Las sádicas guardianas nazis, terror femenino en los campos de concentración

Las sádicas guardianas nazis, terror femenino en los campos de concentración

Tras los execrables crímenes cometidos por la Alemania nazi durante la Segunda Guerra Mundial no solo estuvieron figuras masculinas. Mujeres como las guardianas de los campos de concentración también formaron parte del brazo ejecutor de Hitler, alcanzando altos grados de sadismo y perversión e infundiendo el terror entre las prisioneras

Las sádicas guardianas nazis, terror femenino en los campos de concentración (Mónica G. Álvarez)
Verificado por
Juan CastroviejoDoctor en Humanidades

Creado:

Actualizado:

Nos pegaban con todas sus fuerzas mientras pasábamos a través de la puerta. Teníamos tanto miedo de las palizas que preferíamos saltar desde la ventana». Con estas palabras Teréz Mózes, prisionera rumana del campo de Auschwitz-Birkenau y escritora, describió el terror que, tanto ella como sus camaradas, sintieron al cruzarse con las temidas Aufseherinnen (guardianas nazis) en este centro de exterminio. Un testimonio que se une al de cientos de supervivientes que sufrieron a diario las palizas y torturas, el odio exacerbado y la barbarie, a manos de sus carceleras. Hablamos de mujeres que fueron incluso «más crueles que Mengele», en alusión al conocido Doctor Muerte y sus conocidos experimentos médicos. No le faltaba razón a la judía Sarah Jakobovits cuando dio fe en los tribunales de las atrocidades cometidas por las guardianas, cuya función principal era infligir la muerte de los internos.

Guardianas nazis

Mujeres guardias de campos de concentración, Auschwitz, 1942. Foto: Getty.

«El Puente de los Cuervos»

Desde 1939, cientos de alemanas se alistaron a la Bund Deutscher Mädel (Liga de Muchachas Alemanas) y al Partido Nazi (NSDAP) para acatar los nuevos preceptos erigidos por Adolf Hitler y su Tercer Reich lejos de sus familias. Estas féminas —pese a lo que declararon ante sus respectivos tribunales—, decidieron formar parte de un sistema de aniquilación aun contraviniendo las leyes internacionales en tiempos de conflicto.

De las 250.000 mujeres que trabajaban para el régimen nazi, 3.600 de ellas acudieron como voluntarias al campo de concentración de Ravensbrück, cerca de Fürstenberg/ Havel, a 90 kilómetros al norte de Berlín, para integrarse en el llamado SS-Helferinnenkorps. Se trataba de un cuerpo auxiliar sin ningún tipo de deferencia militar ni adhesión a las SS, por lo que sus integrantes ni tenían autorización para portar armas ni tampoco para impartir órdenes a ningún varón. Sin embargo, las guardianas vestían de uniforme, llevaban pistolas, palos o látigos, todos los prisioneros sin distinción estaban obligados a obedecerlas, sus propios camaradas las temían y, por los servicios prestados al régimen, recibían un suculento salario.

Campo de mujeres de Ravensbrück

El campo mujeres de Ravensbrück fue el escenario de las mayores atrocidades, sadismo y crímenes contra la humanidad por parte de las guardianas alemanas. Foto: Shutterstock.

Pese a que el cometido inicial de las guardianas se limitaba al ámbito administrativo (correos, comunicaciones, intendencia), la realidad fue bien distinta. En el conocido como «Puente de los Cuervos» se realizaba la formación y el entrenamiento para convertir a estas mujeres en futuras asesinas. Aquí aprendieron a practicar torturas, flagelaciones y a dar rienda suelta a la violencia. Así fue cómo Ravensbrück encumbró el germen del sadismo y la perversión durante el Holocausto y sus malas prácticas fueron diseminadas al resto de campos gracias a ellas.

Españolas en el «El Puente de los Cuervos»

De entre las 132.000 mujeres capturadas de cuarenta países que padecieron atrocidades a lo largo de su estancia en el campo de concentración de Ravensbrück se encontraba un grupo de cuatrocientas españolas que llegaron alzando su puño en busca de libertad. Fueron capturadas por sus ideales comunistas tras luchar contra el fascismo y huir principalmente a Francia y Rusia para participar en la Resistencia como miembros destacados.

