"El mayor logro de Isabel la Católica no fue descubrir América, sino crear una potencia mundial"

"El mayor logro de Isabel la Católica no fue descubrir América, sino crear una potencia mundial"

Hablamos de la figura de Isabel I de Castilla con el historiador Alberto Calvo, autor de Castilla en llamas, un libro de la editorial Pinolia.

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“En poco menos de diez años, Isabel la Católica convirtió un país ruinoso en un Estado floreciente capaz de competir con la poderosísima Francia”, dice Alberto Calvo, historiador y autor de Castilla en llamas. Lucha por el trono: la increíble historia del ascenso de Isabel la Católica, un libro publicado por la editorial Pinolia. Isabel I de Castilla se encontró con una España caótica y es que el siglo XV en Castilla se caracterizó por las guerras civiles, las traiciones, las injerencias que llegaban del extranjero y hasta por “golpes de Estado”.

Isabel fue capaz de hacerse con el trono castellano, elegir el hombre con el que quería casarse, luchar contra los partidarios de Juana la Beltraneja, crear un estado moderno, expandir el territorio español, unificar la religión y hasta financiar el viaje de Cristóbal Colón a América. De todo esto y más, trata Castilla en llamas. No te pierdas la entrevista al autor.

En poco menos de diez años, Isabel la Católica convirtió un país ruinoso en un Estado floreciente capaz de competir con la poderosísima Francia.

En poco menos de diez años, Isabel la Católica convirtió un país ruinoso en un Estado floreciente capaz de competir con la poderosísima Francia.Wikipedia

Pregunta. ¿Qué te llevó a escribir sobre el período histórico de Castilla en los siglos XIV y XV y la lucha por el poder entre la nobleza y la Corona?

Respuesta. El gran desconocimiento del periodo, principalmente. Me da la sensación, cuando leo o escucho historia de Castilla y de España, de que Isabel I y Fernando II, los Reyes Católicos, llegaron al trono sin dificultades e instauraron la monarquía en España en dos minutos. Esta idea, muy extendida, no tiene absolutamente nada que ver con la realidad histórica. Los antecedentes de Isabel I, es decir, los siglos XIV y XV, fueron un completo caos. Me pareció interesante escribir sobre ello para mostrar a los lectores que el mayor logro de la reina Isabel no fue descubrir América o tomar Granada, sino convertir una corona de Castilla destruida en la potencia hegemónica mundial. ¡Y en tiempo record!

P. ¿Cuál fue el papel de los hermanastros de Pedro I y las revueltas nobiliarias en el caos y la inestabilidad de Castilla durante ese tiempo?

R. Fueron la cerilla que prendió una mecha que ya venía bien empapada en gasolina. Pedro I cometió infinidad de errores en los inicios de su reinado, pero hubo dos que acabaron por resultar determinantes. En primer lugar, permitió a su madre, María de Portugal, asesinar a Leonor de Guzmán, madre de los hermanastros del rey. Si Pedro I y sus hermanastros ya se tenían poca simpatía, ejecutar a sangre fría a su madre no ayudó a mejorar la relación. Otro gran error tuvo como protagonista a Juan Alfonso de Alburquerque, valido y hombre de confianza de Pedro I desde su infancia. Alburquerque, aprovechando su gran cercanía al rey, había acumulado una inmensa cantidad de poder. Sus posesiones, ubicadas en la zona de la actual Extremadura, constituían un baluarte defensivo de primer orden. Pedro I, en un determinado momento, se sintió traicionado por Alburquerque e intentó ejecutarle. Este huyó a sus posesiones y se refugió allí. El rey, sobrepasado por las numerosas e incesantes revueltas nobiliarias que asolaban su autoridad regia en Asturias y Andalucía, decidió dar un voto de confianza a sus hermanastros. Situó a Enrique y Fadrique, conde de Trastámara y maestre de la Orden de Santiago, respectivamente, al frente de las tropas que debían combatir a Alburquerque. Tal y como era de esperar, los ambiciosos hermanastros, auxiliados por una nobleza dispuesta a venderse al mejor postor, acabaron por unir fuerzas con Alburquerque contra Pedro I.

Para desgracia de Castilla, se produjo un enquistamiento del conflicto que auspició la intervención de Inglaterra y Francia en la guerra. El desastre estaba garantizado, independientemente de cuál de los dos bandos se terminara imponiendo.

P. ¿Cómo afectó el asesinato de Pedro I y la ascensión de la dinastía Trastámara a la situación política y social de Castilla?

