Vivir y morir son los dos momentos culminantes de una obra poética que la humanidad compone.

  • Por Ricardo Rivas
  • Periodista - X: @RtrivasRivas
  • Fotos: Gentileza

“La muerte es cosa de vivos”, decía una y otra vez aquel vecino tal vez sabio, de piel rugosa y voz inaudi­ble sentado en el umbral de acceso a un conventillo con paredes desconchadas en una pequeña cortada empe­drada de mi pueblo natal, el Bajo Belgrano en Buenos Aires, poco más de 1.300 kiló­metros al sur de mi querida Asunción. Nunca supe su nombre. Pero aquellas pala­bras quedaron en mí.

Supe de la muerte desde muy joven. Vaya a saber por qué razón (si la hubiere) tuve amigos-maestros bien mayo­res. Periodistas, escritores, artistas plásticos, músicos. Sus nombres y sus enseñan­zas –como aquellas palabras– también quedaron en mí. Helvio “Poroto” Botana; el Lolo Bourse Herrera; Ulises Petit de Murat, por nombrar solo a los que más me enseña­ron el oficio y a caminar en la noche porteña.

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Con ellos supe que a la calle Suipacha la llamaban desde muchos años la Nieve porque en esa estrechísima arteria céntrica a metros de la ave­nida Corrientes –en algunos bares, tal vez, demasiados– circulaba intensamente la cocaína y también aprendí –escuchándolos en aquellas madrugadas increíbles– de las bellezas y tristezas de la vida.

“Morir es una cuenta pen­diente de cada persona desde el momento de nacer”, decía una y otra vez Poroto, que levantaba copas en honor de aquellos que ya no estaban y hasta alguna vez lo vi bailar en el cruce de Corrientes con Montevideo, frente al bar La Paz, para homenajear a aquel amigo-hermano que la noche anterior había partido. “Cada tanto hablo con él”, decía con frecuencia cuando recordaba lloroso a Pitón, su hermano que se pegó un tiro frente a él en la tarde del 17 de enero de 1928. “Siempre le pregunto por qué lo hizo”, explicaba con tristeza.

¿Hablan los muertos? “El hombre ha olvidado dema­siado a la muerte”, sostiene el maestro Edgar Morin (103) en “El hombre y la muerte”, uno de sus 36 libros, que publicó en 1951. Cursé con él cuando cumplió 99. A distan­cia. Eran tiempos de pande­mia. Inolvidable. La muerte, siempre la muerte. Insepara­ble de la vida.

“TRAFICANTES DE LA INMORTALIDAD”

Erich Weiss nació en Buda­pest el 24 de marzo de 1874. Su papá fue rabino. Desde niño trabajó. Su familia lo necesitaba. Fue vendedor de diarios y lustrabotas calle­jero. Por aquellos años junto con su padre presenció la actuación de un mago via­jero. El doctor Lynn (nom­bre artístico) lo deslumbró y marcó su vida para siempre. El circo –hasta donde llegó con un reducido grupo de pibes tan humildes como él– fue su ilusión y lugar de tra­bajo antes de cumplir 10 años. Era un excelente trapecista y contorsionista. Por algún tiempo, desde el 28 de octu­bre de 1883, en esa condición se lo conoció como Ehrich, el Príncipe del Aire.

Cuando comenzó a ser cono­cido, su familia decidió dejar atrás Hungría para emigrar a los Estados Unidos. Volver a empezar en Nueva York. Nueva vida y nuevo nom­bre. Harry Houdini, mago y escapista. Deslumbró a miles. Su fama desde enton­ces no tuvo más que el límite natural de todo humano. El mundo lo aplaudía y vito­reaba. Pero en 1913 la muerte de su madre, Cecelia Weisz, de gran influencia en todas sus decisiones, lo sumió en la tristeza. Beatrice, su esposa –Bess, como la lla­maba– angustiada, desespe­raba. La riqueza económica que poseían de nada servía para cicatrizar aquel corazón herido.

