La creación en el silencio. Ludwig van Beethoven (1770-1827) – Cultura y vida cotidiana

La creación en el silencio.
Ludwig van Beethoven
(1770-1827)

En los 250 años del nacimiento de Ludwig van Beethoven, publicamos esta biografía que se ocupa de los abundantes pesares y las pocas alegrías del compositor alemán, además de su complicado historial médico.

“El mundo se está muriendo de asfixia en su egoísmo cauteloso y vil. El mundo se está sofocando. Reabramos las ventanas. Traigamos el aire fresco. Respiremos el aliento de los héroes”.
—Romain Rolland, Vie de Beethoven

 

Es bien sabido que Beethoven alcanzó las cimas más excelsas del arte de la música enfrentando el espectro de la sordera progresiva. A pesar de ello nunca dejó de crear; por el contrario, encontró nuevas formas de expresión musical cada vez más innovadoras, forjando música sublime… que él nunca pudo escuchar. Menos conocido es que haya realizado esa labor titánica con su organismo arruinado desde los veinticinco años por una implacable enfermedad intestinal, atormentado al final por los efectos del padecimiento hepático que acabó con su vida.

Ludwig van Beethoven, pintura de Joseph Mähler 1804/1805

Años de aprendizaje

Ludwig van Beethoven nació en 1770 en Bonn, ciudad alemana que era sede del Arzobispado Electoral de Colonia. Se desconoce el día de su nacimiento y sólo se sabe con seguridad que fue bautizado el 17 de diciembre de 1770. La falta de documentación sobre su nacimiento propició la confusión de Beethoven sobre su edad; insistía en tener dos años menos, aun cuando sus amigos le mostraran el acta oficial de bautismo. El rumor de que era hijo bastardo del rey de Prusia fue un asunto que Beethoven comentó por escrito con algunos amigos y familiares, sin darle mayor importancia.

Al nacer Ludwig, su abuelo, del mismo nombre y belga de nacimiento, era ya el músico más importante de Bonn. El nombramiento de Kapellmeister (maestro de capilla), concedido por el arzobispo elector Maximilian Friedrich, lo hacía responsable del coro, de la orquesta y del teatro de la corte; además, actuaba en escena como cantante principal (bajo) en óperas, cantatas y oratorios. Esta posición iba acompañada de un sueldo apreciable, a lo que el emprendedor músico añadía ingresos adicionales comerciando con vinos y, ocasionalmente, actuando como prestamista; por todo ello, la familia tenía una posición económica desahogada. Con Maria Josepha Poll tuvo tres hijos, de los que sólo sobrevivió uno: Johann van Beethoven. La esposa tuvo una vida difícil; aniquilada por el alcoholismo, terminó su existencia recluida en un convento en Colonia.

Johann van Beethoven siguió la tradición musical de la familia como tenor de la corte y profesor de música, con un éxito discreto. Hombre sociable y dado a las parrandas, contrajo matrimonio con Maria Magdalena Keverich, quien había enviudado a los dieciocho años. Ella era una mujer abnegada, de carácter dulce, la figura por la que Ludwig mostró mayor apego y cariño, a diferencia del distanciamiento que tuvo hacia su padre. Además de Ludwig, el matrimonio tuvo seis hijos más, de los que sólo dos sobrevivieron: Kaspar Anton Karl y Nikolaus Johann, ambos cercanos a Beethoven por el resto de su vida.

Durante la infancia de Ludwig la situación financiera de la familia era modesta, pero no vivían en la pobreza, como mencionan algunos biógrafos. Sus primeros años fueron relativamente tranquilos, hasta que murió el abuelo, cuando él tenía sólo tres años. Entonces la familia empezó a sufrir limitaciones, al tiempo que el ambiente familiar se ensombrecía por el creciente alcoholismo del padre. La debilidad moral de Johann fue sustituida por la recia figura del abuelo, quien fue siempre el modelo a seguir por Beethoven. A partir de los cuatro años, al fallecer el abuelo ya no pudo librarlo de recibir de manos de su padre las primeras lecciones de música, clavecín y violín, en forma implacable y en ocasiones hasta brutal.

Pese a sus limitaciones, Johann intuyó la excepcional disposición de Ludwig hacia la música y pronto comprendió que sus enseñanzas no eran suficientes para desarrollar el talento de su hijo, a quien debía preparar para que llegara a ser, como el abuelo, maestro de capilla de la corte. Johann pensaba también ver a su hijo convertido en un “segundo Mozart”. A los ocho años, Ludwig ya interpretaba al piano varias obras en conciertos públicos, siempre con éxito.

