Juanito muri� mientras todos dorm�amos. Tantos todos que �l tambi�n. Iba recostado en el asiento derecho del coche cuando la esquina trasera de aquel cami�n de maderas parado en el arc�n entr� en su cabeza para cerrar una vida de uno y abrir un luto de muchos. La muerte de Juan G�mez, Juanito.
Nos enteramos del accidente casi al amanecer. No hab�a Twitter, s�lo la radio, esa cosa que sigue habiendo. Enseguida montamos la cobertura. El fot�grafo �ngel Casa�a y yo cogimos el coche y nos medimos con la carretera y el tiempo. No hab�a GPS, s�lo el mapa. Y la radio.
Mientras �ngel conduc�a, yo tomaba notas de lo que o�a y lo que pregunt�bamos cuando par�bamos en lugares cercanos al accidente. No hab�a m�viles, s�lo instinto. Supimos que el siniestro hab�a ocurrido en el kil�metro 161 de la A-5, la carretera de Extremadura. Juanito era el entrenador del M�rida y regresaba a la ciudad tras haber asistido la noche anterior en el Bernab�u a un partido de UEFA del Madrid, su Madrid, que este domingo lo homenaje� como si el minuto 7 de cada partido durase todo el d�a.
Aquella madrugada del 2 de abril de 1992 Juanito iba en el coche con el masajista y algunos jugadores del M�rida. El impacto le hab�a causado la muerte instant�nea y el f�tbol estaba organiz�ndose para despedirlo. Los datos viv�an en la radio y en las televisiones. Pero nosotros est�bamos all� para tratar de contar todo lo que ayuda a entender una tragedia, porque el dolor est� hecho de titulares y de migajas que, a veces, no caben en las noticias. Por eso, cuando Casa�a y yo llegamos al taller de La Lagartera donde hab�an llevado el coche destrozado y nos asomamos al interior, nos quedamos en silencio un instante. All�, entre cristales rotos, papeles ca�ticos y agua de lluvia, vimos las fotos de dos ni�os y una mujer, caritas de carn� que explicaban la extensi�n de una muerte.
El cad�ver de Juanito estaba en el tanatorio de Talavera, pero su f�retro iba a ser homenajeado en M�rida esa tarde, por lo que ten�a que volver a pasar por el lugar del accidente. Y pens� que eso era un pellizco de la vida y de la muerte.
Llegamos pronto al kil�metro 161. All�, entre los troncos ca�dos del cami�n y la lluvia que chapoteaba noticias, estaban las pruebas de una conmoci�n: cristales, un faro, una frenada, alg�n pl�stico... Esperamos bajo el aguacero a que apareciera el coche f�nebre. Y as�, 11 horas despu�s, Juanito volvi� a pasar por el kil�metro 161. Pero, esta vez, muerto.
Casa�a hizo la foto y a�n recuerdo el respigo de mi piel al ver la escena. Hab�a conocido a Juanito a�os atr�s y aquella me sonaba a muerte antes de tiempo.
Seguimos hacia M�rida adelantando al coche f�nebre. A las 18.00 horas, el ata�d fue expuesto ante el Ayuntamiento. Quietud. Ovaciones. L�grimas. Luego, una comitiva triste y lenta lo traslad� al estadio y los jugadores lo llevaron a hombros hasta el centro del campo. S�lo se o�an los aplausos y el silencio.
Condujimos horas y dormimos cerca de Fuengirola. Al d�a siguiente, 5.000 personas colapsaron la ciudad y su cementerio. Apretujado entre amigos, periodistas y polic�as, pendiente de no perder mi bloc de notas, acert� a o�r a Juan mientras acercaban a la tumba el f�retro de su hijo. �Se ha ido el ni�o, se ha ido pa siempre�.