El tesoro de Atahualpa

Pizarro y el oro de los incas

En 1524, Pizarro partió de Panamá a la conquista del reino de Birú. Tras derrotar al Inca, reunió el mayor tesoro en oro de la historia de la conquista de América

Illustration from Grand Voyages by Theodor de Bry, digitally enhanced by rawpixel com 24

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Caciques indígenas vestidos con pectorales de oro. Grabado de Theodor de Bry para una historia del descubrimiento de América realizada por G. Benzoni. 1594.

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Cuando Cristóbal Colón volvió de su primer viaje a América con noticias de que había hallado mujeres y hombres adornados con pedazos de oro, se desencadenó una «fiebre del oro» que recorrería toda la historia de la exploración y conquista del continente americano por los españoles. La obsesión por los metales preciosos se enfrentó, sin embargo, a constantes desengaños y frustraciones, pues la realidad desmentía una y otra vez las imaginaciones más desaforadas de los conquistadores. 

Hernán Cortés, por ejemplo, al término de la conquista del México azteca, obtuvo un tesoro de oro, plata y piedras preciosas valorado en dos mil millones de pesos. Pero posteriormente no se volvió a encontrar más oro y plata en tierras mexicanas hasta que, una vez creado el virreinato de Nueva España, se comenzaron a explotar minas en diferentes lugares.

Ya antes de la empresa de Cortés, la búsqueda de oro se dirigió hacia el sur, a los territorios equinocciales que, según algunas leyendas de la época, se creían especialmente ricos en oro. Los exploradores de Tierra Firme –como se denominó el extenso territorio del istmo de Panamá y el norte de Colombia y Venezuela– obtuvieron noticias de que allí existían pueblos en los que había oro; de hecho, la zona del istmo tomaría el nombre de Castilla del Oro. Pero en sus expediciones, como la que los llevaría a las márgenes del río Darién, entre las actuales repúblicas de Colombia y Panamá, los españoles no hallaron el precioso metal, sólo indígenas que les mataban con flechas envenenadas. 

Portrait of Francisco Pizarro

Portrait of Francisco Pizarro

Pizarro puso rumbo a América en el año 1502 con la intención de labrarse un próspero porvenir en tierras del Nuevo Mundo. Retrato anónimo. Castillo de Beauregard, Loira.

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En 1513, Vasco Núñez de Balboa descubrió el mar del Sur –después llamado océano Pacífico–, lo que abrió una nueva ruta de exploración y búsqueda de los metales preciosos. El propio Núñez de Balboa tuvo una experiencia alentadora al recorrer el litoral meridional del istmo. Cuando hacía la paz con un pueblo de la zona, los curacas o jefes le entregaban pequeños tesoros, por lo que cuando el descubridor regresó a Santa María había reunido más de 2.000 pesos. En posteriores expediciones por el mismo litoral, realizadas entre 1515 y 1517, se obtuvieron en total más de 30.000 pesos de oro. También se hallaron algunas cantidades en las incursiones al golfo de San Miguel y a la isla de Teraraqui, en el archipiélago de las Perlas. No es extraño, pues, que los españoles creyeran que por fin estaban sobre la pista del precioso metal. 

Tras la pista de Birú

En el curso de las expediciones por el litoral del mar del Sur, los nativos dijeron a los españoles que más al sur había un reino muy rico. Quedó latente la idea de llegar a él, pero su existencia no se evidenció hasta 1523, cuando Pascual de Andagoya emprendió una expedición por la costa sur de Panamá que lo llevó a descubrir y pacificar un rico reino llamado Birú, en el oeste de la actual Colombia. Al volver a Panamá, su peripecia llegó a oídos de un veterano conquistador que por entonces llevaba una confortable vida en la colonia centroamericana gracias a dos encomiendas de indios y varios negocios mineros, pero que no había cumplido aún todos sus sueños de gloria. Francisco Pizarro no dudó en dejar atrás su posición de potentado local y lanzarse a la conquista de aquel fabuloso reino.

El 24 de noviembre de 1524, Pizarro salió en busca del reino de Birú con 112 españoles y algunos aborígenes nicaragüenses. La primera fase de la exploración, a lo largo del mar del Sur, se prolongó casi cuatro años. En 1527, cuando habían alcanzado la isla del Gallo, en territorio de la actual Colombia, los acompañantes de Pizarro, viendo que el Birú no aparecía y habían muerto muchos de ellos, se amotinaron y regresaron a Panamá. Pizarro continuó el avance con sólo trece hombres hasta llegar a la ciudad de Túmbez, ya en territorio peruano. 

