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Mujeres en el mundo. Historia,
retos y movimientos
Mary Nash
Barcelona, Alianza editorial, 2004
Mary Nash consigue perturbar las conciencias de mujeres y, sobre todo, de
hombres del siglo XXI con la historia de las mujeres. No porque exponga el
complejo, no lineal y contradictorio movimiento de las mujeres, sino porque
esta historia nos desvela en lo profundo de la conciencia la enormidad de
tiempo y sufrimiento que llevó a nuestras bisabuelas, abuelas, madres…
conseguir que algunas de nosotras podamos hoy tener un reconocimiento
como sujetos, más o menos autónomos, de nuestras acciones, saberes,
voces; para que hoy podamos reconocer, aceptar, tolerar y amar las
diferencias entre formas de hacer y comprender de las mujeres en nuestro
mundo globalizado.
Mary Nash, pionera en los estudios sobre la historia de las mujeres en
España, es bien conocida por sus trabajos sobre el papel de las mujeres
republicanas en la guerra civil (Rojas, 1999), un logrado intento por hacer
visible el protagonismo silenciado de las mujeres en el pasado.
Recientemente ha dirigido sus esfuerzos a desvelar cómo las
representaciones culturales de las mujeres inmigrantes en los medios de
comunicación sirven para modelar y reducir a estereotipos pasivos, lo que
en realidad suelen ser patrones de comportamiento complejos y roles
sociales activos, a menudo centrales, en sus colectivos.
En este trabajo que reseñamos, Mary Nash emprende un ambicioso tour
de force. Presentar una panorámica de lo que han sido los movimientos de
las mujeres por la conquista de derechos básicos en los últimos doscientos
años no es una tarea fácil. Menos aún lo es proponerse que esa
panorámica tenga una perspectiva abiertamente global, esto es, que
abarque movimientos de todo el mundo, desde los movimientos más
cercanos culturalmente hasta los más distantes del lejano oriente, a través
de estudios de caso que muestran la existencia de importantísimas
iniciativas en marcos geográficos extraoccidentales. Y todo ello presentado
a través de un hilo conductor histórico que logra sustraerse de la linealidad
y la excesiva simplificación; los vaivenes, las contradicciones, las tensiones,
son expuestas para mostrar la riqueza y el carácter vivo de unos
movimientos de mujeres que han contribuido de modo crucial a la
consecución de profundos cambios sociales.
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Mujeres en el mundo. Historia, retos y movimientos
El libro relata la complejidad y las contradicciones del inmenso esfuerzo
que han realizado las mujeres durante más de 200 años para salir de la
subalternidad y ninguneo que las construcciones culturales, incluidas las
leyes, del siglo XIX y XX han sometido, y todavía someten, a una mitad de la
humanidad. Hace un repaso histórico no sólo ciñéndose a los raíles del
tiempo, sino organizando la interpretación de esa compleja revolución en las
temáticas más significativas que subvirtieron y subvierten la ancestralidad
masculina: lo público y lo doméstico, la sexualidad, el poder político y
económico.
Desde la perspectiva de la construcción cultural del otro, Mary Nash
indaga, narra y valora los logros identitarios en el terreno social, cultural y
político de los movimientos y acciones de las mujeres. Para realizar ese
recorrido, el libro se estructura en cinco grandes capítulos. En una primera
parte que corresponde a los tres primeros capítulos trata de la construcción
de la subalternidad de las mujeres con el análisis del discurso de la
domesticidad y de la delimitación de los ámbitos de actuación femenina en
Europa y Estados Unidos de América; recorre el pensamiento y acciones de
aquellas mujeres “transgresoras, visionarias y luchadoras” que, desde
mitades del siglo XIX a mitades del siglo XX , iniciaron la redefinición de
feminismo cuya visibilidad refuerza el papel de innumerables y anónimas
mujeres que, con sus estrategias de resistencia, transmitieron nueva fuerza
y valores a sus descendientes; analiza los heterogéneos movimientos de las
mujeres insertos en los profundos cambios de signo político e ideológico de
Francia, Inglaterra, España, Holanda, Alemania, Rusia y los Estados
Unidos. La lucha por la ciudadanía, el sufragio y los derechos de las
mujeres, la paz son los temas en los que resalta la construcción del
feminismo. A partir de la diversidad de actitudes, ideas y posicionamientos
sobre estos temas muestra la heterogeneidad de los movimientos de
mujeres y la dificultad en conseguir espacios de libertad.
