Fernando Leal Carretero Prefacio Hay muchas razones para estar insatisfechos y aun por momentos desesperados con respecto a las habilidades para leer y escribir que presentan los de por sí pocos mexicanos que acceden a la educación media superior y superior, por no decir los poquísimos que se gradúan e incluso emprenden estudios de posgrado. Con mucha frecuencia escuchamos los lamentos acerca de la falta de comprensión de textos leídos, así como de los errores de ortografía, puntuación y en general redacción de los textos escritos por ellos. Con todo, una de las fallas más profundas y de mayores consecuencias, pero a la vez de las menos claramente percibidas y conceptualizadas, es la de la capacidad de razonar y argumentar. Suele distinguirse entre tres grandes tipos de texto: narrativos, descriptivos y argumentativos. Aunque la distinción es gruesa, es una buena distinción. Partiendo de ella, habría que decir que es sin duda importante que los jóvenes estén en posición de comprender y construir textos narrativos y textos descriptivos; pero lo que con frecuencia olvidamos es que desde el punto de vista de una educación académica seria los textos narrativos y descriptivos son instrumentos necesarios, pero no suficientes, para las argumentaciones. No basta que nuestros jóvenes cuenten historias y describan situaciones; tales narraciones y descripciones son en parte el material para hacer argumentaciones y en parte requieren de argumentación para construirse bien. Cuando decimos que una narrativa tiene “agujeros” o que una descripción es caótica, lo que queremos decir es que les subyace una argumentación defectuosa. Argumentar es en efecto la operación mental y comunicativa que más se necesita en todas las ocupaciones y profesiones. Lo que queremos de nuestros médicos, abogados, ingenieros, historiadores, matemáticos, economistas, filósofos, arquitectos, psicólogos, administradores, etc., es que razonen, que piensen por sí mismos, que piensen productivamente, es decir que, no importa cuál sea el problema que se presente y que les toque resolver, estén en posición de plantear premisas y a partir de ellas sacar conclusiones de acuerdo con reglas sólidas y robustas que excluyan en la medida posible falsedades, fraudes y falacias. Queremos que argumenten, que argumenten mucho y que argumenten bien. Queremos también que entiendan las argumentaciones que se les presenten, y que sepan distinguir cuándo son válidas y cuándo no. La argumentación, el razonamiento, el pensamiento productivo son el corazón de la actividad de cualquier profesionistas. Sin embargo, basta plantear la pregunta de si ocupa en nuestros programas y currícula el lugar que le corresponde para responderla y responderla negativamente. El sistema educativo construido penosamente en la cultura occidental por Carlomagno sobre la base de la tradición grecolatina preveía la enseñanza sistemática de la gramática, la lógica y la retórica como la base de la educación. La gramática era concebida como el arte de leer y escribir correctamente y con conocimiento de causa sobre las estructuras del lenguaje; la lógica era concebida como el arte de utilizar la lectura y la escritura para comprender y construir argumentos válidos así como reconocer, evitar y rechazar los argumentos inválidos; la retórica era concebida como el arte de utilizar gramática y lógica a fin de construir argumentaciones y unirlas a narrativas y descripciones de manera de convencer y persuadir a otros. Eran las tres concebidas como una jerarquía progresiva que tenía que ser aprendida a lo largo de muchos años con innumerables ejercicios, dedicación y disciplina. Al igual que hoy, eran pocos los que accedían a este largo aprendizaje y aun menos los que lo terminaban con éxito. Hoy día siguen siendo pocos los que entran y menos los que terminan; la diferencia estriba en que es posible pasar por las aulas y graduarse sin tener ningún dominio serio de esas artes. La retórica desapareció de nuestros currícula hace mucho tiempo; la extinción de la gramática es de cuño más reciente, pero ya se notan los estragos que ha producido; en cuanto a la lógica, su lugar en la educación media superior —de suyo monopolizado muchas veces por el aprendizaje mecánico de símbolos y fórmulas sin atención al análisis de argumentos reales— ya ha sido puesto en la mira por nuestros burócratas de la educación, empeñados a lo que parece en destruir también este último bastión de cordura y racionalidad. Tal pareciera que nos hemos propuesto acabar con las bases mismas del sistema educativo sin el cual los enormes logros culturales de Occidente son inimaginables. Somos como los herederos de una inmensa fortuna que hemos dilapidado completamente, sin saber muy bien cómo ocurrió el desastre. El cuerpo académico “Retórica, lógica y teoría de la argumentación” fue creado en la Universidad de Guadalajara hace poco más de un año con el propósito firme de contribuir a cambiar este deplorable estado de cosas. Nuestro compromiso es organizar eventos, realizar investigaciones y promover publicaciones en torno a las diversas áreas de estudio anunciadas en su título. Este libro representa nuestro primer esfuerzo. Bajo el nombre “teoría de la argumentation” (argumentation theory) se unen una gran variedad de disciplinas —de la filosofía al derecho, de la lógica a las comunicaciones, de la retórica a la inteligencia artificial, de la lingüística a la ciencia política— con el propósito de comprender cómo argumentamos los seres humanos, cómo están estructurados los textos argumentales que construimos, cómo podemos mejorar nuestras prácticas argumentativas. Es un campo prácticamente desconocido en nuestro medio, y la idea de este libro es informar a docentes, investigadores y estudiantes de educación media superior y superior sobre su existencia y variedad. El origen inmediato del libro fue el I Coloquio de Lógica, Retórica y Teoría de la Argumentación, organizado por nuestro cuerpo académico en Febrero de 2009. Los capítulos 2 y 8 a 12 proceden directamente de ese coloquio, si bien en algunos casos se trata de versiones considerablemente revisadas y aumentadas. Los capítulos 1, 3 y 4 son textos publicados anteriormente y que contienen materiales presentados en el coloquio en una versión más completa. Finalmente, los capítulos 5 a 7 tratan de una cuestión que se mencionó de pasada en el coloquio, pero sin que fuera posible tratarla con detalle; los textos respectivos nos fueron gentilmente proporcionados por sus autores para redondear la colección. El capítulo 1 contiene un texto ampliamente considerado como la mejor historia breve del campo de la teoría de la argumentación. El resto del libro, que comprende los capítulos 2 a12, está organizado en cuatro bloques temáticos, precedidos cada vez por una breve nota en que intentamos situar al lector en la problemática que abordan los capítulos contenidos en ellos. Para terminar quisiéramos insistir que este libro es solamente un primer esfuerzo. Queda muchísimo por hacer. Nosotros al menos estamos comprometidos a continuar con la labor que inicia aquí. Pero un libro no es nada sin quienes lo usan. Ojalá que este producto primerizo resulte útil a todos aquellos estudiantes y docentes que están conscientes de que algo anda mal y ya han comenzado a comprender en dónde está el problema. Sin querer restarle importancia a la preocupación tantas veces expresada por los problemas de ortografía y redacción, el problema de fondo es muy otro. Que nuestros estudiantes lean tan mal en voz alta es triste, pero el problema de fondo es muy otro. Que no comprendan lo que leen es un diagnóstico que se aproxima más al problema, pero no lo atrapa todavía con precisión. El problema, tal es nuestra convicción, está en el desconocimiento y la falta de cultivo del arte de argumentar. Los coordinadores Guadalajara, marzo de 2010 Capítulo 1 Breve historia de la teoría de la argumentación* Michael A. Gilbert York University La filosofía ha estado íntimamente conectada con la argumentación [argument] desde su inicio en la antigüedad.1 El filósofo después de todo rara vez recurre a las herramientas y experimentos que se usan en las ciencias físicas y sociales. El filósofo no suele defender una particular teoría o un particular enfoque filosófico mediante investigación empírica, y la referencia al mundo “real” se restringe en la mayoría de los casos a experimentos mentales [Gedankenexperimente]. Más bien, los filósofos utilizan la argumentación para determinar si una posición tiene fallas y debilidades, y esperamos que quien pierde una discusión filosófica abandonará su posición o —acaso más realistamente— se retirará del campo de batalla para efectuar reparaciones. Tal vez el hecho de que la filosofía se apoye en la argumentación ha resultado en que los filósofos hayan siempre tenido un respeto enorme por su importancia así como un sentido fuerte de responsabilidad por su estudio, tanto formal como informal, y por su propagación pedagógica. Desde los tiempos de Aristóteles ha habido dos modos básicos de estudiar la argumentación dentro de la filosofía. El primero es formal y utiliza los modelos de la lógica deductiva. El segundo, que como el primero se remonta a Aristóteles (e incluso antes de Aristóteles), es práctico y se lo ha venido a llamar “lógica informal” [informal logic] o “pensamiento crítico” [critical thinking] o de alguna manera similar. En tiempos * [Nota de los coordinadores. Este texto es una traducción (hecha por Fernando Leal Carretero) del primer capítulo del libro de Michael Gilbert, Coalescent argumentation (Mahwah, New Jersey, Lawrence Erlbaum, 1997, pp. 3-27). Dicho capítulo lleva el título “La historia recente de la teoría de la argumentación” y va acompañado en el libro mencionado por una nota que reza: “Aunque este capítulo puede ser de interés para todos los lectores, su intención es prestar asistencia a quienes no tienen una familiaridad completa con la teoría de la argumentación contemporánea.” Los derechos sobre la traducción pertenecen a la editorial Lawrence Erlbaum, la cual gentilmente concedió permiso para esta publicación.] 1 [Nota del traductor. Conviene advertir que la palabra inglesa argument tiene al menos tres posibles traducciones en el español usual, una cotidiana y dos técnicas. En su uso cotidiano, no técnico, se traduciría por “discusión”, con todos los sentidos positivos o negativos de esta palabra en nuestra lengua. En su primer uso técnico se traduciría como “argumento” en el sentido en que se usa en filosofía, lógica y metodología, es decir en el sentido de un conjunto de proposiciones dotadas de una cierta estructura deductiva (se diría entonces, por ejemplo, que un argumento tiene una “conclusión” y un cierto número de “premisas” de las que ella se deriva). En su segundo uso técnico se traduciría como “argumentación” en el sentido de un proceso o actividad por la cual un interlocutor “discute” con otro (en el sentido cotidiano) o le presenta a un auditorio sus “argumentos” (en el primer sentido técnico); en este segundo sentido se utiliza en inglés también la palabra argumentation, que es más explícita. Dada esta multiplicidad de sentido de la palabra inglesa argument, ciertas cosas que se dicen pueden sonar por momentos algo extrañas, por lo que se pide al lector una cierta indulgencia.] recientes, sin embargo, cambios dramáticos han tenido lugar en el tipo de trabajo que se hace en argumentación, de tal modo que ahora podemos decir que un campo virtualmente nuevo ha sido creado sobre los viejos fundamentos. Bajo el nombre de “teoría de la argumentación” [argumentation theory], esta nueva arena de indagación académica hunde sus raíces en la década de los 50 del siglo XX, pero es hasta años recientes que ha asumido una forma que es lo suficientemente definible como para que se le considere una subárea (relativamente) independiente. Además de la lógica deductiva formal y del pensamiento crítico, la teoría de la argumentación se vale de la teoría formal del diálogo, la filosofía del lenguaje (especialmente en forma de la teoría de los actos de habla [speech act theory]), la teoría de la comunicación, el análisis del discurso y varias áreas de la psicología. Las notas que distinguen a la teoría de la argumentación como algo distinto de sus predecesoras son dos. La primera nota distintiva es un énfasis fuerte en la argumentación dialógica, es decir en dos personas que argumentan en conversación o discusión, antes que la tradicional persona sola que se enfrenta con un trozo de texto. La segunda nota distintiva es que los teóricos de la argumentación ven crecientemente las argumentaciones como situadas o como ocurriendo en un contexto localizable, el cual puede de suyo tener un impacto tanto en las argumentaciones como en los argumentadores. Mi propósito aquí es describir la historia reciente del campo y exponer los varios y distintos enfoques dentro de la filosofía y otras disciplinas que tienden crecientemente a entremezclarse y a evolucionar lentamente hacia un enfoque más unificado. Estos enfoques involucran, entre otras cosas, y en una medida poco usual hasta ahora, la utilización de varias ramas de las ciencias sociales así como de trabajos procedentes de círculos filosóficos europeos. Por ello enfatizaré aquí propuestas de académicos que serán menos familiares al lector. Espero poder demostrar la renovada vitalidad de la teoría de la argumentación y estimular a otros investigadores a hacerse cargo de las conexiones que su propio trabajo pudiera tener con esta área. Si bien todas las raíces de la lógica formal e informal se remontan virtualmente a Aristóteles, no vamos a revisarlas aquí. Hay, sin embargo, una distinción introducida por él que es crucial: la distinción entre dialéctica y retórica. La dialéctica busca la verdad mediante la lógica y el razonamiento mientras que la retórica usa la persuasión y la emoción para influir sobre la mente de un auditorio. Aristóteles pudo de hecho no haber visto las diferencias entre dialéctica y retórica como tajantes, pero separó las dos áreas y creó un campo de estudio para cada una. Comoquiera que ello sea, la distinción ha tenido un impacto profundo sobre la historia de la lógica y la argumentación, y ha sido el fundamento para lo que a veces se llama la “dicotomía convencer/persuadir”. De acuerdo con esta distinción, convencer es usar la razón, la dialéctica y la lógica, mientras que persuadir es apoyarse en la emoción, el prejuicio y el lenguage. De la mano con esa distinción va la separación de la retórica por Aristóteles en tres áreas distintas: logos, ethos y pathos. El resultado de esta división de la retórica ha sido suponer que se trata de tres campos distintos, cada uno de los cuales se refiere a la argumentación de una manera muy diferente y no relacionada con los otros dos. Así fue que se desarrollaron tres áreas distintas virtualmente independientes entre sí. La lógica formal (logos) se enfocaba sobre los aspectos estructurales de los argumentos y en particular sobre la articulación y amplificación para algunos dolorosamente exacta del concepto de validez formal. El ethos, hasta donde se le concedió atención por parte de los filósofos, se convirtió en una parte de la Lógica Informal manifestada en nociones como los argumentos ad hominem, ad misericordiam y ad verecundiam. En cuanto al pathos o la emocionalidad, que Aristóteles veía como central, se le dio aun menos atención. Ciertamente se habla de algunas falacias, que como las recién citadas del ethos, pueden verse como conectadas de alguna forma con el pathos, pero la distancia es aun mayor (véanse Walton 1992, 1994, para discusiones de este tema). No todas las disciplinas ignoró las categorías no formales del ethos y el pathos. La retórica clásica y moderna guardó interés por el ethos y su impacto en la confección de discursos. El pathos, por su parte, fue adoptado por la psicología y más adelante por la teoría de la comunicación. Para los filósofos, sin embargo, estos dos aspectos de la obra de Aristóteles no fueron relevantes en la construcción de argumentos buenos, válidos, convincentes. No que los filósofos creyeran que ethos y pathos carecían de impacto sobre la aceptación o rechazo de los argumentos, sino que más bien parecían creer que esos factores no deberían tener tal impacto. Con otras palabras, uno debería aceptar y rechazar argumentos sobre la base del logos solo. Es importante notar el supuesto implícito que el logos puede existir solo independientemente del ethos y el pathos. Este axioma, que en lo esencial nadie ha defendido, es central al enfoque filosófico tradicional de la lógica informal, y ha permanecido más o menos incólume hasta la época relativamente reciente a la que nos abocamos a continuación.2 LA NUEVA RETÓRICA DE PERELMAN Hay dos estudiosos generalmente considerados los fundadores de la teoría de la argumentación contemporánea, especialmente como se la entiende en Estados Unidos y Canadá. El primero es el jurista y teórico de la argumentación Chaïm Perelman, y el segundo el filósofo británico Stephen Toulmin. En un caso sorprendente de sincronicidad estos dos autores publicaron sus trabajos seminales casi simultáneamente. Perelman publicó en francés La nouvelle rhétorique [NR] con Lucie Olbrechts-Tyteca en 1958, mientras que la obra clásica The uses of argument [UA] salió ese mismo año por Cambridge University Press. Como no fue sino hasta 1969 que la University of Notre Dame Press sacó la traducción de NR por John Wilkinson y Purcell Weaver bajo el título A new treatise of argumentation, la obra de Toulmin tuvo un impacto inmediato mucho más grande en la comunidad filosófica de habla inglesa. Otro progenitor de la teoría de la argumentación quien tuvo una marcada influencia en Europa, pero sólo recientemente en 2 El estudio filosófico de la argumentación continuó a lo largo de la Edad Media con refinamientos y vastas alteraciones y correciones, disputas y pleitos. Todo esto ha sido bien investigado y documentado por estudiosos como Guthrie (1971), Hamblin (1970), Rescher (1967), Kneale & Kneale (1962), Bochenski (1970) y muchos otros. Como el foco de este ensayo es en cómo se convirtieron estos inicios en la Teoría de la Argumentación, dejaré su historia temprana en estas manos demonstradamente capaces. Estados Unidos y Canadá es Arne Naess. Su obra se escribió en inglés en 1953 (Interpretation and preciseness) y es una contribución importante, pero poco atendida. En lo que sigue nos ocuparemos de estas tres obras poniendo el énfasis en sus contribuciones específicas a la naturaleza de la teoría de la argumentación, antes que en sus visiones filosóficas completas. El enfoque de Perelman sobre la argumentación descansa sobre varios supuestos clave. El primero es que separar los argumento en diferentes categorías como lógicos, dialécticos o retóricos no tiene razón de ser. Sencillamente no hay manera, fuera de las matemáticas y la lógica formal, de usar premisas evidentes de suyo junto con razonamiento lógicamente garantizado para llegar a conclusiones seguras. Esto se sigue de que NR niega la existencia de los puntos de partida evidentes de suyo que se requerirían: “No creemos en revelaciones definitivas, inalterables, cualquiera que sea su naturaleza u origen. Y excluimos de nuestro arsenal filosófico todos los datos inmediatos, absolutos, llámeselos sensaciones, evidencia racional o intuición mística” (Perelman 1969, 510). De manera que, en primer lugar, todo punto de partida en un argumento puede ser cuestionado y por ello el insumo evidente de suyo que requeriría la máquina generadora de verdad lógica no puede echarse a andar. En segundo lugar, los argumentos basados en modelos puramente formales de la argumentación, es decir la lógica formal, son, en el mejor de los casos, intentos de reducir y traducir lenguaje real, inherentemente ambiguo, a términos formales. Tales argumentos se llaman “cuasilógicos” para oponerlos a los lógicos propiamente dichos, dado que siempre se podrá debatir cuál es en realidad su forma. El rasgo suelto más importante del programa de NR es la idea de que la verdad no es manifiesta. Es decir, no hay manera que podamos, en el curso de una argumentación, apuntar simplemente a la verdad: no hay “luz natural” que emitan las proposiciones verdaderas y de la que las falsas carezcan. La argumentación es por tanto la primera y única manera que tenemos de alcanzar verdad no formal, de manera que tampoco podemos apelar a la verdad misma como criterio que determine cuáles argumentos son mejores. El título mismo de la obra de Perelman y Olbrechts-Tyteca exige una reinterpretación de la relación entre verdad y retórica, es decir argumentación. El tipo de retórica que se discute es “nuevo”: no enfatiza los miles de maneras en que un discurso puede hacerse florido, sino que se enfoca más bien en las maneras en que la adhesión de un auditorio particular puede aumentar mediante la razón y la argumentación. El abandono de tesis identificablemente verídicas como la meta de la argumentación explica por qué la noción de adhesión es tan central a la obra de Perelman. Dice él en su (muy accesible) libro El reino de la retórica que el propósito de la argumentación es “obtener o aumentar la adhesión de los miembros de un auditorio a tesis que se le presentan para consentir a ellos” (1982, 9). Después de todo, si no hay verdades evidentes de suyo podemos solamente creer una proposición en un cierto grado (mayor o menor) y, cuando argumentamos, el fin del argumentador será aumentar la adhesión del auditorio a la particular proposición o posición de que se trate. La adhesión debe ser suficientemente grande para soportar la acción tanto como la simple creencia. No argumentamos aisladamente. Los argumentos son sobre cosas reales que se les presentan a personas reales. “Para que la argumentación exista debe realizarse una comunidad efectiva de mente en un momento dado” (1969, 15). Esta comunidad es construida por el hablante, y es la adhesión de ese auditorio lo que el hablante busca. Cada auditorio tiene sus creencias aceptadas y se ceñirá a ciertos modos de prueba y argumentación. “En efecto, dado que la argumentación tiene por fin asegurar la adhesión de aquellos a quienes se dirige, es completamente relativa al auditorio que se trata de influenciar.” (1969, 19). De esa manera, un argumento persuasivo dirigido a dos auditorios separados respecto de las mismas tesis podrá ser construido y presentado en formas completamente diferentes. Es el auditorio el que nos da los supuestos iniciales acordados que se requieren para empezar a argumentar, y el que proporciona el marco para el contenido y estilo de la argumentación. No todos los auditorios son iguales: unos son de élite mientras que otros son comunes. Por encima de todos está el auditorio universal, un constructo que representa el auditorio más amplio y juicioso al que puede uno dirigir un argumento. La filosofía, la ciencia y los “mejores” argumentos generalmente tienen al auditorio universal como su auditorio construido. “Cada persona constituye al auditorio universal a partir de lo que sabe de sus congéneres y buscando transcender las pocas oposiciones de las que es consciente. Cada individuo, cada cultura, tiene así su propia concepción del auditorio universal” (1969, 33). Y sin embargo, el concepto sigue manteniendo su fuerza como resultado de la manera en que se construyó. El argumentador individual debe construir sus argumentos como aceptables para el grupo más amplio posible. Eso significa que (si dejamos de lado el autoengaño flagrante) la necesidad psicológica de admitir objeciones de varios miembros del auditorio, reales o hipotéticos, actuará como control sobre la naturaleza de la argumentación siempre y cuando el argumentador la dirija hacia el auditorio universal. Perelman y Olbrechts-Tyteca proporcionan una extensa y útil taxonomía de los argumentos como se usan en el discurso práctico. Enfatizan especialmente discursos dirigidos a un auditorio y no —como lo hacen trabajos más recientes— el argumento dialógico. Es sorprendente que a pesar de la importancia del auditorio para Perelman le ponga relativamente poca atención a la argumentación dialógica. Se hace mención a ella, pero no está en el núcleo del libro excepto como ejemplo de un tipo de auditorio. En efecto, la argumentación dialógica resulta ser un ensayo de argumentación ante un auditorio más grande: “El significado filosófico de la adhesión del interlocutor en el diálogo es que el interlocutor es considerado como encarnación del auditorio universal” (1969, 37). Perelman y Olbrechts-Tyteca reconocen que la “discusión” pura que es heurística, como opuesta al “debate” que es erístico, son polos extremos de un continuo. La mayoría de los diálogos caen entre los dos extremos e involucran aspectos de ambos. Pero al final la argumentación dialógica es secundaria y derivativa del discurso ante un auditorio más grande. La obra de Perelman hizó la bandera de la argumentación como lo que usamos para ubicar la verdad y la agitó ante las huestes de los lógicos formales y los retóricos clásicos. El primer grupo —los lógicos formales— había comenzado a confrontar la verdad de que el argumento formalizado estaba radicalmente divorciado de la argumentación real; y el segundo —los retóricos clásicos— tuvo que comenzar su modernización alejándose del análisis de discursos clásicos y hacia la “nueva” retórica que involucraba persuasión, adhesión y audiencias reales. Al negar la separabilidad de lógica y retórica Perelman forzó a los teóricos de la argumentación a pensar de modos nuevos, integrados. Un efecto de NR y obras posteriores escritas por Perelman solo fue enfatizar la aridez e irrelevancia de la lógica deductiva formal para la argumentación. El abandono de la verdad absoluta no matemática (o al menos de nuestra capacidad para reconocerla), hubo que hacerse cargo de la importancia del auditorio real, y la noción de aumento de la adhesión como fin de la argumentación contribuyeron juntas a re-enfocar los estudios retóricos modernos. El impacto inicial de Perelman, sin embargo, se encontraba más en los estudios de comunicación y retórica que en la filosofía, especialmente en Estados Unidos y Canadá. Mientras que este autor no era desconocido en los círculos filosóficos (véase Natanson & Johnstone 1965), su obra sólo recientemente ha capturado la atención de muchos estudiosos de la argumentación que vienen de la filosofía. TOULMIN Y EL MODELO DWC La falta de atención no fue ciertamente el problema con el segundo de los ancestros. El libro de Stephen Toulmin, Los usos de la argumentación (UA) ha recibido la atención de filósofos, retóricos y teóricos de la comunicación. El libro comparte muchos prejuicios de NR, el más notable de los cuales es la importancia acordada al auditorio (los “campos” en Toulmin) y a la creencia de que la lógica formal es irrelevante al discurso ordinario. De hecho, una gran parte del libro de Toulmin es un ataque directo a la relevancia de la lógica formal a cualquier cosa que no sean las matemáticas. Escribiendo muy en la tradición del “lenguaje ordinario”, Toulmin buscaba desinflar las pretensiones de aquellos que veían a la lógica formal como el árbitro propio de la corrección argumentativa.3 Esto implicaba aclarar varios conceptos clave. Una de esas nociones claves introducidas por Toulmin era la idea de un ‘campo’ (field) como una arena de discurso más o menos circunscrita en cuanto al dominio de temas a tratar. La lógica formal, arguyó Toulmin, se veía a sí misma como la que proporciona criterios de argumentación válida para todos y cada uno de los campos independientemente del tema. Esto llevó a la conclusión de solamente la argumentación en las disciplinas formales podría ser correcta toda vez que ellas eran las únicas con suficiente precisión (1958, 43). Pero si uno examina la terminología se vuelve claro que buena parte de ella le fue co-optada al lenguaje ordinario por la lógica. Términos como ‘posible’, ‘necesario’, y ‘lógico’ tienen cada una significados diferentes en áreas diferentes. El término ‘lógico’ usado en una argumentación sobre modus ponens requeriría probablemente una interpretación formar, pero la misma palabra usada en una predicción sobre la rotación de lanzadores del equipo Blue Jays de Toronto en 1995 significaría algo substancialmente 3 No es claro a quién tenía Toulmin en mente como defensor de esta posición. A diferencia de sus argumentos contra las ideas de Kneale y Carnap sobre la probabilidad, los argumentos con el logicismo virulento que Toulmin ataca no se asignan a filósofos específicos. De hecho, sería difícil encontrar a nadie en esa época que sostuviera la postura que Toulmin describe. menos riguroso que “lógicamente necesario”. Toulmin concluyó que aspectos de lo que ocurre en una argumentación podían separarse en aquellos que son “campo-dependientes” y aquellos que son “campo-invariantes”. El nuevo lógico, preocupado por las argumentaciones reales, se enfocaría en los aspectos campo-invariantes que se aplican en cualquier discurso (1958, 15). Todo argumento, por ejemplo, habría que suponer que tiene una tesis o conclusión que se propone como verdadera, mientras que, por otra parte, los tipos de evidencia4 relevantes en un campo podrían ser irrelevantes en otro. La conexión entre los campos de Toulmin y los auditorios de Perelman tiene que ver con la importancia de reconocer la variabilidad como un componente legítimo en el análisis de argumentos. Los tipos de dato que se ofrezcan, el grado de apoyo que proporcione y el nivel de apoyo requerido para que se acepte una tesis no serán los mismos en todas las arenas de ocupación humana. Los matemáticos, por ejemplo, podrían requerir certeza y no contentarse con nada menos que una completa reductio antes que abandonar una proposición o aceptar su negación. El comprador de un automóvil, por otro lado, podría aceptar todo tipo de evidencia con extremadamente diferentes grados de confirmabilidad, incluyendo informes de revistas respetables, lo que le han dicho sus amigos y reacciones emocionales. Dicho brevemente, Toulmin estaba de acuerdo con Perelman en que la situación es relevante a cómo se juzga un argumento: el lugar en que ocurre, el asunto que se discute, la persona que defiende una postura. Sin embargo, el grado en que la situación es relevante era limitado en Toulmin, cuya búsqueda se enfocaba en encontrar los rasgos campo-invariantes que podían aplicarse y estudiarse en todos los casos, si bien siempre en escenarios naturales de discusión. La contribución más permanente de Toulmin fue, por supuesto, su modelo de la argumentación. Este modelo, al que se hace referencia a menudo como el modelo DWC, intenta proporcional una representación geométrica de la argumentación real tal como ella podría ocurrir en una situación particular. Un argumento normalmente comienza con una afirmación llamada la tesis (en inglés claim, C), junto con su datos o datos (data, D). Si se plantea una duda o pregunta, entonces se podrá elaborar la combinación anterior —que con frecuencia es entimemática— para dar lugar a un sustento (warrant, W). La tesis podría ser algo como: “Cuidado cuando discutas con Pepe, que es muy bueno para discutir”, junto con datos como: “siendo como es licenciado en filosofía”. El sustento para inferir la tesis a partir del dato podría ser algo así como: “En general, los licenciados en filosofía son buenos para discutir”. También puede añadirse un modalizador (qualifier, Q) como “probablemente” (“por lo que probablemente Pepe ha de ser bueno para argumentar)”, o bien una anticipación de objeciones (rebuttal, R) como “a menos que Pepe haya reprobado”. Finalmente, existe el apoyo (backing, B) del sustento, el cual apela a teoría y supuestos generales de quienes están subscritos al campo. Un posible apoyo en el ejemplo que venimos usando podría ser: “Los licenciados en filosofía usualmente estudian la argumentación y se vuelven duchos en ella por pensar y escribir críticamente”. Poniendo 4 [Nota del traductor. La palabra inglesa evidence se refiere a las premisas y datos que apoyan un argumento dado. La traduzco aquí por “evidencia” para evitar perífrasis complicadas y en vista de que tal anglicismo está comenzando a usarse de manera corriente en este sentido particular.] todo esto junto el modelo se ve así: Faltan parámetros necesarios o son incorrectos. Este modelo está muy lejos de la disposición argumental típica de la deducción natural. En primer lugar incluye elementos que realmente usamos en los argumentos ordinarios y presta atención al proceso de justificar y defendir una afirmación, en lugar de enlistar una justificación formal de acuerdo con un conjunto de reglas transformacionales. Se notará empero que el modelo de Toulmin tiene todavía una cierta apariencia deductiva. Los datos parece ser una premisa menor y el sustento la premisa mayor. Podemos insertar la calificación modal y probablemente formalizar la objeción. Con todo, el hecho de que esto pueda hacerse no significa que el modelo es esencialmente deductivo, sólo que los diferentes modelos pueden traducirse entre sí. La importancia de este modelo desde el punto de vista de la teoría de la argumentación es que nos alejamos de otros que se orientan al pensamiento matemático y nos acercamos al pensamiento característico de la jurisprudencia. En ambos casos es importante justificar y dar razones, pero en el segundo es algo de lo que el argumentador dispone. Es también importante notar que el modelo DWC asume que los argumentos generalmente ocurren entre personas. Sustento, apoyo y anticipación de objeciones aparecen según se les requiera. Es decir, el argumento se presenta de forma escueta y el resto se añade cuando un interlocutor demanda mayor información. Este fue uno de los primeros ejemplos de que crecía la conciencia de que la argumentación es esencialmente dialógica, por limitado que sea el modelo. La presencia del interlocutor queda en Toulmin apuntada más que afirmada. Debemos asumir que sustento, apoyo y anticipación de objeciones son respuesta a algo, ¿y qué podría ser eso si no una petición de una persona que requiere más información? De esa manera el argumento en Toulmin sigue planteándose con un solo hablante en mente, por cuanto el resultado es que produce una sola persona en respuesta a un interlocutor invisible. Con todo, Toulmin reconoció que los argumentos son a menudo interactivos y que lo que ocurre en ellos es frecuentemente una función de la interacción. La mayor debilidad de Toulmin, desde un cierto punto de vista, reside en la naturaleza inherentemente oposicional de su enfoque. “La lógica (podríamos decir) es jurisprudencia generalizada” (1958, 7). Con otras palabras, lo que hacemos es una versión no refinada de lo que ocurre en un juzgado. Primariamente esto significa que la argumentación sería oposicional y de suma cero. Sólo habrá un ganador y un perdedor, y cada argumento será juzgado y evaluado de manera independiente. Por buen punto de partida que haya sido el modelo de Toulmin, concebía a la argumentación como una lucha intelectual, no como un episodio entre dos personas que se centra en el disenso. EL PRECISAMIENTO DE ARNE NAESS Arne Naess, el filósofo y lógico noruego, es el tercer progenitor de la teoría de la argumentación contemporánea. Su mayor influencia ha sido en la teorización europea, particularmente alemana y holandesa. Naess, a diferencia de Toulmin y Perelman, como pensando y trabajando en términos dialécticos. La argumentación para él es algo que pasa entre dos personas en un contexto interactivo. Además, las primeras fases de la teoría del diálogo o la dialéctica formal son atribuibles a él en su Interpretation and preciseness (1953), casi veinte años antes que la introducción por Hamblin de los juegos dialógicos en 1970. Naess desarrolló reglas para las interacciones que colocaban la dialéctica en el centro del escenario. Van Eemeren, Grootendorst y Kruiger (1987, 115) citan el siguiente pasaje de su obra Wie fordert man heute die empirische Bewegung? (1956): Tal vez la mejor manera de describir lo que quiero decir es ‘dialéctica’…. En mi terminología, debate o dialéctica es una parte de la investigación; es decir, es una forma de comunicación verbal intersubjetiva sistemática por la cual los malentendidos pueden aclararse y los puntos de vista individuales someterse a rechazo o aprobación. Esto no debe entenderse como una definición normativa, sino como una aproximación a una definición descriptiva. Naess específicamente veía al lenguaje como dependiente del contexto. Un conjunto de palabras que tienen un significado particular en una ocasión, nos dice, podrían “expresar algo completamente diferente en otro contexto” (1966, 9; cursivas en el original). Y también (Naess 1953, 1): Las expresiones habladas y escritas no se abstraen del contexto de individuos hablando, escribiendo, escuchando y leyendo esas expresiones… Los materiales básicos para nosotros son ocurrencias de enunciados. Así, “llueve” no es en sí mismo un objeto inmediato de estudio, sino que nos ocupamos de “llueve” en cuanto se enuncia o escucha, o en cuanto es instanciado en un texto. Las palabras sólo tienen significado en cuanto usadas por personas en un contexto particular. Por consecuencia, lo que se vuelve crucial es entender la terminología usada en una situación dada: los significados en cuanto comunicados entre usuarios del lenguaje. Con esto en mente Naess se enfoca en la noción de “precisamiento” (precization), una técnica para crear acuerdos lingüísticos cada vez más finos entre los protagonistas. Naess está preocupado por encontrar un método para hacer las expresiones cada vez más precisas de manera que los participantes en un diálogo se acerquen a la comprensión mutua y la resolución. De dos expresiones a y b, una será normalmente más precisa que la otra si comparten un conjunto de expresiones alternativas pero a tiene menos alternativas que b. Naess define a como más precisa que b bajo las siguientes circunstancias (Naess 1953, 6): Si, y sólo si, cada alternativa sinonímica de a es también una alternativa sinonímica de b, y existe al menos una alternativa sinonímica de b que no es una alternativa sinonímica de a, y a admite al menos una alternativa sinonímica, entonces a se dirá ser más precisa que b. Esto es puesto en términos menos técnicos en Communication and argument (1966, 39) como sigue: Que una expresión U sea un precisamiento de una expresión T significa aquí que todas las interpretaciones razonables de U son interpretaciones razonables de T, y que existe al menos una interpretación razonable de T que no es una interpretación razonable de U. Una vez establecida la noción básica Naess continúa proporcionando reglas y lineamientos para precisar expresiones en el curso de la argumentación. Esto requiere extensas aclaraciones de los modos de definir y permite, en la obra más técnica de 1953, una formalización del concepto de precisamiento y de su relación con los varios modos de definir. El impacto de esta obra puede verse con la mayor claridad en la obra de Else Barth y Erik Krabbe, así como en van Eemeren y Grootendorst. Digno de nota es que parece haber un supuesto implícito en la obra de Naess de que la precisión conduce a o representa ya comprensión, pero no hay argumento explícito de esto. De hecho, uno podría alegar que una cierta dosis de ambigüedad puede ser importante a la argumentación en la medida en que permita enfocarnos más en los problemas principales y evitar exposiciones exageradamente detalladas. Naess, sin embargo, teme el “pseudo-acuerdo” que se da cuando dos argumentadores piensan que están de acuerdo, pero no lo están en realidad, más que la continuación de largas argumentaciones. Evitar esta trampa es la virtud del axioma de que al ser precisos se promueven la comprensión y el enfocarse a los problemas. LOS DIALÉCTICOS Los tres autores que he presentado hasta ahora han sido todos instrumentales en desplazar el foco de la teoría de la argumentación de los argumentos como artefactos a los argumentos como proceso humano. Sus obras tuvieron gran impacto, si bien en arenas generalmente distintas. Tanto Perelman como Toulmin fueron (y son) citados ampliamente por investigadores en teoría de la comunicación y estudios del habla, pero Perelman no ha recibido mucha atención por parte de los filósofos. Naess ha sido ante todo leído por los europeos y, como el resto de los formalistas, en gran medida ignorado por la teoría de la comunicación. Al mismo tiempo que Toulmin y Perelman escribían, los lógicos informales les enseñaban a sus estudiantes pensamiento crítico (critical thinking) y falacias, primariamente mediante textos como la Introducción a la lógica de Copi, publicada por vez primera en 1951. En este garbo, las falacias se presentan brevemente y utilizand ejemplos en su mayoría inventados o tomados fuera de contextos. No fue sino hasta 1971 que Howard Kahane, en respuesta a los tiempos cambiantes y las demandas de los estudiantes de los años 1960, publicaron Logic and contemporary rhetoric: the use of reason in everyday life. El “cambio radical” fue que el libro de Kahane tomaba ejemplos actuales de los periódicos y revistas que se ocupaban con asuntos que les interesaban a los estudiantes o al menos que ellos podían reconocer. Esto significó que las falacias estaban ahora más situadas que en los libros anteriores. Pero seguía siendo el caso que los filósofos interesados por la teoría de la argumentación se ocupaban exclusivamente de lógica informal y su centro de atención era pedagógico. Fue el estudio de las falacias y las demandas pedagógicas de los cursos de razonamiento crítico los que guiaban su trabajo y sus temas. Hubo excepciones notables a esto, a saber el filósofo británico C.L. Hamblin y los norteamericanos Henry Johnstone y Nicholas Rescher. Si bien cada uno de ellos tenía un enfoque diferente, sus perspectivas compartían la visión clara de que se necesitaba un cambio en los acercamientos que se usaban en aquel tiempo. Como su obra debería ser familiar a la mayoría de los lectores me ocuparé sólo brevemente con ellos. En la obra hoy clásica de Hamblin Fallacies (1970) argüía él que el enfoque tradicional, el “tratamiento estándar”, de las falacias no funcionaba. En lugar de eso, para comprender las falacias debemos primero comprender la argumentación: “A alguien que simplemente hace afirmaciones falsas, por absurdas que sean, no se le puede acusar de falacia a menos que las afirmaciones constituyan o expresen un argumento” (1970, 224). La discusión de Hamblin sobre el “argumento”, en un eco de Perelman, permite que el concepto no sea ni de lejos tan nítido como los lógicos, tanto formal como informal, quisieran, sino que más bien depende del contexto. “La relación lógica real entre premisas y conclusión puede ser tan variada como se quiera” (1970, 230). La falacia para Hamblin es también un asunto de contexto. Él insistía en que las falacias y errores en la argumentación realmente sólo tenían sentido en el contexto de la dinámica de la dialéctica. De la falacia de equivocación, por ejemplo, decía que “… casi nunca suponemos que una palabra es equívoca hasta que tenemos problemas con ella” (1970, 294). Esto va contra el tratamiento estándar en el que las falacias se consideran algo instancias identificables que pueden encontrarse en tal o cual argumento individual. En su penúltimo capítulo, “Dialéctica formal”, Hamblin reconoce la vital importancia de la argumentación como algo que ocurre entre personas. Introduce, a la luz de esta idea, un método de dialéctica formal o conjunto de juegos dialógicos. Estos se encuentran entre los primeros intentos de crear un sistema de jugada y contrajugada que permita rastrear los argumentos y supuestos usados por los disputantes. La idea central es que en al argumentar cada argumentador adquiere ciertos “compromisos” que se colocal figurativamente en su “almacén de compromisos”. El objeto del juego es forzar al interlocutor a comprometerse con afirmaciones que se contradigan entre sí. Esta formalización permitió la investigación de nociones cruciales como “carga de la prueba”, “inconsistencia” y “ganar” en el contexto de la argumentación. Henry Johnstone Jr. es de los primeros norteamericanos en escribir sobre argumentación. Como la mayoría de los filósofos que trabajan en esta área, es un dialéctico: un teórico de la argumentación que ve un modo específico y especial de argumentar con su propio conjunto de valores, actitudes y procedimientos que pueden etiquetarse como ‘dialéctica’. Hacer dialéctica es buscar un resultado que es indisputable sea porque es la verdad o porque se sostiene mejor ante sus adversarios que cualquiera de sus competidores. No hay que creer que dialéctica produce la verdad, solamente que la verdad se sostiene frente a una argumentación sin trampas.5 Un dialéctico cree que la argumentación debe conducirse de acuerdo con reglas y convenciones que sirven para identificar la teoría o posición que mejor resiste el ataque y la crítica. Un retórico en cambio cree que tales reglas y procedimientos son ellos mismos objetos de la retórica y por 5 No hay que ser realista acerca de la verdad para ser dialéctico. Basta sostener el punto de vista de que la mejor teoría es que se sostiene mejor a modo específicos (dialécticos) de escrutinio. ello parte integral de la teoría que se trata de defender (véase Weimer 1984). Además de Johnstone, otros filósofos dialécticos son Rescher y Toulmin, mientras que los retóricos mencionados hasta ahora incluyen a Perelman y Naess. Johnston era un dialéctico extremo. Creía con gran fuerza que hay modos distintos de argumentar que dependen de la intención del argumentador. En particular, la argumentación filosófica (junto con otras formas, como la científica) es especial por cuanto tiene como fin la idea de la verdad o al menos de la claridad de visión o la investigación de una teoría de acuerdo con reglas y principios de racionalidad. En sus críticas de Perelman y Olbrechts-Tyteca, a Johnstone le preocupaba especialmente que descuidaban o no parecían capaces de distinguir entre la dialéctica filosófica por un lado y la retórica o la argumentación ordinaria por el otro. En este último caso, pero no en el primero, persuadir a un opositor es el foco de atención. “La meta del filósofo al argumentar ha sido usualmente más que simplemente asegurar la adhesión a su tesis. Más específicamente, ningún filósofo con escrúpulos estaría satisfecho si lograse el asentimiento utilizando métodos ocultos para su auditorio” (1978, p. 133). La retórica para Johnstone, incluso la “nueva retórica” de Perelman y OlbrechtsTyteca, no es apropiada para la investigación dialéctica de cuestiones filosóficas. Cuando se persigue la verdad filosófica no se usan técnicas retóricas. Uno sigue prácticas de argumentación honestas y correctas, diseñadas para conducir al descubrimiento de la postura más racional y lógica. Johnstone, sin embargo, no confronta directamente los argumentos de Perelman según los cuales somos incapaces de distinguir entre lo retórico y lo dialéctico de una manera sistemática. Esto significa que Johnstone nunca se ocipa de preguntas del tipo siguiente: ¿basta un tono de voz enfático para hacer retórico a un argumento?, ¿basta la presentación de una cadena de argumentos similares, pero ingeniosamente relacionados?, ¿qué decir de la anticipación de contraargumentos?, ¿es retórico construir rutas de respuesta o escape?, ¿no son retóricas las decisiones que hace un autor acerca de qué va en el texto y qué va en notas a pie de página?6 La obra de Nicholas Rescher —dialéctico no menos convencido— en el área de la teoría de la argumentación se remonta antes de que el campo como tal existiese. Si bien él acaso no se habría visto a sí mismo como participantes en este campo específico, una gran parte de sus esfuerzos se habían dirigido hacia la aclaración de los conceptos cruciales al área. Como su obra es generalmente bien conocida de la comunidad filosófica, bastará aquí apuntar que su examen de las nociones de presunción, carga de la prueba y dialéctica proporcionan ejemplos excelentes de enfoque dialéctico o racionalista crítico en teoría de la argumentación.7 El verdadero papel de la argumentación según Rescher es conducirnos a creencias 6 Véase Weimer (1984) para una discusión interesante de esto desde la perspectiva de la Teoría de la Argumentación. 7 Una revisión excelenta de la obra de Rescher puede encontrarse en el número especial que la revista Informal Logic dedicó a ella (vol. 14, núm. 1, invierno de 1992). Su libro más central en esta área es, en mi opinión, Dialectics (1977). Aquí Rescher defiende las reglas de la racionalidad contra el escepticismo y plantea además reglas para conducir una indagación racional. bien fundadas siguiendo para ello reglas aceptadas de racionalidad. La argumentación es a menudo oposicional y tiene como fin el mover a una persona en una disputa de un punto de vista a otro. Pero la dialéctica, si bien puede ser oposicional, puede también transformarse en “indagación” (inquiry), en la cual tratándose una tesis se tiene “… el fin de refinar su formulación, descubrir su base racional de apoyo, y estimar su peso relativo” (1977, 47). Esto se hace, primero que nada, en la indagación unilateral en la que presumiblemente el fin no es ganar, ya que uno está argumentando consigo mismo. Por consiguiente, el objeto debe ser determinar el mejor curso de acción. Podemos entonces retrotraer esta concepción al contexto diádico en que el fin es hasta donde una proposición o teoría es o puede ser probada. GRICE Y EL PRINCIPIO COOPERATIVO Un filósofo que casi con certeza no consideró tener nada que ver con la teoría de la argumentación, pero se volvió muy importante, especialmente para la ramas europea y comunicacional es el filósofo británico Paul Grice. Su ensayo de 1975 “Logic and conversation” (cf. Grice 1989) tuvo un impacto considerable. El punto principal de Grice es que la conversación normal es una empresa cooperativa entre un hablante y un oyente que sigue reglas escritas e implícitas. La principal regla que se sigue, sostuvo Grice, es el Principio Cooperativo [PC]: “Haz tu contribución a la conversación tal como se requiere en la fase en que ocurre y de acuerdo con el propósito aceptado o la dirección tomada por el intercambio verbal en que estás involucrado.” Con otro palabras, se espera que uno siga la rutinas usuales o normales de conversación. Una contribución a una conversación no debe ser, y de hecho no es, azarosa, sino que tiene lugar como resultado de la conversación existente y las reglas y procedimientos usuales que seguimos. Esta principio general, el PC, es articulado por Grice (189, 26-27) en cuatro máximas que gobiernan la cantidad de la conversación, la calidad de lo que se dice (es decir, la verdad), su relevancia y su modo (es decir, la perspicacia). Un problema es que las reglas de Grice parecen derivarse de una tradición cultural relativamente estrecha. En algunas culturas, por ejemplo, decir sólo el mínimo es por un lado la excepción y por el otro signo de taciturnidad potencialmente grosera. En otras culturas, es verdad exactamente lo opuesto. Por consiguiente, debido a estas y otras consideracones,ciertas falacias tales como lenguaje emotivo, ambigüedad, ad hominem, ad verecundiam (por mencionar algunas) pueden aplicarse siguiendo preceptos completamente diferentes. Una de las reglas básicas de Grice, por ejemplo, es la regla de Cualidad, que reza: “Supermáxima: Trata de hacer que lo que contribuyes sea verdad” (1989, 27). Es decir, uno debe siempre decir la verdad. Pero en muchas culturas (incluyendo, podríase argüir, la propia de Grice) esta regla no se aplica en muchas situaciones. Insultar al anfitrión por no ensalzar la comida, bebida o habitación se considera con frecuencia una falta mucho mayor que hablar con ambigüedad o incluso directamente decir mentiras (véase Bavelas y cols. 1990). Las reglas presentadas por Grice no pretendían ser inventos para que las conversaciones procedieran con suavidad. Más bien, eran reglas que se descubren examinando la manera en que las conversaciones realmente proceden. Por consiguiente, una reacción a las variaciones culturales que inevitablemente se encontrarán es que cada cultura tendrá una máxima referente, por ejemplo, a la Cantidad, pero la comprensión acerca de el modo de cumplirse puede muy bien variar. La idea más crucial de Grice cubre lo que ocurre cuando una máxima es violada, es decir: ¿qué hacemos cuando el PC no se sigue? Mientras que una violación puede ocurrir por varias razones, es cuando la máxima es “desechada” que la violación resulta más significativa para la argumentación. En este caso es claro al oyente que el hablante, al enunciar la proposición p estaría violando el Principio Cooperativo si se tomase la proposición p tal cual se presenta. Para Grice esto significa que la proposición no podría ipso facto tomarse así y el oyente tiene que buscar y localizar un significado alternativo a las palabras o simbolismo de lo expresado. Con otras palabras, el supuesto es que la persona con la que uno se comunica está hablando con sentido y siguiendo las reglas normales de la conversación ordinaria. En semejante situación decimos que el hablante ha llevado a cabo una implicadura conversacional. Grice describe esto como sigue (1989, 30): Uno que dice p se dirá haber implicado q cuando 1. está observando las máximas o al menos el PC; 2. suponer que quiere decir q se requiere para hacer su enunciado p consistente con 1; 3. el hablante supone que el oyente inferirá q de p en razón de 2. De esa manera, uno se dirá estar haciendo una implicadura conversacional cuando uno está observando el PC y lo implicado se necesita para que un oyente promedio capte el sentido de lo dicho por el hablante. Esto cubre, por ejemplo, muchas frases coloquiales tales como “está entre la espada y la pared”. Cubre también cosas enunciados y respuestas que requieren informaciones privadas como cuando alguien pregunta si Tomás (quien siempre se levanta tarde) ya llegó y recibe la respuesta: “¿Ya se puso el sol?” Conforme a reglas estrictas esta es una respuesta irrelevante, pero dado que (1º) suponemos que el hablante está siguiendo el PC, suponemos (2º) que lo dicho es relevante, de manera que inferimos (3º) que lo que la persona que ha respondido realmente quiere decir es que Tomás no está aquí todavía por ser demasiado temprano para él. Suponemos además que el hablante sabe o supondrá que nosotros los oyentes captaremos el sentido de la respuesta y no nos engañaremos sobre ella. El PC de Grice y su correlato, la implicadura conversacional, proporcionaron un marco manejable para explicitar con sencilleza el axioma comunicativo de que los comunicadores trabajan juntos para darle sentido a los mensajes. Ellos permitieron también una explicación pulcra de por qué seguimos comprendiéndonos unos a otros a pesar de que los mensajes son a menudo incompletos y deben ser explicitados por el receptor, quien añade ingredientes que faltan. Cuando el componente faltante es una premisa, entonces diremos que la comunicación es entimemática. Cuando el mensaje necesita reconsiderarse para que tenga sentido, entonces decimos que debe haber una implicadura conversacional en acción.8 Especialmente atractivas para la teoría de la comunicación y muy fértil para los trabajos recientes en teoría de la argumentación son las nociones básicas de que (1) el receptor de un mensaje es un socio activo en la conversación, y (2) que las aparentes violaciones del principio cooperativo indican no que un comunicador hizo algo mal, sino que el mensaje no puede tomarse literalmente. De la manera más general, Grice hizo respetable la postura universal dentro de la teoría de la comunicación de que los mensajes de un emisor son siempre incompletos y deben ser completados o desarrollados por el receptor. LOS TEÓRICOS DEL HABLA9 Al mismo tiempo que escribían los filósofos antes mencionados ciertos cambios ocurrían entre los estudiosos de la teoría de la comunicación que se concentraban en la argumentación. Un lugar en el que observar la metamorfosis fue el Journal of the American Forensic Association (JAFA). Esta revista era el órgano de la Asociación Forense Americana, dedicada al progreso y organización del debate formal. Sus mimebros eran primariamente entrenadores en las técnicas del debate en el nivel de preparatoria y primeros años de licenciatura, y la JAFA reportaba noticias sobre los Torneos Nacionales de Debate en los Estados Unidos y publicaba artículos dedicados a aquellas técnicas. Por más de veinte años la JAFA habría de evolucionar desde su propósito original hasta convertirse en una plataforma para investigadores de los aspectos comunicativos y filosóficos de la argumentación interaccional. Seguir la evolución de JAFA, cuyo nombre 8 Es digno de nota que las máximas de Grice podrían necesitar ajustes —no por último culturales— de varios tipos según las diferentes situaciones de comunicación. En algunas sociedades decir el mínimo se considera grosero, mientras que en otras ser muy explícito podría ser de mala educación. Por consiguiente, qué constituya una violación del PC y por tanto una implicadura conversacional podría variar de campo a campo o de auditorio a auditorio. 9 [Nota del traductor. En esta sección Gilbert utiliza la expresión inglesa speech theory (literalmente, “teoría del habla”) y habla de los speech theorists (literalmente, los “teóricos del habla”). La traducción literal no dice nada en el español contemporáneo. En español, la palabra “habla” es utilizada ocasionalmente en lingüística en oposición a “lenguaje” para indicar las manifestaciones particulares del lenguaje cuando los hablantes lo usan en los diversos contextos en que lo usan; pero no existe en lingüística nada que se llame “teoría del habla”. En español existe también la expresión “teoría de los actos de habla”, que es en principio una teoría creada por algunos filósofos del lenguaje (como John Austin y Paul Grice) para indicar que, si bien en muchos casos podemos distinguir entre hablar y actuar, hay otros en que esa distinción desaparece porque lo que decimos constituye al mismo tiempo ya una acción (p.ej. no podemos prometer algo sino hablando de cierta manera); esa teoría de los actos de habla ha sido retomada y desarrollada en lingüística; pero no debemos confundirla con la “teoría del habla” de que habla Gilbert aquí. Note el lector la separación entre la sección anterior, en que se habla de Grice, y esta sección. De qué trata la speech theory es explicado por el propio Gilbert en esta sección. Nótese, para terminar, que la palabra inglesa speech se puede traducir a veces por “habla” y a veces por “discurso”; y uno de los sentidos de la palabra “discurso” está conectado con el hablar en público; y en efecto los discursos más o menos formales de oradores de todos tipos —abogados, jueces, legisladores, gobernantes, activistas, predicadores, profesores, analistas, comunicadores— son un tema favorito de la speech theory.] cambió a Argumentation and Advocacy, es ser testigo de la creación y consolidación de una nueva disciplina. El primer signo real ocurrió en 1970 cuando en un artículo titulado “The Limits of Logic” [“Los límites de la lógica”] G. D. Mortensen y R. L. Anderson argumentaron que la lógica formal era inadecuada para la comprensión y representación de la argumentación cotidiana (o si se quiere, la argumentación del ágora). Subsecuentemente, en 1975 Wayne Brockriede publicó “Where is Argument?” [“¿Dónde hay argumentación?”] y en 1977 D. J. O’Keefe publicó “Two Concepts of Argument” [“Dos conceptos de argumentación”]. En el primer artículo Brockriede sostuvo que la argumentación no es algo que se encuentre solamente en los editoriales y textos, sino que se trata más bien de un proceso dinámico que sucede entre personas, posee características identificables y puede hallarse virtualmente en todos lados. Una argumentación para Brockriede tiene que ser inferencial (aunque no necesariamente implicacional), proporcionar razones para elegir propuestas que compiten entre sí, e involucrar incertidumbre en su resultado. Brockriede requiere también que la argumentación tenga lugar en un marco de referencia compartido por los participantes, y que quienes argumentan se expongan genuinamente al riesgo de tener que cambiar de opinión. En el segundo artículo mencionado, D. J. O’Keefe introdujo dos años más tarde una distinción que resultó crucial para los siguientes autores. Distinguió, en efecto, entre argumentación1 como el objeto (concreto o abstracto) que es el resultado de que un individuo argumente, y argumentación2 como el proceso en que se involucran dos argumentadores cuando discuten. Joseph Wenzel extendió esta distinción en 1979 a tres perspectivas separadas. La primera perspectiva la llamó “producto”, que corresponde a la categoría tradicional del argumento como objeto (por ejemplo, un silogismo). La segunda, llamada “procedimiento”, cubre las habilidades e ideas retóricas acumuladas en el tiempo. Desde el punto de vista del procedimiento, la argumentación es algo que puede analizarse en términos de su impacto persuasivo y su uso de técnicas retóricas. Finalmente, “proceso” se usa para describir lo que a menudo se ha llamado “dialéctica”: dos individuos que usan la racionalidad crítica para investigar y determinar la verdad. Muchos de los problemas que afectan la teoría de la argumentación, sostuvo Wenzel, venían de intentar hallar un enfoque omnicomprensivo para tres cosas distintas. Lo más significativo de estos escritos fue su integración de los conceptos lógicos y argumentacionales que rebasan las categorías tradicionales en la teoría de la comunicación, con lo que dan testimonio de un cambio hacia investigar la argumentación dialógica sin renunciar a los conceptos basales de los estudios retóricos y del habla. Después de todo, no fue solamente la filosofía la que se concentró en los argumentos estáticos, sino también la retórica. La preocupación por analizar los discursos públicos fue reemplazada por un enfoque sobre la interacción de cualesquiera personas que están en desacuerdo. Ello requirió nuevos conceptos y distinciones tales como argumentación1 y argumentación2, que permiten al estudioso diferenciar entre cuestiones diversas. Una gran influencia sobre la teoría de la argumentación, y de hecho sobre la teoría de la comunicación en general, ha sido el enfoque del constructivismo social. Charles A. Willard en un artículo de 1978 titulado “A Reformulation of the Concept of Argument: The Constructivist/Interactionist Foundations of a Sociology of Argument” [“Una reformulación del concepto de argumentación: los fundamentos constructivistas/interaccionistas de una sociología de la argumentación”] utiliza la teoría de los constructos personales y el interaccionismo de la Escuela de Chicago para definir la argumentación “como una clase específica de relación o encuentro social” (121). Más particularmente, nos dice que “una argumentación es una especie de interacción en la que las personas mantienen lo que construyen como proposiciones mutuamente exclusivas” (125, subrayado en el original). Este enfoque, popular en la teoría de la comunicación, significaba que la teoría de la argumentación juega un papel descriptivo al tiempo que conserva su función tradicionalmente normativa. A fin de entender la argumentación debemos comenzar con los argumentadores. Las argumentaciones para Willard sólo existen en cuanto usadas por personas que argumentan y además cuando las personas están argumentando prácticamente cualquier cosa que hacen podría ser un argumento. Con la enunciación de esta postura de golpe nos encontramos con teorías que compiten. Los extremos estaban representados en un extremo por Willard y su muy amplio concepto de “argumentación” y “argumento”, y en el otro (por ejemplo) por Brant Burleson (1981), quien sostenía que las concepciones de “argumentación” y “argumento” deben ajustarse a los estudios de la argumentación, que las argumentaciones tenían que ser esencialmente verbales, y que las definiciones debían específicamente excluir acciones y estilos que no sean dignas del título honorífico “argumento”. En vista, nos dice, que se trata de un concepto ampliamente usado y difuso, una caracterización “basada en el uso ordinario será necesariamente tan inclusiva que cubra un amplio rango de eventos que tienen poco sentido teórico” como “argumentos” (969). La teoría de la argumentación, de acuerdo con Burleson, no tiene nada que ver con gente que habla a gritos, se pelea, llora o alega por alegar. Los teóricos del habla, como podríamos llamarlos, llegaron a la teoría de la argumentación desde una perspectiva diferente que los lógicos informales. Parten ellos de un argumentador como un individuo que se enfrenta a la tarea de persuadir (un término que para ellos no es peyorativo). Mucho más involucrados con la tradición retórica, los teóricos del habla y la comunicación necesitan que el discurso esté asociado con el hablante para que la cosa tenga sentido o se deje analizar. El lógico informal en cambio se ha enfocado históricamente al argumento como un artefacto, una cosa que puede analizarse con relación a si es válido, falaz y adecuado con independencia del contexto en que se usa. En términos de actos de habla uno puede decir que, mientras los filósofos se enfocan al acto locutivo, los estudios del debate se interesan más por el acto ilocutivo y cómo el argumento se crea y usa. Así resulta importante para ellos estar en posición de definir la argumentación de una manera lo suficientemente amplia como para permitir su uso en muchas situaciones naturales, pero lo suficientemente estrecha como para que se mantenga un significado constante. LA ESCUELA DE AMSTERDAM Mientras los estudiosos en América debatían el alcance y sentido del término “argumentación”, en Holanda se desarrollaban acercamientos más formales a la argumentación interactiva. El primero de ellos fue introducido por Frans van Eemeren y Rob Grootendorst en la Universidad de Amsterdam. Llamado pragma-dialéctica, este acercamiento se basa en las prácticas y aserciones reales de argumentadores en una argumentación situada, y se enfoca a dos o más personas que argumentan y no al argumento como artefacto. Así su acercamiento es pragmático porque se ocupan de la tarea práctica de argumentar, y dialéctico porque ven la argumentación como un proceso social que ocurre entre dos argumentadores. La escuela pragma-dialéctica se deriva de la rama de la teoría de la comunicación conocida como análisis del discurso, y se nutre abundantemente del concepto de acto de habla de Austin (1975) y sobre todo de Searle (1969). Las argumentaciones para la escuela holandesa pretenden justificar un punto de vista a satisfacción de un juez racional de acuerdo con ciertas reglas previamente acordadas, con lo cual se asemejan al “auditorio universal” de Perelman y Olbrechts-Tyteca (1958). Puesto que su interés es la dialéctica, los actos de habla utilizados por Austin y Searle no son los suficientemente complejos para la argumentación, la cual requiere interacción entre unidades individuales. Por consiguiente, van Eemeren y Grootendorst introducen la noción de complejo de actos ilocutivos [illocutionary act complex]: Este complejo de actos está compuesto de ilocuciones elementales que pertenecen a la categoría de asertivos y que en el nivel oracional mantienen una relación uno-a-uno con las oraciones (gramaticales). La constelación total de las ilocuciones elementales constituye el complejo de actos ilocutivos de la argumentación, el cual en el nivel superior mantiene, en cuanto una sola totalidad, una relación de uno-a-uno con una secuencia de oraciones (gramaticales). [1984, 34] Con otras palabras, una argumentación está compuesta de actos de habla individuales que tomados colectivamente forman un solo complejo de actos ilocutivos. Para que sea exitoso, el acto ilocutivo debe ser comprendido por el escucha (de allí la importancia de Grice para este enfoque). Es claro, sin embargo, que ser simplemente entendido no es suficiente para la mayoría de los disputantes. Cuando transmitimos un argumento requerimos que se nos entienda, pero también queremos que el argumento logre algo, a saber convencer a nuestro escucha. Por esta razón van Eemeren y Grootendorst, a diferencia de Austin y Searle, ponen mucha importancia en el aspecto perlocutivo del acto de habla. Cuando argumentamos el efecto que buscamos, a saber convencer, es crucial para comprender el proceso como un proceso de argumentación. De hecho, los autores holandeses se preocupan mucho por distinguir entre decisiones racionales del escucha que provienen de consideraciones intencionales del comunicado y todo aquello que o bien es accidental o bien pretendía lograr otros efectos no racionales, como despertar las emociones del escucha. En la argumentación “se espera que el escucha decida sobre bases racionales si debe o no permitir que se lleve a cabo el efecto perlocutivo deseado por el hablante…” (28). Al extender el análisis de Searle a un conjunto de oraciones que comprenden juntas una argumentación, van Eemeren y Grootendorst están en posición de especificar la felicidad [felicity], sinceridad, reconocimiento, satisfacción y demás cualidades de una argumentación en pro o en contra. Un acto de habla puede, por ejemplo, tener éxito en el nivel ilocutivo como argumentación por ser entendida como tal, pero podría no tener éxito en el nivel perlocutivo por no lograr convencer. El enfoque pragma-dialéctico también les proporciona a los autores holandeses una plataforma para analizar la argumentación en fases procesuales con lo que se pueden examinar las interacciones que ocurren en cada intercambio argumental y con ello hacer un análisis más profundo. Les permite igualmente un análisis de los argumentos entimemáticos (1982, 1983) y de las falacias (1987).10 La escuela holandesa de van Eemeren y Grootendorst es un intento de modelar cómo se argumenta al tiempo que se aferran a los cánones de racionalidad y orden. No sorprende que una gran parte de lo que la gente ordinaria describiría como argumentación [o discusión] se perdería como resultado de ser no-racional, insuficientemente verbal (y así demasiado ambigua y por ello difícil de identificar), o bien por seguir procedimientos o estilos de argumentación que se alejan de los modelos establecidos. Muchas de las argumentaciones y discusiones sencillamente no siguen un procedimiento suficientemente rutinizado como para poder identificar los componentes que requiere la teoría de los actos de habla (cf. Jacobs, 1989). De hecho, para que una argumentación en condiciones naturales se procese y convierta en una susceptible de análisis lingüístico se requieren, de acuerdo con la descripción de van Eemeren y Grootendorst, no menos de cuatro “transformaciones dialécticas”. Las instrucciones para la aplicación de estas reglas de traducción recuerdan sobre todo a la formalización que va del lenguaje ordinario a la lógica formal. En la transformación conocida como “borrado”, por ejemplo, se nos dice que los elementos irrelevantes incluyen “elaboraciones, aclaraciones, anécdotas y digresiones” (1989, 375). Es muy posible, sin embargo, que estos trozos que se descartan pudieran muy bien contener la información más significativa que permitiría al escucha entender el argumento. Así, a menudo ocurre que una reiteración, una digresión o un ejemplo tienen más fuerza comunicativa que el argumento que se supone es “realmente” medular. Por consiguiente, debemos estar alerta para que un modelo en principio útil no vaya, en nombre de la uniformidad, a llevarse por la borda la naturalidad que se supone estaba específicamente tratando de identificar. EL FORMALISMO DE BARTH Con un talante que se confiesa más formal y clásicamente lógico encontramos a Else M. Barth, una autora con gran influencia en el desarrollo y propagación de sistemas de 10 Un panorma interesante de su posición, junto con críticas y extensiones a ella, la encontrará el lector en la revista Argumentation, vol. 3, núm. 4, noviembre 1989. El número entero de la revista está dedicado a la argumentación en conexión con la teoría de los actos de habla. dialéctica formal. Estudiante de Arne Naess y E.W. Beth pertenece a una tradición que se remonta a Paul Lorenzen y Kuno Lorenz, en la cual la dialéctica formal es capturada en términos de lógica formal. Hasta ahora tal empresa se ha articulado con mayor plenitud en la colaboración de Barth con Erik Krabbe, From axiom to dialogue (1982). En este libro los autores escriben: Siguiendo a Lorenzen y Kuno Lorenz, mostraremos que las constantes lógicas pueden definirse de varias maneras mediante reglas para su uso en diálogos críticos, y los conceptos de verdad lógica y argumento lógicamente válido también, de tal manera que las extensiones de estos conceptos son exactamente las que conocemos de otras presentaciones (‘vestimentas’) de las lógica bivalente o constructiva o mínima. Se obtienen exactamente las mismas “verdades lógicas” y exactamente los mismos argumentos válidos que en otras descripciones de esas tres lógicas. [1982, 24; cursivas en el original] Como indica este sentimiento, las bases de los sistemas que presentan Barth y Krabbe están profundamente enraizados en la lógica formal elemental. A los elementos usuales ellos añaden operadores que permiten los aspectos interactivos del proceso dialéctico. Ellos incluyen afirmar la intención que se tiene de defender un aserto o preguntar cómo lo defenderá el oponente, y declarar una carga [burden] proposicional para uno mismo o indicar la del oponente. Los conflictos de opiniones declaradas comienzan con el acuerdo, por parte de quienes discuten, de un sistema formal de reglas del diálogo. Comienzan entonces a explorar el conjunto de compromisos de cada uno, preguntan por las defensas y otros compromisos, y aspiran a resolver el desacuerdo mostrando que uno o el otro sostienen un conjunto inconsistente, con lo que se fuerza a uno u otro a abandonar el enunciado en disputa. Antes de llegar a ese resultado, la discusión debe llevarse a cabo de acuerdo con reglas reconocidas de conducta racional. Las reglas dialécticas de Barth y Krabbe se basan en las leyes clásicas de la lógica proposicional, por ejemplo si uno de los interlocutores se compromete a P É Q, y se muestra que ese interlocutor está comprometido también con P, entonces el interlocutor está ipso facto comprometido con Q. De modo similar, si el interlocutor afirma [P Ú (Q & R )], y se muestra que P es falso, entonces el interlocutor está comprometido a afirmar Q & R. Los sistemas incluyen también reglas de conducta que específicamente prohiben acciones abusivas, irrelevantes o de alguna otra manera inapropiadas. Una regla fuerte disponible para su adopción es tal que si se adopta, entonces “si a una persona que debate se la insulta, ridiculiza o de alguna otra manera se abusa de ella (se la despide de su trabajo, se la manda a un manicomio o se la lastima físicamente) sin que ella haya a su vez cometido ninguna acción no permitida en el curso de la discusión, entonces esa persona ha ganado la discusión como tal” (63). Se podría preguntar cuánto consuelo un argumentador a quien se ha encerrado en un manicomio podría obtener de tales derechos de gritar victoria sobre un oponente más malvado o poderoso. Se podría igualmente preguntar cuántos argumentos involucran en la realidad solamente acciones susceptibles de representarse dentro del cálculo proposicional. Ciertamente, algunas acciones que se hacen en muchos argumentos serán representables de esta manera, pero muchas otras no lo serán. Barth y Krabbe son muy conscientes de esto. Ven su propuesta como parte de la teoría de la argumentación, no como la historia completa: “El área de estudio llamada ‘lógica’ corresponden a esa parte de la teoría de la argumentación que estudia sistemas de reglas dialécticas formales3 en cualquier lenguaje y reglas sintácticas (formales2) basadas en reglas dialécticas formales2 específicas de un lenguaje” (1982, 75; en este enunciado la expresión “formal2” indica la figura de un objeto y “formal3” significa “formal” en el sentido de seguir reglas especificadas). De manera que para ellos la lógica en tanto que parte de la teoría de la argumentación es el estudio de las reglas dialécticas de procedimiento que se aceptan en todas las lenguas y reglas dialécticas transformacionales que son inherente a la estructura lingüística basada en las reglas deductivas clásicas de la lógica formal. LOS LÓGICOS INFORMALES Uno de los aspectos más profundos de toda la teoría de la argumentación es la tensión existente entre lo normativo y lo descriptivo. Tradicionalmente, la argumentación no se ha estudiado tanto cuanto se ha prescrito. Cuantas investigaciones se han hecho sobre la argumentación per se se han organizado en torno al deseo de aumentar la propia habilidad de argumentar racionalmente. Si bien es parte integral del estudio de la argumentación al menos un componente descriptivo modesto, para los lógicos informales tradicionales, esto podría involucrar no más que la identificación de premisas y conclusiones, argumentos y subargumentos, falacias e irrelevancias. Se nos instruye sobre cómo presentar argumentos de acuerdo a cierta forma, es decir a “describir” o “diagramar” el argumento de una manera oficial estandarizadas (véase por ejemplo Johnson & Blair, 1983). Con otras palabras, se presta comparativamente poca atención a la manera en que las personas efectivamente conducen sus argumentaciones en oposición a la manera en que ellas deberían conducrilas. Prácticamente cualquier texto utilizado en los cursos de razonamiento y pensamiento crítico contiene métodos para presentar argumentos, y al hacerlo el analista selecciona aquellos componentes que son cruciales para comprender el argumento y excluye aquellos que se consideran inesenciales, equívocos, triviales o redundantes. (Esto no es un hábito exclusivo de los lógicos informales. Como se mencionó arriba, van Eemeren y Grootendorst siguen la misma línea en el enfoque pragma-dialéctico.) Johnson & Blair, por ejemplo, nos dicen que debemos “filtrar la retórica” (1983, 80) a fin de llegar al argumento propiamente dicho, como si hubiera alguna delineación clara entre lo que es “meramente retórico” y lo que es “claramente substantivo”. El supuesto crucial de la lógica informal no es simplemente que hay una diferencia entre retórica y no retórica, sino 1º que la diferencia es fácilmente identificable, y 2º que lo retórico, a diferencia de lo no-retórico, no es crucial para comprender y/o analizar un argumento. El pan de cada día del lógico informal es la falacia. Una falacia puede describirse como un error, o como un argumento que parece bueno pero no lo es, o bien como una trampa sofística que tiende un argumentador poco escrupuloso, y de hecho una falacia puede ser cualquiera de estas tres cosas. Tradicionalmente (y con ello quiero decir hasta hace poco tiempo), las falacias habían sido descritas junto con explicaciones, ejemplos y/o criterios de identificación (por ejemplo, Gilbert, 1979; Johnson & Blair, 1983; Fogelin & Sinnott-Armstrong, 1991). Recientemente, sin embargo, ha habido un cambio radical. La visión actual se acerca cada vez más a la idea de que las falacias, si han de ser en absoluto útiles para el análisis, deben ser comprendidas en su contexto de uso. Es decir, cualquier “falacia” puede etiquetarse como tal sólo después de determinar que la situación específica en que se ha usado es impropia. Mientras que las raíces de esta visión