La Calzada del Gigante, una maravilla natural en Irlanda del Norte

Además de visitar la capital, Belfast, una de mis prioridades en Irlanda del Norte era visitar la Calzada del Gigante (Calzada del Gigante, en el original inglés). El geositio, que figura en la lista del Patrimonio Mundial de la UNESCO en el Reino Unido, está situado junto al mar, cerca del pueblo de Bushmills.

Según los expertos, existen alrededor de 40.000 columnas prismáticas de basalto, “formadas por la disyunción prismática de una gran masa de lava basáltica resultante de una erupción volcánica ocurrida hace unos 60 millones de años”. Para un profano en geología como yo, la Calzada del Gigante parece un enorme panal de abejas, lo que le confiere un encanto especial.

¡Realmente no podía dejar de visitarlo!

Mi visita a la Calzada del Gigante

La Calzada del Gigante es, digamos, una excentricidad geológica. Un lugar hermoso y único. Accesible mediante un recorrido de menos de un kilómetro desde el Centro de Visitantes, donde llegué en autobús desde Belfast. El cielo amenazaba lluvia y había un minibús que conectaba el centro de información con el geositio, pero opté por ir a pie. Y me alegro de haberlo hecho.

Así que pude parar a tomar fotos y disfrutar del paseo por la escarpada costa de la costa norte de Irlanda del Norte, absorbiendo toda la belleza, sintiendo el aire del mar en la cara y poco a poco vislumbrando las columnas de basalto.

Cuando llegué al final del camino, ya había muchos turistas visitando la Calzada del Gigante. Si tuviera más tiempo, hubiera sido una buena idea pasar la noche cerca y disfrutar de todo ese patrimonio natural sin un alma cerca. Al primer vistazo quedé atónito.

Por mucho que he viajado no recuerdo muchos lugares similares. De hecho, la Calzada del Gigante presenta formaciones rocosas comunes a otros lugares en los que he estado, como la playa Reynisfjara, en Islandia; pero el tamaño del geositio en Irlanda del Norte lo hace más grandioso y espectacular.

Ante mis ojos, miles de columnas de piedra tan rectas que parecían hechas con regla y escuadra. Los adultos se convirtieron en niños, saltando de piedra en piedra; los apasionados de los fenómenos geológicos se sentaban a contemplar el poder de la Naturaleza. Algunos Instagrammers de viajes buscaban la mejor luz y posaban frente a las columnas de basalto.

Y caminé, haciendo un poco de todo: a veces observando, a veces fotografiando, a veces sentándome y contemplando, agradeciendo el enorme privilegio de poder estar allí visitando un lugar como la Calzada del Gigante.

Confieso que perdí la noción del tiempo, pero dediqué un par de horas a explorar el lugar. Es increíble cómo las columnas son tan perfectas, cómo casi siempre tienen seis lados, cómo parecen haber “crecido” empujadas por manos invisibles pero perfeccionistas.

Durante el tiempo que caminé por la Calzada del Gigante, noté cuánto cambia la luz a lo largo del día. A primera hora de la mañana, ante la multitud y con la Calzada del Gigante envuelta en niebla, será quizás el escenario ideal para los amantes de la fotografía de viajes. No hubo tanta suerte; pero, a medida que avanzaba la tarde y los colores calentaban las piedras lisas, el lugar ganaba cada vez más encanto.

A pesar de que el sol se puso bastante temprano, no me quedé hasta el anochecer porque todavía quería dar un paseo hasta Bushmills. Pero me imagino cómo será Calzada del Gigante al atardecer…

Un paseo hasta Bushmills

Una vez satisfecho con la Calzada del Gigante, y a pesar de las nubes, opté por tomar una ruta peatonal hasta Bushmills, en lugar de esperar allí el autobús de regreso. El precio a pagar podría ser un gran lío y no tener tiempo para comer nada; pero incluso eso terminó yendo bien. Aquí vamos.

Desde el Centro de Visitantes vi un cartel que indicaba el inicio del sendero hacia Bushmills. Era un camino estrecho, entre campos verdes y la vía del tren, con el mar de fondo, omnipresente. Y así caminé, encontrándome esporádicamente con irlandeses haciendo correr o pasear a sus perros.

Hasta, más adelante, una bifurcación en el camino. Sin tener mucho margen de error, le pregunté a una señora que se cruzó conmigo en ese momento haciendo correr: el camino de la derecha iba a Portballintrae; el otro fue directamente a Bushmills.

Continué hacia Bushmills, atravesando el campo de golf Bushfoot Golf Club, hasta que, justo antes de llegar al pueblo, los amagos de lluvia finalmente se hicieron realidad. Miré el reloj, aceleré el paso y llegué a Bushmills a tiempo para tomar un sándwich rápido en una panadería ubicada al lado de la parada de autobús, que apareció a la hora prevista.

Lo único que quedaba era regresar a Belfast. Sí, había sido un día completo. Visitar la Calzada del Gigante fue uno de los momentos más destacados de mi estancia en Irlanda del Norte. Estaba inmensamente feliz.