Empezó entonces a tomar clases de música con Tobias Friedrich Pfeiffer, un músico-actor aficionado a la literatura y a la filosofía, recién llegado a Bonn con una compañía teatral, quien hizo buenas migas con Johann, gracias a su mutua afición por el vino, tanto así que fue invitado a alojarse en la casa de los Beethoven. En ocasiones las lecciones de música se iniciaban al terminar las visitas de Johann y Tobias a las tabernas; entonces Ludwig era obligado a practicar en el piano hasta la madrugada.

Al abandonar Pfeiffer la ciudad, el pequeño fue confiado a Christian Gottlob Neefe, recién nombrado director musical del Teatro Nacional de Bonn y organista de la corte. Con él, Beethoven hizo grandes progresos al estudiar e interpretar El clavecín bien temperado de Johann Sebastian Bach, entonces un compositor casi olvidado en Alemania. Pronto el alumno se convirtió en ayudante de Neefe, como organista.

Cuando tenía diez años, un contemporáneo comentó sobre Beethoven:

Fuera de su música no se interesaba en lo absoluto por la vida social; estaba mal dispuesto hacia otras personas, no era capaz de sostener una conversación y se retraía en sí mismo […] estaba aislado y descuidado […] su apariencia externa llamaba la atención por la falta de limpieza […]. Ello reflejaba una vida difícil, manifestada también en la imposibilidad de progresar en la escuela.

El padre decidió sacar a Ludwig de la escuela antes de que cumpliera once años, al ver el poco provecho que obtenía de su estancia en ella, para que se concentrara en la interpretación al piano y en sus primeros escarceos como compositor, que pronto dieron fruto en forma de tres sonatas para piano dedicadas por el niño Beethoven al elector Max Friedrich: “Espero que usted les brinde la aprobación alentadora de sus amables y paternales ojos”. A diferencia del padre, Neefe fue un maestro amable, metódico, firme y sincero, consciente del enorme potencial musical de su alumno; el resto fueron cualidades que Beethoven desarrolló por sí mismo: originalidad, deseos de aprender, coraje, firmeza, tenacidad, ambición y conciencia de su inmenso genio.

Poco sabemos de la infancia de Beethoven, porque poco es lo que él recordaba sobre ese periodo ya siendo adulto. Posiblemente esos años difíciles fueron moldeando su carácter callado, tímido y retraído, al mismo tiempo que se gestaba el espíritu indomable que lo llevaría a superar sus limitaciones físicas y psicológicas, hasta convertirlo en uno de los tres grandes genios universales de la música, junto con Bach y Mozart.

En su temprana adolescencia, en medio de la rutina y las privaciones, la música era lo único extraordinario en la vida de Beethoven. Según Jan Swafford:

Llegó a la madurez sabiendo todo sobre música; desde componer partituras hasta venderlas, pero fuera de ello no sabía cómo vivir en el mundo. En los ideales en los que vivía su soledad, en vez de seres humanos había una abstracción exaltada: la humanidad.

A pesar de ser poco sociable, Beethoven empezó a entablar una duradera amistad con Franz Gerhard Wegeler y con Stephan von Breuning, miembro este último de una familia liberal e ilustrada que introdujo al joven en un ambiente cálido y culto, contribuyendo con ello a su madurez.

Continuó Beethoven su actividad como pianista, compositor y profesor de piano. A los dieciséis años, el elector, ahora Maximilian Franz, decidió financiarle un viaje a Viena, la capital europea de la música, con objeto de recibir clases de composición de Mozart. Según cuenta la historia, Beethoven interpretó una de sus obras, que fue recibida con frialdad por el ocupado maestro, a lo que el alumno reaccionó solicitando a Mozart un tema de su invención, para hacer sobre éste una improvisación. El resultado fue el cambio radical de Mozart que dijo a unos amigos: “Mantengan sus ojos en él, algún día dará al mundo algo de qué hablar”.

La estancia en Viena tuvo que ser interrumpida al recibir noticias del empeoramiento de la salud de su madre, y Beethoven se vio obligado a regresar a Bonn; al poco tiempo de llegar, Maria Magdalena falleció a consecuencia de la tuberculosis. Ante el declive de su padre, a los diecisiete años, Ludwig tuvo que hacerse cargo del sostenimiento del hogar y de sus dos hermanos.