En el primer capítulo, partiendo de la idea de que, en el mundo
occidental, el siglo XIX fue “una fábrica de género construida de forma
paralela a la modernidad”, analiza la producción de distintos mecanismos
que garantizaban la permanencia de las mujeres en situación de
desigualdad y de subordinación. Hace un repaso de la producción de
mecanismos normativos, leyes y discursos, por los que se instituía “el
confinamiento de las mujeres en la casa y se les atribuía la única identidad
de madre y esposa”, negándoles derechos políticos y civiles. Deja sentado
que “para mediados del siglo XIX la diferencia de género se había convertido
en uno de los elementos definitorios de la sociedad contemporánea”. Valora
distintos mecanismos culturales como elementos que reforzaron la
subalternidad femenina. Destaca como la ideología cientifista, que
naturalizaba y justificaba la desigualdad biológica de género, legitimaba y
reducía a la mujer a la función reproductora. Asimismo, destaca cómo el
discurso de la domesticidad a través de las representaciones “ángel del
hogar” y “perfecta casada” reducía las mujeres a criaturas domésticas,
excluyéndolas de los cometidos sociales y laborales reservados únicamente
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a los hombres. En esta valoración no olvida señalar las reacciones
culturales y discursivas. Resalta las “voces discrepantes y la crítica a la
domesticidad”, que sólo representaban a una “minoría aislada de escasa
resonancia en el conjunto de la sociedad”, para dar paso al análisis del
proceso de transformación del arquetipo femenino a partir de la construcción
de la representación de “la nueva mujer moderna”. Esta representación
reconfiguró desde principios del siglo XX “una identidad femenina más en
consonancia con los tiempos y las necesidades de la sociedad, a la vez que
logró disfrazar de forma muy eficaz la continuidad de la maternidad como su
epicentro” y que contribuyó decisivamente “al mantenimiento del sistema de
género y de la correspondiente subalternidad femenina” a lo largo del siglo.
El segundo capítulo lo dedica al protagonismo de aquellas mujeres
“transgresoras, visionarias, luchadoras” cuyo esfuerzo y visibilidad
contribuyó a engendrar potentes movimientos de mujeres y contribuyó a
nuevas propuestas feministas. Parte de la génesis del término “feminismo”,
de su difusión y aceptación como vocablo “capaz de englobar de forma
plural distintas expresiones de resistencia y de lucha por los derechos de las
mujeres”. A partir de ahí valora las definiciones y redefiniciones de los
distintos feminismos. Sitúa las actuales definiciones para luego adentrarse
en los orígenes de esta génesis. Para las definiciones actuales parte de su
propia definición, realizada en 1981; basándose en el reconocimiento de
que “la mujer tenía un problemática específica de su sexo que no se podía
reducir a la procedencia de su clase social, […] definía el feminismo como la
aceptación del hecho que la mujer debía luchar por sí misma para lograr la
emancipación y la solución de sus problemas [completándose] con una
distinción entre el feminismo burgués y otro de signo obrero”, con lo que se
introducía el concepto de clase como elemento analítico. Ahora, valora la
redefinición del feminismo que, veinte años más tarde, aportan los
historiadores holandeses Akkerman y Struurman, como nuevos elementos
definitorios: “la crítica a la misoginia y la supremacía masculina; la
convicción de que la condición de las mujeres no era un hecho inmutable de
la naturaleza, sino que podía mejorar; la existencia de un sentido de
identidad de grupo, de género; la voluntad de hablar en nombre de las
mujeres y de defender el sexo femenino con la intención de ampliar el
ámbito de actuación de las mujeres”. Se adentra en la genealogía del
pensamiento feminista de la mano de sus protagonistas para resaltar “la
capacidad de la mujeres de autodefinirse como feministas, aunque su
redefinición no encaje en los cánones habituales… (y)… su capacidad como
agentes históricos de renegociar el orden de género establecido”. Resalta la
genealogía del pensamiento feminista haciendo un largo recorrido histórico
a través de las obras de distintas autoras, tan distantes, como son Christine
de Pisan (1405), Marie de Gournay (1622) o Mary Astell (1694), pasando
por autoras del siglo XVII y XVIII entre las que destaca a Mary Wollstonecraft
o el protagonismo de mujeres anónimas en la Revolución Francesa y sus
reivindicaciones en la constitución de su República. En el siglo XIX, valora
especialmente la influencia de Seneca Falls; la de las mujeres en la órbita
del socialismo utópico; la de las mujeres obreras en el seno del movimiento
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obrero; la de los movimientos de las mujeres y sus protagonistas
organizadas en torno a la reforma sexual, la huelga de vientres y la
abolición de la prostitución, ya en los inicios del siglo XX.