Sir Arthur Conan Doyle –el creador de Sherlock Hol­mes– escuchó a Houdini con atención. Harry extrañaba a su madre. Para remediarlo, Doyle lo acercó al espiri­tismo. Miles de dólares en cada sesión le permitieron durante algún tiempo creer que se acercaba a la difunta que –a través de una médium– se hacía presente. Un “men­saje” falso de su madre que recibió en uno de esos encuen­tros puso fin a aquellas ilusio­nes. Rompió para siempre con aquellas prácticas, con quie­nes las practicaban y lucra­ban con ellas. Los acusó ante el mundo categorizándo­los como “traficantes de la inmortalidad”.

Como ilusionista que era comenzó a revelar los trucos más comunes que se aplicaban en cada sesión de espiritismo. Su amistad con Conan Doyle dejó de ser. Construyó como enemigos a espiritistas famo­sos como Agramasilla, espa­ñol, y a un par de médiums británicas. Pese al distan­ciamiento, sir Arthur Conan Doyle no dejaba de escribirle. Muy probablemente Bess res­pondió aquellas cartas. Hou­dini, sin embargo, no dete­nía y ni siquiera moderaba su combate contra lo para­normal.

Previsor, acordó con su mujer un código secreto que apoyó sobre una decena de pala­bras que seleccionó cuida­dosamente e instruyó a Bea­trice para que cuando él no estuviere, si algún médium la contactaba para que “dialoga­ran”, supiera que solo habría de mencionar esas palabras claves. “Si no las escuchas, sabrás que no soy yo”, asegu­ran que le dijo a Bess.

Harry Houdini falleció poco después de cumplir 52 años, el 31 de octubre de 1926. Una multitud que la policía estimó en poco más de cinco mil per­sonas lo despidió. No faltaron entre aquellos quienes asegu­raron que “no ha muerto” y apostaron por que “volverá”. No fue así. Conan Doyle viajó desde la Gran Bretaña a los Estados Unidos para despe­dirse de su amigo y presentar sus condolencias a la viuda.

Aquellos “traficantes de la inmortalidad” siguieron adelante. Tal como Harry lo imaginara, numerosos espi­ritistas aseguraron estar en diálogo con su espíritu. Arthur Ford fue uno de ellos. Tomó contacto con Bess, quien luego de numerosas sesiones en el lapso de una década desistió de continuar con esas prácticas. Nunca escuchó ninguna de aquellas palabras claves que habían acordado en la más absoluta intimidad.

Los tertulianos de época ase­guran que la viuda, desde el momento mismo que regresó a su casa después del intento final, apagó la vela que durante esa década mantuvo encendida junto a una foto de su esposo e hizo pública su decisión. “Diez años son suficientes para esperar por cualquier hombre”, dicen que dijo. La voz esperada, desde el más allá, nunca llegó hasta su más acá. Pero... ¿es posible comunicarse con quienes han muerto?

ORACIÓN

Algunas semanas atrás leí en una publicación del portal digital cristiano Zenit que “el hermano capuchino Maciej (Mateo) Zinkiewic”, direc­tor de la Editorial Serafín, sostiene que “según enseña la tradición de la Iglesia y diversos documentos magis­teriales” –aunque no precisa cuáles– “los difuntos, que todavía están en camino al cielo, desde el purgatorio, nos piden oración”.

Revela que “a menudo me he encontrado con personas que afirmaban haber recibido señales claras de esto”. Deta­lla que esa “situación cambió cuando se celebraron las san­tas misas por las almas” de aquellos, pero enfatiza que “todavía no me ha visitado ningún muerto o, al menos, no manifestó su presencia ni espectacular ni discreta­mente”, aunque dice creer que “a veces los muertos me acom­pañan en silencio”.

¿Cómo replicar? El más allá... el más acá. La vida después de la muerte. Las presencias. La muerte es una cosa de vivos. ¿Cómo hablan quienes mue­ren? “Si yo pudiera unirme / A un vuelo de palomas / Y atra­vesando lomas / Dejar mi pue­blo atrás / Os juro por lo que fui / Que me iría de aquí / Pero los muertos están en cautive­rio / Y no nos dejan salir del cementerio”, canta el Nano Serrat desde 1971 cuando pre­sentó “Mediterráneo”, el que fue su octavo álbum discográ­fico. La idea de la muerte –o la muerte misma– camina junto con nosotros. ¿Por nosotros o los otros, cómo dejarla de lado?