Cuando Beethoven era niño, Franz Joseph Haydn, entonces el compositor más famoso de Europa, pasó por Bonn en dos ocasiones, durante las que conoció a Ludwig y le comentó que lo esperaría en Viena para darle lecciones de composición musical, lo que ocurrió años más tarde. De esas clases quedaron más de doscientos ejercicios musicales, muchos con errores, algunos corregidos y otros no, que Beethoven, ya un hombre de veintitrés años, escribió bajo la tutela de Haydn. Tiempo después, Ludwig mencionó a su amigo Ferdinand Ries: “Yo no aprendí nada de Haydn”, mientras que Franz Joseph, más generoso, comentó que su alumno se convertiría en uno de los más grandes creadores de música. Después de catorce meses, la relación entre los dos genios no acabó en términos muy cordiales: por un lado, Haydn le pidió a Beethoven que pusiera por escrito que era su alumno, asunto que él no atendió, y por el otro, el maestro le aconsejó no publicar una obra escrita para instrumentos de cámara, lo que ofendió profundamente a Ludwig. El hecho es que Beethoven se benefició, sin duda, de los consejos siempre amables y bien intencionados de Haydn acerca de cómo mejorar sus composiciones.

Si bien sus lecturas y los contactos con los principales intelectuales de Viena convirtieron a Beethoven en un individuo bien informado, él nunca pudo dominar más operaciones aritméticas que la suma, y siempre se caracterizó por escribir con pésima ortografía. Si tenía que multiplicar 50 × 60, escribía 60 cincuenta veces y ¡sumaba!

Uno de sus reconocidos biógrafos lo describe así:

Beethoven era corto de estatura, con una gran cabeza y pelo grueso, intensamente negro, que rodeaba un rostro rudo, marcado por la viruela. Su frente era amplia y estaba delineada por cejas muy pobladas.

Algunos contemporáneos lo describían como “feo”, y otros aun como “repulsivo”. Su constitución era recia, con hombros amplios y manos fuertes, cubiertas en los dorsos por abundante pelo, con dedos cortos y robustos. Sus movimientos eran tan torpes que constantemente tiraba o rompía cosas y tenía una marcada tendencia a tirar sobre el piano el contenido de los tinteros. A medida que maduraba, su vestimenta era cada vez más descuidada.

Romain Rolland, Premio Nobel de Literatura 1915, ofrece en su libro Vie de Beethoven esta imagen del compositor:

Era pequeño y robusto, de cuello fuerte, de constitución atlética. Una cara amplia, de color rojo ladrillo, excepto hacia el final de su vida, cuando la tez se volvió enfermiza y amarillenta, sobre todo durante el invierno, al quedarse encerrado, lejos del campo. Una frente poderosa y abultada. Cabellos muy negros, gruesos, erizados hacia todas partes, como “las serpientes de Medusa”. Los ojos brillaban con una fuerza prodigiosa que atrapaba a todos los que lo veían, si bien la mayoría se equivocaba sobre sus intenciones; como flameaban con un destello salvaje en un rostro moreno y trágico, los veían negros, aunque en realidad eran de color azul grisáceo. Pequeños y hundidos, se abrían con la pasión o con la cólera, y entonces giraban en sus órbitas, reflejando sus pensamientos con una maravillosa franqueza. A menudo se volvían hacia el cielo con una mirada melancólica. La nariz era corta y cuadrada, grande, “un hocico de león”. Una boca delicada, pero en la que el labio inferior tendía a sobresalir sobre el otro. Mandíbulas formidables, que hubieran podido romper una nuez. Un hoyuelo profundo en el mentón, del lado derecho, daba una extraña disimetría a la cara. Tenía la sonrisa de un hombre que no está acostumbrado a la felicidad. Su expresión habitual era de melancolía: “una tristeza incurable”.

Pese a la introversión y al aspecto desaliñado, su relación con las mujeres le produjo momentos de felicidad, en algunas ocasiones, y de frustración en la mayoría de los casos. Su amigo Ferdinand Ries comentó:

A Beethoven le gustaba mucho ver a las mujeres, sobre todo si eran jóvenes y bellas. Si pasábamos cerca de una chica agraciada él volteaba, la miraba fijamente, y luego reía o hacía muecas cuando se daba cuenta que ella lo estaba viendo. Con mucha frecuencia se enamoraba, casi siempre por poco tiempo.

Además de los encuentros femeninos ocasionales, intentó tener relaciones amorosas serias con distintas mujeres, todas jóvenes, todas de clase social alta, algunas alumnas de él, otras comprometidas o casadas. En todo caso, nunca pudo establecer un compromiso formal de pareja, una razón más para lamentarse a lo largo de su vida.

Enfermedad principal

De los antecedentes médicos de la infancia sólo se sabe que Beethoven padeció viruela, tal como quedó registrado en las numerosas huellas de la infección que marcaron su rostro por el resto de su vida. A los diecisiete años mencionó en la primera carta personal que se conserva de él:

Todo el tiempo he estado afectado por asma (tal vez bronquitis). Me preocupa que se convierta en tuberculosis; además, está la melancolía, que es una calamidad tan grande para mí como mi enfermedad.