En el capítulo tercero trata de las resistencias y prácticas que las
mujeres llevaron a cabo para salir de la exclusión de los derechos políticos
que les impedían el derecho al voto y a la participación como ciudadanas en
la política. Muestra el “abanico de argumentos que legitimaban las
demandas políticas de las mujeres… (y)… las diferentes formulaciones,
tanto en clave de igualdad como de diferencia de género”. Analiza las
estrategias de las mujeres para alcanzar el reconocimiento de la ciudadanía,
el sufragio en Gran Bretaña y otros países europeos destacando cómo las
situaciones de conflictividad intensa como un cambio de régimen político o
una guerra se intensifican, se hacen más complejos y se acentúan las
contradicciones entre discursos y movimientos de las mujeres para
conseguir la inclusión como ciudadanas con plenos derechos. Cabe
destacar la valoración de las estrategias, resistencias y contradicciones de
los movimientos de las mujeres frente tensión guerra-paz.
El resto del libro está dedicado a trazar sendos recorridos a través de la
historia más reciente de los movimientos feministas occidentales y a través
de las trayectorias seguidas en contextos postcoloniales. El capítulo cuarto
se inicia, pues, en la situación generada cuando el voto femenino ya es una
realidad en numerosos países, tras haber sido la lucha sufragista uno de los
puntales del movimiento. En aquel momento, en la Europa de entreguerras,
podía parecer que los movimientos feministas se habían desactivado del
todo aunque, como advierte Mary Nash, en realidad se trataba de una lógica
reorientación hacia campos más sociales. La evolución de los movimientos
feministas en aquellos años mostró dos hechos que tendrían consecuencias
importantes en años posteriores: por un lado, la cuestión del status de las
mujeres logró introducirse en la agenda de los organismos internacionales y,
por otro, se abrió por primera vez de modo explícito la brecha entre grupos
feministas en pro de la igualdad de derechos con el hombre, o en pro de
afirmar la diferencia y la especificidad de las mujeres. Un debate de gran
calado que se vería interrumpido, no obstante, por el devenir de la situación
política internacional; el ascenso del fascismo y el estallido de la II Guerra
Mundial provocarían una reducción dramática de la presencia y el
reconocimiento público de las mujeres. El retorno del discurso de la
domesticidad es interpretado por Mary Nash como un asentamiento del
arquetipo del ama de casa que tuvo una gran eficacia como cohesionador
de la identidad femenina. El rol de la mujer quedaba ahí perfectamente
definido en clave de subyugación, dependencia, sumisión… en términos, en
definitiva, de subalternidad.
