A la llegada de Hernán Cortés

El triste final de Moctezuma, el último emperador azteca

Durante casi veinte años, el valiente y piadoso Moctezuma II el Joven reinó sobre el mayor imperio de América del Norte. Pero la llegada de Cortés en 1519 truncó su destino y el de su pueblo

Moctezuma II extendió los dominios de los aztecas con exitosas campañas militares. Retrato atribuido a Antonio Rodríguez. Siglo XVII, Tesoro de los Grandes Duques, Florencia.

Foto: Wikimedia Commons

El 30 de junio de 1520 moría Moctezuma Xocoyotzin en circunstancias que la historia aún no ha podido aclarar. Desaparecía el hombre y nacía el personaje que durante los casi quinientos años siguientes ha enfrentado a partidarios y detractores en acalorados debates, a pesar de los escasos datos que se conservan sobre su vida y su obra. Su padre fue Axayácatl, el sexto tlatoani o rey de Tenochtitlán, la capital del Imperio azteca; y su madre, la princesa Azcalxóchitl, Pequeña Flor, la hija predilecta de Nezahualcóyotl, el mítico gobernante de Texcoco.

Según el calendario azteca nació en el año ce ácatl, «uno caña» (1467), regido por el dios Quetzalcóatl. Por eso, cuando el recién nacido fue presentado en la corte, los astrólogos, tras consultar el tonalamatl o libro de los destinos, pronosticaron que Quetzalcóatl marcaría su existencia, otorgándole inteligencia, dureza y contención en sus emociones, aunque advirtieron que la diosa Chalchiuhtlicue podría arrastrar su alma hacia abismos de profunda oscuridad.

Una vez interpretado su futuro, los astrólogos impusieron al niño el nombre de su bisabuelo, Moctezuma, «Señor Furioso», añadiéndole Xocoyotzin, «el Joven», y le ofrecieron unas pequeñas armas que preludiaban su destino como guerrero. Para completar la ceremonia sólo quedaba esperar a que el cordón umbilical se desprendiera y fuera enterrado, secretamente, en territorio enemigo, para infundir a su alma el valor que necesitaría en las futuras batallas.

La formación de un rey

El joven príncipe creció feliz en el palacio, en compañía de sus numerosos hermanos, rodeado del lujo de la corte y del amor de su madre, hasta los cinco o seis años. En ese momento, los príncipes y los nobles eran separados de las mujeres para iniciar su estricta educación en el calmecac, un internado ubicado en el recinto sagrado del Templo Mayor donde los niños aprendían a gobernar sus emociones a través de ayunos y penitencias, y donde los mejores maestros les instruían en retórica, religión, poesía, historia, astrología, cómputo del tiempo y todos aquellos aspectos necesarios para desempeñar altos puestos en la administración.

Moctezuma pronto destacó como un alumno aplicado, interesado en el conocimiento de los libros antiguos –portadores de la memoria ancestral– y en la meditación, así como por su fuerte personalidad y capacidad de liderazgo, rasgos que poco tienen que ver con el gobernante asustadizo que, años después, conoció Cortés. Al cumplir los trece años, la vida de Moctezuma quedó marcada por la repentina muerte de su padre; el Consejo eligió como nuevo tlatoani a un hermano pequeño del fallecido, Tízoc, a quien sucedería unos años después otro hermano de ambos, Ahuitzotl. El príncipe huérfano, por su parte, ingresó en el telpochcalli, la escuela obligatoria para todos los jóvenes aztecas, subvencionada por el Estado, donde recibió formación militar, familiarizándose con el manejo de las armas y las técnicas de lucha.

La ciudad de Monte Albán. En el siglo XV, la capital zapoteca firmó un tratado con los aztecas que le permitió conservar su autonomía política hasta la llegada de los españoles

Foto: iStock

Moctezuma se distinguió como un excelente guerrero y encabezó las campañas emprendidas por su tío Ahuitzotl, que expandió el Imperio azteca hasta las mismas tierras de Guatemala, región codiciada por su producción de cacao. Esta victoria, ocurrida en 1499, aumentó considerablemente el prestigio de Moctezuma, al igual que su cargo de sacerdote de Huitzilopochtli, dios principal de los aztecas. De esta forma, contando con el favor del ejército y de los sacerdotes, el príncipe se situó como firme candidato al trono de Tenochtitlán. Para reforzar su candidatura contrajo numerosos matrimonios que le reportaron beneficiosas alianzas políticas y una prole considerable, hasta el punto de que se decía que «tuvo ciento cincuenta [mujeres] preñadas a un tiempo».