Cuando el compositor tenía veinticinco años, quedaron registrados por escrito los primeros signos de una enfermedad intestinal, posiblemente iniciada años antes. Las molestias abdominales —diarrea, cólicos— y la fiebre siguieron presentándose con frecuencia hasta su muerte, a los cincuenta y siete años. Beethoven la llamaba “enfermedad habitual”. A veces las dolencias llegaban a ser tan intensas que lo obligaban a guardar cama durante varias semanas. Él mismo dijo en una ocasión: “Me tomó meses poder salir de nuevo, así fuera por periodos breves”. La sintomatología se agravó durante sus últimos tres años.

El padecimiento intestinal y sus causas han interesado poco a sus biógrafos, aun cuando afectaron seriamente a Beethoven durante más de la mitad de su vida. Dadas la duración y evolución de esas molestias, lo más probable es que haya sido una “enfermedad inflamatoria intestinal”, manifestada en una de dos variantes: la enfermedad de Crohn o la colitis ulcerativa crónica. Ambas pueden ser dolorosas y debilitantes y producir complicaciones que ponen en peligro la vida del paciente. De lo escrito por Beethoven sobre su “enfermedad habitual”, es posible concluir que sufrió de la enfermedad de Crohn. Además, en dos ocasiones Beethoven presentó molestias oculares con intenso dolor y sensibilidad a la luz que le produjeron gran incomodidad, sobre todo por la duración, ya que uno de los episodios llegó a persistir por cerca de nueve meses. Esos problemas de los ojos pudieron estar relacionados con la enfermedad intestinal; tuvo también dolores reumáticos en articulaciones. En todo caso, las medidas terapéuticas utilizadas en su época poco pudieron hacer para disminuir el sufrimiento crónico que le ocasionó su maltrecho intestino.

Sordera

En un caluroso día del verano de 1796, cuando tenía casi veintiséis años, Beethoven regresó a casa acalorado y sudoroso, abrió de forma brusca las puertas y las ventanas, se quitó la ropa, con excepción de los pantalones, y se refrescó en la brisa cerca de la ventana abierta. El resultado fue una enfermedad peligrosa, cuyos efectos alteraron su oído durante la convalecencia, después de lo cual la sordera aumentó progresivamente.

A los treinta y un años escribió a su gran amigo el violinista Karl Friedrich Amenda:

Debes saber que mi parte más noble, mi audición, se ha deteriorado cada vez más, cuando tú estabas aquí conmigo, tuve molestias y no dije nada, pero ahora el problema ha aumentado; no sé si estaré todavía a tiempo de curarme, tal vez se debe a mis problemas estomacales, que por cierto se han resuelto casi por completo; espero que mi oído mejore también, pero lo dudo, porque esas enfermedades son casi siempre incurables. Por favor, conserva este asunto de mi oído como un secreto y no se lo menciones a nadie, no importa quién sea.

Un mes después comunicó a otro amigo, el doctor Franz Gerhard Wegeler:

¿Quieres saber algo acerca de mi situación? Bueno, en general, no es del todo mala… Sin embargo, ese monstruo envidioso, mi pésima salud, me ha hecho malas jugadas: durante los últimos tres años mi oído se ha debilitado. El problema parece haber sido causado por los trastornos de mi abdomen pues, como sabes, ha estado enfermo aun desde antes de que dejara Bonn, pero se ha empeorado en Viena, en donde estoy afligido por diarrea y en consecuencia he sufrido una extraordinaria debilidad. [El doctor] Frank trató de vigorizar mi cuerpo con medicinas fortificantes y mi oído con aceite de almendras dulces, pero su tratamiento no tuvo efecto; mi sordera empeoró y mi abdomen continúa en la misma situación que antes. Como esto continuó hasta el otoño del año pasado, con frecuencia me desesperaba. Luego vino un médico estúpido que me aconsejó tomar baños fríos en el Danubio y más tarde uno más razonable que ordenó baños tibios. El resultado fue milagroso: mis intestinos mejoraron, pero mi sordera persistió, o debo decir, empeoró. A lo largo de este invierno me he sentido desdichado porque he tenido ataques terribles de cólicos, y volví a la misma situación de antes. Así estuve hasta hace unas cuatro semanas cuando fui a ver a Gerhard von Vering, otro doctor. Pensé que mi condición necesitaba de la atención de un cirujano y, en cualquier caso, le tenía confianza. Tuvo éxito en contener casi por completo esta violenta diarrea. Me prescribió baños tibios en el Danubio, a lo que siempre tuve que añadir una botella de ingredientes fortificantes. No me mandó más medicinas, sino hasta hace cuatro días, cuando me recetó medicamento para mi estómago y una infusión para mis oídos. Como resultado, debo decir que me he sentido mejor y más fuerte, pero mis oídos siguen zumbando y haciendo ruido día y noche.
Debo confesar que tengo una vida miserable. Durante casi dos años no he asistido a ninguna reunión social, porque encuentro imposible decir a la gente que estoy sordo. Si tuviera cualquier otra profesión sería capaz de sobrellevar mi problema, pero en la mía esto es una enorme desventaja. Y mis enemigos, que tengo bastantes, ¿qué dirían cuando supieran esto? Para darte una idea del grado de mi sordera, en el teatro tengo que ponerme muy cerca de la orquesta para poder entender lo que dice el actor y, a cierta distancia, no logro escuchar las notas altas de los instrumentos o las voces. Es sorprendente que algunas personas no hayan percibido mi sordera, la gente piensa que la causa es que siempre estoy distraído. En algunas ocasiones no puedo escuchar a una persona que habla suavemente; puedo escuchar sonidos, pero no puedo identificar las palabras. Pero si alguien grita, no lo puedo tolerar.
Sólo el cielo sabe lo que me ha sucedido. Vering me dice que mi audición mejorará, pero que mi sordera no podrá curarse por completo. Ya he maldecido con frecuencia al Creador y a mi existencia. Plutarco me ha señalado el camino de la resignación. Si no hay remedio, estoy empeñado en resistir y en retar a mi destino, aunque habrá momentos en mi vida en los que seré la criatura más miserable de Dios. Te ruego que no menciones esto a nadie, ni siquiera a Lorchen [la esposa de Wegeler]. ¡Resignación! Qué consuelo más miserable, y sin embargo, es lo único que me queda.

