Sexenio revolucionario

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Sexenio revolucionario

(comp.) Justo Fern�ndez L�pez

Espa�a - Historia e instituciones

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Sexenio revolucionario (1868-1874)

SEXENIO DEMOCR�TICO O REVOLUCIONARIO (1868-1874)

 

Gobierno provisional de septiembre de 1868 a enero de 1870.

Revoluci�n Gloriosa de septiembre de 1868: los generales Prim y Serrano y el almirante Topete inician el levantamiento.

Las Juntas Revolucionarias se hacen con el poder y convocan elecciones.

El ej�rcito leal a la reina Isabel II es derrotado de Alcolea. La reina huye a Francia.

El 9 de octubre de 1868 se forma un Gobierno Provisional con ministros militares, progresistas, unionistas y dem�cratas.

Ideario democr�tico: rechazan la vuelta de la dinast�a de los Borbones al trono pero se declaran mon�rquicos.

El 6 de diciembre: Cortes Constituyentes por sufragio universal.

En junio de 1869 se promulga la nueva Constituci�n de car�cter democr�tico: monarqu�a parlamentaria, soberan�a popular, sufragio universal masculino y reconocimiento de las libertades individuales.

B�squeda de un rey con la oposici�n de los carlistas (Tercera guerra carlista) y republicanos.

Insurrecci�n armada en Cuba (Grito de Yara, 1868).

Levantamientos populares en Andaluc�a de corte republicano.

La lucha entre candidatos al Trono de Espa�a deriva en la guerra franco-prusiana en 1870.

Es elegido rey por las Cortes Amadeo I de Saboya, duque de Aosta y candidato del hombre fuerte del momento, el general Prim.

El 27 de diciembre de 1870 el general Prim es asesinado y el rey electo queda sin su mayor apoyo.

Reinado de Amadeo I de Saboya: enero de 1871 a febrero de 1873. El nuevo rey tiene escaso apoyo pol�tico.

Gran inestabilidad pol�tica: los partidos de la oposici�n hunden la labor de seis gobiernos en dos a�os.

Rebeli�n en las colonias de ultramar: Cuba, Puerto Rico y Filipinas.

Jefes de Gobierno: general Serrano, Ruiz Zorrilla y Sagasta.

El 10 de febrero de 1873 abdica el rey Amadeo I de Saboya, quien abandona Espa�a. Al d�a siguiente, los diputados republicanos proclaman la Rep�blica.

Primera Rep�blica Espa�ola de febrero de 1873 a enero de 1874.

El republicanismo es minoritario entre los espa�oles.

Divisi�n en cuanto a la concepci�n del Estado: Rep�blica unitaria con un �nico gobierno para todo el pa�s o Rep�blica Federal con estados aut�nomos que se ponen de acuerdo para crear un Estado de rango superior.

Levantamiento cantonal entre 1873 y 1874: descr�dito del republicanismo federal.

Presidentes republicanos: Estanislao Figueras, Francisco Pi i Margall, Nicol�s Salmer�n y Emilio Castelar.

El 2 de enero de 1874 Emilio Castelar queda en minor�a en las Cortes.

Enero de 1874: golpe de Estado del general Pav�a.

Dictadura del general Serrano de enero a diciembre de 1874, que, tras el golpe de Estado del general Pav�a, disuelve las Cortes, se nombre Presidente de la Rep�blica y forma nuevo gobierno, apoyado por los mon�rquicos.

El 29 de diciembre de 1874, el general Mart�nez Campos se pronuncia en Sagunto por la restauraci�n borb�nica en la persona de Alfonso XII, hijo de Isabel II. El triunfo de esta opci�n fue preparado por C�novas del Castillo.

Comienzo de la Restauraci�n Borb�nica: Alfonso XII.

El pacto de Ostende fue el pre�mbulo de la Revoluci�n de 1868, La Gloriosa, que acab� con la monarqu�a de Isabel II, obligada a exiliarse en Francia. Se inicia el per�odo denominado Sexenio Democr�tico que se prolongar� hasta diciembre de 1873. Este periodo se dividi� en tres partes:

1868-1870

Empieza con la revoluci�n del 1868, en la que el almirante Topete se alzar� contra Isabel II y se reunir� con Prim y Serrano.