se remontan a Hamblin (1970), su propuesta reciente se debe a Walton (1989), quien escribió que cuando algo se juzga como falacia “debe acompañarse de evidencia proveniente del texto o discurso dado particular en que se expresa el argumento que estamos examinando” (1989, 170). Esta visión, aunque de ninguna manera universalmente aceptada (tanto Johnson & Blair, 1987, como Govier, 1987, se opondrían a ella), es convincente. Lo es especialmente en vista de que siempre es posible presentar ejemplos de argumentos que cumplen los requisitos de una falacia específica, pero que sin embargo parece ser buenos argumentos. Walton cita el argumentum ad verecundiam como una falacia que a menudo no es falaz; siempre necesitamos expertos y la pregunta es cómo los utilizamos y no simplemente que los utilicemos. Las amenazas, por citar otro ejemplo, son casos del argumentum ad baculum. Pero si una empleada amenaza a su supervisor diciendo que lo va a acusar de acoso sexual si no deja de decirle cosas inapropiadas, ¿acaso se ha cometido una falacia? Se diría que no. Por lo tanto, la instrucción “no cometas falacias” debe alterarse o al menos explicarse de modo que signifique que no se deben llevar a cabo ciertas acciones argumentativas en ciertas situaciones. El cambio esencial a la teoría de la argumentación desde el punto de vista de la lógica informal es el énfasis en la situación. El impacto es grande porque el campo es tan pesadamente prescriptivo. Cuanto más prescriptivo es un enfoque, tanto más importante es estar en posición de producir reglas generales de conducta. Si la lógica informal sólo puede determinar tales reglas examinando situaciones individuales, entonces su generalidad y habilidad para proporcionar una guía para la conducta argumentativa son limitadas. Los cambios que aguardan a la lógica informal como resultado de este nuevo énfasis en la situación serán dramáticos por cuanto la perspectiva debe cambiar de una enfocada a identificar patrones supuestamente regulares a una dedicada a inspeccionar situaciones particulares en busca de claves contextuales. Según aumente el contacto entre los grupos divergentes, aumentará también la presión para que la lógica informal se ocupe de situaciones argumentativas más reales (testigo de ellos es, por ejemplo, Walton, 1992). Dicho en palabras sencillas, el ideal debe acercarse más y se acercará más a la realidad si es que esta área de estudios quiere mantener su importancia dentro del campo general de la teoría de la argumentación. LOS TEÓRICOS DE LA COMUNICACIÓN El énfasis sobre la particularidad, si bien algo extraño a la filosofía, es inherente en el análisis del discurso. Este campo —una sub-área de la teoría de la comunicación— estudia conversaciones reales a fin de determinar las reglas y procedimientos seguidos por los participantes. Scott Jacobs y Sally Jackson articulan así el supuesto básico: “La presencia de una argumentación [discusión] señala dificultades potenciales o actuales en la conversación mientras que su ausencia indica la presencia de un ‘acuerdo funcional’ en la conversación” (1982, 206). Para el análisis del discurso la presencia de una argumentación [discusión] significa que algo salió mal y necesita reparación. La base es que a toda enunciación no fática en una conversación (digamos, una solicitud) se puede reaccionar con una respuesta preferida (se cumple lo solicitado) o no preferida (se niega lo solicitado). Si ocurre la respuesta no preferida, entonces la conversación tiene que hacerse cargo de esa disrupción al tiempo que se mantiene un equilibrio suficiente como para que la conversación continúe. El enfoque desde el análisis del discurso considera a una argumentación no como específico a una situación, sino también como utilizando reglas y procedimientos que son tanto una función de esa situación como de la naturaleza y relaciones y personalidades precisas de los participantes. Esto se aplica a nociones tan básicas como prueba y aceptabilidad: “los receptores y autores de turnos en la discusión elaboran juntos la cantidad y tipo de apoyo requerido para obtener acuerdo” (1980, 262). Esto arroja, por ejemplo, una luz interesante sobre los entimemas. Hasta dónde deba un entimema ser explicado será una función de los argumentadores, su acuerdo o desacuerdo. Un interlocutor escéptico demandará una explicación más completa que un interlocutor dócil o uno conciliador. De esa manera, mientras que los lógicos informales usan la expresión “buen argumento” para indicar ese proceso de racionalidad crítica que se aplica en todas o la mayoría de las situaciones, el análisis del discurso considera el acuerdo como algo operacionalmente conveniente en un contexto social. Cada una de estas dos perspectivas lleva a concluisones distintas sobre qué es una buena o mala argumentación. Con respecto a la importancia de las diferencias individuales, Barbara O’Keefe (1988) ha llevado a cabo trabajos interesantes que son relevantes a la argumentación, especialmente cuando se trata de determinar las posibles causas de su éxito o fracaso. La autora describe tres tipos diferentes de “lógica para el diseño de mensajes” (message design logic o MDL). Cada una de tales lógicas determina cómo alguien construye (y muy probablemente interpreta) mensajes comunicativos. La primera lógica, conocida como “expresiva”, es bastante literal. El propósito de la comunicación, desde el punto de vista de esta MDL es expresar los propios pensamientos y respuestas e impartirlos al interlocutor. El receptor expresivo asume que se pretende que los mensajes se tomen tal como parecen, y así los toma. La segunda MDL es la “convencional”. Un comunicador convencional comprende que la conversación, la argumentación, y en general la comunicación, están gobernadas por reglas sociales, y cuando comunica está, como quien dice, jugando un juego. Para la MDL convencional algunas cosas pueden omitirse o al menos no decirse directamente de acuerdo con las convenciones sociales que gobiernan la situación particular. La MDL más sofisticada es la “retórica”. El comunicador retórico no sólo ve que hay reglas que gobiernan la interacción comunicativa, sino que el asumir diferentes roles o personae termina él mismo por crear y utilizar reglas diferentes. Por consiguiente, la lógica retórica para el diseño de mensajes puede crear situaciones mediante la adopción de roles y patrones retóricos óptimamente ajustados a un contexto dado. Las implicaciones para la teoría de la argumentación. Para empezar, parecería que el ideal del mejor argumentador que plantea la lógica informal clásica sería, en el modelo de O’Keefe, una lógica expresiva para el diseño de mensajes. Después de todo, prácticamente todo texto de pensamiento crítico explica de qué manera todo excepto el mensaje medular debe eliminarse del argumento antes de que pueda someterse a análisis. Así, dada la naturaleza delimitada por reglas de la argumentación tal como es concebida por la lógica informal, podría ser que la MDL convencional sea la opción más apropiada para lo que es “mejor”. Sin embargo, es muy interesante que los comunicadores más sutiles, atentos y flexibles, los que usan una MDL retórica, casi con toda certeza no van a ser aquellos que la lógica informal identificaría como los mejores argumentadores. Este último grupo descansa demasiado en la situación y contexto particulares y demasiado poco en el argumento qua argumento. Otra pregunta se suscita si tratamos de pensar en el establecimiento de reglas en todas las lógicas para el diseño de mensajes. Quizá la manera en que uno se comunica es relevante para las reglas que uno debe seguir para comunicar. Finalmente, varias equivocaciones, falacias y errores podrían construirse como tales sencillamente porque el observador utiliza una lógica para el diseño de mensajes diferente de la de los participantes, lo cual resulta en (digamos) una estimación negativa de una forma de argumento extraña al observador. Otra área de la investigación en teoría de la comunicación relevante a la teoría de la argumentación (de la que más se dirá abajo) incluye trabajos acerca de los fines como componentes de todos los episodios comunicativos y especialmente argumentativos. En el área de investigación de fines se da por sentado que todas las interacciones comunicativos e ipso facto todas las argumentaciones involucran una variedad de fines. Siempre estarán incluidos ciertos fines personales [personal goals, ego goals, face goals] tanto como fines que pertenecen a la relación entre los argumentadores. Esto aparte del fin estratégico que podría (o no) ser el ímpeto real del argumento. La relevancia del análisis de fines puede ejemplificarse, por citar un caso, en la obra de Bavelas y cols. (1991), donde se concluye que los comunicadores mejores, más sofisticados eligen usar el equívoco y la ambigüedad en ciertas situaciones antes que lastimar los sentimientos de alguien o parecer desagradable. En este modelo, el no declarar su desacuerdo directamente y enunciar la propia posición sin ambages no es un ejemplo de la “falacia” de equívoco, y ni siquiera de una pobre técnica argumentativa, sino el signo de un comunicador sofisticado que se mueve con sigilo en un contexto de manejo delicado. PREOCUPACIONES FEMINISTAS Hay una última corriente que alimenta los desarrollos recientes de la teoría de la argumentación que requiere mención. En 1983 Janice Moulton publicó un artículo que criticaba el “método oposicional” [adversary method] que ella veía como el modelo básico de las disputas filosóficas. Esta postura fue recogida y amplificada por Karen Warren en 1988 cuando arguyó que el “marco conceptual” medular sobre el que se basa la argumentación filosófica (y otras de argumentaciones de alto nivel) es esencialmente patriarcal, enemigo de las mujeres, y diseñado para coadyuvar a suprimirlas. Andrea Nye, en su historia de la lógica, Words of power (1990), concluye también que los modos de pensamiento abstractos y lineales, que valoran el seguir reglas sobre todo lo demás excluyen a las mujeres y otros grupos que no tienen acceso a la educación requerida, o cuyo modo de ser, psicológico o sociológico, no se prestan para las estructuras de razonamiento dominantes, propias de los blancos europeos. Finalmente, Deborah Tannen (1990), una teórica de la comunicación, expone en detalle cuán diferentes son los procesos naturales utilizado por las mujeres de los preferidos por los hombres. El resultado es, por decir lo menos, una dificultad en comprenderse y comunicarse a través de las barreras de género. Si bien estas tesis son controvertidas incluso dentro de la comunidad feminista, los resultados de los argumentos producidos por las escritoras feministas de la antilinearidad a lo menos indican que es necesario cuestionar los supuestos tradicionales. Si las reglas y procedimientos que han sido históricamente enseñadas por los lógicos informales son excluyentes y hacen más fácil argumentar para (muchos) hombres que para (la mayoría de) las mujeres, entonces existe una injusticia. Lo que es más, existe una fuerte probabilidad de que los patrones considerados como naturales o básicos podrían serlo solamente para un grupo u otro, siendo el resultado una vez más sea la necesidad de identificar cuáles son las reglas de la argumentación, o al menos la necesidad de expandir las técnicas y alterar las definiciones clave. La ideología tradicional mantiene, por ejemplo, que un buen argumento es un argumento fuerte que elimina efectivamente o al menos debilita dramáticamente, la postura del oponente. En varios modelos, sin embargo, este enfoque carece severamente de ingredientes considerados por algunos autores o autoras como crucial. Los sentimientos de un oponente, su ego, la futura relación entre proponente y oponente, y la continuación de un discurso agradable, son todos ellos factores (entre otros) que podrían intervenir para encontrar una mediación entre lo que es “bueno” y lo que no lo es. LA NUEVA PERSPECTIVA Correcta o erróneamente ha habido desde Aristóteles una separación entre lógica, dialéctica y retórica. De varias maneras esto se refleja en la separación de mente y cuerpo, y la división de los argumentos entre aquellos que persuaden y aquellos que convencen. La lógica informal desde sus inicios se ha ocupado primariamente con la inculcación de valores y técnicas que se ven como pertenecientes a la dialéctica, al convencer, y así como opuestas a la retórica que se ocuparía según esto con la (mera) persuasión. El resultado de ello es que ciertos factores muy humanos tales como la emoción y la intuición han sido vistos como extraños a la argumentación en sentido estricto y solamente como el dominio de otras disciplinas (la psicología y la teoría de la comunicación), o peor: como del interés de sofistas y manipuladores. Además, el énfasis ha recaído sobre el examen de argumentos en forma aislada de su contexto y de la situación social, política o cultural de los argumentadores.11 La dificultad con una visión tan estrecha es que ha creado una imagen de la humanidad que es demasiado estéril. Los seres humanos cambian sus creencias de manera interactiva, es decir argumentan, siguiendo múltiples vías, de las cuales sólo algunas descansan exclusiva o primariamente sobre patrones de razonamientos que han sido ya identificados y categorizados. Lo que ha estado ocurriendo en la teoría de la argumentación es un darse cuenta de que los aspectos hasta ahora poco estudiados de la argumentación no son todos malos. La emoción, la intuición y la presencia física no son plagas que infectan el territorio de la Razón, sino componentes perfectamente naturales y ordinarios de toda actividad humana. Hoy día, el lógico informal clásico está teniendo problemas para hacer de lado los desarrollos en campos de estudio paralelos que se ocupan con varios modos en que las personas se comunican y que no caen dentro de la categoría nítida de lo “racional”. Las tendencias actuales en teoría de la argumentación y teoría de la comunicación se acercan bastante a una visión de los argumentadores como personas que están argumentando antes que como actores acontextuales que ejecutan ejercicios de conducta apropiadamente lógico-racional. Revistas como Informal Logic, Argumentation and Advocacy, y Argumentation, se dirigen y atraen cada vez más a un auditorio interdisciplinario. Congresos recientes sobre el tema enfrentan abogados del razonamiento crítico que creen que los argumentos deben despojarse de toda “basura” no racional con científicos sociales que creen que ningún argumento debe entenderse en aislamiento de su situación social y cultural. La marcha hacia la integración de estos enfoques es lo que más impacto está teniendo sobre la conformación del campo. La fertilización cruzada es el resultado de grupos distintos que comparten preocupaciones similares: ¿Cómo podemos comprender y mejorar la actividad humana básica de la argumentación? Bien podría ser que la meta de crear un ídolo de racionalidad al cual debemos todos aspirar resultara poco realista y natural. También creo que es un error tratar de negar y/o denigrar aquellos aspectos de la argumentación que no cumplen los cánones de la lógica informal tal como son caracterizados por los proponentes crítico-racionalistas tradicionales. Acontecimientos recientes en la teoría de la argumentación me parece que están desplazando el campo en una dirección más inclusiva al tomar las preocupaciones de disciplinas relacionadas y hacer que impacten las cuestiones con las que tradicionalmente se ha ocupado la lógica informal. Creo firmemente que todo esto es bueno. Perelman y Toulmin partieron de una insatisfacción con la lógica formal como modelo de la práctica argumentativas. Los estudiosos que los siguieron han hecho contribuciones hacia una comptensión de la argumentación como un proceso humano. No son solamente los científicos sociales los que ven que la argumentación tiene lugar en un contexto, sino que los lógicos informales también lo vieron así. Cuando Kahane (1971) actualizó los ejemplos de falacias clásicas para hacerlas “relevantes” a los estudiantes contemporáneos, él fue parte de un movimiento inexorable de lo formal a lo natural que, sin embargo, puede utilizar la formalización como representación, no como idealización. 11 Yo no considero un transfondo de veinte palabras que acompaña una cita en un encabezado de periódico como una expansión suficiente del contexto o la situación. Continuar por esa vía resultará inevitablemente en el avance de nuestro conocimiento de la argumentación al tiempo que (esperamos) reemplace la violencia como instrumento para hacer que las personas cambien sus creencias. BIBLIOGRAFÍA SELECTA Barth, Else M. & Eric C.W. Krabbe (1982) From axiom to dialogue. Berlín: Walter de Gruyter. Bavelas, Janet Beavin (1991) Some Problems with Linking Goals to Discourse. En: Tracy, Karen, coord. Understanding face to face interaction: issues linking goals and discourse (pp. 119-130). 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(1978) A reformulation of the concept of argument: the constructivist/interactionist foundations of a sociology of argument. Journal of the American Forensic Association (ahora Argumentation & Advocacy) 14: 121-140. —— (1983) Argumentation and the social grounds of knowledge. Tuscaloosa (AL): University of Alabama Press. —— (1989) A theory of argumentation. Tuscaloosa (AL): University of Alabama Press. Parte I Dos propuestas teóricas Nota preliminar En el origen del I Coloquio de Lógica, Retórica y Teoría de la Argumentación estuvo la idea de organizar un debate entre Carlos Pereda, de la Universidad Nacional Autónoma de México, y Michael Gilbert, de la Universidad York en Toronto. Ambos autores han dedicado la mayor parte de sus respectivas carreras como filósofos profesionales a la teoría de la argumentación, y ambos han hecho propuestas potentes e innovadoras en el área. Sin embargo, como el lector podrá constatar leyendo sus respectivas contribuciones, la distancia entre sus propuestas es, al menos a primera vista, considerable. El punto de partida de ambos autores fue exactamente el mismo: la lógica formal. Y ambos sintieron la necesidad de alejarse parcialmente de ella con el fin de elaborar una teoría de la argumentación que le hiciese justicia a la enorme variedad de las argumentaciones que encontramos en la vida diaria, tanto dentro como fuera de la academia. Si se quiere, podemos decir que ambos se dedican a eso que se llama con frecuencia “lógica informal”, el análisis de la validez o invalidez de las argumentaciones ordinarias con independencia del aparato de la lógica formal (o si se prefiere utilizándolo muy de vez en cuando y siempre con gran parsimonia). Con todo, parece posible decir que las semejanzas entre Pereda y Gilbert se acaban prácticamente allí. La ruta seguida, los materiales estudiados y los resultados alcanzados no podrían ser más diferentes. Mientras Pereda tiende a analizar textos escritos provenientes de las más diversas fuentes (digamos, desde filósofos profesionales hasta poetas y ensayistas), buscando siempre algo así como las normas no escritas, cuya violación hace que los autores caigan en el engaño de sí mismo o de sus semejantes, Gilbert se enfoca preferentemente a la producción oral, las conversaciones más mundanas y las discusiones más usuales, tales como ellas tienen lugar no tanto en las aulas como en los pasillos de la academia, así completamente fuera de ella, en las empresas, los hogares y los lugares públicos. Ya desde la publicación de su primer libro sobre la teoría de la argumentación (Debates, FCE, 1987), Pereda ha insistido en unas pocas reglas que esboza con brevedad e ingenio en la expresión, para luego ilustrarlas al hilo de un rango muy amplio de autores y textos. Sus análisis son tanto los de un filósofo analítico profesional como los de un crítico literario siempre atento a los matices y las distinciones. Es Pereda uno de los pocos autores que no persigue las modas tan usuales en nuestro medio intelectual, a las que fustiga con nombres memorables. Pereda plantea preguntas que no ha copiado ni imitado de nadie, y va detrás de respuestas siguiendo el rastro como un cazador incansable. Se ha dedicado entonces a sacar las consecuencias de sus análisis y sobre su base ha ido modificando y profundizando en las reglas originalmente planteadas, y a partir de esas nuevas formulaciones y las nuevas aplicaciones que ha hecho de sus reglas en los libros subsiguientes se plantea ahora (más de veinte años después de aquel primero mencionado antes) la tarea de formular en detalle su teoría. El capítulo 1 es, a lo que entendemos, el primer fruto de este esfuerzo que esperamos ver pronto decantado en forma de libro. La naturaleza de las situaciones argumentativas orales y cotidianas que están en el centro de atención de Gilbert lo han llevado a postular, para empezar, un contraste entre argumentaciones frías, secas, neutrales —del tipo de las que los analistas de corte lógico tiene siempre en mente y los académicos se imaginan que es su modo natural de comunicarse— y las argumentaciones cálidas, álgidas y aun tórridas, cargadas de emoción y de valoración que llevamos a cabo el común de los mortales y no escasean incluso entre académicos (véase cap. 2). Este contraste lo ha llevado, tratando como buen filósofo de llevar las cosas hasta sus últimas consecuencias, a extender ese contraste y postular un modelo provisional sumamente interesante de no menos de cuatro tipos de argumento, o si se prefiere dimensiones que permiten en principio situar, unas con respecto de otras, cualquier argumentación entre personas de carne y hueso (véase cap. 3). A primera vista podría parecer que esta diferencia de enfoques e intereses entre Pereda y Gilbert es tan grande como podría ser la diferencia entre realismo y relativismo. Veamos. La labor de Pereda es obviamente la de un crítico en el viejo sentido de esta vetusta palabra: un pensador que identifica y examina los argumentos siguiendo un método (secundum artem), los desmenuza en partes para apreciar su sentido exacto, aprecia sus méritos y denuncia sus vicios. Para Pereda es claro que existen argumentaciones correctas e incorrectas, aceptables e inaceptables, válidas e invalidas. Busca, encuentra y trata de formular los criterios con cuya ayuda es posible establecer esa diferencia en el valor lógico y epistémico de lo que se arguye. La labor de Gilbert parece todo lo contrario: se distancia y aun burla un poco de los intentos de aquellos teóricos de la argumentación que se aferran al análisis de argumentos desapegados, académicos, supuestamente objetivos, formales o cuasiformales, y les contrapone la riqueza de las discusiones reales de los seres humanos ordinarios que (nos dice) no se dejan describir con esos métodos. Sin embargo, las apariencias podrían engañar, ya que detrás de todo eso el lector atento de Gilbert descubre que su mayor preocupación es la misma de Pereda: encontrar las reglas y criterios que hacen de un argumento un buen argumento, un argumento válido, un argumento correcto. Simplemente no cree que las formulaciones usuales de los lógicos informales sean capaces de captar las riquezas y peculiaridades de los modos y estilos que la mayoría de la población utiliza (incluyendo a los intelectuales, aunque ellos no lo crean así). Sin pretender hacer a un lado las diferencias teóricas de nuestros dos autores, nos parece por lo dicho que los puntos de coincidencia son mayores que los de desacuerdo. Y en ese espíritu invitamos al lector a leer con atención los argumentos mismos que nos regalan dos autores brillantes, quienes han enriquecido como pocos el estudio de la argumentación en estas últimas décadas. Capítulo 1 La argumentación en cuanto práctica Carlos Pereda Instituto de Investigaciones Filosóficas Universidad Nacional Autónoma de México Cualquiera sea la empresa intelectual que se lleve a cabo, argumentar es uno de sus componentes. De ahí que no sea inútil de vez en cuando volver a caracterizarla. Propongo que indagar en qué consiste argumentar en cuanto práctica (y no, por ejemplo, en cuanto diversas conexiones entre enunciados, o en cuanto un tipo de acto de habla) es adoptar la perspectiva más rica y más abarcadora sobre el argumentar. Con este propósito enumero posibles condiciones del concepto de práctica (1). Luego atiendo cómo pueden operar esas condiciones respecto del argumentar (2). De inmediato paso a distinguir dos clases de condiciones: los materiales internos (3) y los externo-internos (4). Cuidado: este bosquejo sobre la argumentación en cuanto práctica es apenas un rápido inventario de problemas que habrá que proseguir elaborando, y discutiendo. 1. SOBRE EL CONCEPTO DE PRÁCTICA Conforman materiales que caracterizan una práctica o, si se prefiere, son condiciones necesarias del concepto de práctica: 1. Uno o varios agentes A, individuales o colectivos. 2. Los propósitos constitutivos de una práctica y los propósitos personales de quien o quienes la realizan. 3. Para alcanzar ambos tipos de propósitos, A echa mano a los medios m1, m2...mn tanto externos como internos. 4. Como resultado de la interrelación de los propósitos y de los medios elegidos, se articula el o los modos de una práctica. (Sin embargo, no se confundan los modos como se realiza una práctica con las perspectivas que puedan tener quienes reflexionan sobre ella.) 5. Los medios a usar dependen de varios recursos: de entornos conceptuales que, a su vez, dependen de contextos naturales y sociales. En esta enumeración se pueden distinguir dos clases de materiales que conviene, al menos, presentar a grandes rasgos. En una primera clase se encuentran las condiciones 1 y 5 o materiales externo-internos: agentes y recursos. Esos materiales en parte son externos a cada práctica singular en tanto cada 1 agente interviene en diversas prácticas y, en cada una, parcialmente echa mano del mismo conjunto de recursos. Sin embargo, como se razonará más adelante, los materiales 1 y 5, a la vez son internos: en parte son modificados y hasta co-constituidos por la práctica misma de la argumentación. En relación con esta primera clase de materiales, hay que aclarar también que entre los recursos anotados en 5, por “entorno conceptual” entiendo el conjunto indefinido de conceptos de que disponen el o los agentes para realizar su práctica. En una segunda clase de materiales se ubican las condiciones 2, 3 y 4: propósitos, medios y modos de una práctica. Éstos son materiales individualizadores que hacen que cierta práctica sea esa práctica específica y no otra. Respecto de las condiciones 2, 3 y 4 vale la pena hacer varias aclaraciones. En relación con la condición 2 hay que distinguir entre los propósitos constitutivos de una práctica, que son públicos, y aquellos de los agentes, que son personales, privados. El propósito constitutivo de cocinar es preparar alimentos, pero los propósitos de las o los cocineros pueden ser descubrir nuevos sabores, envenenar a los comensales, imponer una moda de cocinar, mostrar a los demás lo superior que se es. El propósito constitutivo del fútbol es hacerle la mayor cantidad de goles al equipo opuesto para ganar el partido, pero los propósitos de las o los jugadores pueden ser: mantenerse en forma, lucirse, ganar dinero, conocer gente con similares a uno. No obstante, los propósitos personales tienen que, en alguna medida, volverse parasitarios de los propósitos de la práctica, so pena de arruinar la realización de la práctica y, como consecuencia, también malograr los propósitos personales. En efecto, para poder lograr los agentes sus propósitos (envenenar comensales, mantenerse en forma…) esos mismos agentes tienen que llevar a cabo, o fingir que llevan a cabo, los propósitos de la práctica (cocinar, jugar al fútbol). A su vez, la condición 3, sobre los medios, hace referencia a un continuo. En un polo se hallan prácticas cuyos medios (al menos para algunos propósitos) son intercambiables. Si se le exige a una persona que llegue al trabajo a las 8 de la mañana, es probable que a su empleador le sea indiferente que lo haga tomando el autobús o el metro. En el otro polo, hay medios que determinan o contribuyen a determinar qué práctica es. Por ejemplo, para muchas descripciones de la práctica de obtener una camisa es pertinente la información de si se la ha cosido uno mismo, si se la ha comprado o si se la ha robado. Por otra parte, la condición 4, los modos en que se realiza la práctica, depende de las interacciones de ambos tipos propósitos y de los medios elegidos para realizarla. Elegir como modo de andar en bicicleta poner un pie sobre el manubrio, aunque peligroso, puede tener como propósito divertirse; o el modo en que se realiza cierta fiesta tal vez resulte inmensamente aburrido pero conveniente para acabar de cerrar un negocio. A partir de las condiciones 1-5 de práctica, ¿cómo se reconstruye una argumentación en cuanto práctica? 2. UNA PRIMERA APROXIMACIÓN AL ARGUMENTAR EN CUANTO PRÁCTICA Para elucidar en qué consisten las prácticas de argumentar quizás ayude la reconstrucción de su entorno conceptual: ese conjunto de palabras que entran en continuidad o se traslapan con 2 algunos usos de las palabras “argumentar”, “argumentación”, “argumento”. Por eso, introduzco una muestra tentativa de sustantivos, verbos y expresiones que son candidatos a conformar ese entorno: Abducción, adornar una opinión, alegato, apoyar creencias, argüir, atacar propuestas, censurar, crítica, comprensión, concluir, contradecir, convencer, conversar, convertir, debate, deducción, defender propuestas, deliberar, demostrar, denigrar, deslumbrar, dialogar, discrepar, discutir, dominar, elogio, encantar, evaluar, evidencia, explorar, fascinar, hacer patente, hacer ver algo con claridad, imponer una opinión, impugnar, incomprensión, indagar, inducción, inferir, investigar, interlocutor, justificar, meditar, modificar creencias, participante, persuadir, premisas, problema, proponente, oponente, razonar, refutar, replicar, reflexionar, reprochar, resolver conflictos, seducir, sostener una opinión, trasmisores de verdad, validar, vilipendiar, vituperar, zanjar una discrepancia. He aquí una primera propuesta: para que el entorno conceptual sobre las argumentaciones que articula esta lista aproxime a tales prácticas, conviene agrupar los usos de esas palabras y expresiones en relación con las condiciones anotadas respecto de cualquier práctica, las condiciones 2, 3 y 4 o internas, por un lado, y las condiciones 1 y 5, o externas, por otro. (Previsiblemente, muchas palabras y expresiones se pueden vincular con una o varias de esas condiciones.) Por supuesto, éste es sólo un primer paso para elaborar estas condiciones. 3. LOS MATERIALES INTERNOS O INDIVIDUALIZADORES Comienzo, pues, revisando las condiciones 2, 3 y 4: las condiciones internas de una práctica de argumentar. La condición 2 La condición 2, el o los propósitos constitutivos que se buscan realizar con una práctica tiende a dar la primera individualización, aunque no sea más que provisoria. Palabras de la lista que se vinculan con propósitos de las prácticas de argumentar son: convencer, convencerse, deslumbrar, dominar, encantar, fascinar, hacer patente, hacer ver algo con claridad, modificar creencias, persuadir, resolver conflictos, seducir, tratar problemas, zanjar discrepancias. Propongo considerar como un posible primer propósito constitutivo de las prácticas de argumentar el siguiente: convencer a un interlocutor o convencerse a sí mismo de una propuesta con la intención de tratar un problema mediante la reafirmación o modificación de creencias, en el significado más general de “reafirmar o modificar creencias”, “tratar”, “problemas”. (Usos de otras palabras de la lista como “deslumbrar”, “dominar”, “seducir”… pueden hacer referencia a 3 posibles propósitos personales de quienes argumentan.) Así, con la expresión “reafirmar o modificar creencias” se hace referencia a operaciones tan dispares como comprobar, falsear, aumentar creencias para tratar problemas. A su vez, con la expresión “tratar problemas” se alude a las operaciones de resolver, disolver o regular problemas. Quien procura resolver un problema reconoce que éste se encuentra bien planteado y que puede e importa solucionarlo. En cambio, quien intenta disolverlo lo descalifica como pseudo-problema respecto del cual no hay que dejarse enredar por su configuración verbal o sus presupuestos falsos. A veces se anticipa que no es posible ni una solución, ni una disolución y se busca acotarlo: regular —ubicar…— de algún modo el problema como perteneciendo a un tipo frente al cual hay que contar con que habrá opiniones irreconciliables. (Tal vez el aborto o la eutanasia pertenecen a problemas prácticos que sólo pueden ser regulados; por ejemplo, aceptados como incapaces de lograr un consenso en un nivel moral, pero en algunas sociedades tal vez —sólo “tal vez” — tratables en un nivel jurídico.) En cuanto a los problemas, se los puede clasificar de acuerdo a muchos criterios. Se aludió a problemas prácticos implícitamente contrastándolos con problemas teóricos. Sin embargo, por ejemplo, según su articulación, también se pueden clasificar los problemas en problemas-dificultad, si ciertos hechos o circunstancias impiden la obtención de algún fin, problemas-conflicto, si existen discrepancias entre creencias, y problemas-perplejidad cuando no se sabe qué decir o hacer, aunque resulte provechoso (inspirador…) tener tales problemas en cuenta. Me concentraré en los problemas-conflicto o discrepancias entre creencias, prácticas o teóricas. Al respecto, se puede aplicar el primer propósito de las prácticas de argumentar como convencer o convencerme reafirmando o modificando creencias para zanjar una discrepancia. Así, se intenta resolver, disolver o regular conflictos de creencias, también en el uso más amplio de esta expresión: como conflictos de creencias explícitos o como conflictos de deseos, emociones, intereses, normas que contienen o se relacionan de manera implícita o explícita con creencias. Pero, ¿con qué medios es posible llevar a cabo ese convencer o convencerme? La condición 3 Junto a la condición 2, otro material interno de una práctica es la condición 3: los medios con que se cuenta para realizarlas. Si se atiende otra vez el entorno conceptual de palabras como “argumento”, “argumentar”, argumentación”, al respecto conviene retomar, al menos, el siguiente fragmento: Abducción, atacar propuestas, apoyar creencias, comprensión, concluir, contradecir, deducción, defender propuestas, incomprensión, inducción, inferir, inferencia, premisas, problemas, sostener una opinión, trasmisores de verdad. ¿De qué manera esas palabras hacen referencia a la condición 2, a tipos de medios para producir convencimientos que zanjen discrepancias? Doy varios pasos atrás para distinguir entre medios externos e internos de una práctica de argumentar. 4 Los medios externos No es difícil advertir que el género inmediato al que pertenecen las prácticas de argumentar son las prácticas comunicativas. Cuando se participa en ellas se lo hace confiando en que, en alguna medida, se encuentran satisfechas presunciones que se traslapan y que conforman el terreno común de la comunicación. Estas presunciones comunicativas se pueden distinguir, al menos analíticamente, como presunción de comprensión, presunción de verdad, presunción de valor. A menudo, se confía que estas presunciones se cumplen: que efectivamente nos movemos en el terreno común de la comunicación. Por ejemplo, un hablante afirma a y es común que quien escucha confíe que a es comprensible y verdadera y, además, que a posea valor en esa comunicación. De ahí que si en una comunicación se carece de indicios de que estas presunciones no se cumplen, no hay razones para formular preguntas críticas. Y su consecuencia: no hay razones para argumentar. Imaginemos, sin embargo, que alguien se duerme en un autobús y al despertar descubre que carece de ese recurso tan sobrentendido que consiste en comprender las palabras que usan las demás personas. Ese dormilón se halla en un lugar en el que se habla una lengua que desconoce y, por eso, casi no se satisface su presunción de comprensión. ¿“Casi”? Sospecho que apenas se hallan juntos animales humanos surge la posibilidad de intercambiar gestos de simpatía u hostilidad y rudimentarias definiciones ostensivas. Pero si no se dispone de un sistema de convenciones, por ejemplo, una lengua, pronto habrá bloqueos, malentendidos, comunicación fragmentaria. Previsiblemente, en estos pre-encuentros sin palabras compartidas, muy pronto se procurarán traducciones y/o aprendizajes para lograr alguna comunicación con mayores grados de complejidad. No obstante, también entre quienes disponen de una misma lengua, la comprensión se bloquea con vocabularios especializados: las matemáticas, la lógica, la notación química, el discurso psicológico, jurídico, sociológico. (A menudo se usan tales vocabularios como recursos que exige el trabajo entre manos. Sin embargo, también se arrojan esos vocabularios como materiales para construir señas de identidad: para jactarse de cierta filiación práctica o teórica, o peor, como cortinas de humo.) No obstante, también incomunican las murallas sociales que se levantan en torno a palabras de uso dramático como “Dios”, “libertad”, “justicia”, “derechos humanos”. Hay, entonces, formas claras de no satisfacción de la presunción de comprensión como cuando se ignora la lengua o se ignora el vocabulario especializado en el que se discute. También hay formas resbaladizas: se usan las mismas palabras con contenidos o matices diferentes. (Por eso, a veces cuesta hasta balbucear preguntas de comprensión.) Esas carencias ponen de manifiesto que se necesita un primer tipo externo de medios para que un agente pueda participar de una práctica de argumentar: El agente A participa de una práctica de argumentar sobre el problema p si — se encuentra satisfecha la presunción de comprensión. ¿Por qué estamos ante “medios externos”? Satisfacer la presunción de comprensión no es un requisito específico de la argumentación, sino de la comunicación. Por eso, las aclaraciones 5 más o menos aisladas o el ciclo reconstructivo con que se remedian las frustraciones de esta presunción son propedéuticos del argumentar. Pero supongamos que nos encontramos ya en procesos comunicativos y, por supuesto, probablemente con problemas, por ejemplo, con indicios de que algunas presunciones de verdad o de valor no se satisfacen. Una pregunta al margen: ¿por qué participar de procesos comunicativos implica encontrarse “por supuesto, probablemente con problemas”? Tal vez esa pregunta señala la siguiente tentación (no por persistente menos grave): los problemas son anomalías en medio de contextos naturales y sociales sin problemas. Contra esa tentación, con razón se indica que se debe sospechar de las declaraciones de “ausencia de problemas”, tanto en el interior de una persona como entre las personas o sociedades. ¿Por qué? Respuesta rápida: los animales humanos crecen disponiendo de diferentes recursos naturales y sociales, además de imperfecciones varias, en sociedades con diversas tradiciones. Esos recursos promueven deseos, creencias, emociones e intereses de una gran diversidad, y una gran cantidad de ensueños y expectativas, algunas imposibles de satisfacer. Pero no sólo se tienen creencias, intereses, normas, planes divergentes. Lo común es que muchas de esas creencias, intereses, planes se obstaculicen los unos a los otros. Precisamente, algunos de esos conflictos, una manera de tratarlos consiste en ofrecer razones, o esas organizaciones de razones que son los argumentos. De ahí que teniendo en cuenta la necesidad de tales apoyos, no debe sorprender que casi todo el tiempo se intercambien razones o, de modo explícito, se busque argumentar o, al menos, se finja que se hace eso. Sin embargo, tengamos presente objeciones como: “Premisa tras premisa, las entiendo, pero ¿por qué llevas a cabo ese razonamiento?” o “¿a dónde vas?, ¿qué intentas lograr con ese argumento?”. A menudo con estas palabras se quiere indicar: “No acierto a darme cuenta del interés de lo que haces porque no me doy cuenta acerca de qué problema discutes”. (Estar frente a una práctica de argumentar en la que no se comprende el problema que se intenta resolver, disolver o regular es análogo a encontrarse en una partida de ajedrez sin saber en qué consiste el propósito del juego.) Parece, pues, que tanto desarrollar como evaluar un argumento incluye satisfacer, a la vez, la presunción de comprensión y de valor interno al argumento. Anoto, pues, un segundo tipo externo de medios para constituir y evaluar una práctica de argumentar. Lo hago con una cláusula contrafáctica: El agente A participa de una práctica de argumentar y, en alguna medida, argumenta bien sobre el problema p si — de plantearse el problema p, la conclusión del argumento que introduce A contribuye en alguna medida a resolver, disolver o regular p. O condición de satisfacción de la presunción de valor interno a la práctica de argumentar o relevancia.1 1 Se objetará: las inferencias deductivas que aparecen en los textos de lógica y que no resuelven ni disuelven problemas, ¿acaso no son prácticas de argumentar o, al menos, su resultados, argumentos? Respuesta: tales inferencias podrían considerarse materiales constituyentes de ciertos argumentos de modo análogo a que se consideran algún tipo de ruedas a las ruedas colgadas como adorno de una pared. Hay que agregar: nadie podría aprender correctamente el concepto de rueda si sólo se hubiese enfrentado en su vida con ruedas colgadas en la pared. Algo similar puede afirmarse respecto de las prácticas de argumentar y de los argumentos. 6 De nuevo se está ante “medios externos” de lo que se considera la estructura propiamente dicha del argumento. Supongamos que se dispone de estos medios: las presunciones de comprensión y de valor interno se encuentran satisfechas. ¿Qué otros medios se requieren para participar en tal práctica? Los medios internos Presumiblemente, si la confianza en la verdad de una afirmación se tambalea, se frustra la presunción de verdad. Quien frustra esa presunción, adquiere la carga de la prueba: necesita ofrecer respaldos que restituyan la confianza en esa afirmación. Tradicionalmente las razones que se ofrecen para devolver esta confianza o para adquirir confianza en la verdad de una afirmación que todavía no se ha considerado se llaman “premisas”. He aquí, pues, un primer tipo de medios internos para realizar una práctica de argumentar: El agente A, el participante de una práctica de argumentar, en alguna medida argumenta bien sobre el problema p si — las premisas que introduce se encuentran justificadas. O condición de confianza en las premisas. Sin embargo, no es posible “partir de cero”. Se argumenta —en general, se comunica— confiando en que multitud de deseos, creencias, intereses, normas, pertenecen a un terreno común. Más todavía, en cada caso se argumenta a partir de premisas a las que no se accede conscientemente. Sin esos recursos tanto psicológicos como sociales, quien procurase poner en marcha una práctica de argumentar, ya al pronunciar las primeras palabras quedaría paralizado. Quizá ni siquiera se podrían pronunciar las primeras palabras si mecanismos altamente selectivos no procesaran la información que permite formular premisas explícitas.2 En este momento, me limito a atender los deseos, creencias, intereses, valores, que conforman los contenidos de las premisas más o menos explícitas. Pueden ser confiables de muchas maneras. Por ejemplo, una premisa es confiable si no se ha puesto en duda hasta el momento y, así, se continúa teniendo presunción a su favor. En matemáticas y lógica se confía en premisas que son verdaderas sólo en virtud de su forma lógica o en virtud de su forma lógica y el significado de las palabras. Tampoco se suele desconfiar de aquellas premisas que provienen de fuentes, en principio, confiables: la percepción, y ese complejo refinamiento suyo, los experimentos. Además, a cada paso se confía en testimonios, en argumentos de autoridad, en valoraciones y normas de la tradición. También hay confianzas “por si acaso” o, si se prefiere, “metodológicas”. Así, no pocas veces se confía “por el momento” en la verdad de algunas premisas para desarrollar un argumento como conjetura. De esta manera, se indagan las consecuencias que esa confianza tentativa podría tener. En estos casos se está ante lo que se podrían llamar “argumentos 2 A.S. Reber en Implicit Learning and Tacit Knowledge, Oxford: Oxford University Press, 1993. desarrolla un argumento en favor de la primacía de los sistemas mentales implícitos en tanto estos son altamente adaptativos. Sobre los procesos preconcientes de selección de la información cf. Jonathan St. B. T. Evans y David E. Over, Rationality and Reasoning, Psychology Press, Sussex, 1996. 7 exploradores”. ¿Qué es eso? Interrupción: otro posible propósito constitutivo de las prácticas de argumentar Conocidos argumentos exploradores son los que plantean paradojas o concluyen con “reducciones al absurdo”. Por ejemplo, en éstas últimas se propone confiar provisoriamente en algunas premisas, luego, se muestra que éstas conducen a una contradicción o a una falsedad y, por consiguiente, esas conclusiones sirven como acicate para revisar premisas de donde se partió. Pero los argumentos exploradores no son sólo esos, ni son realmente una clase más de argumentos. ¿Por qué? Atendamos varios usos de la palabra “explorar”: quien explora inspecciona algo para saber qué es o cómo está. Así, se predica “explorar” en relación con el viajero que recorre una ciudad o del médico que examina un paciente. También se usa la palabra “explorar” cuando se hace referencia a quien, antes de actuar, indaga en su imaginación, buscando calcular sus posibilidades de éxito. Ya se anotó un primer propósito de las prácticas de argumentar: resolver, disolver o regular conflictos de creencias con los demás, o consigo mismo, convenciendo, o convenciéndose, de que cierta conclusión se encuentra bien respaldada. A partir de los argumentos exploradores surge la sospecha de un segundo propósito constitutivo de estas prácticas: explorar compromisos reales o posibles de quien participa en cierta práctica de argumentar.3 Pero regresemos a la discusión sobre los medios de estas prácticas. Los medios internos (cont.) Si las premisas no son confiables, real o metodológicamente, no son candidatos a ningún tipo de respaldos. No obstante, incluso si las premisas son confiables, pero no apoyan la conclusión, tampoco se está ante una buena práctica de argumentar. Sin embargo, no se acepta cualquier apoyo. No sin muy buenas razones, tradicionalmente los más confiables son los apoyos regimentados, o posibles de ser regimentados, por la lógica formal. Sin embargo, la lógica formal no es un sistema unificado. Por el contrario, es un conjunto de sistemas formales con diversos propósitos. La lógica formal no es, pues, la herramienta que más o menos mecánicamente podamos usar para evaluar la validez de cualquier respaldo, sino una caja de poderosas herramientas que, con capacidad de juicio, hay que saber usar de caso en 3 En el capítulo 6 de su libro Conditionals, Basil Blackwell, Londres, 1987, Frank Jackson alude a una “teasingout function” del argumentar que, creo, es el mismo fenómeno, o uno muy similar, al que se hace referencia con la expresión “propósito explorador de las prácticas de argumentar”. Al inicio de la sección 6.1 de dicho capítulo señala Jackson: “Our initial question is the purpose of arguing, not of an argument as such. A set of propositions as such doesn’t have a purpose; it is the point of drawing attention to them, of writing them down or uttering them in the form of an argument, that concern us”, pp. 101-102. Respecto de las inferencias deductivas, parte del interés de explorarlas reside en que los agentes que argumentan carecen de omnipotencia lógica, y teniendo en cuenta cualquier práctica de argumentar, habría que agregar: y también de omnipotencia empírica y normativa. Como indica Jackson: “It is easy to believe that if we knew everything, if we were god-like, we would not need to engage in the activiy of arguing” (ibid.). Estoy de acuerdo con Jackson si en la expresión “we knew everything” no solo se incluye el saber de todas las verdades lógicas y empíricas, sino también el saber de todas las normas y valores, y respecto de ambos saberes, de caso en caso saberlos aplicar. 8 caso. (La expresión “capacidad de juicio” no sale sobrando porque hay argumentos que reconstruidos en un sistema formal son válidos pero no lo son en otro.) Pero no menos comunes tanto en el conversar diario como en la investigación científica son los apoyos inductivos. Por desgracia, la palabra “inducción” es una palabra “cajón de sastre”. Buscando claridad en esa maraña, hay que distinguir entre “inducción en sentido amplio”, esto es, todos los respaldos no deductivos: cálculo de probabilidades, abducción, analogía..., e “inducción en sentido restringido” o “inducción enumerativa”.) Así, un segundo tipo interno de medios para constituir y evaluar una práctica de argumentar es: El agente A, el participante de una práctica de argumentar, argumenta bien sobre el problema p si — las premisas respaldan de alguna manera justificada la conclusión. O condición de confianza en los trasmisores: en las inferencias. Pero atendamos ya otro material interno de las prácticas de argumentar. La condición 4 Si se vuelve a recurrir al entorno conceptual de “argumentar”, “argumento”, “argumentación”, las palabras que pueden considerarse candidatos a posibles modos son: alegato, conversar, debate, dialogar, discrepar, discutir, impugnar, meditar, reflexionar, reprochar, vilipendiar, vituperar. Estas palabras sugieren, en primer lugar, que la estructura de los modos en que se realizan las prácticas de argumentar es un tipo de confrontación (lineal, circular, espiral, caótica…) entre dos funciones que puede ejercer el agente A de una práctica de argumentar: la función del proponente y la del oponente. (Esas funciones las puede desempeñar el mismo agente o encontrarse distribuidas, incluso institucionalmente distribuidas, entre dos o más agentes.) Además, estas palabras, en segundo lugar, también sugieren que hay una constitución afectiva de cada modo. Por ejemplo, la confrontación depende de quienes son los participantes de esta práctica, y de sus deseos y metas y, así, de las estrategias de cooperación o conflicto que se elijan tanto para formular como para responder las preguntas críticas. A partir de esas estrategias, la práctica de argumentar puede resultar un firme alegato, o una tranquila conversación, o una desaforada impugnación, o un reiterado reproche. Por consiguiente, las confrontaciones se pueden llevar a cabo en un continuo que va de la simpatía y la delicadeza a la agresividad y la iracundia. (La constitución afectiva del modo tendrá consecuencias en su estructura y viceversa: una respetuosa discusión teórica sobre química orgánica probablemente proceda de manera lineal, una negociación sindical que penosamente avanza y retrocede de seguro se encontrará enmarcada a cada momento por emociones como la impaciencia y el enojo, una disputa furiosa en una pareja tenderá al caos.) Por eso, tienta tanto reconstruir estos modos a partir del tripartito tradicional: lógica, dialéctica y retórica. Pero conviene resistir esa tentación. ¿Por qué? Un poco independiente de la historia de estos sobrecargados conceptos —pero no 9 demasiado—, propongo reconstruir dos perspectivas básicas para analizar pero no para evaluar las prácticas de argumentar. A la primera es posible llamarla “lógico-dialéctica”. Cuando de acuerdo con ella se analiza un argumentar, sólo importa su dimensión lógico-epistémica. A la segunda perspectiva se la puede llamar “retórico-dialéctica”. Desde ésta importa para analizar una argumentación si esa práctica es efectiva dados ciertos participantes con cierta psicología en ciertas circunstancias sociales. Por eso, a partir de esta perspectiva habrá que tener en cuenta de qué interlocutores se trata, sus actitudes previas y sus intereses políticos, económicos, sus emociones, para predecir si un argumento despertará o no en cada uno de ellos no sólo las creencias sino también los deseos, las emociones y los intereses favorables a ese argumento. Así, en la perspectiva lógico-dialéctica se investigará, por ejemplo, si las premisas del argumento son verdaderas y los respaldos entre las premisas son confiables. En cambio, en la perspectiva retórico-dialéctica importa indagar si se han despertado las emociones de simpatía, entusiasmo e interés que puedan llevar a compartir la conclusión del argumento en cuestión. Pero, ¿por qué hay que resistir identificar los muchos modos en que es posible llevar a cabo una práctica de argumentar con una de estas dos perspectivas de análisis? Por lo pronto, hay que rehuir el error de convertir la perspectiva lógico-dialéctica en “el mejor modo de argumentar” y hasta en “el modo ideal de argumentar”: aquel que sólo tiene en cuenta esta perspectiva. En muchas prácticas de argumentar considerar en exclusiva la perspectiva lógico-dialéctica puede arruinar de antemano esa práctica. Así, en una discusión con los hijos, o en la familia, o en una pareja, no atender los deseos que no se atreven a formular explícitamente el otro o la otra es no escucharlos, o algo peor, no respetarlos. O en una reunión sindical, o política, no tener en cuenta el juego de emociones e intereses implícitos es de antemano condenarse a no mover a nadie a la acción que se quiere llevar a cabo. A menudo, en situaciones como éstas, por ejemplo, las emociones que se insinúan o sugieren son tan o más importantes que las palabras expresadas. La situación inversa es también elocuente: un discurso político que consistiese en una deducción explícita hasta en sus menores detalles (incluyendo elaboradas informaciones y situaciones contrafácticas), de seguro despertará la sospecha de que se trata de un mero juego intelectual que no debe concernir a nadie, cuando no de un exhibicionismo aburrido. Además, no se olvide: desatender la precisa circunstancia en que nos encontramos y derrochar pedantería son también formas de mala retórica. La necesidad de proseguir discutiendo las condiciones 2, 3 y 4 de las prácticas de argumentar no debe ocultar que todavía ni siquiera se ha aludido a las condiciones 1 y 5. 4. LOS MATERIALES EXTERNO-INTERNOS: AGENTES Y RECURSOS Según la condición 1, una práctica requiere de A, uno o varios agentes individuales o colectivos, a quien le podamos atribuir las funciones del proponente y del oponente, con medios que, según la condición 5, dependen de los recursos existentes. Así, un agente A tiene que seleccionar premisas, hacer inferencias, obtener conclusiones, procurar satisfacer deseos, seguir varias reglas, elegir estrategias de debate. Pese a esta intensa actividad de los agentes, que además, se encuentra condicionada por la existencia de ciertos recursos, fue conveniente haber dejado estos materiales de las prácticas de argumentar, agentes y recursos, las condiciones 1 y 5, para el final. ¿Por qué? 10 A veces se afirma: cada práctica es causada por un agente. Esa afirmación sugiere: primero hay un agente ya constituido; posteriormente tal agente causa una práctica. Casi diría, por desgracia, las relaciones entre un agente y sus prácticas son más complejas y no rehúyen las relaciones de reciprocidad. Por eso la condición 1 respecto de las prácticas de argumentar no es una condición puramente externa, sino externa-interna. Algo similar sucede con la condición 5. Además, la condición 1 remite de inmediato a la condición 5: un agente es un animal humano, o un conjunto de animales humanos, con cierta constitución en un contexto: varios recursos físicos y psicológicos que, en parte, dependen de su herencia natural en ciertas circunstancias. No obstante, a un agente también lo condiciona su herencia cultural articulada en su historia pasada y en su medio circundante. Sin embargo, supongamos que estos recursos no son otras palabras para “destino” sino para “condiciones”. Ésta es la suposición que hay que hacer si se postula que la agencia, aunque condicionada y, a veces, muy condicionada, es posible. Por lo tanto, el agente no es el mero producto de sus recursos sino que también trabaja con ellos: los reorganiza, los transforma e incluso se hace de nuevos recursos. Precisamente, en no pocas ocasiones los agentes realizan estas dispares tareas desarrollando prácticas de argumentar. Por eso, como la condición 1, también la condición 5 no es puramente externa a estas prácticas, sino externo-interna. El agente de una práctica de argumentar, entonces, se conforma condicionado por una gran cantidad de recursos que, sin embargo, el agente mismo en parte rehace. Por otro lado, cada vez que un agente procura actuar y, más todavía, participar de una práctica en un tiempo t1, necesita de cierta integración en t1 de esa diversidad de deseos, creencias, planes. ¿Cómo se llevan a cabo esas integraciones? Consideremos el siguiente ejemplo: el agente A tiene fuertes intereses en su trabajo, además de los intereses en su familia. Esos intereses no sólo caracterizan qué hace A la mayor parte del tiempo, también cuales son los deseos, las emociones y planes de A para el futuro. De pronto se exige que A trabaje los fines de semana. Éste es el tiempo que A dedica a su familia. Sin embargo, A no protesta, porque es uno de sus hábitos aceptar las exigencias que provengan de sus superiores. Por otra parte, esos hábitos son parte de las costumbres de su medio social. De esta manera, pueden considerarse a hábitos y costumbres como procesos de integración de primer grado. Siguiendo ciertos hábitos y costumbres A integra sus deseos, emociones y planes de cierta manera. Pero la actitud de A podría haber sido diferente. En ocasiones las personas argumentan con otras personas y consigo mismas. Supongamos que la invitación a trabajar los fines de semana le plantea a A un conflicto de deseos y emociones. Así, A puede echar mano a prácticas de argumentar: a procesos de integración de segundo grado. Si esa deliberación alcanza una conclusión vinculante, ésta momentáneamente integra argumentativamente a A y le permite tomar un curso de acción. 4 4 Christine M. Korsgaard en su trabajo “Personal identity and the unity of agency: A Kantian response to Parfit” (publicado originariamente en Philosophy and Public Affairs, Volume 18, Numero 2, 1989, y retomado como último capítulo de su libro Creating the Kingdom of Ends, Cambridge University Press, USA, 1996), elabora esta integración como una unidad que cualquier agente necesita como condición necesaria para actuar: “You are a unified person at any given time because you must act, and you have only one body with which to act”, p. 370. Esta unidad se da tanto en cualquier momento dado como a lo largo del tiempo. Esas consideraciones regresan en The sources of normativity, Cambridge University Pres, 1996 (Trad. española de L. Lecuona y L. Manríquez con revisión de Faviola 11 No obstante, los procesos integradores de primer grado como los hábitos y las costumbres, o de segundo grado, como esas prácticas de argumentar que son las deliberaciones, nunca integran definitivamente a la persona que, lo acepte o no, es parte de una o varias historias más o menos entrelazadas. Así, ninguna persona tiene sólo los hábitos o los deseos o las creencias que considera más decisivos en t1. Además, hasta para satisfacer deseos elementales se requiere tiempo. A menudo más tiempo se necesita para implementar una deliberación. Pero puesto que ningún agente lo es sólo en t1, no es raro que en tiempos posteriores, A se sienta inquieto por la decisión tomada en t1 y, teniendo en cuenta deseos, creencias, emociones desatendidas en t1 o recién descubiertas, busque modificar o revocar la decisión. De ahí que las conclusiones de las prácticas de argumentar con los otros o consigo mismo constantemente puedan ser revocadas. Entre otras razones, recuérdese que en una práctica de argumentar se parte de deseos, creencias, normas, valores implícitos, y muchos de esos materiales son, pre-concientes o inconcientes, y provienen de herencias naturales o culturales. Lo que de nuevo envía a la condición 5, a los recursos. En una práctica de argumentar, algunos de estos deseos, creencias, normas, valores pueden aparecer en la conciencia y volverse nuevos materiales de esa práctica. O tal vez el agente A, mientras lleva a cabo un ciclo teórico o un ciclo práctico, hace nuevas experiencias que le descubren nuevos deseos, creencias que le plantean preguntas críticas en relación con sus viejos deseos, creencias que ya se creían para siempre admitidos. Además, en ocasiones, la integración momentánea de la persona que se requiere para actuar no se produce (ni por hábito ni argumentativamente). Por supuesto, si esas faltas de integración duran, si los tiempos de indecisión se multiplican demasiado, estas discontinuidades pronto conforman comportamientos disfuncionales, tanto prácticos como teóricos, en el límite, se produce el fenómeno de la personalidad múltiple. No obstante, de manera opuesta, el esfuerzo por realizar integraciones demasiado firmes, causa también patologías, por ejemplo, la actitud de reprimir de antemano cualquier nuevo deseo, creencia, interés. ¿De qué criterios se dispone para graduar las prácticas de argumentar que me integran, y no permitir que degeneren hacia sus polos opuestos? Interrumpo este inventario un tanto caótico de materiales sobre el argumentar. Espero que su discusión haya comenzado a respaldar un poco la propuesta de que tratar a la argumentación en cuanto práctica es la manera más rica y abarcadora de explorarla. No obstante, como sucede con los bosquejos, en el mejor de los casos los materiales considerados sirven como aproximación. Cada vez que se complete un poco más el bosquejo, habrá que discutir nuevos problemas. Rivera, Instituto de Investigaciones Filosóficas, UNAM, México, 2000). De manera algo diferente también Elijah Millgram en Practical Induction, Harvard University Press, Cambridge, Massachussets, 1997, subraya la necesidad que tiene el agente de integrarse para actuar: “Unity of agency, I will claim, consists in our ability to square our conflicting concerns, interests, and priorities, and the way we do this turns out to depend on bridging or connecting judgments that, as a matter of fact, we obtain through practical induction” (p. 50). 12 Capítulo 3 ¿Qué es un argumento emocional? o: ¿Por qué los teóricos de la argumentación disputan con sus parejas?* Michael A. Gilbert INTRODUCCIÓN Los argumentos, tal y como ocurren cotidianamente, son interacciones sociales profundamente complejas. Sólo en unos pocos casos los argumentos exhiben una forma que los hace susceptibles de análisis por medio de la lógica o de la Teoría de la Argumentación. Una buena dosis de manipulación o transformación se requiere para convertir una argumentación espontánea en algo que pueda ser identificado como conteniendo premisas y haciendo afirmaciones, por no hablar de diferenciar entre datos, soportes, etc. Estas dificultades pueden ser superadas, y para hacerlo diferentes sistemas han sido propuestos y estudiados desde hace ya un buen tiempo. Pero la dificultad con la mayoría, si no con la totalidad, de todos los métodos empleados es que invariablemente suponen que la estructura lógica del argumento “subyacente” es lo que conforma su esencia. El resultado es que la mayoría de sistemas buscan deshacerse, eliminar, o transformar aquellos componentes de los argumentos que no son considerados como esenciales. En otro escrito he sostenido que todo argumento invariablemente incluye elementos no lógicos que son esenciales para su comprensión adecuada (Gilbert 1994). En particular, los modos no lógicos incluyen el emocional, el visceral, y lo que yo he llamado el modo kisceral o intuitivo. Analizar un argumento sin considerar dichos modos es arriesgarnos a malentender completamente su objetivo y, por ende, a no captar la esencia de la comunicación. Esto es así, he afirmado, porque frecuentemente el modo lógico no es el único conducto de elementos cruciales del mensaje, o de su alcance pretendido. Es decir, uno podría modelar el argumento respetando sus líneas lógicas y perder completamente de vista su punto principal, tal y como éste está siendo entendido por los participantes en la interacción. De hecho, en al menos algunos casos, si no es que en muchos, la mejor manera de abordar un argumento es considerarlo como dominado por uno de los modos no lógicos, en el sentido de que sólo puede ser realmente comprendido tras apelar a ese modo particular. Un impedimento importante a la exploración de la argumentación emocional se encuentra en las definiciones estándar de argumento que se ofrecen en la literatura especializada. éstas casi siempre requieren que un argumento tenga una cierta estructura o alguna otra conexión concreta * [Nota de los coordinadores. Publicado originalmente como “Emotional Argumentation, or, Why Do Argumentation Theorists Argue with their Mates?”, en: F.H. van Eemeren, R. Grootendorst, J.A. Blair & C.A. Willard (coords.), Analysis and Evaluation: Proceedings of the Third ISSA Conference on Argumentation, vol. II, Amsterdam: Sic Sat, 1995. Traducido por Federico Marulanda y Natalia Luna.] entre la afirmación que ha sido identificada y el proceso del argumento. En algunos casos la conexión se localiza en la intención de los participantes, mientras que en otros se la ubica en la manera en la que el argumento se desenvuelve.1 En vez de presentar objeciones a dichas definiciones, introduciré dos pares de distinciones que nos permitirán discutir la cuestión con mayor facilidad. Los dos pares de distinciones se alinean en torno a dos ejes. El primer eje concierne el grado en el cual está estructurada la argumentación. En la medida en que la interacción tenga premisas identificables y afirmaciones, y en la medida en que los participantes procedan de una manera que respete la presentación de tales características argumentativas, diremos que la argumentación es más o menos lineal (un término que prefiero a ‘lógica’, que está cargado de teoría). El polo opuesto de este eje está ejemplificado por argumentos en los cuales se presta poca atención a lo que ha sido dicho, en los cuales los participantes se verían en dificultades para responder a la pregunta: “¿de qué trata este argumento?”, y tendrían serios problemas para describir la posición de su oponente de manera aceptable para él o ella.2 Argumentos que ejemplifiquen esta característica serán llamados caóticos. Debe recordarse que estamos tratando de un eje, y que el rango de argumentaciones que van de las altamente lineales a las completamente caóticas es muy amplio. El segundo eje está anclado en un extremo por argumentación altamente abstracta en donde hay poca evidencia de que los participantes estén apegados a las posiciones que defienden. Este tipo de argumentación será denominado clínico. En el otro extremo están los argumentos que exhiben una buena medida de apego personal, y en los cuales lo que está en juego a nivel psicológico parece ser más relevante para el resultado de la argumentación que las afirmaciones que de hecho se están haciendo. Este tipo de argumentos serán llamados emocionales, y el segundo eje atraviesa el campo que va desde los argumentos puramente clínicos, a los altamente emocionales. Es importante darse cuenta que un argumento puede parecer clínico cuando en realidad es bastante emocional. El eje clínico/emocional no está necesariamente caracterizado por el sonido y la furia, aunque, por supuesto, un argumento emocional sí puede estarlo. De hecho, los gritos y otras muestras abiertas de enfado o agresividad no son necesariamente concomitantes con ninguno de los dos extremos axiales. Puede darse un argumento emocional/caótico que es razonablemente calmado, y no presenta signos explícitos de tosquedad, mala educación, etc. La siguiente figura ilustra los dos ejes. [INSERTAR FIGURA 1] Definiré lo que es un argumento en sí simplemente como una interacción comunicativa centrada en un desacuerdo. ésta es obviamente una definición muy amplia, y aquellos que prefieran que ‘argumento’ sea un término honorífico que se da únicamente a ese subconjunto de disputas comunicativas que son simultáneamente lineales y clínicas, la juzgarán demasiado 1 No discutiré aquí las varias maneras en que puede definirse un argumento, ni las implicaciones de tales definiciones. Para una discusión completa de estos asuntos, véase Gilbert 1990. 