“Aquí pasé momentos hermosos y felices. Era muy niña”, nos dijo la querida China Zorrilla en Montevideo mientras paseábamos por Punta Carretas junto con el querido amigo-hermano colega periodista y aviador Mario Zorzoli. Los dos partieron, pero siguen conmigo

PESADILLA

“Cuando tenía 12 años mi viejo me obligó a ir al velo­rio de un amigo suyo que yo no conocía. Cuando llega­mos me quedé en un rincón esperando la hora de irme, y mientras esperaba, se acercó un hombre, se agachó para verme cara a cara y me dijo... ‘Aprovecha la vida, chiquillo, persigue tus sueños, sé feliz, vive hoy como si fueras a morir mañana’, pasó la mano en mi cabeza y se fue. Antes de irnos, mi papá me obligó a despedirme del difunto. Durante todo el tiempo que estuvimos ahí me sentí muy nervioso, pero cuando miré el ataúd me asusté como nunca. El muerto era el hombre que conversó conmigo cuando estaba en el rincón de la sala. Esto me atormentó durante muchos años y no se lo conté a nadie… pero hoy me vine a enterar… Aquel difunto hijo de su… tenía un hermano gemelo”.

Décadas de pesadilla por el recuerdo de una muerte. Aun­que con perfume de tragedia, el relato no deja de tener algún grado de hilaridad. Casi un paso de sainete. Aquella histo­ria me impresionó. La escuché no hace mucho tiempo en Mon­tevideo, sentado a una de las mesas del bar Tabaré en el 154 de la calle José Zorrilla de San Martín, a donde vuelvo una y otra vez en cada oportunidad que el corazón me lleva hasta el “otro lado del río”, parafra­seando a Jorge Drexler.

La relataba entre risas y chan­zas un hombre de alrededor de 70 años acompañado de una media docena de con­temporáneos que compar­tían un alegre aperitivo en el mediodía de un sábado. Como ellos, reí. El Tabaré es un lugar entre encanta­dor y mágico al que alguna vez conocimos unos treinta años atrás junto con mi ami­go-hermano Mario Zorzoli, periodista y aviador con quien luego de partir desde el Aero­club Argentino y hacer una escala en la Isla Martín García aterrizamos en el aeropuerto de Carrasco en Montevideo. Nos acompañaba Concepción Matilde Zorrilla de San Mar­tín Muñoz del Campo, la que­rida China, buena amiga, gran actriz a la vez que inigualable contadora de historias.

Con ella entre ambos tomada de nuestros brazos lenta­mente subimos la cuesta que va desde la rambla Mahatma Gandhi que bordea el Río de la Plata hasta la ochava misma de lo que alguna vez fue –como ahora– un punto de encuentro. A poco de llegar nos invitó a detener la mar­cha. Era un atardecer fan­tástico en el barrio de Punta Carretas. Con el índice de su mano derecha señaló una casona recoleta tan singular como magnífica.

“Aquí pasé momentos her­mosos y felices. Era muy niña”, dijo. Hicimos silen­cio para acompañarla en lo que imaginamos eran sus recuerdos más entrañables. Nos pareció percibir que hablaba con alguien. Son­reía. Había mucho para pre­guntar, pero no quisimos ser sacrílegos de lo que sentimos como un sublime ejercicio de memoria. Recordar la hacía feliz. Hija de José Luis Zorri­lla de San Martín, escultor. Nieta de Juan Zorrilla de San Martín, escritor al que lla­maban en Uruguay el Poeta de la Patria. También era descendiente de José Ger­vasio de Artigas, prócer rio­platense. “Cada domingo teníamos misa en familia”, precisó. “No podías faltar y los que faltaban el domingo siguiente debían confesar con el cura antes de entrar en la capilla familiar”, agregó. ¿Habrá sido totalmente así? ¿Por qué no?