Tras el exilio de Isabel, Prim y Serrano encabezar�n el gobierno provisional, y se aprobar� la constituci�n de 1869 con muchas caracter�sticas liberales y democr�ticas. Se otorga el sufragio universal masculino, gran declaraci�n de derechos de los ciudadanos, divisi�n de poderes. Ser� bicameral, progresista y admitir� la tolerancia religiosa.

1870-1873

Reinado de Amadeo I de Saboya, que acabar� abdicando en febrero de 1873. Prim encontr� su monarca democr�tico, pero el italiano no aguant� y dimiti� en 1873, caso �nico en la historia de Espa�a. Consecuencia de la dimisi�n fue la 1� Rep�blica.

1873

En febrero de 1873 empezar� la 1� Rep�blica hasta que el pronunciamiento del general Arsenio Mart�nez Campos en Sagunto da paso a la Restauraci�n borb�nica en Espa�a.

LA REVOLUCI�N DEMOCR�TICA DE 1868

�En 1868 cae la monarqu�a. Resulta que el famoso rebelde espa�ol lo es mucho menos que sus contempor�neos europeos. El rey hab�a sido ya decapitado en Inglaterra en el siglo XVII, en Francia a �ltimos del XVIII. Y, sin embargo, los espa�oles no hab�an llegado nunca a tal exceso. A las razones que les daban los propios monarcas para ser derribados �ineficacia, derrota militar, favoritismo, corrupci�n�, opon�an, testarudamente una creencia. Eran los malos consejeros, no el rey, quien as� se portaba. Lo creyeron de Felipe III, de Felipe IV, de Carlos II, de Carlos III el europeo; lo creyeron, en fin, del m�s dif�cil de creerse, de Fernando VII.. Y al socaire del pueblo, lo creyeron o fingieron creerlo los generales que se sublevaban peri�dicamente, �en defensa del trono�, y siempre contra los que se interpon�an entre la buena intenci�n de ese trono y el pueblo.

Hasta que estalla la marmita desparecida la tapadera, Narv�ez; Isabel II ha conseguido ponerse enfrente a la flor y nata de los generales, desde Espartero, el progresista, a O�Donnell y Serrano, liberales moderados, pasando por Prim. Cuando a eso se une la marina en la figura del almirante Topete, habr�n terminado las posibilidades de la monarqu�a.

Fue fuera una reina y no un rey quien estuviera ocupando el trono en aquel momento tiene su importancia. Las reinas provocan siempre una cierta protecci�n caballeresca. Al grito de ��Viva la reina ni�a!� murieron muchos luchando contra los carlistas, y la tradici�n de una Isabel gobernando es bien vista en Espa�a. En su contra, hay el hecho de que la conducta de una reina tiene que ser mucho m�s limpia que la de un var�n, a quien el pueblo espa�ol est� siempre dispuesto a perdonar devaneos.� [D�az-Plaja 1973: 493 ss.]

En mayo de 1866 y debido al incremento de la especulaci�n, al abuso del cr�dito y a la escasez de dinero real, se produjo una fuerte crisis econ�mica con numerosas quiebras empresariales, restricci�n de cr�ditos y una vertiginosa ca�da de los valores burs�tiles que provoc� la ruina de numerosas familias. A la falta de trabajo producida hay que a�adir la falta de pan originada por las malas cosechas de 1867 y 1868. El gobierno se encontr� impotente frente a la crisis y tom� una medida muy impopular: emiti� un empr�stito forzoso obligatorio para todos los contribuyentes y decret� una rebaja de los sueldos de los funcionarios p�blicos civiles, excepto los militares.