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En Cuzco, capital del Imperio inca, se alzaba el Coricancha, un gran templo dedicado al Sol. Tras la conquista, se construyó encima el convento de Santo Domingo.

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Siguió recorriendo la costa y halló otras grandes ciudades, lo que lo convenció de que en efecto había llegado al reino del que hablaban los nativos de la costa panameña. En ese punto decidió regresar a Panamá para informar a las autoridades y pedir ayuda a fin de colonizar esos territorios. Como no la consiguió, a principios de 1529 viajó a España, donde el emperador Carlos V avaló el proyecto. Tras firmar capitulaciones con la emperatriz Isabel, la esposa del monarca, Pizarro regresó a Panamá para lanzarse a una campaña ya no sólo de exploración, sino de conquista. 

Desde el 31 de enero de 1531, Pizarro y 180 hombres recorrieron la costa norte del actual Ecuador. Al llegar a Túmbez vieron que estaba destruida y que sus habitantes habían huido. Sin embargo, uno que se había quedado pidió que no saquearan su casa y, a través de los intérpretes tumbecinos, contó que conocía una ciudad grande y muy poblada en la que había mansiones chapadas de oro. Era Cuzco, la capital del Tahuantinsuyo, el reino de los Incas, al que Andagoya había llamado Birú. Al oír aquel relato, Pizarro ordenó de inmediato continuar la búsqueda.

La caída de Atahualpa

El Inca conocía la llegada de los extranjeros, y al ver que eran muy pocos y él capitaneaba un ejército de cinco mil guerreros, creyó que podría vencerlos fácilmente, por lo que los invitó a ir a Cajamarca. Sin embargo, el 16 de noviembre de 1532, fue derrotado por la hueste española y sus aliados indígenas y hecho prisionero. Según el cronista Agustín de Zárate, Pizarro achacó la victoria a la intervención divina: «Doy gracias a Dios, nuestro Señor y todos, señores, las debemos dar por tan gran milagro…». 

Gutie´rrez, the Americas, 1562

Gutie´rrez, the Americas, 1562

Este mapa de América de Diego Gutiérrez, publicado en 1562, representa el área explorada por los españoles desde Colón hasta Pizarro.

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Ese mismo día llevó al Inca a su mansión y lo invitó a cenar; luego hizo que lo condujeran a un aposento y le permitió moverse con total libertad dentro del recinto, que únicamente quedó vigilado en el exterior por su guardia. Pero Atahualpa no estaba tranquilo; pensaba que lo matarían cuando supieran que sus capitanes tenían preso a su hermano Huáscar, a quien correspondía el trono del Tahuantinsuyo. 

Por ello, a la mañana siguiente hizo a Pizarro una propuesta destinada a saciar toda su sed de riquezas: le aseguró que, si le garantizaba la vida, en un plazo de cuarenta días llenaría de oro y plata dos aposentos como aquel en que se encontraban, hasta donde alcanzaba la mano con el cuerpo estirado; incluso se trazó una raya para indicar el límite. El gobernador aceptó; un escribano dio fe del acuerdo y Atahualpa envió a buscar el oro y la plata prometidos.

La Captura de Atahualpa   Juan Lepiani 1920s

La Captura de Atahualpa Juan Lepiani 1920s

El 16 de noviembre de 1532, Pizarro y sus hombres lograron capturar al Inca Atahualpa en la plaza de Cajamarca, tras una cruenta batalla. Óleo de Juan Lepiani, 1920, Museo de Arte de Lima.

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Cumpliendo la orden del Inca, poco tiempo después empezó a llegar gran cantidad de piezas de oro y plata. Muchas eran cántaros, ollas grandes y otras vasijas, algunas de las cuales se valoraron en 50.000 o 60.000 pesos, así como diversas piezas de orfebrería. Sin embargo, transcurridos los cuarenta días, los recintos no se habían llenado hasta la línea señalada. Los soldados creían que el Inca les había engañado y comenzaron a murmurar contra él y a decir que debía morir. 