Una vez trasladadas a aquel pantanoso lugar, españolas como Neus Català, Elisa Garrido, Mercedes Núñez o Lola García Echevarrieta tuvieron que enfrentarse a unas condiciones de vida infrahumanas y a experimentaciones médicas tales como la esterilización, la retirada de la menstruación y la aceleración de la menopausia, el asesinato de sus hijos y, por supuesto, la prostitución. A esto se sumó otro gran temor: la presencia de las guardianas nazis, a las que debían respeto, obediencia y sumisión. Si se rebelaban, la respuesta era la violencia.

Jóvenes alemanas entrenadas por el Reich en 1932

Las jóvenes alemanas eran entrenadas por el Reich. En la imagen, disparando en la Escuela Colonial para Mujeres de Rendsburg en 1932. Foto: Getty.

Así recuerda Elisa Garrido, conocida por el apodo de «Françoise», uno de sus enfrentamientos con una carcelera: «Como no podía trabajar, porque no comía, dejé de hacer los siete mil obuses, entonces vino la Aufseherin y empezó a golpearme con una vara que llevaba —una verga—, empezó a darme vergajazos y como vio que del suelo tampoco me levantaba ni a fuerza de vergajazos, fueron y me llevaron al hospital. Y, para ver si conseguían reanimarme, me dieron algo de beber y al ver que no había nada que hacer, me llevaron al hospital provisional». Lo que no sabía esta aragonesa, que llegó a Ravensbrück en el denominado «convoy de las 27.000», es que quienes entraban en aquel lugar iban directas al crematorio.

La sádica de Stutthof

Los rasgos marcados de su cara, su pesada mandíbula y su mirada desafiante caracterizaron a una de las guardianas nazis más aterradoras que ha dado la historia del Tercer Reich. Herta Bothe, exenfermera reconvertida en Aufseherin en Stutthof, Ravensbrück y Bergen-Belsen, fue descrita como una «supervisora despiadada», ruidosa y arrogante que irrumpía repentinamente en el Judenältester (el campamento judío) emitiendo teatrales y calculados gritos a sus prisioneras. Si los quehaceres no se hacían con el suficiente cuidado, Bothe abofeteaba duramente y sin miramientos a las responsables. Numerosos testigos aseguraron en el juicio que la «Sádica de Stutthof» maltrataba sin piedad a los reclusos hasta el punto de dispararles a bocajarro. Sus visitas no tenían otro propósito que el de causar la consternación, la humillación y, cómo no, la muerte. De hecho, durante su estancia como trabajadora de los campos de concentración, esta sanitaria reconvertida en asesina cometió entre 50 y 150 crímenes por día.

Herta Bothe

Herta Bothe nunca se arrepintió y hasta su vejez declaró ser una víctima. Foto: ASC.

Durante el juicio de Bergen-Belsen, celebrado en septiembre de 1945, Herta Bothe negó todos los cargos que se le imputaban con un «nunca he golpeado a nadie con un palo». Aunque sí confirmó que abofeteaba a los internos si los sorprendía robando. Si bien los testimonios de los supervivientes ratificaron que la «Sádica de Stutthof» fue la responsable de numerosas muertes violentas, su condena fue menor que la de otras compañeras y el Gobierno británico la liberó.

Algunos datos apuntan a que Herta logró casarse y cambiar su apellido por el de Lange. Fue la mejor forma de poner tierra de por medio y desechar su verdadera identidad: nadie la reconocería, ni sabría su pasado durante la guerra, ni tampoco por qué estuvo en prisión. Además, consiguió otro propósito: disminuir su responsabilidad e inculpar a sus camaradas masculinos. Años más tarde, en 2009, un conocido director de cine documental alemán, Maurice Philip Remy, aseguró ser la última persona en entrevistar a Herta Bothe. Lo hizo para un reportaje llamado Holokaust en el año 2000. A sus 79 años y desde su residencia en una comunidad modesta al noroeste de Alemania, accedió a hablar ante las cámaras, aunque con cierto grado de nerviosismo. Incluso se puso a la defensiva en lo que respecta a si debería de haber trabajado o no como guardiana: «¿Qué quiere decir? ¿Que cometí un error? No... No estoy segura de lo que debería responder. ¿Cometí un error? No. El error fue el campo de concentración, pero tenía que hacerlo, de otra forma me habrían puesto ahí. Ese sí fue mi error». Toda aquella pantomima sobreactuada durante el juicio le sirvió para ser libre, pero no para arrepentirse.