El amplio malestar social se concretaba en la falta de participaci�n pol�tica de las clases medias y en el empeoramiento de las condiciones de vida de las clases trabajadoras y campesinas. Ante la desintegraci�n interna del r�gimen isabelino, hace su aparici�n una nueva fuerza: el partido dem�crata, que nacido del progresismo alcanz� a partir de 1860 una ideolog�a espec�fica gracias a la uni�n con intelectuales krausistas que dieron las ideas sobre el absoluto respeto a la dignidad humana y la intangibilidad del individuo en cuanto soberano de s� mismo. Sus principales reivindicaciones pol�ticas: la soberan�a popular, el reconocimiento expreso y solemne de los derechos de la persona humana y el sufragio universal.

En el pacto de Ostende del 16 de agosto de 1866, los progresistas y los dem�cratas llegan a un acuerdo, al que se unieron posteriormente los unionistas de Uni�n Liberal: �destruir todo lo existente en las altas esferas del poder�. La sublevaci�n de la escuadra del Almirante Topete en el puerto de C�diz, el 18 de septiembre de 1868 fue el detonante de la revoluci�n, la Gloriosa, y marc� el comienzo del Sexenio Revolucionario.

Los sublevados en C�diz, a los que no tardaron en unirse los generales Serrano y Prim, ocuparon Sevilla y se dirigieron hacia Madrid. En la batalla de Alcolea, cerca de C�rdoba, el general Serrano derrot� a las tropas leales a Isabel II. A lo largo y ancho de la geograf�a espa�ola surgieron innumerables Juntas provisionales revolucionarias. En Madrid el general Concha se declar� neutral en el conflicto y entreg� el poder a la Junta revolucionaria. Isabel II, que veraneaba en Lequeitio (Vizcaya), se exili� en Francia sin renunciar a la corona.

�El reinado de la hija de Fernando VII estaba herido de muerte. Cruzaba las calles de Madrid la imagen de una reina adicta a las aventuras sentimentales y una corte repleta de aventureros, aduladores y beatos. Isabel II se enamoraba en las alcobas de palacio y combat�a en el circo de la pol�tica, alejando al partido progresista del poder. Por un tiempo O�Donnell, su jefe de gobierno, pudo desviar la atenci�n de los asuntos internos embarcando a Espa�a en la empresa imperialista que hab�a llevado a los ej�rcitos franceses hasta Argelia e Indochina y a los colonos y tropas brit�nicas a Asia y Ocean�a. La guerra de �frica, que arruina los sue�os de conquista del imperio marroqu� y ensancha los dominios de Ceuta y las plazas norteafricanas, y las expediciones a M�xico y la Cochinchina dieron cierto prestigio al gobierno, levantando una ola de exaltaci�n patri�tica en la prensa espa�ola, que compara las batallas del XIX con las gloriosas campa�as de anta�o. Espa�a era todav�a la quinta potencia del mundo y viv�a entonces un momento de euforia colonial, escrita con la sangre de soldados que mor�an de bala o insolaci�n en las arenas del desierto, dejando sus cuerpos sin vida, tendidos en la mirada de �frica, sin tiempo ni historia que recordara sus nombres, y reforzada con la reincorporaci�n pac�fica de la Rep�blica Dominicana a su imperio ultramarino.

Concluidas las campa�as militares, la estabilidad interna se deshace cuando una crisis financiera y de alimentos golpea el coraz�n de Espa�a y favorece el retorno de una pol�tica conservadora y de represi�n de libertades encabezada por Narv�ez. El regreso del espad�n de Loja al poder y la imposibilidad del moderantismo de responden a las demandas sociales de participaci�n pol�tica de los ciudadanos se sumaba al descr�dito de la reina y al malestar social generado por la quiebra econ�mica y la extensi�n del paro en las ciudades y campos de Espa�a. La oposici�n progresista conspira en el extranjero y sabe que puede contar con un buen pu�ado de generales que se sienten ofendidos por el destierro de varios compa�eros. A Isabel II la revoluci�n de septiembre de 1868 le sorprendi� cuando veraneaba en Vizcaya, en el marinero pueblo de Lequeitio, sin que tuviera tiempo de regresar al Palacio Real de Madrid para hacer las maletas y encaminarse al exilio en Francia. Le manifiesto de la Junta de C�diz, que se cerraba con �Viva Espa�a con honra�, o el de Valencia, rubricado con el grito de ��Abajo los Borbones!�, dieron la se�al de salida de un per�odo revolucionario de inestabilidad pol�tica, que si bien constituy� un avance en las conquistas democr�ticas no cuestion� los fundamentos socioecon�micos del Estado liberal. El sexenio (1868-1874) servir�a tanto para afirmar un nuevo liberalismo contrapuesto al de los moderados, como para decretar el fin del �r�gimen de los generales� y el triunfo de la sociedad civil.