Una elección disputada

En 1502, tras la muerte de Ahuitzotl en oscuras circunstancias, el Consejo se reunió para elegir al nuevo tlatoani. Esta vez había numerosos candidatos, «todos príncipes de mucha estima y señalados en valor y grandeza de ánimo». Además de Moctezuma estaban sus primos, hijos de los anteriores gobernantes, y sus hermanos, entre los que destacaba Macuilmalínatl, el mayor de ellos, que estaba casado con la hija de Nezahualpilli de Texcoco, cuyo voto era decisivo.

El día de la elección todos esperaban el veredicto en una sala contigua del palacio. Por fin, y tras una dura deliberación, en la que Nezahualpilli cambió su voto, Moctezuma fue elegido por unanimidad como noveno señor de Tenochtitlán, «por ser de muy buena edad y adornado de todas las virtudes que en un buen príncipe se podían hallar, cuyo consejo y parecer era siempre muy acertado, especialmente en las cosas de la guerra, en las cuales le habían visto ordenar y acometer algunas cosas de ánimo invencible». Cuando fueron a comunicárselo, Moctezuma no se encontraba entre ellos, pues, como era su costumbre, meditaba en el adoratorio de las águilas del Templo Mayor.

Coronación de Moctezuma en el Códice Tovar escrito en 1585.

Foto: Wikimedia Commons

La ceremonia de coronación revistió un fasto inolvidable. Tras aceptar el cargo, Moctezuma recibió las insignias reales. Le horadaron la nariz para ponerle el acapitzactli o adorno de oro; le colocaron el bezote (un ornamento que perforaba el labio inferior), los pendientes, el manto real, el ceñidor y las sandalias de oro, y recibió la xiuhuitzolli, corona de oro y turquesas. Moctezuma sahumó el recinto y ofreció su sangre a los dioses, pinchándose lóbulos y molledos con un hueso dorado de jaguar.

Con su autosacrificio solicitaba la protección divina en la tradicional campaña de coronación, con la que los emperadores aztecas inauguraban su reinado haciendo sentir su poder sobre los pueblos vecinos. En esta expedición para confirmarse como emperador, Moctezuma demostró, una vez más, su valor y sus dotes de estratega. No sólo obtuvo una gran victoria, sino que consiguió muchos prisioneros para sacrificar en honor de Huitzilopochtli, el dios de la guerra, que tanto le había favorecido. Su regreso a Tenochtitlán fue una marcha triunfal.

Tlaloc, «licor de la tierra» Dios de la lluvia y la fertilidad, Tlaloc (arriba, representado en una estatuilla de diorita) era uno de los dioses más venerados del panteón azteca.

Foto: Cordon Press

Para celebrar el acontecimiento, la ciudad se volcó en una fiesta que duró cuatro días. Los grandes dignatarios, llegados para la ocasión, fueron alojados en salas ricamente decoradas y perfumadas con rosas, además de obsequiados con ropas y joyas. En el patio central del palacio se instaló una carpa coronada con el emblema imperial, donde los músicos tocaban mientras danzantes y malabaristas entretenían a los comensales, que disfrutaban de deliciosos manjares.

El cuarto día, Moctezuma fue oficialmente coronado en la cúspide de la pirámide del Templo Mayor y, ante una multitud que le aclamaba, se sacrificó a los cautivos, que habían sido preparados la noche anterior. Al finalizar la ceremonia, los regios invitados se retiraron al interior del palacio, donde su anfitrión les ofreció los hongos sagrados, cuyas visiones y enseñanzas debían guardar secretamente en lo más profundo de su corazón.

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Sin embargo, la alegría de los fastos duró poco: una fuerte sequía, que se alargó varios años, dejó estériles los campos y a la población hambrienta. Para remediar esta difícil situación, Moctezuma bajó los impuestos y repartió el maíz de los silos reales entre los más desfavorecidos. Hizo reformas verdaderamente revolucionarias como la creación de una nueva burocracia, «jubilando» a los antiguos colaboradores de Ahuitzotl, y promulgó leyes que controlaran las enormes ganancias de los pochtecas, los mercaderes de larga distancia que comerciaban con productos de lujo.

