Sólo en el universo de Pedro Almodóvar puede haber mujeres que pierdan la virginidad mientras sueñan, prendan fuego a su cama o lleven pendientes con forma de cafetera. Estos, y muchos otros, son esos detalles que conforman una película única, representante de la rabia y las frustraciones femeninas en sus expresiones más demenciales. Llegó a los cines el 23 de marzo de 1988, pero para aquel entonces ya era toda una leyenda del cine español: ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’ venía de ganar el Goya a Mejor Película y de estar nominada a los Oscars a Mejor Película de Habla no Inglesa. Evidentemente, fue la consagración internacional de Pedro Almodóvar, aunque en España ya nos había enamorado con películas como ‘Laberinto de pasiones’ (1982), ‘¿Qué he hecho yo para merecer esto?’ (1984) o ‘La ley del deseo’ (1987), películas en las que este gusto por el color, las emociones inflamadas o las personalidades irreverentes conformaban el mejor retrato posible al nuevo espíritu de un país en pleno ascenso hacia la modernidad.

Al recordar esta película, es probable que lo primero que venga a nuestra mente sea la escena del gazpacho, tan delirante como magistral, y de ahí la necesidad de volver a verla: esta película es mucho más que un gazpacho envenenado. Es mucho más que los pendientes de María Barranco y los modelitos de Carmen Maura. Más que un Goya, una nominación a un Oscar o tropecientas adaptaciones teatrales. Esta película es una obra maestra de principio a fin que, treinta años después de su estreno en nuestro país, no ha envejecido ni un solo minuto.

Si tú también has estado al borde de un ataque de nervios, esta es tu película.

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A las mujeres se nos ha atribuido históricamente una enfermedad, sólo nuestra, que nubla nuestra mente y nos hace incapaces de alcanzar esa estabilidad mental que requiere todo puesto de responsabilidad: la histeria femenina. Sigmund Freud asiente en silencio. De hecho, fue el filósofo quien atribuyó esta enfermedad al inconsciente, meca del psicoanálisis, donde se esconde la verdadera frustración de las mujeres: la ausencia del pene. Claro que sí. Esta reflexión parece ser foco de burla -¿involuntario?- en la película de Almodóvar, que es capaz de mirar a los ojos a Freud y decirle: “¿Que somos histéricas? Pues ahora vas a ver hasta qué punto”.

Es un hecho constatado en el título: las protagonistas de ‘Mujeres al borde de un ataque de nervios’ están como una chota. Es así, y dos siglos atrás ya estarían siendo internadas en un psiquiátrico para ver qué electrochoque podrían utilizar para hacerlas mansas y silenciosas. Vamos, lo que una mujer de bien tiene que ser. Sin embargo, estos son -eran- los años ochenta, y de histeria nada: estas son mujeres que reaccionan como pueden a las decepciones y los engaños de, generalmente, los hombres. Son mujeres que se ponen en pie de guerra ante ese Iván (Fernando Guillén), representante del hombre-tipo que ve en sus compañeras amorosas estaciones de paso, y no tiene la bondad de informar de ello. En cambio, les dice otras cosas. “Mi vida sin ti no tiene sentido, mil y una noches no serían suficientes, no puedo vivir sin ti, te quiero, te deseo, te necesito, estoy dispuesto a aceptarte como eres”, son algunas de las frases que el personaje le dice a las mujeres que se encuentra, en un sueño en blanco y negro que representa su actitud frente al sexo opuesto, esto es, vender la moto todo lo que puedas, sacar tajada y luego a otra cosa mariposa. Ese es el tipo de persona a la que Carmen Maura reacciona con una incuestionable locura: al vendehumos. De ahí, de la “falsedad mal ensayada”, vienen los aires teatrales del filme -por algo tiene ya dos adaptaciones en los escenarios e incluso un musical-, desde el fondo de la terraza de Pepa (Maura), con vistas de un Madrid de postal, hasta los sentimientos inflamados de sus protagonistas. Aunque, de nuevo, está claro a quién está dedicada esa canción de La Lupe en los créditos del final: a todos aquellos que hablan cómo el personaje de Sterling Hayden en ‘Johnny Guitar’ (1954) pero son, en realidad, actores de una fachada impostada. Aquellos de los “estudiados simulacros”, y el después “yo soy la mala”.

