Muere Pedro Laín, el humanista que protagonizó la vida intelectual española desde 1939
Pedro Laín Entralgo dejó de respirar a las cinco y media de la madrugada de ayer. Hace tres días entró en profunda somnolencia. No despertó más. Con él desaparece uno de los protagonistas de la vida intelectual española desde 1939. Amigos y académicos desfilaron ayer en el tanatorio donde se instaló su capilla. Hoy será enterrado en el cementerio de Fuencarral.
Con la muerte de Pedro Laín se cierra el capítulo de una vida marcada por el tráfago fatal de la historia española del siglo XX. Su biografía es un perfil, sin apenas niebla, de las convulsiones vividas por la sociedad española. En todas estuvo, y de todas salió con un descargo de conciencia. Lo cierto es que todas las biografías guardan, con celo, un secreto: una vida es una tela que uno corta —sin saber cómo viene— a lo largo del tiempo, de los años y, al final, cuando la tela ha sido atravesada de un lado a otro, el dibujo que el corte adivina no es otro sino el de nuestro propio perfil. El perfil de una vida. Por ello, la de Pedro Laín Entralgo es el perfil de casi un siglo de vida española. Rotundamente española. Pero de una España más sospechada que conocida.
VIAJE SIN RETORNO
Y es que Laín, como él mismo escribió, se sentía «un heredero fiel del admirable proyecto de reforma de nuestra vida histórica —el logro de una España en buena salud, bien vertebrada y en pie— propuesto por la generación de 1914». Es curioso, toda vez que hace apenas tres años la sensatez también le llegó a la conmemoración del 98 cómo la obra y la persona del profesor Laín Entralgo adquieren las dimensiones de un arco intelectual, moral, político que contiene ese viaje sin retorno. El albacea, el historiador, el ensayista que recupera, tirando del hilo invisible de la historia, la geografía interior de un desgarro hasta convertirlo, tras la minuciosa vivisección de la inteligencia, en punto de partida de la modernidad española. Por ello, esa relación, ese vibrar ante la realidad española continúa y se regenera; un mismo aliento, un idéntico pulso, una pasión semejante describen, también, la pasión de una vida, el perfil de una biografía: «Estaban tocados los del 98 por la voluntad de comprensión y de restablecimiento de la cultura española, de toda la cultura española. Creo, modestamente, haber servido siempre, con todas mis fuerzas, a ese ideal». La trayectoria de Pedro Laín Entralgo representó, representa, representará, como ha escrito Pedro Cerezo Galán, «un proyecto de reconciliación cultural, del diálogo público e inatacable entre todos los registros de la plural tradición española». La biografía de Laín es una metáfora del anhelo de verdad, de la búsqueda de la verdad, de la pasión por saber, de la generosidad por comunicar. Historiador de la Medicina, catedrático, químico, psiquiatra, ensayista, filólogo, dramaturgo, académico de tres Reales Academias Medicina (1946), Española (1953), que dirigió entre 1982 y 1987, e Historia (1964), conversador deslumbrante y ameno... su formación como doctor en Ciencias Químicas y Medicina, y su condición de historiador otorgan, a su mirada de «espectador orteguiano», una perspectiva de profundidad y sabiduría inmensamente beneficiosa para el conjunto de la vida intelectual.