Atahualpa, al enterarse, explicó a Pizarro que los metales tardaban porque había mucha distancia desde Pachacamac, Cuzco y Quito, de donde llegaban, y le pidió que mandase a algunos hombres a los caminos para comprobar que los estaban transportando. Pizarro envió a su hermano Hernando a Pachacamac, y a varios capitanes, a Cuzco. El 23 de mayo de 1533 volvió uno de los capitanes enviados a Cuzco y explicó que la ciudad era tan grande como les habían dicho y poseía inmensas riquezas. Habían encontrado dos casas chapadas de oro. 

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La fortaleza de Pisac. Esta impresionante construcción, a treinta kilómetros de Cuzco, se asoma desde lo alto de un cerro al Valle Sagrado de los Incas. Según los especialistas se trataba de una hacienda real perteneciente al Inca Pachacutec, compuesta por andenes, acueductos y estructuras domésticas y ceremoniales.

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Según la versión oficial, en la que los vencedores buscaban acentuar sus logros, el emisario explicaba que sus dos compañeros estaban trasladando todas las placas junto con otra carga de oro que había entregado el curaca de Jauja. Todo lo transportaban diversos grupos de cuatro indígenas que llevaban la carga a hombros, en parihuelas; como el peso era tan grande, tardarían un mes en llegar. Dos días después llegó Hernando Pizarro con veintisiete cargas de oro y dos mil marcos de plata. 

El reparto del botín

Los españoles (y sus aliados indígenas) tenían motivos para sentirse satisfechos: su ambición de lograr un inmenso botín había sido plenamente colmada. Sin embargo, sabían que en cualquier momento podían ser aniquilados por el gran ejército que los capitanes del Inca estaban preparando para liberarlo. De ahí que el 14 de abril sintieran una gran alegría al ver llegar a Diego de Almagro con un numeroso grupo de hombres reclutados en Panamá y Nicaragua, pues suponía una ayuda inestimable para hacer frente a tantos enemigos. 

Además, las salas seguían sin llenarse hasta la raya señalada. El Inca insistía en que el oro estaba en camino, pero los soldados no lo creían. En ese compás de espera, el ambiente se fue haciendo cada día más tenso. Los españoles sabían que si eran atacados por el ejército de Quizquiz, capitán de Atahualpa, tendrían muy pocas posibilidades de salvarse. 

Camelid figurine MET DP 13440 032

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Esta delicada pieza de artesanía inca mide poco más de cinco centímetros y se ha fabricado con tres finas hojas de oro alisadas por percusión, lo que da fe de la habilidad de los artesanos incas. Museo Metropolitano de Arte, Nueva York.

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Ante tal situación, según el contador López de Caravantes, los hombres de Pizarro querían que se les diera la porción del tesoro que les correspondía, mientras que los llegados con Almagro, llenos de envidia por el resultado de una conquista en la que no habían participado, también querían que el botín se repartiera. 

Finalmente, Pizarro decidió atender a las reclamaciones de sus hombres y así poder emprender la marcha hacia Cuzco. El 17 de junio ordenó que se fundiera y aquilatara todo el oro y la plata que se había recogido y se procediera al reparto, que se hizo siguiendo escrupulosamente las normas del derecho de guerra castellano. Tras separar lo que correspondía a Carlos V por el quinto real (264.859 pesos, la quinta parte del total), la cantidad restante se distribuyó entre los 168 hombres que habían intervenido en la captura del Inca, según sus méritos. 

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Tras la conquista, en Cajamarca se empezaron a erigir iglesias y edificios de estilo barroco, como la iglesia de San Francisco, ubicada al sureste de la plaza de Armas de la localidad y levantada en 1699.

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Así, «al señor Gobernador [esto es, Pizarro] por su persona, lenguas y caballos» le correspondieron 2.350 marcos de plata y 31.800 pesos de oro; a Hernando de Soto, 624 marcos de plata y 17.700 pesos de oro; a Juan Pizarro, 407 marcos de plata y 11.100 pesos de oro; a Gonzalo Pizarro, 384 marcos de plata y 9.909 pesos de oro; a Martín de Alcántara, el hermano materno de Pizarro, 135 marcos de plata y 3.330 pesos de oro, y al lengua o traductor Martín Pizarro, 135 marcos de plata y 2.330 pesos de oro. 

