The New Yorker, 95 años después 2020/02/29 | Excélsior

The New Yorker, 95 años después

El primer número de The New Yorker salió el 21 de febrero de 1925, una aventura planeada por Harold Ross y Jane Grant.
Fernando Islas

Fernando Islas

De tránsito en Barajas me topo con la edición por el 95 aniversario de The New Yorker (Febrero 17 y 24, 2020), la legendaria revista semanal que ha sido casa de las mejores plumas de la lengua inglesa. No es que en sus páginas se fusionen literatura y periodismo. Está claro en cada entrega qué piezas son de ficción y de no ficción. Sin embargo, en el NYer, como le dice Bill Buford, uno de sus editores, hay notable evidencia del periodismo como una de las bellas artes. En corto, no se trata de una excelente publicación. The New Yorker, decía mi maestro Jorge López Páez, es sencillamente la mejor revista del mundo.

En esta entrega destaca, a mi entender, la colaboración del periodista Steve Coll (After Impeachment) sobre los acuerdos entre el presidente de Estados Unidos y los demócratas, desde el inicio una tormenta perfecta. Relata Coll que “el 23 de enero de 2017, en el cuarto día de Donald Trump como Presidente, éste se reunió con los líderes del congreso en la Sala del Comedor del Estado de la Casa Blanca. ‘Saben, gané el voto popular’, empezó y luego repitió la calumnia de que Hillary Clinton había recibido de tres a cinco millones de votos ilegales debido a un fraude. ‘Eso no es verdad’, le señaló Nancy Pelosi, se lee en A Very Stable Genius, el libro recién publicado sobre la administración de Trump de los reporteros de The Washington Post Philip Rucker y Carol Leonning. ‘Si vamos a trabajar juntos’, dijo Pelosi, ‘debemos establecer cierto conjunto de hechos’. Steve Bannon, el entonces estratega jefe de Trump que estaba presente, susurró a sus colegas: ‘Nos va a agarrar. Será un asesinato’”. Camino a las elecciones presidenciales de noviembre en el país de las barras y las estrellas, ya veremos cómo se desarrolla esa espinosa relación.

El primer número de The New Yorker salió el 21 de febrero de 1925, una aventura planeada por Harold Ross y Jane Grant, un matrimonio de periodistas. La idea era hacer una revista con humor, cuyo epicentro sería Manhattan, a cambio de 15 centavos (a fifteen-cent comic paper). Y sí, en sus páginas hay una religiosa tradición de viñetistas que asimismo son los encargados de ilustrar las portadas en cada entrega. Cosa curiosa, sus dibujantes han sufrido la censura en la era de las redes sociales, pues Instagram o Facebook han cancelado algunos “posteos” de las cuentas personales de sus autores, en especial los trazos sobre Donald Trump.

Pero de verdad las tapas son espléndidas. Están, por ejemplo, la del 26 de enero de 1998 (la Cuba Issue) en la que Fidel Castro, con un puro, y Juan Pablo II, con un mojito en un vaso con una pequeña sombrilla, disfrutan de la puesta de sol en La Habana, una edición para pensar y discutir el encuentro definitivo de la iglesia católica con el comunismo, o la del 16 de febrero de ese año, a propósito del escándalo Clinton-Lewinsky, con un dibujo del entonces presidente estadunidense, de pie, en una conferencia de prensa en la que siete micrófonos de los medios le apuntan al pene. Nadie puede acusar al Nyer de carecer de sentido del humor. Mención aparte merece el caricaturista mexicano Abel Quezada, quien, cuentan los enterados, señalaba que con lo que le pagaban le podía dar la vuelta al mundo. Mención aparte también merece el rechazo, en julio de 1981, a un texto de Gabriel García Márquez, al que poco más de un año después le otorgarían el Premio Nobel de Literatura.

Como sea, este esfuerzo neoyorkino siempre destaca por la calidad de sus contenidos. A sangre fría, el clásico libro de Truman Capote, originalmente vio a la luz en sendas entregas para la revista. Asimismo, me entero que Boys don’t cry (1999) y Brokeback Mountain (2005), dos películas oscarizadas, basaron sus argumentos en sendos relatos publicados en The New Yorker.

Se diría que hay demasiada cultura y buena vida en esta oferta editorial, extendida desde hace años en la web y en los dispositivos móviles con contenidos exclusivos, pero, precisamente uno de los textos en la referida edición por su 95º aniversario abre con una pregunta inquietante: “¿Hay espacio para champaña y chocolate cuando el planeta está ardiendo?” Ciertamente hay quienes no quieren ver que el cambio climático es un desafío urgente.

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