“Tengo cáncer de esófago. En mi vida más de una vez anduvo la parca rondando el catre (...) esta vez me parece que vengo con la guadaña en ristre”, dice Pepe Mujica

LA PARCA

José Alberto Mujica Cordano era muy pequeño cuando Demetrio, su papá, falle­ció en 1943. Tenía apenas 8 años. Pepe –como se lo conoce desde varias décadas– pro­tagonista principal de aque­lla historia que escuché en el Tabaré, desde la “cuenta homenaje” en la red X (@pepemujicacom), el expre­sidente, el excombatiente popular, el exprisionero de los dictadores en la peniten­ciaría de Punta Carretas [que desde 1994 es un lujoso cen­tro de compras], relata en pri­mera persona y se hace cargo de revelar aquel episodio de temor extremo que le provocó cuando niño acercarse al mis­terio de la muerte.

“Yo les quiero transmitir que en mi vida más de una vez anduvo la parca (muerte) ron­dando el catre. Pero me siguió pastoreando todos estos años. Seguramente que, por obvias razones, esta vez me parece que vengo con la guadaña en ristre. Veremos lo que pasa”, dijo Mujica el 29 de mayo ante un grupo de periodistas que lo escuchaban con atención. Reveló que tiene cáncer en el esófago. “Es algo muy com­prometido y doblemente complejo en mi caso, porque tengo una enfermedad inmu­nológica hace 20 años que me afectó los riñones”.

Pepe sorprende. Una vez más. Y anuncia la patología diag­nosticada llamándola “parca”. Una de las tres deidades de la mitología romana que aque­lla civilización representaba como tres mujeres viejas que eran hermanas. Cloto, que hilaba; Láquesis, que deva­naba; y Átropos, que cortaba el hilo de la vida. La que cesaba la vida. Esa es la parca. La que, según Pepe Mujica, se le acerca “con la guadaña en ris­tre”. Pepe hace público lo ines­peradamente probable para todo vivo. “La vida es hermosa, que se gasta y se va”, describe Mujica, que también exhorta a los jóvenes para que “luchen por el amor”; para que “no se dejen engatusar por el odio” y les explica que “la única liber­tad está en la cabeza y se llama voluntad. Y (que) si no la utili­zamos, no somos libres. Esto hay que entenderlo” porque “el quid de la cuestión de triunfar en la vida es volver a empezar cada vez que uno cae. Y que, si hay bronca, la transforme por la esperanza”.

Solo un vivo puede hablar así de la muerte para, como Pablo Neruda, confesar que ha vivido. Vivir y morir son los dos momentos culminan­tes de una obra poética que la humanidad compone.

¿IA (inteligencia artificial) para hablar con el más allá? ¿Traficantes de la inmortalidad 2.0? ¿Qué será del duelo?

DIÁLOGO CON EL FUTURO

Pero irrumpió la IA (inteli­gencia artificial) y el recurso del Chat Generativo. Con esa herramienta tecnológica, StoryFie –una empresa nor­teamericana– por un pre­cio que va desde los USD 50 hasta alcanzar los USD 500 produce vídeos sociales con los que proponen dialogar en el futuro cuando quien lo protagoniza haya muerto. En ese contenido el futuro finado hablará de aquellos temas inolvidables de la vida. ¿Generan un avatar que dia­logará con alguien “desde el más allá”? ¿Será ético?

Un par de psicólogos con los que consulté que pre­fieren mantener sus identi­dades en reserva porque se enteraron del tema por mí creen que ese diálogo even­tual podría devenir en una patológica fantasía cruel por la que quien muere no ha muerto. Pienso: ¿qué será del duelo? Al parecer, no es un problema ni un interro­gante StoryFie que, hasta marzo pasado, tendría unos cinco mil clientes. El acopio de datos ha comenzado.

El talk show español “El hormiguero”, que propone Antena3, semanas atrás emi­tió algunos de esos “diálogos post mortem”, por llamarlos de alguna manera. Pienso en Harry Houdini. ¿Traficantes de la inmortalidad 2.0?

Etiquetas: #muerte#IA

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