R. La pregunta es muy interesante, porque las consecuencias del asesinato de Pedro I fueron muy relevantes. Enrique II, conde de Trastámara y fundador de la dinastía, carecía de legitimidad bajo cualquier punto de vista. Era hijo bastardo de Alfonso XI, había traicionado su juramento de fidelidad al rey legítimo y, por último, había asesinado con sus propias manos a Pedro I. No había por dónde coger su legitimidad para hacerse con el trono, salvo que todos, nobles y clérigos, miraran a otro lado.

En Castilla, curiosamente, se extendió una falsa sensación de tranquilidad con el ascenso de la nueva dinastía. Es cierto que con Enrique II se puso fin a décadas de guerras, revueltas y traiciones, pero a un precio demasiado alto. Enrique, en un momento en que su intentona de expulsar a Pedro I peligró seriamente, acabó reclamando ayuda a Francia. Los galos, que deseaban mantener una pequeña tregua firmada con Inglaterra en el contexto de la Guerra de los Cien Años, no podía enviar tropas “oficialmente”, así que financió a unos mercenarios, las famosas “Compañías Blancas” de Bertrand du Guesclin y Hugo de Calveley. A los mercenarios les importaba poco el bien de Castilla y de sus gentes, así que exigieron a Enrique II, con la espada ensangrentada todavía en la mano, cuantiosas compensaciones económicas. Obtuvieron rentas, tierras, señoríos y ciudades, y saquearon, asesinaron y violaron todo cuanto pudieron. El trauma para las poblaciones por las que pasaron las compañías hubo de ser tremendo. Pero es que desde un punto de vista político tampoco salió Castilla en mejor posición. Alfonso XI, padre de Pedro I y Enrique II, insistió siempre en la necesidad de que el poderoso y fragmentado ejército castellano no se viera envuelto en la Guerra de los Cien Años. Enrique II, a cambio de la ayuda militar, dispuso recursos económicos y militares para Francia. De esta manera, Castilla quedó emparentada con Francia y enemistada con Inglaterra.

P. ¿Qué obstáculos tuvo que enfrentar la nueva dinastía para consolidar su poder frente a una nobleza cada vez más influyente y demandante?

R. Fueron dos, en esencia, pero inseparables el uno del otro. La sombra de la ilegitimidad pesaba sobre Enrique II, por una parte; por otra, resultaba muy complejo calmar los ánimos revoltosos de una mitad de la nobleza, la que decidió apoyar a Pedro I. ¿Cómo superar ambos problemas? Enrique II encontró una solución a corto plazo, pero que acabaría por minar durante décadas el poder de la Corona: la concesión masiva de mercedes.

Una merced, en términos más comprensibles para el lector, es una dádiva regia, un “regalo” de la corona por los servicios prestados. Bajo este paraguas, Enrique II entregó rentas, territorios y señoríos a cambio de ganar la fidelidad de una nobleza que no iba a serlo mucho tiempo. Y lo que es todavía más grave: el rey entregó a grandes señores feudales la propiedad de tierras de realengo constituyendo señoríos jurisdiccionales. En terminología medieval, un señorío de este tipo implica que la autoridad judicial, económica y militar deriva directamente del señor. Realizar estas concesiones, además de acrecentar el poder de traicioneros nobles, redujo notablemente la autoridad del rey en el país.

P. ¿Cuál fue el papel de Isabel, la joven infanta, en el proceso de unificación de las coronas de Castilla y Aragón?

R. Fue tan importante que, sin ella y su marido, es muy difícil pensar que se hubiera podido producir. En el libro detallo este proceso tan complejo en decenas de páginas, por lo que recomiendo al lector ir allí para encontrar datos detallados. A fin de responder a la pregunta y no dejar la duda en el aire, hay que decir que Isabel vivió una situación muy compleja desde el momento mismo de su nacimiento. Fueron muchos y muy poderosos quienes trataron de alejarla del trono, y cerca estuvieron de conseguirlo. Una vez logró apoderarse de la corona, pudo haber seguido una línea continuista y haber relegado a Fernando al papel del rey consorte, algo habitual y que podrían haber aceptado sin más reparos. Isabel, en cambio, quiso compartir la autoridad real absoluta con Fernando. El monarca, igualmente, ascendió a Isabel a su misma condición en Aragón. El heredero de este matrimonio, por ende, recibiría la condición real de cada territorio, fusionando ambas coronas bajo su persona.

P. ¿Qué papel desempeñó la Guerra de Sucesión y la victoria de Isabel y Fernando en la consolidación del poder de los Reyes Católicos?