Cuatro guardianas nazis en el juicio Bergen-Belsen

En la imagen, cuatro guardianas, Charlotte Klein, Herta Bothe, Frieda Walter e Irene Haschke, en el juicio de Bergen-Belsen por las atrocidades cometidas en el campo. Foto: Getty.

La Bestia de Auschwitz

Maria Mandel jugó un papel estelar, casi brillante y maquiavélico a la par que importante dentro del Holocausto. Supo ganarse el respeto de sus camaradas y el miedo de sus inferiores. A estos últimos, los reclusos, les puso el nombre de «mascotas judías», porque hacían todo lo posible por alegrar sus aburridas tardes en Auschwitz. Su naturaleza atormentada y confusa, hizo que Maria Mandel se comportase como dos personas diferentes. Bien podía sumergirse en la música clásica interpretada por la banda del barracón, como golpear hasta la saciedad a un prisionero. Atroz, repugnante y depravada fueron algunos de los calificativos que dijeron de ella. 

La austriaca, criada en un entorno idílico rodeado de montañas y parajes verdosos, creció rodeada de calzado y zapateros remendones, siendo la pequeña de cuatro hermanos y bajo unas férreas creencias católicas. Maria también fue una chica muy popular en la escuela, tanto por su atractivo físico como por su educación exquisita. Era una joven encantadora. Aunque la mala relación materno-filial provocó que Maria pusiese tierra de por medio. Esto se tradujo en trabajos de lo más variopintos para sostener su economía hasta que el 15 de octubre de 1938 logró entrar como Aufseherin en el centro de internamiento de Lichtenburg.

La atroz Maria Mandel

La atroz Maria Mandel denominaba a los reclusos «mascotas judías». Foto: ASC.

Al año siguiente, Maria fue trasladada a Ravensbrück, donde rápidamente impresionó a sus superiores, tanto por su semblante germano como por las aptitudes mostradas en el ejercicio de sus funciones. La severidad y la extralimitación fueron claves para lograr un rápido ascenso como SS-Oberaufseherin (supervisora) en junio de 1942: pasaba lista de forma estricta sobre los trabajos que diariamente realizaban las prisioneras, si no cumplían con lo requerido les infligía un duro castigo.

En un edificio de ladrillo situado fuera del campamento, una especie de búnker, Maria Mandel cometió toda clase de torturas y terribles castigos contra las internas más rebeldes. En esa especie de mazmorra podían permanecer entre siete y catorce días, e incluso, hasta dos meses. Solo Mandel y sus auxiliares podían entrar o salir.

La rutina de violencia siempre era la misma: flagelaciones de al menos 25 latigazos, después 50, 75 y hasta 100. Al terminar, se duchaba a la persona con agua fría y la sacaban al exterior. Muchas reclusas acababan muriendo por hipotermia dadas las bajísimas temperaturas, unos veinte grados bajo cero en pleno invierno.

Prisionera del campo Bergen-Belsen herida en el rostro

La crueldad de las guardianas no tenía límite y disfrutaban viendo el dolor y el miedo que producían. En la imagen, una prisionera del campo de Bergen-Belsen herida en el rostro. Foto: Getty.

La supervisora se paseaba con un látigo en la mano «en busca de víctimas». Y es que «estaba intoxicada por su propia autoridad», explicó otra ante el tribunal de Cracovia. Cualquier pretexto era bueno para afeitar la cabeza de las presas o insultarlas diciendo: Polnische Schweine (cerdas polacas) o Polnische Banditen (canallas polacas). También se encargó de enseñar a otras guardianas cómo practicar la tortura. Bajo sus directrices aprendieron Ilse Koch, Irma Grese o Dorothea Binz.