Pasado el tornado del alzamiento militar, las elecciones entregaron el poder a una coalici�n de moderados, progresistas y dem�cratas, en tanto el extremo m�s radical de las clases medias basculaba hacia el republicanismo, en sus dos versiones, la federal y la centralista. La Constituci�n de 1869, imbuida de ideolog�a liberal-democr�tica mantuvo la monarqu�a como forma de gobierno y perfil� la soberan�a nacional.� [Garc�a de Cort�zar 2003: 208 ss.]

EL SEXENIO DEMOCR�TICO (1868-1874)

�El r�gimen moderado sucumbi� a causa de la falta de grandeza en sus ideales internos y externos. La guerra de Marruecos (1859), la intervenci�n en M�xico (1862) y la titulada pomposamente Guerra del Pac�fico (1863), fueron campa�as de propaganda patri�tica, que ocultaban tremendas impreparaciones militares. La sistem�tica negativa a ensanchar sus horizontes, la eliminaci�n perseverante de toda posibilidad de cambio, a derecha o a izquierda, la corrupci�n administrativa, la frivolidad del Trono, redujeron el partido a unos cuantos hombres ya gastados y a una escueta estructura burocr�tica. Su ca�da, provocada por el ej�rcito, todav�a liberal, arrastr� consigo a la realeza, con la cual ni los mismos prohombres del grupo conservador �C�novas del Castillo, entre ellos� se aven�an ya a tratar. Pero el pronunciamiento de 1868, triunfante en el Puente de Alcolea, alcanz� un desarrollo mucho m�s lejano de lo previsto por sus adalides: Prim, Serrano, Topete. El movimiento de �Espa�a con honra� desemboc� en un levantamiento revolucionario general, que intent� una experiencia singular en la vida espa�ola del siglo XIX: dar al pa�s la posibilidad de gobernarse a s� mismo. Tal fue el sentido de la Revoluci�n de Septiembre [de 1868, La Gloriosa].

El per�odo transcurrido desde el triunfo de la revoluci�n de septiembre de 1868 hasta el pronunciamiento de diciembre de 1874, que supuso el inicio de la etapa conocida como Restauraci�n, se denomina Sexenio Revolucionario o Sexenio Democr�tico. Se inicia con una revoluci�n antidin�stica, que consigui� derrocar a la reina Isabel II e implantar un r�gimen demoliberal, definitivo logro de la revoluci�n burguesa.

La primera experiencia democr�tica realizada por Espa�a puso de relieve la buena voluntad de una minor�a y la indisciplina del pueblo, sometido a presiones muchas m�s tremendas que las que requer�an su intervenci�n como simple coeficiente en la vida p�blica a trav�s del sufragio universal. Aparte el nuevo brote de carlismo, que afect� a Navarra y Catalu�a como herencia directa de la insatisfacci�n del campesinado cat�lico del Norte, los gobernantes tuvieron que luchar con el ambiente de bander�a que machacaba toda acci�n conjunta, con la pereza mental de la burocracia y con el infantilismo m�stico de nuevas ideolog�as acrecidas al calor de una inesperada libertad. En pocos a�os el federalismo se adue�� de la costa mediterr�nea obrerista, reflejo de la Primera Internacional. Esta corriente deb�a hallar entre los braceros andaluces y un grupo de obreros catalanes una franca acogida. Sobre ellos hab�a ya ca�do la doctrina de Proudhon, a trav�s de las obras de Pi y Margall.