R. La Guerra de Sucesión, a diferencia de lo que se ha dicho frecuentemente, no tuvo ganador claro hasta sus instantes finales. Tampoco es cierto que toda la nobleza castellana y aragonesa apoyara a Isabel y Fernando, y que solo Portugal auxiliara a Juana la Beltraneja. Las tendencias rebeldes de los “grandes” seguían todavía muy vivas en torno al 1480, y no fue extraño encontrar ejemplos de familias que iban cambiando sus apoyos dependiendo de quién se estuviera imponiendo en el conflicto. Los Reyes Católicos, ciertamente, pasaron por momento críticos en que se vieron obligados a plantear una estrategia defensiva ante el empuje del ejército de la Beltraneja.

Fue en esos momentos críticos, sin embargo, cuando Isabel I y Fernando II dejaron clara su personalidad. A pesar de las muchas presiones de sus fieles para que enfocaran la guerra desde una perspectiva más tendente al acuerdo con el bando rebelde y con sus nobles, Isabel y Fernando se mantuvieron firmes. O con ellos o contra ellos. Los tiempos de realizar infinidad de concesiones económicas y territoriales para obtener la frágil y temporal fidelidad de una casa nobiliaria habían llegado a su fin. Esta actitud, para nada carente de riesgos, caló en las mentalidades de sus amigos, pero también de sus enemigos. Se debía fidelidad a la Corona por el simple hecho de ser la institución superior del reino, cuyo poder absoluto emanaba de Dios y, por tanto, no podía ser puesta en entredicho por ningún otro poder terrenal.

Me es muy difícil pensar, sin la guerra de Sucesión de por medio, que los Reyes Católicos hubieran podido establecer su programa de reformas sin que una parte importante de las élites se hubieran levantado en armas. En definitiva, la guerra forjó su carácter y lo irradió a todos los rincones y estratos sociales del reino.

P. Mencionas reformas efectivas que modernizaron la justicia, el gobierno y las instituciones durante el reinado de los Reyes Católicos. ¿Podrías hablar más sobre estas reformas y su impacto?

R. Tal y como dices, hago mucho hincapié en el libro a este aspecto, pero por un motivo muy sencillo: las reformas de Isabel I fueron su obra magna. Soy consciente de que puede costar comprender, con la toma de Granada y el descubrimiento de América de fondo, que yo incida en un programa reformista como el mayor proyecto de la vida de una reina tan colosal como Isabel, pero fue así. No pretendo decir que lo de Granada y lo de América carezcan de importancia, pero han de estar en un segundo escalón. Me explico.

Isabel I, durante su infancia y juventud, vivió en gran soledad. Pragmática como era, aprovechó su aislamiento para desarrollar una gran advocación religiosa, tarea que compaginó con frecuentes lecturas de textos históricos. Se empapó de los reinados de sus antecesores, y analizó a conciencia los motivos que provocaron las desgracias de sus reinados. Llegó, tras años de análisis, a varias conclusiones: la nobleza había de reducirse a ser la primera espada del Estado, pero nunca a luchar contra él; el poder de la Corona era incuestionable, pues procedía directamente de Dios; y, por último, un buen monarca no solo debía prestar atención a las élites, sino a todos sus súbditos.

Con este pensamiento ampliamente desarrollado desde su juventud temprana, Isabel pudo plantear su programa de reformas en cuanto asumió el poder. Tenía claros cuales habían de ser sus pilares: justicia, paz y buen gobierno. Para ello, en primer lugar, entendió necesario revisar las decenas de mercedes concedidas por su hermano, el rey Enrique IV, a una nobleza de fidelidad dudosa. Este golpe, que en otros tiempos habría significado el inicio de una nueva guerra civil, fue encajado por las élites en las cortes de Toledo de 1480 sin apenas resistencias. Prácticamente todas las mercedes otorgadas por Enrique IV fueron revocadas. La Corona, de esta manera, recuperó gran parte de su poder perdido, acrecentó sus rentas a niveles nunca antes conocidos e impartió justicia. De ahora en adelante, quien percibiese una dádiva lo haría de manera honrosa, sirviendo a la Corona, y no luchando contra ella. El mensaje que una joven Isabel I lanzaba al reino era muy potente: solo se obtendrían beneficios sirviéndola, no luchando contra ella.