Diego de Almagro y sus hombres no tenían derecho a participar en el reparto del tesoro, y sólo se les entregaron 20.000 pesos para que cubrieran parte de sus necesidades. Como no quedaron satisfechos, Pizarro, tratando de compensarlos, los ayudó a organizar dos años más tarde una expedición a los territorios de Chile, donde se decía que había grandes riquezas, pero lo único que encontraron fue parajes áridos y la muerte por hambre. 

La ejecución del Inca

El 17 de julio de 1533, el escribano Pedro Sancho de la Hoz dio fe del monto total que se había fundido –«un millón trescientos veinte seis mil quinientos treinta nueve pesos de buen oro»– y de cómo se había efectuado el reparto. Al día siguiente, Pizarro emitió un auto, proclamado en la plaza de Cajamarca al son de trompetas, por el que el Inca, dado que había cumplido su parte del pacto, quedaba libre y sin la obligación de seguir entregando oro y plata. 

Brooklyn Museum   Atahualpa, Fourteenth Inca, 1 of 14 Portraits of Inca Kings   overall

Brooklyn Museum Atahualpa, Fourteenth Inca, 1 of 14 Portraits of Inca Kings overall

Atahualpa, decimocuarto Inca. retrato al óleo del siglo XVIII, Museo de arte de Brooklyn.

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Sin embargo, en el mismo pregón se anunciaba que el monarca continuaría prisionero como medida de seguridad mientras no llegaran más miembros a la hueste de conquista.

Cuando a los pocos días pareció que Quizquiz se acercaba a Cajamarca con 50.000 guerreros, los expedicionarios decidieron que sólo se podrían salvar si Atahualpa moría. Sometido a juicio, fue condenado a muerte y ejecutado el 26 de julio de 1533. 

¿Qué fue del tesoro de los Incas? 

Tras el reparto del tesoro de Atahualpa, Cajamarca se convirtió durante un tiempo en una tierra de promisión, al menos para los españoles. El oro y la plata corrían por todas partes. Dado que los españoles preferían consumir los escasos productos propios que llegaban, éstos se pagaban –nunca mejor dicho– a precio de oro. 

Morion MET 14 25 650

Morion MET 14 25 650

Morrión del siglo XVI, Museo metropolitano de Arte, Nueva York.

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Francisco de Jerez contaba que un caballo valía 3.500 pesos; una botija de vino, 40 pesos (lo mismo que unas calzas), y una capa, 100 pesos. Las deudas se pagaban a bulto con trozos de oro, sin tomarse la molestia de pesarlos. Algunos soldados pidieron permiso para volver a España e iniciar una nueva vida con el respaldo del oro peruano, pero la mayoría lo emplearon en construir casas y crear negocios en las nuevas ciudades que se iban fundando. 

Cup (Qero) (cropped)

Cup (Qero) (cropped)

Este vaso ceremonial (kero) muestra una escena con músicos vestidos con trajes europeos. Los keros podían hacerse con madera o arcilla y se usaban en las ceremonias para tomar chicha, una bebida fermentada a base de maíz.

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Paralelamente se llevó a cabo el traslado de la parte del tesoro reservada para la Corona. De la misión se encargó Hernando Pizarro: el 15 de julio, el día que terminó el reparto, recibió 100.448 pesos, y al día siguiente, tejos y piezas de oro valorados en 164.411 pesos, más 5.048 marcos de plata. Hernando Pizarro llegó a Sevilla con esta carga el 14 de enero de 1534. Las piezas de oro y plata iban embaladas en cajones de madera y eran tantas que los operarios de la Casa de Contratación emplearon una jornada completa en descargarlas y apilarlas en los carros que debían conducirlas a la parte posterior del Alcázar, donde se hallaba el depósito real. 

Florin CharlesV

Florin CharlesV

El reverso de esta moneda lleva el nombre del emperador Carlos y fue acuñada en Amberes. Colección privada.

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Durante varios días, la gente fue a ver aquellos curiosos y grandes objetos de oro, entre los que se encontraba un gran escaño y la estatua de un niño, posiblemente el símbolo del dios Sol del amanecer, los cuales, junto con otros lingotes de oro y plata, formaban parte del tesoro. Estas auténticas obras de arte no fueron valoradas como tales y al cabo de un mes se fundieron. El capital resultante fue enviado al emperador, que entregó una buena parte a los banqueros alemanes como pago de sus deudas y dedicó el resto a sufragar los gastos de la guerra que por entonces sostenía en Turquía con Solimán el Magnífico