Del Gobierno Provisional (1868-1870), con el general Juan Prim, a la monarqu�a de Amadeo de Saboya (1871-1873), con ineficaces y puntillosos ministros a su servicio; de esta monarqu�a a la Primera Rep�blica (1973-1874), el pa�s conoci� un v�rtigo pol�tico condigno de su exaltaci�n y de los problemas que realmente experimentaba, sobre todo, el agrario y el obrero. Las soluciones se agotaron en pocos meses, hasta desembarcar en el frenes� cantonalista, �pice del federalismo primargalliano y contramarca del foralismo carlista. Despu�s de tan manifiestas divergencias, en plena guerra civil en la Pen�nsula y en Cuba, solo era posible arbitrar una f�rmula que hiciera un Estado viable y capaz de cobijar imparcialmente a todos los espa�oles: la monarqu�a leg�tima, ampliamente constitucional. Esta fue la idea que preconiz� Antonio C�novas del Castillo y que impuso, despu�s de la liquidaci�n de la Rep�blica por el golpe de Estado del general Pav�a en 1874, con la restauraci�n de los Borbones en la persona de Alfonso XII.� [Vicens Vives 2003: 143-144]

EL GOBIERNO PROVISIONAL (1868-1871)

Dentro de los revolucionarios hab�a distintos sectores: campesinos andaluces, que pretend�an reivindicaciones sociales, los militares, que quer�an solo sustituir las autoridades en desempe�o, reemplaz�ndolas por otras, pero sin modificar estructuras. Barcelona y la zona Mediterr�nea se unieron a la revoluci�n, estableci�ndose en cada lugar Juntas, que recobraron la soberan�a, reivindicando una democracia.

La principal Junta Revolucionaria, la de Madrid, confiri� a Serrano el encargo de constituir un Gobierno provisional que r�pidamente legalizar�a la irregular situaci�n juntista nombrando nuevos ayuntamientos y diputaciones compuestos por los miembros de las juntas, con lo que el gobierno tom� el control centralizado del poder. El gobierno provisional defini� su prop�sito de mantener la monarqu�a como instituci�n sobre la base, de acuerdo con las ideas democr�ticas, de la soberan�a nacional expresada en unas Cortes Constituyentes elegidas por sufragio universal.

Se inici� as� el Sexenio Revolucionario (1868-1874), con un gobierno provisional a cargo del general Serrano (unionista) como regente, en tanto se encontraba un nuevo rey, y el general Prim (progresista) como jefe de gobierno, que un a�o despu�s ocup� la regencia. La victoria revolucionaria dej� con m�s poder a los unionistas y progresistas, relegando a un segundo plano a los republicanos y dem�cratas. Las Juntas Revolucionarias, con ideolog�a profundamente liberal, fueron disueltas.

Se convocaron Cortes constituyentes en las que se impusieron los dem�cratas mon�rquicos, los progresistas y los unionistas, a los grupos m�s extremos: mon�rquicos alfonsinos, mon�rquicos carlistas, y republicanos. Se aprob� una nueva Constituci�n (1869) de car�cter liberal, que establec�a el sistema mon�rquico de gobierno, pero como representante de la Naci�n; la funci�n legislativa corresponder�a a las Cortes (bicamerales).

CONSTITUCI�N DE JUNIO DE 1869

El principal objetivo de los revolucionarios fue elaborar una nueva Constituci�n que estableciera el reconocimiento de la democracia como sistema. La Constituci�n de 1868 se puede considerar, pues, como la primera Constituci�n democr�tica de la historia de Espa�a y la m�s avanzada del siglo XIX. Incorpora los principios de la democracia que triunfaba en Europa a partir de la revoluci�n de 1848 e intenta evitar excesos autoritarios del r�gimen anterior. El proceso constituyente lo llev� a cabo, por primera vez, una Asamblea elegida por sufragio universal de los varones mayores de 25 a�os.