2 Este es, de hecho, un test adecuado para medir buen entendimiento en la argumentación. Pero nótese que también puede suceder que haya malos entendidos en argumentos lineares. amplia. Pero insistir en una definición estrecha a estas alturas sería ignorar la cuestión de la existencia de los argumentos emocionales, por no decir nada del papel que éstos juegan. Espero, pues, que la definición amplia sea admitida. LA EXISTENCIA DE ARGUMENTOS EMOCIONALES Claramente no puede haber duda o cavilación acerca de la presencia de emociones en la argumentación. Todos los estudiosos del tema reconocen que algunos argumentos son emocionales, a veces muy emocionales. Sin embargo, y aquí llegamos al quid del asunto, un gran número de especia listas afirman que para entender la argumentación tenemos que eliminar, analizar hasta hacer desaparecer, o de alguna otra manera filtrar el componente emocional. La argumentación debe ser encontrada en las palabras o las estructuras, pero no en los sentimientos de los participantes. En otras palabras, el verdadero debate no se centra sobre la pregunta de si existen o no argumentos emocionales, sino sobre si los argumentos emocionales necesitan ser purificados, o, por lo menos, descontaminados, antes de pasar a su investigación. Las posiciones en este respecto van desde aquellos que parecen pensar que las emociones no tienen lugar alguno en la argumentación, hasta aquellos que no sienten que haya problema si existe algo de contenido emocional, siempre que éste no se convierta en el foco principal, u oscurezca la estructura lógica o la naturaleza dialéctica de la empresa argumentativa. Yo pienso que estas posiciones son demasiado estrechas, y argumentaré que varias técnicas y sugerencias puestas a nuestra disposición por la Teoría de la Argumentación dan mayor cabida a la argumentación emocional de lo que puede suponerse inicialmente. Haré un recuento de esas técnicas, y luego aduciré que hay muy buenas razones para pensar que ignorar el contenido emocional de un argumento puede llevarnos a analizarlo incorrectamente. En los tiempos en los que la Teoría de la Argumentación todavía rodaba por el lodo del pantano lógico primordial, D.J. O’Keefe introdujo la distinción entre argumento1 y argumento2. Esta distinción, tan común en el inglés,3 no era tenida particularmente en cuenta en la Teoría de la Argumentación, lo que parecía invitar a un buen número de confusiones. Respecto a los argumentos emocionales, el punto que quiero hacer aquí es el siguiente. Es claro que argumentos emocionales ocurren más evidentemente cuando contemplamos argumentos2 (e.g., disputas) que cuando contemplamos argumentos1, puesto que es en el intercambio de opiniones que las emociones son mas visibles. Sin embargo O’Keefe no impuso el requerimiento de que un argumento2 debía ser clínico o lineal para ser clasificado como un argumento propiamente dicho. Al contrario, uno de los objetivos de la distinción era el permitirnos utilizar el término ‘argumento’ en contextos en los cuales las identificaciones hechas tradicionalmente pueden no ser tan claras. Después de todo, los Teóricos de la Argumentación bien pueden preferir cierto tipo de argumento, lo que no significa que éste tipo sea el único que se observa —ni siquiera entre 3 [Nota de los traductores. En inglés, la palabra argument es ambigua, pudiendo significar, ya sea lo que entendemos en castellano por “argumento”, o bien una discusión, disputa, o querella. En O’Keefe (1982), entre otros lugares, se define argumento1 en el primer sentido, como una emisión que consiste de una afirmación y una o más razones ofrecidas en su apoyo, mientras que argumento2 se define en el segundo sentido, como una interacción social caracterizada por el desacuerdo.] ellos mismos. La cuestión más difícil de responder es si tiene sentido decir que un argumento emocional es un argumento1 según el modelo de O’Keefe. Consideremos el siguiente fragmento de un argumento2. (1) PABLO: MARÍA: Tú nunca escuchas ni una palabra de lo que te digo. Sí, y tú estás pendiente de cada una de mis sílabas. El ejemplo (1) puede analizarse viendo la afirmación de María como la denegación de la aseveración hecha por Pablo. Su premisa entonces se entiende como la aseveración de que Pablo tampoco es un buen escucha. El argumento es un tu quoque clásico, y la mayoría de los estándares analíticos no lo darían por bueno. Lo anterior no impide, sin embargo, que sea re lativamente fácil extraer el argumento1 del argumento2. También podemos imaginar fácilmente las palabras en (1) siendo proferidas en un tono elevado, tal vez vehemente. Yo creo, pues, que en el ejemplo (1) tenemos un argumento1 de tipo emocional. ¿Cómo sabemos que es un argumento emocional? Porque fuimos testigos del mismo. En sí, (1) es solamente un mal argumento. Pero tomado en el contexto de una relación íntima típica, la mayoría de nosotros puede identificar el estilo que el ejemplo exhibe, un toma-y-dame conyugal del que sólo puede esperarse que no pase a mayores. El punto es que analizar y despachar el argumento de María como un simple tu quoque es no captar su núcleo dinámico: ella piensa que su compañero es tan mal comunicador como él la acusa a ella de ser. Lo que es más, algo que está involucrado en este intercambio pero no es capturado por el análisis lógico son las creencias de que (a) escuchar a los demás y comunicase claramente es algo importante, y (b) que ésto es algo que Pablo y María no están haciendo bien. Consideremos ahora un ejemplo un poco mas largo. (2) LISA: ¿Qué quieres decir con que te vas justo cuando mi madre viene de visita? PABLO: Simplemente lo dicho: que me voy de pesca. LISA: ¡Pero yo trabajé como loca cuando tu madre estuvo aquí! PABLO: Yo nunca te pedí que hicieras nada. Además, mi mamá es mucho más fácil de tratar que la tuya. LISA: (en voza alta) ¡Qué cosa dices! Ella es igual que tú: espera que hagan todo por ella. PABLO: (en voz más alta) Ah, ¡ahora resulta que yo tampoco sirvo para nada! LISA: (en voz aun más alta) ¡Pues no sirves para estar cerca de mi madre! PABLO: (ya gritando) ¡Es que tal vez no sirvo para estar aquí, y punto! LISA: (con calma pasmosa) No hay ningún “tal vez”. (Pablo se va dando un portazo) La primera pregunta, por supuesto, es si (2) es un argumento o no. Francamente, no veo cómo puede ser visto como otra cosa. Puede ser que haya categorías mas finas dentro de la categoría general de argumento, pero aún si es una disputa o discusión o querella, también es un argumento. Cualquier afirmación de que no lo es, o peor, de que no debe ser considerado como un argumento, es prescriptiva, cargada de juicios evaluativos y de teoría.4 La segunda pregunta es si es un buen o mal argumento, lo que es más difícil de contestar. Primero, depende de qué es lo que exactamente queremos decir. A menudo, describir un argumento como “bueno” quiere decir que éste cumple ciertos objetivos o sigue ciertas reglas para una clase particular de argumento. Si entendemos las cosas de esta manera, entonces seguramente pensaremos que (2) no es, por ejemplo, un buen argumento dialéctico; de hecho es pésimo. Pero el punto que quiero hacer acerca de los argumentos emocionales no es que sean buenos argumentos dialécticos, sino únicamente que son argumentos. En consecuencia, deben ser juzgados en sus propios términos. El argumento (2) tal vez sea lo que Walton (1992) llama una disputa [en inglés quarrel]. Los sellos característicos de una disputa, según Walton, es que quienes participan en ellas dicen palabras que hieren, y que a veces este tipo de argumento termina en una suerte de epifanía que puede abrirles los ojos a los participantes y aportar algo valioso a su relación (ibid., p. 21). Es cierto que cuando consideramos la categoría de argumentos altamente emocionales y altamente caóticos encontramos muchos ejemplos de argumentos que bien podríamos clasificar como disputas. Cuando las emociones son rampantes y la linealidad es limitada, podemos esperar ya sea una situación en la que los participantes no se prestan atención el uno al otro, o una situación en la que los interlocutores atacan mutuamente sus sentimientos. Pero aún en una disputa, la forma más extrema de argumentación caótica/emocional, frecuentemente pueden encontrarse aspectos benéficos (ibid., p. 215). Estos incluyen la expresión catártica de emoción y enfado, la revelación de presupuestos escondidos, y la posibilidad de discutir asuntos que no habían salido a la luz una vez que haya bajado el calor de la discusión. Incluso existe la posibilidad, al contrario de lo que afirma Walton (ibid., p. 21), que ser testigo de las emociones del interlocutor lleve a una renovación y apertura de la comunicación. La mayoría de argumentos emocionales no son disputas. Hay distintos grados de argumentos emocionales, y el grado es una función no sólo de la emoción pura, sino del contexto y de los argumentadores. Por ejemplo, no tenemos dificultad con un colega que se frustra en un debate y se sube un poco de tono, o con dos colegas cuyas emociones se alborotan cuando discuten acerca de la manera laxa en que generalmente se está calificando a los alumnos. Sin embargo en cualquiera de los dos casos podríamos quedar sorprendidos o desconcertados dependiendo de quienes son los participantes y de dónde está ocurriendo el argumento. Los argumentos emocionales tienden a darse en dos tipos de contexto. El primero es cuando uno de los participantes está particularmente apegado al punto de vista que está defendiendo. El segundo es cuando un argumento se torna personal en el sentido de ad hominem. El argumento (2) ejemplifica ambos aspectos. Cada participante tiende, naturalmente, a defender a su madre. Y cada uno tiende a ser sensible a un ataque personal. Pero el mismo proceso puede darse en una variedad de circunstancias, y no sólamente en argumentos de pareja en torno a asuntos delicados. En el ejemplo siguiente la Profesora A se opone a una observación del Profesor B justamente porque es un ataque a una posición que la primera mantiene con firmeza: 4 Esto no quiere decir que tal posición no pueda ser defendida. Lo que quiero subrayar es que la posición no es auto-evidente. (3) PROFESOR B: … luego, como puede ver, la posición que Ud. defiende es internamente inconsistente. PROFESORA A: (acaloradamente) ¡Por supuesto que no lo es! ¡Ud. ha tergiversado completamente la posición! La respuesta de la Profesora A puede con relativa facilidad ser interpretada como una réplica perfectamente apropiada, en la que se afirma que la crítica hecha a su posición es inválida porque la posición que se critica no es la suya. En este caso, no encontramos ninguna dificultad en continuar con el argumento y darle la razón ya sea a la Profesora A, o al Profesor B, o en esperar más argumentación. No permitimos que la emoción nos haga perder de vista los aspectos lógicos del argumento. Por el contrario, una muestra modesta de emociones hace que sea mas interesante seguir un argumento lineal y (relativamente) clínico: esto nos da la sensación de que hay algo importante de por medio. También es posible que la reacción de la Profesora A pueda haber sido mal motivada, o fuera de carácter. En circunstancias en las cuales conocemos a la Profesora A y jamás la hemos visto reaccionar de esta manera, aun cuando hemos visto que le están tendiendo un anzuelo, nuestra reacción inmediata será la de preguntarnos: “¿qué es lo que está pasando?” El juicio al que llegaremos será que las palabras de la Profesora A y la manera en que las ha expresado son disonantes. Y ésto nos da una pista importante para entender lo que es un argumento emocional: un argumento emocional es uno en el cual las palabras empleadas son menos importantes que los sentimientos expresados. Lo anterior puede ser extendido. Podemos darnos cuenta, por ejemplo, que entre mayor sea el grado de caos, es menor la importancia de las palabras que de hecho fueron empleadas. Lo que se torna importante es lo que las palabras expresan. El miedo, enfado, desconfianza, frustración, etc., que son revelados por las palabras son más importantes que las palabras escogidas (sin que las palabras estén completamente vacías de significado). Esto se ve claramente si volvemos al ejemplo (2). Consideremos aplicar a este argumento las tres categorías de Wenzel (1980). Podemos identificar productos, es decir afirmaciones relacionadas con razones que parecen lógicas, aunque se requiera un poco de malabarismo entimemático para entenderlos de manera apropiada. El procedimiento, es decir, el componente dialéctico que depende de que dos contrapartes busquen llegar al fondo de un asunto, parece estar ausente completamente, puesto que los participantes en (2) no parecen tener la voluntad de llegar a la verdad, sino más bien de atacarse mutuamente. Y lo que Wenzel llama el proceso, el componente de un argumento que podría ser descrito como retórico, es bastante rico en (2), aún si no figuran allí adornos de la retórica clásica. De hecho, el punto débil de la categorización de Wenzel es que le corresponde al proceso, al aspecto retórico de un argumento, cubrir todo lo que no cabe bajo los componentes lógicos o dialécticos. Esto puede ser adecuado para aquellos argumentos que caen dentro del círculo en la Figura 1, pero deja de serlo para argumentos altamente emocionales o caóticos: simplemente no nos provee con las herramientas analíticas para explorarlos. PARA ENTENDER LOS ARGUMENTOS EMOCIONALES Si queremos entender un argumento debemos entender el significado de las palabras y expresiones que aparecen en él. A menudo, esto es algo sencillo. Otras veces no lo es. Intentar entender un argumento entre dos adole scentes sobre si Billy Joel es ‘chido’ o ‘chafo’ presupone un conocimiento de las sutilezas del lenguaje que usan los jóvenes en cierta región que sobrepasa las habilidades de muchos comentaristas. Haciéndole un guiño a Quine, podemos aceptar sin pro blema que las traducciones entre lenguajes, o entre dialectos o jeringonzas de un mismo lenguaje, pueden toparse con la indeterminación de la traducción. Las palabras a veces son utilizadas para transmitir significados no-estándar; a veces son ambiguas o equívocas, a veces significan cosas distintas para personas distintas. La palabra ‘cariño’ puede ser empleada con dulzura entre muchas parejas, o puede ser una señal de alerta entre otras. Esto es algo que es imposible de determinar antes de hacer una investigación. Y si dicha investigación no toma en cuenta el aspecto emotivo de la comunicación, es posible que se equivoque por completo y, por ejemplo, traduzca como acuerdo lo que en realidad es desacuerdo. Para entender un argumento emocional, debemos penetrarlo. A mayor grado de emoción, mayor importancia cobra que lo dicho se examine en su contexto. La magnificación de emociones tiende a ocurrir cuando (a) los argumentadores se conocen bien y (b) el asunto discutido es recurrente. Cuando estos dos factores son tenidos en cuenta, se vuelve aún mas claro que las interpretaciones y transformaciones no pueden ser hechas en aislamiento de los sentimientos e historias personales de los participantes. Al explicar la importancia del análisis perceptual en la disección de argumentos, Legge (1992) explica que sin un análisis contextual profundo, un investigador puede malentender muchas de las dinámicas básicas de un argumento. Cuando dos personas se conocen bien, es imposible estar al tanto de lo que se dicen sin conocer los códigos que se desarrollaron en discusiones pasadas, sus tabús implícitos, las reglas y prescripciones que se han impuesto inconscientemente. Willard (1989) sostiene algo similar cuando argumenta que la gente que se conoce entre sí apela a conversaciones pasadas, es más, a toda su historia comunicativa, de manera constante e implícita. Las anteriores consideraciones nos llevan a concluir que la idea de remover los aspectos emocionales de un argumento antes de pasar a su análisis es no sólo demasiado estrecha, sino también peligrosa. Es peligrosa precisamente porque puede llevar a un análisis que interpreta un argumento de una manera muy diferente a como lo hacen sus participantes. Esta puede ser la razón por la cual muchos teóricos quieren excluir argumentos que son obviamente emocionales o caóticos. “Dejémoslos a los psicólogos —no son ni siquiera argumentos”. Pero este modo de proceder no funcionará: no tenemos forma de saber cuál es el aspecto emocional de un argumento antes de haber investigado los sentimientos y emociones de los participantes, y entendido cómo entran en juego en la disputa. Entender los argumentos emocionales significa respetar la influencia que la emoción tiene en la comunicación. Si hacemos esto, si aceptamos que la mera comprensión de lo que se ha dicho debe tomar en cuenta la configuración emocional de los argumentadores, entonces podemos dar un paso adelante en intentar comprender lo que es, por ejemplo, un argumento emocional bueno o malo. Un buen argumento emocional puede ser uno en que los argumentos se correlacionan directamente con los sentimientos expresados, en vez de estar repleto de referencias oblicuas. En este caso la definición que ofrecí más arriba debe ser degradada a una condición suficiente pero no necesaria de argumentación emocional. Por lo demás ciertas falacias clásicas pueden ser vistas como dando señales de que estamos ante un argumento emocional. La falacia de conclusión inatinente, por ejemplo, puede frecuentemente anunciar la entrada a la esfera emocional. Pero estas conclusiones no pueden ser consideradas más profundamente hasta que la argumentación que está cargada de emociones sea aceptada, respetada, y estudiada. ¿POR QUÉ LOS TEÓRICOS DE LA ARGUMENTACIÓN DISPUTAN CON SUS PAREJAS? He sugerido que los argumentos emocionales son aquellos en los que los sentimientos comunicados por los participantes son más importantes que las palabras usadas para comunicar esos sentimientos.5 Los argumentos emocionales ocurren porque hay situaciones en las que la expresión de esos sentimientos nos es importante. Estos argumentos pueden iniciarse de manera bastante lineal y clínica, y luego evolucionar de tal manera de que el aspecto emocional aumenta en la medida en que va creciendo la urgencia. También puede suceder que un argumento emocional tenga una alta carga emocional desde el inicio. El asunto, el interlocutor, o una combinación de los dos pueden ser las condiciones para que un argumento sea altamente emocional desde el principio. ¿Cuándo, pues, es que hay disputas? Y ¿por qué es que personas entrenadas en las formas de argumentación, que la enseñan y la estudian, caen a veces en el tipo de altercados que ellos mismos aborrecen: los que intencionalmente hieren y hacen daño y no son “nada más que” un torrente de emociones negativas? También debemos recordar que no todas las disputas son concursos de gritos. La calma pasmosa, el silencio frígido, y el “castigo silencioso” también son maneras de conducir disputas. Walton dice de las disputas: “El objetivo de una disputa es atacar verbalmente a la contraprte, y, de ser posible, humillarla” (op. cit., p. 215). Las ventajas mencionadas, como el efecto catártico, la expresión de emociones escondidas, o el evitar la posibiliad de violencia física, pueden ser obtenidas sin tener que exponerse a los efectos negativos y hasta vergonzosos de una disputa. ¿Entonces por qué lo hacemos? Pienso que la respuesta, aunque compleja, puede ser descrita como proveniente de dos fuentes principales. A veces nos disputamos porque oímos algo que no queremos oir —ya sean las palabras o los significados transmitidos por el tono; y a veces nos disputamos porque decimos algo que queremos que sea oído y creemos que no está siéndolo— y de nuevo, puede ser que la comunicación sea explícita con las palabras, o que sea transmitida mediante el tono. En el primer caso, el enfado y la reacción fuerte provienen de la resistencia psicológica a absorber información que rechazamos. En el segundo, entra en juego la reacción simétrica de tener información que creemos es verdadera, pero que está siendo resistida intencionalmente (o por lo menos eso pensamos) por el recipiente pretendido. También es pertinente notar que hay factores viscerales o situacionales importantes que siempre entran en juego. Niveles de estrés, influencias hormonales (pensemos en los adolescentes), y el estatus del asunto y/o de la relación de los participantes son todos factores que entran a determinar qué tan bien se controlan las emociones que surgen, y qué tan bien o efectivamente se razona. Pero si crece la frustración creada por una dinámica de “no 5 Nótese que en ningún momento he dicho que las palabras son irrelevantes o carecen de importancia o significado. Lo crucial es la importancia relativa de las palabras versus los sentimientos que expresan. quiero escuchar lo que dices/ tienes que escucharme”, podemos sucumbir a la expresión de sentimientos que son dolorosos o hirientes. En estos casos, la rabia y la disputa parecen ser, más que cualquier otra cosa, una manera de llamar la atención de nuestro interlocutor a una necesidad grande e insatisfecha. Naturalmente, cuando la frustración es mutua, cualquier cosa puede suceder. Los Teóricos de la Argumentación disputamos con nuestras parejas porque no somos mejores que nadie. Es posible que no lo hagamos tan a menudo, o es posible que lo hagamos más a menudo. No he hecho encuestas. Sólo sé que la mayoría de nosotros tenemos disputas — esperemos que no con demasiada frecuencia. Pero no le echemos la culpa de esto a la emoción, no la aislemos en una esquina de donde la podamos eliminar, transformar, o filtrar. Eso no nos ayudará a incorporar su realidad en nuestra argumentación cotidiana. Lo que deberíamos buscar no es la eliminación del aspecto emocional de la argumentación, sino su estudio y comprensión de manera que podamos utilizar de forma más productiva estos eventos reales e ineludibles. En otras palabras, debemos resistir la identificación de argumentos emocionales con disputas— tal vez debamos intentar eliminar los segundos, mas no los primeros. Los Teóricos de la Argumentación disputamos con nuestras parejas porque la frustración no desaparece con el conocimiento. Las causas de las disputas pueden ser conocidas y comprendidas, pero no por eso van a esfumarse. Esto simplemente significa que los Teóricos de la Argumentación pueden terminar más avergonzados que la mayoría de los que caen en una disputa. Lo anterior, por supuesto, puede tender a disminuir la frecuencia de disputas entre nosotros, pero su eliminación es, desafortunamente, un sueño distante. ¿POR QUÉ LA RAZÓN ES MEJOR QUE LA EMOCIÓN? Pienso que, al final de cuentas, el verdadero problema es que no promovemos y perseguimos el estudio de argumentos emocionales, lo que, a su vez, fomenta nuestra ignorancia. La causa de esta ignorancia recae en la distinción entre razón y emoción, que a su vez recae en una (falsa) suposición principial: la creencia de que nadie se deja llevar por la razón. La teoría es que nadie nunca empieza a gritar, golpear, o llorar, debido a la razón. Es la emoción la que parece estar involucrada con ese tipo de conductas, no la razón. El resultado es que la emoción es más atemorizadora, y pide ser controlada y separada de la razón, que procede de manera más calmada, fría, confiable. Pero por supuesto la idea de que la razón es confiable y segura es un mito. Miles han sido asesinados porque sus ideas y creencias fueron consideradas equivocadas por personas que fría y deliberadamente dieron razones concretas y no-emocionales para justificar sus acciones. La razón puede ser como la piedra, y la emoción como el agua, pero ambas pueden ser usadas para bien y para mal, tanto para buscar acuerdo como para generar conflicto, para la exploración honesta de ideas o para la manipulación deliberada de los fines de otras personas. Si las piedras son más fáciles de mover, sujetar, e inspeccionar, ésto no las hace menos peligrosas. Lo que tenemos que abandonar es la idea de que hay un hijo bueno y un hijo malo de la psique humana. Las emociones pueden acalorarse, y esto puede llevar a consecuencias desafortunadas y hasta devastadoras, pero lo mismo es cierto de la razón. Horribles injusticias y temibles eventos han sido perpetrados en nombre de la “razón fría”. Argumentos lineales y clínicos que son conducidos sin el efecto suavizador de la emoción (bajo la forma de la compasión, por ejemplo), pueden llevar a conclusiones aterradoras que son aceptadas únicamente porque son vistas como la consecuencia inevitable de la razón. En el nombre de la razón se protegen sistemas económicos complejos mientras niños mueren de hambre; antiguas enemistades basadas tanto en supuestos hechos históricos como en emociones crudas resurgen con re gularidad enfermiza; personas son golpeadas y castigadas por diferencias en sistemas de creencias. No. No es que ser lógico sea mucho más seguro que ser emocional, es simplemente que cuando pensamos en acciones basadas en la lógica no pensamos en el marido que suprime las emociones de su esposa con su demanda de logicalidad, o el abogado que mira la muerte únicamente en términos financieros, o el general que razona que las muertes que se esperan en una batalla determinada caen “dentro de los parámetros aceptables”. Los Teóricos de la Argumentación disputan con sus parejas porque las personas, y especialmente las personas en relaciones íntimas, disputan, y los Teóricos de la Argumentación son personas. Pero las disputas pueden terminar con algunos beneficios, con epifanías, con el darnos cuenta de que una herida no ha sanado, o simplemente de que existe. Lo importante es incluir todas estas comunicaciones interactivas dentro del campo de estudio de la Teoría de la Argumentación, y no pretender que son superables, porque sencillamente no lo son. REFERENCIAS Gilbert, Michael A. (1990) The delimitation of ‘argument’. In 6th Annual Ontario Philosophical Conference, Trent University, 1990. —— (1994) Multi-modal argumentation. Philosophy of the Social Sciences 24(4): 159-177. [Traducido en este libro, pp. xx-xx.] Legge, Nancy J. (1992) What did you mean by that? The function of perceptions in interpesonal argument. Argumentation and Advocacy 29(2): 41-60. O’Keefe, D.J. (1982) The concepts of argument & arguing. En: J.R. Cox and C.A. Willard, coords., Advances in argumentation theory and research (pp. 3-23). Carbondale (IL): Southern Illinois University Press. Walton, Douglas N. (1992) The place of emotion in argument. University Park (PA): The University of Pennsylvannia State Press. Wenzel, J. (1980) Perspectives on argument. En: J. Rhodes & S. Newell, coords., Proceedings of the [1979] Summer Conference on Argumentation. Annandale (VA): Speech Communication Association. Willard, C.A. (1989) A theory of argumentation. Tuscaloosa (AL): University of Alabama Press. Faltan parámetros necesarios o son incorrectos. Capítulo 4 Argumentación multimodal* Michael Gilbert Los trabajos recientes en teoría de la argumentación en las ciencias sociales se han visto muy influenciados por principios del constructivismo social. Uno podría haber pensado que como resultado tales trabajos en teoría de la comunicación les habrían dado el golpe de gracia a la idea de que la racionalidad lineal es el alfa y el omega de la argumentación. Sin embargo, con una o dos excepciones (notablemente Willard 1983, 1989), los constructivistas sociales no ha disparado ni siquiera el primer tiro. Considérese a Kneupper (1981), quien dice, por un lado, que “el conocimiento de la realidad física y social es tanto personal como social” (p. 186), y por otro lado, que “las diferentes tradiciones de conocimiento… ofrecen patrones diferentes de interreferencialidad;… los argumentos se construyen sobre esos patrones” (p. 188). Con otras palabras, los patrones de argumentaciones pueden diferir de campo a campo, pero los patrones esenciales no varían de modos irregulares. Sigue siendo el “sistema de argumentación” el que guía y la “argumentación-como-estructura” la que delimita la racionalidad humana (pp. 188-189). La mayoría de las definiciones de argumentación involucran ejemplos hablados o escritos por una persona con el propósito de producir alguna diferencia en otra persona (Walton 1990, p. 411). Ciertamente, tales ejemplos forman los ejemplos más obvios de argumentación. Es decir, el énfasis recae invariablemente sobre el razonamiento verbal como el núcleo del proceso. Más allá de eso, la comunicación no verbal o las ramificaciones contextuales tienden a ser incluidas solamente en la medida en que se pueden explayar lingüísticamente (O’Keefe 1982). De hecho, es sólo recientemente que se ha enfocado la atención sobre la argumentación como una algo emprendido interactivamente por dos personas. Encontramos ejemplos de este enfoque en autores muy diversos como Brockriede (1975), Balthrop (1980), Wenzel (1980), O’Keefe (1982), Willard (1983, 1989), van Eemeren & Grootendorst (1989) y Jackson & Jacobs (1980). El enfoque se ha vuelto la característica clave de la teoría de la argumentación contemporánea. Sin embargo, parece haber dos supuestos omnipresentes que atan este nuevo enfoque a sus raíces. El primer supuesto es que la argumentación es esencialmente racional, donde “racional” se toma como “razonado”. El segundo es que el contexto social, la motivación psicológica y otros asuntos que afectan el proceso argumentativo son inherentemente periféricos a la noción de “argumentación”. Estos supuestos han permanecido bien afianzados a pesar de que su legitimidad ha sido varias veces atacada. Uno de esos ataques viene de un autor reconocido como fundador de la teoría * [Nota de los coordinadores. Este texto fue publicado originalmente como artículo bajo el título “Multi-modal argumentation” en la revista Philosophy of the Social Sciences 24(2), Junio 1994, pp. 159-177, la cual cedió gentilmente los derechos para esta publicación. La traducción fue realizada por Fernando Leal Carretero. Se omitió el abstract que precede al artículo original.] 1 contemporánea de la argumentación, Chaïm Perelman, quien arguyó en su Nueva retórica (Perelman & Olbrechts-Tyteca 1969) y en muchos otros trabajos que la retórica debe concebirse no como un arte ornamental sino como aquel aspecto de la argumentación dirigido a persuadir. La persuasión es crucial y debe rescatarse de sus asociaciones negativas, ya que no podemos usar la razón (es decir, “convencer”) para discernir asuntos de opinión (es decir, cualquier cosa no susceptible de cálculo). “Que el filósofo apele a la razón no garantiza en modo alguno que todos van a estar de acuerdo con su punto de vista” (Perelman 1979, p. 13). Por consiguiente, la racionalidad para Perelman es una función de la Weltanschauung histórica y social que tenga la comunidad apropiada. “Por consiguiente, la idea de una argumentación racional no puede definirse in abstracto” (p. 14). Una vez que abrimos la puerta a la persuasión la gama entera de la contextualidad humana se vuelve relevante, y los científicos sociales, no sólo los lógicos (formales o informales), tienen que desenredar todo lo que contienen las argumentaciones contenidas en los diálogos. La argumentación debe verse como una interacción que utiliza mucho más que los tradicionales medios racionales para convencer o persuadir. De hecho, hay que abandonar la distinción clásica entre estos dos términos, la cual hace de “convencer” un honorífico y de “persuadir” un peyorativo. Perelman, sin embargo, no estaba dispuesto a ir tan lejos. Al importar a su sistema la idea de auditorio universal hace lo que Berkeley con su Dios: evita que las cosas se salgan de control. Incluso el trabajo más reciente sobre el papel de los fines que se persiguen en el discurso (Dillard, 1990) pone en cuestión el papel de la “logicidad” en las comunicaciones persuasivas. Definiendo esta característica como “ofrecer varias razones realistas y convicentes [compelling]” (p. 86) y “el grado en que la fuente hace uso de evidencia1 y razonamiento” (p. 85), se pidió a “tres jueces entrenados” que calificaran si varias descripciones de interacción la tenían. Presumiblemente, todo lo que en la interacción no es identificado como acorde con las definiciones es lo no-lógico y lo menos que se supone aquí es que ese residuo es separable del resto. Por consiguiente, debería ser claro que los dos supuestos, el primero de linearidad y el segundo de marginalización de las formas no-discursivas frente a lo racional, siguen vivos hoy día. Con todo, cuando consideramos, por ejemplo, el trabajo de Dillard, debemos preguntarnos: ¿por quién fueron los jueces entrenados?, ¿en qué sentido de racionalidad lo fueron?, ¿en qué sistema de lógica? Y si hay persuasión, ¿se debe ella a la lógica?, ¿o es algo que ocurre después, cuando queremos incorporar la dicha creencia en nuestro sistema alético? Tales preguntas son sumamemente importantes para las ciencias sociales, por cuanto implican supuestos metodológicos que no se hacen explícitos; y ello en un medio ambiente en el se cree que hemos cada vez más abandonado la tradición del razonamiento lineal. Cito a C.A. Willard (1981): Mi… propuesta de ver el argumento como forma de interacción social ha resultado notablemente aceptable sin mayor discusión [uncontroversial]; pero mis argumentos de que el simbolismo nodiscursivo es un elemento medular del objeto de estudio de la teoría de la argumentación han provocado un amplio debate. Esto es un resultado extraño, pues no veo cómo puede uno tomar la idea de 1 [Nota del traductor. La palabra inglesa evidence se refiere a las premisas y datos que apoyan un argumento dado. La traduzco aquí por “evidencia” para evitar perífrasis complicadas y en vista de que tal anglicismo está comenzando a usarse de manera corriente en este sentido particular.] 2 argumentación-como-interacción en serio y a pesar de ello sostener que las argumentaciones son única y exclusivamente comunicaciones lingüísticas (p. 191). Las ciencias sociales se ocupan de las personas, y estoy de acuerdo con Willard en que la gente argumenta en una intrincada matriz que se compone de numerosas especies de métodos comunicativos. Es por tanto esencial examinar esta matriz y, lo que es más, darle a ella su peso como instrumento de análisis de la interacción argumentativa. En este ensayo yo abandono los dos supuestos mencionados y asumo que modos de comunicar, persuadir, convencer y disputar total o parcialmente no-racionales pertenecen igualmente a la argumentación. Hacer esto significa reconsiderar y redefinir el área a que nos referimos cuando hablamos de “argumentación”. Este ensayo emprende la evaluación de los resultados de suspender los dos supuestos mencionados, y ofrece una categorización de la argumentación que va más allá tanto de lo verbal como de lo racional. Además, si, como atestiguan los últimos 40 años de teoría de la argumentación, tenemos la intención de tratar la argumentación como una actividad humana más que como un ejercicio lógico, debemos hacer espacio en ella para aquellas prácticas realmente utilizadas por los argumentadores. Al proceder así debemos tratar, hasta donde ello sea posible, de separar lo normativo de lo descriptivo, y de recordar en todo momento que los teóricos de la argumentación proceden en gran medida de un grupo profesional altamente racional que valora el razonamiento lineal por encima de todos los otros modos de comunicación persuasiva. Aunque no es tanto como sugerir que los académicos occidentales no tienen emociones o intuiciones, la racionalidad y el “ser racionales” se colocan normalmente por delante como el enfoque correcto de la comunicación interpersonal, especialmente en situaciones formales o dialécticas. La trampa que aguarda a la teoría de la argumentación es que el resto del mundo no es ni de lejos tan linealmente racional como los académicos occidentales. Incluso en Norteamérica hay millones de personas que creen en lo sobrenatural, lo extrasensorial, y una cornucopia de ontologías religiosas, místicas y New Age. De hecho, creo que podemos sin riesgo admitir que hay mucha más gente que cree en los espíritus, la reencarnación y cosas por el estilo de la que no cree en ellas. Si por tanto nos ocupamos con la cuestión de cómo argumenta la gente, cuáles son los materiales, evidencias, modos de comunicación, maniobras, falacias, y dispositivos persuasivos de que la gente echa mano realmente, entonces debemos ir más allá de lo lingüístico e incluso más allá de lo racional. Proceder de otro modo es limitar la argumentación, por decreto, a un reino estrecho de la categoría de comunicaciones cuyo propósito es persuadir o convencer. Uno podría, por supuesto, insistir en que eso exactamente es lo que debemos hacer: modos de razonar o formas de argumentar extrañas e inapropiadas no tienen lugar en una buena argumentación y no debemos dar lugar a que se usen. Esto, por supuesto, confunde los papeles descriptivo y normativo de la teoría de la argumentación, al tiempo que supone que tenemos claridad perfecta sobre exactamente cuáles son los cánones de la buena argumentación. Independientemente de hasta dónde aceptemos la dualidad “convencer/persuadir”, sigue siendo importante agotar la gama de argumentaciones que se usan en el mundo, aunque no fuera más que para después evaluar y categorizar normativamente. Con otras palabras, primero requerimos una taxonomía de los argumentos reales (o utilizados) antes que podamos decidir cuáles son “buenos” y luego predicar en su favor. 3 Para los propósitos de esta discusión, el término “racional”, en el sentido de razonado, lineal y ordenado, es excesivamente estrecho y restrictivo. Es el sentido de declaraciones como “No voy a discutir [argue] contigo si no puedes argumentar [argue] racionalmente”. Pero debe notarse que este enunciado no dice que uno no está argumentando, sino más bien que uno lo está haciendo, desde el punto de vista del hablante, de una manera indeseable. Con otras palabras, un mal argumento cae al menos bajo la categoría de argumento. Así, si uno no consigue argumentar racionalmente, esto significa presumiblemente que hay argumentaciones no-racionales, si bien al hablante no le gustan. En este sentido de la palabra, “racional” se usa a menudo como un término honorífico, y lo que es más importante, como un modo de negar y/o trivializar modos de argumentar que no se ajustan a los preceptos de uno de los argumentadores. Este sentido requiere que la persona racional piense de una cierta manera, generalmente lógica, y se adhiera a los criterios de evidencia, deducción y razonamiento establecidos por una tradición que es pesadamente científica, racionalista y dominada por los varones (véase Warren 1988). En el corazón de la visión racional está el papel esencial del lenguaje, y más particularmente, de la verbalización. Testimonio de ello es la afirmación de van Eemeren y Grootendorst que aparece en la primera página de Speech acts in argumentative discourse (1983): Para eliminar diferencias de opinión es importante que los distintos puntos de vista se enuncien con tanta claridad como sea posible. Como regla esto significa que las personas involucradas en la diferencia de opinión tengan de alguna manera que verbalizar sus puntos de vista. ¿Es la verbalización necesaria para despejar todas las diferencias de opinión? ¿Es la claridad del enunciado siempre benéfica, o podría la vaguedad [fuzziness] ser parte integral e incluso deseable en ciertos tipos de argumentación o en argumentaciones que tienen lugar entre ciertas clases de personas2? Presumiblemente, si estamos involucrados en una conversación intelectual del tipo que ocurre en universidades (y una gran variedad de lugares semejantes) este enfoque está justificado, o al menos es algo esperado. Pero al menos en un número igual de contextos la devoción a una linealidad verbalizada podría ser inapropiada o incluso estar equivocada. Yo sostengo que en muchas situaciones el ego, el físico y la intuición juegan papeles integrales a la situación comunicativa y argumentativa, y que desechar estas cosas como periférica o aun peor como falaces, no está justificado y además es negligente en vista de las prácticas humanas reales. Por tanto, el estudioso de la argumentación debe entender, etiquetar e identificar las formas de argumentación que se usan y no solamente las aprobadas por los lugares oficiales. Proceder de otro modo es perder de vista la función de la teoría de la argumentación, de la que lo menos que podemos decir es que no es exclusivamente normativa. A partir de aquí utilizaremos el término “lógico” para aislar un sentido de “racional” que se correlaciona con la linealidad razonada que ocurre idealmente en la argumentación dialógica. Este término no pretende sugerir que los argumentos que llamaremos “lógicos” son deductivamente correctos, ni siquiera que modelan argumentos deductivos. Más bien se pretende indicar no 2 Es claro que algunas argumentaciones pueden proceder de manera no verbal (cf. Willard, 1989, pp. 96 ss.). La pregunta es si debemos de verbalizarlas cuando así se nos pida hacerlo. 4 simplemente un respeto por el orden en la presentación, sino también que se está subscribiendo a un cierto conjunto de creencias acerca de la evidencia y las fuentes de información. Las argumentaciones, como Toulmin (1969) apuntó, no incluyen solamente las tesis y las razones, sino también la evidencia y los principios de razonamiento. Al expandir el concepto de argumentación más allá de lo lógico, necesitamos incluir modos de evidencia, sustento, apoyo y presentación que nos permita identificar formas de argumentación que se usan realmente, como opuestas a las que un grupo particular cree que deben usarse.3 Al separar de esa manera los elementos descriptivo y normativo de la logicidad, dejamos de condenar cuando debiéramos describir. Naturalmente, hay muchos que argumentan a favor de que la argumentación sea exclusivamente racional en el sentido antes mencionado, y es justo que enfrentemos esta objeción. Sin embargo, no intentaré hacerlo en este ensayo. La defensa del proceso racional lineal tiene una larga historia que comienza con Platón y pasando por Popper continúa hasta nuestros días. Recientes “ataques” montados por Kuhn, Feyerabend, Rorty y otros han suscitado muchos problemas y dejando muchas interrogantes sin responder. Dejo problemas y respuestas a otros, y en lugar de eso busco determinar lo que ocurre, específicamente en la teoría de la argumentación, cuando relajamos los supuestos básicos de la racionalidad lineal como emblemáticos de la argumentación. Sugiero que las argumentaciones pueden categorizarse, total o parcialmente, no mediante un modo, sino mediante cuatro modos distintos e identificables. Estos modos son —aparte de (1) el modo lógico en el sentido descrito antes— (2) el modo emocional, que se relaciona con el ámbito de los sentimientos, (3) el modo visceral, que procede del área de los físico, y (4) el modo kisceral (derivado del término japonés ki, que significa energía) que cubre los campos intuitivo y no sensorial.4 He elegido estas cuatro categorías porque la argumentación es una subespecie de la categoría más general de la comunicación humana. Cuando la gente se comunica, utiliza, natural e inconscientemente, todas las herramientas disponibles (Willard 1989). Estas cuatro categorías proporcionan una taxonomía que permiten al estudioso de la argumentación clasificar conforme al modo de comunicación del que en cada caso se echa mano preferentemente. Tomando una postura extrema, esta modo de ver las cosas sostiene que los argumentos pueden darse (casi) completamente en un modo y no ser en absoluto accesible a métodos de análisis argumental que pertenecen a los otros modos. En este interpretación de mi postura un beso, una mirada, un contacto corporal, un sentimiento, pueden ser argumentales, siempre y cuando sean comunicados en una interacción de disenso. Una versión más precavida enfatizaría la integración (acaso realista) de estos modos dentro de la mayoría de las comunicaciones y usos de acuerdo con la terminología introducida por O’Keefe (1982), en la que una argumentación1 es un ítem ofrecido por un argumentador individual en el curso 3 [Nota del traductor. Los términos “tesis” (claim), “sustento” (warrant) y “apoyo” (backing) pertenecen a la propuesta de análisis argumental de Stephen Toulmin que comenta Gilbert en otro lugar de este libro (p. xx).] 4 Me tomo la libertad de introducir aquí un nuevo término a fin de lograr suficiente amplitud sin al mismo tiempo usar terminología que tiene en general una mala reputación. Es decir, lo kisceral no cubre solamente lo intuitivo son también, para quienes se lo permiten, lo místico, religioso, sobrenatural y extrasensorial. El adketivo “kisceral” se eligió a fin de tener un término descriptivo que no conlleve una carga normativa como, por ejemplo, los adjetivos “místico” y “extrasensorial”. 5 de una argumentación2 dialógica que tiene lugar entre dos argumentadores.5 Esto permite que cualquier argumentación2 pueda contener argumentos1 según los varios modos, y que una argumentación2 pueda analizarse como conteniendo varios grados de uno, otro o todos los modos. Además, mostraré que intentar reinterpretar todos esos modos como si fueran lógicos es reduccionismo prejuiciado. Antes de continuar es importante aclarar dos términos básicos. El primero es “argumento”, el segundo “modo”. Para “argumento” utilizaré la definición de Willard, reafirmada más recientemente en A theory of argumentation (1989, p. 1): “Argumentación es una forma de interacción en la que dos o más personas sostienen lo que consideran ser posiciones incompatibles”. Esencialmente, la argumentación es una comunicación en la que hay desacuerdo real o imaginario. Desarrollando esto, Willard (p. 92) dice que los argumentadores “utilizan cualquiera o todos los vehículos comunicativos de que disponen… Una vez que tenemos una argumentación, cualquier cosa utilizada para comunicar dentro de ella no es ajeno a un análisis de cómo procede la argumentación y cómo afecta a los argumentadores”. En pocas palabras, tenemos que preocuparnos menos por las condiciones necesarias y suficientes de la argumentación y más por lo que hacen realmente las personas que están argumentando. Al usar la definición de Willard parto deliberadamente de una plataforma muy amplia y me enfoco en lo que debe hacerse para entender y analizar la argumentación en el sentido más amplio. Hay, por supuesto, definiciones alternativas. La definición de Copi representa la idea clásica de argumentación como un Complejo de Tesis y Razones (CTR): “Una argumentación en este sentido es cualquier grupo de proposiciones de una de las cuales se afirma que es consecuencia de las demás, las cuales se consideran como proporcionando la evidencia para la verdad de aquélla” (1961, p. 7). La diferencia entre la definición de Copi y la de Willard es que, si bien Copi ciertamente establece qué es una “argumentación” [argument], esto no tiene relevancia para el “argumentar” [arguing]. Es decir, mientras que nos da una base para estudiar ciertas características estáticas inherentes en una rebanada de entidades proposicionales, eso tiene poco o nada que ver con lo que ocurre cuando las creencias y/o actitudes entran en conflicto. Y esta última área es la que concierne a la teoría contemporánea de la argumentación. Es justo la amplitud de la definición de Willard la que permite y estimula la exploración de la dinámica de la argumentación. Ahora bien: ¿qué es lo que quiero decir con “modo de argumentación”? Las argumentaciones pueden clasificarse de tantas maneras como hay estudiosos que las clasifiquen. Una manera común es describir una argumentación como lógica o no lógica. Una argumentación que toma su información, por ejemplo su sustento, apoyo, evidencia, de fuentes racionalistas tradicionales, y que además tiene o puede ponerse en la forma racionalista tradicional, a saber lingüística, se dice estar en el modo, terreno o forma lógica. Nótese que “lógico” no se está usando en el sentido de “deductivo”, sino en el sentido que se tiene en mente cuando uno dice de un pensamiento o de un argumento: “Es lógico”. Las argumentaciones lógicas paradigmáticas, muchas de las cuales no son deductivamente correctas, 5 [Nota del traductor. La distinción terminológica que introduce aquí el autor tiene más sentido en inglés que en español, por cuanto la palabra argument en inglés puede denotar o bien una entidad lógica que consiste de una conclusión que se sigue de una o más premisas, o bien una discusión entre dos personas. En español la palabra “argumento” solamente tiene el primer sentido (argument1), mientras que usaríamos más bien justamente la palabra “discusión” para el segundo sentido (argument2).] 6 son llamadas argumentaciones dialécticas. (Véase van Eemeren & Grootendorst 1983, 1989, para una explicación de la argumentación dialéctica clásicamente pura.) Aunque esta definición de “lógico” dista mucho de ser precisa, no tenemos dificultad en entender, al menos en situaciones paradigmáticas, cuando una argumentación pertenece o no al reino lógico. Un sentido similar de “pertenecer” se aplica análogamente a los otros tres modos. Es decir, cuando decimos de una argumentación, fragmento de razonamiento, tesis, sustento, o lo que sea que no es lógica, tenemos también poca dificultad en entenderlo. Todo lo que estoy diciendo es que cuando lo hacemos es natural colocar esas cosas en otra categoría: probablemente una de las tres restantes. Una argumentación entonces puede decirse que está total o parcialmente en un modo particular cuando su tesis, datos, sustento y/o apoyo está tomado de ese modo particular, o si esos ítems son comunicados utilizando una forma de presentación de ese modo particular. Mientras más elementos en una argumentación particular hayan sido extraídos de un modo particular, tanto más afianzada estará la argumentación en ese modo. Otra vez, no se está afirmando ninguna pureza del modo, sino que lo esperado es que la mayoría de las argumentaciones tendrán varios elementos extraídos de los varios modos. Sin embargo, al examinar un argumento tomado en el sentido lato de este término, podemos identificar casos en que un modo, como opuesto a otro modo, predomina. Considérese un ejemplo. Ejemplo 1. Juan y María están discutiendo acerca de sus planes para las vacaciones. María está frustrada porque Juan una y otra vez replica a cada sugerencia que hace ella: “No nos alcanza el dinero para eso.” Finalmente, ya algo alterada, María dice: “Parece que el dinero no nos alcanza para ninguna cosa.” La cara de Juan se ensombrece; se le ve triste y avergonzado. Se da la vuelta cabizbajo y apesadumbrado. ¿Está Juan ofreciendo una argumentación, una respuesta a una argumentación, o realizando una jugada argumentativa? Yo digo que sí, y que esa jugada se presenta en el modo emocional, y que reducirla a meros términos lingüísticos es negar tanto el método como el propósito (consciente o no) de la jugada. Algunas veces, lo admito, una comunicación no verbal puede traducirse más o menos directamente a un paralelo verbal. Una subida de hombros, por ejemplo, puede traducirse claramente como “No sé”. (Aunque también podría ser ambigua.) Sin embargo, en el ejemplo 1 se está comunicando mucho más, y eso que se comunica es altamente relevante a la argumentación considerada como un todo. La clase de información presentada puede desafiar la traducción directa, pero eso no significa que no sea una jugada argumentativa. De hecho, no hay nada que garantice la transparencia de los enunciados lingüísticos —constantemente nos malentendemos y malinterpretamos unos a otros—, ¿por qué pues debiera pedirse tal cosa de una expresión no lingüística? Esta cuestión de la traducibilidad de las comunicaciones no verbales es importante. Presumiblemente, si la comunicación de Juan pudiera traducirse a términos lingüísticos y relacionarse con con una tesis o premisa contenida en o relevante a la argumentación, entonces no habría discusión en torno a si la comunicación es en efecto una argumentación. Con otras palabras, si podemos forzar la comunicación dentro de un formato CTR, entonces es aceptable llamarlo argumentación. Desgraciadamente, las traducciones de este tipo son notoriamente difíciles. No podemos imaginarnos una traducción semejante sin remitirnos cuidadosamente al contexto de la argumentación y quizá a las 7 historias personales y sociales de los argumentadores. Pero justo ese es el punto: comprendemos la comunicación como parte de una argumentación inter-activa y como componente argumentativo de un contexto argumental más grande. Cualquier traducción que pudiéramos hacer para propósitos descriptivos o discursivos se apoyará sobre nuestra comprensión de todo el contexto argumental y no solamente de un simple análisis de un ítem individual. Alternativamente, alguien podría decir que no es que la jugada de Juan no sea una jugada argumentativa, sino que no debería ser una jugada argumentativa. (Uno esperaría que Burleson 1981 dijera algo así.) Pero el hecho es que María debe hacerse cargo de la pesadumbre de Juan, el hecho es que esa pesadumbre guiará la siguiente jugada de María, y que la respuesta que acaba de recibir de Juan le proporciona información potencialmente valiosa tanto acerca de su posición como de él mismo. Todavía más, si decimos que el mostrar Juan su estado de ánimo es falaz, entonces reconocemos tal estado de ánimo como componente de una argumentación: en la medida en que las falacias son jugadas argumentativas incorrectas o inapropiadas, son ipso facto jugadas argumentativas. El querer investigador modos argumentales alternativos no implica que algo ande mal con el modo lógico. El lógico es un modo argumental básico, claro y valioso, un modo vital a las actividades académicas y comerciales. Dado que la mayoría de los estudiosos de la argumentación están altamente entrenados en el modo lógico, y lo valoran por encima de los demás, apenas sorprende que destaque en sus estudios. La mayoría de las arguementaciones que encontramos en el mundo, sin embargo, no siguen de hecho un modelo puramente lógico, sino que más bien (sugiero) involucran modos varios en momentos varios. Habiendo desarrollado estas nociones básicas y puesto sobre la mesa mi supuesto fundamental, es necesario volver ahora a la ejemplificación específica de los cuatro modos argumentales. Para empezar, presento un ejemplo que está aparentemente en el modo lógico y de hecho sigue un patrón lógico identificable. Ejemplo 2. Pepe puso un dedo sobre sus labios para indicar silencio. Apuntó a la puerta con su revólver. “Está allí adentro”, le dijo a Silvia. “¿Cómo estás tan seguro?”, preguntó ella. “Tuvo que tomar antes o la puerta de la izquierda o la de la derecha, y ambas conducen a este cuarto.” “Bueno pues”, replicó Silvia, “estoy lista cuando quieras.” El razonamiento con el que Pepe satisface la duda de Silvia es de lógica clásica, y sigue muy de cerca el patrón conocido como Eliminación de la Disyunción o Silogismo Disyuntivo en un sistema de deducción natural. Ese patrón es como sigue: Ejemplo 3. A Ú B, A É C, B É C ├ C En (2) sea A “Fulano tomó la puerta de la izquierda”, B “Fulano tomó la puerta de la izquierda”, y C “Fulano está dentro de ese cuarto”. Sin demasiada dificultad podemos ver la conexión entre (2) y (3). Esto ayuda a entender la fuerza persuasiva del argumento de Pepe. Puesto que Silvia por lo visto 8 aceptó las tres premisas, se persuadió de que el hombre que buscaban [y al que hemos llamado “Fulano”] tenía que estar dentro del cuarto. Este es pues la argumentación. Pero en realidad muchas más cosas ocurren en esta argumentación de las que muestra su formalización. La relación entre Pepe y Silvia, su conocimiento aparente de lo que los rodea, el que ella no objete ni replique, el miedo o tensión probables de los participantes ante una situación peligrosa, todas esas cosas son partes significativas que constituyen la interacción. Con todo, el la argumentación se presta para un modo racional lineal de análisis. Un segundo ejemplo, menos formalmente exacto, pero todavía altamente lógico es el siguiente: Ejemplo 4. TANIA: Vamos a Galerías a ver el estreno. JORGE: Ni se te ocurra; ya son casi las ocho y a estas horas ya está lleno de gente haciendo cola. Esta argumentación es también claramente lógica. Jorge utiliza inductivamente la experiencia para concluir que el objetivo compartido de los argumentadores, entrar en la sala, no se cumpliría de seguir la propuesta de Tania. Incluso si Jorge hubiese enunciado su argumentación con una expresión facial y apuntando al reloj, la argumentación hubiese tenido el mismo modo argumental. Con otras palabras, ser o no verbal no es en sí mismo una condición necesaria ni suficiente de pertenencia a un modo. Ahora debemos presentar ejemplos de argumentaciones en los tres modos alternativos. Estos ejemplos pretenden mostrar que hay argumentaciones en los que las fuentes de información —es decir sustento y apoyo, y/o modo de presentación— son esencialmente no lógicos, y al mismo tiempo componentes innegables de la argumentación. Antes de presentar los ejemplos, sin embargo, es importante reiterar que no se está afirmando aquí ninguna exclusividad. Es improbable que un argumento dado pertenezca puramente a un modo, y es prácticamente cierto que cualquier argumento puede distorsionarse para que quepa en el modo que se quiera. Dicho esto, he aquí un ejemplo del modo emocional: Ejemplo 5. JULIA: Pero, ¿por qué habría yo de casarme contigo? BETO: Porque te amo tanto como a mi vida misma. Varios puntos hay que destacar en este ejemplo. En primer lugar, habrá quien diga que Beto tiene una buena razón, mientras que otros la encuentren menos poderosa. Ni qué decir tiene que la fuerza de la razón es independiente del modo argumental. Podría también considerarse que esta argumentación es entimemática: la argumentación no es esencialmente emocional, sino que solamente descansa en premisas suprimidas o ausentes que le dan estatuto lógico: “Lo que Beto está diciendo realmente es que va a ser un buen esposo y que está comprometido con Julia y que…” De hecho, Beto puede muy bien asentir a semejante conjunción de premisas en caso de que alguien se las presentara. Pero el hecho de que (5) pueda parafrasearse como argumentación lógica no la hace tal; es una argumentación emocional, su fuerza y poder persuasivo vienen casi totalmente de sus aspectos emocionales. Tratar de reconstruirlo de otra manera es querer meter a fuerza una estaca cuadrada en un agujero redondo. La argumentación de Beto, sea que se la considere o no buena, se entiende 9 perfectamente y para entenderla no la reducimos a términos lógicos. Nótese que no hay aquí objeción ninguna a decir que Beto ha argumentado: hay una razón clara y una tesis, y en ese sentido es perfectamente lógico todo. Sin embargo, la razón de Beto no es lógica; su fuente es una introspección de su estado emocional. Al darnos cuenta de esto estamos en una mejor posición de analizar y juzgar la argumentación. Considérese el siguiente ejemplo. Ejemplo 6. Paula está sentada en la oficina del profesor Ugartechea. Está tratando de obtener un 10 en su curso de lógica. “Mire usted”, le dice quejumbrosa y con lágrimas en los ojos, “que si no saco 10 en su curso no me admitirán en la facultad de medicina y mi vida se irá al diablo. Ya no tendré nada por lo que vivir.” (6) es un ejemplo de una argumentación primariamente emocional. La petición de Paula está esencialmente basada en su deseo de estudiar medicina y la importancia emocional de esto, como opuesta a su habilidad académica para satisfacer los requisitos de ingreso. La razón que le da al profesor Ugartechea es la seriedad de su anhelo, la fuerza de su deseo. “Si él nada más entendiera lo importante que esto es para mí, seguro que me lo concedería.” Su argumentación incluye, como un aspecto relativamente menor, las palabras que utiliza, pero el uso que se hace del cuerpo y de dispositivos de comunicación de emociones humanas ilustra que la calificación a que aspira es crucial para ella. Otros ejemplos podrían traer a colación los berrinches de los niños, la desesperación de los amantes rechazados, o las quejas de frustración conyugal. No importa cuál sea el caso que sea paradigmático para el lector, el punto es el mismo: las argumentaciones emocionales son argumentaciones que se basan con mayor o menor fuerza en el uso y expresión de las emociones. Estas emociones nos son a menudo comunicadas sin pasar por el lenguaje, o en ellas el lenguaje es un mero auxiliar del propósito de la comunicación. Naturalmente, hay cuestiones importantes de grado: las comunicaciones serán mayor o menormente emocionales, e irán de estados emocionales altamente o casi puros a otros que apenas lo son. Las argumentaciones emocionales son centrales al disputar humano. Nos comunican aspectos del mundo de nuestros interlocutores que las argumentaciones lógicas no comunican. Se incluyen aquí elementos tales como grado de compromiso, profundidad y amplitud de sentimientos, sinceridad y fuerza de resistencia. Se trata de componentes de peso, si no incluso vitales, en el comunicar una posición. Imagine el lector si quiere cuán poco convincentes serían las palabras de alguien que aspira a un cargo electivo y que dijera que de verdad quiere el puesto, pero hablase en un lenguaje sumamente plano y sin emoción. La emoción nos dice a menudo lo que la gente cree, y lo que es más significativo: que hay algo más detrás de las palabras pronunciadas. En muchas argumentaciones, y especialmente en las argumentaciones entre personas que guardan relaciones cercanas o íntimas, la emoción es esencial en salir de un punto muerto llamando la atención al nivel de involucramiento de una de las partes en disputa. Intentar reducir estas comunicaciones a un modo distinto, más aceptable al paladar académico, debe ignorar el hecho de que lo que comunicamos es mucho más que las palabras o incluso que las acciones utilizadas en la comunicación. Es por ello que debemos desdeñar 10 el reduccionismo: es como traducir poesía de una lengua a otra; algo del sentido puede conservarse, pero el corazón del poema se ha probablemente perdido en el camino. Hasta ahora hemos discutido dos modos argumentales. Las argumentaciones lógicas apelan fundamentalmente a los patrones lineales que nos llevan de un enunciado o grupo de enunciados a una tesis. Estas argumentaciones son lingüísticas, dialécticas y clásicamente identificables como predicaciones seriales. Las argumentaciones emocionales demuestran cuáles son nuestros sentimientos respecto de ciertas tesis o aspectos del procedimiento argumentativo, y comunican, utilizando diversos medios, reacciones emocionales a un interlocutor en disputa. Además, las emociones se usan a veces como sustentos o datos para las tesis. Una tercera categoría de la argumentación que procede de y apela a fuentes conceptualmente distintas es la visceral. Estas argumentaciones son primariamente físicas y pueden ir desde un contacto corporal pasando por la comunicación no verbal clásica, es decir el “lenguaje corporal”, hasta el uso de la fuerza. Considérese el siguiente caso: Ejemplo 7. Juan está salteando unos camarones para la cena que está hoy a su cargo. María le pregunta si piensa que estaría bien añadir un poco de curry. Juan dice que no. María va a la despensa y comienza a buscar por todas partes. En un momento parece darse por vencida, pero luego toma un banquillo escalera y comienza a revolver todo en los anaqueles superiores de la despensa. Juan se da cuenta, pero, ocupado como está con los camarones, no dice nada. Después de un rato, María se baja del banquillo, va donde Juan, se le pega mucho y le presenta una latita de curry. “¿Estás seguro de que no quieres añadir aunque sea un poquillo de polvo de curry?” Juan mira a María, mira la latita, y dice: “Okey, bien, sí, ¿por qué no?” María estaba en desacuerdo con Juan. Ella quería añadirle curry a la receta de Juan, y él no. Ella podía haber argüido lógicamente y explicar con palabras que añadir el polvo mejoraría el sabor del platillo de varias maneras específicas, o incluso expresar que ella tenía muchas ganas de curry. Pero María decidió no montar una defensa verbal. En su lugar, acaso haciendo suyo el aforismo de que las acciones son más elocuentes que las palabras, le mostró a Juan cuán importante pensaba ella que era el curry. El revolver cosas en la despensa, el subirse a una escalera, y dedicar mucho esfuerzo en localizar el polvo de curry fue una parte crucial de su argumentación. Eran sus acciones físicas las que constituían la argumentación, y la constituían de una manera que descarta una traducción al modo lingüístico y lógico. Es decir, mientras que nosotros podemos ciertamente describir lingüísticamente la argumentación (es justo lo que acabo de hacer), no es tal descripción lo que convenció a Juan para que cambiara de opinión, sino la conducta de María. Si María le hubiese dicho a Juan: “De veras que tengo muchas ganas de curry esta noche, ¿no podrías por favor ponerle un poco?”, el encuentro, si bien quizá no la argumentación lógicamente más sofisticada, habría ciertamente sido una argumentación. Incluso si la clasificáramos como una argumentación ad misericordiam sobre la base del anhelo de María, su estatuto como argumento no se pondría en disputa. Por consiguiente, el análogo no verbal debería también categorizarse como argumentación. Todo estudioso de la argumentación, después de todo, estaría de acuerdo en que la explicitud lingüística no es una condición necesaria de una argumentación. Después de todo, cualquier argumento puede ser 11 entimemático. Simplemente estoy dando un paso más al decir que la traducción verbalizante de una argumentación no verbal no captura esa argumentación, sino que más bien proporciona un análogo lingüístico o una sombra de ella. Considérese otro ejemplo: Ejemplo 8. El Sr. Morales entró a su casa y cerró la puerta de un portazo. La Sra. Morales lo miró con cautela. “¿Dónde”, protestó el Sr. Morales airadamente, “está el maldito periódico?” La Sra. Morales se dirigió hacia el perchero de la entrada donde se encontraba el periódico, en el mismo sitio de todos los días. “Pareces muy tenso, rey. ¿Tuviste un mal día?” El Sr. Morales la miró con furia. “No”, gruñó, “No tuve un mal día, y no estoy tenso.” La Sra. Morales lo observó mientras él se echaba sobre su sillón. Ella esperó un minuto antes de levantarse y colocarse detrás de él al tiempo que comenzaba a darle un suave masaje en sus hombros. Al principio él trató de evitarla, pero poco a poco la Sra. Morales sintió que él se aflojaba y sus músculos comenzaban a relajarse. “Bueno pues”, dijo el Sr. Morales al cabo de varios minutos, “tal vez estoy un poquitín tenso.” La Sra. Morales, al igual que María en el ejemplo (7), decidió por varias razones no tener una discusión [argument] lógica con el Sr. Morales. Sabía muy bien que continuar la argumentación en el nivel verbal no llevaría a nada o incluso empeoraría las cosas. Con todo, era importante para ella persuadirlo de que en efecto estaba tenso. Su argumentación era directamente visceral, comunicada primariamente mediante sensaciones físicas que en este caso condujeron al Sr. Morales a reconocer su estado de ánimo. La Sra. Morales hubiera podido argüir lógicamente y durante un buen rato con el Sr. Morales sin con ello lograr avanzar en la persuasión. Fue su elección de modo argumental lo que le permitió persuadirlo de que estaba en lo correcto. Esto no significa que una argumentación lógica no pudo haber funcionado. La Sra. Morales hubiera podido decir: “No seas tonto; cualquiera que da portazos, le gruñe a su esposa y anda como furia está tenso.” Y está dentro de lo posible que el Sr. Morales le hubiese dado vueltas al asunto y hubiese terminado por estar de acuerdo, pero creo que la mayoría de nosotros aceptaríamos que la argumentación de la Sra. Morales fue más efectiva. Uno podría, llegado a este punto, estar de acuerdo en que la técnica de la Sra. Morales fue efectiva, pero al mismo tiempo declarar que el ejemplo (8) no es en absoluto una argumentación. Pero, ¿por qué no lo sería? En ella hubo desacuerdo y hubo comunicación. La comunicación se usó para influir sobre el desacuerdo. La Sra. Morales pretendía, al menos en parte, mover al Sr. Morales de una posición de desacuerdo a una de acuerdo. Fue claramente un intento por parte de la Sra. Morales de hacer que el Sr. Morales viese el mundo desde su perspectiva y admitir lo que ella había detectado. De hecho, la única razón para negarle a (8) el estatuto de argumentación es que no fue lingüística, y esto es una petición de principio. Sólo asumiendo de entrada que todas las argumentaciones son lingüísticas, o incluso “lingüísticamente expresables”, para usar la expresión de O’Keefe (1982), puede uno probar que no hay argumentaciones no lingüísticas Un último ejemplo breve del modo visceral: Ejemplo 9. Diana está a punto de alcanzar la palanca de la ventana para abrirla. 12 “No la toques”, grita Miguel, “está rota.” Diana lo mira con escepticismo, comienza a mover la manija, y de pronto salta hacia atrás al tiempo que la ventana cae en pedazos a sus pies. Mira de nuevo a Miguel y le dice: “Mmm, creo que tenías razón.” En este caso, como por ejemplo en una disputa [argument] sobre quién es el corredor más veloz, el nadador más rápido o la persona más fuerte, la evidencia “habla por sí misma”, y lo hace físicamente. El término “kisceral” se deriva de la palabra japonesa ki que significa “energía, fuerza vital, conectividad”. Lo introduzco como término genérico, libre de carga valorativa, para cobijar un grupo amplio de fenómenos comunicativos. Lo kisceral es el modo de comunicación que se apoya en lo intuitivo, lo imaginativo, lo religioso, lo espiritual, y lo místico. Es una categoría amplia, utilizada frecuentemente más allá de los corredores de la academia. Y antes de desdeñar esta categoría, tendríamos que entenderla. Para empezar, todos nos referimos a fenómenos como las “corazonadas”, los “(pre)sentimientos”, incluso las “coincidencias”. Se trata de fenómenos comunes y corrientes, incluso para el racionalista completamente explicables en términos ordinarios.6 Eso está muy bien. La categoría de lo kisceral no conlleva ninguna carga metafísica y ciertamente ninguna espiritual. Se refiere a una categoría de comunicación reconocible para la mayoría de la gente. Ir más lejos, hacer de esta categoría algo extraordinario, incluir, por ejemplo, regresiones a vidas pasadas y lecturas del tarot, es algo que sólo compete a cada argumentador individual. El investigador, sin embargo, no debe perder de vista dos cosas. La primera, que la categoría no es vacía incluso siguiendo los cánones positivistas más rígidos. Incluso algo tan pedestre como que una pareja de casados piensa y habla al mismo tiempo de la misma cosa sería suficiente para impedir que se diga de esta categoría que es un conjunto vacío. La segunda es que el investigador de la argumentación debe cuidarse de no andar haciend metafísica cuando estudia los modos argumentales usados por la gente. Muchas personas, de hecho la mayoría de la población global, cree que la categoría de lo kisceral está bien llena, y ello significa que habrá comunicaciones y por tanto argumentaciones que emanan de ella. (¿No tiene ahora cada gran ciudad tiendas donde venden cristales mágicos?) De manera que, independientemente de lo que cada quien piense con respecto a la legitimidad, corrección o incluso existencia de argumentaciones kiscerales, nos las vamos a encontra puesto que se usan. Es difícil crear ejemplos de argumentos kiscerales que no sean tan extremos que distraigan la atención alejándola del ejemplo y llevándola al problema más general de la validez de las comunicaciones kiscerales. El ejemplo siguiente es tan pedestre como es posible encontrar: Ejemplo 10. Gregorio se le quedó mirando a Olga como esperando algo. “¿No crees que podríamos mejorar la oferta? No pareció gustarle mucho.” 6 Con esto quiero simplemente dejar sentado que el racionalista suele ser muy bueno para reformular cualquier experiencia supuestamente no racional de manera que sea racional. De hecho, hay clubes de racionalistas que se han unido para hacer justo esto. Un libro titulado How we know what isn’t so, de Gilovich (1991), por ejemplo, está dedicado completamente a atacar creencias como la percepción extrasensorial y la medicina alternativa. 13 Olga sacudió su cabeza: no. “No hay que cambiar nada”, dijo, “sé paciente, yo sé que la aceptará.” La clave de (10) es el (pre)sentimiento de Olga, su creencia no procesada de que la oferta que hacen ella y su pareja será aceptada. Uno podría explicar este fenómeno apelando a experiencias explícitas y mostrando cómo el proceso que Olga cree ser su intuición es realmente una serie de deducciones basadas en su experiencia de negocios. Tal explicación podría llegar a alegrar el corazón de un positivista, pero no se hace para nada cargo del modo argumental que eligió Olga. Independientemente de por qué Olga realmente llegó a su conclusión, la razón que le da a Gregorio es kisceral. Es decir, se apoya en una forma de argumentación no lógica que es una síntesis de experiencia e intuición. Otro ejemplo rápido: Ejemplo 11. “¿Compraste finalmente esa casa, Pablo?” “No; se me pusieron los pelos de punta cuando entré a la casa, y decidí no comprarla.” “¡Pero era un precio fantástico!” “No importa que me la dieran gratis. Me daba muy malas vibras.” La categoría de lo kisceral incluye muchas fuentes de información que no reciben ningún respeto en la tradición racionalista. Los ejemplos presentados arriba son reconocibles y quizá incluso razonables para todo mundo. Fueron elegidos para evitar distracciones y pistas falsas. Ciertamente no quisiera encontrarme en la posición de alguien que defiende regresos a vidas pasadas simplemente por el hecho de que creo que hay contextos en que se utilizan centralmente en las argumentaciones. Otro ejemplos menos serenos pueden ir aun más lejos de lo considerado racional y entrar en cosas extrañas como la astrología, las citas a la biblia, el espiritismo, y otras por el estilo. No es asunto del teórico de la argumentación el juzgar la validez de tales fuentes, sino más bien el entender cómo se usan en interacciones argumentativas. Recuerde el lector que la astrología, si hemos de creer a los periódicos, fue aceptada en la Casa Blanca durante la administración de Reagan como una argumentación razonable. Aprobar o desaprobar este modo de evidencia es un problema que hay que mantener separado del estudio de cómo se comporta lo kisceral en situaciones argumentales. Las cuatro categorías sugeridas aquí constituyen un modelo de los modos argumentales más útiles para diversos análisis de las disputas, discusiones y argumentaciones. Al abrirse explícitamente a modos argumentales que no son lógicos, estamos más cerca de capturar la riqueza del disputar cotidiano. Pero se trata, a pesar de todo, sólo de un modelo y como tal no pretende que se lo tome literalmente. Uno podría, por ejemplo, poner reparos a las categorías. Tal vez debiera haber cinco modos o siete o tres. Discusiones futuras examinarán, espero, esas otras posibilidades. Con todo, admitir y reconocer lo no lógico es crucial si hemos de obtener las ventajas de una perspectiva liberal. Una de las ventajas a obtener de analizar la argumentación de la manera que propongo es la habilidad de distinguir entre modos argumentales buenos y malos, efectivos y poco efectivos, en diversas circunstancias. ¿Hay momentos en que tal o cual modo es inapropiado? Apelar por ejemplo a una voz interior como razón para subir la nota en un curso de lógica no parece una elección sabia de modo argumental. Por otro lado, si reconocemos, digamos, que llorar en una disputa es una argumentación visceral o emocional legítima, abrimos nuevas posibilidades a la investigación. 14 La cuestión de las falacias argumentales se vuelve también más precisa con esta propuesta analítica. Ha habido sin duda una enorme cantidad de investigación sobre las falacias lógicas. Pero lo que podría, por ejemplo, ser una falacia en un modo argumental muy bien podría no serlo en otro. La introducción de consideraciones irrelevantes [special pleading], por ejemplo, es generalmente falaz dentro del modo lógico, pero lo es menos en el kisceral, donde tiene perfecto sentido requerir que una de las partes experimente algo para poder entenderlo. Además, otras falacias menos tradicionales podrían añadirse dependiendo de la perspectiva. El chantaje emocional, por ejemplo, sugiere que mi infortunio o desdicha son tu responsabilidad. Al ver esto como una jugada argumental abrimos la posibilidad de analizar las circunstancias en las que la tesis es eventualmente legítima y distunguirlas de aquellas en que no lo es. El ad baculum, por citar otro caso, se vuelve específicamente una falacia visceral, sin dejar por ello de poderse interpretar como falaz en otros modos. Lo anterior son meras indicaciones de las cosas que deberíamos tomar en cuenta una vez que abrimos las categorías de la argumentación. El punto principal, sin embargo, es que esta particular narrativa nos permite considerar otras facetas humanas presentes en la argumentación. Si las disputas son, como creo, invitaciones a ver el mundo de una cierta manera, entonces todos los modos centrales que usamos para construir y presentar ese mundo deberían ser agua para el molino del teórico de la argumentación. REFERENCIAS Balthrop, Bill (1980) Argument as linguistic opportunity: a search for form and function. En: Rhodes & Newell, pp. 184-213. Brockriede, Wayne (1975) Where Is Argument? Journal of the American Forensic Association (ahora Argumentation & Advocacy) 13: 129-132. Burleson, Brant B. (1981) The senses of argument revisited. En: J. Rhodes & G. Ziegmuller, coords., Dimensions of argument: Proceedings of the Second Conference on Argumentation (pp. 955-979). 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Un texto argumentativo requiere de un método diferente para ser leído, comprendido, interpretado, contextualizado, sintetizado, apreciado, expuesto y criticado, que un texto descriptivo o un texto narrativo (o cualquier otro tipo de texto que se propusiere). Hay arte en la lectura adecuada de los diferentes tipos de texto; y la primer regla del arte pide que se identifique el tipo de texto a fin de distinguir las partes de que se compone y el engarzamiento de ellas. En el caso de un texto argumentativo —sea él de filosofía o de química, de historia o de matemáticas, de crítica literaria o de estructura de materiales, de fisiología médica o de sociología política, de análisis de la conducta o de derecho romano— lo que importa es identificar las argumentaciones que lo constituyen. Para poder hacerlo necesitamos fijarnos en los componente de una argumentación, a saber las proposiciones y las reglas de inferencia. Las proposiciones de un argumento son en primer lugar las premisas y la conclusión del argumento, en segundo lugar las objeciones a premisas o conclusión, en tercer lugar las contraobjeciones a dichas objeciones, etc., dependiendo de la extensión y complejidad del argumento en cada caso. Hay muchos tipos y clases de proposiciones. Algunas son tentativas y conjeturales, otras son resultados firmes de observaciones, unas representan datos empíricos concretos, otras representan propuestas teóricas abstractas, unas son claras pero poco precisas, otras son exactas pero acaso irrepetibles. Sus orígenes y confiabilidad, sus formas y contenidos, su importancia e interés son variados. Pero sin ellas no podemos argumentar ni entender los argumentos de los otros. Aristóteles las llamó lugares, como que nos apoyamos en ellas para seguir razonando. Lo importante en cada caso es detectarlas e identificarlas en un texto, repetir la forma en que se expresan en él y reformularlas de maneras alternativas, tener siempre claro lo que dicen y lo que quieren decir. Las reglas de inferencia de un argumento son los métodos, procedimientos, técnicas y criterios que nos dan la licencia para pasar de una proposición a otra: de las premisas a la conclusión, de las objeciones a la negación de una proposición, de las contraobjeciones al restablecimiento de la proposición a la que se hizo una objeción, etc., otra vez dependiendo de la extensión y complejidad del argumento en cada caso. Hay tantos tipos de regla como modos de inferir; y no hay disciplina ni profesión que no tenga sus reglas de inferencia y las cultive con fervor. No exageramos demasiado cuando decimos que una disciplina es un modo de administrar las reglas de inferencia que permiten probar lo que en ellas se prueba. Ser experto en una disciplina o profesión es manejar con maestría esas reglas, y por lo tanto sacarle todo el jugo a las proposiciones que se planteen (eso que los viejos psicólogos de la Gestalt llamaban pensar productivamente). Una demostración matemática es una argumentación muy diferente a un análisis de datos experimentales mediante técnicas estadísticas, un diagnóstico médico muy diferente a uns sentencia legal, un proyecto de investigación muy diferente a un informe de una investigación concluida, un estudio de mecánica de suelos muy diferente a una prueba de autenticidad de un cuadro, una crítica de un poema muy diferente a un trabajo de campo con observación participante. Pero en todos los casos lo que tenemos son argumentaciones; y en todos se siguen reglas de inferencia; y por ello en todos es posible detectar errores de razonamiento. Sin reglas no es posible argumentar ni entender argumentos ni aceptarlos o rechazarlos. Lo importante en cada caso es reconocer las reglas seguidas en cada argumentación y explicitarlas, examinando en cada caso si son pertinentes o inapropiadas. Es un lugar común que un argumento es tan aceptable como lo sean sus proposiciones y sus reglas. Pero no podemos leer textos argumentativos si no reconocemos ambos elementos en el texto que hemos leído. Es en ese sentido que las técnicas de mapeo argumental nos proporcionan un instrumento invaluable para el análisis de los textos argumentativos. Estas técnicas son una aplicación relativamente nueva de los tan cacareados mapas conceptuales que se pusieron de moda hace un par de décadas, sin que por lo demás hayan servido tanto como se creyó en un primer momento. La diferencia entre un mapa conceptual y un mapa argumental es que los elementos que se conectan no son conceptos sino proposiciones, y las uniones entre los elementos no son verbos u otros predicados sino inferencias. Por ello es que, si entendemos cómo usarlos, los mapas argumentales nos fuerzan a distinguir primero y conectar después las partes de un argumento y pasar del texto en que éste se encuentra anidado a un diagrama que hace transparentes las partes de un argumento y las conexiones entre ellas, las proposiciones y las inferencias. En el mercado de software, shareware y freeware existe una variedad de programas de mapeo argumental, cada uno con fortalezas y debilidades, dependiendo de los intereses y preocupaciones de sus respectivos creadores (véanse p.ej. <http://austhink.com/>, <http://www.athenasoft.org/>, <http://www.computing.dundee.ac.uk/staff/creed/araucaria/>, <http://compendium.open.ac.uk/>). Lo que no abundan son publicaciones que expliquen al interesado el sentido y propósito de esos programas. De entre las publicaciones que existen hemos elegido las dos que nos parecen más interesantes. En el cap. 5 se nos describen las inclinaciones cognitivas de la mente humana que hacen del mapeo argumental una técnica potencialmente utilísima para mejorar las capacidades de estudiantes, docentes e investigadores para identificar argumentos de otros y construir los propios. En el cap. 6 se presenta un programa particular y se ilustra su poder clarificador en un caso concreto. A estos dos capítulos hemos añadido los resultados de una investigación empírica que demuestra estadísticamente que la promesa de esta técnica no es un mero sueño de teóricos y profesores desocupados (cap. 7). Invitamos al lector a que no se contente con la lectura de los capítulos 5-7, sino que haga la prueba de utilizar este tipo de programa y tal vez de abogar por su mayor difusión en la educación media superior y superior. Capítulo 5 Enseñar a pensar críticamente Algunas lecciones de la ciencia cognitiva* Tim van Gelder Examen sorpresa: “¿Por qué, excepto en luna llena, hay en la luna siempre una parte en la sombra?” La respuesta más común, incluso entre alumnos inteligentes de licenciatura en las mejores universidades es más o menos esta: “La Tierra bloquea la luz del sol causando una sombra y la luna resulta estar en el borde de esa sombra; por ende parte de la luna se ilumina mientras que el resto permanece en la obscuridad.” La respuesa es, por supuesto, falsa. Refleja una concepción equivocada, pero muy extendida, de la astronomía básica. Lo que es más interesante, ilustra una típica falla en el pensamiento crítico. Los estudiantes no se hacen cargo que lo que ellos tienen en mente es una hipótesis explicativa, y que antes de aceptarla como verdadera, tendrían que compararla con otras hipótesis. Una hipótesis diferente es que estamos viendo la luna de lado (suponiendo que lo que sería el frente de la luna está de cara al sol), y que la obscuridad es la sombra que la luna crea sobre ella misma: el “lado obscuro de la luna”. Para ver cómo funciona esta hipótesis, tómese una naranja o una pelota de tenis y acérquesela a una fuente de luz brillante. La sombra que resulta y la razón de tal sombra son entonces obvias. Esta hipótesis alternativa no es difícil de pergeñar, y los estudiantes ven enseguida que es más plausible que la primera que se les ocurrió. Se dan cuenta entonces de que aceptaron esa primera hipótesis sin realmente pensar en ella, es decir no pensaron críticamente. Casi todo mundo está de acuerdo en que uno de los principales fines de la educación, a cualquier nivel, es ayudar a desarrollar habilidades generales de pensamiento, y en particular habilidades de pensamiento crítico. Casi todo mundo está también de acuerdo en que los estudiantes no adquieren dichas habilidades tanto como pudieran o debieran. La parte difícil es saber qué hacer al respecto. Aparentemente, necesitamos mejorar en general nuestros sistemas de enseñanza y nuestros sistemas educativos. Pero, ¿de qué manera o maneras? ¿Qué cambios promoverían mejor el desarrollo de habilidades de pensamiento crítico? * [Nota de los coordinadores. Publicado originalmente como “Teaching critical thinking: some lessons from cognitive science”, en College Teaching, vol. 53, núm. 1, pp. 41-46. Traducido por Fernando Leal Carretero. La editorial Hogrefe, que es ahora parte del consorcio Taylor & Francis, da permiso para esta publicación, pero conserva los derechos de autor sobre el texto del artículo y su diagrama. La publicación original tenía una nota que rezaba: “Este artículo fue escrito con el generoso apoyo de la Universidad de Hong Kong. Pude mejorarlo mucho a la luz de sugerencias de Neil Thomason.”] Una estrategia sensata es tomar como guía a la ciencia. La ciencia relevante es en este caso la ciencia cognitiva, la ciencia interdisciplinaria del pensamiento: qué es, cómo funciona y cómo se desarrolla. Como John Bruer ha argumentado, la ciencia cognitiva es la mejor fuente de conocimiento genuino que tenemos acerca de “lo que funciona y por qué” en la enseñanza (Bruer 1993); el pensamiento crítico es sólo un caso especial. Yo no creo de ninguna manera que la ciencia cognitiva ofrezca toda la verdad. Para empezar, está incompleta y en continuo cambio. Nos da claridad provisional [provisional insights], no la última palabra. Además, la ciencia cognitiva proporciona información general o teórica, no algún tipo de receta detallada de cómo enseñar en la práctica. Sus hallazgos deben combinarse cuidadosamente con la sabiduría práctica que los maestros — como profesión y en términos de experiencia individual— han acumulado. En tercer lugar, y ello sorprende, los científicos cognitivos no estudian el pensamiento crítico mucho, al menos no como tema por propio derecho. Esto se debe en parte a que el tema es demasiado amplio y abierto como para dejarse capturar por las técnicas estrechamente enfocadas del científico cognitivo. En parte se debe también a que el pensamiento crítico en general es un tema descuidado, a pesar de su importancia y amplia relevancia. Con todo, los científicos cognitivos tienen algo que contribuir. Han desarrollado algunas ideas luminosas de carácter muy general [very general insights] acerca de cómo pensamos y aprendemos, y estas ideas pueden aplicarse al pensamiento crítico. Los científicos cognitivos han estudiado también muchos fenómenos que son aspectos o dimensiones particulares del pensamiento crítico. He resumido en seis sucintas “lecciones” algunas de las más importantes de tales ideas. Las lecciones versan en parte sobre el pensamiento mismo, en parte sobre cómo se adquieren las habilidades de pensamiento crítico, y en parte sobre cómo enseñar pensamiento crítico de la mejor manera posible. Las lecciones se dirigen a maestros que desean ayudar a sus estudiantes a fortalecer su pensamiento crítico, que comprenden grosso modo lo que es el pensamiento crítico pero nunca han investigado la cosa de cerca, y que no están especialmente familiarizados con la ciencia cognitiva. La lista no es definitiva; hay otros resultados importantes de la ciencia cognitiva, y otros autores podrían seleccionar el material de manera distinta. LECCIÓN 1: EL PENSAMIENTO CRÍTICO ES DIFÍCIL La primera y acaso la más importante lección es que el pensamiento crítico es difícil. Aunque parece muy básico, en realidad es un proceso complicado, y la mayoría de la gente sencillamente no es muy buena para eso. La mejor investigación sobre este tema es un vasto estudio conducido por Deanna Kuhn y reportado en su libro Las habilidades de argumentar (1991). Kuhn tomó una muestra diversificada de 160 personas y en extensas entrevistas estructuradas les dio todas las oportunidades posibles de demostrar su habilidad de argumentar en apoyo de sus propias opiniones. La autora coleccionó una vasta cantidad de datos que yo resumiría como sigue: la mayoría de las personas no puede, aunque se la invite a ello, mostrar de manera confiable habilidades básicas de razonamiento y argumentación general. Por ejemplo, la mayoría de la gente, cuando se le pregunta, expresa opiniones sobre temas tales como por qué algunos niños se escapan de la escuela. Una opinión típica sería algo así como: “Porque sus padres no les han dado disciplina”. Cuando se les pide que justifiquen su opinión, sin embargo, es decir que proporcionen alguna evidencia [evidence] que apoye esa opinión, más de la mitad de la población se tambalea. No que no respondan a la petición de apoyo a su opinión, pero lo que dicen no es evidencia (no digamos buena evidencia).1 Tales personas parecen incapaces de razonar. Pueden ellas fácilmente seguir o producir inferencias elementales como: “No tienes boleto, por tanto no puede entrar al cine”. El problema es que no tienen una comprensión firme de la noción de evidencia, y de lo que contaría con propiedad como evidencia en apoyo de lo que opinan sobre un tema no trivial como el ausentismo escolar. Los humanos no son naturalmente críticos. De hecho, como el ballet, el pensamiento crítico es una actividad altamente artificial. Correr es natural; bailar en un club nocturno lo es menos; pero el ballet es algo que la gente sólo puede hacer bien tras muchos años de entrenamiento penoso, caro y dedicado. La evolución no nos hizo para andar sobre la punto de los dedos de los pies, y diga lo que diga Aristóteles, tampoco nos diseñó para ser muy críticos que digamos. La evolución no desperdicia esfuerzo en hacer las cosas mejor de lo que se requieren, y homo sapiens evolucionó para ser justo tan lógico como hacía falta para sobrevivir, mientras que nuestros competidores, p.ej. los neandertales o los mastodontes, se extinguieron. Así las cosas, si los humanos no son naturalmente críticos, ¿qué clase de pensadores son? Michael Shermer (2002) nos describe como animales buscadores de patrones y narradores de cuentos. Nos gusta que las cosas tengan sentido, y las clases de sentido que captamos con mayor facilidad son patrones y narrativas simples y familiares. El problema surge cuando espontáneamente no pasamos a preguntar (ni sabríamos cómo preguntar) si un patrón aparente está realmente allí o si una narrativa es de hecho verdad. Tendemos a quedarnos tan anchos con la primera explicación que parece acertar y rara vez seguimos indagando. El teórico de la educación David Perkins y sus colegas describen esto como “epistemología de lo que tiene sentido”; en estudios empíricos ellos encontraron que los estudiantes suelen actuar como si el criterio de verdad es que la proposición tiene sentido intuitivo, suena bien, parece correcta. No ven la necesidad de criticar ni revisar las explicaciones que tienen sentido — basta la sensación intuitiva de ajuste. (Perkins, Allen & Hafner 1983, 186) Aun si los humanos tuvieran la natural inclinación de pensar críticamente, todavía sería difícil de dominar porque es lo que los científicos cognitivos llaman “una habilidad de orden superior”. Es decir, el pensamiento crítico es una actividad compleja construida a partir de otras habilidades que son más simples y fáciles de adquirir. Por ejemplo, para 1 [Nota del traductor. Recuerdo al lector que la palabra inglesa evidence se refiere a aquellos datos, informaciones o premisas que apoyan una tesis, es decir que justifican una creencia, opinión o afirmación. Traduzco literalmente con la palabra española “evidencia” en el entendido de que ella —acaso por la influencia de películas anglosajonas de contenido forense— ya se comienza a usar en ese sentido y que no parece haber en nuestra lengua una palabra que tenga el significado preciso de la original inglesa.] reaccionar críticamente to una carta enviada al periódico, debes ser capaz de leer y entender la carta (comprensión de textos), una capacidad que se funda en habilidades tales como el reconocimiento de palabras, el cual a su vez se apoya en habilidades de textura aun más fina, como el reconocimiento de letras individuales. Si estas habilidades de nivel inferior no están bien fundadas, entonces el pensamiento crítico sencillamente no va a tener lugar; para el caso es como pedirle a tu cachorro que conteste tus correos electrónicos. Además, aun si se dominan las habilidades de nivel inferior, tienen que combinarse de la manera correcta. En el caso del pensamiento crítico, como en otros muchos, el todo es definitivamente más que la suma de sus partes. Piensa en el tenis, que es una habilidad de orden superior. Para poder jugar tenis, tienes que ser capaz de hacer cosas como correr, dar golpes de derecho, dar golpes de revés, y observar a tu contrincante. Pero dominar cualquiera de estas cosas por separado no basta. Debes ser capaz de combinarlas en los ensambles de acción coherentes y fluidos que constituyen un punto en el tenis. De parecida manera, el pensamiento crítico implica ejercer habilidosamente varias capacidades cognitivas de nivel inferior en todo integrados. Dado que el pensamiento crítico es tan difícil, toma largo tiempo llegar a ser bueno en él. Tomando las cosas un poco en bulto, yo diría que dominar el pensamiento crítico es aproximadamente tan difícil como hablar fluidamente una segunda lengua. ¿Recuerdas todo ese esfuerzo que pone uno en aprender —o tratar de aprender— inglés, francés o alemán en la escuela?2 Pues bien, así más o menos es de difícil llegar a ser un buen pensador crítico. El resultado de todo esto para la enseñanza del pensamiento crítico es que no hay remedios mágicos. Nuestros estudiantes no se volverán Carl Sagans de la noche a la mañana, y no hay tecnología ni método pedagógico, por novedosos y sofisticados que sean, que vayan a producir transformaciones dramáticas sin aplicar el tiempo y esfuerzo necesarios. El pensamiento crítico es como una jornada que dura toda la vida y no tanto un resultado que se obtiene a través de un módulo de dos semanas. Sin embargo, justo porque dominar el pensamiento crítico es algo que toma mucho tiempo, nunca es demasiado temprano —ni tarde— para empezar a trabajar en él. LECCIÓN 2: LA PRÁCTICA HACE AL MAESTRO El pensamiento crítico puede ser difícil, pero ciertamente no es imposible. Algunas personas son muy buenas en eso. ¿Qué se requiere? La clave se esconde bajo esa palabra de “habilidad” [skill]. Todos sabemos que dominar una habilidad requiere práctica, y mucha práctica. “La práctica hace al maestro” es un trozo de sabiduría popular que ha sido extensamente investigado por la ciencia, y que ha salido reivindicado. No vas a mejorar sin práctica, y volverse realmente bueno exige mucha práctica. Las habilidades del pensamiento crítico no son la excepción. 