Todos los aficionados a la geología la conocen. Los viajeros con debilidad por EEUU y los parques naturales también. Pero, sobre todo, es un fetiche para los que vimos en su día Encuentros en la tercera fase, la película de Spielberg: ese monumento natural obsesionaba a sus protagonistas hasta que, por fin, averiguaban que servía de punto de cita para el apretón de manos entre la Humanidad y unos sonrientes extraterrestres al son de cinco notas musicales. Y ello a pesar de su nombre, la Torre del Diablo.

El caso es que se trata de un cuello volcánico que descuella 386 metros de altura -se ve a 150 kilómetros de distancia- sobre los alrededores de las Colinas Negras, esa formación montañosa del estado norteamericano de Wyoming que, en su día se disputaron los sioux -que la consideraban sagrada- y el Séptimo de Caballería; de hecho, no está lejos de Little bighorn, donde cayó el general Custer.

La Torre de Diablo, a la que también se llama Torre de los Diablos por un error ortográfico (de Devil’s Tower a Devils Tower), está formada por columnas basálticas de fonolita porfiríca, un brote magmático originado hace unos 65 millones de años, aunque algunas partes alcanzan una edad mucho mayor, en torno a 225 millones de años.

Esas columnas resultan perfectas para practicar la escalada entre ellas, de forma que la ascensión resulta cuando menos curiosa; es uno de los principales atractivos del lugar, como debe serlo también llegar a la cumbre porque es totalmente plana.

Los pioneros en hacerlo fueron unos vecinos del lugar, William Rogers y Willard Ripley, que lo lograron en 1893 clavando cuñas de madera en una pared a manera de escalones. Esa improvisada escalera se utilizó hasta 1927 y aún quedan restos de ella. Para entonces, la Torre del Diablo había sido ya declarada Monumento Nacional, el primero que tuvo el país; fue en 1903, designado por orden de Teddy Roosevelt.

De todas formas, lo mejor de ese original paraje es la leyenda india sobre su formación. Las tribus de la región, que, como decía antes, son los que derrotaron a Custer (kiowas, lakotas, arapahoes, cheyennes…), cuentan que un grupo de siete vírgenes perseguidas por voraces osos trataron de protegerse sobre una roca, desde la que pidieron ayuda al Gran Espíritu. Éste hizo alzarse la peña y los intentos de la fiera por trepar resultaron inútiles, dejando en sus paredes el rastro de los arañazos. Son los que hoy en día jalonan sus paredes; y, por cierto, a las chicas también las vemos porque más tarde se convirtieron en las Pléyades.

Hay otra versión -cada tribu narra la suya- en la que las muchachas pasan a ser dos niños que, igualmente, invocaron a Wanka Tanka, el Creador, ante el ataque. Era sólo un plantígrado pero gigante, llamado Mato, cuyas garras tenían el tamaño de un tipi. El animal quedó frustrado de la misma manera que en la historia anterior y el águila Wanblee rescató a los pequeños. El grizzly, por su parte, moriría y se transformaría en lo que actualmente es conocido como Bear Butte, una colina cercana.

Foto Phil Konstantin en Wikimedia Commons

La tradición cheyenne es algo diferente: chicas y chicos se encuentraron para cazar al oso, al que sólo podía matarse con una flecha en la parte posterior de una pata (¿les suena?) y para ello subieron a la Torre del Diablo, desde donde podían apuntar con sus arcos, a salvo de los insistentes ataques del animal; al final consiguieron acabar con él.

Pero los cheyennes aún tienen un mito más: dos guerreros despertaron una mañana en lo alto de la Torre del Diablo, tras dormir junto a una cabeza de búfalo (objeto considerado sagrado); a base de rezar y ayunar consiguieron retornar mágicamente a tierra firme.

Al parecer esta historia se contaba para dar explicación a un cráneo de búfalo hallado misteriosamente en la cima de la montaña en una época en la que nadie había subido todavía.


Fuentes

National Park Service


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