Composici�n de la Asamblea Constituyente: clara mayor�a de progresistas y mon�rquicos dem�cratas (176, entre ellos Sagasta, Ol�zaga, Prim), una izquierda con 70 republicanos (Orense, Figueras y Castelar) y 80 tradicionalistas, isabelinos y unionistas (C�novas, R�os Rosas). En junio de 1869 la fuerte mayor�a mon�rquica de progresistas, unionistas y dem�cratas, junto con dos d�biles minor�as de republicanos y carlistas, elaboraron una nueva Constituci�n liberal promulgada en 1869 cuyas dos aportaciones m�s importantes y significativas fueron el establecimiento de un nuevo concepto de monarqu�a: monarqu�a democr�tica, pero basada en la soberan�a nacional que elige la dinast�a y puede revocarla. A pesar de ello, la opci�n republicana era muy numerosa entre los diputados.

La Constituci�n de 1869 reconoc�a la soberan�a popular y al pueblo como origen y fuente de la misma. El rey quedaba privado de capacidad legislativa y limitaba sus prerrogativas a la cabeza del ejecutivo a un papel simb�lico, de equilibrio y mediaci�n entre las fuerzas pol�ticas. Establec�a una efectiva divisi�n de poderes con el fortalecimiento de las Cortes y la independencia del poder judicial. El poder legislativo radicaba en un Parlamento bicameral, con un Congreso, elegido por sistema proporcional, y un Senado, elegido mediante sufragio universal indirecto con ciertas condiciones. Reconoc�a, por vez primera de modo expreso, las libertades democr�ticas b�sicas, que detallaba en una declaraci�n minuciosa y enf�tica: asociaci�n, reuni�n y expresi�n. Por primera vez se reconoc�a la libertad religiosa, aunque el Estado segu�a comprometido a sufragar los gastos de culto y clero.

La Constituci�n de junio de 1869 representaba la victoria del modelo democr�tico: el reconocimiento del sufragio universal para los varones mayores de 25 a�os (soberan�a popular), la libertad de cultos y la aseguraci�n de los derechos de reuni�n y asociaci�n acercaron a Espa�a por vez primera a los l�mites de la revoluci�n liberal burguesa. Pero estuvo muy lejos de satisfacer a las fuerzas que protagonizaron la ca�da de Isabel II, pues los republicanos se opusieron al principio mon�rquico, (hubo un levantamiento de 40.000 hombres en Valencia, Arag�n y Andaluc�a), los librepensadores dem�cratas al mantenimiento del culto y, lo que fue m�s importante m�s tarde, las fuerzas cat�licas se consideraron heridas al establecerse por primera vez la libertad de cultos.

La vigencia y permanencia de la Constituci�n de 1869 fracas� debido a la debilidad de las fuerzas democr�ticas, el acoso de fuerzas antiliberales como el carlismo, la falta de apoyo de la burgues�a, que segu�a adicta al moderantismo y liberalismo limitado, la decepci�n y radicalizaci�n de las clases populares que exig�an medidas para paliar sus necesidades b�sicas: trabajo, un salario digno, derechos sociales, etc.

ASESINATO DEL GENERAL JUAN PRIM el 30 de diciembre de 1870

El 30 de diciembre de 1870, mor�a el entonces presidente del Gobierno espa�ol, don Juan Prim y Prats (1814-1870), tras tres d�as de convalecencia de sus heridas recibidas en atentado terrorista. En el momento de morir, Prim era presidente del Gobierno y ministro de la Guerra, capit�n general de los Ej�rcitos, marqu�s de los Castillejos y conde de Reus. Antes de ocurrir el atentado, ya hab�an avisado al general de anarquistas, republicanos, alfonsinos deseaban hacerle desaparecer. El general Prim era conocido por su decidida oposici�n a la vuelta de los Borbones al trono de Espa�a. En un discurso hab�a pronuncia "los tres jamases", que no volver�an los Borbones a reinar en Espa�a. Prim nunca permitir�a que ni un Borb�n ni un Orle�ns ocuparan el trono de Espa�a.