Aun cuando lo aquejaba la falta de salud, este periodo fue de extraordinaria actividad y creatividad. En la misma carta dijo: “Vivo por completo en mi música. Tan pronto como termino una composición, empiezo una nueva. Con este ritmo de trabajo, con frecuencia produzco de tres a cuatro composiciones al mismo tiempo”.

Semanas más tarde, el 16 de noviembre de 1801, Beethoven mencionó en otra carta a Wegeler:

No puedo negarlo, los zumbidos y los ruidos son menos intensos de lo que eran antes, sobre todo en el oído izquierdo, donde empezó mi sordera […] pero ésta no ha mejorado; me inclino a pensar, aunque no me atrevo a decirlo en forma definitiva, que ha aumentado un poco […] durante un tiempo mi energía física ha mejorado más y más y, por consiguiente, también mi fuerza mental […] ¡agarraré al destino por la garganta; no me doblegará ni me aplastará por completo!

Durante los primeros años la sordera avanzó poco a poco, acompañada de zumbido de oídos y de pérdida parcial de la capacidad de oír frecuencias altas, además de la molestia y, en ocasiones, el dolor que le provocaban los sonidos intensos.

El 6 de octubre de 1802 escribió, a los treinta y dos años, a sus hermanos Karl y Johann una carta, supuestamente de despedida, conocida como el “testamento de Heiligenstadt”, en la que se refiere, sobre todo, a los sufrimientos que le causaba la sordera y a la reclusión en la que le obligaba a vivir.

Desde hace seis años fui afectado por una enfermedad incurable, empeorada por doctores torpes, engañado año con año con la esperanza de aliviarme, obligado a aceptarla como una calamidad permanente, cuya curación puede tomar años o aun ser imposible […] la experiencia miserable de mi mala audición y además no poder decir a la gente: ¡hable más fuerte, grite, estoy sordo!; cómo podría confesar la imperfección en el sentido que debería ser en mí más perfecto que en otros, un sentido que tuve alguna vez con la mayor perfección, sin duda a un grado que pocos en mi profesión tienen o han tenido nunca […] debo vivir solo, como alguien que ha sido excluido; si me acerco a un grupo de personas, me asalta la ansiedad y el temor de correr el peligro de que mi defecto se haga evidente […]. Qué humillante ha sido cuando alguien junto a mí escucha una flauta tocando a lo lejos y yo no percibí nada, o cuando alguien oyó cantar a unos pastores y yo no oí nada […] sólo un poco más y hubiera terminado con mi vida. Es el arte, y sólo el arte lo que me detuvo, porque me pareció imposible dejar este mundo antes de lograr todo lo que yo siento de lo que soy capaz.

Durante tres años, o tal vez más, había tenido ataques severos de ansiedad, que llegaban al pánico. Buscó en su “testamento” explicar su sufrimiento y su angustia que lo dejaban solitario, descontento y con ideas suicidas. Pensó que había encontrado en su sordera la “causa secreta” de sus tormentos y ofreció el testamento como una justificación a quienes lo consideraban malévolo, misántropo o empecinado. Por supuesto, sabemos que estos rasgos del carácter de Beethoven existían mucho antes del inicio de su sordera.

