Nada en la película deja saber exactamente por qué se habla de una última función. Función que, sabemos, alude a la proyección de una película. La palabra último y todo aquello que designa con el peso o la levedad del destino y lo pasajero sí le interesa a Omirbayev, pero no de la manera en que nos hace pensar el título de la película. Hay últimas cosas que vemos y hay últimas cosas que tenemos que descubrir. En Last Screening (2022), el cineasta vuelve a Almaty, antiguo oasis de La Ruta de la Seda y bastión sureste de las disueltas URSS. En este coming of age explora una ciudad en un constante contraste entre urbanismo y ruralidad, una tensión dialéctica entre el ruso (la mayoría de los pobladores de Almaty lo habla) y el kazajo (lengua que habla el joven protagonista), un espacio que es pura disyuntiva entre despojo y progreso, vertiginoso desplazamiento y anclaje anacrónico. Se encuentra en el interior de una sala de cine el espacio-oasis para suspender el progreso y la otredad vulnerada de Almaty. El momento exacto en el que la película filma la proyección de una película pasa algo doblemente memorable. Lo primero tiene que ver con tres soldados. Lo segundo con lo que pasa al interior de la cabina de proyección: ¿habíamos visto antes en el cine un proyector digital, tratado con el cariño (los primeros planos) que se le da al de 35mm en momentos similares (el nacimiento de la magia, el alumbramiento puro, la batalla que pierde la oscuridad), para alcanzar la exactitud en la presentación del más incierto y gaseoso de los sentimientos que es la melancolía? Para Omirbayev lo que pasa al interior de un bus y al interior de una sala de cine no son cosas muy distintas. Nos despedimos de la película con el rostro de un espectador que ha asistido a algo para lo que no hay palabras, ni siquiera para la cámara, que es capaz de meterse dentro del oído y el cerebro de las personas.