Pioneros de la paleontología: así fue el nacimiento de una ciencia revolucionaria

Pioneros de la paleontología: así fue el nacimiento de una ciencia revolucionaria

Sin esta ciencia que estudia e interpreta el pasado de la vida en la Tierra, nuestro conocimiento del planeta en que vivimos sería incompleto. Repasamos los principales hitos históricos y hallazgos de los paleontólogos.

Pioneros de la paleontología: así fue el nacimiento de una ciencia revolucionaria (Eugenio M. Fernández Aguilar)

En el último siglo y medio, la paleontología ha sido solapada por otras dos ciencias: la biología y la geología. Esta última creció gracias a la estratigrafía y la tectónica de placas, y ha sido la herramienta principal para el estudio cronológico de la Tierra. A su vez, la biología renació con la teoría de la evolución, que ha explicado la transformación de la vida en el planeta. Pero la paleontología sigue siendo clave y su misión es responder a tres enigmas: de dónde proceden los fósiles y cómo y cuándo se han formado. 

Esta imagen muestra el fósil original (no un molde) del ejemplar de Archaeopteryx expuesto en el Museum für Naturkunde de Berlín

¿Cuál es el origen de los fósiles?ASC/

El primer contacto entre fósiles y humanos

En la prehistoria, el ser humano y los fósiles ya habían entrado en contacto. Restos fosilizados marinos, por ejemplo, se usaron como colgantes en la región francesa de Borgoña. El misterio que rodeaba aquellos elementos no impidió a las distintas culturas buscarles explicación y significado. Tanto la escuela pitagórica como algunos presocráticos como Jenófanes o Anaximandro llegaron a una interpretación correcta de los fósiles marinos. 

En las Historias, de Heródoto (484-425 a. C.), se afirma que los sacerdotes egipcios tenían la creencia de que el Nilo había estado cubierto completamente por el mar, y tenían razón. Se basaban en las conchas encontradas en las montañas y en las cercanías del oasis de Siwa o Amón. También acertaron en este enfoque los romanos, tanto Ovidio en La metamorfosis como Estrabón en su Geografía

El asunto se tergiversó con Platón, quien opinó que cierta fuerza creadora a la que llamó vis plastica originaba una semilla en el interior de la Tierra de la cual se desarrollaban los fósiles. Fue un paso atrás, pues cerró la puerta a considerarlos como restos de organismos que vivieron en el pasado, y hasta el siglo XVIII no se llegó a descartar por completo esta visión que otorgaba a los fósiles un origen inorgánico.

Pese a ello, Aristóteles intentó encontrar una conciliación entre los dos enfoques, el pitagórico y el platónico, y desarrolló la teoría del fluido petrificante, succus lapidificatus, una sustancia misteriosa que sería el agente formador mediante el cual las rocas adoptan figuras parecidas a seres vivos. 

El médico persa Avicena (980-1037) retomó las ideas aristotélicas y añadió que los fósiles no son más que ensayos infructuosos de la naturaleza para crear organismos vivientes, intentos fallidos que solo conseguirían imitarlos en su forma pero carentes de vida. Un quiero y no puedo en el que se petrificarían estas formas vivientes inacabadas. El pensamiento hebreo-cristiano consideró los fósiles como desechos del taller del Creador, aunque tuvo aún más fuerza la idea de que eran restos del diluvio universal. Esta teoría diluvista tiene su antecedente en culturas más remotas, como la babilónica, la etrusca o la helénica. 

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Los Ammonites fueron uno de los primeros fósiles hallados y nombrados

Por otra parte, la gigantología jugó un papel curioso en el estudio de los fósiles en distintas épocas y culturas. En la Biblia aparecen múltiples referencias: “Por tierra de gigantes fue también tenida; habitaron en ella gigantes en otro tiempo, a los cuales los amonitas llamaban zomzomeos”. Estas palabras extraídas del Deuteronomio no son más que una interpretación ingenua de que los grandes huesos de especies extintas podrían pertenecer a criaturas gigantescas. 

La aparición de gigantes es recurrente en prácticamente todas las culturas, tanto relacionados con humanos como con otras especies. De hecho, los clásicos nos han dejado la historia de los cíclopes del Etna. Hace cinco mil años los marineros griegos encontraron restos de gigantes con un solo ojo en una cueva de Sicilia. Hoy sabemos que se trataba de elefantes enanos (Palaeoloxodon falconeri) de hace doce mil años.