Irma Grese, el Ángel de Auschwitz

(Fragmento del libro Los hornos de Hitler de Olga Lengyel).

La hermosa Irma Grese se adelantaba hacia las prisioneras con su andar ondulante y sus caderas en movimiento. Los ojos de las cuarenta mil desventuradas mujeres, mudas e inmóviles, se clavaban en ella.

... El terror mortal inspirado por su presencia la complacía indudablemente y la deleitaba. Porque aquella muchacha de veintidós años carecía en absoluto de entrañas. Con mano segura escogía a sus víctimas, no solo de entre las sanas, sino de entre las enfermas, débiles e incapacitadas [...]. Durante las «selecciones», el «ángel rubio de Belsen» manejaba con liberalidad su látigo...

Irma Grese

Irma Grese, guardiana conocida como 'el Ángel de Auschwitz'. Foto: Getty.

Nuestras contorsiones de dolor y la sangre que derramábamos la hacían sonreír [...]. Cierto día de junio del año 1944, eran empujadas a los lavabos 315 mujeres «seleccionadas». Ya las pobres desventuradas habían sido molidas a puntapiés y latigazos en el gran vestíbulo. Luego Irma Grese mandó a los guardianes de las S.S. que claveteasen la puerta. Antes de ser enviadas a la cámara de gas, debían pasar revista ante el doctor Klein. Pero él las hizo esperar tres días. Durante aquel tiempo, las mujeres condenadas tuvieron que vivir apretujadas y tiradas sobre el pavimento de cemento sin comida ni bebida ni excusados. Eran seres humanos, ¿pero a quién le importaban?

La orquesta de Auschwitz

El 7 de octubre de 1942, Maria Mandel fue trasladada de Ravensbrück a Auschwitz II Birkenau, en Polonia, para ejercer como Oberaufseherin. Allí, las condiciones de vida fueron mucho peores que en Auschwitz I: infrahumanas. Los barracones, sobrepoblados con más de 1.000 personas cada uno; inanición, diarreas y afecciones intestinales; insalubres instalaciones; además de las brutales vejaciones por parte de las guardianas nazis. La «bestia de Auschwitz», bautizada así por las propias internas, arrebataba los recién nacidos a sus madres para arrojarlos al crematorio. Acto seguido, acudía al barracón donde esperaba una agrupación musical para escuchar Madama Butterfly.

Superviviente del Holocausto Anita Lasuer

La superviviente del Holocausto Anita Lasuer sostiene una foto de joven con su violonchelo. Ella formó parte de la orquesta de Auschwitz gracias a que era una virtuosa violonchelista. Foto: Getty.

Poco antes del fin de la guerra, Mandel recibió la Cruz al Mérito Militar Segunda Clase y, cuando se percató de la llegada de los aliados, no dudó en huir. Pero fue detenida y llevada a juicio por crímenes contra la humanidad en una corte de Cracovia correspondiente a los primeros juicios de Auschwitz. Era diciembre de 1947.

Durante la vista judicial, la guardiana negó su participación en los castigos a las prisioneras y los más de 500.000 asesinatos que perpetró y ordenó. El tribunal la condenó a la horca. Sus últimas palabras antes de morir fueron: «¡Viva Polonia!».

El brazo ejecutor

«Sigo el camino que me marca la Providencia con la previsión y seguridad de un sonámbulo», promulgaba Hitler. Un mensaje que sus guardianas siguieron con fervor y hasta el final de sus días. Sentían satisfacción ante lo que generaban sus actuaciones, no por provocar sufrimiento en el otro, sino por el dominio de llevarlo a cabo. Por ese poder de elegir lo que era o no correcto en cada momento. Ellas esparcieron la semilla nazi e impartieron una magna justicia ante quienes consideraban impuros e indignos de ser llamados seres humanos; contribuyeron al exterminio de seis millones de judíos, y fueron cómplices y protagonistas de sus asesinatos. En definitiva, la élite nazi femenina fue parte de ese brazo ejecutor de los peores crímenes que ha dado la humanidad.

tracking

No te pierdas...

Recomendamos en...

Recomendamos en...

Recomendamos en...

Recomendamos en...

Recomendamos en...