Ese contexto es el que vio ascender los nuevos movimientos sociales en
los años 60 y, en un lugar destacado, el nuevo movimiento feminista,
marcado por una gran pluralidad de ideas y por unas formas de lucha y de
organización ciertamente novedosas. Pero si en aquel momento las mujeres
ya habían alcanzado el voto, tenían derechos y reconocimiento, si no había
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una opresión abierta que fuera evidente…. ¿cómo se pudo construir un
movimiento social de tal magnitud? La respuesta la pudo dar la
norteamericana Betty Friedan cuando acuñó la expresión del “malestar sin
nombre” en su libro La mística de la feminidad (1963), para aludir a la
opresión doméstica y a la carencia de un proyecto de vida propio.
Efectivamente, pese a que su libro sólo se refería a las mujeres de clase
media norteamericana y no contenía ni teorías explicativas ni propuestas de
acción, tuvo un enorme impacto internacional al permitir identificar la
situación de opresión como una experiencia colectiva. “Lo personal es
político” rezaba el slogan que definía esa disolución de fronteras entre lo
privado y lo público. Junto al feminismo liberal de Friedan, Mary Nash
destaca inmediatamente el impacto y la trascendencia de la obra de Simone
de Beauvoir El segundo sexo que, pese a haber sido escrita en 1949, sólo
se convirtió en emblema del feminismo internacional en los años 70. La gran
aportación de Simone de Beauvoir, la afirmación de la feminidad como
construcción social, de la “otredad sexual” (el otro, el segundo sexo) puso,
como es conocido, los cimientos para el desarrollo de la teoría y la práctica
feminista en aquellos años. Fueron momentos de gran actividad intelectual,
de gran creatividad para establecer las ideas clave que permitirían
desarrollar un proceso de concienciación y de movilización social. Junto al
trabajo académico, encontramos los primeros actos de protesta pública
masiva (como los conocidos episodios de boicots a los concursos de Misses
o de la corona depositada en honor a la esposa desconocida del soldado
desconocido en el Arco de Triunfo en 1970) o los actos de desobediencia
civil (como los manifiestos “yo he abortado” o “yo también soy adúltera”),
con el fin de sensibilizar a la opinión pública de los mecanismos ocultos de
opresión femenina. Mary Nash despliega a continuación una descripción de
la diversidad de situaciones del Movimiento de Liberación de las Mujeres en
diversos países occidentales: la diversidad entre el feminismo liberal y el
más radical en Estados Unidos, la tensión entre el feminismo socialista y el
feminismo radical en Gran Bretaña, los agrios enfrentamientos y posteriores
divisiones en el intelectualizado feminismo francés… Muchos de las
reflexiones eran, como señala Mary Nash, poco accesibles para las bases
de los movimientos feministas, en aquel momento con preocupaciones
mucho más materiales: la desvinculación entre sexualidad y maternidad, las
campañas para legalizar anticonceptivos y a favor del aborto, la denuncia
pública de la violencia de género, la lucha contra la criminalización del
lesbianismo… Sigue un extenso apartado sobre América Latina. Pese a que
la gran heterogeneidad existente no permite hablar de un movimiento
latinoamericano de mujeres, existen suficientes diferencias respecto a
Europa y a Estados Unidos como para poder resaltar algunos rasgos
comunes. La crisis económica de los años setenta, la situación de
neocolonialismo y las dictaduras políticas en muchos estados
latinoamericanos, hicieron que los movimientos de mujeres
latinoamericanos tuvieran, por fuerza, una dimensión política y social mucho
más acusada. Además, el peso de las grandes desigualdades sociales, del
comunitarismo y de la familia, constituían elementos que los hacían
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incomparables con los casos occidentales. El capítulo se cierra con un
apartado sobre el movimiento feminista español, emergido en el marco de la
lucha antifranquista y que eclosionaría justo tras la muerte del dictador. La
Europa de los años 80 vería el declive del feminismo europeo como nuevo
movimiento social; la fragmentación por las sucesivas desavenencias
internas y su institucionalización progresiva habrían conducido a su
desvanecimiento. Eso sí, como se apresura a señalar Mary Nash, poco
propensa a la nostalgia, su mensaje emancipatorio en pro de la elaboración
de políticas de igualdad de género, habría permanecido.