Aprendiendo de los errores de otros

Son interesantes las descripciones de los cronistas de los siglos posteriores al descubrimiento de América, no en sí por su interpretación, pues la paleontología ni siquiera rozaba una etapa incipiente, sino por la documentación heredada de los distintos fósiles. 

Pedro de Cieza de León (1518-1560) menciona grandes osamentas encontradas en el norte de Guayaquil (Ecuador). Bernal Díaz del Castillo (1492-1584) dejó escrita información sobre los envíos de Hernán Cortés a España de grandes molares y animales gigantescos. José de Acosta (1540-1600), aunque aún arraigado en el diluvismo, da un paso más. En su Historia natural y moral de las Indias menciona que oyó decir a un gobernador en Bolivia que cerca de Tarija vio el cuerpo completo de un gigante que había sido descubierto por el agua. 

De alguna manera son los primeros ecos sobre la forma en que el ser humano iba observando que los fenómenos naturales sacaban estos restos del interior de la Tierra. Interesante también es el relato de Juan de Torquemada (1557-1624), tío del inquisidor, que en su Monarquía indiana detalla que en la memoria de los lugareños más ancianos corría la concepción de que Nueva España estuvo habitada por gigantes, debido a los restos de grandes animales encontrados en la zona. 

Otros muchos cronistas han descrito todo tipo de fósiles y, pese a su incorrecta interpretación, han aportado una importante cantidad de datos para poder trazar la historia de los hallazgos de los primeros restos animales y vegetales. “Generación equívoca” llamó a los fósiles Plinio el Viejo (23-79), quien acuñó los términos Nummulites (‘monedas de piedra’) y Ammonites (en alusión a los cuernos del carnero del dios Ammón). Fueron diferentes momentos de la historia con interpretaciones insatisfactorias que, sin embargo, nos han servido para dibujar el camino.

El nacimiento de una nueva ciencia

Los estudios del anatomista danés Nicolás Steno (1638-1686) fueron pioneros en el nacimiento de la paleontología, que se centró en la investigación del origen orgánico de los fósiles. Podríamos decir que se trata de los primeros estudios paleobiológicos. En su época se habían hecho muy populares las glossopetrae, unos curiosos fósiles de forma casi triangular. Su origen era un enigma. Plinio el Viejo creía que caían del cielo durante los eclipses lunares. Se llegó incluso a pensar que se trataba de lenguas de serpiente que san Pablo había convertido en piedra en su visita a las islas de Malta. De ahí su nombre de glossopetrae, literalmente ‘lenguas de piedra', que es lo que parecen. 

En el siglo XVII, Nicolás Steno descubrió que los 'glossopetrae' son dientes fosilizados de 'Carcharocles megalodon', un enorme tiburón que vivió hace 3 millones de años.

En el siglo XVII, Nicolás Steno descubrió que los 'glossopetrae' son dientes fosilizados de 'Carcharocles megalodon', un enorme tiburón que vivió hace 3 millones de años.Archivo TK

Steno se quedó en 1666 con la cabeza de un tiburón gigante atrapado por unos pescadores y encontró una analogía inmediata entre los dientes del escualo y las famosas lenguas de piedra. Los tiburones, tanto las especies precursoras como las actuales, mudan y generan dientes constantemente. Por eso tenemos glossopetrae en abundancia, que no son más que los dientes fosilizados de Carcharocles megalodon, un enorme tiburón extinto que vivió hasta hace algo menos de 3 millones de años. A partir de aquí, Steno amplió su investigación y llegó a una conclusión muy importante que hoy nos puede parecer obvia: cuanto más profundo cavamos, más antiguo es el estrato o capa de piedra

Con sus tres leyes de la estratigrafía, el anatomista danés dio el pistoletazo de salida al estudio de la historia cronológica de la Tierra. A su vez y en paralelo, dejó una interesante prueba del origen biológico de los fósiles: estos objetos se iban convirtiendo en piedra a la par que las rocas iban siendo cubiertas de sedimentos y estos solidificaban. Y desechó la hipótesis de la vis plastica en un estudio que publicó en 1669 bajo el título Introducción a un discurso sobre un cuerpo sólido incluido de forma natural dentro de otro cuerpo sólido

Steno llegó a entrevistarse con los británicos Martin Lister (1638-1712) y John Ray (1627-1705), dos importantes estudiosos de los fósiles que seguían rechazando el origen orgánico. Estas reticencias supusieron una demora para el surgimiento de la paleontología como ciencia independiente, basada en el estudio e interpretación de los fósiles. 