Un reinado difícil

Moctezuma se atrevió a modificar el calendario, trasladando la ceremonia del Año Nuevo al siguiente; con este cambio pretendía evitar los malos augurios que evocaban la gran hambruna que hubo entre 1450 y 1454, cuando los aztecas, que no tenían qué comer, tuvieron que vender a sus hijos a regiones más ricas para evitarles penalidades. También reformó el protocolo y las leyes que afectaban a nobles y a plebeyos. Esta beligerancia con todos los sectores sociales le obligó a permanecer alerta frente a la oposición de facciones lideradas por sus sobrinos, sus hermanos y los depuestos seguidores de Ahuitzotl.

La política exterior de Moctezuma estuvo jalonada por importantes victorias militares –en conjunto, amplió el territorio azteca y aseguró sus rutas comerciales–, pero la subida de impuestos que ordenó para financiar la nueva administración provocó conatos de sublevación en las provincias imperiales, que tuvo que reducir.

Mapa de Tenochtitlán y el Golfo de México publicado por Fridericum Peypus  en Núremberg en el año 1524.

Foto: Wikimedia Commons

Por esta época empezaron también los problemas de Moctezuma con su primo Nezahualpilli, regente de Texcoco, quien, celoso o temeroso del creciente poder del tlatoani, empezó a boicotear su política. No obstante, la animadversión entre ambos pudo ser de carácter más personal que político, pues Nezahualpilli había ajusticiado públicamente a varios familiares de Moctezuma; por ello no hay que descartar que el emperador estuviera implicado en la muerte de su primo, que falleció repentinamente.

Pero la naturaleza seguía sin darle tregua. Se sucedieron una serie de extraños fenómenos que revelaban futuros desastres y acontecimientos de dimensiones inabarcables: se produjeron eclipses, hubo cometas que surcaron los cielos, se desataron incendios espontáneos en los templos, las aguas del lago de Texcoco hirvieron sin explicación aparente, los pescadores encontraron en sus redes animales extraños.

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Los historiadores actuales han discutido si estos portentos sucedieron realmente, dado que no se incorporaron a las crónicas hasta años después de la conquista española, y, sobre todo, si Moctezuma y sus astrólogos interpretaron estos desazonantes fenómenos como presagios del fin del mundo. En cualquier caso, lo innegable es que durante el gobierno de Moctezuma el Joven ocurrió un hecho excepcional: la llegada a las costas del golfo de México de Hernán Cortés y los conquistadores españoles. Se fraguaba una colisión entre dos mundos que cambiaría el curso de la historia.

Llegan los españoles

A principios de 1519, Moctezuma recibió inquietantes noticias de unos comerciantes que afirmaban haber visto en la costa del golfo de México a gentes desconocidas, de apariencia inusitada, montadas en extraños ingenios. Desconcertado por lo que le explicaban, el emperador envió espías para que reprodujeran en fieles pinturas todo lo que habían visto: las naves, los objetos, los animales y los hombres. El soberano llamó a los sabios de Tenochtitlán, Malinalco, Oaxaca y Chalco para ver si alguno reconocía aquellos objetos, o a los españoles, en los libros antiguos.

Consultó con un reputado tlacuilo (pintor de códices) de Xochimilco, convencido de que éste conocería la identidad y las intenciones de los recién llegados; pero todo fue inútil. Moctezuma convocó una reunión de urgencia con los consejeros y con los príncipes de su imperio que permanecían leales para informarles de los acontecimientos. En la reunión se manifestaron dos posturas: los que preferían esperar y ver cómo se desarrollaban los hechos, y, en todo caso, buscar una solución a través de la diplomacia, y los que optaban por la vía expeditiva. Al parecer, esta última opción fue la que defendieron Moctezuma y su hermano Cuitlahuac.

Entrada de Cortés en Tenochtitlán según un óleo de Augusto Ferrer Dalmau pintado el 2020

Foto: Wikimedia Commons

Sin embargo, el tiempo que Moctezuma perdió en averiguaciones y, sobre todo, el error de infravalorar a los españoles como un enemigo poderoso, colocaron a Hernán Cortés en una situación ventajosa. Aprovechando las vacilaciones del soberano, el capitán español logró una alianza con los indígenas descontentos con el enorme poder de Moctezuma, quienes le eligieron como caudillo militar y pusieron a su disposición un inmenso ejército así como su conocimiento del terreno y de la situación política para dirigirle sin dilación hasta el mismo corazón del Imperio azteca. Finalmente, el 8 de noviembre de 1519, siete meses después del desembarco español, se produjo el encuentro entre Moctezuma y Hernán Cortés, que se presentó al tlatoani como embajador del emperador Carlos V.