El último capítulo del libro está dedicado a las voces del feminismo
procedentes de contextos postcoloniales o de minorías étnicas, unas voces
a menudo demasiado poco oídas. No es de extrañar, pues, que el
feminismo occidental haya sido objeto de crítica constante por parte de los
movimientos de mujeres no occidentales. Cuestionar la hegemonía cultural
occidental ha sido el objetivo principal del llamado pensamiento
postcolonial, dedicado a repensar los cánones universales, a reconocer la
diversidad cultural y a valorar la heterogeneidad. En ese contexto de
pensamiento, y en ese sentido, es en el que se cuestiona el feminismo
hegemónico del Norte para afirmar que no existe una experiencia femenina
única. Mary Nash apuesta sin ambages por esta línea: “El reconocimiento
de la diversidad cultural y, de forma muy significativa, de la centralidad del
protagonismo de la acción colectiva y de las teorías generadas por las
mujeres no occidentales es imprescindible para elaborar una historia global
del movimiento de mujeres en el mundo contemporáneo que no reproduzca
una visión subsidiaria distorsionadora de su valor”. Y a ello dedica el resto
del libro. El feminismo occidental se lleva ahora la peor parte, ya que las
feministas occidentales blancas se habían autodeclarado, quizá
inadvertidamente, en los únicos sujetos de la nueva historia feminista.
Impregnadas de un discurso colonial que afirmaba la superioridad de la
cultura blanca, las mujeres del Tercer Mundo eran sistemáticamente vistas
como algo homogéneo y, además, como un colectivo subalterno, tradicional
y sin capacidad de transformación histórica. La mirada simplificadora podía
ser paternalísticamente bienintencionada, pero estaba en definitiva cargada
de los valores que se pretendían criticar y conducía indefectiblemente a la
invisibilidad de los movimientos de mujeres del Tercer Mundo y de las
minorías en contextos occidentales. El mensaje oculto del feminismo
occidental era, después de todo, bastante evidente: el progreso de las
mujeres sólo podía realizarse mediante el abandono de su cultura
autóctona. Ante eso, las mujeres no blancas han desafiado esa visión
occidental que las invisibilizaba y que ignoraba la especificidad de sus
contextos sociales y económicos. En ellos, la discriminación de género no
es necesariamente el único ámbito de opresión, ni siquiera el prioritario: el
racismo, la pobreza estructural, la explotación económica y política, el
sexismo… todo confluye en una situación de subalternidad, para la cual hay
que buscar definiciones específicas de feminismo. Mary Nash da paso
entonces a diversos estudios de caso para demostrar cómo se ha llevado a
cabo esa crítica del pensamiento feminista occidental y cómo se han ido
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afirmando voces feministas en contextos diferentes: las respuestas al
imperialismo británico en India, Sri Lanka y Australia; el papel de las
mujeres en los movimientos de liberación nacional en distintos estados
africanos; la difícil y a menudo equivocada lectura que de la situación de las
mujeres en el mundo árabe realizamos desde Occidente; los movimientos
feministas en diferentes estados del Caribe… Mención aparte merecen el
papel crítico de primer orden desempeñado por las minorías étnicas.
Afrocaribeñas y asiáticas en Gran Bretaña, y afroamericanas y latinas en
Estados Unidos han contribuido de manera decisiva a desafiar el papel
subalterno al que, como mujeres y como minorías, habían sido relegadas y,
a la vez, afirmar su diversidad identitaria.
Mary Nash cierra su libro con unas páginas conclusivas en las que
afirma que si la redefinición del movimiento de mujeres en términos de
diversidad era el reto al acabar el siglo XX , éste puede calificarse de bien
encaminado como lo demuestra su inclusión en los foros internacionales
más institucionalizados. Los logros en los últimos doscientos años han sido
muchos, pero lejos de la autocomplacencia, hay que recordar que queda
aún mucho camino para acabar con la discriminación y la opresión de
muchas mujeres en todo el mundo y para superar los desencuentros y las
diferencias entre mujeres de distintas procedencias sociales, culturales y
religiosas.
NÚRIA BENACH I ROSA TELLO
Universitat de Barcelona
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