Llama la atención que después de escribir este documento pasaron ocho años antes de que volviera a mencionar el problema de la sordera, que avanzó lentamente. Hasta 1810 no vuelve a quejarse, puede escuchar una conversación en voz muy alta. Cuatro años después, el entonces famoso compositor Louis Spohr relata cómo tocaba el piano a manotazos; a partir de entonces no volvió a interpretar en público y empezó a usar “trompetas”, aunque le servían de muy poco. En 1821, a los cincuenta y un años, la sordera es total en términos de funcionamiento social y comprensión de conversación, pero detecta sonidos de baja frecuencia con el oído izquierdo. Nunca más volvió a solicitar ayuda para su sordera.

Las posibles causas de sordera en los adultos son múltiples: enfermedades infecciosas como la meningitis, el sarampión, la parotiditis y las infecciones crónicas del oído. Otras causas frecuentes son la exposición al ruido excesivo, los traumatismos craneoencefálicos, el envejecimiento y el uso de medicamentos tóxicos para el oído. Al parecer la sordera de Beethoven fue provocada por un defecto de audición neurosensorial: un problema del oído interno o del nervio acústico, casi siempre permanente. Beethoven probó todo tipo de instrumentos usados en la época para amplificar los sonidos, pero pronto dejó de usarlos ante su inutilidad.

El final

Aun cuando se quejaba de falta de apetito y comía en forma irregular, mantuvo hasta cerca del final su apariencia robusta y una actividad física enérgica. Cuatro meses antes de morir sufrió vómitos, diarrea y fiebre, seguidos de intensa ictericia (coloración amarillenta) y dolorimiento en la parte superior y derecha del abdomen. El examen físico reveló hígado crecido e hinchazón en miembros inferiores. En los días siguientes los signos aumentaron, y la producción de orina disminuyó. El abdomen se distendió con ascitis (líquido que se acumula alrededor de los intestinos por daño al hígado), al grado de provocar dificultad respiratoria. A finales de diciembre de 1826 se realizó una primera punción abdominal con extracción de once litros de líquido, lo que le proporcionó alivio inmediato. Sin embargo, el sitio de la punción se infectó. En los meses siguientes se realizaron tres punciones más, complicadas con salida de líquido abdominal en los sitios de punción. Las intervenciones se realizaron siempre en la casa del compositor, mediante la introducción de un tubo de vidrio; en todas las ocasiones Beethoven resistió con estoicismo, esbozando apenas alguna queja.

En esta fase final de su vida, Beethoven sufría de pancreatitis crónica y de cirrosis hepática avanzada. Una mejoría transitoria le permitió empezar a trabajar los planes para una futura décima sinfonía y a entretenerse con textos de clásicos, como Plutarco, Homero, Platón o Aristóteles. Por recomendación de un médico amigo, reinició la ingestión de ponches a base de ron, té y azúcar, con lo que se animó durante pocos días, para luego volver a recaer con cólicos y diarrea por el exceso de alcohol. Pese a ello, solicitó a sus editores el envío de algunas botellas de buen vino del Rin.

Aumentaron la falta de apetito y el adelgazamiento del paciente. Durante los siguientes tres meses continuó deteriorándose, a medida que avanzaba la depresión. Al mismo tiempo tuvo periodos cada vez más frecuentes de hemorragias al toser. Junto con el deterioro físico, su situación financiera llegaba a niveles extremos, a tal grado que los miembros de la Sociedad Filarmónica de Londres, enterados de ello, le enviaron cien libras esterlinas de plata, a lo que Beethoven respondió prometiendo:

Cuando Dios me devuelva la salud, me dedicaré a expresarles mis sentimientos de gratitud con composiciones […]. Permitan tan sólo que el cielo me regrese pronto las fuerzas, y yo les mostraré a los magnánimos caballeros de Inglaterra cuánto aprecio su interés por mi triste destino.

En realidad, Beethoven ya había perdido toda esperanza, postrado como estaba, con el torso cubierto de úlceras, torturado día y noche por los gusanos que infestaban su lecho de paja empapado por el líquido que drenaba de su abdomen. En un intento tan desesperado como inútil por mejorar su situación, los médicos aconsejaron un baño de vapor con hojas de abedul.

El 23 de marzo de 1827 escribió con grandes trabajos su testamento. Al día siguiente llegaron las ansiadas botellas de vino, solicitadas por él semanas antes. Al verlas, Beethoven murmuró: “¡Demasiado tarde!”.