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De ahí, el despertar. “Estoy harta de ser buena”, dice Pepa, mientras pone una veintena de somníferos en un gazpacho recién hecho, que más tarde protagonizará una de las escenas más míticas del filme. Esa sentencia es el comienzo de la rebelión de las mujeres. De Maura (por supuesto), pero también de la madre abandonada (Julieta Serrano), la modelo engañada (Barranco), la novia olvidada y empoderada en sueños (Rossy de Palma), la portera que no miente (Chus Lampreave), la secretaria coqueta (Loles León) e incluso de la “abogada feminista” (Kiti Mánver) que está por ser la próxima víctima del juego de seducción del ‘homme fatale’ de esta historia. Porque ni tu ideología te libra de equivocarte. Y está bien: todos somos humanos contradictorios, todos aprendemos a ser mejores sobre la marcha.

Sí, son mujeres hartas de ser buenas, de ser como se supone que tiene que ser una mujer. Si lo que hacen está bien o no, si están completamente desquiciadas o sólo actúan en consecuencia, eso es otro debate. Lo que aquí importa es que son dueñas de sus decisiones, de sus cuerpos y de sus sentimientos, y pueden acertar o equivocarse con ellos todo lo que quieran. Lo que importa es que son mujeres dolidas, que en lugar de quedarse en casa llorando toman las riendas de su vida. Con suerte, habrá una reflexión en cada una de ellas al final de la historia. La de la protagonista es clara: “Es mucho más fácil aprender mecánica que psicología masculina”, asegura, “a una moto puedes llegar a conocerla a fondo, a un hombre jamás”. El dolor de las mujeres engañadas es transversal en esta película, que no enseña a mujeres perfectas, sino a mujeres dolidas, ingenuas, orgullosas, antipáticas, impulsivas, inseguras, decididas, soñadoras… A mujeres, y punto.

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Mireia Mullor

Mireia es experta en cine y series en la revista FOTOGRAMAS, donde escribe sobre todo tipo de estrenos de películas y series de Netflix, HBO Max y más. Su ídolo es Agnès Varda y le apasiona el cine de autor, pero también está al día de todas las noticias de Marvel, Disney, Star Wars y otras franquicias, y tiene debilidad por el anime japonés; un perfil polifacético que también ha demostrado en cabeceras como ESQUIRE y ELLE.

En sus siete años en FOTOGRAMAS ha conseguido hacerse un hueco como redactora y especialista SEO en la web, y también colabora y forma parte del cuadro crítico de la edición impresa. Ha tenido la oportunidad de entrevistar a estrellas de la talla de Ryan Gosling, Jake Gyllenhaal, Zendaya y Kristen Stewart (aunque la que más ilusión le hizo sigue siendo Jane Campion), cubrir grandes eventos como los Oscars y asistir a festivales como los de San Sebastián, Londres, Sevilla y Venecia (en el que ha ejercido de jurado FIPRESCI). Además, ha participado en campañas de contenidos patrocinados con el equipo de Hearst Magazines España, y tiene cierta experiencia en departamentos de comunicación y como programadora a través del Kingston International Film Festival de Londres.

Mireia es graduada en Periodismo por la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB) y empezó su carrera como periodista cinematográfica en medios online como la revista Insertos y Cine Divergente, entre otros. En 2023 se publica su primer libro, 'Biblioteca Studio Ghibli: Nicky, la aprendiz de bruja' (Editorial Héroes de Papel), un ensayo en profundidad sobre la película de Hayao Miyazaki de 1989.