Dakota Johnson en Suspiria
Sebastián Pimentel

Pocos filmes de horror tan icónicos como “” (1977), ícono del ‘giallo’ italiano, género macabro en el que el thriller se confundía con una estética pop muy sangrienta. Pues bien, luego de su consagración internacional con “” (2017), el también italiano , uno de los mejores cineastas europeos de la actualidad, regresó a la dirección con su propia versión del clásico de los setenta de Darío Argento.

La “Suspiria” original era una especie de cuento de hadas psicodélico, que recogía ciertos manierismos de Mario Bava, pero con una imaginería visual barroca que tenía un aire con la de Federico Fellini. En cambio, Guadagnino, director de tesituras dramáticas, realistas y de atmósferas suaves y tenues, le cambia la piel por completo a este relato de la llegada de una joven bailarina estadounidense a una academia de danza situada en Alemania.

La historia de esta “Suspiria” tiene la forma de los cuentos antiguos, esos que contraponen la inocencia a la crueldad que la acecha: una muchacha de Ohio llamada Susan Bannion () llega a la célebre escuela de la señora Markos, y descubre un universo no tan oculto lleno de intrigas, y lo que parecen ser viejas brujas que utilizan el enorme recinto como una fachada con la que atrapar a sus nuevas y jóvenes víctimas.

Guadagnino deja la locación original de Friburgo y va al Berlín del muro y de las brigadas rojas del Baader-Meinhof. La contextualización sociopolítica incluye al Dr. Klemperer, psiquiatra alemán interpretado por una mujer: Tilda Swinton. La culpa que atormenta a Klemperer, relacionada a la historia del nazismo, es el pivote que lo contrapone, como hombre débil y de ingenuo racionalismo, a la alianza de las mujeres empoderadas. El filme de Guadagnino está hecho de silencios, ruidos secos y susurros subrepticios, que se cuelan por los salones y habitaciones de la gran casa donde habita la misteriosa escuela que suma varias bailarinas desaparecidas. La vieja estancia es otro personaje: alguien siempre escucha detrás de paredes y espejos. Muy pronto veremos cómo la casona articula los pisos de arriba con los pisos subterráneos, esos donde anida el monstruoso consejo de hechiceras.

En cuanto al aspecto formal, lo interesante del filme no solo tiene que ver con el cambio de los colores primarios de Argento por una fotografía algo fría, donde en momentos muy precisos es el marco adecuado para el protagonismo de una gama intensa de rojos. También hay que anotar cómo el director establece un sofisticado montaje hecho de simultaneidades donde se ponen en comunicación diferentes estancias y personajes.

Pero la magia de esta “Suspiria” está no solo en cómo todo es concreto y a la vez metafórico: el Berlín dividido es imagen de un mundo que vemos y otro que no vemos. La danza, que aquí se inspira en el expresionismo de Mary Wigman, es un elemento importante donde el sexo y el homoerotismo se confunden con el éxtasis artístico y el horror sobrenatural.

En fin, la “Suspiria” de Guadagnino es un f lme poderoso no solo por su lograda articulación de contextos históricos y sutiles meandros psicológicos –también cuenta la ascendencia menonita de Susan, quien debe liberarse de su primera madre para acoger a una nueva–. El tema del Sabbat o concilio de brujas, por ejemplo, también adquiere múltiples capas simbólicas que van desde la solidaridad y homosexualidad femenina hasta la propia latencia del mal, que anida en el pasado alemán como una maldición.

Por último, diré que es una pena que una obra maestra como esta, que va mucho más allá del cine de consumo rápido, se haya estrenado en Lima como si fuera una película de terror del montón.

LA FICHA
Título original: “Suspiria”.
Género: fantasía, horror, drama.
País y año: Italia/Estados Unidos, 2018.
Director: Luca Guadagnino.
Reparto: Dakota Johnson, Tilda Swinton, Mia Goth, Chloë Grace Moretz.

Calificación: ★★★★★

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