En la fase terminal entró en coma. Todavía resistió durante dos días, respirando con gran dificultad, hasta el 26 de marzo, cuando expiró a las 5:45 de la tarde, justo en el momento en el que, según varios testigos, estalló una fuerte tormenta con granizo y truenos, y con rayos que iluminaron fugazmente el final de la agonía del compositor.

Al día siguiente del fallecimiento, el doctor Johann Wagner, asistente del Museo Patológico Anatómico Federal de Viena, realizó la autopsia del compositor. El interés principal fue el examen de los huesos petrosos del oído, por lo que ambos huesos fueron extraídos del cráneo, pero pronto desaparecieron sin que dieran lugar a conocimientos importantes sobre la causa de la sordera. La autopsia confirmó la cirrosis del hígado y mostró que los riñones tenían alteraciones compatibles con necrosis; sorprende que no se mencionaran alteraciones intestinales.

Los restos mortales de Beethoven fueron desenterrados en dos ocasiones: la primera en 1863 y la segunda en 1888, cuando fueron trasladados, junto con los de Franz Schubert, al cementerio principal de Viena.

La historia clínica de Beethoven ha estimulado decenas de artículos médicos en los que se aventuran hipótesis variadas acerca de la causa principal de la mala salud del compositor. Con la llegada en 2020 de la conmemoración de los 250 años de su nacimiento, la fértil imaginación de sus biógrafos médicos ha resurgido con intensidad. Para unos, su problema médico fundamental fue un padecimiento crónico de origen desconocido: la enfermedad de Paget, caracterizada por alteraciones de los huesos, que crecen deformes y frágiles. En apoyo de esta hipótesis sólo está la descripción en la autopsia del engrosamiento irregular del cráneo. Otros insisten en considerar la intoxicación crónica con plomo como responsable del deterioro en la salud de Ludwig, quien tenía como hábito diario ingerir entre uno y tres litros de vino corriente, al que se le añadía plomo para mejorar el sabor. La supuesta prueba de esta teoría es el hallazgo reciente realizado por complejos métodos químicos de concentraciones de plomo más elevadas de lo normal en muestras de cabellos de Beethoven que fueron cortados en su lecho de muerte, como recuerdo del compositor. Ninguna de estas dos hipótesis ha logrado hasta ahora el consenso médico.

La creación en el silencio

¿Cómo influyó la sordera progresiva del compositor en su obra musical? La música de Beethoven ha sido dividida desde el siglo XIX en tres periodos de creatividad, etapas en las que se ha querido observar alguna relación especial con la evolución de su sordera. Wilhelm von Lenz, uno de sus primeros biógrafos alemanes, describió una etapa inicial exuberante hasta los treinta años, antes del inicio del problema auditivo, seguido de un periodo intermedio, entre los treinta y los cuarenta y cinco años, con muestras evidentes de sobreponerse a la sordera, cada vez más acentuada, y un tercer periodo, desde los cuarenta y cinco años hasta su muerte, de notables innovaciones, coincidente con la pérdida completa de la audición.

De hecho, se ha supuesto que la carta de Heiligenstadt es la contrapartida literaria de la Tercera sinfonía Heroica: la representación del artista como héroe, golpeado por la sordera, retraído del mundo, conquistando sus impulsos de suicidio, luchando contra el destino. Junto con la sordera, Beethoven sufría de ruidos intensos (tinnitus) que lo irritaban, y en ocasiones le impedían concentrarse. Se ha sugerido que ciertos acordes estridentes y reiterados en el inicio de la Heroica están relacionados con esos molestos ruidos. En los años siguientes, ya completamente sordo, entró en la fase final de composición de obras extraordinarias por su calidad y originalidad. En particular, sus últimos cuartetos de cuerdas son reconocidos como una de las cimas de la música clásica.

¿En ausencia de estímulos auditivos, cuáles pueden ser las fuentes de la inspiración musical? Para Beethoven las imágenes visuales, lo que llamó “pintura musical”, no eran importantes. Desdeñaba ejemplos obvios como las Cuatro Estaciones de Vivaldi, si bien utilizó imágenes en obras como las escenas pastorales de la Sexta sinfonía. A falta de imágenes, se inspiró con frecuencia en la poesía de Goethe, que consideraba como “el secreto de la armonía”. Él a su vez aspiraba a convertirse en “el poeta tonal de la música”. En general, Beethoven sentía que las ideas llegaban espontáneamente, en cualquier momento. Ciertas disposiciones de ánimo producían “sonidos, que retumban y rugen hasta que se presentan frente a mí en forma de notas musicales”.