2 [Nota del traductor. En el original las lenguas que se usan como ejemplo son francés, alemán y mandarín, lo que es comprensible en un país como Australia. La modificación propuesta en la traducción se ajusta, creo, un poco mejor a las condiciones de un país de habla hispana.] Esto tiene una implicación inmediata para la enseñanza del pensamiento crítico. Para que los estudiantes mejores, deben ponerse a pensar críticamente. No es suficiente aprender cosas acerca del pensamiento crítico. Muchos profesores universitarios parecen no darse cuenta de este punto: enseñan cursos sobre la teoría del pensamiento crítico y asumen que sus estudiantes terminarán siendo mejores pensadores críticos. Otros maestros cometen un error similar: les ponen a sus estudiantes buenos ejemplos de pensamiento crítico (por ejemplo, los ponen a leer artículos escritos por filósofos profesionales) y esperan que sus estudiantes aprendan por imitación. Estas estrategias son aproximadamente tan efectivas como mejorar el juego de tenis viendo los certámenes de Wimbledon. A menos que los estudiantes practiquen activamente el pensamiento crítico, jamás mejorarán. Los científicos que estudian las habilidades no han simplemente redescubierto la sabiduría popular. Han aprendido bastantes cosas sobre la naturaleza y cantidad de práctica que hace al maestro. El mayor experto en el área es Karl Anders Ericsson, quien con sus colegas ha estudiado por lo menudo cómo las personas que alcanzan la posición más alta en sus respectivos campos han llegado a ser tan buenas como son (Ericsson & Charness 1994). Han encontrado que la excelencia resulta primariamente de un tipo especial de práctica, a la que llaman “deliberada”. Las características de la práctica deliberada tienen una definición precisa: 1. Se hace con plena concentración y se dirige a producir mejoras. 2. No se lleva cabo solamente practicando la habilidad misma sino también haciendo ejercicios especiales diseñados para mejorar la ejecución de la habilidad. 3. Está graduada en el sentido que las actividades practicadas se vuelven poco a poco más difíciles, y las actividades más faciles se dominan mediante repetición antes de ponerse a practicar las más difíciles. 4. Es una práctica guiada y vigilada de cerca [por entrenadores especiales], y se proporciona retroaliementación exacta acerca de la ejecución observada. Ericsson encontró que lograr los máximos niveles de excelencia en muchos campos diferentes estaba fuertemente relacionada con la cantidad de práctica deliberada. De particular interés es el hallazgo de Ericsson de que hay una notable uniformidad de un campo a otro en la cantidad de práctica requerida para alcanzar los máximos niveles; en general toma aproximadamente diez años de practicar cuatro horas diarias. Aunque Ericsson no estudió el pensamiento crítico de forma explícita, es razonable suponer que sus conclusiones serán válidad para el pensamiento crítico. Esto significa que nuestros estudiantes mejorarán su habilidades de pensamiento crítico justo en la medida en que se involucren en mucha práctica deliberada de pensamiento crítico. Es crucial que no basta con pensar críticamente sobre algún tema (por ejemplo, ser “crítico” al escribir un ensayo filosófico). La práctica implica también hacer ejercicios especiales cuyo objetivo principal es mejorar las habilidades mismas que subyacen al pensamiento crítico. Así, el pensamiento no puede tratarse simplemente como una especie de comentario sobre el contenido educativo que emana de materias “de verdad”. Los estudiantes no se convertirán en pensadores críticos de excelencia simplemente por estudiar historia, mercadotecnia o enfermería, aun cuando a la instrucción en estas materias se le dé un énfasis “crítico” (como por lo demás debiera ser siempre el caso).3 El pensamiento crítico debe estudiarse y practicarse por propio derecho; debe ser una parte explícita del currículum. LECCIÓN 3: PRACTICAR PARA TRANSFERIR Uno de los mayores desafíos en el aprendizaje de nuevas habilidades, particularmente de habilidades generales como el pensamiento crítico, es el problema de la transferencia. Dicho brevemente, el problema es que una idea luminosa [insight] o una habilidad alcanzada en un situación no se aplique, o no pueda aplicarse, a otra. Por ejemplo, si alguien acaba de aprender a calcular el precio por kilo de nueces empacadas, entonces debería ser capaz de calcular el precio por kilo de papas empacadas; si no puede hacerlo, diríamos que el aprendizaje no ha logrado transferirse de las nueces a las papas. Una transferencia de conocimiento y habilidades adquiridas ocurre ciertamente siempre en alguna medida; de otro modo la educación sería un trabajo excesivamente laborioso. El problema es que ocurre mucho menos de lo que uno ingenuamente esperaría (Detterman 1993). Esto afecta el pensamiento crítico lo mismo que cualquier otra habilidad. De hecho, el pensamiento crítico es especialmente vulnerable al problema de la transferencia porque es general por su naturaleza intrínseca. Las habilidades de pensamiento crítico son por definición aplicables a un muy amplio rango de dominios, contextos, etc., y por ello hay un gran territorio en el que la transferencia podría fallar. Lo más cercano que tenemos a una solución al problema de la transferencia es el reconocimiento de que hay aquí un problema que debemos enfrentar sin rodeos. Como la psicólogo Diane Halpern (1998) lo planteó, simplemente debemos enseñar para transferir. No podemos nomás confiar y esperar que las habilidades de pensamiento crítico, una vez aprendidas en una situación, se apliquen espontáneamente a otras situaciones. Más bien los estudiantes deben practicar el arte de transferir las habilidades de una situación a otra. Si consiguen dominar esta habilidad de orden superior que consiste en transferir, entonces no tendrán el problema de transferir la habilidad primaria. Esto podría sonar misterioro, pero a menudo puede ser muy sencillo. Por ejemplo, póngase primero a los estudiantes a practicar un habilidad de pensamiento crítico en un algún contexto específico, tal como evaluar la credibilidad de los autores de cartas a uno de los periódicos del día; pero no hay que detenerse allí. A continuación, póngase a los estudiantes a codificar brevemente y para uso propio e procedimiento que siguieron para hacer su evaluación, de tal manera que puedan ellos ver que lo que hicieron es algo general, 3 [Nota del traductor. La investigación empírica que comprueba este aserto fue llevada a cabo por una alumna del profesor van Gelder, la cual gentilmente accedió a resumir los resultados de su investigación en forma del capítulo 7 de este libro.] que simplemente se aplicó al caso particular de los autores de cartas a un diario. Luego, desafíe a los estudiantes a identificar algún otro contexto o dominio en la habilidad que ellos justo acaban de codificar podría aplicarse con propiedad; y póngaselos entonces a hacer esa aplicación al nuevo dominio. Por ejemplo, un estudiante podría reconocer que la credibilidad del autor de un libro de texto usado en alguna materia que cursan podría evaluarse siguiendo un procedimiento similar. LECCIÓN 4: TEORÍA PRÁCTICA Muchas personas disfrutan beber cerveza pero muy pocas saben gran cosa acerca de la cerveza como tal. Incluso personas que consumen mucha grandez cantidades de cerveza es típico que no sepan mucho sobre ella. Son, en este sentido, bebedores de cerveza poco sofisticados. Por supuesto, no hay nada malo con ello. No existe obligación alguna de saber la diferencia entre lúpulos, cebada y malta. Sin embargo, si uno se decide a investigar la cerveza, usualmente encontrará uno que más la podrá apreciar. Además, saber de cerveza le permitirá a uno hacer cosas que de otro modo no podría, por ejemplo empatar la cerveza con los alimentos, producir su propia cerveza, o incluso montar y manejar su propia pequela cervecería. Meterse en esto de la cerveza es en parte aprender lo que en vena académica se llamaría la teoría de la cerveza. Tiene que aprenderse un nuevo vocabulario, es decir nuevas palabras y sus correspondientes conceptos, dominar un cuerpo de conocimientos, incluyendo las partes relevantes de química y biología. En buena medida vale lo mismo para el pensamientoc crítico: más allá de cierto punto, para mejorar se requiere adquirir algo de teoría. El pensador crítico serio comprende la teoría del pensamiento crítico. Esto significa en parte adquirir el vocabulario especializado. En lugar de decir, “Este argumento es malísimo” [‘This argument sucks’], el pensador crítico está en posición de decir [con mayor precisión] que no acepta la conclusión, aunque sí las premisas, porque la inferencia es un ejemplo de la falacia de post hoc ergo propter hoc. ¿En qué beneficia tener la teoría? ¿Por qué ayuda a mejorar el pensamiento crítico? El conocimiento de la teoría le permite a uno percibir más de lo que está ocurriendo. En el caso de la cerveza, entender el vocabulario de la cerveza ayuda a distinguir sabores que, aunque siempre presentes, son invisibles para el bebedor ingenuo. En el pensamiento crítico tener control de la “jerga” es como tener una visión de rayos X sobre el pensamiento. Por ejemplo, si sé qué es “afirmar el consecuente”, puedo más fácilmente localizar ejemplos de mal razonamiento, porque un razonamiento que se ajusta a ese patrón en particular más probablemente me saltará a la vista.4 Esta comprensión mejorada es la base del automonitoreo y la autocorrección. Como se describió antes, mejorar requiere de práctica deliberada. Mientras mejor se “vea” lo que 4 [Nota del traductor. La expresión inglesa affirming the consequent, que he traducido aquí literalmente, se refiere a la falacia consistente en concluir que ‘P’ es verdad a partir de las premisas ‘Q’ y ‘Si P, entonces Q”.] está ocurriendo, más efectivamente se podrá comprender lo que está uno haciendo y cómo podría uno hacerlo mejor. De modo similar, captar la teoría proporciona el fundamento para que un maestro o entrenador guíe y retroalimente explícitamente al aprendiz. Las instrucciones pueden expresarse verbalmente, y mientras el vocabulario tenga más matices, mejor se podrán comunicar. El estudiante que no comprende lo que le estamos diciendo acerca del pensamiento crítico no puede seguir nuestra instrucciones o responder a nuestra retroalimentación; no se podrá guiar al estudiante más allá de ciertos límites. Sugerí antes que los maestros universitarios a menudo cometen el error de pensar que pueden enseñar habilidades de pensamiento crítico enseñando solamente su teoría, pero el verdadero error es no enseñar la teoría como tal. El error consiste más bien en enseñar sólo la teoría o en poner un énfasis exagerado en la teoría a expensas de la práctica. El error está en pensar que las habilidades se siguen naturalmente de puro conocer la teoría. Eso no es verdad (Dreyfus & Dreyfus 1986). Sin embargo, la práctica, que es lo más importante, es más efectiva cuando se suplementa con niveles apropiados de comprensión teórica. Si se quiere, un poco de teoría es como la levadura que hace que el pan se esponje. Sólo se necesita una pequeña cantidad relativamente a los demás ingredientes, pero esa pequela cantidad es crucial para hacer una buena lonja de pan. Nótese también que si lo único que se tiene es levadura no habrá en absoluto lonja de pan. ¿Es esto afirmar algo que es obvio? No, porque en la práctica real, no proporcionamos a los estudiantes ninguna teoría o casi ninguna. La mayoría de los estudiantes jamás reciben instrucción exclusiva en el pensamiento crítico y cursan todos sus estudios escolares y universitarios a trompicones sin haber nunca aprendido gran cosa acerca de lo que están tratando de hacer (Graff 2003). La manera en que generalmente procedemos para cultivar el pensamiento crítico es esperar que los estudiantes de algún modo lo obtengan mediante un misterioso proceso de osmosis intelectual. La lección de la ciencia cognitiva es que si queremos que los estudiantes mejoren substancialmente sus habilidades, entonces debemos en algún punto desarrollar la comprensión teórica como complemento del crucial know-how que surge de la práctica (Anderson, Reder & Simon 2000). Como lo plantea Deanna Kuhn: El mejor enfoque... puede ser trabajar en ambos extremos a la vez: un enfoque de abajo hacia arriba con anclaje en la práctica regular de lo que se está predicando, de manera que las habilidades se ejerciten, refuercen y consoliden, y a la vez un enfoque de arriba hacia abajo con fomento de la comprensión y los valores intelectuales que juegan un papel central en que se usen aquellas habilidades. (1999, 24) LECCIÓN 5: HACER MAPAS Una parte medular del pensamiento crítico es el manejo de argumentos. Por “argumento” [argument] no entiendo una disputa enojada; más bien utilizo el término en el sentido de los lógicos, para referirme a la estructura lógica.5 Como se define en el sketch clásico de Monty Python llamado “La clínica de argumentos”: A: Un argumento es una serie conectada de proposiciones que tienen por fin establecer una proposición determinada. B: No, no lo es. C: ¡Claro que sí lo es! (Chapman & Python 1989) Los argumentos constituyen un cuerpo de evidencia [a body of evidence] en relación con alguna proposición (una idea que es verdadera a falsa).6 La proposición se expresa en en forma de tesis [claim] (por ejemplo, la tesis de que Houdini fue un fraude) y la evidencia se expresa en forma de tesis adicionales (p.ej. que nadie pudo haber escapado de un baúl cerrado con llave y lanzado a un río helado). La evidencia puede formar un una red o jerarquía compleja, con algunas tesis que apoyan a otras y a su vez son apoyadas por unas terceras (p.ej. el que nadie pueda haber escapado de un bául cerrado con llave y lanzado a un río helado puede a su vez apoyarse en otras tesis). La manera en que manejamos argumentos tiene un rasgo tan automático y omnipresente que es casi invisible: los argumentos se presentan o expresan en secuencias de palabras, sean ellas orales o escritas. Aquí hay algunos ejemplos de la vida ordinaria: • • • • escribir una carta al editor de un diario, arguyendo a favor de algo publicar un artículo en una revista o defender una posición en un debate académico dar un discurso en la cámara de representantes en apoyo de una nueva ley argüir a favor de una postura en una disputa familar que tiene lugar en la mesa de la cocina En todos esos casos e innumerables otros como ellos, el argumento (la estructura lógica abstracta) se expresa en secuencias de palabras u oraciones que surgen sea como tinta en el papel o como sonidos en el aire. La argumentación, para decirlo en pocas palabras, es una palabra detrás de otra. 5 [Nota del traductor. Esta oración no tiene mucho sentido en español, pero sí en inglés, ya que la palabra inglesa argument significa en el habla popular lo mismo que “discusión” en español, con la connotación de que quienes discuten a menudo se alteran emocionalmente. Por ello es que van Gelder aquí —como en otros textos incluidos en este volumen que fueron originalmente escritos en inglés— reclama el sentido culto de la palabra inglesa, el cual se aproxima al uso ordinario de la palabra española “argumento”. Esta diferencia lingüística explica por qué el sketch que se cita a continuación —en el cual se produce un argument en el sentido de discusión en torno a la definición de argument como argumento—pierde toda su gracia al traducrlo al español.] 6 [Nota del traductor. Recuerdo al lector una vez más que la palabra inglesa evidence se refiere a los datos, informaciones o premisas que juntas apoyan a, desembocan en o permiten concluir que determinada proposición es verdadera. Mantengo la traducción literal porque el uso contemporáneo de la palabra española “evidencia” ha venido adquiriendo precisamente este sentido y por ello no puede ya considerarse como anglicismo.] Nada podría ser más natural, parece, que expresar el argumento en una secuencia verbal lineal. De hecho, la mayoría de las personas ni se imaginan que haya alguna alternativa. Sin embargo, hay una alternativa, una que es bastante obvio a poco que se reflexione. Si la evidencia forma estructuras jerárquicas complejas, entonces esas estructuras pueden diagramarse. Puesto de otra manera, podemos trazar mapas que hagan completamente explícita la estructura lógica del argumento. Por ejemplo, considérese el siguiente pasaje: ¿Que valor tiene para usted su vida? A primera vista, parece esta una pregunta estúpida. Ninguna cantidad de dinero podría compensar la pérdida de la vida, por la sencilla razón de que el dinero ya no te serviría de nada estando muerto. (Holt 2004) El pasaje expresa en una secuencia verbal un argumento sobre la compensación por la pérdida de la vida.7 El mismo argumento puede desplegarse en un mapa argumental (véase Fig. 1). Figura 1. Mapa argumental. En diagramas similares que usan color, las flechas y cajas serían verdes para indicar evidencia que apoya la tesis. Como todo mapa, este diagrama adopta un conjunto particular de convenciones. Una de ellas es que el punto principal que se afirma se coloca en la cúspide (o dicho más técnicamente en la raíz del “árbol” argumental). Las flechas indican que un aserto [claim] o grupo de asertos es evidencia en relación a otro; la palabra “razón” y el uso del color 7 [Nota del traductor. En el artículo original se deslizó un error en esta última oración. El original reza “El pasaje expresa en una secuencia verbal un argumento sobre el origen de algunas ondas poco usuales (the origin of some unusual waves].” Luego de una comunicación con el autor, he corregido el texto de acuerdo con su propia sugerencia.] verde [cuando se presentan mapas coloreados] indicarían que son evidencia en apoyo del aserto. Una vez que se familiariza uno con estas convenciones elementales, se “ve” inmediatamente la estructura lógica del razonamiento. En este ejemplo, el razonamiento es bastante simpleen su estructura básica, y el diagrama parece no ser de gran beneficio. Mientras más complejo sea el razonamiento, sin embargo, de tanta mayor ayuda es una presentación visual de su estructura. De modo análogo, si un extraño pide indicaciones para llegar a su destino, las instrucciones podrían ser suficientes si ese destino está a la vuelta de la esquina, pero si hay que atravesar la ciudad necesita de un mapa en regla.8 Ahora bien, el resultado crucial de la ciencia cognitiva es que las habilidades de pensamiento crítico de los estudiantes mejoran mucho más rápido cuando las instrucciones correspondientes se basan en el mapeo argumental. La principal evidencia de esto viene de estudios en los que se examinó a estudiantes antes y después de un curso semestral de pensamiento crítico en el nivel de licenciatura. Los estudiantes de clases en las que se hacía uso intenso de mapas argumentales mejoraban de manera consistente sus habilidades con mucha mayor rapidez que los estudiantes de clases convencionales (Twardy, 2004; van Gelder, Bissett & Cumming 2004). De hecho, un semestre de instrucción basada en mapeo argumental produce ganancias en la habilidad de razonar de la misma magnitud que se esperaría normalmente que ocurrieran a lo largo de toda una licenciatura. [Véase cap. 7 de este libro.] ¿Cuál es la fuente de esta ventaja? Desde la perspectiva del aprendizaje los mapas argumentales tiene un conjunto de ventajas sobre la presentación verbal usual: 1. Hacen el razonamiento más fácil de entender. Los estudiantes pueden enfocar su atención al pensamiento crítico en lugar de empantanarse en el texto tratando de entender el razonamiento tal como éste se presenta en el texto. 2. Una vez que los estudiantes pueden ver el razonamiento, pueden más fácilmente identificar problemas importantes, como si un supuesto se ha articulado, si una premisa necesita mayor apoyo, o si se ha atendido a una posible objeción. 3. Cuando los argumentos se presentan en forma diagramática, los estudiantes están mejor capacitados para seguir procedimientos de pensamiento crítico de mayor aliento. Por ejemplo, evaluar un argumento con múltiples capas implica muchos pasos distintos que hay que llevar a cabo en un cierto orden. 4. Cuando los argumentos se despliegan en diagramas que siguen convenciones estrictas, el profesor puede “ver” enseguida lo que el alumno está pensando. Un maestro que conocemos ha descrito el mapeo argumental como proporcionando “visión de rayos X al interior de las mentes de los estudiantes”. Esta claridad de conocimiento permite al profesor dar retroalimentación más rápida y mejor dirigida, y el estudiante entiende mejor a qué se aplica dicha retroalimentación y que necesita hacer para corregir los problemas. 8 [Nota del traductor. Este argumento se desarrolla con ejemplos detallados en el capítulo siguiente.] Dicho en pocas palabras, los mapas argumentales son un medio más transparente y efectivo para representar los argumentos, y de esa manera hacen las operaciones medulares del pensamiento crítico más sencillas y directas, lo que repercute en un desarrollo más rápido de las habilidades de pensamiento crítico. Si los mapas argumentales son tan buenos como digo, ¿por qué no se usan mucho? Una parte importante de la explicación reside en que es usualmente mucho más fácil operar en el medio puramente verbal que en diagramas. Visto como un asunto práctico, representar argumentos en diagramas tiende a ser lento y bromoso. Esto, sin embargo, ha comenzado a cambiar porque las computadoras personales se han vuelto de uso más extendido, y porque han surgido programas especialmente diseñados para llevar a cabo el mapeo argumental (Kirschner, Buckingham Shum & Carr 2002). Desde una perspectiva práctica, esto significa que siempre que sea factible deberían desplegarse las argumentaciones en forma de mapas argumentales. Una estrategia es exigir que los estudiantes proporcionen un mapa de su razonamiento siempre que entreguen un trabajo por escrito que implica presentar algún tipo de razonamiento o argumentación. LECCIÓN 6: PRESERVACIÓN DE CREENCIAS Francis Bacon, el gran filósofo de la ciencia del siglo XVII dijo alguna vez: La mente humana está lejos de tener la naturaleza de un espejo claro y parejo, en el que los rayos de las cosas se relejarían de acuerdo con su verdadera incidencia; nada de eso, sino que es más bien como un espejo encantado, lleno de superstición e impostura, si no se le libra y rebaja. (Bacon, Of the proficience and aduancement of learning, 1605, Libro II, cap. XIV) Con otras palabras, la mente tiene tendencias intrínsecas a la ilusión, la distorsión y el error. Hasta cierto punto estas son simples rasgos del equipamiento neural “cableado” que heredamos como consecuencia del proceso accidental de la evolución. Hasta cierto punto son el resultado de patrones comunes de crecimiento y adaptación —la manera en que nuestros cerebros se desarrollan según crecemos en un planeta como la Tierra. Hasta cierto punto son también “cultivadas” [nurtured], es decir inculcadas por nuestras sociedades y culturas. Con todo, cualquiera sea su origen, son rasgos universales e inerradicables de nuestra maquinaria cognitiva, la cual opera usualmente de modo invisible corrompiendo nuestro pensamiento y contaminando nuestras creencias. Estas tendencias se conocen genéricamente como “sesgos y puntos ciegos cognitivos” [cognitive biases and blindspots]. Son obviamente importantes para el pensador crítico, quien debe hacerse consciente de ellos y o bien eliminarlos por entero, si es posible, o bien al menos contrabalancear su influencia, a la manera en que un arquero habilidoso ajusta su puntería para ajustarse a la brisa. Hay literalmente docenas de sesgos y puntos ciegos, algunos de los cuales operan como trampas poderosas, otros como tendencias sutiles (véase por ejemplo PiatelliPalmarini 1994). Una introducción a la metacognición crítica podría ocupar todo este ensayo, pero aquí discutiré solamente un sesgo, uno de los más profundos y constantes: la preservación de creencias [belief preservation]. En el fondo, la preservación de creencias es la tendencia a hacer que la evidencia se ponga al servicio de la creencia en lugar de que sea al revés. Puesto de otra manera, es la tendencia a usar la evidencia para mantener o preservar nuestras opiniones en lugar de guiarlas (Douglas 2000). La siguiente historia de Stuart Sutherland ilustra muy bien esta tendencia: Cuando yo era bastante joven, conduje un proyecto de investigación sobre motivación muy al uso de entonces. El objeto de estudio era un marca muy conocida de ginebra. Entrevisté personas en toda la Gran Bretaña para obtener sus reacciones a la botella y la etiqueta, y para establecer la “imagen de marca” [brand image] del producto. Hice una presentación oral de mis resultados a un grupo de la destilería, capitaneado por el gerente general, un escocés grande y franco. Cuando yo decía cualquier cosa con la que estaba de acuerdo, se volteaba en dirección de sus colegas y anunciaba con erres marcadas: “El Dr. Sutherland es un hombre muy inteligente. Está totalmente en lo cierto.” [Dr. Sutherland is a very smart man. He is absolutely right.] Cuando por otro lado mis hallazgos contradecían sus puntos de vista, decía: “Absurdo. Totalmente absurdo.” [Rubbish. Absolute rubbish.] No hubiera tenido que llevar a cabo nunca el estudio, a juzgar por el caso que hizo de él. (1992, 134) Cuando creemos con fuerza en algo (o cuando deseamos que sea verdad), entonces tendemos a hacer los siguiente: 1. Buscamos evidencia que apoye lo que creemos y no buscamos o incluso evitamos o ignoramos la evidencia contraria. Por ejemplo, el socialista busca evidencia de que el capitalismo es injusto y está condenado a la extinción, e ignora la evidencia de su éxito; el capitalista tiende a hacer justo lo opuesto. 2. Evaluamos la evidencia como buena o mala dependiendo de si apoy nuestras creencias o entra en conflicto con ellas. Es decir, la creencia dicta nuestra evaluación de la evidencia, en lugar de que la evaluación de la evidencia determine lo que debemos creer. Por ejemplo, el libro El ambientalista escéptico de Bjørn Lomborg (2001) presentó montones de evidencia que iba contra las posiciones “verdes” usuales. Como era bastante predecible, cuando reseñaron el libro, los ambientalistas tendieron a desdeñar los datos y argumentaciones como mucho peores de lo que hicieron sus contrapartes anti-ambientalistas. 3. Mantenemos nuestras creencias incluso frente a evidencias abrumadoras que las contradicen toda vez que podamos encontrar algún apoyo, por frágil que sea. Un ejemplo dramático de la Segunda Guerra Mundial es la insistencia catastrófica de Stalin de que Hitler no invadiría la Unión Soviética, a pesar de la clara evidencia de que las fuerzas alemanas se estaban concentrando en la frontera. El error de Stalin no era que no tenía bases para pensar que Hitler no iba a invadir; más bien, era que no se permitió abandonar esa creencia cuando tales bases fueron superadas por indicaciones de lo contrario. La preservación de creencias va directo al corazón de nuestros procesos generales de deliberación racional. El pensador crítico ideal es consciente de los sesgos cognitivos, monitorea activamente su pensamiento con el fin de detectar la influencia de ellos, y pone en acción estrategias compensatorias. Así, el pensador crítico ideal • hace un esfuerzo especial en buscar y atender a la evidencia que contradice lo que actualmente cree • cuando “sopesa” los argumentos en pro y en contra, le da “crédito extra” a aquellos argumentos que van en contra de su posición • cultiva una disposición de cambiar de opinión cuando la evidencia empieza a aumentar en contra de su posición. Actividades como estas no son fáciles. De hecho, seguir esas estrategias parece algo perverso. Sin embargo, están allí para nuestra propia protección; pueden ayudarnos a proteger nuestras creencias contra nuestra tendencia a engañarnos a nosotros mismos, un sesgo que es nuestra herencia automática como seres humanos. Como dijo Richard Feynman: “El primer principio es que no debes hacerte tonto —y tú eres la persona más fácil de engañar” (Hutchins 1997). REFERENCIAS Anderson, J. R., L. M. Reder, & H. A. Simon (2000) Applications and misapplications of cognitive psychology to mathematics education. Manuscrito, Texas Educational Educational Review. <http://act-r.psy.cmu.edu/ papers/misapplied.html>. Bacon, F. (1974) The advancement of learning, and New Atlantis. Oxford: Clarendon. Bruer, J. T. (1993) Schools for thought: A science of learning in the classroom. Cambridge, MA: MIT Press. Chapman, G., and M. Python (1989) The complete Monty Python’s flying circus: All the words, volume 2. New York: Pantheon. Detterman, D. K. (1993) The case for the prosecution: Transfer as an epiphenomenon. In Transfer on trial: Intelligence, cognition and instruction, ed. D. K. Detterman and R. J. Sternberg, 1–24. Norwood, NJ: Ablex. Douglas, N. L. 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Canadian Journal of Experimental Psychology 59:142–52. Capítulo 6 Cómo aumentar nuestra comprensión de los argumentos complejos Paul Monk y Tim van Gelder www.austhink.org Durante los próximos dos días1, una serie de individuos van a dirigirles la palabra a ustedes acerca de las cuestiones de población y medio ambiente en la Australia del siglo XXI, y cada uno lo hará con un enfoque particular sobre ellas. ¿Cuánto de lo que ellos digan retendrán ustedes? ¿Con cuánta claridad? ¿Hasta dónde habrá traslape entre lo que retengan cualesquiera dos de ustedes, por no decir todo el grupo aquí reunido? ¿Qué sabrán ustedes al término de todos esos discursos? ¿Cuánta congruencia habrá entre las preguntas que ustedes les hagan a los diferentes expositores? ¿Cuán satisfactorias serán sus respuestas a estas cuestiones o a las preguntas que sobre ellas les hagan ustedes? ¿Cómo podríamos tener claridad sobre la relevancia de tales respuestas? ¿Qué consenso se generará con el congreso, si es que se genera alguno? ¿Hasta dónde ese consenso estará justificado? ¿Cómo saberlo? Todas estas son preguntas sobre el proceso cognitivo de deliberar. Es este proceso mismo, y no tanto la materia o contenido que habremos de discutir, lo que tematizaré esta mañana. My tesis principal es simple. Utilizando una técnica llamada “mapeo argumental” (van Gelder, 2002), podemos estructurar, comunicar y corregir argumentos de cualquier nivel de complejidad con una claridad y eficiencia de la que sencillamente no disponemos si utilizamos otros medios de representación más usuales. Si utilizamos el mapeo argumental en un proceso deliberativo, podemos controlar la deliberación, impedir que se salga del tema, planificar nuestro uso de la evidencia2, especificar nuestros desacuerdos, y capturar el proceso entero con una facilidad y rigor significativamente mayor de la normalmente disponible. Estamos acostumbrados a comportarnos como si dondequiera que haya mucha conversación seria y una acumulación de material escrito o impreso en papel, debiera también tener lugar pensamiento digno de ese nombre. Esta idea es, en un sentido 1 [Nota de los coordinadores. Una versión preliminar de este texto fue presentado el 24 de mayo de 2004 por Paul Monk como conferencia plenaria en el Congreso Fenner 2004 sobre el Medio Ambiente de la Academia Australiana de la Ciencia, celebrado en Canberra. El texto fue traducido por Fernando Leal Carretero sobre una versión actualizada por los autores en Septiembre de 2009. Los autores han cedido gentilmente sus derechos de autor para efectos de la publicación en este libro.] 2 [Nota del traductor. La palabra inglesa evidence se refiere a las premisas y datos que apoyan un argumento dado. La traduzco aquí por “evidencia” para evitar perífrasis complicadas y en vista de que tal anglicismo está comenzando a usarse de manera corriente en este sentido particular.] importante, una ilusión. El proceso normal que utilizamos para llevar a cabo congresos o conducir otras formas de deliberación son altamente ineficiente y rara vez aumentan sea la claridad compartida o el consenso justificado. ¿Por qué? Porque andamos a trompicones envueltos en una niebla de palabrería, perdiendo de vista mucho de lo que se ha dicho, planteando un conjunto disperso de preguntas descoordinadas, haciendo inferencias y asociaciones inatingentes, captando sólo fragmentos y trozos de argumentos, y aferrándonos a los nuestros hasta el límite de lo que son capaces de demostrar, aunque no fuera más que como ramas flotantes que nos permiten no hundirnos en las corrientes procelosas del gran río de los debates estériles y prolongados. Carecemos de procedimientos acordados y efectivos para hacer las cosas mejor. Hacemos simplemente lo que se estila y damos por descontada su ineficiencia. ¿O no son así las cosas? O mejor: ¿por qué son así las cosas? Porque nos las habemos con retos cognitivos que tienen un grado de complejidad varios órdenes superior del que pueden hacerse cargo adecuadamente nuestras facultades naturales y modos antiguos de comunicar. Después de todo, somos seres biológicos cuyos cerebros evolucionaron durante millones de años para hacerse cargo de un medio ambiente abrumadoramente sensorial —visual, táctil, auditivo, olfativo. El lenguaje emergió muy tarde en este proceso como medio para compartir información y emoción más fluidamente. Con el lenguaje emergió una capacidad cognitiva latente para el pensamiento simbólico. Es esta capacidad la que habilitó a nuestra especie para volverse tecnológica y gráficamente creativa. Se trata de un proceso cumulativo que se alimenta a sí mismo. Ese proceso generó la invención de la escritura hace solamente cinco mil años, el cual fue seguido de sistemas basados en la escritura y cada vez más avanzados para almacenar datos y razonar. Casi todo el pensamiento que llevamos a cabo hoy día no puede realizarse sin ser alimentado utilizando registros externos3, procesos de escritura y estrategias mentales asociadas a aquellos registros y estos procesos. Utilizando la escritura y los registros externos hemos logrado en sólo unos pocos milenios cosas realmente extraordinarias. Sin embargo, nuestros cerebros biológicos no han cambiado de manera apreciable en ese tiempo. ¿Cuál es la consecuencia de esto? Que las demandas a nuestros cerebros se han vuelto cada vez más variadas y complejas, mientras que sus capacidades e inclinaciones básicas han permanecido sin cambio. Esto tiene todo tipo de implicaciones, pero a menudo nos comportamos en procesos deliberativos como si no tuviéramos ninguna conciencia de tales implicaciones. Con otras palabras, nos movemos a trompicones dentro de un sistema de registro externo y nos comportamos a la hora de argumentar como si siguiéramos siendo seres sensoriales que andamos cazando y recolectando en un mundo sensorial primitivo y sin 3 [Nota del traductor. La expresión external record(s), que traduzco aquí por “registro(s) externo(s)”, se refiere con la mayor generalidad a cualquier tipo de auxilio de la memoria por medios de signos que nos permitan representar, almacenar y recuperar información. A tales registros pertenece la representación escrita del lenguaje y sus diversos productos (p.ej. libros, revistas, documentos en archivos), los diversos códigos indexicales, icónicos y simbólicos que acompañan a la escritura (p.ej. mapas, gráficas, diagramas, notaciones matemáticas), las bases de datos, los sistemas de audio y video, etc. El concepto de registros externos es central a este artículo, como se irá viendo en el texto.] complicaciones. Conducimos argumentaciones complejas como si una combinación de aprehensión holística, juicio intuitivo y lenguaje natural fueran suficientes para manejarlas. Ninguno de nosotros, creo, afirmaríamos semejante cosa conscientemente. Hacemos lo que hacemos por tradición y como la opción básica, no porque hayamos pensando a fondo por qué lo hacemos, cómo funciona y si nos presta buenos servicios. Dado que todos nosotros hemos leído mucho, argüido mucho y nos consideramos (excluyendo en ocasión a aquellos con quienes estamos en desacuerdo) seres más o menos racionales, mantenemos esos debates en maneras apenas distinguibles de las utilizadas en pleitos tribales milenios atrás. Lo hacemos así porque no es obvio cómo podríamos hacerlo mucho mejor. Estas son pretensiones muy grades y probablemente no sea claro lo que estoy diciendo, ¡aunque no fuera por otra razón que porque lo que digo es verdad! Permítanme entonces ilustrar mi punto de una manera simple y juguetona. Nuestros cerebros tienen capacidades notables de aprehensión visual, capacidades sorprendentes para asimilar información y convertirla en rutinas de tipo autonómico y memorias asociativas de largo plazo, pero tienen una memoria de trabajo muy limitada. Esto tiene implicaciones directas para cualquier tarea que requiera mantener más de unos pocos elementos informacionales en la memoria de trabajo de manera simultánea. Cualquier tarea cognitiva, excepto las más básicas, corresponde a esta descripción. Para ilustrar esto, recorramos unas cuantas variación de un juego sencillo. Tome cada uno de ustedes un pedazo de papel y juegue con la persona que tenga a su lado un juego de gato. Es fácil, ¿no? Muy bien. Pasemos a la segunda fase. Esta vez se trata de jugar al gato, pero sin usar tablero. Hay que mantener fija la rejilla del juego en la mente y decirle a su adversario cuál es la jugada. Más difícil, ¿verdad? Se puede hacer, pero tienen ustedes que concentrarse mucho más, porque lo que antes estaba fijo en forma de un registro externo, ahora tiene que mantenerse fijo en la memoria de trabajo. Pasemos ahora a la opción de jugar al gato en una rejilla de 4 ´ 4 en lugar de 3 ´ 3, y una vez más sin tablero de por medio. Este nuevo juego estira la capacidad de la memoria de trabajo más allá de sus límites ordinarios. Una tarea sencilla cuando se usan registros externos se vuelve extremadamente exigente cuando nuestros cerebros no tienen ese auxilio. Por supuesto, podemos hasta cierto punto entrenar nuestros cerebros para que ejecuten tareas complejas, al igual que entrenamos nuestros cuerpos para ejecutar hazañas notables de atletismo y resistencia. Pero los invito a reflexionar por un momento en las implicaciones que lo que acaban ustedes de experimentar tiene para la tarea cognitiva incomparablemente más compleja de debatir cuestiones como las que nos hemos reunido a discutir aquí. Consideren ustedes que en el juego de gato jugado así debemos mantener en la mente la rejilla completa a lo largo de la partida. Si dejamos una parte de la rejilla o si olvidamos dónde puso el adversario una marca, ponemos en peligro la victoria. Si eso es así, ¿por qué tratamos de jugar el juego de la argumentación, en la que hay muchas más piezas que en la rejilla 4 ´ 4 del gato, como si tuviéramos realmente una oportunidad de jugarlo bien? Mi sugerencia es que la respuesta, al menos en parte, es que lo hacemos porque sólo tenemos una noción nebulosa de lo que realmente estamos tratando de lograr. Con otras palabras, las reglas del juego están tan mal definidas que aceptamos toda suerte de caos cognitivo como si se tratase de una manera adecuada de jugar. ¿Quién entre nosotros sugeriría que tiene algún sentido jugar un juego gigante de gato sin utilizar un registro externo o solamente con unos cuantos trozos de tal registro visibles en cada momento? Y sin embargo, ¿no es esa la manera como manejamos congresos, reuniones y otros procesos deliberativos? La consecuencia es que jugadas y contrajugadas se hacen con grandes porciones del tablero o papel iluminadas u obscurecidas. Las jugadas se vuelven confusas, repetitivas, inciertas, controvertidas. A nuestros poderes de concentración se les exige demasiado, tendemos a frustrarnos, quedar exhaustos o volvernos escépticos acerca de las habilidades de razonamiento de los demás. Con mucha frecuencia se declara el juego terminado sin que se haya alcanzado un fin demostrable. Este problema de la limitada capacidad de la memoria de trabajo se acentúa por tres factores adicionales: (1) puntos ciegos y sesgos cognitivos; (2) los métodos que usamos realmente para registrar y comunicar argumentos; y (3) el hecho de que diferentes disciplinas crean sus propios idiolectos, sus propias jergas y lenguajes peculiares utilizados para probar y demostrar, todo lo cual las aisla unas de otras. Todos esos factores impiden tanto el progreso de la investigación en general como la investigación colaborativa entre disciplinas en particular. Todos ellos claramente operan, sugiero, en el debate prolongado y complejo sobre las políticas demográficas y los futuros ambientales en este país [a saber, Australia]. Consideren ustedes primero los puntos ciegos y sesgos cognitivos, los cuales distorsionan la manera en que procesamos o incluso la información misma que captamos. Hay toda una lista de estos puntos ciegos y sesgos, pero déjenme ustedes mencionar solamente dos de los más evidentes y endémicos: la conservación de las creencias y el sesgo confirmatorio. La preservación de creencias es la tendencia humana automática, una vez que han formado una opinión firme, a aferrarse a ella no solamente mientras haya evidencia disponible que parezca apoyarla, sino incluso cuando hay mucha evidencia que sugiere que es cuestionable, si no es que directamente falsa. Implica la tendencia “de fábrica” a ignorar, negar, devaluar y hacer a un lado tal evidencia contraria. El sesgo confirmatorio es la tendencia a buscar información que confirme una creencia, hipótesis o intuición antes que tratar de ponerla a prueba o refutarla.4 Todos padecemos estas tendencias. Mencionarlas no es implicar que por ellas es que un lado u otro en los debates demográficos está equivocado. Más bien, lo que se pretende es estimular a todos los participantes en el debate a abrir sus opiniones al examen crítico y aceptar que podrían estar fundamentalmente en el error. Porque nada es más llamativo para un observador del debate 4 [Nota del traductor. En psicología cognitiva experimental el fenómeno del sesgo confirmatorio o sesgo de confirmación (confirmation bias) fue establecido por vez primera por Peter C. Wason en su artículo “"On the failure to eliminate hypotheses in a conceptual task” (Quarterly Journal of Experimental Psychology, vol. 12, pp. 129-140), al que ha seguido todo un programa de investigación y por supuesto también discusiones y controversias. Para una sólida revisión reciente véase Jonathan St. B. T. Evans, Hypothetical thinking: dual processes in reasoning and judgment, Hove (UK), Psychology Press, 2007, especialmente cap. 2.] que la manera en que opiniones apasionadas son defendidas polémicamente por ambientalistas, economistas, físicos, gente de negocios y políticos, antes que conceder que son inciertas y abiertas al examen crítico. Para este fin necesitamos otra cosa que debates estériles y prolongados, o incluso otra que pronunciar discursos y circular manuscritos, que son los métodos canónicos que utilizamos para registrar y comunicar argumentos. No quiero sugerir, por supuesto, que estos métodos sean irremediablemente defectuosos. Sus logros a lo largo de los últimos diez milenios y especialmente los últimos pocos siglos han sido sorprendentes. Sugiero empero que tienen limitaciones más serias desde el punto de vista del procesamiento cognitivo de lo que se entiende ordinariamente, y sugiero también que podemos hacer mejor las cosas. Puesto que parece que tenemos una mayor necesidad que nunca antes de estar en posición de generar consensos racionales y separar la verdad del error, cualquier cosa que mejore la manera en que registramos y comunicamos nuestros argumentos debe resultar benéfico. Una tercera razón por la que los medios canónicos para deliberar son ineficientes es el hecho de que diferentes disciplinas crean sus propios idolectos, sus propios y peculiares jergas y lenguajes de prueba que las separan unas de otras. Las clases más notorias de idiolectos de este tipo son, de común acuerdo, las jergas arcanas desarrolladas durante el último medio siglo sobre poco más o menos por varias escuelas de filosofía, especialmente de origen francés. El problema, sin embargo, no está confinado a estas imposturas intelectuales tan memorablemente parodiadas por Alan Sokal en 1996 en su largo artículo en la revista Social Text, titulado “Transgrediendo las fronteras: hacia una hermenéutica transformativa de la gravedad cuántica (Sokal 1996). Se extiende a áreas de mucho mejor reputación, ya que carecemos de un lenguaje común para el buen razonamiento. Me estoy refiriendo aquí al razonamiento informal, no al razonamiento matemático o puramente lógico. Parece difícil para economistas e historiadores, físico y biólogos, ecólogos y contadores el tomar parte en intercambios intelectuales claros y efectivos; o más difícil con mayor frecuencia de lo que preferiríamos. Sugiero que una razón de que esto ocurra es que las disciplinas carecen en gran medida de los medios que les permitirían ser mutuamente claras. Por ejemplo, cuando a Paul Krugman le dio primero por escribir breves ensayos sobre economía para la generalidad de los lectores (Krugman 1998), lo hizo según nos cuenta porque demasiados economistas no conseguían comunicar su razonamiento al público no especializado. Con ello no se refería simplemente a las personas con poca educación. Se refería a todos aquellos no específicamente entrenados en economía matemática. Lo que digo es que los procesos cognitivos básicos y normales que usamos para conducir argumentaciones deliberativas son ineficientes porque, como seres humanos, tenemos una memoria de trabajo limitada, y por tanto perdemos el hilo con demasiada facilidad; son propensos a sesgos “de fábrica” tales como la preservación de creencias y el sesgo confirmatorio, los cuales potencian el problema de memoria; utilizan métodos para registrar y comunicar argumentos que sistemática obscurecen nuestro raciocinio; y de disciplina a disciplina no hacen uso de los mismos métodos para conducir la investigación, discutir las razones o exponer y defender propuestas. Debo matizar este resumen enfatizando que, al igual que cualquiera, me hago cargo de la profundidad de los estudios y la meticulosidad del pensamiento que sustenta los mejores libros y artículos. Y a menudo disfruto el estímulo de congresos como este, con la oportunidad que das de escuchar y conocer una variedad de especialistas y una gama de opiniones. Por favor, no me malentiendan pues cuando hablo de los defectos de nuestros procedimientos usuales. Cuando leo, por ejemplo, How Many People Can the Earth Support?, de Joel Cohen (1995) o In the Blink of an Eye, de Andrew Parker (2003), por mencionar dos libros al azar, quedo altamente impresionado. My propuesta, sin embargo, es que incluso en el caso de libros de ese calibre tenemos que trabajar mucho para destilar exactamente cuál es el argumento en cualquier punto del análisis y discusión; por no decir nada de dónde es que una argumentación choca con las argumentaciones de otros y precisamente por qué una u otra está equivocada. Cuando leemos, cuando tomamos notas, cuando tratamos de analizar tales argumentos o comunicarlos a otros, tenemos que decodificarlos. Debido a los medios utilizados para codificarlos, esto resulta muy laborioso. ¿Por qué tendría que serlo tanto? Justo porque el mundo es complejo y el razonamient mismo irreduciblemente difícil? En verdad que no. Este es el meollo de mi mensaje. Para ilustrar esto de una manera sencilla y accesible, hagamos otro pequeño ejercicio. He aquí una descripción en prosa de un área de la ciudad de Londres. Pentonville Road va de oriente a poniente, luego se convierte en City Road, la que cierra donde East Road cruza con Moorgate City Road. Yendo más o menos en dirección sur partiendo de Pentonville Road se encuentra primero Gray Inn’s Road y luego King’s Cross Road, la cual se convierte en Farringdon Road tras la intersección con Clerkenwell Road. Donde Pentonville Road se convierte en City Road, St. John’s Street va hacia el sur. Transitando por City Road se llega a Goswell Road (la cual se convierte en Aldersgate Street) y a Bunhill Row que van de norte a sur. Bajando por Gray’s Inn Road, la primera intersección es con Guildford Street, la cual continúa hasta cerrar en King’s Cross Road. La siguiente intersección bajando por Gray’s Inn Road es con Theobald’s Road, que en ese punto se convierte en Clerkenwell Road, aunque uno podría desviarse en dirección noreste por Rosebery Avenue, la cual cruza King’s Cross Road justo antes de unirse con St. John’s Street cerca del crucero de Pentonville Road y City Road. Gray’s Inn Road se termina en High Holborn, una avenida importante que va de oriente a poniente, la cual en dirección oriente se convierte primero en Newgate Street y luego en Cheapside. La Catedral de San Pablo se localiza entre Newgate Street y Fleet Street, la cual corre paralela a Newgate. Southhampton Row va en dirección sur y se intersecta con Guildford Street, Theobald’s Road y High Holborn, que es donde se vuelve Kingsway, con cuyo nombre continúa hasta hacer cerrada con la curva de Aldwych, la cual comienza y termina en Fleet Street. Partiendo de Roseberry Road se puede ir en dirección oriente por Lever Street, la cual cruza St. John’s Street y Goswell Road antes de terminar en Bunhill Row, donde se encuentra con City Road. Bajando por St. John’s Road uno cruza primero Lever Street y luego Clerkenwell Road. Goswell Road también cruza Lever Street y Clerkenwell Road (la cual en ese punto se vuelve Old Street). Goswell Road se vuelve Aldersgate Street. Hatton Garden corre entre Clerkenwell Road y High Holborn. Las calles que van en dirección sur partiendo de High Holborn son Kingsway, Chancery Lane y Farringdon Road. Chancery Lane es una calle corta que termina en Fleet Street. Fleet Street a su vez termina en una gran intersección justo al oriente de la Catedral de San Pablo. Aldersgate Street continúa pasando por el Museo de Londres (que se encuentra en la esquina de Alsdersgate y London Wall) hasta Newgate Street. Beech Street corre en dirección oriente partiendo de Aldersgate, convirtiéndose en Chiswell Street antes de encontrarse con City Road. East Road va en dirección sur, pasando la intersección de City Road, cruzando Old Street y London Wall, donde se vuelve Moorgate Street. Aquellos entre ustedes que tengan una buena familiaridad con Londres podrían muy bien orientarse en esta parte de la ciudad. Es el área alrededor de la Catedral de San Pablo y el Museo de Londres. Díganme ustedes ahora, basados en la información que acabo de darles: ¿Cómo llega uno al Museo de Londres partiendo de la Catedral de San Pablo? La información está contenida en lo anterior. ¿Qué es lo que hace difícil responder a la pregunta? Uno podría encontrar la respuesta si se le diera suficiente tiempo, pero aceptarán ustedes que quedarían un tanto frustrados por lo difícil de la tarea y perplejos ante la pregunta de por qué les presenté la información como lo hice. ¿Por qué, en efecto, no en esta forma (Figura 1)? [INSERTAR AQUÍ FIGURA 1] Esto, por supuesto, es un mapa. Remitiéndose a él podemos usar claves visuales: colores, líneas, relaciones especiales para captar casi instantáneamente cómo llegar de la Catedral de San Pablo al Museo de Londres. He ahí por qué usamos mapas. No se le ocurriría a ninguno de nosotros, a menos que no tuviera elección, tratar de orientarse en un ciudad sin un mapa de las calles, confiando simplemente en instrucciones verbales de sus habitantes y nuestra propia memoria de trabajo; por no decir confiando en un gigantesco directorio en prosa. ¡Nada más imagínenlo! Sin embargo, hubo un tiempo en que el primer método mencionado era más o menos lo que todo mundo hacía. Mapas buenos y confiables —y la consiguiente facilidad para transportarse por tierra y por agua— son una invención moderna. Vale la pena recordar en este contexto que para citar a Paul Binding en su libro Imagined Corners: Exploring the World’s First Atlas (2003), “El libro más exitoso de todo el siglo XVI —el primer siglo en que el libro impreso era parte de la vida diaria— fue Theatrum orbis terrarum (Teatro de los países del mundo). Hizo lo que no había hecho ningún libro anterior. Aquí estaba el mundo mismo, con todas las partes que lo componían, y se mostraba en él que era al mismo tiempo un lugar de variedad extraordinaria y un todo unitario. El Theatrum, publicado en Amberes el 20 de mayo de 1570 fue el primer atlas del mundo.” Desde que se publicó el Theatrum el arte de hacer mapas ha hecho progresos enormes, pero hagámonos cargo de los rasgos que hicieron que el primer atlas del mundo impresionara tanto a las personas que vivían a fines del siglo XVI. No era simplemente un libro de mapas. Siendo un atlas, se trataba de un libro en el que todos los mapas se mostraban mutuamente cohesionados —en escala, símbolos, letreros, figuras— de manera tal que, para citar de nuevo a Binding, “hay una consistencia racionalizada a lo largo del libro que nos permite comparar lo semejante con lo semejante —país grande con país grande, isla pequeña con isla pequeña— al tiempo que los vemos como constituyentes de un solo mundo”. Podemos ver el todo y la parte desplegados con consistencia racional y podemos movernos de la parte al todo con facilidad. Esto es lo que el Theatrum hizo posible y que no era posible antes. Ahora bien, mientras que pensar en la historia de mapas y atlantes podría llevarnos a pensar acerca de la colonización y explotación intensivas de todo el planeta por nuestra especie, yo quiero aquí llevar la tecnología de construcción de mapas en una dirección distinta, como habrán ustedes ya imaginado. Comparen ustedes la descripción en prosa del área de Londres en torno a la Catedral de San Pablo y el Museo de Londres con un texto de opinión común y corriente tomado de un diario de hace unos años. El recuadro a un costado reproduce un argumento (Anton 2003) escrito o al menos suscrito por 43 especialistas australianos en derecho internacional antes de la guerra contra Saddam Hussein. [INSERTAR RECUADRO] No hay nada desusado en esta texto escrito como texto de opinión o como texto argumental en prosa. Su principal tesis es que, si la llamada “coalición de los dispuestos” [coalition of the willing] inicia la guerra, entonces serán criminales de guerra, ya que la guerra es ilegal según el derecho internacional. Ahora bien, háganse ustedes tres preguntas. Primera, en el nivel más alto, ¿cuántos argumentos diferentes proporcionan los autores para su tesis principal? Es decir, ¿cuántas líneas principales de argumentación tienen ellos que sustentar? Segundo, ¿apoyan los autores todos esos argumentos primarios con mayores evidencias? Tercero, ¿se hacen cargo los autores de objeciones que puedan hacerse a su argumentación y responden a ellas? Sin leer el texto, ustedes no pueden responder a esas preguntas. Pero puedo asegurarles que hacerlo les tomará más tiempo del que me queda para hablar aquí. Y al final de ese tiempo estarían ustedes todavía discutiendo conmigo o entre ustedes sobre cuáles son las respuestas a mis preguntas y por qué son esas las respuestas y no otras. He aquí una manera diferente de presentar tal argumento: un mapa argumental (Figura 5 2). [INSERTAR FIGURA 2] Permítanme explicar sencilla y brevement los principios de diseño de estos mapas. Una proposición está en juego: la tesis principal. Ella se encuentra en la parte superior. Las tesis que sustentan la tesis están codificadas con color verde y las objeciones que se oponen 5 Versiones más fácilmente legibles pueden encontrarse en <http://timvangelder.com/2009/03/29/the-warwas-illegal/>. a ella con color rojo. Las tesis no se encuentran en secuencia lineal como en la versión en prosa, sino que están acomodadas en una pirámida jerárquica, de manera que sus relaciones evidenciales y lógicas son inmediatamente aparentes. Ahora permítanme repetir mis preguntas. En el nivel más alto, cuántos argumentos diferentes proporcionan los autores para su tesis principal? Respuesta: Tres. ¿Apoyan los autores todos esos argumentos primarios con mayores evidencias? Respuesta: Sí. ¿Se hacen cargo los autores de objeciones que puedan hacerse a su argumentación y responden a ellas? Respuesta: Sí; hay una objeción y a ella se responde sobre la base de dos razones, cada una de las cuales se sustenta con una mayor argumentación. Noten que ustedes están en posición de ver esas características y responder sin esfuerzo a mis preguntas sobre la estructura de la argumentación gracias a que el diseño visuoespacial, en contraste con la versión en prosa, abstracta, lineal, no codificada con colores. Hay al menos siete razones por las que este mapeo del argumento, o de cualquier argumento, confiere al usuario ventajas cognitivas de las que la prosa carece: 1ª Hace explícitas las relaciones lógicas que el carácter lineal y abstracto de la prosa no puede menos de obscurecer. Y me estoy refiriendo ahora a prosa bien escrita, meticulosamente elaborada, y no a esas plastas con las que demasiado a menudo todos nos topamos y que (seamos brutalmente francos) también escribimos. 2ª El mapa permite capturar de un vistazo, instantáneo y sin esfuerzo, la estructura global del argumento, algo que simplemente no podemos derivar de la prosa. Ustedes lo vivieron en el momento en que les pregunté tres preguntas básicas sobre las características estructurales del texto de opinión que comentamos. Nada más piensen en las ventajas que esto conferiría si se volviese una práctica normal cuando revisáramos artículos de investigación, ensayos de estudiantes, disertaciones doctorales, propuestas políticas, análisis de inteligencia. Simple y sencillamente se ahorraría tiempo y esfuerzo, que estamos acostumbrados a gastar tratando de hallar cuál es el argumento que presenta un texto en prosa. 3ª Hay una facilidad para moverse del detalle a la visión panorámica que es mucho más difícil en el caso de la prosa. Justo porque las relaciones evidenciales y lógicas entre las proposiciones son visualmente explícitas, uno puede moverse rápidamente para atrás y para adelante entre ellas, sin el riesgo de dislocar, pasar por alto o confundir tesis, como ocurre constantemente cuando emprendemos el análisis crítico incluso de argumentaciones en prosa que son relativamente simples. 4ª Hay pistas visuales no ambiguas que indican la importancia de cada detalle, a saber el ordenamiento jerárquico de la estructura, la codificación cromática de las cajas individuales, y las relaciones inferencias entre las cajas. Mientras que la discusión o prosa usuales implica esfuerzos prolongados para establecer la importancia precisa de los detalles, en un mapa esto es claro mucho más pronto, con el resultado de que podemos más rápidamente enfocarnos a si el detalle es correcto o la inferencia que sacamos de él es convincente. 5ª Un mapa ofrece claridad visual sobre los límites de un debate, mientras que la prosa obscurece esos límites o sufre para hacerlos claros. Como vimos, es por ejemplo inmediatamente claro en el mapa del texto en el recuadro que en una línea argumental los autores habían presentado y luego rechazado una objeción a su razonamiento. Aunque ustedes no alcancen a leerlo desde donde están sentados, sí pueden ver que las cuatro razones que se ofrecen en apoyo de la tesis de que la guerra causaría pérdidas de vida o daños físicos a los civiles que exceden los beneficios militares previstos, consisten en tres afirmaciones no sustentadas y una premisa extrañamente irrelevante. 6ª La carga cognitiva que nos impone la tarea de analizar un texto en prosa se reduce radicalmente en el caso de un mapa, por las mismas razones que esa carga se reduce cuando pasamos de una descripción en prosa de las calles de Londres a un mapa. Podemos orientarnos en el paisaje y llegar cuanto antes a lo que toca hacer en verdad [a saber, llegar a nuestro destino, criticar el argumento] justo porque no tenemos que decodificar la prosa. No tenemos que ensamblar una representación de la cosa en cuestión en nuestra memoria de trabajo. Esta no es una ventaja menor dado que, como vimos, la memoria de trabajo es tan limitada. 7ª Para cualquier proposición dada, todas las tesis están integradas en una sola estructura en lugar de consistir de varios componentes separados que luego tienen que ser ensamblados por quien pretenda crompender el argumento en cuestión como una unidad. Considerando cuán propensos somos a dejarnos llevar por detalles salientes y dejar pasar muchos otros detalles, como resultado de los efectos combinados de la capacidad limitada de la memoria de trabajo, el sesgo confirmatorio y la preservación de creencias, esto tiene firmes ventajas a la hora de comunicar argumentaciones complejas. Todo esto es mucho pretender de mi parte y mucho para digerir de la de ustedes, pero miren que todo es visualmente accesible en los ejercicios tan simples que hemos compartido aquí. Volvamos sobre la prácticas deliberativas usuales a las que me he referido críticamente en mi presentación anterior. Esto también es visual y trae a la mente muchas experiencias. ¿Qué es lo que hacemos cuando tratamos de extraer el meollo de un discurso? Nos sentamos y contemplamos, como el pensador de Rodin o Arquímedes en su tina, mantenemos la representación mental de un acertijo en nuestras mentes y tratamos de enfocarnos sobre sus aspectos importantes a fin de tener una visión crucial. En ocasiones esto funciona, como parece fue el caso con Arquímedes. Pero rara vez es efectivo sin mayor auxilio. Más comúnmente nos referimos al sistema de registro externo, en forma de bibliotecas y bases de datos. Nos valemos con mayor o menor facilidad de las herramientas notacionales necesarias para trabajar con el sistema de registro externo. Deliberamos con otros alrededor de mesas, debatimos de un escritorio a otro, lanzamos discursos en asambleas públicas y tal vez respondemos preguntas con algún éxito. Muy frecuentemente nos sentimos aplastados por la complejidad de la tarea y confundidos incluso por las herramientas que usamos para tratar de llegar a conclusiones. Pero enfoquémonos en la sola y extremadamente familiar práctica de procesamiento de nuestras deliberaciones, usada desde que se inventó la escritura: apuntar o anotas las cosas. Tanto tendemos a dar por sentada la escritura hoy día que no reflexionamos los suficiente en el hecho de que es una especie de código secreto. Para descifrar lo que la escritura está diciendo requiere que interpretemos los símbolos. Esto se vuelve inmediatamente claro cuando nos vemos confrontados con una lengua extranjera, pero olvidamos que estamos haciendo tal cuando leemos nuestra propia lengua. Consideren ustedes ahora que, cuando estamos leyendo y analizando un argumento en prosa, no sólo tenemos que decodificar los símbolos y el significado de las palabras, sino el razonamiento que se está representando en ellas. Lo que tiene que ocurrir aquí es que una persona pergeñe un argumento, lo codifique en prosa y se lo pase a otra persona, la cual tiene entonces que decodificarlo con exactitud. Lo importante aquí es la frase adverbial “con exactitud”. Es fácilmente demostrable que de hecho el argumento no sufre solamente al formularlo sino también al transmitirlo y decodificarlo. Puesto sin ambages, la escritura —en todas sus formas usuales— es simplemente un medio difícil para codificar y comunicar argumentos. El resultado es que más de la mitad de las veces el razonamiento en prosa está mal formulado y es mal comunicado. Pero incluso cuando es razonablemente válido, una buena parte permanece obscura para el lector. En muchos casos empero los argumentos están simplemente mal estructurado y por tanto se transmiten mal también. Una razón de fondo por la que esto ocurre es que el medio de la prosa no se presta para estructurar ni comunicar con claridad un razonamiento. La caricatura de la Figura 3 captura excelentemente el punto en cuestión. Argumentos tan mal codificados y comunicados son como pollos sin huesos, llenos de carne, pero sin esqueleto no van a ningún lado. [INSERTAR FIGURA 3] Sostengo que esto es un estado de cosas deplorable en una época en la que, más que en ninguna otra época anterior, dependemos de la comunicación rápida y exacta de análisis y argumentos. Esto es lo que Robert Reich tenía en mente cuando hace una década describió la economía del conocimiento como sigue: El equipamiento intelectual que necesitamos para los trabajos del futuro es una habilidad para definir problemas, asimilar rápidamente datos relevantes, conceptualizar y reorganizar la información, hacer saltos deductivos e inductivos a partir de ella, ponerla en cuestión, discutir los resultados con colegas, colaborar para encontrar soluciones y luego convencer a otros. (Reich 1991.) Se nos conmina de tanto en tanto a dejarnos llevar, confiar en nuestros instintos, decidir por intuición, no dejarnos paralizar por el análisis, etc. Pero estas son máximas superficiales e incluso peligrosas. Son respuestas al sentirnos abrumados por la complejidad de las tareas cognitivas que nuestro inmenso sistema de conocimiento y actividad nos impone. La realidad es que, cualesquiera que sean nuestras intuiciones, cualesquiera sean las presiones, tenemos que ensamblar argumentos y tenemos que hacer juicios que no resulten equivocados. El mapeo argumental muestra en qué consiste verdaderamente el ensamblaje de argumentos, cuando lo conceptualizamos en forma visual. No es sólo una recomendación de que intentemos un nuevo método de relumbrón. Es un método basado en lo que nuestros cerebros tratan de hacer instintivamente, pero que no consiguen más allá de un cierto punto modesto debido a la limitada memoria de trabajo y la carencia de una técnica clara. Dado que esto es lo que nuestros cerebros están tratando de hacer —ensamblar una representación en términos visuales de cuál es realmente la estructura de un argumento presentada oralmente o por escrito— es que puede funcionar una tecnología para hacerlo sistemática y externamente. Esta práctica entra a formar parte de la serie de prácticas usuales y las modifica. No se sigue de ella una abolición de la prosa escrita como ésta no produjo tampoco la abolición de la palabra oral. Más bien, las técnicas tradicionales de contemplación, investigación y debate alimentan una nueva manera de enfocar la planeación, refinamiento y evaluación de la estructura de los argumentos, haciendo posible todo un nuevo nivel de claridad en la comunicación y mejoramiento de los argumentos. Este nuevo enfoque, el mapeo argumental, ofrece la posibilidad de navegar por los argumentos con un aumento en la facilidad y claridad como el que el Theatrum orbis terrarum de Abram Ortelius ofreció a quienes deseaban navegar, mental o físicamente, por el mundo conocido. La tecnología se encuentra por supuesto en una etapa temprana de desarrollo. El mapeo argumental puede en principio hacerse en papel o en pintarrón, pero muy pronto se vuelve enredado y bromoso si usamos esas tecnologías. Tal vez eso ayude a explicar por qué no fue intentado o incluso concebido sino hasta hace poco. El registro más antiguo de alguien que intentó usar un dispositivo gráfico para desplegar la estructura de un argumento es una nota a pie de página en un influyente libro de texto del siglo XIX, escrito por un tal Richard Whately.6 Algunos esfuerzos bromosos se hicieron tratando de introducir la técnica en el razonamiento legal hace un siglo, pero no fue sino hasta el advenimiento de tecnología de la información y software gráfico razonablemente sofisticados, hace aproximadamente una década, que la técnica comenzó a ser factible de una manera extendida. Reflexionando sobre las causas de esto me veo remitido a los orígenes mismos de la escritura. Como seguramente muchos de ustedes saben, la escritura se originó, de acuerdo con la mejor investigación actual, en Sumeria en el cuarto milenio antes de nuestra era, al 6 [Nota del traductor. Los autores parecen referirse al diagrama contenido en el apéndice III (‘Práctica del Análisis Lógico’) de los Elements of Logic que el celebrado lógico, economista y teólogo (1787-1863) publicó en múltiples ediciones a manera de elaboración del artículo original que sobre la lógica había él contribuido en 1826 a la Enciclopedia Metropolitana (un proyecto del filósofo y poeta Samuel Taylor Coleridge realizado en Londres de 1817 a 1845). En los Elementos de lógica ese diagrama iba acompañado de las palabras: “Muchos estudiosos probablemente encontrarán muy claro y conveniente el modo de exhibir el análisis lógico de una marcha argumental [consistente en] desplegarlo en forma de un Árbol o División Lógica, como sigue” (p. 376 de la edición de 1831, p. 342 de la edición de 1845, pp. 419-420 de la edición de 1859, que son las que he podido consultar). Para facilitar la consulta del lector se reproduce el diagrama de Whately en la Figura 4, tomada de la edición de 1859.] tiempo que las ciudades estado luchaban por enfrentarse a las cargas cognitivas implicadas por el comercio y la tributación. Con otras palabras, la escritura surgió como un instrumento de contabilidad totalmente práctico, no como un dispositivo poético o literario. Esto vino después. La necesidad es la madre de la invención, como dice el viejo proverbio. Más allá de la necesidad inicial, sin embargo, la nueva tecnología abrió posibilidades que sus originales inventores utilitarios casi con certeza podemos decir que no imaginaron. En el caso actual que nos ocupa, la necesidad es generada por la simple y abrumadora cantidad de información y argumentación con la que tenemos que enfrentarnos a comienzos del siglo XXI. Ya no podemos darnos el lujo de la ineficiencia y despilfarro de energía que implica el procesamiento de tal información y argumentación usando los medios tradicionales. Necesitamos —como nos recuerdan continuamente las fallas estratégicas y de inteligencia que ocurren en los mundos corporativo y gubernamental— una mayor transparencia sobre el modo en que se llega a decisiones y una mayor claridad en el razonamiento mismo que ocurre al interior de los grupos que las toman. Los mapas argumentales son un medio para ese fin. No son demostraciones [proofs] de una proposición dada, sino despliegues de una argumentación que sustenta una proposición. Como tales están más abiertos a ser corregidas de manera puntual y útil de lo que está la prosa. Mientras el mapa es mejor, tanto más es el caso que se pueda corregir. Recuerden ustedes que incluso los mejores mapas geográficos cambian conforme cambia nuestro conocimiento de los hechos. Su verdad no está dada de una vez y para siempre. Hasta 1992, por ejemplo, Ucrania, Lituania, Letonia, Estonia, Kazakhstán, no existían por separado en los mapas de Eurasia, sólo la Unión Soviética. Los mapas argumentales también están abiertos a correcciones. La claridad que tienen en mostrar la estructura de la inferencial y evidencial [de las premisas que sustentan la argumentación] las hace fácilmente corregibles, pero de una manera transparente, no por mera acumulación de polémicas que a menudo se pasan de lado unas a otras envueltas en un torbellino de prosa. Hace aproximadamente cuatro años leía yo el libro de Doug Cook sobre el debate demográfico en Australia (Cocks 1996). En esa época apenas se había creado Austhink.7 Me interesaba el libro por su contenido, pero lo que me llamó especialmente la atención fue la casi impenetrable complejidad de su argumentación. Esto no va contra la prosa de Doug, sino contra la naturaleza misma de la prosa y la considerable complejidad del debate que él estaba tratando de elucidar. En un esfuerzo por aclarar cómo se equilibran los pros y contras en este debate, al menos tal como Doug lo había registrado, creamos un mapa argumental (Monk & van Gelder 2004). No lo presento aquí en modo alguno con la intención de sugerir que es una representación completa del debate o del libro de Doug, sino simplemente como un ejemplo de cómo incluso un mapa básico de nivel superior [top level map, es decir que contiene solamente los principales sustentos de una tesis] puede darnos una comprensión rápida del alcance de y equilibrio entre pros y contras en un debate de gran importancia. 