Pero Steno no estaba solo en su lucha: su coetáneo el científico inglés Robert Hooke (1635-1703) encontró evidencias en contra de los razonamientos de Lister y Ray. Hablamos del nacimiento de la micropaleontología, casi anterior a la propia paleontología. La importancia de sus observaciones ha quedado eclipsada por tantos otros hallazgos suyos de interés para la ciencia en general. Hooke comparó la madera fósil con la madera quemada real de su tiempo y halló grandes similitudes entre ambas. 

La ilustración de un microforaminífero en su libro Micrographia (1665) es la primera de un microfósil del que, además, dio una interpretación perfectamente correcta: lo consideró un pequeño caracol acuático petrificado. Los Nummulites que hemos mencionado anteriormente son un ejemplo de estos restos fosilizados, sobre los cuales ya Herodoto había observado que había numerosos ejemplares incrustados en las pirámides egipcias. Todos estos acontecimientos y otros muchos que no podemos citar por evidentes motivos de extensión hicieron que a comienzos del siglo XVIII ya estuviesen todas las cartas sobre la mesa. Solo bastaba empezar la partida hacia el establecimiento de la paleontología.

Los libros de historia de la ciencia no suelen hacer justicia a la paleontología, pero hoy se considera una disciplina independiente de la geología y la biología, con sus métodos y formalismos propios.

Georges Louis Leclerc (1707-1788), conde de Buffon, fue una de las personas que pusieron los primeros ladrillos sobre los cimientos que no tardaron en solidificarse. Este prolífico francés publicó la enciclopedia de 44 volúmenes Histoire naturelle, criticó el enfoque diluvista y, aunque rechazó la idea de animales extintos, sí trazó algunas líneas en favor del enfoque transformista, semilla de la evolución darwiniana.

El padre oficial de la paleontología: Georges Cuvier

Pero quien más veces ha sido señalado como padre de la paleontología fue su compatriota Georges Cuvier (1769-1832), quien estudió con detalle los fósiles de elefantes encontrados en Francia y los comparó con otros proboscidios de África, la India y Siberia. Concluyó que todos los actuales eran diferentes a los de los restos fosilizados y empezó a masticar la teoría del catastrofismo. Cuvier fue el primer científico que propuso que la extinción de los dinosaurios se debió a una catástrofe natural. 

El francés Georges Cuvier (1769-1832), estudió y comparó fósiles de animales europeos con los de otros lugares, y dio un gran impulso a la paleontología.

El francés Georges Cuvier (1769-1832), estudió y comparó fósiles de animales europeos con los de otros lugares, y dio un gran impulso a la paleontología.AGE

Amplió su investigación a miles de esqueletos de otros animales y diseccionó otros tantos. Este minucioso trabajo le llevó a establecer ciertas reglas en sus estructuras corporales y se convirtió en un gran impulsor de la anatomía comparada. Vio que la estructura de cada órgano en un animal está funcionalmente relacionada con los demás órganos de su cuerpo, y que cada individuo es un paquete inseparable con partes interrelacionadas. 

Esto le sirvió para inferir cómo serían los esqueletos completos de fósiles en función de unos pocos huesos, lo cual es uno de los hitos de la paleontología. Paradójicamente, pese a que se opuso a las ideas evolucionistas de Lamark, sus estudios serían una de las bases de las teorías de Darwin. A pesar de su defensa de la inmutabilidad de las especies, aportó grandes pruebas a favor de la extinciones. Dedujo acertadamente con ayuda de la estratigrafía que la Tierra había estado poblada por otras especies en el pasado en varios momentos de la historia del planeta. 

Cada vez que un conjunto de especies desaparecía, lo hacía, según Cuvier, por una catástrofe. Otro asunto es que en su época aún se quisiera hacer coincidir cada cataclismo con un evento acaecido en la Biblia.