Pero es que su programa no se quedó ahí. Isabel reforzó el poder del Consejo Real, indicando que las órdenes derivadas de sus reuniones debían ser entendidas como si llegaran de ella misma. Además, dividió la institución en diferentes instancias: Aragón, Hacienda, Justicia… Se asentaron aquí, por ende, las bases del futuro régimen polisinodial, también conocido como sistema de consejos, entramado institucional que permitió el gobierno y control de la monarquía de los Austrias, la monarquía de España.

Todas estas reformas, lejanas al estado llano, no resolvían el problema de la falta de justicia. Se centraron en este ámbito los grandes esfuerzos reformistas de los Reyes Católicos. En primer lugar, se reforzó el papel de la Real Chancillería de Valladolid como tribunal superior de justicia, y se creó un sistema de audiencias, tribunales inferiores, que vertebraran la justicia en las diferentes áreas del reino. Para asegurarse del buen hacer de estos tribunales, se establecieron unos exigentes méritos para obtener un puesto en ellos. Con el tiempo, dejó de verse a grandes nobles ocupando los lugares que ahora quedaban para gentes muy formadas, procedentes de las reputadas universidades castellanas.

Otro problema con respecto a la justicia residía en la falta de autoridad de los monarcas en concejos alejados de los focos centrales de poder. Los señoríos jurisdiccionales, como dije, comprendían que la máxima autoridad de justicia era el señor feudal, que bien podía ser un eclesiástico, un noble o una orden militar. Pequeñas reformas anteriores obligaban a formar un “equipo de gobierno” en todos estos lugares, pero todos los cargos de poder acababan quedando al abrigo de los poderosos. Isabel, rompiendo con esto, potenció el cargo de corregidor, y dividió el país en corregimientos. A partir de este momento, el corregidor, que tenía un sueldo elevado para evitar sobornos, y que nunca podía ejercer en zona en que pudiera tener intereses, se convirtió en el garante del buen ejercicio de la justicia en nombre de Corona en todos y cada uno de los rincones del país.

Isabel y Fernando, en definitiva, fueron los primeros en auspiciar el Estado moderno. No llegaron a verlo formado en su totalidad en vida, pero el mérito de poner la primera piedra le llevarán consigo para la eternidad.

P. ¿Cómo lograron los Reyes Católicos expandir su área de control sobre Granada y poner fin al conflicto bélico en la región?

R. Tampoco fue sencillo, a decir verdad. El reino nazarí de Granada llevaba décadas en una situación límite. Las guerras internas y las amenazas procedentes del norte de África minaron su economía y su ejército hasta convertirse en un títere en manos de los reyes cristianos. Solo resistió hasta el 1492 por las constantes guerras que Portugal, Castilla, Aragón y Navarra vivieron a lo largo y ancho de los siglos XIV y XV.

Isabel era muy inteligente, y sabía que uno de los pilares sobre el que pivotó su absolutismo regio fue la religión. Si su autoridad procedía del dios cristiano, ¿le debía vasallaje un judío o un musulmán? Para evitar ese problema, y con el fin de desarrollar el Estado moderno, tarea a la que se dedicó toda su vida, debía homogeneizar de alguna manera a sus súbditos. Si territorial, lingüística o históricamente no era posible hacerlo por la compleja historia medieval de España, solo podría hacerse mediante la religión. Granada, en definitiva, tenía que caer.

El cerco comenzó en 1482, poco después de acabarse la guerra de Sucesión. Fue una guerra larga, a decir por los diez años que duró, pero no fue lineal. Tampoco tuvo la intensidad de otros conflictos, ya que se considera a la de Granada la primera guerra moderna. Aunque sí hubo asedios y batallas de renombre, lo cierto es que las escaramuzas y las emboscadas fueron lo más habitual. El empuje definitivo llegó a partir de 1487-1488, y en 1491 ya estaba todo el pescado vendido. El 2 de 1492 sirvió para confirmar tres cosas: el islam había sido derrotado, la Península Ibérica regresaba a control cristiano y Castilla era mucho más fuete si todos luchaban en la misma dirección.

P. ¿Qué papel jugaron los nobles castellanos en el florecimiento del mayor imperio conocido hasta la fecha durante el reinado de los Reyes Católicos?

R. Qué pregunta más interesante. El otro día, justamente, leí un artículo sobre Isabel I y su supuesta lucha “anti-nobiliaria”. No voy a citar el artículo ni a su autor porque el contenido me pareció desastroso, pero me preocupó ver a mucha gente dando su apoyo a la idea. Isabel I, reina de Castilla, ¡no luchó para acabar con la nobleza! Sí lo hizo, en cambio, para acabar con sus rebeliones. Pero es que una cosa no quita la otra.