7 [Nota del traductor. Austhink es el nombre de la empresa que produce y distribuye el software para la construcción de mapas argumentales. Sus productos Rationale®, bCisive® y bSelling® se encuentran fácilmente en la página <www.austhink.com>.] Observen ustedes que, simplemente en términos estructurales codificados cromáticamente, pueden ver aquí que hay cinco sustentos principales tanto en pro como en contra de la tesis de que Australia debería aumentar su población.8 A diferencia de casi cualquier representación en prosa que yo recuerde, esto crea instantáneamente un sentido del equilibrio o contrabalanceo en el debate, lo cual actúa como un correctivo automático a las tendencia a que me referí antes —sesgo confirmatorio y preservación de creencias— que tienden a desviar en una sola dirección nuestra atención a los argumentos y su uso de la evidencia. Al menos en esta representación del asunto, uno puede, casi de forma instantánea, ver que dos de las razones en pro y una de las razones en contra la proposición principal han sido masivamente cuestionadas, mientras que por su parte una de las razones en contra no cuenta con ninguna evidencia que la apoye. Esto es simplemente una representación del argumento tal como lo expuso Doug. No contiene ninguna opinión de parte nuestra. Lo que ofrece, sugiero, es un modo de acceder a cuáles son exactamente los puntos en debate, cómo se contrabalancean las razones, cuáles son sus límites, todo lo cual es excepcionalmente difícil de obtener con la mera lectura del libro. ¿Es difícil mapear argumentos? En realidad, no lo es. Si uno tiene completa claridad de cuál es el argumento que uno sostiene, entonces el mapeo de él es un ejercicio trivial. La dificultad que se experimenta en mapear un argumento es una medida directa de la falta de claridad que se tenga acerca de cuál es precisamente ese argumento. Los procesos cognitivos normales lo capacitan a uno, de hecho lo estimular a uno, a mantener una cierta vaguedad acerca de estas cosas y a obscurecer esa falta de claridad a través de la creación de una prosa que parece profunda de puro ser impenetrable. El mapeo de argumentos ofrece la posibilidad de comprender los argumentos mejor y más fácilmente, de aumentar su calidad, de comunicarlos mejor y de juzgarlos de manera más confiable por estar basados en mejores razonamientos. Pero es también, por supuesto, una habilidad, como cualquier habilidad técnica, es decir una habilidad que al principio parece extraña y difícil de manejar para la mayoría de nosotros, porque estamos tan acostumbrados al uso de otros métodos para registrar, analizar y comunicar argumentos. Enfrentados con esta elemental realidad cultural, me consuelo recordando que la escritura fue, durante milenios, un arte arcana que sólo poseían los sacerdotes y escribas, y que hasta hace unos pocos años el uso del correo electrónico era igualmente un arte rara y poco familiar. Hemos recién comenzado un proceso de innovación en el mapeo argumental, y las pruebas usuales de factibilidad tecnológica, adaptabilidad cultural y sobre todo utilidad práctica determinarán la ruta a seguir. A mí me da simplemente mucho gusto estar en la frontera de la innovación y tener la oportunidad de compartir con ustedes un poco de su sentido y propósito. 8 [Nota del traductor. El mapa argumental que se describe aquí es demasiado grande para poder reproducirse cómodamente en un libro como este, por lo que se remite al lector al sitio en internet del que puede descargarse: <http://austhinkconsulting.com/resources/population-map/>.] REFERENCES Anton, D et al (2003). Coalition of the Willing? Make that War Criminals. The Sydney Morning Herald, Feb 26. Disponible en <http://www.smh.com.au/articles/2003/02/25/1046064028608.html>. Binding, Paul (2003). Imagined corners : exploring the world’s first atlas. London., [England]: Review. Cocks, K. D. (1996). People policy : Australia’s population choices. Kensington, N.S.W.: UNSW Press. Cohen, Joel E. (1995). How many people can the earth support? (1st ed.). New York: Norton. Krugman, Paul R. (1998). The accidental theorist : and other dispatches from the dismal science (1st ed.). New York: Norton. Monk, P., & van Gelder, T.J. (Cartographer). (2004). Should Australia Increase Its Population? Parker, Andrew (2003). In the Blink of an Eye. Cambridge MA: Perseus. Reich, Robert (1991) The work of nations: preparing purselves for 21st century capitalism. Nueva York: Knopf. Sokal, A. (1996). Transgressing the Boundaries: Toward a Transformative Hermeneutics of Quantum Gravity’ Social Text, 46/7, 217-252. van Gelder, T.J. (2002). Enhancing Deliberation Through Computer-Supported Argument Visualization. In P. Kirschner, S. Buckingham Shum & C. Carr (Eds.), Visualizing Argumentation: Software Tools for Collaborative and Educational Sense-Making (pp. 97-115). London: Springer-Verlag. Figura 1 Figura 2 Figura 3. “La granja de los pollos sin hueso”, por el monero Gary Larson para la tira cómica The Far Side ® Figura 4. Ejemplo de diagrama lógico por Richard Whately. [RECUADRO] COALITION OF THE WILLING? MAKE THAT WAR CRIMINALS February 26 2003 A pre-emptive strike on Iraq would constitute a crime against humanity, write 43 experts on international law and human rights. The initiation of a war against Iraq by the self-styled “coalition of the willing” would be a fundamental violation of international law. International law recognises two bases for the use of force. The first, enshrined in Article 51 of the United Nations Charter, allows force to be used in self-defence. The attack must be actual or imminent. The second basis is when the UN Security Council authorises the use of force as a collective response to the use or threat of force. However, the Security Council is bound by the terms of the UN Charter and can authorise the use of force only if there is evidence that there is an actual threat to the peace (in this case, by Iraq) and that this threat cannot be averted by any means short of force (such as negotiation and further weapons inspections). Members of the “coalition of the willing”, including Australia, have not yet presented any persuasive arguments that an invasion of Iraq can be justified at international law. The United States has proposed a doctrine of “pre-emptive self-defence” that would allow a country to use force against another country it suspects may attack it at some stage. This doctrine contradicts the cardinal principle of the modern international legal order and the primary rationale for the founding of the UN after World War II - the prohibition of the unilateral use of force to settle disputes The weak and ambiguous evidence presented to the international community by the US Secretary of State, Colin Powell, to justify a pre-emptive strike underlines the practical danger of a doctrine of pre-emption. A principle of pre-emption would allow particular national agendas to completely destroy the system of collective security contained in Chapter Seven of the UN Charter and return us to the pre-1945 era, where might equalled right. Ironically, the same principle would justify Iraq now launching pre-emptive attacks on members of the coalition because it could validly argue that it feared attack. But there is a further legal dimension for Saddam Hussein on the one hand and George Bush, Tony Blair and John Howard and their potential coalition partners on the other to consider. Even if the use of force can be justified, international humanitarian law places significant limits on the means and methods of warfare. The Geneva Conventions of 1949 and their 1977 Protocols set out some of these limits: for example, the prohibitions on targeting civilian populations and civilian infrastructure and causing extensive destruction of property not justified by military objectives. Intentionally launching an attack knowing that it will cause “incidental” loss of life or injury to civilians “which would be clearly excessive in relation to the concrete and direct overall military advantage anticipated” constitutes a war crime at international law. The military objective of disarming Iraq could not justify widespread harm to the Iraqi population, over half of whom are under the age of 15. The use of nuclear weapons in a pre-emptive attack would seem to fall squarely within the definition of a war crime. Until recently, the enforcement of international humanitarian law largely depended on the willingness of countries to try those responsible for grave breaches of the law. The creation of the International Criminal Court last year has, however, provided a stronger system of scrutiny and adjudication of violations of humanitarian law. The International Criminal Court now has jurisdiction over war crimes and crimes against humanity when national legal systems have not dealt with these crimes adequately. It attributes criminal responsibility to individuals responsible for planning military action that violates international humanitarian law and those who carry it out. It specifically extends criminal liability to heads of state, leaders of governments, parliamentarians, government officials and military personnel. Estimates of civilian deaths in Iraq suggest that up to quarter of a million people may die as a result of an attack using conventional weapons and many more will suffer homelessness, malnutrition and other serious health and environmental consequences in its aftermath. From what we know of the likely civilian devastation caused by the coalition’s war strategies, there are strong arguments that attacking Iraq may involve committing both war crimes and crimes against humanity. Respect for international law must be the first concern of the Australian Government if it seeks to punish the Iraqi Government for not respecting international law. It is clearly in our national interest to strengthen, rather than thwart, the global rule of law. Humanitarian considerations should also play a major role in shaping government policy. But, if all else fails, it is to be hoped that the fact that there is now an international system to bring even the highest officials to justice for war crimes will temper the enthusiasm of our politicians for this war. 1 Capítulo 7 ¿El estudio de la filosofía mejora las habilidades de pensamiento crítico? Claudia María Álvarez Ortiz El título de este artículo constituyó la pregunta de investigación de un proyecto de posgrado realizado en el Departamento de Filosofía de la Universidad de Melbourne, Australia de 2005 a 2007.1 El proyecto presenta un extenso meta-análisis sobre la mejora de las habilidades de Pensamiento Crítico (Critical Thinking, de ahora en adelante CT) durante un semestre de estudios universitarios.2 Aunque el tema central era el cuestionamiento de la disciplina filosófica como medio para mejorar las habilidades de CT, los resultados obtenidos son relevantes para todos aquellos que estén interesados en el tema de la enseñanza-aprendizaje de estas habilidades y para todos aquellos cautivados por la importancia que parecen tener los apoyos visuales y tecnológicos en estos procesos de aprendizaje. En específico destaca el uso del mapeo de argumentos (Argument Mapping, de ahora en adelante AM) como una técnica efectiva para mejorar las habilidades de CT [véase cap. 6 de este libro]. El presente artículo es sólo un extracto de dicho proyecto de investigación.3 1 En la conducción de este proyecto intervinieron muchas personas cuya contribución fue indispensable. La iniciativa y supervisión del proyecto estuvo a cargo del Dr. Tim Van Gelder (Universidad de Melbourne). Muy sentidos agradecimientos a La Dra. Melannie Bissett (Universidad de Melbourne) así como a los Dres. Geoff Cumming (Universidad La Trobe) y Dr. Neil Thomason (Universidad de Melbourne), expertos en estadística, por contribuir a la recolección y organización de los datos; y un reconocimiento especial al Dr. Paul Monk por su asesoría y apoyo constante durante todo el proyecto. 2 [Nota de los coordinadores. En los países de habla inglesa existe una asignatura con este nombre que tradicionalmente se imparte durante la formación previa a los estudios especializados. En México y otros países de Latinoamérica carecemos de esta asignatura debido en buena medida a que la especialización comienza desde el primer día en la universidad, probablemente con resultados negativos para el desenvolvimiento de las capacidades argumentales de los jóvenes. El propósito de esta asignatura, eminentemente práctica, es en efecto instruir en —y dar herramientas para— el análisis de la estructura, contenido, alcance y propósito de las argumentaciones que se encuentra uno por doquier, desde los libros de texto hasta los medios de comunicación masiva. Cualquier buscador de internet utilizando la frase critical thinking conduce a varias páginas en que el lector mexicano y latinoamericano puede iniciarse en el tema.] 3 [Nota de los coordinadores. El texto completo de la tesis de la autors en inglés está disponible para descarga en <http://images.austhink.com/pdf/Claudia-Alvarez-thesis.pdf>. Vale la pena aclarar que las palabras “Filosofía” y “Pensamiento Crítico” se escriben con mayúsculas en el texto del capítulo para indicar el estudio organizado y sistemático de esta disciplina a través de un currículum universitario. Lo que se dice aquí no se refiere al estudio de la filosofía o del pensamiento crítico fuera de la universidad, tal como, por ejemplo, lo podría emprender un autodidacta. Es una pregunta empírica distinta y pendiente si tal estudio extracurricular mejora o no las habilidades de pensamiento crítico en el sentido anglosajón de este término.] 2 INTRODUCCIÓN Es ampliamente aceptada la idea de que el estudio de la Filosofía mejora las habilidades de pensamiento, en específico las habilidades de Pensamiento Crítico. Esta idea o supuesto, ha sido una de las justificaciones principales del por qué estudiar Filosofía en una universidad, y uno de los pilares fundamentales que soportan la existencia de la disciplina en las universidades modernas. Sin embargo, esta idea o supuesto nunca ha sido sometida a un escrutinio riguroso. Esto es sumamente paradójico dado que los filósofos se autoproclaman altamente críticos y son los llamados a examinar a profundidad supuestos implícitos; es la naturaleza de su disciplina. La investigación arriba presentada sugiere que este supuesto no está bien fundamentado. La investigación realizada en Australia constituye un meta-análisis (una comparación de diferentes proyectos de investigación que han medido las habilidades de CT en el lapso de un semestre universitario). Este meta-análisis nos da —hasta ahora— la mejor aproximación a la pregunta de si el estudio de la Filosofía mejora las habilidades en cuestión en un semestre universitario. De hecho, también nos aproxima a una respuesta acerca de hasta qué punto se mejoran dichas habilidades en la universidad estudiando otras carreras, y hasta qué punto mejoran éstas a través del estudio propiamente del CT como materia o curso independiente. Los resultados del meta-análisis indican que los estudiantes sí mejoran sus habilidades de CT al estudiar un semestre de Filosofía, y aparentemente esta mejora es superior que la obtenida por estudiantes en otras carreras universitarias. Sin embargo, los resultados no nos permiten determinar si esta diferencia se debe a una variación aleatoria. Entre los resultados destaca el hecho de que estudiar Filosofía es menos efectivo a la hora de mejorar las habilidades de CT que el estudio deliberado del Pensamiento Crítico como materia; y no sólo es el estudio del CT en sí mismo más efectivo que el estudio de la Filosofía en cuanto a las habilidades que nos conciernen, sino que el estudio del CT es mucho más efectivo si este se realiza con un apoyo visual y tecnológico como es el caso de la enseñanza a través de la técnica de mapas argumentales desarrollada por el Dr. Tim Van Gelder (Universidad de Melbourne). Dicho de manera más concreta, los resultados de esta investigación, sugieren las siguientes conclusiones: 1. El estudio de la Filosofía mejora en alguna medida las habilidades de CT. 2. No hay suficiente evidencia que nos permita estar confiados de que el estudio de la Filosofía mejora las habilidades de CT más efectivamente que otros cursos universitarios. 3. Estudiar Filosofía parece ser menos efectivo para la mejora de esas habilidades, que el estudio deliberado de Pensamiento Crítico como curso universitario. 4. Existen técnicas visuales y tecnológicas que, combinadas con el estudio del CT, producen los mejores resultados. 3 ACLARANDO TÉRMINOS El supuesto implícito que estaba bajo cuestionamiento en esta tesis, era el siguiente: El estudio de la Filosofía mejora las habilidades de Pensamiento Crítico. Es importante desglosar, aunque sea muy brevemente, qué significa cada término en el contexto de este proyecto. ¿Qué significa la frase ”estudiar Filosofía”? Estudiar Filosofía significa aquello que un estudiante estándar hace durante sus estudios de filosofía en una universidad típica en los Estados Unidos, Inglaterra o Australia. Nos referimos al efecto de la filosofía analítica anglo-americana, tal como ella se enseña en las universidades del mundo anglosajón o asociadas a este mundo, sobre la mejora del Pensamiento Crítico. En principio, esto implicaría pues lo que hace un estudiante en cualquier disciplina académica en el nivel universitario: • • • • Asistir a clases magistrales Realizar lecturas Escribir ensayos Asistir a tutoriales y participar en sesiones de discusión En el caso de la Filosofía estas actividades deben estar relacionadas con inculcar en los estudiantes tres elementos esenciales, que son los que básicamente distinguen a la disciplina de otras carreras: (a) la reflexión sobre problemas fundamentales, (b) el uso de la argumentación como principal herramienta de trabajo, (c) la disposición para desarrollar la reflexión crítica. ¿Qué significa “Pensamiento Crítico”? Algo que se dice con frecuencia en la literatura sobre Pensamiento Crítico es que no existe un consenso establecido sobre su definición. Sin embargo, sí podemos hablar de un punto de vista que prevalece en esas definiciones y es el enfoque de entender CT como la capacidad para analizar y evaluar argumentos; una capacidad que se enfoca más en la lógica informal (el uso de argumentos usando el lenguaje cotidiano), que en la lógica formal (más preocupada por los argumentos presentados en un lenguaje artificial y técnico). Conceptualmente, el CT implica la aplicación de conocimiento y de ciertas habilidades y actitudes con rigor lógico. En sentido general, se espera que un pensador crítico esté dispuesto a preocuparse de que sus creencias sean verdad y que sus decisiones estén justificadas. Además de estas disposiciones, se requiere que el pensador crítico despliegue una serie de habilidades dirigidas principalmente a interpretar y analizar inferencias, 4 observaciones, juicios y argumentos, razonar deductiva e inductivamente, y evaluar la validez de dichos argumentos. Este enfoque cognitivo del CT es el que prevalece en este proyecto de investigación. ¿Qué significa el término “mejora”? En el supuesto a analizar (a saber, el estudio de la Filosofía mejora las habilidades de Pensamiento Crítico), el verbo (“mejora”) es esencial. Mejorar significa fundamentamente hacer mejor, perfeccionar algo, haciéndolo pasar de un estado bueno a uno mejor. En el caso específico de nuestro estudio, el supuesto bajo estudio implica tres cosas: 1. que estamos midiendo el efecto directo que produce el estudio de la filosofía analítica anglo-americana, durante un semestre universitario, sobre ciertas habilidades de Pensamiento Crítico; 2. que la mejora de las habilidades de CT debe ser detectable, por lo tanto medible; 3. que esa mejora debe ser sustancial y con referencia a comparaciones relevantes (en este caso, la mejora de las habilidades de CT debe compararse con el efecto que genera la Filosofía, el efecto que generan otros cursos universitarios, y el efecto que general el estudio de cursos independientes de CT). Para establecer cómo y si en realidad tal mejora estaba ocurriendo en el desarrollo del CT de los estudiantes, fue necesario operacionalizar el término de CT; es decir, identificar formas de medir la mejora. Para esto se seleccionaron proyectos que habían medido la mejora a través de los tests de medición del CT más objetivos y estandarizados (las pruebas Watson-Glaser Critical Thinking Appraisal, Cornell Critical Thinking Test, California Critical Thinking Test, y College Assessment of Academic Proficiency Test). La objetividad de los resultados que se presentan y discuten en este capítulo (y en forma más extensa y detallada en mi tesis de maestría) está basada en el hecho de que estos instrumentos han recibido, más que ninguna otra técnica para medir dichas habilidades, una evaluación constante con relación a los dos mayores indicadores de calidad en la evaluación educativa: la validez y la confiabilidad. En resumen, la frase “la mejora de habilidades de CT a través del estudio de la Filosofía”, implica que estamos frente a una hipótesis causal (Giere 1997), en la que el factor causal es el estudio de la filosofía analítica anglo-americana y el efecto es la mejora de las habilidades de CT, medida a través de pruebas de Pensamiento Crítico. Esta relación causal constituye la razón fundamental que justifica un examen empírico de lo que hasta ahora había sido un mero supuesto. Con otras palabras, se trata aquí de convertir el supuesto en una hipótesis, la cual debe ser verificada o refutada a través de la presentación de evidencia apropiada y suficiente en el mundo de la experiencia. La principal distinción de una hipótesis empírica como la que nos ocupa aquí es la necesidad de basar su justificación en datos empíricos —lo que Ronald Giere (1997, p. 27) llama “datos del mundo real”— en lugar de estar justificada a través de definiciones o 5 deducciones. En otras palabras, una hipótesis empírica necesita ser verificada a la luz de datos derivada de observaciones o experimentos. El supuesto bajo escrutinio en esta tesis requería de un examen empírico porque implica una mejora, y una mejora es algo que requiere medición. Para medir la mejora de las habilidades en cuestión se debían analizar los datos empíricos existentes u obtener nuevos datos. Esto nos llevó a analizar primero los datos empíricos existentes, es decir la revisión de la literatura sobre el tema; y en segundo lugar, a realizar el meta-análisis. REVISIÓN DE LA LITERATURA EXISTENTE Para realizar el meta-análisis investigamos los antecedentes existentes en diferentes niveles educativos (niños, estudiantes universitarios y de posgrado). No obstante, la atención central estuvo dirigida a revisar la literatura concerniente a todos aquellos estudios enfocados en medir el impacto de la Filosofía sobre las habilidades descritas, en estudiantes universitarios. En este sentido, sólo unos pocos proyectos de investigación (en concreto, cinco) fueron encontrados que miden el impacto directo entre estas dos variables (Annis & Annis 1979, Facione 1990, Harrell 2004, Reiter 1994, Ross & Semb 1981). Esta escasez de investigación contrasta con el hecho de que en los departamentos de Filosofía en las universidades occidentales se da por sentado la relación causal entre estas dos variables. No fue así para el caso de los estudios que habían medido el impacto de otros cursos —en especial de las Ciencias Sociales, Educación, Psicología y Enfermería— en las habilidades de Pensamiento Crítico. En estas disciplinas los estudios conseguidos fueron más abundantes y de mayor rigor estadístico que en el área de la Filosofía. La sencilla conclusión que se desprende del análisis de la literatura existente, es decir tanto de los estudios que habían medido la relación directa de las variables (Filosofía y CT) como de aquellos que midieron el efecto de otros cursos (distintas a la Filosofía) o de cursos semestrales de CT, es la siguiente: no es posible concluir de forma definitiva que el estudio de la Filosofía genera un mayor desarrollo o mejora de las habilidades de CT, que el conseguido por otros cursos o incluso por cursos independientes de CT durante un semestre de estudios. Dos razones dan sustento a esta conclusión. La primera es que los resultados de las diferentes investigaciones revisadas en la literatura son divergentes. Es decir, dos investigaciones dan resultados prometedores (Ross & Semb 1981, Harrell 2004), dos muestran resultados negativos (Facione 1990, Reiter, 1994), y una arroja resultados inconcluyentes (Annis & Annis, 1979). Los resultados son aun más divergentes si consideramos los proyectos de investigación que midieron el efecto de otros cursos y de cursos de CT en el desarrollo del CT. La segunda razón por la cual no podemos concluir de forma definitiva sobre los resultados encontrados en la literatura, es porque es difícil comparar y reconciliar estos resultados divergentes. ¿Por qué es tan difícil realizar esta tarea? Por un lado, porque los estudios realizados utilizaron diferentes instrumentos (tests) para medir las habilidades de 6 CT. Esto genera el problema de que los resultados de todas esas investigaciones están registrados en diferentes escalas. Por ejemplo, los resultados de una investigación que utilizó el California Critical Thinking Skills Test (CCTST) usa una escala de 34 puntos, mientras que el test Watson-Glaser Critical Thinking Appraisal (WGCTA) usa una escala de 80 puntos. Por otro lado, la mayoría de los estudios revisados en la literatura —tanto los que conciernen como los que no conciernen a la Filosofía— utilizaron diferentes diseños de investigación. Estos estudios, aunque tenían en común la medición de las habilidades de CT, utilizaron diferentes preguntas de investigación y diferentes metodologías. Por ejemplo, muchos de ellos midieron el efecto sobre el CT a partir de métodos distintos de enseñanza para mejorarlo: debates, ensayos, tutoriales. Otros se distinguen en el tamaño de sus muestras o en la metodología para seleccionarlas. Tanto la diversidad en los diseños como la diversidad en los resultados hizo la tarea de comparación realmente difícil. Por lo tanto, no se pudo obtener una conclusión definitiva del estudio de la literatura existente. Esto nos llevó a emprender un meta-análisis. APLICACIÓN DEL META-ANÁLISIS Un meta-análisis es una técnica cuantitativa utilizada para integrar e interpretar resultados divergentes de estudios que compartan similares mediciones. Es una técnica que se circunscribe a un dominio específico. Sólo se puede aplicar a estudios empíricos con resultados cuantitativos, por ejemplo estudios que hayan medido cuantitativamente las variables y hayan reportado los datos resultante a través de estadística descriptiva e inferencial (Lipsey & Wilson 2001). En pocas palabras, un meta-análisis implica la interpretación y el análisis estadístico de los resultados de una serie de proyectos de investigación (Glass, Mc Graw & Smith 1981). Por ello, para poder realizar un metaanálisis es necesario crear una base de datos de estudios primarios que hayan reportado la medición de las variables de interés. Los resultados de un meta-análisis se reportan a través de una unidad de medición que se denomina el “tamaño del efecto” (effect size), el cual es una medida que estandariza las resultados divergentes de los diferentes estudios o proyectos primarios. El “tamaño del efecto” permite una estandarización estadística de resultados divergentes porque permite representarlos en una misma escala. Aporta un punto común de referencia desde el cual se pueden comparar y reconciliar resultados divergentes. Para el caso de nuestro meta-análisis, el “tamaño del efecto” (effect size o ES), fue calculado junto con los intervalos de confianza de cada estudio seleccionado para el metaanálisis. Dos métodos de cálculo del ES fueron utilizados. El primer método de cálculo del ES utiliza la Diferencia Estandarizada de la Media, generalmente conocida como la d de Cohen. Dicho método usa el promedio de la desviación típica o desviación estándar de cada estudio como la unidad de medición. El segundo método utilizado hace uso de la desviación estándar por test y no por estudio. Es decir, agrupamos todos los estudios aceptados en base al test de medición de las habilidades de Pensamiento Crítico, con el fin 7 de calcular el promedio de la desviación estándar. Brevemente pues: con el primer método se calculó el promedio de la desviación estándar por estudio, con el segundo se calculó por test. Consideramos, que este segundo método es el más confiable, ya que el promedio de la DE es calculada tomando en cuenta el tamaño de la muestra de cada estudio. Con ello estudios con muestras más amplias proveen mejores estimados que los estudios con muestras de estudiantes más pequeñas. En este capítulo los resultados y sus comentarios están basados en el segundo método. El meta-análisis estuvo enfocado en responder a tres preguntas centrales: 1. ¿El estudio de la Filosofía mejora las habilidades de Pensamiento Crítico en términos absolutos? 2. ¿El estudio de la Filosofía mejora las habilidades de Pensamiento Crítico relativamente más que el estudio de otros cursos universitarios? 3. ¿El estudio de cursos dedicados exclusivamente al Pensamiento Crítico mejora las habilidades de CT relativamente más que el estudio de la Filosofía y relativamente más que el estudio de otras cursos universitarios? Para la ejecución de este meta-análisis fueron aceptados 52 proyectos de investigación, que cumplieron con los siguientes cinco requisitos: Requisito 1: Identificación de las variables independientes. Para contestar la primera pregunta del meta-análisis (a saber, ¿el estudio de la Filosofía mejora las habilidades de Pensamiento Crítico en términos absolutos?), los proyectos a incluir debían involucrar la instrucción formal de la filosofía analítica anglo-americana en estudiantes universitarios. Los departamentos de Filosofía en universidades de habla inglesa ofrecen de manera estándar este tipo de disciplina. Estos cursos de Filosofía se centran en discutir típicas preguntas filosóficas, clarificación de conceptos, análisis de argumentos y el fomento de una actitud crítica. El curso de Introducción a la Filosofía y el curso de Ética son ejemplos de este tipo de curso. Los proyectos de investigación aceptados para el meta-análisis de esta primera pregunta fueron clasificados bajo el nombre de “Filosofía Pura” (Pure Phil en los cuadros y gráficos que siguen). En este sentido, la variable independiente es la cantidad de instrucción en Filosofía que los estudiantes recibieron. Con el propósito de comparar el impacto de la instrucción en Filosofía sobre el desarrollo del CT con el impacto de otros cursos (de otras carreras) en las habilidades de CT, y así poder responder a la segunda pregunta de investigación (a saber, ¿el estudio de la Filosofía mejora las habilidades de Pensamiento Crítico relativamente más que el estudio de otros cursos universitarios?), los proyectos debían incorporar la instrucción formal de cursos diferentes a la Filosofía, en estudiantes universitarios, tales comocursos en Literatura, Historia, Lenguajes en general, Enfermería o cursos en las Ciencias Sociales. 8 Estos proyectos de investigación fueron clasificados bajo el nombre de “No Filosofía, No CT” (No Phil, No CT en los cuadros y gráficos que siguen; recordemos que “CT” es la abreviatura de la expresión critical thinking). Para responder a nuestra tercera pregunta (a saber, ¿el estudio de cursos dedicados exclusivamente al Pensamiento Crítico mejoran las habilidades de CT relativamente más que el estudio de la Filosofía y relativamente más que el estudio de otros cursos universitarios?), el conjunto de proyectos elegibles debía incluir la medición del efecto cursos universitarios de CT como asignatura específica sobre las habilidades de CT. La variable independiente en este caso es la cantidad de instrucción en CT que los estudiantes reciben. Dos tipos de cursos fueron considerados: (1) Cursos de CT ofrecidos por los departamentos de Filosofía, y (2) Cursos de CT ofrecidos por otras facultades. (1) Los cursos de CT ofrecidos en los departamentos de Filosofía, fueron divididos a su vez en tres categorías. a. Cursos que ofrecían instrucción explícita de CT, sin el uso de la técnica de mapas argumentales. Tales cursos utilizan técnicas tradicionales de instrucción de CT, tales como clases magistrales, sesiones de discusión, la técnica de la pregunta, etc. Estos cursos fueron categorizados como “Filosofía con CT sin MA” (Phil CT, No AM en los cuadros y gráficos que siguen; “AM” es la abreviatura de la expresión inglesa argument mapping). b. Cursos de CT ofrecidos por departamentos de Filosofía, incluyendo el uso de la técnica de mapas argumentales. Esta técnica les permite a los estudiantes representar la estructura lógica de un argumento de una manera visual y explícita. Estos cursos fueron clasificados bajo el nombre de “Filosofía con CT y AM” (Phil CT-AM en los cuadros y gráficos que siguen). c. Cursos que enseñan CT con mapas argumentales, pero con mucha más práctica deliberada y supervisada en el uso de esta técnica. La cantidad de práctica en este grupo marca la diferencia con el grupo anterior. Este grupo se denominó “Filosofía con Mucha Práctica de AM (Phil LAMP en los cuadros y gráficos que siguen; “LAMP” abrevia Lots of Argument Mapping Practice). (2) Cursos de CT ofrecidos por otras facultades. Este conjunto de proyectos se dividió en dos categorías generales: a. Cursos de CT ofrecidos por facultades distintas a la de Filosofía, y dedicados exclusivamente a la instrucción formal de CT. Fueron denominados “No Filosofía, Cursos Dedicados al CT” (No Phil, Ded-CT en los cuadros y gráficos que siguen). Ejemplos: “Introducción al Razonamiento”, “Lógica Informal”, “Pensamiento Crítico”, “Análisis de la 9 Información”, etc. b. Cursos que han sido diseñados para promover otras habilidades distintas a las del Pensamiento Crítico pero con alguna promoción deliberada de estas habilidades. Fueron denominados “No Filosofía con algo de CT” (No Phil Some-CT en los cuadros y gráficos que siguen). Esta categoría incluiría cursos tales como Enfermería, Estudio de los Clásicos, Historia, Psicología, Sociología, Matemáticas. Las técnicas didácticas de estos cursos varían desde el uso de algún software para promover el CT, algo de lectura y escritura crítica, debates, análisis de la información, argumentación, y ejercicios de razonamiento. Cualquiera de los cursos nombrados con anterioridad debía por lo menos tener una duración de un semestre universitario para ser elegible para el meta-análisis. De esta manera, los proyectos de investigación que fueron aceptados en este metaanálisis caen en siete categorías como se resume en el siguiente cuadro: CATEGORÍA 1 2 3 4 5 6 7 DESCRIPCIÓN DE LOS CURSOS Filosofía analítica anglo-americana; ofrecidos por los departamentos de Filosofía Pensamiento Crítico (CT); ofrecidos por los departamentos de Filosofía sin instrucción a través de la técnica de mapeo de argumentos (AM) CT; ofrecidos por los departamentos de Filosofía con alguna instrucción a través de la técnica AM CT; ofrecidos por los departamentos de Filosofía con mucha cantidad de práctica con la técnica AM; es decir dedicados a la promoción de CT mediante AM CT; ofrecidos por otras facultades distintas a Filosofía; es decir dedicados exclusivamente a la enseñanza de CT. Alguna instrucción en CT; ofrecidos por otras facultades distintas a Filosofía Diferentes disciplinas universitarias (excluyendo Filosofía) sin ninguna instrucción en CT ABREVIATURA Pure Phil Phil CT, No AM Phil CT, AM Phil LAMP No Phil, Ded-CT No Phil, Some CT No Phil, No CT Cada una de estas categorías genera una variable independiente de medición, p.ej. la cantidad de instrucción en Filosofía sobre las habilidades de CT o la cantidad de instrucción en Filosofía con mapeo de argumentos sobre las habilidades de CT; y así para cada uno de los grupos. Requisito 2: Identificación de las variables dependientes El propósito de este meta-análisis es examinar el efecto de la Filosofía, de otros cursos universitarios, y de cursos independientes de CT, en el desarrollo de las habilidades de CT en estudiantes universitarios. Por lo tanto, la variable dependiente es la mejora o desarrollo 10 de esas habilidades. Requisito 3: Identificación de los sujetos de estudio Dado que estamos evaluando el desarrollo de las habilidades de CT en los estudiantes universitarios, solamente fueron considerados aquellos estudios que habían medido el desarrollo de las habilidades de CT en este nivel educativo. Requisito 4: Metodología de Investigación de los estudios primarios Los proyectos a considerar para este meta-análisis fueron aquellos que habían reportado resultados cuantitativos como medición de las habilidades de CT. La medición de las habilidades debía ser sobre el desarrollo de habilidades cognitivas demostrables, en lugar de medir disposiciones o actitudes hacia el CT. De igual forma, para poder calcular el “tamaño del efecto” (unidad estándar de comparación) los estudios a elegir debían proveer, suficientes datos estadísticos: El promedio de los resultados del test de CT al comienzo del curso (pre-test) y al final (post-test), desviaciones estándares y tamaños de la muestras. Requisito 5: Tipo de Publicación Se consideraron para el meta-análisis tanto los estudios publicados como los no publicados, siempre y cuando cumplieran con los requisitos y el rigor estadístico exigido. RESULTADOS DEL META-ANÁLISIS Después de la labor de selección (fueron descartados más de 60 proyectos por no cumplir con los requisitos establecidos), 52 fueron los proyectos seleccionados. Estos estudios reportaron un total de 116 resultados de investigación para nuestro meta-análisis. Para facilitar el análisis de los resultados de los 52 proyectos, se muestra a continuación la Figura 1. Esta figura presenta el “tamaño del efecto” (los effect sizes) de los 116 resultados, divididos en las 7 categorías de estudio explicadas con anterioridad. Es decir, el gráfico muestra el “tamaño del efecto” alcanzado por cada categoría. Recordando el concepto del “tamaño del efecto”, se trata de una unidad que refleja el impacto de una variable (la variable independiente, que difiere en cada categoría) sobre la mejora o desarrollo de las habilidades de CT (la variable dependiente). [INSERTAR FIGURA 1] Para los detalles técnicos de este análisis debo remitir al lector a mi tesis de maestría [ver nota 3 de este capítulo]. Basta por ahora destacar en la Figura 1 tres cosas: (a) la barra azul representa la ganancia en CT obtenida en promedio por los sujetos de los estudios respectivos; (b) la línea tipo ‘I’ superpuesta sobre la barra azul representa los valores 11 extremos de las ganancias de los sujetos de los estudios respectivos; (c) los círculos grises representan la cantidad relativa de sujetos en los estudios respectivos que obtuvieron el mismo valor. Mirando cuidadosamente la Figura 1 podrá entonces verse que los mejores resultados (ganancia promedio de 0.78 con poca dispersión) se obtuvieron cuando se combinaron tres factores: que se haya enseñado Pensamiento Crítico (CT), que tal enseñanza se hay valido abundantemente de la técnica de mapeo de argumentos (AM), y que la instrucción se haya dado en departamentos de Filosofía. En cambio, los peores resultados se obtuvieron en cursos ordinarios fuera del departamento de Filosofía y sin ningún uso de CT. A continuación, se expresan los resultados del meta-análisis, guiados por cada una de las tres preguntas formuladas para conducir el meta-análisis. • Pregunta 1: ¿El estudio de la Filosofía mejora las habilidades de Pensamiento Crítico en términos absolutos? Respuesta: Sí, aunque la ganancia es modesta. El tamaño del efecto fue de solamente 0.26 (promedio de las desviaciones estándar por test) con un intervalo de confianza entre 0.12 y 0.39. • Pregunta 2: ¿El estudio de la Filosofía mejora las habilidades de Pensamiento Crítico relativamen más que el estudio de otros cursos universitarios? Para responder a esta pregunta necesitamos comparar a la Filosofía con otros cursos universitarios y sin influencia del CT. Comparando por tanto los resultados del grupo 1 con el grupo 7 en la Figura 1, la respuesta es que sí, ya que 0.26 es mayor que 0.12. • Pregunta 3: ¿El estudio de cursos dedicados exclusivamente al Pensamiento Crítico, mejoran las habilidades de CT relativamente más que el estudio de la Filosofía, y relativamente más que el estudio de otros cursos universitarios? Esta pregunta es algo más complicada, ya que debemos hacer la distinción entre cursos de CT ofrecidos por en los departamentos de filosofía y aquellos ofrecidos por otros departamentos de las universidades. Así tenemos que distinguir dos casos: o El primer caso es la mejora del Pensamiento Crítico en los departamentos de Filosofía. Aquí debemos comparar primero el grupo 1 (sin CT) con el grupo 2 (CT tradicional, sin mapeo de argumentos o AM), luego ambos con el grupo 3 (CT con algo de AM), y finalmente los tres con el grupo 4 (CT con mucho AM). Los valores hablan por sí solos: 0.26 < 0.34 < 0.68 < 0.78, y lo mismo si tomamos en cuenta intervalos de confianza. Por otro lado, vale la pena considerar el efecto combinado, es decir la suma del efecto de cualquier curso de CT (en departamentos de Filosofía) con algo de MA y dedicación exclusiva de MA; este efecto combinado fue de 0.49. o El segundo caso es la mejora del Pensamiento Crítico fuera de los departamentos de Filosofía. Aquí no fue posible comparar el efecto del uso 12 de la técnica de mapeo argumental en departamentos que no son de Filosofía, ya que no se ha extendido su uso a ellos. Sólo podemos comparar dos tipos de curso, los que incluyen algo de CT y los que son más convencionales (incidiendo en las habilidades propias de cada currículum, pero sin instrucción específica en CT). Aquí debemos comparar el grupo 5 (cursos dedicados exclusivamente al CT) con el grupo 6 (algo de CT) y el grupo 7 (nada de CT). Los valores son también elocuentes: 0.40 > 0.26 > 0.12; y lo mismo con los intervalos de confianza. En cuanto al efecto combinado de cualquier curso de CT fuera del departamento de Filosofía, este tuvo una magnitud de 0.30, algo inferior que en el primer caso. ALGUNAS CONCLUSIONES En la tesis se hicieron comparaciones individuales y combinadas de todas las categorías descritas en la Figura 1. Aunque el análisis de las mismas arrojó apreciaciones interesantes sobre el efecto de las diferentes variables en el desarrollo del Pensamiento Crítico, me limito en este artículo a hacer referencia a las conclusiones más sobresalientes. El presente meta-análisis fue diseñado para revisar empíricamente el impacto que tiene estudiar Filosofía en el desarrollo del Pensamiento Crítico. Los resultados del metaanálisis sugieren que, si bien estudiar Filosofía mejora las habilidades de Pensamiento Crítico, no es la forma más efectiva para hacerlo. Tres razones dan soporte a esta última afirmación. Primero, que no hay suficiente evidencia que indique que en efecto la Filosofía mejora dichas habilidades cognitivas más que otros métodos o disciplinas. Segundo, que el estudio de la Filosofía parece ser menos efectivo que el estudio del Pensamiento Crítico de manera independiente. Tercero, la evidencia sugiere que el estudio de la Filosofía es mucho menos efectivo para el desarrollo del Pensamiento Crítico que el uso masivo de la técnica de mapeo argumental. Aunque el enfoque del proyecto estuvo dirigido a cuestionar el supuesto de que la Filosofía sería la mejor disciplina para mejorar el CT, los resultados apuntan hacia el examen de un cuestionamiento más general: el supuesto de que el CT está bien fomentado en las universidades en general, en especial para aquellos cursos que enseñan la materia de forma tradicional. Los resultados sugieren que el CT enseñado a través de una técnica con apoyo visual y tecnológico —el mapeo de argumentos— y dedicada directamente a las habilidades de argumentación rinde los mejores beneficios. Por lo tanto, a la hora de escoger qué carreras o disciplinas son las más efectivas en la mejora de las habilidades de Pensamiento Crítico en la universidad, los datos sugieren que lo más aconsejable es que los estudiantes se inscriban en un curso independiente de Pensamiento Crítico, dedicado exclusivamente al desarrollo de las habilidades de razonamiento y argumentación; y sugiere que el apoyo de una técnica como la de mapeo argumental, expresamente diseñada para representar visualmente el trabajo cognitivo, es la opción más efectiva. 13 SUGERENCIAS PARA FUTURAS INVESTIGACIONES: Existen muchas consideraciones a tomar en cuenta para dar mayor soporte a las conclusiones presentadas en este proyecto. Varias líneas de investigación se sugieren: En primer lugar, es necesario contar con un mayor número de investigaciones donde se mida el impacto directo entre la Filosofía y el CT. El punto de partida de este proyecto fue determinar si el supuesto de que la disciplina filosófica era la forma más efectiva para el desarrollo del CT estaba justificado. El meta-análisis sugiere que, basados en los datos existentes, tal supuesto no tiene justificación empírica. Con todo, es posible observar variaciones en los datos, por lo que sería conveniente contar con un número mayor de ellos a fin de afianzar o cuestionar los resultados. Segundo, existen una serie de consideraciones que debemos tomar en cuenta a la hora de medir el efecto de la Filosofía en el desarrollo del CT. Entre estas consideraciones destacan la forma de impartir la materia y el contenido de la misma. Aquí, es necesario llamar la atención sobre dos cursos universitarios —contenidos en el conjunto de estudios relacionados con la enseñanza de la Filosofía— que arrojaron mejores resultados que los demás. Es de hacer notar que si estos resultados se eliminan del meta-análisis, el “tamaño de efecto” de dicha categoría (Filosofía Pura), hubiese disminuido de 0.26 a sólo 0.19 de desviación estándar. Estos cursos son: (a) el curso de “Introducción a la Filosofía” usado por Ross & Semb, 1981, en el cual se utilizó el Plan de Keller para enseñar Filosofía; y (b) el curso de Lógica reportado por Rest en 1979. Iguales resultados arrojaron las investigaciones de Annis & Annis (1979) que, si bien no fueron incluidos en este meta-análisis por no proveer suficiente datos estadísticos, indicaron que el curso de Lógica, comparado con cursos tales como Introducción a la Filosofía, Ética, y el grupo control de Psicología, generó mejores resultados en algunos aspectos del Pensamiento Crítico. Los resultados de estos dos cursos parecen haber “inflado” el tamaño del efecto, de nuestro pool de estudios de Filosofía. Es de destacar que el Plan de Keller es una estrategia de instrucción en la cual el alumno asiste a una enseñanza personalizada, donde el mismo estudiante establece el ritmo del aprendizaje; esto implicaría que posiblemente determinados enfoques de enseñanza inciden más fuertemente en la mejora del Pensamiento Crítico que el propio contenido de la materia. En cuanto al curso de Lógica, hay que decir que, si bien es un sub-componente de la Filosofía, está principalmente basado en promover los principios del razonamiento. Este contenido en particular está directamente relacionado con el CT, con lo cual es factible proponer que de los contenidos de la Filosofía que se pueden estudiar, el estudio de la Lógica parece mejorar las habilidades de CT mucho más que otros contenidos de la Filosofía. En resumen, dentro de la disciplina de la Filosofía, estudios posteriores deben realizarse para medir distinciones entre la forma y el contenido impartido y su impacto en el Pensamiento Crítico de los estudiantes. Del meta-análisis se desprende también la necesidad de realizar estudios que midan el impacto que tienen sobre el CT otras disciplinas académicas diferentes a las examinadas, 14 particularmente el caso de las Matemáticas, de las Ingenierías, de Economía, o de Humanidades, ya que de todos ellos se ha podido decir, oficial o extraoficialmente, que ayudan a desarrollar el CT. Para el presente meta-análisis se encontraron numerosos cursos de Enfermería, Psicología, y en general cursos dedicados a la enseñanza exclusiva del CT, pero muy pocos cursos en las disciplinas que se han mencionado antes. Es importante determinar con mayor grado de confianza cuáles disciplinas académicas contribuyen más o inhiben la mejora del Pensamiento Crítico. Dado que la evidencia muestra que la técnica de mapeo argumental es más efectiva que la Filosofía, que otros cursos de CT, y que otros cursos universitarios en la mejora del Pensamiento Crítico, y dado que ésta sólo ha sido usada en el contexto de los Departamentos de Filosofía, y en ellos sólo a estudiantes del primer año de estudios, es necesario extender su examen a otras facultades y años académicos. Una última sugerencia: los estudios a realizar necesitan exhibir rigor estadístico y metodológico a fin de que puedan ser tomados en consideración para análisis serios. En el presente meta-análisis fueron muchos los datos que no se pudieron utilizar por deficiencias en los diseños de investigación y en el reporte de los resultados. REFERENCIAS USADAS EN EL TEXTO DE ESTE CAPÍTULO Annis, D., & Annis, J. (1979). Does philosophy improve critical thinking? Teaching Philosophy, 3(2). Facione, P. (1990). The california critical thinking skills test: College level. Technical report # 1. 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No Phil, Ded CT Some CT No CT Parte III El papel de la lógica formal Nota preliminar Tal vez la única asignatura que, al menos en el papel, aspira a dar a los estudiantes de preparatoria herramientas para el análisis y construcción de argumentos es la lógica formal. Los profesores de filosofía dirían que también las materias de filosofía cumplen esa función, si bien los datos empíricos expuestos y analizados en el cap. 6 invitan cierto escepticismo. Por cierto, la enseñanza de la geometría euclidiana, de rancio abolengo axiomático, también ha sido aclamada como un instrumento de mejora argumentativa; pero al menos una investigación empírica llevada a cabo en el Departamento de Educación de la Universidad de Guadalajara no resulta muy optimista en este sentido. Comoquiera que ello sea, una vez franqueada la barrera (no muy alta) que separa la preparatoria de la universidad, la lógica no se enseña más, excepto en algunos cursos aislados del Departamento de Filosofía y el de Matemáticas. Ahora bien: esos pocos cursos de lógica que se imparten —sea en preparatoria, en licenciatura o en posgrado— tienden a poner el énfasis, por las razones que sean, en los aspectos algebraicos, por no decir mecánicos, del asunto, perdiéndose así la oportunidad de aplicar la precisión del instrumental lógico para mejorar las capacidades argumentativas, tanto activas como pasivas, de los estudiantes. De hecho, la mayoría de los estudiantes quedan más o menos “vacunados” en contra de los métodos formales, y no sin razón, toda vez que no se les ve ninguna utilidad práctica. Al menos una parte del problema reside pues en una pedagogía mal enfocada. Pero eso no es todo. Parte del problema es también sin duda la “matofobia” generalizada, esa resistencia a toda disciplina matemática por parte de la mayoría de los seres humanos. Finalmente, una tercera parte del problema podría deberse a otro hecho importante, que tiene su origen en que los cálculos lógicos que se enseñan usualmente son el cálculo proposicional y el cálculo de predicados de primer orden (o a veces una versión simplificada del mismo), ambos en su versión clásica (extensional, bivalente, no constructiva). Veamos. Se trata sin duda de cálculos espléndidos y elegantes. Sin embargo, la historia de la lógica a todo lo largo del siglo XX y lo que va del XXI (y no debemos olvidar que la abrumadora mayoría de los conocimientos en materia de lógica formal han sido alcanzados en este reciente periodo) muestra que su alcance a la hora de representar los argumentos más importantes en las diversas áreas y disciplinas es más bien limitado. Sólo una porción bastante pequeña de las matemáticas, en cuyo seno fueron creados los modernos sistemas lógicos, se deja capturar por esos cálculos. Ello limita a fortiori su aplicación en el caso de todas las disciplinas y profesiones que utilizan las matemáticas, las cuales, como bien se sabe, van aumentando en número a una velocidad vertiginosa. Se podría pensar entonces que al menos los dos cálculos clásicos tendrían un gran campo de aplicación en todas aquellas disciplinas y profesiones, llamémoslas humanísticas, que no dependen de las matemáticas. Nada sería más falso como se ha mostrado en el caso del derecho, la literatura y la filosofía. El derecho requiere al menos de lógicas modales, epistémicas y deónticas; el estudio de la literatura de lógicas sin presupuesto de existencia por cuanto tienen que ver con mundos imaginarios y ficticios; en cuanto a la filosofía, no conocemos ningún argumento filosófico de alguna importancia que pueda ser modelado con ayuda del cálculo proposicional o el de predicados de primer orden. Estos cálculos presentan problemas filosóficos que se debaten en revistas especializadas y sesudos volúmenes, pero esos problemas no pueden razonarse bien con la mera ayuda de los cálculos que dieron lugar a ellos. Lo mismo ocurre con todos los demás que los filósofos han debatido durante los buenos dos milenios y medio de existencia de esta área de estudios. Por ello no nos sorprendió en absoluto que, cuando invitamos a lo autores de los dos capítulos que siguen, a exponer e ilustrar la utilidad de la lógica formal en el análisis de argumentos filosóficos, tuvieron ellos que acudir a sistemas y cálculos que van bastante más allá de lo que se suele servir en el menú de los cursos al uso en educación media superior y superior. El cap. 8 nos introduce al mundo casi surrealista de las lógicas modales y el cap. 9 en el no menos extraño de las lógicas libres, todo ello en el intento de dar cuenta de argumentos importantes y planteados y discutidos por filósofos de gran renombre. Entramos en esta parte III en un ambiente mucho más enrarecido y técnico que en el resto del libro que el lector tiene en sus manos. Confiamos en que buscará ese lector una silla de asiento duro y respaldo recto, y que leerá estos dos capítulos con papel y lápiz, ya que de otra manera no se dará cuenta de la profundidad de los conceptos que en ellos se vierten. Se trata de intentos sólidos y honestos de ver hasta dónde nos puede ayudar la formalización a la hora de afrontar argumentos que con todo el desparpajo del mundo creemos el común de los mortales poder discutir sin tanta formalidad y armados solamente de la lengua natural y el sentido común, ambos bienes, como se nos dijo alguna vez, entre los más pareja e igualitariamente repartidos que hay en el mundo. Si estos dos capítulos logran despertar en el lector alguna duda de que esa manera espontánea de proceder no está exenta de problemas, entonces sus autores podrán considerarse satisfechos. El debate entre los abogados de la lógica formal (como lo son sin duda nuestros autores) y los defensores de alguna variante de análisis informal (como lo son, al menos en la práctica, el resto de los autores de este libro) es largo y está lejos de agotarse. La inclusión de estos capítulos se nos impuso porque sin este debate la discusión en torno a la teoría de la argumentación queda incompleto. Toca al lector reflexionar, tal vez juzgar y en su caso tomar partido. Capítulo 8 Límites y virtudes de la formalización lógica Federico Marulanda Instituto de Investigaciones Filosóficas Universidad Nacional Autónoma de México INTRODUCCIÓN En el presente trabajo llamaré lógica informal (LI) a la teoría cuyo objetivo es evaluar y criticar argumentos tal y como ocurren en el lenguaje natural. Usaré el término lógica formal (LF) para referirme al amplio conjunto de sistemas lógico-matemáticos que, aunque formulados para una gran diversidad de propósitos, comparten por lo menos el de establecer de manera sistemática la bondad de argumentos expresados en el lenguaje artificial correspondiente a cada sistema. Mi objetivo general será el de evaluar en qué medida LF sirve de apoyo a LI en la consecución de sus objetivos. El trabajo procederá de acuerdo con el siguiente plan. En la sección 1 evaluaré tres críticas que se han hecho a LF desde la perspectiva de LI: que la lógica formal no da cuenta de diversos tipos de argumento en el lenguaje natural (§1.1), que el hecho de que existe una multiplicidad de sistemas formales implica que LF no puede proporcionar un veredicto final acerca de la validez de los argumentos en lenguaje natural (§1.2), y que ningún sistema formal puede dar cuenta de la validez de todos los tipos de argumento en lenguaje natural (§1.3). En la sección 2 discutiré algunas dificultades inherentes a la traducción de argumentos del lenguaje natural a lenguajes formales. Finalmente, y pese a las objeciones contempladas, concluiré en la sección 3 con un ejemplo de una situación en la que las herramientas de LF resultan imprescindibles para cumplir con los objetivos de LI. 1. ALGUNAS LIMITACIONES DE LA LÓGICA FORMAL Dada la manera en que LI y LF fueron caracterizadas en la introducción, es natural preguntar: ¿De cuánta ayuda es LF para el cumplimiento del objetivo de LI de evaluar y criticar argumentos del lenguaje natural? En esta sección atenderé a tres razones que frecuentemente se han aducido para sostener que el aporte que presta LF a los objetivos de LI es limitado. 1.1 La insuficiencia del formalismo Los sistemas que constituyen LF son a menudo criticados por su incapacidad de modelar 1 adecuadamente un gran número de argumentos del lenguaje natural.1 En un sentido inmediato, esta crítica es acertada. La argumentación en el lenguaje natural es compleja, rica, y variada, y ningún sistema formal la modela en su totalidad. Pero es importante subrayar que modelar la totalidad de la argumentación en el lenguaje natural no es ni nunca fue el objetivo de ninguno de los diversos sistemas que componen LF: éstos se ocupan, precisamente, de regimentar estructuras limitadas de argumentación —lo que por supuesto constituye un avance importante aunque paulatino en el análisis global de la argumentación, y por ende representa un apoyo esencial para LI. 1.11 Argumentos deductivos Empezaré por ilustrar cómo LF proporciona claridad total en el análisis de la bondad de ciertos argumentos fundamentales. Para poder hacerlo, es necesario fijar algunas definiciones, de las cuales me serviré durante el resto del trabajo. Los argumentos en cuestión, llamados deductivos, son aquellos que son susceptibles de ser válidos, en el siguiente sentido preciso. Un argumento es válido si, y sólo si, es una instancia de una forma de argumento válida. Por su parte, una forma de argumento es válida si, y sólo si, es imposible que alguna interpretación de su vocabulario no-lógico produzca premisas verdaderas y conclusión falsa. Es evidente que las definiciones de validez recién ofrecidas presuponen una definición de la noción de forma de argumento (o, de manera más amplia, de forma de enunciado, puesto que un argumento consiste en una serie de enunciados). Esa definición descansaría, a su vez, en una teoría que permitiera distinguir, con base en principios firmemente establecidos, el vocabulario lógico del vocabulario no-lógico de cualquier enunciado. Intentar proveer dicha teoría excede por mucho los límites del presente trabajo.2 Sin embargo, aun en la ausencia de una teoría general de la logicalidad, no es difícil en la práctica identificar cuáles son las articulaciones lógicas que contribuyen a que cierta conclusión se siga de ciertas premisas. De hecho, esta identificación se torna relativamente sencilla cuando la evaluación de un argumento del lenguaje natural es relativa a un sistema en particular de LF: en tal caso, la sintáxis del lenguaje formal del sistema elegido determina desde la partida qué vocabulario se clasifica como lógico, y qué vocabulario se clasifica como no-lógico. Puesto que, como veremos más adelante, la evaluación de la validez de un argumento en el lenguaje natural apoyada en LF se hace en relación a un sistema lógico específico, la ausencia de una teoría general de la logicalidad no representa en la práctica un obstáculo insuperable para emitir veredictos de validez. Pero aunque la relativización de la evaluación de validez de un argumento en el lenguaje natural a algún sistema específico de LF resuelva en la práctica la pregunta de qué expresiones del lenguaje natural han de tratarse como partículas lógicas, ésto no es en sí suficiente para determinar la forma de un enunciado o de un argumento en el lenguaje formal del sistema en cuestión. La razón es que existe la posibilidad de que un enunciado o un argumento del lenguaje natural tenga varias formas en el mismo lenguaje formal. Consideremos por ejemplo el 1 Véase, por ejemplo, Grennan 1997 cap. 2. Gómez-Torrente 2002 presenta un catálogo de las posiblemente infranqueables dificultades que presenta la formulación de una teoría que determine de manera matemáticamente rigurosa qué cuenta como una partícula lógica. 2 2 argumento: (1) Amanda habla inglés e italiano. Por tanto Amanda habla italiano. A menos de que se hagan estipulaciones en sentido contrario, este argumento tendría por lo menos las tres formas siguientes en el lenguaje de la lógica clásica de enunciados (LCE):3 (1¢) p&q/q (1²) p&q/r (1¢¢¢) s/t No es difícil constatar que, de acuerdo con la definición de validez para formas de argumento estipulada al principio de esta sección, la forma (1¢) es válida, mientras que (1²) y (1¢¢¢) no lo son (diré que son inválidas). Pero en ese caso, de acuerdo con la definición de validez para argumentos, (1) sería a la vez válido e inválido —lo que resulta inaceptable. Para sortear esta dificultad es necesario imponer restricciones en cómo se pasa de un enunciado o argumento del lenguaje natural a su forma en algún lenguaje formal, cualquiera que éste sea. En particular, debe insistirse en que (a) todo el vocabulario lógico del enunciado o argumento original se refleje en su traducción y (b) cada partícula de vocabulario no-lógico del enunciado o argumento original sea representada uniformemente en la traducción. Impuestas estas restricciones, se elimina la posibilidad de que (1) tenga múltiples formas en el lenguaje de LCE, siendo (1¢) la única formalización posible. Ya que (1¢) es una forma válida, puede concluirse que (1), el argumento original, también lo es. Desafortunadamente, no es posible formular un test puramente sintáctico que determine si las restricciones (a) y (b) han sido aplicadas correctamente en la formalización de un argumento. Una razón para esto es que existen situaciones en las cuales expresiones del lenguaje natural que normalmente operan como partículas lógicas, no cumplen esa función. Por ejemplo, en el enunciado: (2) No es que Bernardo llegara tarde, sino que llegó muy tarde. la expresión ‘No’ no funciona como una negación (basta observar que de (2) se sigue que Bernardo llegó tarde). Por consiguiente, sería equivocado, en supuesta atención a la restricción 3 Cuando traduzco enunciados del español al lenguaje de LCE, utilizo letras latinas en mayúscula como letras de enunciado, y letras latinas en minúscula como metavariables cuyo rango son las letras de enunciado. Las primeras figuran en formalizaciones de argumentos concretos, mientras que las segundas aparecen en representaciones de formas de argumento. Por lo demás, utilizaré el carácter ‘/’ para denotar el paso de las premisas a la conclusión de un argumento, válido o inválido, en cualquier lenguaje formal. 3 (a), traducir (2) al lenguaje de LCE por un enunciado que contenga una negación. Lo que (a) exige es que el vocabulario lógico de (2) sea reflejado en la traducción: pero aunque la expresión ‘No’ frecuentemente funciona como una partícula lógica, no cumple con esa función en (2), sino que hace allí parte de una construcción con función enfatizadora. Todo lo cual conduce a la conclusión de que la formalización de enunciados o argumentos del lenguaje natural es un proceso que difícilmente puede ser sistematizado, en la medida en que el lenguaje natural obedece reglas que admiten múltiples excepciones, que no sólo pueden ser caprichosas, sino que evolucionan con el paso del tiempo. Este es simplemente un hecho, el cual hay que tener en cuenta cuando se ponderan las limitaciones de la formalización de argumentos del lenguaje natural. Aun teniendo en cuenta los límites recién expuestos, es claro que la formalización brinda incomparable claridad a la hora de evaluar argumentos deductivos expresados en el lenguaje natural. Empezando por ejemplos de argumentos en extremo sencillos como (1), podemos evaluar otros cada vez más complejos, y distinguir conclusivamente cuáles son válidos, y cuáles no lo son. Por ejemplo, el argumento: (3) Si Carmen está en el mercado, traerá mandarinas. Carmen está en el mercado. Luego traerá mandarinas. es válido, pues su forma (en el lenguaje de LCE) es: (3¢) p É q, p / q y (3¢) es una forma LCE-válida, pues, de acuerdo con las leyes de la semántica clásica —en particular, de acuerdo con las condiciones de verdad de enunciados cuya conectiva lógica principal es un condicional material (É)— es imposible que una interpretación del vocabulario no-lógico de (3¢) produzca premisas verdaderas y conclusión falsa. En contraste, el argumento: (4) Si Daniel va a misa, es religioso. Daniel es religioso. Luego va a misa. es inválido, pues su forma (en el lenguaje de LCE) es: (4¢) p É q, q / p y (4¢) es una forma LCE-inválida, pues en la interpretación en que a p se le asigna el valor falso y a q el verdadero, las premisas resultan verdaderas y la conclusión falsa (más adelante encontraremos otro argumento inválido con la misma forma, conocida usualmente como la afirmación del consecuente). La formalización ilumina casos de argumentos deductivos bastante más complejos que (1), (3), y (4). Por ejemplo, las lógicas modales proveen medios para determinar el comportamiento inferencial de enunciados que contienen expresiones como, entre muchas otras, ‘necesariamente’, ‘posiblemente’, ‘obligatoriamente’, y ‘permisiblemente’. Específicamente, una lógica modal 4 regimenta el tipo de argumentos deductivos que resultan válidos cuando las premisas o la conclusión contienen enunciados modificados por expresiones como las anteriores, con base en su análisis conceptual preliminar. Dicha regimentación puede resultar sumamente util a la hora de evaluar argumentos del lenguaje natural. En §3 veremos un ejemplo de este tipo de ventaja de la formalización. Si bien es claro que las lógicas modales esclarecen el comportamiento inferencial de un gran número de expresiones del lenguaje natural de especial interés, también es necesario matizar que la regimentación que se efectúa por medio de las lógicas modales no garantiza que el análisis conceptual preliminar de dichas expresiones sea acertado, y en particular no garantiza que nuestras intuiciones o inclinaciones pre-teoréticas sean preservadas por la formalización. Por ejemplo, en el caso de la lógica deóntica —la lógica que regimenta los lazos inferenciales entre enunciados que expresan permisiones, prohibiciones, y obligaciones— el análisis tradicional de las expresiones ‘obligatoriamente’ y ‘permisiblemente’ como operadores modales ha desembocado en una serie de consecuencias fuertemente criticadas.4. Por ende, han de ser ideadas nuevas maneras de formalizar los operadores deónticos que permitan evadir estas consecuencias. Aunque hoy en día está lejos de ser alcanzado el objetivo de codificar de manera satisfactoria todos los lazos inferenciales que atan a los enunciados que contienen operadores deónticos, sería equivocado pensar que tales lazos no son suceptibles de análisis y regimentación, a menos de que se piense, de manera bastante radical, que nuestro razonamiento normativo no está sujeto a parámetros estables y regulares. 1.12 Argumentos ampliativos La objeción a LF que actualmente nos ocupa se basa en la observación que una gran cantidad de argumentos que se adelantan en el lenguaje natural, si no es que la mayoría de ellos, no son deductivos. Mi respuesta a esta objeción es que la manera en que he propuesto caracterizar a LF en la Introducción es lo suficientemente amplia como para abarcar sistemas formales que sirven para analizar no sólo la bondad de argumentos deductivos, sino también la de argumentos ampliativos. Cuando hablo de argumentos ampliativos, tengo en mente dos tipos de razonamiento: la inducción, y la abducción. Un argumento inductivo es uno en el cual las premisas, si verdaderas, hacen probable la verdad de la conclusión. Un argumento abductivo es uno por medio del cual se infiere la mejor explicación de una nueva observación, dado el presente estado de información. La principal diferencia entre argumentos deductivos y argumentos ampliativos es esta: se sigue de la definición de validez para argumentos deductivos antes expuesta que, si las premisas de un argumento válido son de hecho verdaderas, su conclusión necesariamente también lo es (en tal caso, se dice que el argumento además de válido, es correcto).5 En contraste, dada la naturaleza 4 Ver, por ejemplo, Ausín 2005. Tal vez no sobre agregar que corresponde a LF hacer la distinción entre las dos dimensiones —validez y corrección— que constituyen la bondad de un argumento deductivo. Sin embargo, no corresponde a LF evaluar si un determinado argumento es correcto: en particular, no hace parte de la competencia de LF el establecer la verdad o falsedad de las premisas del argumento. Esta tarea es, frecuentemente, una tarea empírica. En cambio, la evaluación de la verdad, falsedad, o probabilidad de las premisas de 5 5 de los argumentos ampliativos, su conclusión siempre es derrotable: la bondad de un argumento ampliativo no garantiza certeza sobre la verdad de su conclusión, sino alta probabildad de su verdad, en el caso de la inducción, o alto poder explicativo, en el caso de la abducción. Otra diferencia significativa entre los argumentos deductivos y los ampliativos es que los primeros son usualmente caracterizados por su monotonicidad: su validez no se ve afectada por la adición de nuevas premisas. Por el contrario, los argumentos ampliativos son no-monotónicos: la conclusión de un argumento ampliativo siempre puede ser retractada a la luz de nueva evidencia. Durante varias décadas de la segunda mitad del siglo veinte, en las que se desarrollaron y perfeccionaron un gran número de sistemas formales con el objetivo de modelar formas de razonamiento ampliativo, existió una controversia acerca de si dichos sistemas deberían ser considerados como lógicas en un sentido estricto. Desde la perspectiva de actual trabajo, esa controversia es irrelevante: lo importante para mis propósitos es la existencia de métodos formales rigurosos y sistemáticos para determinar la bondad de formas de argumento ampliativas. En el caso de la inducción, estos métodos se centran en el análisis en términos matemáticos de la probabilidad de la conclusión dada la probabilidad de las premisas.6 El punto es que en la lógica probabilística inductiva es posible definir una noción precisa de fuerza inductiva: un argumento tiene alta fuerza inductiva si es improbable que sus premisas sean verdaderas y su conclusión falsa. Por su parte, las relaciones de consecuencia abductivas también son susceptibles de ser caracterizadas rigurosamente. Suponiendo un análisis previo de qué constituye una explicación genuina, diferentes tipos de inferencia abductiva pueden ser definidos, y su poder explicativo evaluado con precisión.7 No defenderé aquí la posición según la cual la distinción entre argumentos deductivos, inductivos, y abductivos es exhaustiva. Es posible que haya tipos de argumentación empleados en nuestras interacciones cotidianas que no pertenezcan a ninguna de esas tres categorías — pensemos, por ejemplo, en razonamientos que proceden por medio de analogías. Ahora, es posible que la bondad de algunos de los tipos de argumento que no se contemplan en esta sección sea susceptible de análisis a través de la formalización, y es posible que la de otros no. En lo que me concierne, lo importante es que existen una multiplicidad de sistemas formales que modelan con éxito varios aspectos centrales de nuestras prácticas inferenciales. Que la tarea de modelar todas estas prácticas esté incompleta, o que posiblemente sea incompletable, no constituye a mi juicio mayor objeción. 1.2 La validez relativa y el problema de la multiplicidad de sistemas formales En la sección anterior vimos que la evaluación de la validez de un argumento en lenguaje natural argumentos específicos en lenguaje natural es necesaria para obtener un veredicto acerca de su bondad, y por ende esta actividad evaluativa es integral a los objetivos de LI. 6 Cuando el razonamiento inductivo está dirigido a la toma de decisiones, el cálculo de probabilidades es suplementado por mediciones de utilidad, lo que permite la extremadamente útil cuantificación de la interacción entre probabilidad y utilidad. Véase, por ejemplo, Hacking 2001. 7 Véase, por ejemplo, Aliseda 2006, cap. 3. 6 apoyada en LF se efectúa en relación a un sistema formal específico. En un artículo reciente, Lilian Bermejo-Luque se basa en este hecho para adelantar una crítica a LF desde la perspectiva de LI. En esencia, el punto de Bermejo-Luque es el siguiente. Un argumento del lenguaje natural es declarado válido si y sólo si es una instancia de una forma de argumento válida. Pero las formas de argumento son relativas a sistemas lógicos específicos, y su lenguaje correspondiente. Como existe una gran variedad de sistemas lógicos, es posible que una forma de argumento sea válida en un sistema, e inválida en otro. Por ejemplo, una forma de argumento sencilla involucrando la negación —de un enunciado doblemente negado inferir el enunciado mismo— es válida clásicamente pero inválida intuicionísticamente. La conclusión que extrae Bermejo-Luque es que la evaluación formal no proporciona un veredicto definitivo, y la determinación de la bondad de un argumento recae, en última instancia, en consideraciones informales.8 Hay dos observaciones preliminares importantes que hacer respecto al argumento de Bermejo-Luque. La primera es que no es necesario, y más bien resulta engañoso, apelar a diferencias entre lógicas clásicas y lógicas no-clásicas para encontrar casos en los que un mismo argumento pueda ser formalizado de manera válida en un sistema, y de manera inválida en otro: basta con considerar diferentes sistemas de la lógica clásica. Pensemos, por ejemplo, en el argumento:9 (5) Si Eloísa puede calcular una suma binaria, puede calcular cualquier suma binaria. Eloísa puede calcular cualquier suma binaria. Luego Eloísa puede calcular una suma binaria. La forma de (5) en el lenguaje de LCE es: (5¢) p É q, q / p que no es otra que (4¢), la afirmación del consecuente, misma que ya había sido declarada LCEinválida en §1.11. No obstante, en el lenguaje de la lógica de primer orden —es decir, la lógica clásica de predicados (LCP)— la forma de (5) es: (5²) $x (Px & Rax) É "x (Px & Rax), "x (Px & Rax) / $x (Px & Rax) y (5²) es una forma LCP-válida, en razón de la relación que se da entre la cuantificación universal y la existencial. Así pues, la posibilidad de que un argumento sea válido en un sistema e inválido en otro no descansa, como el argumento de Bermejo-Luque parece sugerir, en las discrepancias profundas acerca del significado de las partículas lógicas, o acerca de la noción misma de consecuencia lógica, que pueden darse entre sistemas lógicos clásicos y sistemas no-clásicos como el intuicionista. La segunda observación acerca de la crítica de Bermejo-Luque es que ésta parece suponer 8 9 Ver Bermejo-Luque 2008 pp. 316, 326. Adaptado de Massey 1981; véase Hansen and Pinto 1995 p. 161. 7 que, desde la perspectiva de LF, si una forma de argumento es válida en algún sistema formal, es eo ipso buena en un sentido general. Pero difícilmente podría sostenerse tal suposición: para empezar, existen ejemplos muy conocidos de formas de argumento que son LCE-válidas, pero que tienen instancias en el lenguaje natural cuya bondad argumentativa es intuitivamente dudosa. Por ejemplo (6) El presidente de EE.UU. es afro-americano. Por lo tanto, si la tierra es plana, el presidente de EE.UU. es afro-americano. es intuitivamente un mal argumento. Sin embargo, su forma en el lenguaje de LCE, (6¢) p/qÉp es LCE-válida.10 De manera similar, los siguientes dos argumentos son intuitivamente malos: (7a) El pasto es rojo, luego hay un objeto idéntico a sí mismo. (7b) El pasto es verde, luego hay un objeto idéntico a sí mismo. Sin embargo, (7a) y (7b) comparten la siguiente forma en el lenguaje de LCP: (7¢) "x (Px É Qx) / $x (x = x) La forma (7¢) es LCP-válida: es imposible que alguna interpretación del vocabulario no-lógico de (7¢) produzca premisas verdaderas y conclusión falsa, pues su conclusión es verdadera bajo cualquier interpretación (la conclusión no contiene vocabulario no-lógico, por lo menos bajo la clasificación usual de la relación de identidad como parte del vocabulario lógico del lenguaje de LCP). No obstante, (7a) y (7b) sufren de una penosa falta de relevancia entre premisa y conclusión, lo que hace que su LCP-validez —su LCPcorrección, en el caso de (7b)— no se traduzca en bondad argumentativa. Más allá de ejemplos como los anteriores, el error de pensar que la validez formal constituye siempre bondad argumentativa es demostrado conclusivamente por el hecho de que cualquier argumento puede ser declarado válido en algún sistema formal: basta con definir la noción de consecuencia lógica en dicho sistema de manera ad hoc de tal manera que se consiga el resultado deseado.11 Gracias a las anteriores aclaraciones, podemos ver que la crítica de Bermejo-Luque se limita a resaltar la existencia de un fenómeno que podría llamarse la ‘indeterminación de la formalización’. La consecuencia concreta de esta indeterminación es que resultaría inútil utilizar sistemas formales elegidos de manera arbitraria para evaluar argumentos del lenguaje natural. 10 11 En §2.1 retomaré el caso de (6) y formas similares. Cf. Bencivenga 1979 p. 252. 8 Aunque esto es, por supuesto, algo a tener en cuenta a la hora de formalizar, las restricciones resultantes son tolerables. Los sistemas formales que de hecho utilizamos para evaluar argumentos del lenguaje natural son relativamente pocos, y su aplicabilidad está circunscrita por consideraciones específicas y bien comprendidas. Si se trata de evaluar argumentos deductivos, se utilizará por omisión la lógica clásica, de enunciados si tal análisis es suficiente para los propósitos del caso, o de primer o segundo orden de hacerlo necesario la sintáxis y estructura inferencial de los enunciados que componen el argumento. En contextos especiales, se considerarán extensiones o desviaciones de la lógica clásica. Un ejemplo de extensión es el de la lógica modal clásica, algunas de cuyas aplicaciones ya han sido mencionadas. Un ejemplo de desviación es el de lógicas que incluyen un condicional no verdadero-funcional, utilizadas en contextos en los que se impone un análisis especialmente fino de la relación de implicación. En lo que concierne a la lógica intucionista, ésta se utilizará para ayudar en la evaluación de argumentos del lenguaje natural únicamente en casos muy especiales; en todo caso no fue concebida originalmente para ese propósito.12 Las consideraciones hechas en el párrafo anterior constituyen una admisión de que criterios informales entran en la determinación de qué tipo de formalización puede ser util para evaluar argumentos del lenguaje natural. Esto es como tiene que ser. Ninguno de los sistemas que conforman LF se erige por sí sólo como la sistematización de todos los patrones inferenciales que empleamos en nuestra vida teórica o práctica, ni mucho menos como un sistema que se justifique a sí mismo, o que obvie cuestiones filosóficas acerca de sus limitaciones o su aplicabilidad. 