El bautismo de una nueva ciencia

En torno a Cuvier se fue formando una tendencia de estudio que llega hasta nuestros días. Adolphe-Théodore Brongniart era el hijo de su colega Alexandre y nieto del arquitecto Alexandre-Théodore Brongniart, quien diseñó la sede de la Bolsa de París. 

El nieto Adolphe suele ser citado como padre de la paleobotánica, pues dedujo gran parte de la historia de las plantas a lo largo de la vida de la Tierra y consiguió inducir a partir del registro fósil de los vegetales que el clima también había ido cambiando, por lo que fue uno de los pioneros de la paleoclimatología. 

Otro de los alumnos de Cuvier que entró en escena fue el naturalista Henri-Marie Ducrotay de Blainville (1777-1850). Primero acuñó el término paleozoología en 1817 para hacer referencias a la obra de su profesor, pero se percató de que esa palabra excluía a las plantas, y dado el creciente interés en la botánica fósil, propuso en 1822 el vocablo palaeontologia, que lo englobaba todo. 

El naturalista francés Henri Marie Ducrotay de Blainville acuñó el término paleontología en 1822.

El naturalista francés Henri Marie Ducrotay de Blainville acuñó el término paleontología en 1822.Archivo TK

La elección prosperó y acabó derivando en la actual paleontología. Una nueva ciencia había nacido y había sido bautizada.

Paleontología: ciencia con nombre de mujer

Otra novedad interesante de esta ciencia incipiente a principios del siglo XIX es que las mujeres jugaron un importante papel en su desarrollo. En épocas anteriores las féminas apenas eran incluidas en los libros de historia de la ciencia, no por su ausencia, sino por motivos socioculturales

En el libro La paleontología en 100 preguntas, de Adriana Oliver y Francesc Gascó, aparece una lista de dieciséis paleontólogas, desde el siglo XIX hasta la actualidad. Hemos seleccionado cuatro, empezando por la que está más moda, Mary Anning (1799-1847), que ha merecido una película para ella sola, Ammonite (2020), dirigida por Francis Lee y protagonizada por Kate Winslet. 

Anning fue coleccionista y comerciante de fósiles especializada en reptiles marinos en Lyme Regis, su ciudad natal, en el sur del Reino Unido. A los doce años ya descubrió junto con su padre su primer fósil. Un cáncer de mama acabó con ella antes de cumplir los cincuenta, pero dejó un gran legado. 

Elisabeth Philpot (1780-1857) fue una de sus colaboradoras. Ella y sus hermanas Mary y Margaret se hicieron con una meticulosa colección de fósiles que serían material de estudio para geólogos como William Buckland (1784-1856), autor de la primera descripción completa de un dinosaurio. 

Coetánea pero más joven que las anteriores, hay que destacar a Mary Horner Lyell (1808- 1873), otra estudiosa británica que quedó eclipsada por su marido, Charles Lyell. Sin embargo, su talento merece atención independiente por la gran paciencia mostrada en el ejercicio de catalogación de rocas, minerales y fósiles que ambos recolectaban. A ello hay que sumar sus dibujos y sus dotes políglotas, pues hablaba francés, alemán y español, siempre al servicio de su marido. No puede evitar mencionarse el paralelismo con Marie-Anne Pierrette Paulze, mujer de Antoine Lavoisier. Mary Horner fue a la geología lo que Marie-Anne a la química. 

Otra mujer que vivió a la sombra de su pareja fue Mary Douglas Nicol (1913-1996), más conocida como Mary Leakey por su matrimonio con el célebre antropólogo Louis Leakey. Ambos descubrieron en Kenia el primer fósil de un simio (Proconsul africanus) y de Paranthropus boisei, posteriormente identificado como australopiteco. Pero el descubrimiento de Mary más curioso ocurrió tras la muerte de su marido: las huellas de Laetoli, en Tanzania. Se trata de las pisadas de tres homínidos impresas sobre cenizas volcánicas que demuestran que ya caminaban erguidos hace 3,5 millones de años. 

Desde entonces no hemos parado de andar hasta poder descifrar nuestro pasado. Gracias a la paleontología.

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