Vamos a ir por partes. Los Reyes Católicos reinaron Castilla y Aragón entre finales del siglo XV y principios del XVI, y aunque idearon el Estado moderno y dieron un salto con respecto al sistema feudal más propio de los siglos XI y XII, eran hijos de su tiempo. Lo que quiero decir es que es absolutamente imposible que Isabel y Fernando llevaran a cabo una lucha de clases o algo parecido. Acabar con la nobleza habría puesto en tela de juicio el propio sistema del que ellos eran cabeza, así que habrían tirado piedras contra su propio tejado.

Los Reyes Católicos, de hecho, sustentaron gran parte de sus aspiraciones expansivas en la nobleza. Históricamente, el papel de esta élite social era la protección militar del reino y el envío de “lanzas” al servicio del rey cuando este lo reclamara. Si el reino se protegía a sí mismo (Isabel también creó un cuerpo de seguridad dependiente de ella misma que acabara con el bandolerismo y acabase con el papel tradicional del noble de proteger sus territorios), ¿cómo podía la élite nobiliaria formar parte del Estado moderno? Muy sencillo: comandando sus ejércitos.

Otra gran reforma de los Reyes fue la constitución, algo más tardía, de un ejército profesional, permanente y directamente dependiente de la Corona. Así evitaban posibles levantamientos armados de la nobleza, pues aunque por su condición social dirigían los ejércitos, estos no depositaban su fidelidad en ellos, sino en los Reyes Católicos. Los nobles, haciendo un símil con nuestros tiempos, pasaron a ser “funcionarios” del Estado, servidores a la Corona que dirigieron sus ejércitos en todas aquellas campañas que les encomendaron. Ahí residió su importancia.

Siempre se ha dicho que el “Imperio Español”, concepto historiográfico que realmente nunca se usó durante sus tiempos de vida, nació como fruto de la unión de muchas herencias en Carlos I y su hijo, Felipe II, y es cierto, en gran medida. La monarquía de España no se forjó, en la mayor parte de su extensión, mediante la conquista militar, pero el uso de la violencia fue esencial para su mantenimiento. En todas las grandes campañas y batallas de la historia de la monarquía hay grandes casas nobiliarias representadas por sus miembros más ilustres. Gonzalo Fernández de Córdoba en Italia, el duque de Alba en Navarra, Alejandro Farnesio y Luis de Requesens en Flandes, Álvaro de Bazán en los mares, Spínola en Breda, Juan de Austria en Lepanto, y un largo etcétera de hombres ilustres que defendieron a la monarquía mediante las armas, y muchas veces a costa de su vida, su reputación y sus rentas personales.

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P. ¿Qué te resultó más fascinante o interesante de investigar y escribir sobre este período histórico en Castilla? ¿Destacarías algún episodio en particular?

R. No sé si podría quedarme con algo en particular, pero sí puedo decir que estoy encantado con el aprendizaje que he obtenido de sumergirme en este periodo. Quien haya leído algo de mi vida historiográfica sabrá que estoy especializado en el siglo XVI, por lo que gran parte de los conceptos que me son innatos proceden de esa época. Aunque siempre me ha parecido fascinante todo el periodo de hegemonía de la Monarquía de España, ahora me parece todavía más increíble. Es que apenas unas décadas antes de que Carlos I fuera nombrado emperador y España pasara a formar parte de un ente supranacional de magnitudes colosales, Castilla estaba desangrándose internamente en guerras infinitas. Ya tenía en alta consideración como reina a Isabel I, pero después de investigar y aprender sobre lo que hizo, es difícil no quedar todavía más sorprendido. No sé si somos conscientes del todo de que, en poco menos de diez años, convirtió un país ruinoso en un Estado floreciente capaz de competir con la poderosísima Francia en 1494 por hacerse con el poder en Nápoles. Increíble, simple y llanamente.

Si tuviera que quedarme con un episodio particular, creo que el reinado de Juan II me ha atrapado. No tanto por una cuestión de impresión por sus grandes reformas o su buen gobierno, sino porque Juego de Tronos a su lado queda en poca cosa. Su periodo de regencia con el famoso Fernando de Antequera, los Infantes de Aragón rondando permanentemente, su más que posible romance con el condestable Álvaro de Luna… Me ofrezco desde aquí a cualquier productora para asesorarle sobre una posible serie de la vida de Juan II. Garantizo que se pueden sacar unas cuantas temporadas con una trama política que la firmarían con los ojos cerrados los mejores guionistas de la historia. La realidad histórica siempre supera a la ficción. 

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