Cuando regresaba del parlamento, en el que acababa de conseguir la aprobaci�n de la llegada de Amadeo I de Saboya como rey de Espa�a, sufri� un atentado en la calle del Turco, muy cerca de su residencia. El general no muri� en el acto gracias a r�pida intervenci�n del conductor de la berlina. Subi� por su propio pie la escalerilla de su casa. Los m�dicos detectaron ocho balas incrustadas. Tres d�as m�s tarde, el general fallece. Est� probado que las heridas producidas por los disparos del atentado de la calle del Turco no eran mortales. Se barajaron varias hip�tesis sobre la autor�a del atentado: Angulo, periodista y diputado republicano; el duque de Montpensier, Antonio de Orle�ns, casado con la hermana de Isabel II, que codiciaba el trono espa�ol; el general Serrano; hombres de negocios con intereses en Cuba que tem�an la abolici�n de la esclavitud en Cuba por la que abogaba Prim. El atentado fue llevado a cabo por tres terroristas, pero la conspiraci�n fue urdida en las altas esferas del poder, con la participaci�n probable del duque de Montpensier y del principal rival pol�tico de Prim, el general Serrano, quien lo habr�a estrangulado directa y personalmente mientras convalec�a de sus heridas tras el atentado, seg�n revelan las m�s recientes investigaciones forenses.

El duque de Montpensier habr�a organizado directamente el ataque, pues hab�a sido derrotado como pretendiente al trono de Espa�a por Amadeo I, a quien apoyaba Prim, mientras el general Serrano planeaba reinstaurar la dinast�a de los Borbones. Antonio Mar�a de Orleans, duque de Montpensier, era el hijo menor de Luis Felipe I de Francia y de Mar�a Amalia de Borb�n-Dos Sicilias, princesa de las Dos Sicilias. Tras la muerte de Prim, el duque de Montpensier se integr� en la familia real al casar a su hija, Mar�a de las Mercedes con Alfonso XII.

AMADEO DE SABOYA (1871-1873)

Hab�a una nueva Constituci�n que establec�a la monarqu�a como forma de gobierno, pero Espa�a era una monarqu�a sin rey. Las Cortes, de acuerdo con la Constituci�n, acabaron con la interinidad al establecer una Regencia, desempe�ada por Serrano, que encarg� la formaci�n de un gobierno al general Prim, el cual comenz� la ardua b�squeda de un candidato que, sin pertenecer a la dinast�a derrocada por la revoluci�n, aceptase reinar en un pa�s dominado por la inestabilidad pol�tica y fuera aceptado por las canciller�as europeas. El general Espartero, enemigo de Mar�a Cristina, regente del reino y jefe del partido progresista, rechaz� la oferta de convertirse en un rey-caudillo, alegando motivos de salud y su avanzada edad.

El problema que ten�a ahora el r�gimen era encontrar un rey cat�lico que conjugara la monarqu�a con los ideales democr�ticos. La b�squeda del candidato adecuado motiv� varios conflictos entre las canciller�as europeas. Entre las catorce candidaturas estaba la del pr�ncipe alem�n Leopoldo Hohenzollern Sigmaringen, detonante de la guerra francoprusiana; Fernando de Coburgo, rey consorte de Portugal; Antonio Mar�a de Orleans, duque de Montpensier, hijo menor de Luis Felipe I de Francia; Carlos de Borb�n, leg�timo para muchos y Alfonso, hijo de Isabel II, rechazado claramente por el general Prim. El duque de Montpensier quedaba descartado como candidato al trono de Espa�a por haber matado en duelo el 12 de marzo de 1870 Enrique de Borb�n, quien hab�a publicado panfletos virulentos contra su primo.

Las Cortes votan para elegir al rey de Espa�a el 16 de noviembre de 1870, quedando descartado Antonio de Orle�ns, al ser elegido Amadeo de Saboya, con el nombre de Amadeo I. El resultado de la votaci�n fue: Amadeo, 191 votos; republicanos, 60, duque de Montpensier, 27, el general Espartero, 8 y el pr�ncipe Alfonso, que ser�a m�s tarde Alfonso XII, solo 2. Hubo 29 ausencias, 4 diputados enfermos y 19 votos en blanco.