1.3 Entre la debilidad expresiva y la indecidibilidad Detrás de las dos críticas a LF que he considerado hasta el momento se vislumbra una tercera, de mayor amplitud: que ningún formalismo sirve para emitir un veredicto adecuado acerca de la bondad de todo argumento. Pero sentar tal crítica pondría en evidencia una falta de comprensión del funcionamiento de los sistemas que conforman LF: la imposibilidad de emitir un juicio acerca de la validez o invalidez de toda forma de argumento expresado en el lenguaje artificial de 12 La lógica intuicionista fue concebida para efectuar inferencias en las matemáticas constructivas. Ahora, en cualquier contexto en donde el rango de las variables que aparacen en enunciados cuantificados es un dominio finito —es decir, en la casi totalidad de contextos no matemáticos— las lógicas clásica e intuitionista coinciden, razón por la cual los intuicionistas originales no pretendieron que su programa abarcara una revisión de los patrones inferenciales del lenguaje cotidiano. Defensores más recientes del intuicionismo sí han sostenido que la lógica y semántica intuicionista deberían ser aplicadas a enunciados pertenecientes a ciertos tipos de discurso en el lenguaje cotidiano, como por ejemplo discurso sobre el futuro indefinido (ver, por ejemplo, Dummett 1993). Pero lo que importa para mis propósitos es que si un teórico es persuadido por un programa neo-intuicionista como el de Dummett, simultáneamente obtiene una razón para formalizar argumentos del lenguaje cotidiano de acuerdo con la lógica intuicionista. Es decir, la situación según la cual la validez de un argumento del lenguaje cotidiano puede ser evaluada de acuerdo con los parámetros de un sistema formal arbitrario no tiene importancia alguna para el teórico en cuestión. 9 sistemas mínimamente poderosos de LF es un hecho bien conocido, y que además puede ser estrictamente demostrado. Para entender mejor la naturaleza de la imposibilidad en cuestión, recordemos primero que las teorías que constituyen LF tienen como uno de sus objetos el de evaluar la bondad de formas de argumento expresadas en sus lenguajes correspondientes. Restringiendo nuestra atención a sistemas lógicos deductivos, encontramos el siguiente problema: aquellos sistemas en que es posible emitir un veredicto sobre la validez o invalidez de cualquier argumento expresado en su lenguaje respectivo —llamados sistemas decidibles— son los mismos cuyo lenguaje es tan simplificado que es incapaz de capturar la estructura inferencial de un sinnúmero de argumentos básicos del lenguaje natural. En contraste, aquellos sistemas lógicos cuyo lenguaje permite aproximar con mayor precisión el lenguaje natural y por ende la estructura inferencial de una buena parte de los argumentos cotidianos, son los mismos para los cuales es imposible, en principio, dar un veredicto sobre la validez o invalidez de toda forma de argumento en su lenguaje respectivo. Un ejemplo puede facilitar la comprensión. El siguiente argumento, cuya forma es familiar para la lógica desde los tiempos de Aristóteles, es intuitivamente válido: (8) Todos los humanos son mortales. Todos los mortales sufren. Luego todos los humanos sufren. En el lenguaje de LCE, este argumento tiene la siguiente forma: (8¢) r, s / t (8¢) es a todas luces LCE-inválida: pueden intepretarse las premisas y la conclusión de tal manera que las primeras sean verdaderas y la segunda falsa. Luego la lógica de enunciados no es un vehículo apropiado para la formalización de silogismos simples, como (8). Ahora, traducir el argumento original al lenguaje de LCP arroja la siguiente forma: (8¢) "x (Px É Qx), "x (Qx É Sx) / "x (Px É Sx) La forma (8¢) es LCP-válida, y por consiguiente el argumento (8) también lo es. El problema que actualmente nos ocupa es que, aunque en la lógica de predicados sí se captura la validez intuitiva de (8), esta es una lógica que, en general, es indecidible: no existe para ella un procedimiento efectivo por medio del cual determinar si cualquier argumento que pueda expresarse en su lenguaje es válido o inválido.13 Por su parte, la lógica de enunciados sí es decidible, pero como 13 Un procedimiento efectivo para resolver una clase de problemas es un método que consiste en la aplicación de un número finito de pasos simples, cada uno de los cuales puede ser descrito completamente, y que si son seguidos con rigor, siempre producen una respuesta correcta, para todas las instancias de problemas de la clase. La indecidibilidad de la lógica de predicados fue establecida por 10 vimos no siempre es apta para formalizar argumentos básicos del lenguaje natural. Aunque la indecidibilidad de la lógica de primer orden es un hecho matemático incontrovertible, no representa, en la práctica, una barrera fundamental al aporte que puede hacer LF a LI. Argumentos cuyas premisas o conclusión exhiben una estructura cuantificacional no son adecuadamente representados en la lógica de enunciados, pero sí lo son en la lógica de predicados. Que esta ultima sea indecidible no impide que, en casos particulares que nos interesen en la argumentación cotidiana, como el de (8), pueda darse un veredicto de validez. La indecidibilidad de LCP se manifiesta en la imposibilidad de encontrar un método mecánico infalible para encontrar contraejemplos que demuestren la invalidez de cualquier forma de argumento, pues existen formas complejas que únicamente tienen contraejemplos en modelos con universos de cardinalidad infinita, y hay una infinidad de este tipo de modelos. Pese a esto, los argumentos de la vida cotidiana que requieran para su evaluación ser traducidos al lenguaje de LCP pueden, en virtualmente todos los casos, ser declarados LCP-válidos o inválidos sin inconveniente. 2. EL PROBLEMA DE LA TRADUCCIÓN Regresemos al asunto, parcialmente abordado en §1.11, de que la evaluación de argumentos de la vida real utilizando métodos formales se tropieza con la dificultad inherente en traducir enunciados del lenguaje natural a enunciados del lenguaje formal del sistema lógico a emplear. Si la traducción de un lenguaje natural a otro ya es difícil, debido a diferencias idiomáticas, gramáticas, sintácticas, etc., la traducción de lenguajes naturales a lenguajes artificiales lo es aún más: los últimos son abstracciones del lenguaje natural, simplificaciones deliberadas que sacrifican recursos expresivos para ganar en claridad inferencial. Hay muchos y conocidos ejemplos de cómo la traducción de expresiones del lenguaje natural a conectivas lógicas verdadero-funcionales del lenguaje de la lógica clásica de enunciados oblitera o tergiversa aspectos importantes de su significado. Por ejemplo, las oraciones (9) El restaurante es caro, pero bonito. (10) El restaurante es bonito, pero caro. son traducidas al lenguaje de LCE, respectivamente, como (9*) A&B (10*) B & A en donde ‘A’ está por la sub-oración ‘El restaurante es caro’, y ‘B’ por la sub-oración ‘El restaurante es bonito’. El problema es que (9*) y (10*) son estrictamente equivalentes en en LCE, primera vez por Church en 1936. Una prueba detallada de este hecho puede consultarse en Hunter 1971, p. 219 f. 11 y por ende tienen las mismas consecuencias, mientras que (9) y (10) parecen diferir en su sentido, y de hecho parecen llevar a decisiones contradictorias (‘Entremos’ vs. ‘No entremos’).14 La situación se dificulta aun más cuando se trata de la traducción de la omnipresente expresión condicional ‘si …, entonces – – –’. Es bien sabido que la única traducción plausible de esta expresión a una conectiva verdadero-funcional es el condicional material. Sin embargo, como vimos en §1.2, la siguiente forma de argumento, que únicamente involucra al condicional material, es LCE-válida: (6¢) p/qÉp Sucede lo mismo con: (11¢) p / ¬p É q Las siguientes son instancias, respectivamente, de (6¢) y (11¢): (6) El presidente de EE.UU. es afro-americano. Por lo tanto, si la tierra es plana, el presidente de EE.UU. es afro-americano. (11a) Hoy es domingo. Por lo tanto, si hoy no es domingo, hará frío. (11b) Hoy es domingo. Por lo tanto, si hoy no es domingo, hará calor. Puesto que (6) es una instancia de una forma LCE-válida, LF nos insta a juzgarlo como válido. Lo que es más, puesto que su premisa es, al día de hoy, verdadera, hemos de juzgar al argumento como correcto. Pero el argumento (6) es intuitivamente inaceptable: parece llevarnos de una premisa verdadera a una conclusión falsa. De manera similar, no nos sorprendería para nada si una persona que no haya recibido entrenamiento en LF calificara los argumentos (11a) y (11b), especialmente cuando considerados en conjunto, como erróneos o inaceptables. Las formas de argumento (6¢) y (11¢) no son las únicas en las que las condiciones de verdad asociadas con el condicional material generan resultados contraintuitivos. Las formas LCEválidas expuestas a continuación también hacen parte del conjunto de las que comúnmente han sido llamadas “paradojas de la implicación material”: (12¢) (p & q) É r / (p É r) Ú (q É r) (13¢) / (p É q) Ú (q É r) Es fácil construir instancias de las formas anteriores en el lenguaje natural cuya clasificación cómo válidas parece una aberración. Por ejemplo, (12¢) es instanciada por 14 El ejemplo es adaptado de Fogelin and Sinnott-Armstrong 1991, 166–167. 12 (12) Si asistes a todas las clases y apruebas el examen, entonces obtendrás el título. Por ende, si asistes a todas las clases obtendrás el título, o si apruebas el examen obtendrás el título. mientras que (13¢) es instanciada por (13) O bien, si hay calientamiento global, Winnipeg está en Manitoba, o, si Winnipeg está en Manitoba, el telescopio Hubble necesita un nuevo lente. en donde (13) es el caso límite de un argumento LCE-válido, en el sentido que no tiene premisas, y consiste únicamente de una conlusión tautológica. El problema, por supuesto, es que no parece plausible decir ni que la conclusión de (12) se sigue de sus premisas, ni que (13) es verdadera. El asunto no termina aquí. Existe una forma de argumento LCE-válida, que aunque involucra únicamente al condicional material, no es usualmente identificada como una paradoja de la implicación material —pero cuya validez no es menos desconcertante que la de (6¢), (11¢), (12¢), o (13¢). Se trata de: (14¢) p, q / p É q La forma de argumento (14¢) es LCE-válida: dado un par de enunciados cualquiera que se tomen como premisas de un argumento, cualquier interpretación que los haga simultáneamente verdaderos, necesariamente hace verdadero al condicional que se construye con uno de los dos enunciados como antecedente y el otro como consecuente. Exactamente lo mismo puede decirse de (15¢) p, q / q É p De lo anterior se sigue que también es LCE-válida la forma (16¢) p, q / p ≡ q en donde p ≡ q se define como (p É q) & (q É p). Pero entonces, ¡la lógica clásica de enunciados hace válido todo argumento que pasa de dos premisas arbitrarias, a la conclusión que esas dos premisas son (materialmente) equivalentes! Es LCE-válido, por ejemplo, el argumento: (16a) Carmen está en el mercado. Daniel va a misa. Por con siguiente, Carmen está en el mercado si, y sólo si, Daniel va a misa. En el caso de que escojamos como premisas de una instancia de (16¢) dos enunciados cuya verdad conocemos, nos encontraremos ante un argumento LCE-correcto, es decir, tendremos certeza de la verdad de su conclusión. Así pues, según la LCE, tenemos certeza de la verdad de la 13 conclusión de (16b) Winnipeg está en Manitoba. Alejandro Magno murió en 323 AEC. Por consiguiente, Winnipeg está en Manitoba, si, y sólo si, Alejandro Magno murió en 323 AEC. ¿Qué decir ante el caudal de resultados contraintuitivos que fluye de la traducción de la expresión en español ‘si …, entonces – – –’ al condicional material en el lenguaje de la LCE? Se pueden distinguir por lo menos dos estrategias de respuesta. La primera es conceder que el condicional material no constituye una buena traducción de por lo menos algunas de las varias clases de condicional que se usan en el lenguaje natural. Esto explicaría, por una parte, la extrañeza que nos causa la afirmación de que son válidos argumentos como (6), (11a), (11b), (12), (13), (16a), y (16b): según la primera estrategia, la formalización que se ha propuesto, empleando el condicional material, es equivocada, como también lo es el dictamen de validez obtenido por medio de ella. Es preciso subrayar, por otra parte, que la primera estrategia de respuesta no constituye una admisión de que la lógica clásica en sí sea defectuosa, en la medida de que la lógica clásica no fue concebida como la lógica que gobierna algunas o todas las prácticas inferenciales en el lenguaje natural, sino como la lógica que gobierna la deducción en el contexto de las matemáticas clásicas, en donde el condicional material cumple su función a cabalidad (todos los condicionales en las matemáticas extensionales clásicas son condicionales materiales). De hecho, si examinamos lo que sucede en contextos matemáticos —el entorno natural del condicional material— encontramos que la validez de instancias de formas como (6¢), (11¢), (12¢), (13¢), o (16¢) no genera contrariedad. Por ejemplo, una instancia de (11¢) en el lenguaje de la aritmética es: (11c) 2 £ 3 / (2 > 3) É (5 = 17) A diferencia de lo que sucede con (11a) u (11b), al confrontarnos con (11c) no tenemos problema en aceptar su validez: en aceptar que, si es cierto que 2 es inferior o igual a 3, se sigue que si 2 es superior a 3, entonces 5 es igual a 17. De igual manera, a diferencia de lo que sucede con el desconcertante aunque correcto argumento (16b), no tenemos problema con la afirmación que la siguiente instancia de (16¢) es correcta: (16c) (2 + 2 = 4), (3 × 3 = 9) / (2 + 2 = 4) ≡ (3 × 3 = 9) Dicho de manera aproximada, lo que la aceptabilidad de (11c) y (16c) revela es el reconocimiento de que cualquier enunciado artimético es relevante a cualquier otro enunciado aritmético: y ésto hace que instancias de las “paradojas de la implicación material” y casos afines en el lenguaje de la aritmética no tengan mucho de paradójico.15 En contraste, difícilmente aceptaríamos la idea de que cualquier enunciado empírico es relevante a cualquier otro enunciado empírico, y ésto se ver reflejado en nuestra actitud respecto a instancias de formas como (6¢), 15 Un punto de vista opuesto es defendido en Anderson and Belnap 1975 pp. 17–18. 14 (11¢), etc., en el lenguaje natural. En conclusión, la primera estrategia de respuesta a las paradojas de la implicación material y casos afines consiste en sostener que si dichas “paradojas” revelan un error, no es en la codificación de patrones deductivos en la lógica clásica, sino en pensar que estos patrones son los que gobiernan la totalidad de las inferencias que se efectúan en el lenguaje natural. Esta respuesta básica puede ser complementada con la observación de que se ha buscado, dentro de LF, formalizar los patrones inferenciales del lenguaje natural con mayor precisión de la que permite, o busca, la lógica clásica. Por ejemplo, en lo que concierne al condicional, diversos sistemas formales han sido propuestos para modelar los distintos modos de implicación. En general, las conectivas resultantes no son verdadero-funcionales (el valor de verdad de un enunciado cuya conectiva principal es un condicional de este tipo no depende únicamente del valor de verdad de su antecedente y de su consecuente) y por ende su evalución semántica requiere que se contemple no sólo la situación actual, sino todo el rango de situaciones posibles. No ahondaré aquí en formalizaciones avanzadas del múltiple tipo de expresiones condicionales del lenguaje natural. Pasemos a la segunda estrategia de respuesta a las paradojas de la implicación material y casos afines. Esta consiste en aceptar la validez de las formas de argumento en cuestión, e insistir en que el condicional material provee una formalización aceptable de las expresiones condicionales del lenguaje natural. Por supuesto, adoptar esta postura requiere que se dé una explicación satisfactoria de por qué las paradojas ofenden tan claramente nuestras intuiciones. El influyente tratamiento de Grice 1989 busca proveer tal explicación, valiéndose, en primera instancia, de una distinción básica entre la verdad de un enunciado, y su afirmabilidad (relativa a un hablante). Estas dos nociones, aunque asociadas, difieren de manera significativa. Para un hablante, habrá enunciados que son afirmables, pues él los cree verdaderos, pero que de hecho no son verdaderos (nadie es infalible). Al mismo tiempo, habrá enunciados verdaderos que no son por tanto afirmables por el hablante, pues desconoce su verdad (nadie es omnisciente). En la observación anterior encontramos un principio que gobierna nuestros actos conversacionales: sólo afirmar enunciados que creemos verdaderos. Además de esta ‘Máxima de Calidad’, como Grice la llama, éste identifica otras normas conversacionales que gobiernan nuestras interacciones comunicativas, entre las cuales están la Máxima de Relevancia (asegurarse que toda contribución a una interacción sea relevante a lo discutido) y la Máxima de Cantidad (asegurarse que toda contribución a una interacción sea tan informativa como lo requieran los propósitos del intercambio, ni menos, ni más). Supongamos, por ejemplo, que se le pregunta a Francisco si Winnipeg está en Manitoba, y él, sabiendo que sí lo está, responde: “Si el telescopio Hubble necesita un nuevo lente, Winnipeg está en Manitoba”. Esta respuesta respeta la Máxima de Calidad: ya que Francisco conoce la verdad del consecuente del enunciado condicional que afirma, este enunciado, interpretado como conteniendo un condicional material, es verdadero, independientemente del valor de verdad del antecedente. El problema es que la respuesta que ofrece Francisco viola las Máximas de Relevancia y de Cantidad. Viola la Máxima de 16 Véanse, por ejemplo, los sistemas de lógica relevante desarrollados en Anderson and Belnap 1975, y el análisis de condicionales contrafácticos desarrollado en Lewis 1973. Interpretaciones probabilísticas de expresiones condicionales también han sido estudiadas a profundidad; véase, por ejemplos, Eells and Skyrms 1994. 15 Relevancia, pues —presumiblemente— que el telescopio Hubble necesite o no un nuevo lente es algo que, normalmente, no es de interés inmediato para quien pregunta si Winnipeg está en Manitoba. Y la respuesta viola la Máxima de Cantidad, pues provee menos información de la que Francisco está en capacidad de revelar. Así pues, según Grice, la expresión condicional “si …, entonces – – –” del lenguaje natural es correctamente traducida como un condicional material, si se tiene en mente que un enunciado con un condicional material como conectiva lógica principal sólo es afirmable cuando el hablante ignora si el antecedente es falso, o el consecuente verdadero. De conocer la verdad del consecuente, es éste el que debe ser afirmado, cuando es pertinente hacerlo, mientras que afirmar un enunciado condicional con ese consecuente provee menos información de la conocida. De igual manera, de conocer la falsedad del antecedente, y de ser pertinente hacerlo, su negación debe ser afirmada, mientras que proferir un enunciado condicional con ese antecedente viola la Máxima de Cantidad. Por lo demás, afirmar un enunciado condicional cuando se conoce la verdad del consecuente o la falseded del antecedente abre la puerta a que se viole la Máxima de Relevancia, pues el enunciado afirmado será verdadero independientemente del contenido del antecedente en el primer caso, o del consecuente en el segundo. Todo lo anterior explica por qué la validez de las formas (6¢) y (11¢) no garantiza que sus instancias en el lenguaje natural sean buenos argumentos: si se supone conocida la verdad de la premisa de (6), (11a), u (11b), afirmar los enunciados condicionales que constituyen las conclusiones respectivas es una violación de la Máxima de Cantidad, mientras que introducir los antecedentes de esos enunciados condicionales es una violación de la Máxima de Relevancia. La segunda estrategia de respuesta a las paradojas de la implicación material y casos afines consiste, pues, en proveer un análisis similar para todas las formas de argumento involucradas, explicando así por qué su validez no se traduce en bondad argumentativa. La crítica según la cual LF oscurece las relaciones lógicas expresadas en el lenguaje natural puede, pues, ser respondida de por lo menos dos maneras. Por una parte, puede esperarse que las presuntas insuficiencias de la lógica clásica sean parcialmente solventadas con la ayuda de otros sistemas formales. Y por otra parte, puede decirse que las presuntas insuficiencias de la lógica clásica no son tales: resultan simplemente de violaciones a máximas conversacionales, como las Máximas de Relevancia y Cantidad, y son resueltas fuera de LF, en el ámbito no formal de la pragmática. 3. LA LÓGICA FORMAL AL SERVICIO DE LA LÓGICA INFORMAL Concluiré este trabajo con el análisis, apoyado en herramientas formales, de un argumento filosófico. El objetivo del ejercicio es mostrar, por medio de un ejemplo concreto, cómo LF nos ayuda a llegar a veredictos acerca de argumentos sutiles y propicios de generar confusión. En la sección concerniente a los paralogismos de la razón pura de su primera Crítica, Kant tiene como objetivo refutar ciertos esfuerzos por discernir, a través de la razón pura, las características del “yo”, entendido como una entidad metafísica. El texto que propongo analizar de cerca consiste en un razonamiento breve que se encuentra en un pie de página a la crítica que Kant hace a una postura de M. Mendelssohn, según la cual el alma es permanente e indivisible. 16 Reproduzco el argumento completo, resaltando en negrillas un pasaje que merecerá especial atención:17 El “Yo pienso” es, según se ha dicho ya, una proposición empírica, e incluye en sí la proposición “Yo existo”. Sin embargo, no podemos afirmar que todo lo que piensa exista, ya que, en tal caso, la propiedad del pensamiento convertiría todos los seres que la poseen en seres necesarios. No puedo, pues, considerar mi existencia como deducida de la proposición “Yo pienso”, como sostenía Descartes (puesto que para ello debería ser precedida de la premisa mayor: “Todo lo que piensa existe”), sino que es idéntica respecto de ella. (Crítica de la Razón Pura, B422n). ¿Es bueno el razonamiento aquí expuesto? Una lectura inicial parece indicar lo contrario. En particular, en el pasaje resaltado, que conforma un argumento completo cuyo objetivo es el de rechazar, por medio de una reducción al absurdo, un argumento atribuído a Descartes, Kant introduce una noción de existencia necesaria sin que sea aparente de dónde deriva la necesidad invocada. La noción de necesidad ha sido tradicionalmente una fuente de confusión filosófica, y no es imposible que Kant haya cometido algún tipo de error. El asunto tiene que ser visto con mayor detenimiento. 3.1 Primera lectura: una falacia modal en Kant Paul Guyer, un influyente comentarista, traductor, y editor de la obra de Kant, acusa al filósofo alemán de incurrir en una falacia modal en el razonamiento resaltado en negrillas en la cita anterior —y corrobora su juicio añadiendo que Kant cae en precisamente el mismo error en otro lugar de su obra.18 Aunque Guyer no desvela la presunta confusión de Kant por medio de una formalización explícita, es posible reconstruir sin problema su lectura del sub-argumento que nos ocupa. El primer paso es replantear dicho sub-argumento, haciendo algunas modificaciones que nos permitan discernir más fácilmente su forma. No se tergiversa el sentido de Kant si por “ser que posee la propiedad del pensamiento” entendemos “ser que piensa”, mientras que por “ser necesario” entendemos “ser que existe necesariamente”. Obtenemos así la siguiente reformulación preliminar del sub-argumento: (17) Si un ser piensa, existe. Cierto ser piensa. Por ende, ese ser existe necesariamente. El argumento (17) es tan evidentemente falaz, que resultaría superfluo formalizarlo para demostrar su invalidez. En ningún momento Guyer le atribuye (17) a Kant; más bien, lo 17 El original reza: “Das Ich denke, ist, wie schon gesagt, ein empirischer Satz, und enthält den Satz, Ich existiere, in sich. Ich kann aber nicht sagen: alles, was denkt, existiert; denn da würde die Eigenschaft des Denkens alle Wesen, die sie besitzen, zu notwendigen Wesen machen. Daher kann meine Existenz auch nicht aus dem Satze: Ich denke, als gefolgert angesehen werden, wie Cartesius dafür hielt, (weil sonst der Obersatz: alles, was denkt, existiert, vorausgehen müßte), sondern ist mit ihm identisch.” 18 Guyer 1987 p. 123 n. 21. 17 interpreta como implícitamente suponiendo la necesidad de su primera premisa. Según la lectura de Guyer, el argumento que Kant tendría en mente es: (18) Necesariamente, si un ser piensa, existe. Cierto ser piensa. Por ende, ese ser existe necesariamente. Guyer rechaza el argumento (18), escribiendo: “Por supuesto, esta premisa no tiene esta consecuencia; la tendría sólo si, además de que fuera (a) necesario que si un ser piensa existe, fuera también (b) necesario que ese ser pensara —lo que no se sigue de (a). Kant no es sensible a la diferencia entre la necesidad de un condicional y la necesidad de su antecedente.”19 Puesto en términos formales, Guyer entiende que la forma de (18), en el lenguaje de LCE expandido por un operador modal de necesidad, *, es: (18¢) *(p É q), p / *q La crítica de Guyer a (18¢) está expresada en términos de deducibiliadad: su afirmación es que, para deducir Dq de D(p ⊃ q), se requiere como premisa adicional, no p, sino Dp. Ahora bien, puesto que en el sistema básico normal de la lógica modal de enunciados, K, como en cualquier extensión de K, la fórmula (DIST) *(p ⊃ q) ⊃ (*p ⊃ *q) es tomada como axioma,20 es correcto decir que de las premisas *(p ⊃ q), y *p —además de (DIST)— se sigue *q: la derivación procede fácilmente mediante un par de aplicaciones de la regla de inferencia modus ponens. Sin embargo, esto en sí no demuestra que de las premisas de (18¢) no se siga su conclusión: para esto habría que apelar, como se ha venido haciendo, a un dictamen de invalidez de la forma (18¢). Aunque Guyer no provee tal dictamen, no es difícil generar un contraejemplo que demuestre la K-invalidez de (18¢). Basta con considerar un Kmodelo con dos mundos, w0 y w1, tales que (i) w1 sea accesible desde w0, (ii) p sea verdadero y q falso en w0,y (iii) p y q sean falsos en w1. De acuerdo con la reglas semánticas de K, en w0, las premisas de (18¢) resultan verdaderas y la conclusión falsa, luego la forma es K-inválida. Adicionalmente, si una forma es K-inválida, también es inválida en todas las extensiones de K, como T, S4, y S5. Esto hace que, si (18¢) fuera una formalización adecuada de (18), podríamos estar seguros de que, independientemente de la concepción que Kant tuviera de la noción de necesidad en juego en su sub-argumento, éste sería inválido. El problema es que es dudoso que (18¢) sea una formalización adecuada del sub-argumento original de Kant: éste exhibe una estructura cuantificacional, y como vimos en §1.2 con el caso de (5), (5¢), y(5²), ignorar dicha estructura puede hacer que cataloguemos como inválidos 19 Ibid. En sistemas de deducción natural de la lógica modal de enunciados que no emplean axiomas, (DIST) es derivable como teorema. 20 18 argumentos que un análisis mas fino revela como válidos. Respetando la estructura cuantificacional del sub-argumento original, pero permaneciendo fieles a la lectura que Guyer quiere darle, éste sería reformulado como: (19) Necesariamente, todo lo que piensa existe. Por ende, todo lo que piensa, existe necesariamente. Ahora, traducir (19) a un lenguaje de primer orden supone un nuevo problema. La formalización más directa haría uso de un predicado de existencia, tanto en la premisa como en la conclusión. Pero predomina entre muchos lógicos y filósofos cierta reticencia —que se remonta, en buena medida, a la famosa refutación del propio Kant del argumento ontológico en favor de la existencia de Dios21—en admitir que un lenguaje de primer orden contenga un predicado de existencia. Es por esto que propongo expresar la forma de (19) en un lenguaje de primer orden, extendido con un operador modal de necesidad, pero sin permitirme el uso de un predicado de existencia: (19¢) *"x[Px É $y(x = y)] / "x[Px É *$y(x = y)] La evaluación de (19¢) es un asunto delicado. Mientras que la lógica modal de enunciados es relativamente sencilla y en general bien comprendida, no puede decirse lo mismo de la lógica modal de primer orden. El problema es que la interacción entre cuantificadores y operadores modales abre la puerta a una multitud de cuestiones intrincadas, que diferentes autores han propuesto solucionar de diferentes maneras. He aquí algunas de las preguntas que inmediatamente se presentan cuando se piensa en cómo darle una semántica a un lenguaje que incluya a la vez operadores modales y cuantificadores: ¿Deben los dominios de cuantificación ser los mismos a través de los mundos posibles, o pueden variar? ¿Debe la denotación de los nombres (es decir, de las constantes), y de los términos en general, ser rígida, o fluctuar a través de los mundos posibles? Si se permite que fluctúe la denotación de las constantes, ¿cómo regimentar la relación de igualdad? Está claro que no es éste el lugar para tratar ni siquiera superficialmente las preguntas recién planteadas. Simplemente anoto que una propuesta atractiva para unificar las diversas posibilidades semánticas que se presentan al considerar lenguajes de primer orden con operadores modales es la de basar los diferentes sistemas de lógica modal cuantificada en un sistema de lógica libre, de manera similar a la que, en la lógica modal de enunciados, los sistemas T, S4, y S5 se basan en K.22 Sin embargo, el sistema de lógica libre en cuestión contiene un predicado de existencia, y dada la negativa a formalizar (19) con la ayuda de un predicado tal, no podemos apelar a esta estrategia, al menos directamente. Sin embargo, y afortunadamente para mis propósitos, es posible proveer un contraejemplo que apunta a la invalidez de (19¢) sin tener que abordar a fondo los múltiples problemas 21 22 Crítica de la Razón Pura, A597/B625. Ver, por ejemplo, Garson 2006, capítulos 12 y 13. 19 mencionados. Estrictamente hablando, el contraejemplo no establecerá la invalidez de (19¢), pues, como he sostenido en este trabajo, la invalidez de una forma es relativa a un sistema formal específico, y adoptar un sistema formal específico en la situación actual supondría confrontar los problemas que he renunciado a confrontar en esta ocasión. Me limitaré, pues, a describir el contraejemplo que tengo en mente, es decir, a describir un modelo, y un mundo en ese modelo, en el que la premisa de (19¢) es verdadera, y la conclusión falsa. Considérese un modelo que contiene únicamente dos mundos, w0,y w1, donde w1 es accesible desde w0.23 Sea w0 tal que en él hay un único objeto a, que pertenece además a la extensión del predicado P. Luego las siguientes fórmulas son verdaderas en w0: (i) Pa, (ii) $y(y = a), (iii) Pa É $y(y = a), (iv) "x[Px É $y(y = x)]. Sea w1 tal que su único elemento sea b, que no pertenece a la extensión del predicado P.24 Luego las siguientes fórmulas son verdaderas en w1: (v) ¬$y(y = a), (vi) "x[Px É$y(y = x)]. Ahora, puesto que w1 es el único mundo accesible desde w0, y como consecuencia de (v) y (vi) y de la semántica de los operadores modales, las siguientes fórmulas son verdaderas en w0: (vii) ¯¬$y(y = a), (viii) *"x[Px É$y(y = x)]. Pero (vii) es equivalente por definición a (ix) ¬*$y(y = a). Por (i) y (ix), es verdadero en w0 que (x) Pa & ¬*$y(y = a), y básicamente esta ultima es clásicamente equivalente a (xi) ¬[Pa É *$y(y = a)]. Puesto que el único elemento en w0 es a, es verdadero en ese mundo que (xii) ¬"x[Px É *$y(y = x)]. Así, son verdaderas en w0 las fórmulas (viii) y (xii), es decir, la premisa y la negación de la conclusión de la forma de argumento (19¢), lo que señala su invalidez. En resumen: Guyer rechaza el argumento (18) por medio de un análisis, en términos deductivos, de la forma (18¢). Aunque el análisis de Guyer no demuestra la invalidez de (18¢), no es difícil establecer este hecho. Sin embargo, (18¢) no refleja la estructura cuantificacional presente en el texto original de Kant. La forma (19¢) sí lo hace, y, sin tener que decantarnos por 23 No se vería afectado el contraejemplo si la relación de accesibilidad fuera además simétrica o reflexiva. 24 Puesto que los dominios de w0 y w1 difieren, el contraejemplo supone una semántica para la lógica modal de primer orden en la que los dominios de cuantificación son variables. En defensa de esta suposición, y apoyándome en Garson 1991, diré primero que, en el uso habitual del lenguaje cotidiano, los dominios de cuantificación varían con los contextos de evaluación. Por ejemplo, evaluamos la oración ‘Existe un tripulante de las naves de Colón que fue el primero en divisar tierra firme’ como falsa, por lo menos si interpretamos el ‘existe’ en tiempo presente, pues la persona en cuestión murió hace siglos. Pero la persona existía, y la oración era verdadera, en 1492. De manera similar, cuando proferimos oraciones como ‘Todos los alumnos pasaron el examen’, se entiende que hablamos no de todos los alumnos que existen y hayan existido, sino de los alumnos pertenecientes a un conjunto contextualmente definido. Segundo, y en relación estrecha con el argumento original de Kant, suponer que los dominios de cuantificación son fijos a través de los mundos, sería suponer que todos los mundos posibles contienen las mismas entidades, es decir, que son entidades cuya existencia es necesaria (el enunciado "x*$y(y = x), es decir, ‘Todo existe necesariamente’ es una verdad lógica en un sistema modal cuantificado cuya semántica estipule dominios de cuantificación fijos). Pero el punto de Kant en el pasaje en el cual aparece (19) —independientemente de que éste sea válido o no— es justamente que es absurdo pensar que nuestra existencia es necesaria. 20 éste o aquel sistema de lógica modal cuantificacional, es posible generar, con base en un supuesto razonable acerca de cómo tratar los dominios de cuantificación, un contraejemplo a la misma. Lo que permite finalmente declarar que (19) es un argumento modal inválido. 3.2 Segunda lectura: dos nociones de necesidad Pero ¿es correcta la atribución de (19) a Kant? Una indicación para pensar que no lo es es el hecho de que, para no tener que acusar a Kant de cometer una falacia vergonzosa e improbable, hubo que prefijar la premisa del argumento (17) con el modificador ‘Necesariamente’, aunque éste no apareciera explícitamente en el texto original. Esta consideración es suficiente para motivar una lectura más cuidadosa de la totalidad del razonamiento original. Esa lectura empieza por observar que Kant atribuye a Descartes un argumento cuya forma es válida, es decir el silogismo (20) Todo lo que piensa existe. Yo pienso. Luego yo existo. (Justificación: una ligera paráfrasis del texto arroja: “[Descartes sostenía que] mi existencia [es] deducida de la proposición ‘Yo pienso’ [y] para ello [ésta] debe ser precedida de la premisa mayor ‘Todo lo que piensa existe’.”)25 Una vez (20) ha sido enunciado, se impone una nueva lectura del pasaje completo; visto de esta nueva manera, el sub-argumento analizado en la sección anterior se entiende de manera muy diferente a como lo entiende Guyer. Lo que Kant parece pensar es que el silogismo (20) conduce no sólo a la conclusión “Yo existo”, sino a otra mucho más fuerte, que Kant considera inaceptable: “Yo existo necesariamente”.26 Pero como (20) es una instancia de un silogismo válido, y como, según Kant, esta instancia nos lleva a una conclusión inaceptable, debemos rechazar alguna de sus premisas. La premisa menor, “Yo pienso”, es incontrovertible (volveré a este punto). Luego el problema debe situarse en la premisa mayor, “Todo lo que piensa existe”, la 25 Cabe señalar que Descartes niega explícitamente que su posición sea la que aquí afirmo que le atribuye Kant, es decir, que la conclusión del cogito se obtenga por medio del silogismo (20). En sus Segundas Respuestas a objeciones suscitadas por sus Meditaciones Metafísicas, Descartes escribe: “Pero, cuando comprendemos que somos cosas que piensan, obtenemos una noción primaria que no es desprendida de ningún silogismo; cuando alguien dice yo pienso, luego yo soy, o yo existo, no concluye su existencia a partir de su pensamiento como por la fuerza de ningún silogismo, pero como una cosa conocida en sí: la ve por una simple inspección de su espíritu. Porque parece que, si la hubiera deducido por un silogismo, aparentemente hubiera debido conocer la premisa mayor: Todo lo que piensa es, o existe. Pero, al contrario, la premisa mayor le es ensañada de lo que él siente en sí mismo, que no puede ser que él piense, si no existe. Pues es lo propio de nuestro espíritu, de formar proposiciones generales a partir del conocimiento de las particulares.” (Œuvres de Descartes IX, pp. 110–11). 26 Recientemente ha sido defendida la idea de que todo lo que existe, existe necesariamente: véase Williamson 2002. Tal postura, que el mismo Williamson tacha de contra-intuitiva, depende de una distinción entre existencia lógica y existencia concreta bastante alejada de las ideas que Kant expresa en el pasaje que nos ocupa. 21 cual debe ser rechazada, lo que explica por qué Kant escribe: “no podemos afirmar que todo lo que piensa existe …” (nótese que aquí no es necesario suponer que el texto deja implícito un “necesariamente”). La solución que propone Kant es que en vez de aceptar la premisa mayor, por verdadera que parezca, aceptemos que “El Yo pienso” … incluye en sí la proposición “Yo existo”.” Para resaltar esta conclusión, expuesta al principio del pasaje, Kant la repite al final: “[L]a proposición “Yo pienso” . . . es idéntica respecto de [mi existencia].” Queda por explicar por qué Kant podría pensar que (20) tiene como consecuencia no sólo “Yo existo”, sino la aparentemente inaceptable “Yo existo necesariamente”. Sugiero la siguiente razón. Ante la conclusión que Kant juzga como inaceptable, éste no contempla poner en duda la premisa menor, “Yo pienso”, pero rechaza en cambio la afirmabilidad de la mayor, “Todo lo que piensa existe”. ¿Por qué? Porque un agente no puede rechazar la proposición “Yo pienso” sin incurrir en una contradicción performativa: el dudar que se piensa es una forma de pensamiento; al decir “no pienso”, el agente piensa.27 Con base en ésta observación, Kant parece dar cuatro pasos: (i) concluir, a partir de la imposibilidad de rechazar la proposición “Yo pienso”, una nueva proposición, “Yo pienso necesariamente”. (ii) Retirar, a partir de la premisa mayor,“Todo lo que piensa existe” y de la nueva premisa, “Yo pienso necesariamente”, la conclusión “Yo existo necesariamente”. (iii) El rechazo de la anterior conclusión obliga a Kant a denegar la afirmabilidad de la premisa mayor, mediante una reductio ad absurdum. (iv) No obstante, Kant concluye que el contenido de la premisa mayor no es inexpresable, pues la afirmación “Yo pienso” incluye analíticamente la afirmación “Yo existo”. Si la lectura anterior es acertada, se estaría exonerando a Kant de haber adelantado el argumento (19), que, como vimos, es inválido. Sin embargo, la nueva interpretación presenta una dificultad diferente. Antes de enunciarla, será útil atender al argumento que, según esta segunda lectura, Kant da por válido: (21) Todo lo que piensa existe. Yo pienso necesariamente. Luego yo existo necesariamente. En un lenguaje de primer orden suplementado con operadores modales, la forma de (21) sería: (21¢) "x[Px É $y(x = y)], *Pa / *$y(y = a) Como ya se mencionó con el caso de (19¢), para poder emitir un dictamen definitivo acerca de la validez o invalidez de (21¢), habría que escoger un sistema específico de lógica modal cuantificada, lo que supondría tomar ciertas decisiones semánticas complicadas. Sin embargo, y sin buscar resolver todos los detalles pertinentes, es posible aducir que (21¢) es una forma válida. Pues supongamos que las premisas son verdaderas en un mundo w0, y denominemos por W0 al conjunto de todos los mundos accesibles desde w0 (puede darse que w0 pertenezca a W0). Dado que *Pa es verdadera en w0, entonces, la semántica de los enunciados cuya conectiva principal es 27 Para una lectura afín —aunque bastante más minuciosa— del argumento original de Descartes, ver Hintikka 1962. 22 el operador de necesidad, *,28 indica que Pa es verdadera en todos los mundos en W0. Esto quiere decir que a hace parte del dominio de cuantificación de todos los mundos en W0, y por ende que $y(y = a) es verdadera en todos ellos. Pero en tal caso, la semántica de * indica que *$y(y = a) es verdadera en w0. Luego, en w0, si las premisas son verdaderas, la conclusión también tiene que serlo. Pero w0 es un mundo arbitrario, así que el mismo argumento valdría para cualquier otro mundo. En consecuencia, la forma (21¢) no tiene contraejemplos, y puede declarársele como válida. Pero si (21¢) es válida, ¿cuál, pues, es la dificultad que surge con la segunda lectura del pasaje de Kant que mencionaba anteriormente? La siguiente: en la explicación de por qué la forma (21¢) es válida, y en consonancia con la semántica de *, vimos que cuando *Pa y *$y(y = a) son verdaderas en cierto mundo w, Pa y $y(y = a) son verdaderas en todos los mundos accesibles desde w. Esto supone, por supuesto, que se le da una lectura uniforme al operador de necesidad en todos los enunciados en los que aparece. El problema es que ‘necesariamente’ no parece tener un significado uniforme en el argumento (21). Recordemos que según la segunda lectura, Kant tacha de inaceptable la conclusión, “Yo existo necesariamente”. Esta intolerabilidad es compatible con interpretar * de tal manera que un enunciado prefijado por * es verdadero en un mundo w, si el enunciado en sí es verdadero en todos los mundos accesibles desde w: pues resulta inaceptable pensar que yo existo en todos los mundos posibles accesibles desde el actual. Pero recordemos también que Kant, según la segunda lectura, infiere la segunda premisa de (21), “Yo pienso necesariamente”, a partir de la contradicción performativa que supone dudar o negar que yo pienso. Sin embargo, que haya una contradicción performativa en dudar o negar que yo pienso no significa que sea plausible afirmar que yo pienso en todos los mundos posibles accesibles desde el actual, justamente porque ésto implica que yo existo en todos los mundos posibles accesibles desde el actual, lo que es intolerable. Si todo lo anterior va por el camino correcto, Kant no hubiera tenido por qué negar, en el pasaje que nos ha ocupado, la afirmabilidad del dictum cartesiano, “Todo lo que piensa, existe”, pues la reductio ad absurdum que lo lleva a tomar este paso, aunque basado en (21), un argumento válido con una conclusión inaceptable, no repara en que la palabra ‘necesariamente’, que aparece tanto en las premisas y la conclusión del argumento, es entendida en ellas de manera ambigua. Este error tiene un nombre en LI: falacia de ambigüedad, o de equivocación.29 28 Para simplificar, abreviaré “la semántica de los enunciados cuya conectiva principal es el operador de necesidad, *” por “la semántica de *”. 29 Este trabajo fue realizado bajo los auspicios del Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad Nacional Autónoma de México, dentro del marco de una beca para la investigación posdoctoral otorgada por la Coordinación de Humanidades de la UNAM. Agradezco al Instituto por proveer condiciones excepcionales para la investigación. Agradezco también a los participantes del I Coloquio de Lógica, Retórica, y Teoría de la Argumentación (Universidad de Guadalajara, febrero 2009), y en especial a Michael Gilbert, Fernando Leal, y Carlos Pereda, por sus comentarios sobre una versión preliminar de este texto. Versiones más recientes del escrito se han visto beneficiadas por los valiosos aportes de Axel Barceló, Emiliano Boccardi, y Natalia Luna. 23 REFERENCIAS Aliseda, Atocha (2006) Abductive reasoning. Berlín y Londres: Springer. Anderson, A.R. & Nuel D. Belnap (1975) Entailment: the logic of relevance and necessity. Princeton (NJ): Princeton University Press. Ausín, Txetxu (2005) Entre la lógica y el derecho: paradojas y conflictos normativos. Barcelona: Plaza y Valdés. Bencivenga, Ermanno (1979) On good and bad arguments. Journal of Philosophical Logic 8(3): 247-259. 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Cambridge (UK): Cambridge University Press. 24 Capítulo 9 Si Pegaso tiene alas, entonces ¿existe? Algunas propuestas para evitar el importe existencial de las oraciones cuantificadas Natalia Luna Luna INTRODUCCIÓN Desde sus orígenes, la lógica ha estudiado del discurso la parte argumentativa; y de los argumentos, la correcta derivación de la conclusión a partir de las premisas, o validez de la inferencia. Aristóteles consideraba que el análisis (nombre inicial de la lógica1) no agotaba el estudio del razonamiento, y consideraba a la retórica como otro de los ejes del estudio de la argumentación, ésta en relación con los modos argumentativos de la persuasión, por lo cual clasifica y analiza las emociones y su relación con la argumentación. Este escrito pretende abordar desde la filosofía de la lógica sólo un aspecto relacionado con el análisis de argumentos, y en un asunto que concierne a la argumentación filosófica. La lógica es la disciplina normativa que estudia la validez de la inferencia. El resurgimiento de la lógica llevado a cabo por Frege y otros, desde finales del siglo XIX es motivado por la intención de formalizar el razonamiento empleado en las matemáticas, capturando su validez. Desde entonces, la lógica ha marcado un hito al proveer las bases teóricas para un estudio formal del razonamiento. Se afirma, no sin razón, que Frege rompe incluso la dicotomía que había permanecido en la lógica entre quienes la veían como un estudio de un cálculo racional que permitiese estudiar el razonamiento inferencialmente correcto; y quienes la consideraban —esto más antiguamente— como una lengua universal a la que se traducirían los demás lenguajes (Hintikka 1997, van Heijenoort 1967). También en nuestros días, la lógica es empleada frecuentemente en ámbitos distintos de la matemática, y es muy utilizada como herramienta para el análisis de argumentos. En filosofía, la lógica se utiliza tanto para analizar los argumentos dados en los textos filosóficos, sean propios o ajenos, y así encontrar fallas argumentativas o bien mostrar la virtud formal del argumento en cuestión. Volviendo a los orígenes, recordemos también que, en varios momentos de su historia, el estudio de la lógica no ha sido absolutamente indiferente al de ciertas cuestiones metafísicas, en particular, a inferencias en las que la existencia de algo está en disputa. Son varios los problemas que interrelacionan a la lógica y la metafísica, que van desde la estipulación de las categorías 1 Aristóteles utilizaba el término ‘análisis’, Cicerón ‘dialéctica’. El primero en emplear ‘lógica’ fue Alejandro de Afrodisia, al clasificar las obras aristotélicas en el siglo III d.C. aristotélicas, la teoría medieval de la suposición de los términos, la pregunta sobre si existir es un predicado lógico o no, y si lo es, de qué orden es, la cuestión de la búsqueda de un criterio lógico de compromiso ontológico, o el estudio de ontologías formales, hasta formas más recientes como las inferencias entre proposiciones universales o existenciales, y las reglas que gobiernan a éstas, y que motivaron el desarrollo de una lógica alternativa a la clásica, las lógicas libres, en las que las que justamente la presencia del importe existencial determina ciertas inferencias como válidas o inválidas. Y éstos son solamente algunos ejemplos. Este escrito trata de un problema filosófico que el empleo de la lógica formal parecería conllevar, y que aparentemente imposibilita a la lógica a ayudar a esclarecer la validez de las inferencias en cierto tipo de razonamientos. En particular, abordaré la cuestión de si los enunciados cuantificados existencialmente tienen un importe existencial2, es decir, si a partir de un enunciado como ‘($x) (x = a)’, se puede inferir que la entidad nombrada por ‘a’, existe, o que hay al menos un valor que la variable ‘x’ pueda tomar para que la proposición sea verdadera, en la interpretación estándar de esta proposición, y qué problemas representa esto cuando nos encontramos con oraciones con nombres vacíos o con argumentos ontológicos en los que precisamente lo que se intenta probar es la denotación de un nombre o la existencia de algo. EL PROBLEMA Y SU TRATAMIENTO CLÁSICO A lo largo de este escrito, entenderé por lógica clásica a la lógica de primer orden con identidad. Existen argumentos válidos en lógica clásica, que han sido cuestionados por ciertos filósofos interesados en ontología. Uno de estos argumentos está relacionado con la regla de introducción del cuantificador existencial, también llamada regla de generalización existencial, Fa / ($x)(Fx)3. Mediante esta regla, podemos inferir válidamente la conclusión del siguiente argumento: (0) Tláloc es un Dios. Luego, (1) Existe por lo menos algo que es un Dios. (0¢) Da / (1¢) ($x) (Dx) donde a: Tláloc, y Dx: x es un dios. Otro de los argumentos cuestionados torna alrededor del principio de identidad, ("x) (x = x), que afirma que todo es idéntico a sí mismo, y a una instancia cualquiera de dicho principio, p.e., a = a, a partir de la cual podemos deducir válidamente la consecuencia de que el objeto denotado por ‘a’ existe. Formalmente: 2 En términos formales, se define que un enunciado cuantificado tiene importe existencial si un enunciado de la forma: ($x) Fx, implica que existe en el dominio de cuantificación un objeto que la variable x puede tomar como valor. 3 En todo lo que sigue, el símbolo ‘/’ debe leerse como ‘por lo tanto’, ‘por ende’ o ‘luego’. 2 (2) ("x) (x = x) (3) a = a (4) ($x) (x = a) Principio de identidad instancia de (2) Introducción del cuantificador existencial o generalización existencial Una instancia de dicho argumento sería (2¢) Todo es idéntico a sí mismo. (3¢) Pegaso es idéntico a Pegaso. / (4¢) Existe algo que es idéntico a Pegaso. La peculiaridad de estos dos argumentos, es que ambos concluyen con una afirmación de existencia, afirmando que existe un dios el uno, y que existe Pegaso el otro. Las anteriores, sin embargo, son afirmaciones acerca del mundo. Pero, por un lado, puede parecer dudoso que la existencia concreta de un dios (es decir, de un ente divino) se siga de la afirmación de que Tláloc es un dios, por medio de una regla de inferencia básica. Como también puede parecer dudoso que la existencia de Pegaso, el caballo alado, se siga directamente del principio de identidad, esto es, de una verdad lógica. Puesto que no es necesario que los que consideran verdaderas (0) y (2) consideren verdaderas (1) y (4), parece que es controversial que ciertas inferencias que usualmente son consideradas válidas, preserven verdad en todos los casos. Estas inferencias mostrarían, según los críticos, que una instancia de una deducción válida en lógica clásica, permite inferir una conclusión falsa a partir de premisas verdaderas. Cuando leemos una oración de la forma ‘($x) (Px)’ como ‘existe por lo menos un x tal que P’, afirmamos que hay un objeto que tiene la propiedad P o que cae bajo la extensión del predicado P. Esto no es problemático en la mayoría de las casos, pues cuando decimos que ‘Algún país es latinoamericano’, generalmente nos comprometemos con que hay al menos un objeto de entre los países, que se encuentra dentro de la extensión de lo latinoamericano. Al afirmar la verdad de esta oración, nos comprometemos con que existen países y cosas latinoamericanas. Pero cuando llegamos a casos cuya existencia es más disputada, como es el caso de Pegaso o de Tláloc, el importe existencial de la oración se vuelve un problema, pues nos impone ciertos compromisos ontológicos indeseables. En el problema aquí presentado están relacionadas varias cuestiones, como el tratamiento formal de los términos vacíos, la interpretación de las proposiciones generales cuantificadas de la lógica clásica de primer orden, y los posibles importes existenciales en las proposiciones expresables en la lógica clásica. El problema que aquí se trata es resultado de una combinación de factores, como la carga existencial de la oración cuantificada existencialmente, la interpretación de las oraciones cuantificadas, el uso de términos vacíos en oraciones, así como la inclusión de términos vacíos o sin referente en un lenguaje. Dichos factores aunados a las reglas de inferencia de la lógica clásica, conducen a que una derivación lógica válida nos permita inferir la existencia del referente del término vacío nombrado en el enunciado. Ante esta aparente inadecuación de la lógica clásica para representar correctamente la validez o invalidez de un argumento considerado inválido cuando es expresado en lenguaje natural, existen varias propuestas de solución de éste problema al interior de la lógica y su semántica. Las 3 estrategias de solución van desde posturas de defensa del sistema clásico, limitando el uso de ciertos términos en lógica o parafraseando las expresiones, o el ofrecimiento de una semántica distinta para la lógica clásica -una interpretación para los enunciados cuantificados no estándar-, hasta la más radical que postula el cambio de lógica (el uso de un sistema de lógica formal diferente al de la lógica clásica). Estas últimas alternativas permiten mostrar que los argumentos del tipo de los ejemplos que aquí fueron presentados pueden evitarse de distintas maneras, que permitirían representar correctamente la inferencia entre términos singulares y proposiciones generales de existencia. El estudio de los diferentes tratamientos formales de dichas proposiciones, proporcionan mecanismos útiles para el análisis y la formalización de argumentos ontológicos. Los problemas derivados de la inclusión de términos vacíos en un lenguaje lógico fueron advertidos ya por Frege y poco después por Russell4. Ambos reconocieron que la inclusión de términos no-denotativos dentro del sistema lógico resultarían en inferencias incorrectas, por lo que tomaron diferentes rutas para evitar el problema. El problema que encontramos aquí parece fundarse en un dilema. La aceptación de los siguientes dos principios metafísicos, (5) y (6), nos conducen a la absurda conclusión de que podemos derivar lógicamente la existencia de cualquier cosa. (5) (La predicación implica existencia) Si una oración de la forma sujeto-predicado es verdadera, entonces el sujeto de dicha oración se refiere a un ente que tiene la propiedad de existir, es decir, si algo es predicable entonces existe, que podríamos formalizar así ("x )("j) (jx É ($y) (x = y). (6) Además de las reglas de inferencia, existen verdades lógicas que podemos aplicar irrestrictamente, como el principio de identidad, pues son verdades analíticas. Estos dos principios expresan los argumentos paradójicos mostrados en (0)-(4). La introducción del cuantificador existencial en un caso, y ésta aunada al principio de identidad en el otro, conducen a las controversiales conclusiones de que tanto una entidad divina como Pegaso existen. Gottlob Frege Para rechazar las inaceptables conclusiones presentadas arriba, tenemos la opción de rechazar o restringir alguno de los principios. Dentro de su semántica, Frege da ciertamente cuenta de la significatividad de los nombres vacíos independientemente de la falta de referencia de los mismos. Sin embargo, consideró que lo mejor era evitar que los términos no denotativos entraran en el sistema, para evitar inferencias indeseables. Pensaba incluso que para la ciencia en general, el uso de estos nombres es ilegítimo. 4 Hintikka (1959) afirma por ejemplo que “En las recientes décadas pasadas, se han dedicado más páginas a los problemas causados por la falta de existencia del actual Rey de Francia que a cualquier otro tema en filosofía de la lógica, a menos que este problema fuera la identidad de la estrella matutina”, p. 125. 4 Su solución al problema aquí presentado, consistiría en bloquear el acceso a nombres vacíos que causan errores en la adjudicación de verdad a las oraciones: “... un nombre propio que no designa algo, no tiene justificación lógica, porque en lógica tratamos de la verdad en el estricto sentido de la palabra; sin embargo, éstos pueden usarse en la ficción y en fábulas”. (Véase Frege 1895; Geach 1980, 104). Para Frege, pues, las inferencias de (0) a (1), y de (2) y (3) a (4), simplemente no se pueden representar en un lenguaje científico, pues los nombres ‘Tláloc’ y ‘Pegaso’ no pueden ser parte del mismo. El lenguaje literario es distinto, pero Frege no contempló su formalización. En términos del problema presentado en el apartado anterior, esto equivale a restringir el principio 6, impidiendo que las verdades analíticas, entre otras, sean aplicadas irrestrictamente. La solución fregeana, aunque es apta para ciertos contextos y para el lenguaje que él tenía en mente, es insuficiente para nuestros propósitos, puesto que de lo que aquí se trata es de la lógica como herramienta de análisis para el estudio del lenguaje natural, en particular del empleado en argumentos filosóficos. Bertrand Russell Por su parte, Russell propuso una solución al problema mediante su teoría de las descripciones definidas. Russell argumentó que las descripciones definidas, (denotativas o no) pueden ser representadas lógicamente sin implicar existencia de la referencia de lo descrito. Una descripción definida tiene la forma ‘El F es G’, y está compuesta por una función, más una cláusula de unicidad. Consideremos la representación del ejemplo ‘El emperador actual de Tlatelolco es lampiño’. Russell afirma que esta descripción se debe representar como ($x)[(Fx Ù Gx) Ù ("y) (Fy É x = y)] , donde Fx significa: ‘x es el emperador actual de Tlatelolco’, y Gx está por: ‘x es lampiño’, de tal forma que la oración formalizada se leería ‘existe por lo menos una x que es un emperador de Tlatelolco y es lampiño, y para toda y que sea emperador de Tlatelolco, y es idéntico a x’. Esta oración sería verdadera de encontrar referente para x, pero sostiene Russell que si la oración es falsa, no se requiere la existencia del objeto para que la oración sea significativa. Dicha oración también se puede expresar con la versión equivalente a esta fórmula es: ‘ix (Fx Ù Gx)’. De esta manera podríamos decir que la teoría de las descripciones definidas ha introducido una distinción entre la forma lógica superficial de una proposición y una forma lógica profunda. En la forma lógica superficial (como ‘El F es G’) no advertimos la afirmación de existencia, mientras que en la forma profunda ésta queda develada. Russell propuso que este análisis lógico de las oraciones que incluyen descripciones definidas puede hacerse extensivo a los nombres propios, ya que para él los nombres propios genuinos son descripciones definidas disfrazadas. En nuestro ejemplo, inicial ‘Tláloc es un dios’ podríamos sustituir el nombre propio ‘Tláloc’ por la descripción ‘El dios de la lluvia y la fertilidad en la religión náhuatl’, podríamos emplear la descripción ‘el detective más famoso que habitó en Baker Street número 221-B’ para el nombre ‘Sherlock Holmes’; ‘Homero’ podría parafrasearse como ‘El autor de la Odisea’, de tal forma que la proposición ‘Homero fue un 5 escritor’ pueda parafrasearse como ‘Alguien escribió la Odisea y fue un escritor, y ninguna otra cosa escribió la Odisea’. Ahora bien, ¿cómo se aplica este análisis a las proposiciones generales, es decir a las que ya no tienen un nombre propio o descripción definida como argumento, sino una expresión general como ‘todo’ o ‘algún’? La propuesta, que Quine retoma de Russell, consiste en parafrasear las proposiciones cuantificadas en descripciones definidas, para eliminar de éstas el importe existencial. Para aquellos casos en que no haya una descripción definida disponible, Quine propone construir un predicado ad hoc que exprese el contenido del nombre. Por ejemplo, el término ‘Tláloc’ que podría traducirse al predicado ‘tlaloquear’, que no requiere la existencia de Tláloc para ser significativo: Si la noción de Pegaso fuera demasiado obscura o demasiado básica que no se pueda ofrecer de ella una traducción a una descripción definida de la forma familiar, podríamos sin embargo utilizar ex hypothesi el siguiente aparato artificial y aparentemente trivial: podríamos apelar al no-analizable e ireductible atributo de ser Pegaso, y adoptar para esta expresión el verbo ‘es-Pegaso’ o ‘pegasea’. El nombre ‘Pegaso’ en sí mismo puede ser tratado como derivativo, e identificado después de todo con la descripción: ‘la cosa que es-Pegaso’, y ‘la cosa que pegasea’. [Quine, 1953, 7-8] De esta forma Russell y posteriormente Quine pretenden despojar la representación formal de una oración en la que aparezcan descripciones definidas y nombres propios de toda presuposición de existencia o compromiso ontológico. Quine además tiene a esta estrategia como una parte fundamental de su proyecto general de mover las discusiones ontológicas al plano semántico. Sin embargo, se ha cuestionado fuertemente que el objetivo de quitar el importe existencial de las oraciones cuantificadas de esta manera sea exitoso. Por un lado se le ha atribuido a Russell la artificialidad de predicados del tipo ‘pegasear’; también se le ha atribuido una confusión entre significar y referir, y que no es una representación adecuada del lenguaje natural (Hintikka 1959). La crítica más fuerte es que la interpretación habitual del cuantificador existencial que Russell y sobre todo Quine utilizan para expresar sus descripciones definidas tiene en su más común interpretación (la interpretación objetual, explícitamente defendida y utilizada por Quine) un importe existencial. La cuestión de la interpretación de cuantificadores se tratará en la siguiente sección. Para explicar cómo resuelve Russell el problema del (0) / (1), consideremos primero un caso análogo: (7) El dios de la lluvia es generoso / (8) Existe un dios de la lluvia (7¢) ($x)[(Dx Ù "x ((Dy É x = y) Ù Gx)] / (8¢) ($x)(Dx) donde Dx: x es un dios de la lluvia; Gx: x es generoso. Esta inferencia es válida, pero dado que (7¢) es falso, la inferencia a (8¢) no resulta en un argumento sólido. 6 Volviendo a la formalización de la oración que nos interesa, (0), ‘Tláloc es un dios’, si introducimos el mecanismo de predicatizar el nombre, propuesta por Russell y Quine, tendríamos el predicado “tlaloquear”, resultando nuestra oración en: (0¢¢¢) ($x) [(Dx Ù "x ((Qy É x = y) Ù Dx)], de la cual se puede inferir que existe un dios, sólo en el caso de que fuera verdadero que Tláloc existe, con lo cual se evitaría la inferencia indeseable, ya que si Tláloc no existe, no se puede inferir de ahí que existe un dios. Las inferencias de la existencia de lo denotado a partir de una descripción definida funcionarían sólo en el caso de que tal denotación exista, lo cual evita el problema de inferir la existencia de Pegaso a partir de la afirmación de que tiene alas, pues expresado en una notación defininida, esta oración es falsa, por la falta de un referente que la haga verdadera. INTERPRETACIONES DE CUANTIFICADORES Una de las formas en las que se ha tratado de solucionar el problema aquí presentado del importe existencial de las proposiciones cuantificadas es a través de la semántica estándar de teoría de modelos para la cuantificación, en particular de las interpretaciones de cuantificadores, que establecen las condiciones de verdad de dichas proposiciones. Las dos interpretaciones de cuantificadores más usuales son la interpretación objetual, que es una variante de la interpretación referencial, y la interpretación sustitucional.5 Interpretación referencial Esta es la interpretación más común de los cuantificadores.6 Estipula en general que una oración con cuantificador existencial es verdadera, si y sólo si existe algún valor que la variable individual pueda tomar para ser verdadera. Definida para una lógica no de primer orden, se estipula que una oración cuantificada existencialmente es verdadera si las variables de cada categoría sintáctica tienen un alcance sobre las entidades de un cierto tipo, que está determinado por la categoría sintáctica de la variable ligada. En lógica de primer orden, los valores de las variables individuales son objetos, mientras considerando esta interpretación para lógicas de otros órdenes, podríamos considerar que los valores de las variables dependen por supuesto del tipo de variable que se considere. Generalmente se han asociado como valores a individuos en el caso de las variables individuales, propiedades en el caso de los predicados monádicos, relaciones en el caso de predicados diádicos, relaciones de n-orden en el caso de predicados nádicos, proposiciones en el caso de las oraciones, clases en el caso de nombres comunes y funciones en el caso de los functores. El siguiente cuadro ilustra lo anterior: 5 Otras interpretaciones de cuantificadores que se han propuesto son la de Arthur Prior, la del lógico polaco Leśniewski, la plural de Boolos o la inferencial de Frapolli. 7 Categoría Sintáctica Nombre propio Predicado 1- lugar Predicado 2- lugares Predicado n-lugares Oración Ejemplo Abigail es juez, toma ama, es más que Da Abigaíl escribe un libro Notación en lógica clásica Variables individuales: x, y, z Constantes predicativas monádicas: F(x) Constantes predicativas diádicas: F(x, y) Constantes predicativas triádicas: F(x, y, z) Constantes proposicionales: P, Q, R Valores Alternativa Individuos Relaciones n-lugares Conjuntos de individuos Conjuntos de pares ordenados Conjuntos de n-tuplas ordenadas Proposiciones Valores de verdad Propiedades Relaciones La interpretación referencial de los cuantificadores asigna el valor de la variable a la proposición formal para hacer verdaderas a las proposiciones cuantificadas existencialmente. En el caso de las variables individuales, puede verse en el cuadro que los valores asociados a éstas son individuos. En forma más precisa las condiciones de verdad de una proposición cuantificada existencialmente se dan en el estilo tarskiano: ‘($x) F(x)’ es verdadera si y sólo si ‘Fx’ es satisfecha por al menos un valor de la variable x; y la oración cuantificada universalmente ‘("x)F(x)’ es verdadera si y sólo si ‘Fx’ es satisfecha por todo valor de la variable ‘x’. Esta interpretación de los cuantificadores tiene el problema de tener importe existencial para las variables, es decir, que para que las proposiciones interpretadas sean verdaderas, debemos comprometernos ontológicamente con que haya tantas clases de entidades como las hay de categorías de variables, a pesar de que algunas de éstas pueden ser entidades filosóficamente dudosas, como proposiciones, propiedades, relaciones, conjuntos u otras entidades abstractas. Estas entidades pueden suscitar dudas en algunos, ya sea porque son abstractas, porque no tienen condiciones de identidad claras, porque son implausiblemente numerosas, o por algunas otras razones. Las ventajas de la interpretación referencial de los cuantificadores son, por ejemplo, su facilidad para ser entendida, su funcionamiento uniforme para cualquier categoría una vez que se decide qué categorías de expresiones admitimos y cuáles son los valores que esas expresiones pueden tener. Otra de las ventajas de esta interpretación es que al usarla hablamos directamente acerca de lo que el lenguaje habla y no del lenguaje mismo, ya sea de manera directa o indirecta. Esta es como dije antes, la interpretación estándar de los cuantificadores que no resuelve el problema del importe existencial de las proposiciones, sino que nos inserta en el mismo. Interpretación objetual Otra de las interpretaciones que se han ofrecido para las proposiciones cuantificadas es la interpretación objetual, que es la interpretación referencial para el caso de las variables nominales o individuales, es la ejemplificada en la primera línea de la tabla. Esta interpretación es la utilizada por Quine para la postulación de su criterio de compromiso ontológico presentado en su versión más conocida en el artículo “Acerca de lo que hay” (Quine 1953). 8 Bajo la interpretación referencial o la objetual, que para el caso de una proposición con variables de primer orden es la misma, podemos determinar la verdad de nuestra proposición (4) ($x) (x = a) La oración (4) es verdadera si y sólo si existe por lo menos algún valor de la variable x, y ésta es idéntica a a. Es decir, dado que nuestra variable x es una variable individual, (4) es verdadera si y sólo si hay algún objeto a en el dominio que nuestra x pueda tomar como valor. Dicho dominio es el dominio de los individuos, por lo que la verdad de la proposición 1, nos permite inferir la proposición 4, cuya verdad sólo se da en el caso de que haya un objeto tal en el dominio. Como puede verse, ésta interpretación justamente conserva el problema del importe existencial incluso en casos no deseables de proposiciones cuantificadas. En la semántica modelística la verdad de la proposición cuantificada requiere al menos un valor de la variable individual para ser verdadera, es decir de una entidad o un objeto del dominio de la cuantificación. Consideremos un caso en particular, el enunciado ‘($x) (Px)’, que con la interpretación del predicado estipulada anteriormente (‘Px: x es un caballo alado’), sólo sería verdadera si existiera al menos un objeto, es decir, un caballo alado que la hiciera verdadera. Este ejemplo muestra el problema en toda su dimensión pues podemos ver que al menos en muchas ontologías como por ejemplo, aquellas que traten de representar el mundo real, no estarían dispuestas a aceptar caballos alados dentro de sus individuos con cuya existencia se comprometen. Independientemente de cuál sea nuestra postura ontológica, y de si entren en ésta los caballos alados o los dioses de la religión nahuátl, o no, parece un problema para la semántica de la lógica clásica que una de sus verdades dependa de la existencia de un ente que es al menos controversial. Esta interpretación de los cuantificadores tiene sin embargo algunas ventajas, y por ello se ha utilizado y se usa de forma estándar. Sus ventajas son que es la más intuitiva o natural, pues además de ser una de las más formas más simples de cuantificación, permite hablar acerca del mundo y no del lenguaje mismo (en contraste con la cuantificacion sustitucional que comento más abajo). Desde un punto de vista técnico, esta posición nos compele a usar únicamente la lógica de primer orden, sistema que es consistente. Interpretación sustitucional Una tercera estrategia para evitar el dilema que nos ocupa consiste en modificar la lógica clásica, ya sea semántica o sintácticamente. La interpretación sustitucional es un caso del primer tipo. Algunas de las salidas que se le han dado al problema del compromiso ontológico o importe existencial de las proposiciones cuantificadas han consistido en ofrecer una interpretación alternativa de los cuantificadores, que no conlleve compromisos ontológicos, o bien, defender la interpretación objetual de los cuantificadores, argumentando que de hecho ésta no conlleva 9 compromisos ontológicos (Azzouni 2004).7 Dentro del primer intento encontramos a varios autores que han defendido la interpretación sustitucional de las proposiciones cuantificadas (Belnap y Dunn 1968, Linsky 1972, Barcan Marcus 1972, Kripke 1976). En nuestro ejemplo, una interpretación sustitucional de los cuantificadores no nos requeriría de la existencia de ningún caballo alado para que la proposición (4) fuese verdadera. La interpretación sustitucional de las proposiciones cuantificadas postula que dado que cada variable pertenece a una categoría sintáctica, y que el lenguaje tiene una clase de expresiones que no son variables para sustituir a tales clases, llamados sustituyentes de esa clase, podemos mapear las variables en sustituyentes aceptables de cada clase al dar las condiciones de verdad de la proposiciones cuantificadas. Las condiciones de verdad para la proposición interpretada sustitucionalmente, se especifican de la siguiente forma: Una proposición cuantificada existencialmente, de la forma ‘($x)F(x)’ es verdadera si y sólo si ‘Fx’ es satisfecha por algún sustituyente aceptable de la variable ‘x’; y la proposición universal ‘("x)F(x)’ es verdadera si y sólo si ‘Fx’ es satisfecha por todo sustituyente aceptable de la variable ‘x’. Esta definición es aplicable a proposiciones que contengan cualquier tipo de variables. En el caso de la lógica de primer orden, la interpretación sustitucional se aplica a las variables individuales, para quienes los sustituyentes aceptables, son generalmente nombres. De tal forma que la oración (4) ($x) (x = a) con la interpretación del predicado ofrecida anteriormente será verdadera si y sólo si existe un nombre, por ejemplo, ‘Tláloc’ que sea el nombre de un dios, o bien si existe un nombre por ejemplo ‘Pegaso’, que sea el nombre de un caballo alado. Lo cual es el caso al menos según algunas religiones o mitologías. Como puede verse, esta interpretación de las proposiciones cuantificadas existencialmente da cuenta de un uso de la proposición no comprometida ontológicamente con la existencia de Tláloc sino con la existencia del nombre ‘Tláloc’, lo cual resulta un compromiso menos costoso de sostenerse. 7 Esta segunda ruta no se expondrá en este escrito, por lo que aquí indicaré en qué consiste. Azzouni (2004), ha objetado que la interpretación clásica no está comprometida ontológicamente, a menos que los cuantificadores del metalenguaje estén comprometidos de antemano. “Los cuantificadores objetuales tienen ‘objetos’ dentro de su alcance sólo en relación con un conjunto de proposiciones en el metalenguaje que en sí mismo tiene acceso a tales ‘objetos’, si es que lo tiene, via el alcance que sus propios cuantificadores [los del metalenguaje] tienen. Y si esos cuantificadores (del metalenguaje) no conllevan compromisos ontológicos, entonces tampoco los tendrían los cuantificadores objetuales del metalenguaje, para los que los cuantificadores objetuales del metalenguaje proveen una semántica adecuada. Un eslogan: Uno no puede desprender compromisos ontológicos de las condiciones semánticas a menos que uno haya previamente introducido de contrabando en las condiciones semánticas, la ontología que a uno le gustaría desprender” (Azzouni 2004, 54). La propuesta de Azzouni es novedosa, y de poderse desarrollar una interpretación alternativa a partir de su crítica, podría encontrarse una solución al problema, pero hasta el momento no se cuenta con esa alternativa. 10 Esta interpretación no nos compromete con la existencia de entidades dudosas como valores de las variables. Otra ventaja de la interpretación sustitucional es que se puede aplicar a lógicas de orden superior a la lógica de primer orden, y funciona uniformemente para todas las categorías de variables. Sin embargo, esta interpretación tiene algunas desventajas, lo cual la ha desacreditado como una propuesta formal alternativa generalizada a la interpretación objetual de los cuantificadores. Por un lado, parece ser una interpretación metalingüística que siempre trata las oraciones como siendo acerca del lenguaje o de los términos del mismo (esto último, en el caso de las variables individuales cuantificadas), y no acerca de los objetos a los que las oraciones se referirían. Este hecho llevaría a problemas, por ejemplo, para ofrecer la interpretación de proposiciones del tipo “Existe una estrella en el sistema solar a la que nunca se le ha dado nombre”, pues al ofrecer una interpretación sustitucional de la formalización de la misma (8) ($x) (Ex Ù ¬ Nx) deberíamos encontrar un nombre como un sustituyente apropiado como valor para tal estrella, pero de hacerlo, contradiríamos la oración inicial, ya que tendríamos un nombre asignado a un objeto que, tal como se afirma en la misma oración, nunca habría sido nombrado. Otro de los problemas de esta interpretación lo constituye la dificultad de la elección de los “sustituyentes apropiados” de las fórmulas. Además, la interpretación podría requerir un gran número de expresiones para poder dar el valor de verdad correcto de las expresiones interpretadas. Un ejemplo problemático de esto último, podría tomarse del análisis matemático, en el que existen incontables números trascendentales, sin embargo en el lenguaje matemático no existen incontables nombres para dichos números, en cuyo caso, se tendrían que postular numerosos nombres o entidades ficticias, lo que por supuesto compromete la parsimonia de la interpretación. Ahora bien, es necesario ponderar respecto a lo anterior que si bien la interpretación sustitucional tiene varios problemas en términos generales, dichos problemas no necesariamente afectan a todos los casos en los que se intente dar una interpretación de una proposición cuantificada. Cuando dichas proposiciones sean acerca de términos o de nombres mismos, cuando se trabaje con dominios finitos, y/o con términos no vacíos, los problemas mencionados anteriormente no afectarían en absoluto la interpretación sustitucional de nuestra oración original. En general podría decirse que en diferentes contextos uno puede usar la cuantificación referencialmente y en otros sustitucionalmente, por lo que bastaría una diferenciación notacional entre los dos tipos de interpretaciones para saber cuando se usa una y cuando la otra8. Si bien es cierto que la interpretación sustitucional tiene limitaciones formales, como la mencionada, si ésta se emplea para interpretar oraciones de primer orden con dominios de cuantificación finitos, entonces la interpretación sustitucional de las oraciones cuantificadas resuelve el problema del que tratamos en este escrito, pues nos permite representar una oración y algunas inferencias de la misma, sin comprometernos a la existencia de los valores de las 8 Se ha sugerido la utilización de los símbolos ‘Px’ ‘Sx’ para representar el cuantificador objetual y el sustitucional respectivamente, por ejemplo en Williams (1981). 11 variables individuales, o los referentes de los nombres por los que están las constantes. Se puede expresar la validez de la inferencia de ‘Tláloc es un dios’ a ‘existe por lo menos un dios’, siempre y cuando en esta última oración, la conclusión, el cuantificador existencial sea interpretado sustitucionalmente y sea verdadera para alguna instancia de sustitución, en este caso, para el nombre ‘Tláloc’, pero no para el objeto Tláloc. LÓGICAS LIBRES Otro de los intentos de evitar el importe existencial en las proposiciones ha sido la creación de una lógica alternativa a la lógica-clásica, la lógica libre. Éste es un ejemplo de modificación sintáctica de la lógica clásica para solucionar el problema abordado en este escrito. Las lógicas libres consiguen con éxito la representación de los términos vacíos, mientras conservan la interpretación estándar u objetual de los cuantificadores. Estas lógicas fueron desarrolladas inicialmente por Karel Lambert y Ermanno Bencivenga9, y constituyen un intento reformista de la lógica clásica. Dichos sistemas de lógica surgen como una reacción a una cierta interpretación informal de algunos teoremas de lógica clásica, ante el problema de la presencia de términos no-denotativos en el lenguaje lógico, y la demanda de Quine y los lógicos clásicos ortodoxos de que cada término singular del lenguaje tuviera una denotación. Bencivenga (1986, 375) define a la lógica libre como un sistema formal de teoría cuantificacional con o sin identidad, que permite que algunos de sus términos singulares en algunas circunstancias sean considerados como denotando un objeto no existente, y cuyos cuantificadores tienen importe existencial de la misma manera que en lógica clásica, por lo que las frases cuantificacionales como ‘todo’ o ‘algún’ tienen su interpretación clásica. Sin embargo, a diferencia de los sistemas clásicos, en lógicas libres no hay proposiciones del tipo de las presentadas en al inicio de este escrito que sean lógicamente verdaderas solamente si es verdadero que F existe para todos los términos generales, o que es verdadero que s existe para todos los términos singulares (Lambert 2003, 124). La definición anterior necesita que en el lenguaje de la lógica libre existan expresiones constituidas como términos singulares, aunque de hecho no excluye la posibilidad de que todo término singular denote en toda circunstancia, sólo que denote un objeto existente en cada circunstancia. Lo anterior no implica que toda lógica que permita términos singulares no-denotativos sea una lógica libre. Los sistemas de lógicas libres se han dividido según su postura en torno a la verdad o falsedad de proposiciones que contengan términos singulares no-denotativos. Se han llamado lógicas libres negativas los sistemas que consideran falsas dichas proposiciones, y positivas, a los que las consideran verdaderas. 