En esa época, Tenochtitlán era una enorme ciudad de 250.000 habitantes, asentada sobre una isla en el lago de Texcoco y unida a tierra firme por varias calzadas. Los españoles entraron por la de Iztapalapa, que conducía directamente hasta el centro ceremonial de la ciudad, acompañados de un numeroso ejército formado por aliados indígenas. A ambos lados del camino se congregó una multitud curiosa, y la laguna que rodeaba la ciudad se atestó de canoas repletas de gente fascinada.

La sorpresa y admiración fueron mutuas: los aztecas nunca habían visto personas tan extrañas, ni caballos ni perros de caza, mientras que los españoles, según reconocen en sus crónicas, jamás habían contemplado una ciudad tan grande y ordenada como aquella, a pesar de que a muchos de ellos las expediciones militares los habían llevado a Roma, Venecia o Constantinopla.

Entrevista entre Cortés y Moctezuma en Conquista de México número 3, autor anónimo, Biblioteca del Congreso, Washington.

Foto: Cordon Press

Hacia la mitad de la calzada, una comitiva de nobles aztecas recibió a los españoles; llegando delante de Cortés «y en señal de paz tocaban con la mano en el suelo y besaban la tierra con la misma mano». Detrás de ellos, los príncipes de las ciudades cercanas a Tenochtitlán les saludaron y les dirigieron hacia el gran Moctezuma, que esperaba al final de la calzada. La imagen era imponente: el tlatoani era transportado en un hermoso trono que, a su señal, los sirvientes depositaron suavemente sobre el suelo, mientras cuatro principales le ofrecían su brazo.

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Cubierto por un riquísimo palio de oro, plata, perlas y plumas verdes, Moctezuma se dirigió hacia Hernán Cortés con paso firme, calzando unas sandalias decoradas con piedras y suelas de oro que, como observaron los españoles, no tocaban el polvo porque delante de él «iban barriendo el suelo por donde había de pisar, y le ponían mantas porque no pisase la tierra». Por supuesto, ninguno de sus súbditos osaba mirarle a la cara, excepto los cuatro principales que le cedían su brazo.

Cortés descendió del caballo y se aproximó al soberano azteca para saludarle y obsequiarle con un collar, pero «aquellos grandes señores que iban con el Moctezuma detuvieron el brazo de Cortés». Manteniendo la distancia que el protocolo azteca exigía, se intercambiaron palabras de bienvenida y agradecimiento a través de los intérpretes, tras lo cual Moctezuma indicó a los españoles que se dirigieran, con parte de la comitiva, a los aposentos que les habían preparado en el palacio de Axayácatl, para que descansaran y comieran, y que más tarde iría a verlos.

Abandonado por los dioses

Desde ese momento, los acontecimientos se precipitaron: Moctezuma, junto a algunos de sus familiares y consejeros, fue apresado por Cortés y sus capitanes, quienes temían un ataque en el interior de la ciudad. A continuación, Cortés tuvo que abandonar la capital para enfrentarse a Pánfilo de Narváez, llegado desde Cuba para someterlo (el gobernador de la isla no había aprobado la expedición de Cortés al continente, y lo consideraba un rebelde).

Al regresar victorioso a Tenochtitlán, reforzado por los caballos, las armas, la pólvora y los casi mil soldados de Narváez, que se le habían unido, se enfrentó a una situación crítica: su lugarteniente Alvarado había masacrado a los nobles aztecas y la población, rebelada, mantenía sitiados a los españoles en el interior del palacio.

Pirámide de los nichos. Se alza en El Tajín, en Veracruz. Esta ciudad fue la capital del pueblo totonaca, que estableció una alianza con Cortés para sacudirse el yugo azteca.

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Cuando Cortés intentó utilizar a su prisionero Moctezuma para calmar a sus súbditos, el tlatoani le advirtió que «nada aprovecharía», pues su pueblo, al verlo preso, ya había elegido a otro señor; pero Cortés insistió y Moctezuma, resignado, salió a la azotea, donde fue increpado y recibió una pedrada en la cabeza que, al parecer, acabó con su vida tres días después.

De esta forma, el 30 de junio de 1520, cerraba sus ojos para siempre el emperador azteca, sin comprender por qué los dioses le habían abandonado. Éste fue el triste final de Moctezuma el Joven, uno de los gobernantes más injustamente tratados por la historia a pesar de haber conducido el Imperio azteca a la cima de su esplendor político y cultural.

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