Triunf� la candidatura de Amadeo, duque de Aosta e hijo de Victor Manuel II de Italia, candidato grato a las clases medias de izquierda que ve�an en los Saboya a la dinast�a liberal que hab�a unificado Italia. Al final, en 1870, Amadeo de Saboya, hijo del V�ctor Manuel II, rey de la reci�n unificada Italia, y perteneciente a una dinast�a con fama de liberal, acept� el trono de Espa�a.

Apenas desembarcar en Cartagena, Amadeo recibe la noticia de que el general Prim, el general que m�s hab�a defendido su candidatura, hab�a sido v�ctima de un atentado terrorista. Perd�a as� Amadeo su principal y casi �nico sost�n. Su ausencia debilit� grandemente la posici�n del nuevo monarca. Amadeo se encontr� inmediatamente con un amplio frente de rechazo. Para los mon�rquicos alfonsinos y para los carlistas era un usurpador del trono, y para los cat�licos era hijo del usurpador del trono de San Pedro, el rey de Italia unificada. Finalmente, los republicanos, grupo procedente del Partido Dem�crata, reclamaban reformas m�s radicales en lo pol�tico, econ�mico y social y se destacaban por un fuerte anticlericalismo.

Amadeo I intent� establecer un turno pac�fico de gobierno entre las dos principales fracciones en que se hab�a dividido el partido progresista: la radical, dirigida por el dogm�tico Ruiz Zorrilla, y la constitucional del tolerante Sagasta. El intento fracas� por el mal entendimiento entre los dos l�deres y por la incapacidad de agrupar en torno a ellos los restantes grupos pol�ticos.

Mientras la alianza formada por unionistas, progresistas y dem�cratas, que hab�a aprobado la constituci�n y llevado a Amadeo al trono, comenz� r�pidamente a resquebrajarse. Tres elecciones a Cortes y seis gabinetes ministeriales mostraron lo que ser�a una constante durante el Sexenio Revolucionario: la excesiva fragmentaci�n de los partidos y la imposibilidad de un consenso entre ellos para paliar la situaci�n del momento. Por otra parte, las movilizaciones obreras y populares reclamaban el establecimiento de un r�gimen republicano y federal.

En abril de 1872 tuvo lugar el levantamiento carlista al grito de �Abajo el extranjero! La insurrecci�n se circunscribi� a la regi�n vasconavarra y a algunos n�cleos monta�eses de Catalu�a y Levante, donde se lleg� a establecer una Estado.

El 11 de febrero de 1873, asediado por la insurrecci�n de Cuba, las tensiones ministeriales y las conspiraciones republicanas, descorazonado al no lograr para Espa�a "todo el bien que mi leal coraz�n para ella apetec�a", Amadeo I renuncia a la Corona. En su mensaje dirigido a las Cortes defini� a los espa�oles como ingobernables: �Si fueran extranjeros los enemigos de su dicha [Espa�a]... pero todos los que con su espada, con la pluma, con la palabra, agravan y perpet�an los males de la Naci�n son espa�oles�.

Sin otra alternativa, era impensable iniciar una nueva b�squeda de un rey entre las dinast�as europeas. El Senado y el Congreso se re�nen en Asamblea Nacional, reuni�n que era anticonstitucional, y declaran como forma de gobierno de la naci�n la Rep�blica, dejando a las Cortes constituyentes la organizaci�n de esta forma de gobierno, con lo que comenz� la tercera etapa del Sexenio.

El vac�o de poder hab�a sido aprovechado por la burgues�a radical, reformista y extremista para proclamar la Primer Rep�blica en la historia de Espa�a. No era la aspiraci�n mayoritaria, pero los hombres que hab�an llevado a la revoluci�n de 1868 tem�an que tomaran el poder los carlistas y los conservadores.

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