9 Uno de los primeros artículos sobre lógicas libres es el artículo de Karel Lambert de 1960, “La definición de E(xistencia)! en lógica libre”, si bien dichos sistemas fueron anticipados en alguna medida por Belnap, y por las lógicas inclusivas del lógico polaco Jaskowski, quien en 1934 presentó un sistema inclusivo de deducción natural que es considerado por algunos como un claro antecedente de lógicas libres, esta lógica permite la asunción tanto de términos singulares, en cualquier punto de la demostración, como de fórmulas. Además bloquea reglas del tipo ‘"xj® j [t/x]’. 12 Pero ¿cómo es exactamente qué dichos sistemas podrían considerarse como una solución al problema aquí presentado, al problema del importe existencial de las proposiciones cuantificadas en presencia de términos vacíos? Dentro de las lógicas libres existen tanto sistemas axiomáticos como de deducción natural. Sus sistemas de deducción natural ofrecen una regla distinta para la eliminación del cuantificador existencial a la de la lógica clásica. En ella se agrega el predicado ‘E!’, definido así: ‘E!a ºdf (a = x)’. Además, ofrecen una nueva regla de introducción y de eliminación del cuantificador existencial (Bencivenga 1986, 387):10 Regla de introducción para $ [donde a es una constante individual nueva que no ocurre en j] Regla de eliminación para $ [donde a es una constante individual nueva que no ocurre en j ni en y] φ [a/x], E!a $xφ {φ[a/x]} {E!a} ! $xφ y y La regla de introducción del cuantificador existencial de las lógicas libres nos dice que si el predicado φ se predica de x que es la sustitución de a, y si además, a existe concretamente, entonces podemos introducir el cuantificador existencial y afirmar que existe por lo menos una x tal que φ. El operador ‘E!’ significa en lógicas libres la existencia concreta de algo. Por ejemplo, la proposición: ‘E! Fa’, cuyos símbolos no lógicos podrían interpretarse asignando Tláloc a la constante individual a resultaría en la oración ‘Tláloc existe’ o ‘Pegaso existe’ en nuestro otro ejemplo. Ambas oraciones son falsas para las lógicas libres negativas, pues ni Tláloc ni Pegaso tienen referente.11 Esta regla nos impediría inferir nuestra proposición (3′), a saber que ‘Existe por lo menos algo idéntico a Pegaso’, a partir de la proposición (1′) ‘Pegaso es idéntico a Pegaso’ a menos que agreguemos la proposición ‘Existe Pegaso’. En el caso de la inferencia de la oración (0) de ‘Tláloc es dios’, sólo se podría inferir de (1) más la proposición ‘Tláloc existe’. Con lo cual se 10 La regla de introducción del cuantificador existencial de las lógicas libres nos dice que si el predicado φ se predica de x que es la sustitución de a, y si además, a existe concretamente, entonces podemos introducir el cuantificador existencial y afirmar que existe por lo menos una x tal que φ. Nótese que agrega a la lógica clásica el predicado E! que significa existencia real o concreta, y sólo entonces permite derivar la afirmación de que existe por lo menos un x tal que φ, es decir, $xφ. Mientras que la regla de eliminación del nos dice que podemos eliminar el cuantificador existencial $, indica que cuando tenemos una fórmula como{φ[a/x]} y{E!a} y a partir de ahí derivamos y, entonces, si además se tiene ($xφ), podemos derivar y sin cuantificador alguno. 11 Este es un asunto que divide a las lógicas libres, las positivas consideran que un enunciado con términos vacíos es falso, las lógicas libres negativas consideran que puede ser verdadero, mientras que las neutrales no consideran a estas oraciones ni verdaderas no falsas. 13 evitaría la inferencia ontológicamente indeseable de la proposición (0’) a la (1’), válida en lógica clásica por la regla de introducción del cuantificador existencial. Esta modificación que algunas lógicas libres añaden a la regla de eliminación del cuantificador existencial, también llamada instanciación existencial, de la lógica clásica, permite evitar la inferencia de un ente existente a partir del mero teorema lógico de la identidad (1), resolviendo de esta manera el problema que se presentó en este ensayo: el del importe existencial de las proposiciones cuantificadas existencialmente, así como el de las inferencias de ‘(Ex) x = x’, a ‘x = a’, que en lógica clásica se consideran válidas, en contraste con las lógicas libres. EL EJEMPLO DEL ARGUMENTO ONTOLÓGICO La formalización lógica del famoso argumento ontológico de Descartes ilustra las dificultades relativas a la formalización de argumentos en donde las premisas o la conclusión, afirman la existencia de algo, o alguna propiedad de la existencia. Las diferentes estrategias para representarlo nos permitirían resaltar diferentes características del mismo, e ilustrar la importancia de la elección del formalismo en la tarea de mostrar la validez o invalidez del tipo de los argumentos descritos arriba. En su quinta meditación, Descartes introduce su versión del argumento ontológico: (9) Dios tiene todas las perfecciones. (10) La existencia es una perfección. / (11) Dios existe.12 Este argumento lo podemos intentar formalizar de varia maneras. La versión más ingenua de formalización de este argumento podría hacerse en lógica de primer orden, representando a Dios como un singular, así: Versión 0 Sean: ‘P’ una variable predicativa de primer orden, que se interpreta como: Px: x es perfecto. ‘d’ una constante individual, que se interpreta como d: Dios (9¢) ("x) (Px É $y (y = x)) (10¢) Pd / (11¢) ($y) (y = d) La validez de esta representación del argumento cartesiano, se podría probar en dos pasos abreviados 12 Esta formulación del argumento, y sus formalizaciones son posibles reformulaciones del argumento ontológico en la versión cartesiana, presentado aquí para ilustrar la utilidad de las soluciones aquí propuestas al dilema presentado en el caso de un argumento ontológico. No pretende presentar dicha formalización ni presentación del argumento como la interpretación más cercana al texto original desde un punto de vista exegético. 14 (12) Pd É ($y) (y = d) (13) ($y)(y = d) Eliminación del cuantificador universal o instanciación universal (IU) de 9¢ Modus Ponens de 10¢, 12 Sin embargo, tal cual se ha venido argumentando, si la formalización de proposiciones de existencia se realiza en lógica clásica y con la interpretación objetual de los cuantificadores, la conclusión, se seguiría incluso de la segunda premisa del argumento únicamente: (12¢) ($y) (Py) por introducción del cuantificador universal de (10¢) ó generalización existencial; y dado que y es igual a d, se sigue la conclusión de que Dios existe, $y (y = d). En este caso, y como puede verse con la formalización no importa qué predicado en particular se predique de Dios, puesto que su existencia, se deriva de la predicación de cualquier propiedad del mismo. De esta forma la primera premisa se vuelve una afirmación trivial, y al argumento en sí. Si no queremos comprometernos con la existencia de Dios a partir de la predicación de cualquier propiedad de éste, se tendría que usar una lectura sustitucional de los cuantificadores, o distinguir entre el cuantificador existencial, ‘$’, y el predicado de existencia ‘E!’, soluciones que se amplificarán también en la siguiente versión del argumento. Versión 1 Otra posible formalización de este argumento que recoge mejor los predicados del argumento en lenguaje natural, pues en realidad el argumento cartesiano no dice que lo perfecto existe, sino que de todas las perfecciones la existencia es una de ellas, y que Dios la posee todas. Esto puede representarse en lógica de tercer orden, que el sistema lógico en el que podemos predicar propiedades o predicados de objetos, y propiedades o predicados de propiedades. Sean: ‘P’ una variable predicativa dentro de los predicados de orden superior (es decir, predicados de predicados), en donde dicha letra se interpreta como: P__: __es perfecto. ‘j‘: una variable de segundo orden (cuyo rango son los predicados básicos, es decir, predicados de objetos) ‘d’ una constante individual, que se interpreta como d: Dios (9¢¢) ("j) (Pj É j(d)) (10¢¢) ("x) ["(j)(Pj É j(x))] É $y (y = x) / (11¢¢) ($y) (y = d) 15 La validez de este argumento se puede demostrar mediante una instancia de ambas y un modus ponens de los enunciados instanciados. (14) (PF É F(d)) (15) ("j) (Pj É j(d)) É $y (y = d) (16) (PF É F(d)) É ($y) (y = d) (17) ($y) (y = d) Eliminación del cuantificador universal o IU 9¢¢ Eliminación del cuantificador universal ó IU 10¢¢ Eliminación del cuantificador universal ó IU 15 Modus ponens 16, 17 En este argumento puede considerarse como una ilustración del problema aquí estudiado. Obsérvese que la primera premisa (9¢¢) es una verdad por definición, es decir, es analítica. La premisa (10¢¢) es una instancia del ya mencionado principio: (5) ("j)("x) jx É $y (x=y) Aún restringiendo el principio a las propiedades perfectas, tal como lo hace Descartes, el problema sigue siendo que la predicación implica existencia. Las soluciones expuestas a lo largo de este escrito, aplicadas a este caso, funcionarían así: La restricción aplicada por Frege haría que la inferencia fuera válida (9) sólo bajo la condición de que ‘Dios’ no sea un nombre vacío. Russell por su parte, aceptaría las premisas (9¢¢) y (10¢¢) sólo bajo condición que F(x) y F(Dios) fuera verdadera, con lo cual la inferencia de la existencia de Dios sería trivial. La solución propuesta por las lógicas libres consiste en una disambiguación del predicado de existencia. Tal como lo hemos formulado esta solución puede adoptar dos formas: La ocurrencia del cuantificador existencial puede sustituirse con el predicado E! en la premisa (11¢¢) o en la conclusión (11¢¢). El primer caso es el siguiente: (9¢¢¢) (10¢¢¢) (11¢¢¢) ("j) (Pj É j(Dios)) ("x)("j) (Pj É j(x)) É $!y (x = y) / E!y (y = Dios) En lógica libre 2 es falso, porque "(j,x) j(x)) É E!y (x=y) no es teorema, y 2 es una de sus instancias. En el segundo caso: (9¢¢¢¢) (10¢¢¢¢) (11¢¢¢¢) ("j) (Pj É j(Dios)) ("x)("j) (Pj É j(x)) Ù $y (x=y) / E!y (y=Dios) (11¢¢¢¢), no se sigue de (9¢¢¢¢) y (10¢¢¢¢), por la misma razón de arriba. 16 La interpretación objetual de los cuantificadores, la estándar, tomaría al objeto Dios como valor de la variable y. La sustitucional, por el contrario, sólo requería, para la verdad de la oración, de sustituyentes aceptables, que en caso de las variables individuales son nombres. Lo cual reduciría la conclusión a la existencia del nombre de dios. La intención de presentar este ejemplo al final del capítulo es mostrar que distintas formalizaciones lógicas tienen implicaciones ontológicas que es mejor conocer para evitarlas y no formar argumentos triviales. Un formalismo adecuado sintáctica y semánticamente es crucial para el análisis y la formalización de argumentos donde se concluye la existencia de algo, o algunas propiedades de la existencia, como es el caso del argumento ontológico. La lógica libre es uno de los sistemas preferidos para formalizar este tipo de oraciones. Zalta y Oppenheimer en su artículo “Acerca de la lógica del argumento ontológico”, por ejemplo, defienden el uso de las lógicas libres para formalizarlo: “Al usar lógica libre, evitamos cualquier sospecha de que es el modelo de nuestro lenguaje, o la definición semántica de denotación lo que forza a las descripciones [definidas] a tener una denotación. Queremos que nuestros lectores estén seguros de que no es el mecanismo formal inserto en la formalización lógica lo que garantiza que la descripción [definida] … tendrá una denotación.” (Oppenheimer y Zalta, 1991, 5)13 Para un estudio profundo sobre la forma lógica del argumento ontológico véase el artículo referido de Oppenheimer y Zalta. CONCLUSIÓN Enfrenté en este escrito del problema de una aparente inadecuación de la lógica formal para representar argumentos que proposiciones de existencia, es decir el problema de la inferencia proposiciones con importe existencial a partir de verdades de la lógica bajo la interpretación estándar de las oraciones cuantificadas. Un ejemplo del problema es que de la oración ‘La Llorona es una mujer que vaga por las calles implorando a sus hijos’ de la cual podríamos obtener la oración ‘Existe por lo menos una mujer que vaga por las calles implorando a sus hijos’, es decir Fa / ($x) (Fx). Si aceptamos la verdad de la primera oración y la validez de las inferencias clásicas, tendríamos que aceptar la verdad de la segunda. Planteamos además, que el problema parece fundarse en un dilema originado por los principios 5 y 6, es decir la idea de que la predicación implica la existencia, y la introducción irrestricta de verdades analíticas en la lógica, como el principio de identidad. Dichos principios fundamentan los argumentos paradójicos mostrados aquí. El principio de identidad en un caso, y la introducción del cuantificador existencial en el otro, aplicados irrestrictamente, conducen a la conclusión de que La Llorona, Tláloc, Pegaso y todo el panteón local, existen. Presenté también algunas soluciones que se han adoptado ante el problema. Las soluciones expuestas son un amplio muestrario de estrategias alternativas tomadas ante la aparente 13 El argumento ontológico de San Anselmo sostiene que Dios es aquel ser a partir del cual no puede concebirse uno mayor, que si pudiera concebirse algo mayor, entonces Dios no sería dios y por tanto dios existe. El argumento cartesiano puede derivarse del de San Anselmo según la interpretación de los autores, mas no viceversa. Una versión simplificada de la manera en que Oppenheimer y Zalta lo formalizan usando lógicas libres y descripciones definidas, es ésta: (1) ~E!x É G(x), (2) Dios = d =df ix G(x), / (3) E! Dios (véase Oppenheimer y Zalta, 1991). 17 imposibilidad de un sistema lógico de representar la invalidez o validez de argumentos ontológicos. La solución de los lógicos clásicos es restringir en el lenguaje lógico o bien, la utilización de términos vacíos y con ello, la aplicación de verdades analíticas a los mismos, la salida de Frege; o bien, consiste en escoger una paráfrasis novedosa, y proponer otro análisis de las proposiciones, a la manera de Russell. Estas serían las soluciones conservadoras. Las soluciones no conservadoras se presentaron en una tercera y cuarta estrategia para evitar el dilema que nos ocupa, consiste en modificar la lógica clásica, ya sea semántica o sintácticamente. La interpretación sustitucional de las proposiciones cuantificadas, en lugar de la estándar que es la objetual, es un caso del primer tipo de solución, que conserva el sistema lógico clásico en su sintaxis, y modifica la semántica. La última solución, la de las lógicas libres es una solución revolucionaria que consiste en abandonar la lógica clásica, y emplear una distinta, que es apropiada para argumentos en donde no se presuponga la existencia. Éste es un ejemplo de modificación sintáctica de la lógica clásica para solucionar el problema abordado en este escrito. Estas salidas constituyen distintos tipos de solución, cuya utilidad pudo verse al aplicarse a una versión del argumento ontológico, en el que mostró detalladamente qué rutas toman las soluciones. Por todo lo anterior, se muestra que existen maneras de evitar que las proposiciones cuantificadas tengan importe existencial, con las que no podremos inferir que ‘un caballo alado existe’, sólo a partir de la proposición ‘algo es idéntico a sí mismo’ instancia del principio de identidad o de alguna otra verdad lógica, y en general de expresar las oraciones cuantificadas sin importe existencia, que han sido analizadas a lo largo de este ensayo, con lo cual restituiríamos a la lógica formal en versiones distintas a la lógica clásica, como una herramienta para el análisis de argumentos en los que se predica o se concluye existencia.14 BIBLIOGRAFÍA Azzouni, Jody (2004) Deflating ontological consequence: a case for nominalism. Oxford: Oxford University Press. Barcan Marcus, Ruth (1972) Quantification and ontology. Noûs 6 (3): 240-249. Belnap, N.D. & J.M. Dunn (1968) The substitution interpretation of the quantifiers. Noûs 2, 177-185. Bencivenga, Ermanno (1986) Free Logic. 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En particular a Víctor Favila, Carlos Ramírez, Fernando Leal, así como a Cuauhtémoc Mayorga. 18 Hintikka, J. (1997) Lingua universalis vs. calculus ratiocinator: an ultimate presupposition of twentieth-century philosophy. Dordrecht: Kluwer. Hofweber, Thomas (2000) Quantification and non-existent objects. En: Everett, A. & T. Hofweber, coords., Empty names, fiction and the puzzles of non-existence (249-273). Stanford: CSLI. Kripke, Saul (1976) Is there a problem about substitutional quantification? En: J. Evans y J. McDowell, coords., Truth and meaning: essays in semantics (325-418). Oxford: Clarendon Press. Lambert, Karel (1991) Philosophical applications of free logic. Nueva York: Oxford University Press. —— (2001) Free logics. En: Goble, L., coord., The Blackwell guide to philosophical logic (258-279). Nueva York: Blackwell. —— (2003) Free logic. Nueva York: Cambridge University Press. Linsky, Leonard (1972) Two concepts of quantification. Noûs 6 (3), 224-239. 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Podemos enfrentarla con fuerte ímpetu teórico, tratando de entenderla como una práctica fundada y diversa, gobernada por reglas variadas y no siempre obvias. Tal es el propósito de los capítulos 2-4 en la parte I de este libro. Podemos interesarnos también en métodos prácticos por los que podamos ayudar a los estudiantes a detectar las partes de un argumento, separarlas y contrastarlas para entender la función que cada una de ellas juega en el texto argumentativo, y recomponerlas mediante medios visuales que pretenden mayor eficacia y transparencia que la linealidad bruta del documento escrito. A esta tarea se enfocan los caps. 5-7 en la parte II de este libro. Podemos interrogarnos también sobre los alcances y límites de los métodos formales que los lógicos han creado para modelar matemáticamente las demostraciones y acaso otras argumentaciones que constituyen las diversas disciplinas y profesiones. Con este fin fueron escritos los caps. 8-9 de la parte III de este libro. Sin embargo, la reflexión sobre la actividad argumentativa suscita preguntas de un orden si se quiere algo más tangencial, pero no menos relevante. ¿Qué pasa, por ejemplo, cuando un autor conocido por su capacidad argumentativa (de hecho, fundador de la reflexión misma sobre la naturaleza y función de todo argumento) parece abandonar la argumentación estricta para regodearse en formas aparentemente más primitivas de pensamiento? ¿Cómo entender que Platón (pues de él estamos hablando) transite en sus diálogos del logos al mythos, del raciocinio frío a la ficción narrativa? ¿Son los mitos de Platón una continuación del razonamiento por otros medios? El cap. 10 ofrece una respuesta meditada y cuidadosa a esa pregunta. El lector atento puede recoger todas las propuestas de los capítulos anteriores de este libro y aplicarlas a esa respuesta. Verá que las ideas y métodos vertidos en ellos se pueden replantear a partir de este eminente ejemplo histórico. En una época plagada de escepticismo, relativismo y postmodernismo se plantea a menudo la pregunta de si los conceptos y métodos de nuestra tradición occidental le hacen justicia y no más bien violencia a las prácticas cognitivas y comunicativas de otras tradiciones. Aplicado al caso de la argumentación, ¿podemos sin más utilizar la lógica, la retórica o la teoría de la argumentación occidentales para comprender, por ejemplo, los modos de pensar, predicar y persuadir de los antiguos pobladores de América? El cap. 11 ofrece un conjunto de reflexiones acerca de esta pregunta, y con ello solicitan de nuevo la revisión de todo lo planteado en los capítulos que le preceden. En las ciencias humanas ha habido siempre un debate acerca de si podemos aplicar a sus objetos y problemas los mismos métodos que han resultado tan eficaces en el estudio del resto de la naturaleza, orgánica o inorgánica. La tendencia, natural o socializada, espontánea o cultivada con asiduidad, de la mente humana es dualista: nos colocamos, nadie sabe bien cómo o por qué, por encima o por fuera de la naturaleza; nos parece que eso que somos en cuanto humanos es algo diferente del resto de los seres animados o inanimados, que por tanto requiere métodos diferentes. Considere el lector si no todo lo que en este volumen se ha dicho sobre la argumentación: hablamos de ella como de un objeto no natural. El dualismo entre lo que es mente y lo que no lo es fue reconocido ya por los antiguos griegos, y encontramos manifestaciones de él en todas las culturas conocidas. Y ante cualquier intento de estudiar a la humanidad, sus sociedades y culturas, su historia y su sentido (si lo tiene), de modo naturalista sentimos una rebelión íntima y potente. Una de las más recientes manifestaciones de tal rebelión es el llamado “giro lingüístico” o “giro discursivo” (incluyendo la mayoría de lo que corre por el mundo bajo el rubro de “construccionismo”) en ciencias humanas. El cap. 12 trata de mostrar que esos “giros” y modas intelectuales entran en conflicto con posiciones lógicas, epistemológicas y metodológicas robustas y cutivadas tanto por autores individuales notables como por tradiciones enteras de investigación; y por ello que el estudio de tales conflictos constituyen un tema de gran interés para la teoría de la argumentación. Y aquí, una vez más, invitamos al lector a leer los capítulos de las partes I-III a la luz y a la sombra del papel, tanto interno como externo, que los argumentos juegan en los grandes debates de las ciencias humanas y sociales. Capítulo 10 Algunas relaciones entre los mitos y los argumentos en la obra de Platón Carlos Fernando Ramírez Departamento de Filosofía Universidad de Guadalajara INTRODUCCIÓN La obra de Platón contiene pasajes que no escapan aún al lector más distraído, en ellos se narran “historias” de extraordinaria belleza y que contrastan con la dinámica dialógica de la mayor parte de sus escritos. Los temas a los que hacen referencia son de una gran diversidad, encontramos desde la generación del cosmos, hasta el origen de alguna especie animal, pasando, por la naturaleza del alma y la fundación de alguna cuidad. Entre esos pasajes hay algunos que narran el origen de las cosas y en donde la participación divina es fundamental, a estos pasajes son a lo que llamaré mitos. Si las narraciones son el género, la especie son los mitos. Si el mito es una narración que “habla” del origen de la realidad y de cómo los dioses participaron en esta construcción, su papel dentro de los textos platónicos debe ser considerado como algo más que un recurso didáctico o un adorno. Los mitos son, según creo, partes fundamentales en la concepción del mundo de Platón y por ello se encuentran entrelazados con la parte argumental que sustenta sus tesis. Es importante aclarar que no estoy discutiendo lo que es un mito en Platón; sino señalando que bajo las características ya mencionadas, existen un conjunto de narraciones que están presentes en la obra del filósofo y que son muy importantes para sostener sus tesis. Es esta relación mito-argumento la que trataré es este trabajo, el cual se divide en tres partes. Antes que nada, caracterizaré, hasta donde sea pertinente para este trabajo, lo que he considerado como mito en la obra de Platón (sección I); mi caracterzación puede ser objeto de controversia, pero es defendible. A continuación presentaré una idea sobre la argumentación que creo justifica la relación mito-argumento en la obra del ateniense (sección II); en esta sección haré énfasis en la necesidad de considerar el aspecto histórico y contextual de los argumentos, ya que sólo así podemos entender que un mito tenía un valor “demostrativo” en la obra de Platón. Finalmente, presentaré y analizaré ejemplos de la relación mito-argumento (sección III). No tengo naturalmente la intención ni la pretensión de agotar el tema, pero sí de mostrar con algún detalle los nexos precisos entre argumentos y mitos. En mi primer ejemplo resaltaré el isomorfismo entre argumento y mito, es decir presentaré un caso donde el mito sigue la estructura del argumento. En el segundo ejemplo mostraré cómo conviven y se complementan argumento y mito en una 1 prueba: el argumento da el primer “impulso” a la prueba y el mito la complementa. En mi tercer ejemplo contemplaremos el argumento en las entrañas mismo del mito, es decir observaremos cómo el mito parece no tener relación con argumentos previos que determinen su contenido, pero sí con los argumentos que están en su interior. I. EL MITO EN LA OBRA DE PLATÓN Ya he adelantado un par de cosas sobre este punto, a saber, que en el presente trabajo, un mito es considerado como una narración donde se describe el origen de una parte (o incluso de toda) la realidad y que existe una participación de lo divino en ese proceso. Esta caracterización puede ser discutida ¿la palabra “mito” en la obra de Platón, significa lo antes dicho? La respuesta, en sentido estricto, es “no”. Lo más seguro es que para él, el mito fuera un conjunto de narraciones y entre ellas a las que me refiero. Debe considerarse que, en la época de Platón, el rigor del lenguaje no era algo que caracterizara los trabajos de los filósofos; así por ejemplo, Guthrie encuentra once posibles interpretaciones en el uso de la palabra “Logos”, por parte de Heráclito (Guthrie: 1999: 396-400). Sin embargo, creo que dicha caracterización tiene dos ventajas: a) son narraciones que se acercan a lo que asociamos cuando hablamos de “mitos griegos”, y b) me permiten delimitar el problema que abordo. Otra característica que es importante resaltar, es la división de los mitos en mitos de origen y el mito cosmogónico. Existen mitos que narran como fue generada una parte de la realidad con la participación de alguna divinidad (en Platón tenemos muchos ejemplos de ello, piénsese en el caso del nacimiento de las Cigarras o en la del Alma humana etc.) y hay otros donde se narra el origen del cosmos mismo, esto es, de cómo se generó la realidad que nos rodea (éste es el caso del Timeo en la obra de Platón); los primeros son mitos de origen, el segundo el mito cosmogónico. Ésta, como la caracterización anterior, es uno de los resultados de los estudios de Mericea Eliade (Eliade: 2000: 13-42). Lo interesante es que él, utiliza estás consideraciones para describir una amplia gama de mitos que encuentra en regiones tan distantes como disímiles y esta misma estructura la encontramos en los textos platónicos. Así como el mito del origen del hombre en la cultura mesopotámica antigua no tiene sentido si lo aislamos de lo que podríamos llamar la mitología mesopotámica1 (que no sería otra cosa que un conjunto de mitos solidarios entres sí y que funcionan como la visión del mundo en un lugar y tiempo determinado) así también en el caso de Platón sus mitos deben ser considerados como solidarios entres sí y dan la visión sobre el mundo de éste. Lo anterior nos sitúa frente a dos problemas: a) Si leemos los mitos que contienen los textos de Platón, parece haber algunas incompatibilidades entre ellos; lo que no nos permitiría hablar de su congruencia, b) ¿Realmente existe un “sistema mítico” en los escritos del ateniense, a la manera como lo sugiere Mircea Eliade? 1 Aquí no es posible entrar en detalle sobre la relación de los mitos y otras expresiones culturales, pero es importante apuntar la relación que tiene con el arte, el diseño de las ciudades, la política y la vida ordinaria de los pueblos antiguos. También es importante señalar que el contacto entre los pueblos antiguos provocó, generalmente, una simbiosis entre las diferentes mitologías. 2 Al primer problema se le puede dar solución si observamos que en los textos platónicos están construidos de forma dialéctica y que una de las líneas argumentales sostiene las tesis platónicas mientras la otra lleva las antítesis. Conforme a esta estructura habrá mitos que coinciden con las tesis de Platón y otros que no; en resumen, hay mitos que sostiene las tesis platónicas y otros que no. Por ello, si juntamos los mitos que narra Sócrates y que los presenta como verdaderos podemos superar estas aparentes incompatibilidades. El otro problema está estrechamente relacionado con el anterior; si los mitos presentan un sistema de creencias solidarias, ¿es posible encontrar una jerarquía entre ellos? Habría muchas formas de ordenar los mitos platónicos, pero si es cierto que éstos nos narran el origen de las cosas, creo que la mejor forma de jerarquizarlos es atendiendo a su importancia ontológica; esto es, al surgimiento de lo que es ontológicamente la base de la realidad (o lo que se construyó primero y a partir de lo cual la realidad se va generando). En ese sentido tendremos al mito del Timeo, como el mito fundamental y los otros se irían acomodando alrededor de éste, completándolo o matizándolo. En la cultura pre-socrática (como en muchas otras culturas) existía una tradición mítica que explicaba el mundo. Se supone que con la aparición de la filosofía ésta tradición va perdiendo fuerza y se inicia una nueva: la que superpone la razón al mito. ¿Por qué Platón regresa a la explicación mítica? Creo que la respuesta la encontramos en algunos pasajes de sus textos, donde reconoce los límites del conocimiento humano y con ello los de sus discursos, es decir, existen acontecimientos que, por su naturaleza, le son ininteligibles al ser humano; en la Apología: A causa de esta investigación, atenienses, me he creado muchas enemistades, muy duras y pesadas, de tal modo que de ellas han surgido muchas tergiversaciones y el renombre éste de que soy sabio. En efecto, en cada ocasión los presentes creen que yo soy sabio respecto a aquello que refuto a otro. Es probable, atenienses, que el dios sea en realidad sabio y que, en este oráculo, diga que la sabiduría humana es digna de poco o de nada. Y parece que éste habla de Sócrates —se sirve de mi nombre poniéndome como ejemplo, como si dijera: «Es el más sabio, el que, de entre vosotros, hombres, conoce, como Sócrates, que en verdad es digno de nada respecto a la sabiduría.» Así pues, incluso ahora, voy de un lado a otro investigando y averiguando en el sentido del dios, si creo que alguno de los ciudadanos o de los forasteros es sabio. Y cuando me parece que no lo es, prestando mi auxilio al dios, le demuestro que no es sabio. (Apología 22E-23B) Aquí se observa que la sabiduría humana se reduce a reconocer que no se sabe, y en el Timeo: Acerca de la imagen y de su modelo hay que hacer la siguiente distinción en la convicción de que los discursos están emparentados con aquellas cosas que explican: los concernientes al orden estable, firme y evidente con la ayuda de la inteligencia, son estables e infalibles —no deben carecer de nada de cuanto conviene que posean los discursos irrefutables e invulnerables—; los que se refieren a lo que ha sido asemejado a lo inmutable, dado que es una imagen, han de ser verosímiles y proporcionales a los infalibles (Timeo 29B) Es decir, hay una relación entre el objeto sobre el que se discurre y el discurso mismo. El mito es usado ahí donde el conocimiento y el discurso argumental parecen encontrar sus límites. 3 En resumen, lo que aquí consideraremos como mitos en la obra de Platón, son narraciones que “hablan” de el origen de las cosas (incluyendo la generación de la realidad) en donde hay una participación divina; estas narraciones forman un sistema de creencias solidarias entre sí y cuyo mito fundamental es el que aparece en el Timeo. Además, el mito es usado para expresar verdades que van más allá de lo que puede conocer el ser humano; es la frontera entre lo humano y lo sobre-humano, es un discurso probable, porque “habla” de la imagen de lo eterno. II. LA CONTINUIDAD EN LAS FORMAS DE ARGUMENTAR Creo que no hay problema en conceder que existen muchas formas de argumentar y que estas se usan en las circunstancias y con los objetivos más diversos. Así, se puede argumentar para que alguien acepte una invitación al cine o para que acepte que “q” se deriva de “p → q” y “p”. Y lo más probable es que la efectividad de ambas argumentaciones se circunscriba al caso particular, si yo quiero convencer a una persona de que “q” de deriva de “p → q” y “p” y lo quiero hacer usando las mismas razones que utilizo para persuadirla para que me acompañe al cine, mis oportunidades serán escasas. Por otro lado, si revisamos algunos de los textos sobre argumentación, generalmente encontramos intentos de diferenciar tipos de argumentos; estas tipología generalmente atienden a los fines perseguidos ya sean epistémicos, políticos, científicos etc. Podemos decir, que argumentamos cuando queremos justificar racionalmente una tesis; pero esto no sólo en la ciencia, en la política o en la filosofía. En nuestra vida nos encontramos argumentando a diario. Es más o menos claro, que es ahí (en la vida diaria) donde inicia nuestra práctica de argumentar; y las temáticas serán tan diversas como los intereses y las personas. Creo pues, que hay una práctica natural de argumentar y que a partir de ella se van especializando las diferentes formas de argumentar que desembocan en discursos justificadores para cada actividad intelectual humana. Sin embargo, en muchas de esas actividades especializadas, en ocasiones se sigue conservando algunos vestigios de esa argumentación natural. La argumentación es, pues, un continuo que adquiere sus matices de acuerdo a los objetivos perseguidos y a las personas que argumentan. Las características de la argumentación en la filosofía, ciencia o la vida diaria se explica en función de la diferencia de sus objetivos y de las personas. Más aún, si echamos un vistazo a los textos filosóficos, de diferentes épocas y lugares, nos daremos cuenta de que las formas de argumentar son diferentes; esto es el resultado de cierta predilección por formas (tipos) de argumentos y por los supuestos que sostienen dicha argumentación. Para considerar un ejemplo, pensemos en como justifica John Locke la existencia de las ideas (la necesidad de experiencias previas) y Platón (como entidades a priori y eternas) Creo que esto explica el uso de los mitos por parte de Platón, en los mitos encontró no sólo formas socialmente aceptadas de expresión sino, y esto me parce más importante, supuestos que explicaban porque el mundo es como es. En el Timeo, se nos dice que los dioses han “amarrado” de forma imperfecta el alma y el cuerpo del ser humano, y que cuando el alma se desata del cuerpo acontece lo que llamamos muerte, prueba de ello es que los seres humanos mueren; en los mitos parece que su verdad viene 4 a ser confirmada (ejemplificada) por los sucesos que acaecen en el mundo. Hay dos cosas más sobre la función persuasiva del mito. La primera es que los mitos narran acontecimientos que sucedieron en un tiempo primordial, es decir, en un tiempo que no puede ser medido con las medidas humanas. En el Timeo, encontramos la afirmación de que el tiempo es una copia imperfecta de la eternidad y que aparece como parte de la realidad cuando el Dios ha generado el sol y lo ha puesto a girar en rededor de nuestro mundo. En segundo lugar, lo que está más cerca del origen es más perfecto, que lo que está más alejado; esto es, lo más antiguo es mejor que lo más nuevo. Nuevamente en el Timeo, cuando se describe la generación del Cosmos, Platón, inicia con la construcción del alma de éste, luego con el cuerpo, “pues cuando los ensambló no habría permitido que lo más viejo fuera gobernado por lo más joven” (Timeo 34C). III. EJEMPLOS Voy a considerar tres ejemplos de la relación entre los mitos y los argumentos en la obra de Platón. Con la intención de no extenderme más de lo necesario intentaré mostrar sólo los elementos indispensables para apoyar lo que ha venido diciendo hasta aquí; esto es, voy a intentar mostrar: (a) que son mitos, (b) que “defienden” las tesis de Platón, (c) que sus objetos escapan al conocimiento humano, y (d) a todo esto le sumaré la relación que guardan mitos y argumentos El primer ejemplo nos mostrará que en algunas ocasiones, la estructura de los mitos, son isomorfas respecto a un argumento anterior. Para esto analizaré el mito del nacimiento de Eros que está en el Banquete. Voy a tomarme la libertad de exponer todo el mito, porque creo que en él nunca se pierde la estructura del argumento anterior. En el segundo ejemplo, veremos cómo los mitos constituyen ciertas formas de demostración, conjuntamente con los argumentos. El ejemplo que utilizaremos es el mito del carruaje alado que aparece en el Fedro. Por atención a la brevedad, presentaré el argumento, el inicio del mito y como existe un complemento “demostrativo” entre uno y otro. Finalmente, presentaré el caso en donde el mito es la fuente de los argumentos de Platón, aquí el ejemplo ocurre en el Timeo. Primer ejemplo El isomorfismo de argumento y mito. El nacimiento de Eros El mito del nacimiento de Eros es una narración hecha por Sócrates y que forma parte de los 6 discursos sobre Eros que aparecen en el Banquete. En el 5to discurso, pronunciado por Agatón, éste atribuye una serie de rasgos a Eros que serán el punto de partida de la intervención de Sócrates. Está intervención, dicho sea de paso, es la que nos presenta el ejemplo de la relación isomorfa entre argumento y mito. Dice Agatón: De esta manera, Fedro, me parece que Eros, siendo él mismo, en primer lugar, el más hermoso y el mejor, es causa luego para los demás de otras cosas semejantes. (Banquete 197B) Así, al ser Eros hermoso es bello y al ser el mejor es bueno; además es causa de cosas 5 semejantes. La intervención de Sócrates inicia con la refutación a estos rasgos de Eros; en está refutación aparecen algunas afirmaciones sobre las que se apoyará la parte que aquí nos interesa, por lo que será importante ver como se construyen. Sócrates, a su manera usual, una vez que Agatón ha terminado su discurso, desea interrogarlo; le pregunta: —¿Es Eros amor de algo o de nada? —Por supuesto que es de algo (Banquete 200a) Y enseguida: —¿Y desea y ama lo que desea y ama cuando lo posee, o cuando no lo posee —Probablemente —dijo Agatón— cuando no lo posee. (Banquete 200A) Más adelante: —Ea, pues —prosiguió Sócrates—, recapitulemos los puntos en los que hemos llegado a un acuerdo. ¿No es verdad que Eros es, en primer lugar, amor de algo y, luego, amor de lo que tiene realmente necesidad? —Sí —dijo. (Banquete 200E) De aquí tenemos dos afirmaciones que han sido aceptadas por ambas partes: 1) Eros es amor de algo, y 2) Se ama o desea de lo realmente se tiene necesidad porque no se le posee. En 201A se acuerda que si Eros ama algo, esto debe ser lo bello y no lo feo (esto en atención a la primera proposición aceptada anteriormente); pero es necesario satisfacer el segundo de los acuerdos, si Eros ama lo bello, entonces está falto de belleza pues no la posee. En este sentido Sócrates pregunta, si Eros esta falto de belleza y no la posee, entonces ¿podrá ser bello? Agatón no se compromete con una respuesta, pero es claro que la respuesta debe ser “no” (201B). Finalmente, Sócrates establece una relación entre lo bello y lo bueno: “¿las cosas buenas no te parece que también son bellas?” (201C); esto es, si A es bueno entonces A es bello; luego esto se aplica a Eros: “Si Eros está falto de cosas bellas y si las cosas buenas son bellas, estará falto de cosas buenas” (Banquete 201C). Recapitulemos: 1) 2) 3) 4) 5) Eros es amor de algo Se ama o se desea lo que no se posee Eros es amor de lo bello Si Eros es amor de lo bello, eros no posee lo bello Si lo bueno es bello y si Eros no posee lo bueno tampoco posee lo bello. 6 Ahora veamos, como se presenta la parte argumental que dará la estructura que seguirá el mito: Pero voy a dejarte por ahora y os contaré el discurso sobre Eros que oí un día de labios de una mujer de Mantinea, Diotima, que era sabia en éstas y otras muchas cosas. Así, por ejemplo, en cierta ocasión consiguió para los atenienses, al haber hecho un sacrificio por la peste, un aplazamiento de diez años de la epidemia. Ella fue, precisamente, la que me enseñó también las cosas del amor. (Banquete 201d) Hasta aquí hay un argumento por autoridad, habla de una mujer sabia que le enseña “las cosas del amor” y fue ella la que instruyó a Sócrates sobre este asunto. Intentaré, pues, exponeros, yo mismo por mi cuenta, en la medida en que pueda y partiendo de lo acordado entre Agatón y yo, el discurso que pronunció aquella mujer. En consecuencia, es preciso, Agatón, como tú explicaste, describir primero a Eros mismo, quién es y cuál es su naturaleza, y exponer después sus obras. Me parece, por consiguiente, que lo más fácil es hacer la exposición como en aquella ocasión procedió la extranjera cuando iba interrogándome. Pues poco más o menos también yo le decía lo mismo que Agatón ahora a mí: que Eros era un gran dios y que lo era de las cosas bellas. Pero ella me refutaba con los mismos argumentos que yo a él: que, según mis propias palabras, no era ni bello ni bueno. (Banquete 201d-e) Aquí hay tres cuestiones que me gustaría destacar: a) se menciona la participación de Agatón en la polémica; esto es importante porque el mito se incrusta en un ejercicio dialéctico: hay dos líneas argumentales, una la que defiende Agatón y la otra la que sostiene Sócrates. Creo que no hay duda de que la defendida por Sócrates es la que concuerda con el pensamiento de Platón b) se está de acuerdo con Agatón, de primero hablar sobre la naturaleza de Eros, y luego de sus obras; esto constituye el orden del argumento y el mito y c) Según Diotima, Eros no es ni bello ni bueno. Si Eros no es bello ni bueno, quedan dos posibilidades 1) Eros es feo y malo, o 2) hay una tercera alternativa: no es ni bello ni bueno, pero tampoco feo y malo. —¿Cómo dices, Diotima? —le dije yo—. ¿Entonces Eros es feo y malo? —Habla mejor —dijo ella—. ¿Crees que lo que no sea bello necesariamente habrá de ser feo? —Exactamente. Hasta aquí, Sócrates no se ha percatado de que la pregunta de Diotima tiene una tercera posible respuesta, él sólo piensa que o Eros es bello y bueno o es Feo y malo: —¿Y lo que no sea sabio, ignorante? ¿No te has dado cuenta de que hay algo intermedio entre la sabiduría y la ignorancia? Diotima sugiere algo intermedio entre los opuestos ignorancia-sabiduría; pero… —¿Qué es ello? —¿No sabes —dijo— que el opinar rectamente, incluso sin poder dar razón de ello, no es ni saber, 7 pues una cosa de la que no se puede dar razón no podría ser conocimiento, ni tampoco ignorancia, pues lo que posee realidad no puede ser ignorancia? La recta opinión es, pues, algo así como una cosa intermedia entre el conocimiento y la ignorancia (Banquete 201E-202A) Esta relación ignorancia-[opinión verdadera]-sabiduría, constituye el esquema que replanteará los opuestos bello-feo, bueno-malo; que se habían mencionado anteriormente. —Tienes razón —dije yo. —No pretendas, por tanto, que lo que no es bello sea necesariamente feo, ni lo que no es bueno, malo. Y así también respecto a Eros, puesto que tú mismo estás de acuerdo en que no es ni bueno ni bello, no creas tampoco que ha de ser feo y malo, sino algo intermedio, dijo, entre estos dos. (Banquete 202b) La opinión verdadera es lo intermedio entre la sabiduría y la ignorancia, ahora Eros se muestra como lo intermedio entre bueno y malo, bello y feo. —Sin embargo —dije yo—, se reconoce por todos que es un gran dios. —¿Te refieres —dijo ella— a todos los que no saben o también a los que saben? —Absolutamente a todos, por supuesto. Entonces ella, sonriendo, me dijo: —¿Y cómo podrían estar de acuerdo, Sócrates, en que es un gran dios aquellos que afirman que ni siquiera es un dios? —¿Quiénes son ésos? —dije yo. —Uno eres tú —dijo— y otra yo. —¿Cómo explicas eso? —le repliqué yo. —Fácilmente —dijo ella—. Dime, ¿no afirmas que todos los dioses son felices y bellos? ¿O te atreverías a afirmar que algunos de entre los dioses no es bello y feliz? —¡Por Zeus!, yo no —dije. —¿Y no llamas felices, precisamente, a los que poseen las cosas buenas y bellas? —Efectivamente. Pero en relación con Eros al menos has reconocido que, por carecer de cosas buenas y bellas, desea precisamente eso mismo de que está falto. —Lo he reconocido, en efecto. —¿Entonces cómo podría ser dios el que no participa de lo bello y de lo bueno? —De ninguna manera, según parece. —¿Ves, pues —dijo ella—, que tampoco tú consideras dios a Eros? (Banquete 202b-202d) En esta parte, Eros se revela como un ser que no es un dios, las razones son claras: los dioses son bellos y felices, los seres felices son aquellos que poseen las cosas bellas y buenas; pero estas son las cosas que busca Eros por carecer de ellas y si no participa de lo bueno y lo bello, no puede ser un dios. Reordenemos el argumento: Todo dios es bello y feliz. Todo ser que posee las cosas bellas y buenas es bello y feliz. Se desea lo que no se tiene. Si Eros desea lo bello y lo bueno, entonces no posee las cosas bellas y buenas, luego no es bello y feliz; por lo tanto no es un dios. 8 —¿Qué puede ser, entonces, Eros? —dije yo—. ¿Un mortal? —En absoluto. —¿Pues qué entonces? —Como en los ejemplos anteriores —dijo—, algo intermedio entre lo mortal y lo inmortal. —¿Y qué es ello, Diotima? —Un gran demon, Sócrates. Pues también todo lo demónico está entre la divinidad y lo mortal. —¿Y qué poder tiene? —dije yo. —Interpreta y comunica a los dioses las cosas de los hombres y a los hombres las de los dioses, súplicas y sacrificios de los unos y de los otros órdenes y recompensas por los sacrificios. Al estar en medio de unos y otros llena el espacio entre ambos, de suerte que el todo queda unido consigo mismo como un continuo. A través de él funciona toda la adivinación y el arte de los sacerdotes relativa tanto a los sacrificios como a los ritos, ensalmos, toda clase de mántica y la magia. La divinidad no tiene contacto con el hombre, sino que es a través de este demon como se produce todo contacto y diálogo entre dioses y hombres, tanto como si están despiertos como si están durmiendo. Y así, el que es sabio en tales materias es un hombre demónico, mientras que el que lo es en cualquier otra cosa, ya sea en las artes o en los trabajos manuales, es un simple artesano. Estos démones, en efecto, son numerosos y de todas clases, y uno de ellos es también Eros. (Banquete 202D-203A) Eros es un daimon, un ser intermedio entre un lo inmortal y lo mortal, entre la divinidad y lo mortal; pero más aún, su poder (función) es ser un intermedio entre los dioses y los hombres. Los dioses no están en contacto directo con los hombres lo hacen a través de Eros. Aquí inicia el mito. Dice Platón refiriéndose a Eros: —¿Y quién es su padre y su madre? —dije yo. —Es más largo —dijo— de contar, pero, con todo, te lo diré. Cuando nació Afrodita, los dioses celebraron un banquete y, entre otros, estaba también Poros, el hijo de Metis. Después que terminaron de comer, vino a mendigar Penía, como era de esperar en una ocasión festiva, y estaba cerca de la puerta. Mientras, Poros, embriagado de néctar —pues aún no había vino—, entró en el jardín de Zeus y, entorpecido por la embriaguez, se durmió. Entonces Penía, maquinando, impulsada por su carencia de recursos, hacerse un hijo de Poros, se acuesta a su lado y concibió a Eros. (Banquete 203B) Debe observarse que esto sucede en un tiempo lejano, “aún no había vino”. Penía es la pobreza, la falta de recursos y Poros es lo opuesto, la riqueza en recursos; esto va a quedar totalmente clara en las siguientes secciones. Eros, por su origen tiene como naturaleza la pobreza y la riqueza; la mejor forma que tenemos los seres humanos para tratar semejante tema (la naturaleza de un dios) es el mito; por eso “es más largo de contar”. Por esta razón, precisamente, es Eros también acompañante y escudero de Afrodita, al ser engendrado en la fiesta del nacimiento de la diosa y al ser, a la vez, por naturaleza un amante de lo bello, dado que también Afrodita es bella. Siendo hijo, pues, de Poros y Penía, Eros se ha quedado con las siguientes características. En primer lugar, es siempre pobre, y lejos de ser delicado y bello, como cree la mayoría, es, más bien, duro y seco, descalzo y sin casa, duerme siempre en el suelo y descubierto, se acuesta a la intemperie en las puertas y al borde de los caminos, compañero siempre 9 inseparable de la indigencia por tener la naturaleza de su madre. Pero, por otra parte, de acuerdo con la naturaleza de su padre, está al acecho de lo bello y de lo bueno; es valiente, audaz y activo, hábil cazador, siempre urdiendo alguna trama, ávido de sabiduría y rico en recursos, un amante del conocimiento a lo largo de toda su vida, un formidable mago, hechicero y sofista. No es por naturaleza ni inmortal ni mortal, sino que en el mismo día unas veces florece y vive, cuando está en la abundancia, y otras muere, pero recobra la vida de nuevo gracias a la naturaleza de su padre. Mas lo que consigue siempre se le escapa, de suerte que Eros nunca ni está falto de recursos ni es rico, y está, además, en el medio de la sabiduría y la ignorancia. Pues la cosa es como sigue: ninguno de los dioses ama la sabiduría ni desea ser sabio, porque ya lo es, como tampoco ama la sabiduría cualquier otro que sea sabio. Por otro lado, los ignorantes ni aman la sabiduría ni desean hacerse sabios, pues en esto precisamente es la ignorancia una cosa molesta: en que quien no es ni bello, ni bueno, ni inteligente se crea a sí mismo que lo es suficientemente. Así, pues, el que no cree estar necesitado no desea tampoco lo que no cree necesitar2. (Banquete 203C-204A) Aquí aparecen las características de Eros: 1) 2) 3) 4) Es amante de lo bello, dado que nació en la fiesta de Afrodita Es pobre, por carecer de posesiones (entre ellas la sabiduría), pero Rico en recursos. Eros esta entre la pobreza y la riqueza Esta posición de intermedio es análoga a la que encontramos en el argumento que sostenía que había un intermedio entre lo bello y lo feo, lo bueno y lo malo, y la sabiduría y la ignorancia. Pero la relación se vuelve más fuerte cuando Eros es un intermedio entre el sabio y el ignorante; el primero ya no busca la sabiduría porque ya la tiene, por otro lado, el ignorante ni ama ni desea la sabiduría. Sin embargo, hay una equivalencia de estructura que me parece más interesante y que quedará clara en la última parte. —¿Quiénes son, Diotima, entonces —dije yo— los que aman la sabiduría, si no son ni los sabios ni los ignorantes? —Hasta para un niño es ya evidente —dijo— que son los que están en medio de estos dos, entre los cuales estará también Eros. La sabiduría, en efecto, es una de las cosas más bellas y Eros es amor de lo bello, de modo que Eros es necesariamente amante de la sabiduría, y por ser amante de la sabiduría está, por tanto, en medio del sabio y del ignorante. Y la causa de esto es también su nacimiento, ya que es hijo de un padre sabio y rico en recursos y de una madre no sabia e indigente. Ésta es, pues, querido Sócrates, la naturaleza de este demon. Pero, en cuanto a lo que tú pensaste que era Eros, no hay nada sorprendente en ello. Tú creíste, según me parece deducirlo de lo que dices, que Eros era lo amado y no lo que ama. Por esta razón, me imagino, te parecía Eros totalmente bello, pues lo que es susceptible de ser amado es también lo verdaderamente bello, delicado, perfecto y digno de ser tenido por dichoso, mientras que lo que ama tiene un carácter diferente, tal como yo lo describí. (Banquete 204B-204C) 2 Esta última parte es un argumento que tiene su antecedente en el interrogatorio que le hizo Sócrates a Agatón: Se desea y se ama lo que se necesita porque no se le posee. 10 Obsérvense las palabras que he subrayado: “Tu creíste, según me parece deducirlo de lo que dices, que Eros era lo amado y no lo que ama”. Esto último es lo que me parece interesante. En el argumento se decía que Eros debe ser amor de algo, no ese algo que es amado; de la misma manera aquí, Eros se nos presenta como él que ama, no lo amado. En ambos caso Eros es una relación entre un sujeto y lo que ama. Me parece que esto muestra lo que había conjeturado al inicio, la parte argumental “guía” la estructura del argumento. En ambos aparece un intermedio entre los opuestos, y este intermedio coloca la naturaleza de Eros como una relación. Finalmente, podemos afirmar que esta narración cae dentro de las que habíamos considerado como mitos: (a) se narra el origen de una parte de la realidad, a saber el amor; (b) hay una intervención de lo divino en el mundo y Eros es el encargado de esa relación. Además, este mito está en la línea argumental de Platón, pues Sócrates lo presenta como opuesto a lo dicho por Agatón. Segundo ejemplo Convivencia del argumento y el mito en una prueba: El carruaje alado El segundo ejemplo es el del mito del Alma como Carruaje Alado que aparece en el Fedro, la relación que observaremos aquí es que el argumento y el mito forman parte de una “prueba”. Como todos sabemos, el Fedro contiene tres discursos sobre el Amor; el primero pronunciado por Fedro y los otros dos por Sócrates. El tema general es el amor y de manera particular pretenden contestar la pregunta ¿a quién hay que darle los favores del amor, al enamorado o a quién no está enamorado? La conclusión de Fedro es clara, los favores del amor se deben conceder a quien no está enamorado; la razón es que el enamorado actúa bajo un estado de manía. Sócrates en su primer discurso, con un manto cubriendo su cara, llega a una idéntica conclusión y la razón es la misma. El manto sobre su cara se puede interpretar como una máscara que oculta su rostro y su verdadero parecer3. Cuando están a punto de retirarse, Sócrates percibe que han cometido un grave error, pues han considerado que el amor es una especie de manía que trae males a los hombres; pero ¿no es la manía un regalo de los dioses a los hombres, y no ha traído muchos beneficios a éstos últimos? Por ello dice Sócrates: Por eso, aconsejo a Lisias que, cuanto antes, escriba que es al que ama, más bien que al que no ama, a quien, equitativamente, hay que otorgar favores (Fedro 243D) Que no es cierto el relato, si alguien afirma que estando presente un amante, es a quien no ama, a quien hay que conceder favores, por el hecho de que uno está loco y cuerdo el otro. Porque si fuera algo tan simple afirmar que la demencia es un mal, tal afirmación estaría bien. Pero resulta que, a 3 Dice Sócrates en Fedro 243B: “Por tanto, antes de que me sobrevenga alguna desgracia por haber maldecido del Amor, le voy a ofrecer una palinodia, a cara descubierta, y no tapado, como antes, por vergüenza.” 11 través de esa demencia, que por cierto es un don que los dioses otorgan, nos llegan grandes bienes. (Fedro 244A) Así lo muestra, dice Sócrates, los usos que se le ha dado en la adivinación, en la obtención de la salud y la composición de obras poéticas inspiradas. Pero hay otro tipo de manía, (que da aún mayores beneficios) es la que tiene que ver con el enamorado, sobre la que se construirá el tercer discurso, y que nos llevará al tema que aquí nos interesa. Sin embargo, lo que nosotros, por nuestra parte, tenemos que probar es lo contrario, o sea que tal ‘manía’ nos es dada por los dioses para nuestra mayor fortuna.(Fedro 245b-245c) Esta “prueba” tendrá dos partes: en la primera, (mediante un argumento) se mostrará que el alma es inmortal; en la segunda, (mediante un mito) se narra lo que es el alma. El amor depende del alma, y a partir de ella se explica la manía del enamorado. Prueba, que, por cierto, no se la creerán los muy sutiles, pero sí los sabios. Conviene, pues, en primer lugar, que intuyamos la verdad sobre la naturaleza divina y humana del alma, viendo qué es lo que siente y qué es lo que hace. Y éste es el principio de la demostración (Fedro 245C). Pero la prueba que anuncia Sócrates desborda el ámbito de lo puramente humano y se coloca en el ámbito de lo divino. Se trata de mostrar que el amor es una locura benéfica para los hombres, pero analizando el lugar donde ésta se alberga: el alma. Veamos la parte del argumento: Toda alma es inmortal. Porque aquello que se mueve siempre es inmortal. Sin embargo, para lo que mueve a otro, o es movido por otro, dejar de moverse es dejar de vivir. Sólo, pues, lo que se mueve a sí mismo, como no puede perder su propio ser por sí mismo, nunca deja de moverse, sino que, para las otras cosas que se mueven, es la fuente y el origen del movimiento. Y ese principio es ingénito. Porque, necesariamente, del principio se origina todo lo que se origina; pero él mismo no procede de nada, porque si de algo procediera, no sería ya principio original. Como, además, es también ingénito, tiene, por necesidad, que ser imperecedero. Porque si el principio pereciese, ni él mismo se originaría de nada, ni ninguna otra cosa de él; pues todo tiene que originarse del principio. Así pues, es principio del movimiento lo que se mueve a sí mismo. Y esto no puede perecer ni originarse, o, de lo contrario, todo el cielo y toda generación, viniéndose abajo, se inmovilizarían, y no habría nada que, al originarse de nuevo, fuera el punto de arranque del movimiento. Una vez, pues, que aparece como inmortal lo que, por sí mismo, se mueve, nadie tendría reparos en afirmar que esto mismo es lo que constituye el ser del alma y su propio concepto. Porque todo cuerpo, al que le viene de fuera el movimiento, es inanimado; mientras que al que le viene de dentro, desde sí mismo y para sí mismo, es animado. Si esto es así, y si lo que se mueve a sí mismo no es otra cosa que el alma, necesariamente el alma tendría que ser ingénita e inmortal. (Fedro 245C-246A) De aquí se deducen tres características del alma que serán los supuestos del mito; a saber: 12 1) 2) 3) El alma es inmortal Como consecuencia de la anterior, el alma es ingénita Como consecuencia de dos, el alma es imperecedera. Hasta aquí, y a pesar de que los contenidos del argumento no se pueden someter a una valoración empírica, parece que Platón cree que no hay problema para aceptarlos, quizá porque le parece que si se aceptan ciertos supuestos, el encadenamiento lógico les proporciona la suficiente confiabilidad. Pero esa confianza pronto desparece: Sobre la inmortalidad, baste ya con lo dicho. Pero sobre su idea hay que añadir lo siguiente: Cómo es el alma, requeriría toda una larga y divina explicación; pero decir a qué se parece, es ya asunto humano y, por supuesto, más breve. Podríamos entonces decir que se parece a una fuerza que, como si hubieran nacido juntos, lleva a una yunta alada y a su auriga. Pues bien, los caballos y los aurigas de los dioses son todos ellos buenos, y buena su casta, la de los otros es mezclada. Por lo que a nosotros se refiere, hay, en primer lugar, un conductor que guía un tronco de caballos y, después, estos caballos de los cuales uno es bueno y hermoso, y está hecho de esos mismos elementos, y el otro de todo lo contrario, como también su origen. Necesariamente, pues, nos resultará difícil y duro su manejo. (Fedro 246A-246B) Decir cómo es el alma requeriría una larga y divina explicación, por lo que esto está fuera de los alcances de los seres humanos; sin embargo, se puede decir a que se parece y esto ya está al alcance de los hombres. Al igual que en el mito del Nacimiento de Eros, se muestra como el mito se introduce cuando la razón humana y su discurso ya no alcanzan. Y ahora, precisamente, hay que intentar decir de dónde le viene al viviente la denominación de mortal e inmortal. Todo lo que es alma tiene a su cargo lo inanimado, y recorre el cielo entero, tomando unas veces una forma y otras otra. Si es perfecta y alada, surca las alturas, y gobierna todo el Cosmos. Pero la que ha perdido sus alas va a la deriva, hasta que se agarra a algo sólido, donde se asienta y se hace con cuerpo terrestre que parece moverse a sí mismo en virtud de la fuerza de aquélla. Este compuesto, cristalización de alma y cuerpo, se llama ser vivo, y recibe el sobrenombre de mortal. El nombre de inmortal no puede razonarse con palabra alguna; pero no habiéndolo visto ni intuido satisfactoriamente, nos figuramos a la divinidad, como un viviente inmortal, que tiene alma, que tiene cuerpo, unidos ambos, de forma natural, por toda la eternidad. Pero, en fin, que sea como plazca a la divinidad, y que sean estas nuestras palabras. (Fedro 246B-246C) No deseo extenderme más de lo necesario, para mostrar lo que había conjeturado al inicio de esta sección; creo que hasta aquí queda claro que: 1) El argumento y el mito forman parte de una prueba, el argumento sostiene que el alma es inmortal y sin ese supuesto el mito no sería razonable; 2) que el mito es sostenido por Platón (esto queda claro, en el momento en que Sócrates no acepta las conclusiones de los dos primeros discursos; y 3) que el mito se introduce cuando el conocimiento humano y el discurso argumental han sido sobrepasados. Quedan dos puntos que es necesario tratar, el primero es la participación de lo divino en el mundo y finalmente la conclusión que Platón obtiene del mito y el argumento. Iniciemos con el primero. Hay dos formas en que el mito establece la relación de lo divino y 13 el mundo; una en el tipo de amor que los seres humanos buscamos en éste mundo y la otra en el juicio y destino del alma. Cuando las almas de los mortales están junto a los dioses, se realiza una peregrinación alrededor del cielo, donde doce de los dioses encabezan doce legiones de almas de seres mortales; y el tipo de amor que se busca en este mundo, está determinada por la legión de la que se formó parte. Así pues, el que, de entre los compañeros de Zeus, ha sido preso, puede soportar más dignamente la carga de aquel que tiene su nombre de las alas. Pero aquellos que, al servicio de Ares, andaban dando vueltas al cielo, cuando han caído en manos del Amor, y han llegado a pensar que su amado les agravia, se vuelven homicidas, y son capaces de inmolarse a sí mimos y a quien aman. Y así, según sea el dios a cuyo séquito se pertenece, vive cada uno honrándole e imitándole en lo posible, mientras no se haya corrompido, y sea ésta la primera generación que haya vivido; y de tal modo se comporta y trata a los que ama y a los otros. Cada uno escoge, según esto, una forma del Amor hacia los bellos, y como si aquel amado fuera su mismo dios, se fabrica una imagen que adorna para honrarla y rendirle culto. (Fedro 252C-252D) Cuando los seres humanos morimos, dice Platón, nuestra alma es llevada a juicio: Las demás, sin embargo, cuando acabaron su primera vida, son llamadas a juicio y, una vez juzgadas, van a parar a prisiones subterráneas, donde expían su pena; y otras hay que, elevadas por la justicia a algún lugar celeste, llevan una vida tan digna como la que vivieron cuando tenían forma humana. (Fedro 249A) Aquí no se aprecia la participación divina, a primera vista; sin embargo, los jueces que determinan el destino que el alma seguirá, están sometidos a leyes que han sido formuladas por los dioses. Esto lo podemos inferir de la pregunta ¿cómo se podría enjuiciar el alma de los seres humanos? No debe hacerse con leyes que los mismos seres humanos hayan formulado, pues estas no pueden evaluar lo que le sucede al alma, deben ser leyes divinas. Pero hay un indicio más firme, si se acepta que los mitos forman una unidad solidaria, entonces podríamos traer como confirmación el mito que aparece en el Gorgias: Existía en tiempos de Crono, y aun ahora continúa entre los dioses, una ley acerca de los hombres según la cual el que ha pasado la vida justa y piadosamente debe ir, después de muerto, a las Islas de los Bienaventurados y residir allí en la mayor felicidad, libre de todo mal; pero el que ha sido injusto e impío debe ir a la cárcel de la expiación y del castigo, que llaman Tártaro. En tiempos de Crono y aun más recientemente, ya en el reinado de Zeus, los jueces estaban vivos y juzgaban a los hombres vivos en el día en que iban a morir; por tanto, los juicios eran defectuosos. (Gorgias 523A-523B) Veamos, por último, las conclusiones a las que llega Platón en esta prueba, que sostiene que el amor es algo bueno para los hombres. Y aquí es, precisamente a donde viene a parar todo ese discurso sobre la cuarta forma de locura, aquella que se da cuando alguien contempla la belleza de este mundo, y, recordando la verdadera, le 14 salen alas y, así alado, le entran deseos de alzar el vuelo, y no lográndolo, mira hacia arriba como si fuera un pájaro, olvidado de las de aquí abajo, y dando ocasión a que se le tenga por loco. Así que, de todas las formas de «entusiasmo», es ésta la mejor de las mejores, tanto para el que la tiene, como para el que con ella se comunica; y al partícipe de esta manía, al amante de los bellos, se le llama enamorado. (Fedro 249D-249E) Esta forma de locura, de entusiasmo o manía es la mejor, pues ella acerca al ser humano a la contemplación de la Belleza en sí, aunque lo haga mediante una copia imperfecta. Dones tan grandes y tan divinos, muchacho, te traerá la amistad del enamorado. Pero la intimidad con el que no ama, mezclada de la mortal sensatez, dispensadora también de lo mortal y miserable, produciendo en el alma amiga una ruindad que la gente alaba como virtud, dará lugar a que durante nueve mil años ande rodando por la tierra y bajo ella, en toral ignorancia. (256E-257A). En esta parte, que se encuentra casi al final del mito, se sostiene lo opuesto a los dos discursos anteriores. En aquellos se recomendaba darle los favores del amor al que no está enamorado, aquí se recomienda lo opuesto; e incluso se advierte del grave riesgo, para el alma, si se siguen los consejos de los otros dos discursos. Tercer ejemplo El argumento en las entrañas del mito: La generación del cosmos En el Timeo encontramos el último de los ejemplos, que hemos mencionado, de la relación argumento-mito. Aquí podremos ver el caso en que el mito no requiere de una argumentación previa para sostenerse; esto no quiere decir que sea totalmente independiente de los argumentos, pues es claro que este mito contiene argumentos, pero su relación con estos es diferente a la que se presentaba en los ejemplos anteriores. Parece que en este caso los argumentos tienen que ver directamente con el desarrollo del mito, están subordinados a éste, al menos en dos sentidos: 1) El contenido de los argumentos está subordinado por el contenido del mito, de tal forma que sólo son usados para reafirmar lo que se va desarrollando en el mito; y 2) Como se verá, el mito es presentado como un discurso probable (esto coincide con la idea que sólo se puede discurrir sobre ciertos asunto, de forma probable, pues sus contenidos están en al límite del conocimiento humano) y los argumentos quedan subordinados a este carácter al mito. Presentar el mito de la generación del cosmos, sería abusar de la paciencia del lector por lo que presentaré sólo los pasajes que me permitan satisfacer las características del mito que he enunciado al inicio de esta sección. Un acuerdo entre Sócrates, Hermócrates, Crítias y Timeo, lleva a este último a pronunciar un discurso sobre la generación del universo. Lo que a continuación presento es el plan que seguirá Timeo en la exposición de su discurso (que no es otra cosa que el mito), donde se pueden apreciar las características buscadas. [TIMEO] —Pero, Sócrates, cualquiera que sea un poco prudente invoca a un dios antes de emprender una tarea o un asunto grande o pequeño. También nosotros, que vamos a hacer un discurso acerca 15 del universo, cómo nació y si es o no generado, si no desvariamos completamente, debemos invocar a los dioses y diosas y pedirles que nuestra exposición sea adecuada, en primer lugar, a ellos y, en segundo, a nosotros. Sirva esto como invocación a los dioses. En cuanto a nosotros, debo rogar para que vosotros podáis entender mi discurso con la mayor facilidad y yo mostrar de la mejor manera lo que pienso acerca de los temas propuestos. (Timeo 27C-27D) Lo interesante de esta parte es que se anuncia el tema a tratar y la consideración más importante a tomar en cuenta; el tema es el universo y lo que se debe considerar, de entrada, es si el universo es eterno o ha sido generado. Pues bien en mi opinión hay que diferenciar primero lo que sigue: ¿Qué es lo que es siempre y no deviene y qué lo que deviene continuamente pero nunca es? Uno puede ser comprendido por la inteligencia mediante el razonamiento, el ser siempre inmutable; el otro es opinable, por medio de la opinión unida a la percepción sensible no racional, nace y fenece, pero nunca es realmente. Además, todo lo que deviene, deviene necesariamente por alguna causa; es imposible, por tanto, que algo devenga sin una causa. Cuando el artífice de algo, al construir su forma y cualidad, fija constantemente su mirada en el ser inmutable y lo usa de modelo, lo así hecho será necesariamente bello. Pero aquello cuya forma y cualidad hayan sido conformadas por medio de la observación de lo generado, con un modelo generado, no será bello. Acerca del universo —o cosmos o si en alguna ocasión se le hubiera dado otro nombre más apropiado, usémoslo— debemos indagar primero, lo que se supone que hay que considerar en primer lugar en toda ocasión: si siempre ha sido, sin comienzo de la generación, o si se generó y tuvo algún inicio. Es generado, pues es visible y tangible y tiene un cuerpo y tales cosas son todas sensibles y lo sensible, captado por la opinión unida a la sensación, se mostró generado y engendrado. Decíamos, además, que lo generado debe serlo necesariamente por alguna causa. Descubrir al hacedor y padre de este universo es difícil, pero, una vez descubierto, comunicárselo a todos es imposible. Por otra parte, hay que observar acerca de él lo siguiente: qué modelo contempló su artífice al hacerlo, el que es inmutable y permanente o el generado. Bien, si este mundo es bello y su creador bueno, es evidente que miró el modelo eterno. Pero si es lo que ni siquiera está permitido pronunciar a nadie, el generado. A todos les es absolutamente evidente que contempló el eterno, ya que este universo es el más bello de los seres generados y aquél la mejor de las causas. Por ello, engendrado de esta manera, fue fabricado según lo que se capta por el razonamiento y la inteligencia y es inmutable. Si esto es así, es de total necesidad que este mundo sea una imagen de algo. Por cierto, lo más importante es comenzar de acuerdo con la naturaleza del tema. Entonces, acerca de la imagen y de su modelo hay que hacer la siguiente distinción en la convicción de que los discursos están emparentados con aquellas cosas que explican: los concernientes al orden estable, firme y evidente con la ayuda de la inteligencia, son estables e infalibles —no deben carecer de nada de cuanto conviene que posean los discursos irrefutables e invulnerables—; los que se refieren a lo que ha sido asemejado a lo inmutable, dado que es una imagen, han de ser verosímiles y proporcionales a los infalibles. Lo que el ser es a la generación, es la verdad a la creencia. Por tanto, Sócrates, si en muchos temas, los dioses y la generación del universo, no llegamos a ser eventualmente capaces de ofrecer un discurso que sea totalmente coherente en todos sus aspectos y exacto, no te admires. Pero si lo hacemos tan verosímil como cualquier otro, será necesario alegrarse, ya que hemos de tener presente que yo, el que habla, y vosotros, los jueces, tenemos una naturaleza humana, de modo que acerca de esto conviene que aceptemos el relato probable y no busquemos más allá. (Timeo 27D-29D) 16 En esta sección hay importantes afirmaciones para lo que será el desarrollo del mito: 1) 2) 3) 4) 5) 6) 7) Hay algo que “siempre es y no deviene” y algo que deviene continuamente. Lo primero comprendido por la inteligencia mediante el razonamiento, el otro, por medio de la percepción sensible no racional. Todo lo que deviene lo hace por alguna causa Todo artífice, si es un buen demiurgo, debe fijarse en lo que “siempre es y no deviene” El universo deviene y por ello es generado, y si es generado, es sensible. El universo tuvo un “hacedor”. Descubrir a este “hacedor” es difícil, pero una vez que se le ha descubierto, comunicarlo a los demás es imposible. El Hacedor tomó como modelo, para generar el universo, al lo que “siempre es y no deviene” Los discursos están “emparentados” con las cosas que explican; así el discurso que se refiere a lo que “siempre es y no deviene” (que es el modelo que tomó el Hacedor para generar al universo) debe ser infalible y verdadero, el que se refiere a lo generado: “dado que es una imagen, han de ser verosímiles y proporcionales a los infalibles”. Con la información de esta parte podemos asegurar que estamos ante un mito: a) el “Hacedor” del universo, no puede ser más que un dios, b) el discurso que pronunciará Timeo es sólo probable, y en este sentido se marca un límite del conocimiento humano, c) aunque, aquí todavía no se aprecia, Platón esta de acuerdo con el contenido del mito. En primer lugar, acepta el “plan” de exposición de Timeo, dice Sócrates: “Absolutamente bien, Timeo, y hay que aceptarlo como mandas. Nos ha agradado sobremanera tu preludio, interprétanos a continuación el tema” (Timeo 29D); en segundo, en todo el discurso del mito nunca interviene ni Sócrates ni nadie más, menos aún, hay un desacuerdo con lo que narra Timeo. Finalmente, en este ejemplo, la relación argumento-mito es muy distinta a las anteriores, en ésta ocasión los argumentos que se relaciona de forma directa con el mito, están al interior de éste, apoyándolo pero subordinados a él. CONCLUSIONES He tratado de contextualizar este trabajo, dando una caracterización de lo que es un mito en la obra de Platón, aunque ésta puede ser controversial me parece que se puede rescatar en dos sentidos: a) este tipo de narraciones están presentes en los textos de Platón, b) aluden a lo que pensamos cuando hablamos de “mitos griegos”. Y de manera más práctica me permite hacer las comparaciones, entre ellos y los argumentos. También he intentado dar una idea de lo que entiendo por argumentación y sobre todo que, creo, sólo podemos entender los efectos y fines que persigue si la colocamos en el contexto en que “nace”. Por esto me parece que debe considerarse el eje histórico de ella. Lo que era un buen argumento en el pasado, no necesariamente tiene que serlo siempre. Lo anterior me permitió considerar tres hipótesis de las relaciones entre los mitos y los argumentos en la obra de Platón: 17 1) 2) 3) Cuando el argumento y el mito tienen estructuras análogas Cuando el argumento y el mito son usados para probar algo. Cuando los argumentos funcionan al interior del mito y de él reciben sus contenidos A lo largo de este trabajo he presentado tres mitos que están vinculados con la parte argumental en el mismo número de textos de Platón. A quedado claro que los mitos no son sólo piezas de adorno o narraciones didácticas, sino que, muestran un fuerte nexo con la parte argumental de los textos. El mito constituye una narración sobre asuntos que no pueden ser explicados por la razón humana, en ese sentido son probables. En el primero de los casos, vimos como el mito del Nacimiento de Eros es “guiado” por una serie de argumentos previos. Aquí, la clave es que entre los opuestos hay algo intermedio; entre la sabiduría y la ignorancia está la opinión verdadera, entre los seres inmortales y los mortales: Eros. Si observamos sólo gracias a la fuerza que le dan los argumentos es posible que el mito sea persuasivo, en ese sentido, podemos decir que su aportación es en cuanto a la estructura; pero el mito no es sólo un parásito del argumento, pues en él, el contenido no puede ser explicado argumentalmente. También se ha mostrado que esta narración cumple con una serie de características que la clasifican como mito. En el segundo caso, el mito del Alma como Carruaje Alado, encontramos al argumento y al mito reunidos en una “prueba”. Aquí, el argumento proporciona al mito una serie de pruebas que serán parte fundamental de su desarrollo. Sin la premisa de que el alma es inmortal, el mito no podría ser consistente; ¿cómo sostener que el alma viaja por el cielo antes de encarnarse en un cuerpo? ¿cómo explicar que el alma recibe un castigo o una recompensa, dependiendo del comportamiento que haya tenido en vida el ser mortal al que animaba? Sólo si consideramos que ésta (el alma) sigue existiendo después de haber abandonado el cuerpo; más aún, sólo si el alma es inmortal. Así, el argumento proporciona el inicio de la prueba, pero llega un momento en donde la indagación le resulta imposible; cuando se tiene que hablar de qué es el alma y qué es lo que le sucede después y antes de la muerte. Es decir, cuando el conocimiento del ser humano encuentra sus límites. Al igual que la anterior narración, ésta se nos presentó como un mito. En el último de los ejemplos, vimos como el discurso de Timeo era presentado como un mito; no pudimos revisarlo con detenimiento, pero creo que no es nada difícil reconocer como el mito da una serie de supuestos que los argumentos “internos” utilizan como contenido. Finalmente, hay que decir que las formas en que se relacionan mito y argumentos en la obra de Platón no han sido agotadas por este trabajo; habría que dar cuenta de otros ejemplos y revisar a detalle la parte estructural de lo que aquí se dijo. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Eliade, M. (2000) [1963] Aspectos del mito. Barcelona: Paidós. Guthrie, W.K.C. (1999) [1962] Historia de la filosofía griega. Tomo I. Madrid: Gredos. Platón (1997) [1986] Diálogos. Tomos I, II, III y VI. Madrid: Gredos. 