En los años que siguieron a la muerte de Beethoven los críticos percibían problemas en las obras de estilo tardío; pensaban que sus defectos físicos eran responsables de lo que llamaron composiciones “decadentes” o “la negación de la música”. Pronto, la opinión de los expertos cambió al considerar sus obras finales como sublimes. Por ejemplo, Richard Wagner glorificó la música tardía de Beethoven como manifestación de interioridad exacerbada —el compositor sordo, forzado a escuchar hacia adentro—, tal como escribió en un ensayo:

A medida que perdía contacto con el mundo exterior dirigía su mirada más profunda hacia su mundo. La Naturaleza, conociendo el potencial del compositor, le otorgó un blindaje contra el mundo exterior que le permitió concentrarse sólo en su música. Su falta de empleo permanente, su apariencia extraña, su necesidad de soledad, hasta su fisonomía le protegieron de las veleidades del mundo externo. De acuerdo con un esqueleto óseo excepcionalmente fuerte, el cráneo fue de densidad y grosor inusuales, para proteger un cerebro extraordinario.

Otro gran compositor, Ígor Stravinski, dijo sobre los últimos cuartetos de cuerdas de Beethoven: “Todo en esta obra es perfecto, inalterable, inevitable. Está por encima de la imprudencia alabarla”.

Según Maynard Solomon, uno de sus biógrafos modernos:

El cierre gradual del contacto auditivo de Beethoven con el mundo produjo sentimientos de doloroso aislamiento y aumentó sus tendencias hacia la misantropía y la suspicacia. Pero la sordera no alteró y, de hecho, tal vez incrementó sus habilidades como compositor, al excluirlo de la interpretación pianística como competencia para su creatividad, tal vez al permitirle una total concentración en la composición dentro de un mundo de reclusión auditiva en aumento. En su mundo sordo, Beethoven podía experimentar con nuevas formas de experiencia, libre de los sonidos intrusos del ambiente externo; libre de la rigidez del mundo material; libre, como un soñador, de combinar y recombinar la materia de la realidad de acuerdo con sus deseos, en formas y estructuras nunca soñadas.
En última instancia, Beethoven transformó todas sus derrotas en victorias […] hasta su pérdida de la audición fue, en alguna forma indefinida, necesaria, o al menos, útil, para completar su impulso creativo. El inicio de su sordera fue la crisálida dolorosa dentro de la cual maduró su estilo “heroico”. A medida que su estilo nuevo se centraba en sus obras y se consolidaban los avances en su arte, los síntomas retrocedían hacia una perspectiva diferente pero no dejaron de ser, durante años, motivo de angustia.

Colofón

La vida y la obra de Beethoven son poderosos ejemplos de la superación de una severa discapacidad que han facilitado la comprensión de esta limitación no como una deficiencia, sino como una diferencia. En este sentido, las últimas composiciones de Beethoven pueden interpretarse como manifestaciones de su genio absoluto, escritas no a pesar de la sordera, sino, tal vez, gracias a ella.

Concluyamos con Romain Rolland:

¡Querido Beethoven! Otros han exaltado su grandeza artística. Pero él es mucho más que el primero de los músicos. Él es la fuerza más heroica del arte moderno. Él es el más grande y el mejor amigo de los que sufren y que luchan. Cuando estamos entristecidos por las miserias del mundo es él quien viene hacia nosotros, como venía a sentarse al piano de una madre en duelo y, sin una sola palabra, consolaba a quien lloraba con el canto de su queja resignada. Y cuando la fatiga nos asalta en el eterno combate inútilmente librado contra la mediocridad de los vicios y de las virtudes, es un bien indecible sumergirse en este océano de voluntad y de fuerza. De él se desprende una sensación contagiosa de valor y de serenidad por la lucha.

 

Adolfo Martínez Palomo
Investigador médico y miembro de El Colegio Nacional. Entre los títulos que ha publicado: Músicos y medicina. Historias clínicas de grandes compositores y De la amibiasis al zika.

Este texto se publicó originalmente en el libro Músicos y medicina: Historias clínicas de grandes compositores. Beethoven y Paganini, El Colegio Nacional, 2020.

 

Bibliografía

Libros
Clubbe, J., Beethoven. The Relentless Revolutionary, Nueva York, W. W. Norton, 2019.
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Publicado en: Fragmentos, Resurrectorio

2 comentarios en “La creación en el silencio.
Ludwig van Beethoven
(1770-1827)

  1. Gracias. Siempre sospeché que la sordera no era un impedimento para componer en este caso. Y ahora encuentro lógico que su música pueda dividirse en dos etapas, y no me parece raro que su música que encuentran más interesante corresonda con su sordera. Me llama la atención que ocacionalmente he soñado música que puede parecerse a la de un músico determinado, es decir, he soñado sonidos no imágenes.

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