18 Capítulo 11 El arte de argumentar: una visión del ethos desde América Latina Pedro Reygadas INTRODUCCIÓN Todos sabemos argumentar. En el proceso de aprendizaje de una lengua y una cultura se desarrollan poco a poco habilidades argumentativas (Reygadas 2005a). Pero el conocer científicamente la argumentación ha permitido desarrollar poco a poco un gran número de conceptos y técnicas que nos vuelven expertos, ya sea en producir argumentos, ya sea en analizarlos hasta el grado de poder formular programas computacionales sobre dispositivos lógicos y emocionales. Sin embargo, esos conceptos y técnicas que vienen en el llamado Occidente de una tradición de veinticinco siglos (Barthes 1974) no son plenamente asépticas, apolíticas y ahistóricas —salvo en el extremo “lógico-lógico”. Tras haber explorado la argumentación occidental en general (Reygadas 2005a) y el análisis del discurso argumentativo en particular (Reygadas 2005b) he considerado necesario tener una perspectiva crítica y propia de la cual quisiera bosquejar algunos puntos desde una óptica del subcontinente latinoamericano. Originalmente tal perspectiva fue por completo autónoma, pero al preparar el texto para publicación encontré el valiosísimo libro La palabra florida (Beristáin y Ramírez 2004), que me ayudó a complementar y afinar mi punto de vista. EL LUGAR DE ENUNCIACIÓN En la argumentación como en la filosofía, la historia y la política es fundamental el locus enuntiationis (Dussel 2007); es decir, el lugar desde el que se enuncia, desde el que se habla. Para expresar lo universal ha de expresarse lo particular, lo propio concreto. De modo que es válido preguntar ¿desde dónde escribimos sobre la verdad, la validez y lo verosímil en argumentación? Yo quiero pensar en este trabajo desde el arte de argumentar retórico de una manera útil para el común de la gente, ubicándonos en el lugar del decir que corresponde a México y a América Latina, desde una perspectiva de la liberación y de la transmodernidad anticolonial: es decir, desde la liberación de las víctimas de la opresión por el orden injusto actual del capitalismo en una perspectiva crítica de la Modernidad. De ahí que me interese más la fuente amerindia que la consabida y necesaria historia de la argumentación en la Colonia —que repite o innova a partir de los patrones europeos. Me importan sobre todo la raíz de nuestras etnias y las rupturas hispanoamericanas con el orden colonial que permiten pensar una argumentación latinoamericana dirigida a un futuro posible de los hoy excluidos, poniendo en cuestión la universalidad del llamado Occidente y defendiendo la expansión de lo que debemos definir como retórica y argumentación, así como los 1 géneros y perspectivas ético-epistemológicas que comporta. Idea que supone, de entrada, validar la argumentación oral, el argumentar en la lengua como un hecho legítimo y un concepto a teorizar. Si el lenguaje es universalmente retórico como supone el pensamiento nietzscheano, cada lengua manifiesta funcionamientos retóricos peculiares. Si el lenguaje es acción en la cultura (Wittgenstein 1999), cada cultura manifiesta prácticas retórico-discursivas propias. Se trata pues de explorar los mecanismos retórico-argumentativos propios de algunas lenguas y culturas amerindias, en especial la nahua a partir de los productos y pensamientos retóricos que nos legaron los antiguos y las prácticas retóricas que perviven. El locus enuntiationis desde la periferia del imperialismo occidental permite enunciar aquello que se mira y que no era mirado antes, contemplando desde la profundidad histórica a través de la ventana de la actualidad inmediata y la voluntad de descolonizar, de hablar desde los excluidos y la reivindicación de su esperanza. En otros trabajos nos adentramos en aspectos de los géneros discursivos, la elocución y la cosmovisión. Aquí esbozamos sólo una idea centrada en el ethos, opinión limitada, imperfecta, que debe irse documentando, pero que creo vale la pena empezar a pensar. Y es una idealización, porque no se puede empezar bordando en la crítica, sino que debemos de plantear el punto de arranque de la reivindicación. Al fin y al cabo, también la perspectiva greco-romana es idealización. EL ETHOS GRECO-ROMANO El punto de partida del orador a partir de la retórica clásica latina es el vir bonus dicendi peritus, es decir el hombre bueno u honrado de hablar experto, o el experto en la disputa que propone Cattani (2003): vir bonus disputandi peritus o también, acorde con el actual auge hermenéutico, vir bonus interpretandi peritus. Anotemos de entrada que los “clásicos” en su carácter de “buenos” tienen las siguientes características: 1) son hombres, 2) son latinos (europeos); y 3) son propietarios de bienes y de esclavos; la retórica latina sigue el camino del nacimiento de la retórica griega que surgió —dice el mito-historia— para defender y definir la propiedad en Siracusa a la caída del tirano. La “pericia del decir” nace del trasfondo histórico de esos intereses lo mismo que la “bondad” u “honradez”, pero elevados a un carácter que pretende universalidad. Para sortear las complejidades y las diferencias entre lo epistemológico (en que priva lo lógico), lo ético y lo dialéctico-retórico-erístico (para hacer valer la propia tesis), se prefiere en ocasiones la formulación más neutra vir bene dicendi peritus: el hombre que es perito en el bien decir. Yo quiero ahora hacer un ejercicio que podrá parecer insólito o inconveniente: pensar el ethos desde la universalidad de la propia raíz y pensar qué es lo que hace posible que según prevalezca una u otra distinción, exista el riesgo “de que prevalezca el más fuerte y no el más verdadero, el más hábil y no el más digno”. En una situación en que las técnicas más eficaces de argumentar “de hecho son las que no hacen intervenir la razón y la argumentación” (nos dice Cattani, 2009, en prensa). Situación que es particularmente dolorosa en la colonialidad, en la 2 historia latinoamericana, desde la guerra de exterminio colonial a la doctrina Monroe. Así que vamos ir a la raíz del planteamiento del orador desde el mundo propio. EL ETHOS ORIGINARIO INDOAMERICANO Para la constitución ideal del ser humano del mundo incaico, los antiguos recomendaban, sobre todo, tres virtudes: 1) no robar (ser honrado), 2) no mentir (decir la verdad) y 3) no ser ocioso (trabajar mucho). Se sumaba a ello el no matar y el no ser adúltero: ama sua (suwa), ama llulla, ama kella, ama sipik, ama wach’ok. Se plantea además, junto a ello, el valor capital de no hablar mal (hablar bien). Es decir, las normas del Gran Inca eran un punto de partido ético complementado con lo lingüístico, similar a los diez mandamientos judíos y a los del hombre honrado de hablar experto latino. Con la ventaja que el ideal inca tenía —según los cronistas, sus conquistadores— concreción plena en la vida del común del pueblo, aunque, claro está, subordinaba también a mujeres y a sectores de clase, aunque de forma diferente y más ideológico-hegemónica con respecto a la imposición del esclavismo greco-romano. El imperativo inca sobre el robo es universal en cuanto a fórmula de respeto del otro, aunque sabemos es también en parte relativo. Lo es en tanto conocemos las salvedades y complejidades bien establecidas de que “la propiedad es un robo”, así como debido a la estructura social jerárquica y clasista, ideológicamente sustentada en el mandato divino. Pero el mundo incaico, en su escala y condición, garantizaba la vida en general, lo que no hacía el mundo greco-romano. Algo similar sabemos sobre el “mentir” y la relatividad de la verdad que tiene un carácter absoluto para un momento dado y un carácter relativo en el devenir histórico. Pero lo central es que se plantea desde nosotros un imperativo ético, epistemológico y discursivo, equivalente al greco-romano. Los antiguos mexicanos, a su vez, partían en su pensamiento de una visión peculiar de lo filosófico, en la que resultaba central la “flor y canto”, el poema, la estética, el arte y no la mera lógica (León Portilla 1997: 142-253), porque el arte permite conocer “el rostro y el corazón”. El planteamiento puede parecer extraño en el ámbito argumentativo y filosófico, pero en realidad esa visión no es ajena a Spinoza que fue reconocido por su lógica filosófica con precisión matemática (more geométrico) y en Peirce, pionero en la lógica de relaciones, la semiótica contemporánea y la teoría de la probabilidad; ambos autores ponían lo estético en el fundamento de lo ético y lo ético en el fundamento de lo lógico, con la ventaja de poner ambos al centro de lo humano las emociones, uno por vía del nodo de su ética (de lo bueno-malo; agradabledesagradable) y otro por vía de su semiótica (en la primeridad indistinta). En el mundo indomericano, desde el perspectivismo amazónico que dota de agencia a los seres que Occidente considera no-humanos hasta el Norte continental, la dimensión estética es crucial. Desde la enunciación, hay que comprender que el “aquí” de nuestros pueblos originarios es el de un enunciador en el centro del cielo y de la tierra. Así lo expresa la noción del cosmos: estamos en el plano que intersecta los escalones al cielo y al inframundo, en el plano entre el tronco y las ramas del árbol sagrado, en el corazón del quinqunce: hacia los cuatro rumbos y en el centro. El “aquí” y el “ahora” se funden en ocasiones, en el flujo del tiempoespacio. El “yo” es con más frecuencia un “nosotros” y parte del cosmos, incluso de la divinidad de la que forma 3 parte y con la cual se vincula mediante el ritual. Lo divino también puede permear el lugar, el “aquí”, ligado al alma de sus dueños. Por otra parte, la marca de género en la interacción “yo-tú” suele ser diferente al claro marcaje castellano. En el plano de la verdad, el sabio nahua parte de una duda más radical que la de Descartes y de carácter existencial pleno: quizá no podemos saber lo verdadero (ach ayac nelli in tiquitohua nican), porque todo es fugaz en la tierra, donde apenas estamos un poquito, un breve instante. Y a la vez, la duda está plantada en la vida y busca la verdad interior —como el budismo o el tao— y la intuición trascendente del interior del cielo, del ave quetzal del espíritu. La verdad —analiza León Portilla con acierto— es metafórica no una adecuación aristotélica a lo real. El orador mexicano antiguo debía también “hablar impecablemente”. Pero tenía otras virtudes que podemos abstraer provisionalmente —a reserva de una revisión crítica ulterior detallada— del siguiente modo: la actitud entusiasta de rendir y entregarse al máximo; la actitud emocional de vivir sin personalizar; y la actitud epistemológica de ir más allá de lo supuesto (en el horizonte del saber y creer de su tiempo, naturalmente, ligado a la magia, la religión, el chamanismo). Piénsese que el orador mesoamericano parte de una particular concepción de la escucha. Escuchar —todavía en el náhuatl de Xalitla, que conocemos, (quicaqui)— está asociado a la discusión en su lado positivo, coalescente: es ‘ponerse de acuerdo’. Y el orador es un conocedor de la sabiduría, de la tradición tolteca: un tentoltecatl o “tolteca de labio, de la palabra” (LeónPortilla 1997: 148). El tratado de la cultura nahua recopilado por Sahagún dedica su libro VI a la “retórica y filosofía moral y teología de la gente mexicana”. El decir era crucial y político. El gobernante era tlahtoani: “el que tiene la palabra”. El hombre sabio, el tlamatini, buscaba con el “corazón endiosado” decir “palabras verdaderas”. Decía palabras que llovían como esmeraldas y plumas de quetzal. En una reflexión donde el lenguaje y el pensamiento para nuestros pueblos no son algo metafísico como para Occidente, sino que son una fuerza material real y sobre la que se debe ser responsable. Desde la perspectiva nahua podemos pensar en que el buen orador sería uno que tiene entusiasmo por vivir y por disputar. Es capaz de tener inteligencia emocional para poner en suspenso su propio interés, para mostrar desapego y analizar en sí las cosas, siendo entonces capaz no sólo de comprender y poner en disputa el modo lógico de los argumentos, sino el modo emocional (en el saber-sentir: mati). En el plano epistemológico, ese orador va en busca de la verdad, de lo que está más allá, “lo que está por encima de nosotros” (en el plano metafísico, con su equivalente lógico actual en el ir más allá de la generalización inmediata a partir de los pre-juicios). Y en el plano lingüístico su búsqueda podríamos pensar, quizá, es lógico-ético-estética-metafísica: habla en forma impecable; es decir, en forma correcta, ética y bella en acuerdo con el cosmos. Por otra parte, en nuestras antiguas comunidades nahuas tenía un lugar capital no sólo el sabio sino también el anciano. Todos sabemos que Fray Bernardino de Sahagún y otros recuperaron el lugar central de la palabra de los viejos: la huehuetlahtolli, que era enseñada en la escuela de los nobles (Calmecac) Y no sólo se valoraba a quien podía manipular la naturaleza, como el ingeniero Nezahualcoyotl, sino al que conocía los mitos, los augurios y el mundo más 4 allá chamánico. Cosa por lo demás no ajena, por ejemplo, a los primeros filósofos griegos, todos ellos entre el saber iniciático y la constitución del pensar sistemático de la physis (“naturaleza”, muy aproximadamente) más allá del culto (véase Colli, 2008). A la huehuetlahtolli se sumaban y se suman en las culturas de habla náhuatl hoy día varios géneros discursivos más. Superado el clasismo y los límites teológicos, no parece un punto de partida desdeñable para pensar al orador latinoamericano de la democracia futura: 1) un experto en el hablar impecable; 2) que lo hace desde lo lógico-ético-estético-metafísico; 3) que respeta y busca la verdad (se propone no mentir) más allá de los supuestos; 4) que es capaz de poner en discusión y suspenso sus emociones; 5) que busca hablar “al rostro y al corazón” del otro como comunidad que es su espejo; y 6) que reconoce a los sabios y viejos conforme a las normas culturales para conseguir de cada uno la fortaleza y el control de sí. Es decir, la constitución del ethos constituye un ideal complejo de orador que combina los modos lógico, emotivo y de las creencias (“kisceral”, en Gilbert, 2007), comprende lo lógico, lo ético, lo estético, lo sacro y lo cultural. Un ideal que además estaba soportado —en el siglo XVI, trescientos años antes que Europa— en la educación universal, que en el caso del Calmecac enseñaba un buen lenguaje, una retórica (vel nemachtiloia un qualli tlatolli —Códice Florentino: lib. III, p. 64, citado por León Portilla—). La antigua retórica aristotélica forjó las nociones, aún empleadas, de ethos (el carácter del orador) pathos (las emociones evocadas en el auditorio) y logos (cuenta, razón, fuerza y sentido de la palabra) como vías para lograr el convencimiento del auditorio, como estrategias persuasivas básicas. El orador amerindio ideal presentaría un ethos que es vigilante del pathos, sin deslindarse de él. El ethos, como sabemos, tiene un sentido moral y un sentido neutro, objetivo. El ethos moral tiene que ver con las virtudes. Se podría suponer que la alta moral amerindia no supone las nobles virtudes de la equidad y la solidaridad (eunoia) griegas. Pero quizá sea más correcto pensar que consideran virtudes próximas con un sentido propio. Hay en los estados nacientes nahua e inca una estratificación social rígida, ajena ciertamente a la democracia de la modernidad europea o incluso griega, pero sí existen abajo solidaridades fuertes y mecanismos de ley para establecer la justicia y la educación universal. El ideal del sacerdote, por ejemplo, supone ir por completo más allá del linaje para fundarse en el género de vida y el “corazón”. Hay formas de solidaridad del trabajo notables, garantías de equidad dentro del orden dado, así como una entrega al orden cósmico y social que corresponden a la estructura social. Y existen las virtudes de la honradez (entre los nahuas, no robar, entregarse a lo recto, evitar la avidez y la perversión), del buscar la verdad (formulada en negativo como “no mentir”) y del respeto (a los sabios y viejos), así como el ser “hábil y comprensivo” frente al otro. Lo que podríamos equiparar a la virtud ética de la areté supone el entusiasmo, la entrega al máximo (hasta la vida en el caso extremo del ritual del sacrificio) y en lo emotivo tener “un corazón firme como la piedra”. La virtud dianética supone el respeto a los sabios y a los viejos, así como el buscar más allá de los supuestos y el indagar en el orden oculto, más allá de lo inmediato visible. El ethos objetivo supone seguir las costumbres y un yo que no es por completo independiente del nosotros. 5 Existe un ethos del logos (lo razonable que integra la emoción y lo estético, el rostro sabio y el corazón firme), un ethos del ethos mismo (la honradez, la habilidad, el trabajo y la búsqueda de la verdad) y otro del pathos (el desapego, la no personalización y el ser comprensivo). Serían virtudes del orador las siguientes: lo apacible y la suavidad de la voz, así como la prudencia y el hablar sin balbuceo y atropellos que encontramos en Aristóteles y el hacer lo bueno que encontramos en los latinos (León-Portilla, en Beristaín y Ramírez 2004: 23). El principio de conexión (Reygadas 2005a) y la “confianza” parte de la costumbre, de los consejos de los mayores, de los viejos y de los sabios en un espectro que integra al adivino y chamán. Supone la honradez, la sinceridad y la entrega. El ethos se ubica en la verdad más allá de los supuestos, la sinceridad del que no miente y la conformidad con el orden de la costumbre de los sabios y viejos. Serían máximas ethóticas originarias el hablar en forma impecable, no suponer, maximizar el esfuerzo, respetar a los viejos y a los sabios, no tomar en sentido personal los argumentos. La integridad discursiva supone el abstenerse de mentir e ir más allá de lo evidente. El ethos preexistente al discurso era obviamente rígido en el caso antiguo amerindio frente al ideal democrático, pero tiene en cambio otras ventajas para un ideal democrático social y de liberación. El argumentar estético-lógico antiguo suponía un ethos peculiar, una enseñanza desde la palabra de los viejos y un esquema argumentativo, un lugar común original: el “difrasismo” (expresar en forma metafórica una misma idea mediante dos vocablos que se completan en el sentido como en “flor y canto” o el hispano “a sangre y fuego” -Garibay, 1940: 112). Y suponía un ideal de sabio que acude al argumento del “ejemplo” como ideal ethótico. El rétor, nos dice León-Portilla (Beristáin y Ramírez 2004: 27), tiene su equivalente en el tlahtolmatini (‘el que sabe acerca de las palabras’). En su contraparte, el destinatario del arte retórico nahua, nos señala León-Portilla, eran los jóvenes, los gobernantes, los jueces, los médicos, los practicantes de otras profesiones. Así como también los ancianos, los muertos y los dioses. Las auténticas “pláticas de los viejos” que transcribe Sahagún, nos dice en su análisis Lilián Álvarez de Testa (en Beristáin y Ramírez 2004: 41-55), aunque se presentan dudas y excepciones por aclarar, eran en general destinadas a un oyente autónomo, un agente moral libre de decidir por sí mismo, responsable de tomar o no los consejos, los “espejos” para el autoconocimiento. La prudencia en los textos recopilados por Sahagún es resultado de aprendizaje, de experiencia y de las generaciones precedentes. El oyente autónomo, tanto hombre como mujer, es sustituido en la colonia, en los discursos falseados por Biseo, por otro servil, esclavo, heterónomo. Pero no sólo tenemos ni antes ni ahora entre los hablantes de náhuatl la huehuetlahtolli sino otros géneros orales: la palabra del relajo en náhuatl (kamanalli), la palabra ceremonial del libana zapoteca, la palabra para arreglar disputas tzotzil (chapanej k’op) o la palabra ritual de poder maya (el lenguaje de Suyúa). En cada lengua hay conectores argumentativos y frases evaluativas peculiares (increíblemente ricos en el llamado nahautl clásico), así como singulares giros de tropos y figuras (metábolas, en el lenguaje de la retórica general del Grupo μ) generales y propias de las culturas, como el difrasismo. Además, en el caso azteca teníamos, según queda dicho, la práctica regular de la enseñanza que además era universal, común o de los nobles, en el calmecac. En esta escuela 6 se enseñaba el hablar recto o bueno que es contraparte del buen orador: yektlahtolli/kwallitalhtolli, que todavía aparece en nuestras etnias. De manera que si hay una indudable pérdida de riqueza y complejidad por la opresión colonial, ésta no fue total. MÁS ALLÁ DE LA COLONIA Al invadir, colonizar y asesinar los europeos a los antiguos americanos, nos quedó un legado todavía en proceso de análisis que consiste en la argumentación de la resistencia, del mestizaje, de la superposición de culturas, lógicas, emociones y creencias. El resistir pasa del lamento y denuncia originarios de la invasión y exterminio, a la reivindicación de lo antiguo desde la conversión y a la reivindicación de lo étnico desde el colonizador enraizado en la tierra americana. Un programa de creación de la argumentación latinoamericana y amerindia supone pensar los conceptos y estrategias de nuestros grandes discursos de resistencia: el anónimo de Tlatelolco y todas las descripciones indianas de la caída del orden antiguo, así como las defensas tardías en pleno siglo XIX y XX, como la de los indios en Estados Unidos y Canadá. En los lamentos indianos comprendemos que en realidad Europa es una posibilidad abierta por América, por la invasión del continente americano que originó el sistema-mundo y la violencia de la acumulación originaria de capital que denuncia el argumento por la piedad y el pueblo expresado en el grito de dolor maya. La argumentación lógica y emotiva que canta la derrota hace clara la violencia del invasor y deja clara la interpretación de la historia: “el 11 Ahau Katún… ¡Ay! ¡Entristezcámonos porque llegaron!... los (…) que estallan fuego al extremo de sus brazos”. Es el caso de la argumentación política desde la tradición hispanoamericana, en especial es necesario considerar algunos autores que quisiera mencionar —a partir del acucioso trabajo de Dussel, 2007— sin afán de exclusión de otros. Pienso en Felipe Guamán Poma de Ayala, en Bartolomé de las Casas y en Suárez. Aunque también son relevantes todos los discursos culturales y religiosos tanto desde lo indio —la construcción del guadalupanismo en el Nican Mopohua (He aquí el relato —el cuento, la cuenta, la razón—)— como desde lo hispano en la búsqueda de una iglesia indiana —como la recopilación con vocación colonial y dominadora de Sahagún, pero que reconoce y da testimonio del otro, o el quehacer jesuita. El inca Felipe Guamán Poma de Ayala argumenta mediante la definición del orden colonial desde la perspectiva propia. Retoma el discurso cristiano y colonial, pero para criticarlo y reivindicar la antigüedad vulnerada, en una argumentación mediante la oposición contrastiva y sarcástico-metafórica que se coloca en el punto de vista étnico inca. Así, el conquistador español es animal sin lenguaje (habla por señas) que come oro y plata así como se come a los pobres, a los “indios” elegidos de Jesucristo. Reivindica Felipe Guamán la devoción inca al sol, la luna y las estrellas. Critica a los españoles porque predican lo que no practican, en violencia con la indianidad del educar e imperar con el ejemplo. Reivindica la justicia inca, al orden rígido pero justo en su medida, que casaba el ciego con la ciega, el cojo con la coja y el mudo con la muda. Valora la equidad antigua, porque cada niño nacía con una parcela de tierra y valora al gobierno de antes, porque las funciones del gobierno español son más pero nefastas: oprimir, robar, 7 castigar, encarcelar, violar y despoblar el reyno, dirigir las minas y los obrajes con explotadores, ladrones, borrachos, mentirosos, fingidores y salteadores de caminos. Critica a los visitadores que no visitan a los pobres. Crítica la distancia entre el decir y el ethos del corregidor y del cura, quienes dicen “Yo haré justicia” y roban y desuellan. El corpachanqui en cambio, como el código de Hammurabi, hospeda a los enfermos y peregrinos. El nuevo orden de conquista dejó todo en el suelo, a los hijos e hijas que sirven desnudos, a viejos que caminan descalzos, flacos y canos. Por lo que Poma de Ayala pide volver al sapci, un horizonte ético-histórico para argumentar: la utopía donde el mayz y el trigo, las papas, la coca, el agí y los frutales son de los indios, de la comunidad, de todos. El camino idílico de Felipe Guamán Poma de Ayala es —dice Dussel— “la primera crítica al eurocentrismo” en la que se sumarán los jesuitas y la corriente radical popular de la independencia, como la abanderada por Morelos. Pero en plena Colonia, un faro de referencia es Bartolomé de las Casas. Nuestro Bartolomé es pensado por Dussel como el primer pensador universal. No se limita a la indianidad ni al clásico latino. Las Casas argumenta desde el lugar de los excluidos, desde la defensa de los indios y, después, también de los negros. Construye “el primer discurso filosófico de la Modernidad” en la crítica de la expansión colonial. Su límite es la evangelización, pero es más temprano y radicalmente más universal que el macho europeo, blanco y propietario de Locke, que en su racionalidad excluye por completo al indio, al negro y a la mujer. Las Casas —defensor del rebelde caxcan Tenamaxtle— considera que en la guerra de conquista no ha habido causa justa. Los indios —nos recuerda Dussel— son las ovejas que devoran lobos e tigres, y leones crudelísimos. Critica la dialéctica del amo y del esclavo dos siglos antes de Hegel y denuncia que en la Colonia o se asesina al otro, o bajo el temor a la muerte se le perdona la vida pero se le condena entonces a la servidumbre. En su idea de lo razonable, Las Casas considera la cultura: admite el derecho al sacrificio mientras que a los indios no se les haya demostrado su irracionalidad, porque nadie puede ni debe aceptar la verdad sin razones. Como indica Dussel, Las Casas representa el “máximo de conciencia crítica posible” pensando para todos los humanos y para todas las tierras, hasta formular la restauración de la indianidad y el derecho de los indios a sus posesiones. Después, los argumentos a favor de los indios, los desarrollará en favor de los negros y contra la esclavitud que Europa reconoció apenas en el siglo XIX y que se prolongó en Estados Unidos en el racismo hasta la década de 1960 y entre los colonizadores de África en la política apenas eliminada del Apartheid al término del siglo XX. Especialmente notable es el argumento de fray Bartolomé cuando a partir de la esclavitud de un negro piensa que la esclavitud de uno es la esclavitud de todos, yendo más lejos todavía que Fichte (para quien el que oprime a otro se hace a sí mismo esclavo). Para Bartolomé, hacer esclavos es —en evocación religiosa de Abraham— sacrificar al hijo ante su padre. Además, fray Bartolomé argumenta desde la radicalidad del pobre, del explotado, porque “quien no paga el salario justo derrama sangre”. Bartolomé está en un lugar diferente de Vitoria, quien funda el derecho de gentes, pero donde sólo serán gente los europeos y su derecho es ocupar América, comerciar con su riqueza, esclavizar, violar y matar. A pesar de la postura de Vitoria a favor de los grupos étnicos. 8 La mirada desde las víctimas de la Modernidad permite a la vez que recuperar el propio pensamiento y la propia historia, emprender la crítica radical de Europa, Estados Unidos y la Modernidad excluyente. Y hacerlo en una perspectiva que los reconozca, que sea universal en verdad y que sea democrática, desde la perspectiva de la soberanía de Suárez, quien permite clarificar que la única fuente y legitimidad del poder es el pueblo. Y la ley, ya no es la razón justa de Santo Tomás, sino la voluntad que mueve a ella. EL SUJETO DEL DISCURSO ARGUMENTATIVO La argumentación de la Modernidad capitalista se manifiesta epistemológicamente en el “yo pienso” de Descartes, pero —nos señala Dussel— ese “yo” individual está fundado en el “yo conquisto” ibérico en el que la lengua es la compañera inseparable del imperio. En ese camino, Ginés de Sepúlveda declara inhumanas todas las otras culturas por ser otras. Y la cadena sigue con el esclavista John Locke, quien constituye la filosofía política de habla inglesa fundante de la Modernidad desde la exclusión absoluta del indígena y del esclavo, de la mujer y del obrero desposeído de medios de producción a quien hay que aplastarle la cabeza. A ese “yo” se opone en nuestra América otra perspectiva comunitaria del pensar. Ninguna tan clara y radical quizá como la del “nosotros” y la “dignidad” tojolabal en Chiapas. En esa perspectiva el sujeto es la comunidad y la “dignidad” es una virtud suprema. Al grado que al argumentar sobre la solución de un asesinato puede llegar a afirmarse “nosotros hemos matado”; es decir, todos somos responsables, porque uno de nosotros ha incurrido en una conducta incorrecta. El “yo” se siente con legítimo derecho de ser “nosotros”, sin la usurpación del “nosotros mayestático” hispano, propio de reyes y presidentes. El “nosotros” permea en cada “yo”, porque el “Yo-Tú” está presente siempre: el “yo” le habla a un “tú” para que escuche, el “tú” escucha a un “yo” que le habla. La perspectiva de volverse “nosotros” puede complementarse con la teoría actual de la comunicación, que en lugar del “yo pienso” cartesiano y del intercambio mecánico de Shannon y Weaver, de Jakobson, supone un “yo dialógico”, que se involucra o no, que se acerca y se distancia, incurre en percances y hace reparaciones del proceso comunicativo en co-construcción. Desde una perspectiva no cartesiana del “yo” es posible pensar sin contradicción los procesos no adversariales de la argumentación, como los postulados por Trudy Govier o Michael Gilbert. En el caso de los grupos originarios, por supuesto, ese “nosotros” es con frecuencia parte del cosmos, en contacto con lo divino, está consustancialmente ligado a la creencia, al modo ksiceral. LA VENTANA LATINOAMERICANA La vocación del corpachanqui inca, del tequio mexicano, del “pobre” de Las Casas y de San Francisco sigue una línea de continuidad hasta el actual discurso zapatista, que intenta colocarse desde “los más pobres entre los pobres” y desde “los más distintos entre los diferentes”, al discurso quechua-boliviano-universal de Evo Morales. La argumentación por la liberación es por fuerza exterior al sistema capitalista que vivimos. Debe partir de la exterioridad para construir el 9 pueblo futuro que piensa no sólo desde la “clase” tradicional del discurso marxista, sino desde a etnia, desde la mujer, desde la retagaurdia en forma horizontal y colectiva, desde un ethos capaz de integrar un nosotros que en la retaguardia busca el encuentro con el pueblo como única fuente del poder, en relación con la moral y con la dignidad capaz de hacer que se unan de nuevo el pensamiento y el corazón, la lógica y la estética del estado de rebelión. Esa tarea no es de una breve revolución sino que parte de la perspectiva contextual de otro pensamiento no occidental, el de la política milenaria china, que considera la estrategia que surge de la situación y la respuesta del potencial de la situación interpretada y usada en el propio favor, conociendo sus propensiones, su tendencia, su campo de fuerza. La argumentación democrático popular sería así el arte de esperar para que la situación se transforme en ocasión, en situación madurada, observada, que permite, en su momento, usar la fuerza contraria sin negarla. El estratega argumentativo de la transformación latinoamericana estaría en el mundo real, observando sus tendencias, su camino, viendo la corriente de fondo debajo de las olas, descubriendo la fisura en la piedra, en el tiempo-duración, en el tiempo largo. Dejaría ser la realidad activamente, re-accionaría, produciría el efecto desde la tendencia misma de la ocasión, desde el fondo en el que nace, antes de que tome fuerza. Y atacaría al enemigo en su nacimiento, en estado de barbecho. Y haría al otro desear lo que se intenta en una manipulación estratégica. En el ámbito argumentativo esta perspectiva supone la capacidad de cavar en la más honda tradición originaria, en el particular aporte anticolonial, en la construcción independiente y en la posibilidad de síntesis teórica que los latinoamericanos podemos hacer y que está vedada a los teóricos de países desarrollados, enfrascados en la confrontación y tradición inglesa, francesa o alemana. Conviene conocer y hacer autoconscientes las formas de esquematización argumentativa en cada “lenguacultura” y las formas en que opera la secuela en cada lengua, con sus particulares conectores y operadores argumentativos. Supone pensar los problemas propios con la propia cabeza, unida con el corazón y desde la perspectiva de construir el nosotros futuro, abierto a las víctimas que hoy no argumentan, porque están reducidas al silencio. La retórica debe debe abrirse al reconocimiento de otros géneros y partir de conceptos más amplios (León-Portilla en Beristáin y Ramírez 2004: 25). Debe definitivamente ampliarse a la tradición oral y estallar en la multivariada explosión de las culturas más allá de Europa y de las lenguas llamadas indoeuropeas para comprender la persuasión, convicción y verdad en el diálogo intercultural. BIBLIOGRAFÍA Barthes, Roland (1994). Investigaciones retóricas I. La antigua retórica —ayudamemoria. En La aventura semiológica. Planeta Agostini: Barcelona. Beristáin, Helena y Ramírez V., Gerardo (2004). La palabra florida: la tradición retórica indígena y novohispana. Universidad Nacional Autónoma de México. Cattani, Adelino (2003). Las reglas del diálogo y los movimientos de la polémica. Quaderns di filosofía y sciència 32-33: 7-20. Cattani, Adelino (2009). “La discussione è una guerra”. Se e quando è giusta la guerra di parole. UAM: México. En prensa. 10 Colli, Giorgio (2008). La sabiduría griega I, II y III. Trotta: Madrid. Dussel, Enrique (2007). Política de la liberación. Historia mundial y crítica. Trotta: Madrid. Garibay, Ángel María (1940). Llave del náhuatl. Otumba, México. Gilbert, Michael (1997). Coalescent argumentation. Lawrence Erlbaum Associates: Mahwah, Nueva Jersey. León-Portilla, Miguel (1997). La filosofía náhuatl —estudiada en sus fuentes. Universidad Nacional Autónoma de México. Reygadas, Pedro (2005a). El arte de argumentar I: sentido, forma, diálogo y persuasión. Universidad Autónoma de la Ciudad de México/Castellanos Editores: México. Reygadas, Pedro (2005b). El arte de argumentar I: sentido, forma, diálogo y persuasión. Cenzontle: México. Wittgenstein, Ludwig (1999). Investigaciones filosóficas, Altaya, Madrid. 11 Capítulo 12 Sobre un aspecto curioso de la argumentación en ciencias sociales Fernando Leal Carretero Departamento de Estudios Socio-Urbanos Universidad de Guadalajara Pido al desocupado lector que haga conmigo un supuesto para los propósitos de este capítulo: lo que los científicos sociales principalmente hacen es argumentar. Espero que no encuentren este supuesto demasiado peregrino y sí más bien bastante o incluso completamente trivial.1 Sobre la base de este supuesto podríamos entonces plantearnos dos tipos de pregunta. Por un lado tenemos el grupo formado por las siguientes tres cuestiones: 1. Cómo es que de hecho argumentan los científicos sociales —vale decir los sociólogos, economistas, antropólogos, psicólogos sociales, demógrafos, politólogos, historiadores, sociobiólogos, juristas, expertos en geografía humana, neurociencia social, lingüística, comunicación o sociedades artificiales (porque así de abigarrada y variopinta es esta tribu). 2. Cómo es que los científicos sociales podrían (llegar a) argumentar —si por ejemplo las distintas disciplinas se conocieran y comunicaran mejor entre sí. 3. Cómo es que los científicos sociales deberían argumentar —aunque este es un terreno más o menos espinoso, según se dirija uno (por no citar sino los dos extremos) a comunidades científicas enteras y bien establecidas o a jóvenes aspirantes a investigadores. Una buena parte de lo que hago profesionalmente tiene que ver con todas estas cuestiones, ya que hace muchos años algunos colegas me dieron la encomienda de impartir cursos y seminarios sobre la metodología de la investigación en diversos posgrados, algunos de ciencias sociales; pero el espacio de este libro sería del todo insuficiente para esbozar siquiera lo que he venido pensando sobre el asunto de manera no demasiado obscura o conducente a malentendidos (véase algunos atisbos en Leal 2008a, 2008b, 2009). 1 Unos de mis lectores entenderán por esto, claro está, una cosa y otros otra. Es inevitable. Por mi parte, creo que los científicos sociales argumentan en todos los sentidos que se exponen, discuten e ilustran en este libro. Hay en la larga historia y la práctica contemporánea de las ciencias sociales argumentaciones tan finamente lógicas como pudiera desear el analista más formal y matemático; las hay mucho menos formales, pero todavía capturables desde perspectivas como las de Tim van Gelder o Carlos Pereda; y las hay incluso en los sentidos más extremos que explora y nos invita a explorar Michael Gilbert y que la retórica en su momento no desdeñó. Sería un ejercicio fascinante, pero dilatado, mostrar esto con muchos ejemplos. Por otro lado, tenemos un segundo tipo de pregunta, el cual se encuentra un tanto cuanto en el borde o en los márgenes de la investigación en ciencias sociales como tal: ¿para qué argumentan los científicos sociales?, quiero decir: ¿con qué propósito, buscando qué, en pos o en bien de qué? En clave estoica, podríamos acaso decir que si la exploración de la forma y contenido de los argumentos que construyen los científicos sociales es el tema de una lógica de la investigación, el examen de sus motivos y fines lo sería de una ética de la misma. Más tarda uno en plantear este segundo género de pregunta cuando se perciben las dos principales respuestas que tiene; no las únicas, digo y repito, sino solamente las principales. Por un lado, podemos decir que argumentan para poder comprender mejor el mundo en su derredor, o al menos esos aspectos de dicho mundo que tienen que ver con el hecho innegable de que somos una de las especies más intensamente sociales que habitan este planeta y que tanto nuestra supervivencia como nuestro bienestar dependen de tal socia(bi)lidad. Por otro lado, podemos decir que argumentan para transformar este mundo o esta condición social de tal modo que se vuelvan mejores de acuerdo con ciertos criterios, principios o valores más o menos explícitos, más o menos plausibles, más o menos controvertidos.2 Sin duda, hay otros motivos y fines por los que los científicos sociales argumentan; después de todo, hay que alimentar a la familia, gozar de cierto reconocimiento, entregar de tanto en tanto papeles a los burócratas, matar el aburrimiento y sentirse inteligente. Pero no creo tener nada que decir sobre esos otros motivos y fines por ahora. No es demasiado simplificador decir que el primer motivo subyace al un tanto cuanto espasmódico proyecto de las ciencias sociales como ciencias positivas, como ciencias que pretenden llegar a resultados acerca de cómo son las cosas, mientras que el segundo está asociado a la manía, tan potente como antigua, de discurrir cómo deberían ser las cosas. Me parece observar que la inclinación natural de los seres humanos cuando discurren sobre cualquiera de los fenómenos e instituciones sociales (desde el lenguaje hasta el matrimonio monogámico y desde los espectáculos hasta la forma de gobierno) es a opinar, proponer y discutir qué cosas son mejores o preferibles a qué cosas y cómo podríamos componerlas o reemplazarlas por otras. Y los científicos sociales —contra lo que pudiera parecer en algunas ocasiones— son seres humanos, y por lo tanto sucumben con mucha frecuencia a esa tentación. Es el proyecto positivo lo que constituye una actitud poco natural o incluso antinatural; y tanto es así que algunos científicos sociales se han destacado justo por insistir en la diferencia, acuñando para ellas un cúmulo de distinciones como ciencia vs. arte, teórico vs. práctico, positivo vs. normativo, descriptivo vs. prescriptivo, hechos vs. valores, 2 Sobre esta cuestión de los criterios, principios y valores, y su ineluctable diversidad, he discurrido largamente en otro lugar (Leal 2007). En nuestra tradición occidental se trata de una cuestión tan antigua como lo son las tres disciplinas que en el mundo griego se empeñaron en plantearla, elaborarla e intentar resolverla o disolverla: la retórica, la historia y la filosofía. Cuando apareció la primera de las ciencias sociales, la economía política, heredera tanto de estas tres tradiciones antiguas como de la tradición moderna de los estudios estadísticos, la pregunta fue replanteada y discutida una y otra vez. Las grandes disputas metodológicas que atraviesan las ciencias sociales durante todo el siglo XIX y aun reverberan en el XX giran en buena medida en torno de ella. 2 puro vs. aplicado. No se trata, claro está, de expresiones equivalentes y ni siquiera especialmente claras; y también es cierto que se usan y enarbolan con variables dicha y tino. No voy a entrar demasiado en esto, sino que pido al lector que tome la cosa en bulto, al menos por ahora. Pues bien: una cosa que en el pasado me ha llamado mucho la atención, y sobre la que quisiera hoy llamar la del lector bien dispuesto, es que un subconjunto importante de científicos sociales han insistido en que las ciencias sociales no valen lo que cuestan —y no cuestan precisamente poco— si no son útiles o aspiran a ser útiles en el sentido justamente de que se desprendan de ellas consejos utilizables para resolver los llamados “problemas sociales”. Hablo aquí de investigadores y científicos; los burócratas son otra cosa: o mucho me equivoco o esa posición se asume entre ellos sin más preámbulo ni argumento. Para obtener financiamiento a proyectos de investigación hay que probar su utilidad o al menos hacer como si se probara. Frente a esta demanda hay otros investigadores que defienden y afirman la justamente opuesta: la ciencia es de entrada (o mejor dicho: debe ser) positiva, abstenerse de juicios de valor, no tomar partido y simplemente tratar de decir las cosas como son.3 Retomando el hilo de la argumentación podríamos entonces decir que hay aquí una primera opción que divide a los científicos sociales. Para comodidad de referencia, llamaré a quienes demandan que las ciencias sociales sean útiles activistas. No quiero con ello decir que los investigadores que así hablan salgan necesariamente a las calles, firmen desplegados, construyan barricadas, convoquen a mítines o siquiera estén inscritos en un partido. Basta que expresen la intención de que hay que transformar la sociedad y no simplemente tratar de comprenderla. Si pasan de las razones a las obras es otro asunto que aquí no me concierne. El punto que quisiera retener es simplemente que, de acuerdo con esta posición, el propósito de argumentar en ciencias sociales es hacer algo útil en el mundo real. No parece mal razonado decir que, si una persona piensa que la argumentación debe cambiar las cosas, llevarlas del status quo a uno mejor o incluso acercarlas a un estado ideal, entonces esa persona piensa que la argumentación tiene poderes causales importantes. Cuando era yo solamente un muchacho, asistí a un seminario en el que un profesor afirmó no sin solemnidad que la diferencia entre convencer y persuadir tenía que ver con la diferencia entre la teoría y la práctica o la creencia y la acción: que convencemos 3 Retomando la nota anterior, es claro que se trata aquí de una demanda ética: el deber del investigador es estudiar al mundo sine ira et studio, el ser tan desapegado e imparcial como le sea posible. Doy en pensar que esto es al menos una parte de lo que Peirce quería decir cuando pronunció aquel oráculo de que la ética precede a la lógica. Max Weber es justamente famoso por su alegato en contra de los juicios de valor en la argumentación científico-social, si bien hay que decir que no todos lo han entendido en el mismo sentido. Para muestra de ello basten dos botones recientes: la muy seria e informada discusión de Hennis (1996) y la atrabiliaria y calumniosa de Bunge (2007). El lector curioso que desee verdaderamente entender la posición de Weber debe comenzar por leer el discurso que inició toda esta disputa, ya que no hay ningún texto más claro ni contundente (Weber 1909). 3 a alguien de que una proposición es verdadera, pero lo persuadimos de que haga algo.4 El lector atento notará una especie de paralelo con la famosa distinción de Ryle entre knowing that y knowing how, entre saber, por ejemplo, que un cuerpo humano vivo flota en el agua y saber mantenerse a flote en ella. No confío demasiado en que aquel Pródico redivivo hubiera tenido más razón que el Pródico histórico contra quien Platón más aviesamente apunta la ironía socrática; pero resulta cómodo llamar aquí persuasivista a todo científico social que crea en la importancia causal de la argumentación. Podemos decir entonces que a priori, es decir sin dejarnos contaminar todavía de ningún dato empírico, eso que hemos llamado activismo (la idea según la cual el propósito de la argumentación es cambiar el mundo) implica persuasivismo (la idea según la cual argumentando se puede hacer que la gente modifique su modo de actuar). Espero que estarán de acuerdo conmigo en que el conjunto de los científicos sociales persuasivistas no solamente no es vacío, sino que incluye a muchos y famosos personajes. Ahora bien: si una persona atribuye tales y tamaños poderes causales a la argumentación, si cree de veras que las razones persuaden, entonces esa persona debería tarde o temprano concluir que las argumentaciones son o deberían ser un objeto privilegiado de estudio en ciencias sociales. Alguno de mis lectores habrán escuchado la expresión the discursive turn, el giro discursivo, como algo que ha venido ocurriendo en ciencias sociales de un tiempo acá.5 Sin duda podrá decirse que el giro discursivo se refiere a muchas otras cosas que no son argumentaciones. No voy a discutir esto; pero otra vez por comodidad de referencia propongo al amable y condescendiente lector que llamemos discursivista a todo científico social que esté convencido (¿persuadido?) de que a las ciencias sociales compete 4 Esta distinción terminológica (que recuerda las acrobacias de un Pródico) está conectada con la que fue patrimonio común entre teóricos de la argumentación del siglo XIX, como puede verse en Baker & Huntington (1905, p. 7; mi traducción): “Los propósitos principales en la argumentación son pensar con claridad y presentar los propios pensamientos de manera de ser tanto convincente como persuasivo. La convicción pretende solamente producir acuerdo entre escritor y lector; la persuasión pretende preparar el camino sea para convencer cuanto para producir la acción como resultado de la convicción. En la convicción pura se apela sólo al intelecto del un lector mediante razonamientos claros y coherentes. En la persuasión se puede producir la acción deseada sea despertando emociones relativas a las ideas presentadas, sea adaptando la presentación del caso como total o parcialmente a los intereses especiales, prejuicios o idiosincrasias de un lector.” Presento la cita completa para mostrar la relación entre esta distinción de mi viejo profesor y la que expresa Gilbert en el cap. 1 de este libro. 5 No me atrevería a decir cuando comenzó el interés por el ‘discurso’, el ‘análisis del discurso’ y la idea de que las realidades sociales ‘se construyen a través del discurso’ (porque todo esto es parte del giro discursivo en las ciencias sociales). Con todo, me parece fuera de duda que hay al menos tres vías por las que este giro ha inundado como plaga las ciencias sociales contemporáneas: (a) la transformación a fines de los 60 y comienzos de los 70 de la vieja fenomenología de Alfred Schütz en etnometodología y análisis conversacional por Harold Garfinkel, Harvey Sacks y Emanuel Schegloff (cf. Garfinkel 1967, Sacks 1992); (b) la recepción de Austin, Grice y Searle a comienzos de los 80 por Habermas en su notoria ‘teoría de la acción comunicativa’ (cf. Habermas 1981); y (c) el desencanto por las técnicas experimentales ‘duras’ en psicología social que desembocan en la llamada ‘segunda revolución cognitiva’ proclamada por Rom Harré a comienzos de los 90 (cf. Harré 1992, Harré & Gillett 1994). No sé qué pensarían de todo esto precursores como Bajtin en la Rusia soviética o los sociólogos empíricos que en Estados Unidos insistieron en la importancia de los materiales escritos, las entrevistas o la ‘interacción simbólica’. 4 muy particularmente estudiar, entre otras cosas, las argumentaciones que ocurren en la vida social. Sea que se inclinen peligrosamente hacia la posición extrema de que la vida social no sería otra cosa que discurso (o incluso argumentación) o que más modestamente crean que el lenguaje, el discurso, los textos, y entre todo ello eventualmente los argumentos y las argumentaciones, son un elemento importantísimo de la vida social, hay muchos científicos sociales hoy por hoy que pueden describirse de esta manera. Voy a recapitular el camino que llevo recorrido hasta ahora. Desde un punto de vista empírico he afirmado la existencia de tres conjuntos de científicos sociales: los activistas, quienes piensan que la argumentación en ciencias sociales debe perseguir fines prácticos y ser con una palabra útil a la sociedad; los persuasivistas, quienes piensan que la argumentación tiene efectos reales sobre el comportamiento de las personas y la formación de las instituciones sociales; y los discursivistas, quienes piensan que la argumentación es un objeto de enorme interés, sea teórico o práctico, para las ciencias sociales, si no es que incluso el objeto de mayor interés para ellas. Desde un punto de vista no empírico, sino a priori, he sugerido que activismo implica persuasivismo y que persuasivismo implica discursivismo. Voy a ir más lejos. Después de todo, los razonamiento a priori son baratos. ¿Por qué entonces no darse el lujo completo? En el caso que aquí nos ocupa esa tarea es eminentemente fácil. Si partimos de la afirmación de que las argumentaciones son un objeto privilegiado de las ciencias sociales, muy bien podríamos decir que la única razón para privilegiar semejante objeto es que las argumentaciones tienen efectos prácticos importantes en la vida real de las personas. Luego eso que hemos llamado discursivismo no solamente es implicado por el persuasivismo, sino que a su vez lo implica. Se trata de posturas lógicamente equivalentes: si una es verdadera, la otra también lo es; y si una es falsa, la otra también lo es. Por otro lado, si partimos de la afirmación de que las argumentaciones tienen efectos prácticos importantes, entonces podríamos considerar que las argumentaciones de los científicos sociales, siendo un caso particular, tienen efectos prácticos importantes también; y una vez que decimos esto, tendríamos que concluir que el científico social no puede en ese caso darse el lujo de construir sus argumentaciones sin considerar el uso (y abuso) que de ellas puede hacerse en la vida social. Por lo tanto, el persuasivismo implicaría el activismo al tiempo que éste implica aquél. Juntando esto con lo anterior diríamos que activismo es equivalente (en el sentido lógico) a persuasivismo y que persuasivismo es equivalente a discursivismo. Luego de las ocho combinaciones matemáticamente posibles sólo dos serían lógicamente (y a priori) posibles, según muestra el Cuadro 1. Con este cuadro llego al punto al que quería llegar: diga lo que diga el razonamiento a priori, lo que encontramos en las ciencias sociales es que las ocho posiciones han sido ocupadas de tanto en tanto, e incluso que un solo científico social parece moverse de sitio de tanto en tanto. Lo que quiero decir puede ilustrarse considerando tres de los más famosos científicos sociales de todos los tiempos: Karl Marx, Max Weber y Vilfredo Pareto. Consideremos ahora el Cuadro 2, que es una adaptación a posteriori del Cuadro 1. El lector perspicaz notará, observando atentamente este nuevo cuadro, que la tensión 5 más constante se refiere al discursivismo. Los tres autores fueron entusiastas analistas de textos en general y de argumentaciones en particular.6 Dedicaron cada uno de ellos esfuerzos enormes a la discusión tanto de las argumentaciones que se producen al interior de las ciencias sociales como las que caracterizan a muchos actores sociales de interés. Sin embargo, la manera como justifican su interés es siempre mesurada y relativa: afirman que esas argumentaciones representan evidencia más o menos indirecta de aquello que realmente les interesa. Estoy casi seguro de que las propuestas metodológicas de los interaccionistas simbólicos, los analistas de la conversación, los estudiosos de efectos de enmarcamiento, e incluso las fatigas de encuestadores y entrevistadores les habrían parecido en general exageradas y desproporcionadas. La tensión ha sido pues en buena parte artificialmente creada por el hecho de que he procedido hasta ahora (por razones de simplificación) como si la respuesta a la pregunta sobre la importancia del discurso y la argumentación para las ciencias sociales fuese tajante, un Sí o un No rotundo e inapelable. En esto me he guiado por los excesos a los que ciertos discursivistas contemporáneos nuestros parecen sucumbir, cuando hablan y escriben como si todo el tejido social no estuviera hecho sino de palabras. La cuestión interesante sería por lo tanto en qué circunstancias y para qué fines vale la pena emprender el estudio de la argumentación en la vida social. Antes de discutir cada uno de los autores me gustaría anticipar un poco recordando al lector que Marx tiene una teoría de la ideología que le permite justificar en cada caso sus esfuerzos analíticos: las argumentaciones sirven para enmascarar los intereses de clase; luego, a quien tuviere intereses de clase diferentes le resultarán utilísimas las técnicas de desenmascaramiento que Marx le pueda proporcionar. Es sabido de todos que hay un pequeño problema con esta teoría, toda vez que podemos encontrar casos en que tal o cual individuo o grupo discurre de manera contraria a tales intereses (digamos, repitiendo la vulgata, encontramos proletarios discurriendo como burgueses y burgueses discurriendo como proletarios, Marx presumiblemente incluido). Es igualmente sabido que este problema lo soluciona Marx, más mal que bien, con el concepto de “falsa conciencia”. Sobre todo esto se ha vertido mucha tinta; y aquí no vertiré ninguna más. Lo que no es muy conocido es que Pareto tiene también una teoría de la ideología, la cual está toda ella basada en la de Marx, como el propio Pareto dice o implica en varios lugares (1916, §829, 2079, 2203-2207); pero en ellos también nos dice que la solución al problema de la teoría de Marx debe ir en un sentido diferente: lo que se requiere es enriquecer o complementar la teoría marxista aceptando que lo que mueve a los seres humanos a no seguir sus intereses e incluso a actuar directamente contra ellos son instintos o sentimientos cuyo contenido y dirección podemos extraer del análisis de las argumentaciones más recurrentes en la vida social. Las palabras “instinto” y “sentimiento” 6 De hecho, Marx pudo usurpar el antiguo nombre “crítica”, asociado al análisis cerrado de textos, justamente porque fue entrenado como filólogo y supo usar con maestría de sus métodos a la hora de asumir la tradición de la economía clásica (cf. Leal 2003). En cuanto a Weber y Pareto, ambos eran grandes conocedores de la antigüedad grecorromana, escribieron sobre ella y emplearon el análisis de textos en todas sus obras. 6 son típicas del siglo XIX, y lo que distingue a Pareto es justamente que las usa como meras etiquetas para señalar el problema metodológico de su identificación, clasificación y explicación. Uno de los aportes de Pareto es justamente señalar el camino a seguir y ofrecer una muestra de lo que se puede lograr siguiéndolo.7 Por ello, el estudio de la argumentación es importante en parte por lo que Marx dijo y en parte a fin de elaborar una sociología general en la que se tomen en cuenta tanto los intereses como los demás motores de la acción humana. En cambio yo estoy mucho menos seguro de que haya en Weber propiamente una teoría de la ideología, si bien es claro que utilizó (al igual que Marx y Pareto) las herramientas que la filología y la crítica le proporcionan a las ciencias sociales para interpretar, situar y evaluar lo dicho y escrito por autores célebres y menos célebres. Cualquier que haya leído siquiera las primeras páginas de La ética protestante sabrá la importancia que tenían para Weber los textos.8 Aparte de la importancia que Weber le concedió a los textos, discursos y argumentaciones, por cuanto revelan el “espíritu” de algo como el capitalismo, cabe decir que parece además sostener que las argumentaciones tienen efectos sociales reales muy importantes. De hecho, una de las distinciones más importantes que hace Weber y que reaparece en sus grandes obras sociológicas con predecible frecuencia es la que separa la racionalidad material de la formal, la cual tiene mucho que ver con la explicitud característica de los textos y en particular de las argumentaciones. Dando tanta importancia a ellas, ¿cómo es que insiste tanto en el postulado de abstención de juicios de valor (Wertfreiheit) para las ciencias sociales? Sin duda este postulado es perfectamente comprensible y aceptable dentro de los límites que Weber plantea; pero muchos le han achacado, no sin razón, que el escribir sobre sociología, cuanto más en la forma tan elaborada e influyente en que él lo hizo, tiene ya, quiera él o no, efectos en la vida social. Volvamos a Marx. Por un lado este autor nos dice que toda la esfera del espíritu es una especie de epifenómeno de las relaciones sociales o socio-económicas y que las leyes de la historia siguen su marcha independientemente de lo que la gente diga y piense; por 7 La muestra por lo demás no es pequeña: abarca aproximadamente la mitad (unas mil páginas) del Tratado de sociología general (Pareto 1916, §§145-1396). Aprovecho la nota para aclarar que la palabra “ideología” no es usada con tanta frecuencia ni tanto ardor por Pareto como lo fue por Marx. Aunque no le es extraño este uso, Pareto prefiere hablar de “teorías” o bien de “derivaciones”, que es el término técnico que él introduce en su Tratado. Algunos contemporáneos de Pareto (como Lévy-Bruhl, Freud y McDougall) escribieron en un sentido parecido, pero es sobre todo después de su muerte que desde diversas perspectivas ha arrancado un programa multidisciplinario de investigación cuyo objeto de estudio es la discrepancia entre las tendencias naturales del pensamiento y la acción humana, probablemente como producto de la evolución, y el modo de pensar característico de la ciencia (sea ella natural o social, positiva o normativa). Cuando se escriba la historia de este vasto movimiento intelelectual, podremos ver el lugar específico que ocupa el autor italiano. 8 Un pasaje que muestra esto con especial claridad es la respuesta que dio a su primer crítico, el prof. H. Karl Fischer: defendiendo las interpretaciones que hace de ciertos textos, Weber aclara que “por supuesto pueden hallazgos filológicos corregir en cualquier momento los resultados” a que ha llegado, pero “la mera afirmación de lo contrario no le hace justicia a los materiales [escritos] de que disponemos” (Weber 1907, en Winckelmann 1978, 28). 7 otro lado no hizo otra cosa en su vida que luchar argumentativamente por cambiar esas relaciones y acelerar el curso de la historia. Se trata, me parece, de una tensión entre teoría y práctica que, si no me equivoco, caracteriza a todos los seres humanos (Hume y Kant insistieron sobre ella, el primero con desapego y sentido del humor, el segundo con una seriedad arquitectónica que da miedo). No es pues una tensión exclusiva de Marx, aunque en Marx se muestre de una manera especialmente clara y estridente.9 En el caso de Pareto, finalmente, las múltiples tensiones tienen mucho más que ver con su evolución intelectual, al menos tal como se la trata convencionalmente. (Mi impresión es que ese tratamiento convencional tiene errores de importancia, sobre los que no puedo detenerme aquí.) El primer Pareto (o Pareto I) es el joven que luchó entre 1865 y 1895 por las causas liberales clásicas sin dedicarse a las ciencias sociales de manera profesional (en su caso a la economía y a la sociología); podría describirse como un activista y persuasivista. El segundo Pareto (o Pareto II), es en esencia el autor del Curso de economía política (1896), en muchos sentidos su obra más enjundiosa y la que él personalmente más apreciaba (se murió deseando haber contado con el tiempo para publicar una segunda edición más madura, y sugiriendo que en su epitafio sólo se mencionase su autoría de esa obra); manifiesta una gran convicción activista, aunque asoman en él las primeras manifestaciones de escepticismo frente a la posibilidad de que las argumentaciones logren nada en el mundo real (la misma tensión que notamos en Marx y de la que dije es común a los seres humanos en multitud de casos). Finalmente, el tercero y último Pareto (o Pareto III) es el autor de Los sistemas socialistas (1902), del Manual de economía política (1906) y sobre todo del Tratado de sociología general (concluido en 1912, publicado en 1916); es claramente alguien que se ha apartado ya totalmente tanto del activismo como del persuasivismo, y se ha convertido en algo así como un contemplativo puro, o dicho más poéticamente un olímpico. De esta manera, vemos que hay una inconsistencia, la que opone taxativamente estudiar y no estudiar las argumentaciones de los actores sociales, que es más aparente que real: su estudio tiene su uso, si bien no debemos pensar que las ciencias sociales se agotan en él. Las demás inconsistencias no me parecen en cambio tan fáciles de eliminar. Un filósofo alemán poco conocido en nuestro medio, Leonard Nelson, dedicó buena parte de su trabajo intelectual a mostrar las contradicciones en que caían otros filósofos. Hasta aquí no se distinguía de muchos otros filósofos, antes y después que él. Pero lo que sí lo distingue es que estaba Nelson convencido de que en filosofía hay proposiciones verdaderas y de que es posible encontrarlas si seguimos el método correcto. Comoquiera que ello sea, su 9 A fuer de ser redundante: Weber parece muy consistente en los términos del Cuadro 2, pero de hecho sufre bajo la ambivalencia profunda de creer que la argumentación hace la diferencia al tiempo que insiste en que el científico social debe callar. Esta ambivalencia se invierte en Marx, quien sostiene que la ciencia social debe tomar partido al tiempo que afirma que las argumentaciones son inanes e innocuas (la tesis de la “superestructura”). Todavía más, Marx considera que los economistas clásicos merecen un gran esfuerzo crítico (véanse si no sus casi dos mil páginas de “teorías sobre la plusvalía”) al tiempo que su materialismo histórico implica la futilidad de semejante esfuerzo. Otros intelectuales comprometidos no tienen ninguna de estas ambivalencias, sino que se dividen limpiamente en discursivistas y no discursivistas. Serán más consistentes, pero son mucho menos interesantes. 8 conclusión era que cuando un filósofo se esfuerza en ser claro y lo logra (y no todo hacen lo primero ni consiguen los segundo), entonces podemos casi siempre interpretar las contradicciones en que caen diciendo que la verdad fue para ellos más importante que la conistencia. En eso se distinguen de sus seguidores y epígonos, quienes se casan con el sistema de su maestro y no sufren desviación ninguna del dogma heredado, a pesar de que los lleve a conclusiones absurdas. Creo que eso se puede aplicar muy bien a estos notables científicos sociales que he discutido aquí. Con todo, ya es hora de descender del cielo que pueblan los gigantones y de preguntarnos por los científicos sociales en general, sean ellos famosos o no. De hecho, la práctica normal de una ciencia social resulta para nuestros fines más significativa. ¿Encontramos aquí también inconsistencias? Un caso especialmente interesante es el de los economistas; veámoslo un poco más de cerca. De entrada, la inmensa mayoría de los economistas, confrontados con el discursivismo, manifiestan ser de “línea dura”, quiero decir que no quieren tener nada que ver con lo que la gente afirma y alega. Se trata de colectores impertérritos de datos fuertes (precios, salarios, tasas de interés, costos de producción, intercambio de factores) y constructores diligentes de modelos precisos (oferta y demanda, estructura de mercados financieros, modos de organización industrial, funciones de utilidad). La teoría económica no se puede construir con palabras, con los discursos y argumentaciones de los sujetos económicos, sino solamente con sus acciones. Sin embargo, en lo que toca a la cuestión del persuasivismo los economistas varían notablemente. La tradición es consistente con el antidiscursivismo mencionado antes: las palabras no tienen efectos, sólo las acciones; si se quiere modificar las cosas, hay que modificar los incentivos reales de los sujetos económicos (en último término, aumentar o disminuir los precios). La cosa, pues, parece a primera vista más clara que el agua: en economía nada de discursos ni argumentaciones. Sin embargo, a poco que mire uno más de cerca las cosas se complican. Consideremos para empezar el hecho de que hay áreas de la investigación y argumentación económica que tienen un carácter más interdisciplinario, como la historia económica, el análisis económico del derecho, la teoría de la elección racional en ciencia política, y la sociología y antropología económicas. En todas esas áreas lo que solemos ver es una combinación de los métodos “duros” de la teoría económica con los métodos “blandos” y discursivos de otras ciencias sociales. Un ejemplo fascinante es el del libro Por qué no caen los salarios durante una recesión (1999). Su autor, Truman Bewley, es profesor de economía en Yale, emprende allí un análisis económico del enigma (para la teoría económica) de que una economía que deja de crecer no conduzca automáticamente a las reducciones salariales que se podría esperar de acuerdo con una aplicación sencilla y tajante de la ley de la oferta y la demanda en mercados laborales. Lo interesante para nosotros no es, sin embargo, la pregunta (que es vieja y conocida), sino la respuesta, o mejor dicho: el hecho de que el profesor Bewley creyó importante entrevistar a los distintos actores sociales involucrados (empresarios, líderes sindicales, reclutadores, trabajadores sociales que atienden desempleados) para tratar de llegar a una respuesta. El método de las entrevistas es, en efecto, popular entre 9 sociólogos y antropólogos, pero prácticamente desconocido entre economistas. El libro recibió una reseña larga en el Journal of Economic Literature (la revista dedicada exclusivamente a reseñar y comentar las publicaciones económicas), en la que se enfatizó no solamente lo inédito del método utilizado, sino el hecho de que los resultados así obtenidos (y luego combinados con el poderoso aparato analítico de la teoría económica) iban en contra del frágil consenso alcanzado en macroeconomía, por cuanto ponían en duda el postulado de racionalidad (cf. Howitt 2002, 127). Dado que este es el postulado fundamental de la economía contemporánea, no se trata de cosas menores. Ahora bien: siempre podría decirse que estos ejemplos de discursivismo en economía no afectan sino ciertas investigaciones relativamente marginales, mientras que el grueso de la argumentación económica sería tranquilamente antidiscursivista. Y no se mentiría, como un vistazo rápido a las principales revistas del área corrobora fácilmente. Si hay lugar en los márgenes para un cierto discursivismo ocasional, lo que pareciera no haber es persuasivismo: los actores económicos reaccionarían —así la más extrema ortodoxia económica— a cambios en los precios, no a discursos y argumentaciones sobre posibles cambios en los precios. Con todo, la teoría de juegos distingue entre amenazas (o compromisos) que son creíbles y los que no son creíbles (cheap talk, cf. Farrell 1995, Farrell & Rabin 1996). Cuando dos actores deben ajustar sus acciones a lo que pueden prever de las acciones de su contraparte, y existen canales de comunicación entre ellos, los actores tienden a anunciar sus intenciones y a argumentar sus opciones. Estas acciones comunicativas tienen tanto mayor efecto cuanto la contraparte tenga buenas razones para pensar que el discurso del otro no es un mero bluff. Pero si podemos distinguir entre esos dos tipos de discurso y estudiar los efectos de uno u otro en situaciones de negociación económica o política, entonces no podemos decir que la investigación económica desdeña completamente el poder causal del discurso y la argumentación. Al menos aquí podemos discernir elementos de persuasivismo. Finalmente, si hay una profesión que se precia de saber distinguir entre lo positivo y lo normativo, es la de los economistas; ello haría pensar que se resisten a la intervención; y sin embargo es lo que más hacen y a lo que más aspiran (si bien admiten que sus intervenciones son normalmente de escaso efecto, al menos en la dirección en que hay mayor consenso entre economistas). Pero tal vez la situación es especialmente paradójica en el caso de la incomprensión por parte del público de las cuestiones económicas más elementales (cf. Leal 2008c, 167 y n. 34). Tienen la experiencia más larga de fracaso que se conoce en ciencias sociales; y sin embargo nunca dejan de insistir. Pareciera que el activismo está incrustado en sus cerebros con independencia de lo que diga la teoría. De todo lo cual se sigue que incluso el área de estudio que dentro de las ciencias sociales goza de mayor reputación por su solidez teórica y empírica presenta curiosas inconsistencias, al menos si comparamos el Cuadro 1 con lo observable más allá de profesiones de fe. Es claro que ejercicios similares a estos podrían hacerse con las demás disciplinas, subdisciplinas y áreas de estudio en ciencias sociales; y creo que se encontrarían tensiones e inconsistencias semejantes a las que he reseñado brevemente para el caso de la economía y de la los tres célebres autores indicados. De lo que concluyo que 10 las ciencias sociales son, desde este punto de vista, un terreno sumamente fértil para la exploración por parte de quienes se interesan en la lógica, la retórica y la teoría de la argumentación. REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS Baker, George Pierce & Henry Barrett Huntington (1905) The principles of argumentation, edición revisada y aumentada. Boston: Ginn & Co. Bewley, Truman F. (1999) Why wages don’t fall during a recession. Cambridge (MA): Harvard University Press. Bunge, Mario (2007) Did Weber practise the objectivity he preached? En: Max Weber’s ‘objectivity’ reconsidered (coord. por L. McFalls), pp. 117-134. Toronto: University of Toronto Press. [Hay traducción al español en: Mario Bunge, Filosofía y sociedad, pp. 76-95, México, Siglo Veintiuno, 2008.] Farrell, Joseph (1995) Talk is cheap. American Economic Review, vol. 82, núm. 2, pp. 186-190. —— & Mathew Rabin (1996) Cheap talk. Journal of Economic Perspectives, vol. 10, núm. 3, pp. 103-118. 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Las argumentaciones en ciencias sociales deben construirse de tal manera que sean útiles (activismo) Las argumentaciones en la vida social tienen efectos prácticos reales (persuasivismo) Las argumentaciones son un objeto privilegiado de las ciencias sociales (discursivismo) ¿Lógicamente posible o imposible? Sí Sí Sí Posible Sí Sí No Imposible Sí No Sí Imposible Sí No No No Sí Sí Imposible Imposible No Sí No Imposible No No Sí Imposible No No No Posible Cuadro 2. Tres ejemplos notables de combinación empíricamente constatables de las tres posturas ante la argumentación en ciencias sociales. Las argumentaciones en ciencias sociales deben construirse de tal manera que sean útiles (activismo) Sí Las argumentaciones en la vida social tienen efectos prácticos reales (persuasivismo) Sí Las argumentaciones son un objeto privilegiado de las ciencias sociales (discursivismo) Sí Marx, Pareto I Sí Sí No Marx, Pareto I Sí No Sí Marx, Pareto II Sí No No Marx, Pareto II No Sí Sí Weber No Sí No Weber No No Sí Pareto III No No No Pareto III Ejemplos* *Los números romanos añadidos al nombre de Pareto se refieren a los tres periodos en que se suele dividir la vida y actividad intelectuales del autor italiano. Más adelante en el texto trato de explicarlos. 13 Los autores Claudia María Álvarez Ortiz estudió Ciencias Gerenciales en la Unitec, Venezuela, pero ha desarrollado su carrera en el área académica, centrando su interés en el desarrollo de las habilidades de pensamiento. Adquiere una Maestría en Educación con especialidad en desarrollo cognitivo en el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Monterrey, México. En la misma institución se desempeñó como profesora de cátedra en las asignaturas relacionadas con el desarrollo de la inteligencia: Procesos Básicos del Pensamiento, Razonamiento Verbal y Solución de Problemas, Creatividad, Procesos Ejecutivos del Pensamiento y Análisis de la Información. Acaba de realizar una Maestría sobre el Pensamiento Crítico en el Departamento de Filosofía, en la Universidad de Melbourne, Australia. Ha sido merecedora de becas académicas, en ambas instituciones para la realización de dichos estudios. Correo electrónico: <calvarezortiz@gmail.com>. Víctor Manuel Favila Vega es licenciado y maestro en filosofía por la Universidad de Guadalajara, profesor de tiempo completo de la Universidad de Guadalajara adscrito al Departamento de Filosofía, miembro del Cuerpo Académico de Retórica Lógica y Teoría de la Argumentación. Sus intereses son la argumentación en la filosofía y la historiografía, y actualmente está investigando el papel de la argumentación en las controversias entre historiadores. Tim van Gelder es investigador (Principal Fellow) en filosofía de la Universidad de Melbourne, Australia. Director en Austhink Consulting, una empresa de consultoría y entrenamiento basada en Melbourne. Sus intereses son en pensamiento crítico y toma de decisiones, con enfoque particular en el uso de técnicas y tecnologías de mapeo. Ha sido responsable de varios programas de mapeo argumental, incluyendo Rationale and bCisive. Más información en <timvangelder.com>. Michael A. Gilbert ha estudiado y teorizado sobre lógica informal y teoría de la argumentación a lo largo de toda su carrera profesional. Su libro, How to win an Argument, se publicó por vez primera en 1979, y la tercera edición justo salió el año pasado bajo el sello de University Press of America. Una traducción al español bajo el título Cómo convencer fue publicada en España por Ediciones Deusto. En 1997 publicó Coalescent Argumentation en donde reunió su teoría de la argumentación multimodal con el la idea de un modo de argumentación llamado “coalescente” que se basa en y enfatiza el acuerdo (en lugar del desacuerdo). Desde entonces se ha concentrado en la argumentación emocional y ha publicado una serie de artículos sobre este tema. Actualmente está trabajando en un libro de lo que él llama “su otra cabeza”, un libro en torno al género y especialmente en torno al transgénero (las diversas vías por las cuales los seres humanos cruzan las barreras del género) y sus consecuencias epistemológicas y ontológicas. Fernando Miguel Leal Carretero es profesor e investigador de la Universidad de Guadalajara desde 1983. Áreas de interés: filosofía del lenguaje; ética y teoría general de los valores; historia, filosofía y metodología de las ciencias sociales y cognitivas; economía política; teoría lingüística general; lingüística aplicada al estudio de trastornos en el desarrollo de las capacidades lingüísticas; y naturalmente lógica, retórica y teoría de la argumentación. Publicaciones recientes: Diálogo sobre el bien (2007) y Ensayos sobre la relación entre la filosofía y las ciencias (2008). Correo electrónico: <ferlec@hotmail.com>; sitio en internet: <http://sites.google.com/site/filosofiasinaspavientos/>. Natalia Luna Luna es investigadora de la Universidad Autónoma de la Ciudad de México, y profesora también en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM. Estudió Filosofía en la UNAM y su maestría en la Universidad de Leeds en Inglaterra, en la que defendió la tesis Cuantificación y Ontología, bajo la supervisión de Peter Simons. Sus principales áreas de investigación son Filosofía de la lógica, Ontología, e Historia y Didáctica de la Lógica. Actualmente investiga los distintos grados de indeterminación que influyen en la formalización de un argumento, así como las relaciones entre la ontología y la lógica. Ha publicado Lógica y Ontología en la Summa Logica de Guillermo de Ockham, y “Tres Momentos en la Historia de la Cuantificación”. Ha sido coordinadora nacional de la Academia Mexicana de Lógica y del Taller de Didáctica de la Lógica. Correo electrónico: <natluna2@gmail.com>. Federico Marulanda es actualmente investigador en el Instituto de Investigaciones Filosóficas de la Universidad de Michoacán. En el área de la filosofía de la lógica se ha preocupado principalmente por la pregunta de si la multiplicidad de sistemas lógicos formales trae como consecuencia un pluralismo lógico fuerte. Su aportación al presente volumen constituye una primera incursión en el interesante tema de la interacción entre la lógica formal y la teoría de la argumentación. Paul Monk nació y creció en Melbourne, Australia, y en 1989 obtuvo su doctorado en relaciones internacionales por la Universidad Nacional de Australia con una disertación sobre las bases cognitivas de la intervención de Estados Unidos en Filipinas, Vietnam y El Salvador entre 1950 y 1984. Trabajó luego en la Organización de Inteligencia para la Defensa de Australia por varios años como analista de Asia Oriental (incluyendo puestos como Japan and Koreas Desk Officer y Head of China Analysis). Ha ejercido la docencia en política china e inteligencia estratégica e impartido seminarios a nivel doctorado. Fue cofundador de Austhink con Tim van Gelder in 2000. Ha escrito numerosos ensayos sobre asuntos históricos, culturales y políticos. Es autor de los libros Thunder from the Silent Zone: Rethinking China (2005), Sonnets to a Promiscuous Beauty: A Homage to the Western Canon (2006), Fair Choices: Flexibility and Negotiating Power in the Workplace (2007), The West in a Nutshell: Foundations, Fragilities, Futures (2009) y Darkness Over Love: Letters to my Muse (de proxima publicación). Ha aparecido con frecuencia en la radio y televisión australiano para comentar sobre asuntos de seguridad internacional. Juan Carlos Pereda Failache es miembro del Instituto de Investigaciones Filosoficas de la UNAM y ha sido profesor invitado en varias universidades de America y Europa. Ha publicado los libros Debates (1989), Conversar es humano (1991), Razón e incertidumbre (1994), Vértigos argumentales: una ética de la disputa (1994), Sueños de vagabundos: un ensayo sobre filosofia, moral y literatura (1998), Crítica de la razon arrogante: cuatro panfletos civiles (1999), Los aprendizajes del exilio (2008), Sobre la confianza (2009) y numerosos artículos en revistas especializadas. En 1998 recibió el Premio de la UNAM en Humanidades y en 2007 el premio de ensayo de la editorial Siglo XXI. Carlos Fernando Ramírez González es licenciado y maestro en filosofía por la Universidad de Guadalajara, profesor de tiempo completo de la Universidad de Guadalajara adscrito al Departamento de Filosofía, miembro del Cuerpo Académico de Retórica Lógica y Teoría de la Argumentación. Sus intereses son la argumentación en la filosofía y la ciencia, y actualmente está investigando el papel argumental de los mitos en la obra de Platón. Pedro Reygadas Robles Gil es doctor en Antropología por la Escuela Nacional de Antropología e Historia, Diplomado en Estudios a Profundidad en Ciencias del Lenguaje, maestro en filosofía y maestro en lingüística. Premio INAH 2008 en investigación lingüística por El rizoma de la racionalidad: el sustrato emocional del lenguaje. Autor de los libros El arte de argumentar y Argumentación y discurso. Cuenta con varios artículos nacionales e internacionales sobre argumentación, en especial en torno a la erística política, las emociones y la argumentación visual. Este último tema forma parte de su investigación actual dentro del campo de la teoría de la argumentación.