LOS ASUNTOS MÁS CAROS A SU OBRA
Así, los asuntos más caros a la obra de Laín: la amistad, la diversidad de España, España y Europa, el problema del hombre, la ciencia, la filosofía del hombre que espera...Ya lo señaló en 1998 Juan Marichal: Laín es «un intelectual universitario. Y recuerdo que ser catedrático de Universidad no significa ser un intelectual, es decir, la persona que no se limita a un campo del saber. Los verdaderos intelectuales son los que se ocupan de la condición humana y en España hay una carencia de ellos (...) Su palabra clara ayuda a serenar y sus gestos de concordia respondieron siempre a una auténtica voluntad de convivencia intelectual». La historia de Pedro Laín Entralgo comienza en Urrea de Gaén, Teruel; un 15 de febrero de 1908. Hijo de un médico rural, realiza el Bachillerato en Soria y Pamplona, y será en Zaragoza donde comience sus estudios universitarios de Química, para continuar en 1924 con los de Medicina en Valencia. Y en octubre de 1930, la llegada a Madrid, como ha relatado Lorenzo Gomis, con dos títulos: Ciencias Químicas y Medicina. Marañón y Jiménez Díaz están en Madrid. Ortega y Zubiri, Pérez de Ayala... los del 98, la España de la Edad de Plata, el fervor de la sabiduría y el ambiente de libertad que se vive en cada conversación, en cada aula. Doctorado en Ciencias Químicas, en 1931 recibirá una de las muy preciadas becas de la Junta de Ampliación de Estudios, en su caso para especializarse en la prestigiosa, entonces, Clínica Psiquiátrica de Viena. La vida continúa, es tiempo de sueños y trabajo, de búsqueda y entrega, de cortar, lenta y apasionadamente, esa tela de la vida. Contrae matrimonio en 1934 con Milagros Martínez, doctora en Química, hija de un médico sevillano. Y en Sevilla, Laín ejerce como médico de la Mancomunidad Hidrográfica del Guadalquivir. De un lado a otro, la ambición de saber, de conocer, de viajar. Así, el mismo año que contrae matrimonio gana las oposiciones a médico de guardia en el Instituto Psiquiátrico Provincial Valenciano. Sin embargo, ese jardín de senderos que se bifurcan, toma para España, los destinos del delirio, de la pesadilla, de la locura. Nadie conoce a nadie, y cada uno tendrá que estar en un lado o en otro.
LOS AÑOS DESGARRADORES
En 1936, en medio del disparate de la guerra, Dionisio Ridruejo —con quien tanto quería— le nombra jefe de la Sección de Ediciones del Servicio Nacional de Propaganda que el propio Ridruejo dirigía. Comienza, ahora, la biografía pública de Laín, la desgarradora biografía intelectual y política en unos años más desgarradores aún. En 1939 dirige la Editora Nacional y, por esos años, junto a Dionisio Ridruejo, Luis Rosales y Antonio Marichalar crea la revista «Escorial». Un primer intento de incorporar cierta sensibilidad a la atormentada sinrazón de los vencedores. A Laín le interesa, indaga, cuida y mima esa dimensión intelectual; la política en estado puro le aburre y, tal vez, le asusta. Por ello, no abandona —con elogiable sentido— su vocación universitaria. Obtiene en 1941 el doctorado en Medicina, y un año después ya es catedrático de Historia de la Medicina de la Universidad de Madrid. Las epifanías se suceden en el curso indeleble de la vida. En 1945 publica uno de los libros más difíciles y complejos para los tiempos oscuros que se viven. Y en 1948 la creación y dirección de «Cuadernos Hispanoamericanos» constituye una de las más notables e inteligentes políticas culturales hacia Iberoa-mérica. Una empresa que hoy, cincuenta años después, se proyecta con espectacular solidez en las esferas intelectuales del otro lado del Atlántico. Y Laín sigue su incesante vocación y labor intelectual, sin pausa ni miedo, con el vigor de quien es consciente de que en aquella España, la reconstrucción cultural, bajo la estela de la reconciliación, es asunto de primer orden. En la geografía intelectual de Laín el nombramiento como Rector de la Universidad de Madrid en 1951 es otra de sus epifanías. Ahora, pintan bastos. Es la hora de llevar a cabo los anhelos y los sueños. Joaquín Ruiz Giménez es el ministro de Educación Nacional. Las luchas políticas dentro del franquismo hacen su aparición en la Universidad; sin embargo, Laín es capaz de realizar una profundísima y efectiva reforma de los planes de estudio de Medicina. Lo cierto es que se la jugó y mereció la pena, porque su postura permitió, como ha señalado Teresa Angulo, el verdadero inicio de la transición, tras él otros catedráticos se sumarán a la disidencia: Tierno, Aranguren, García Calvo... La palabra clave que vertebra la vida pública de Laín es convivencia. «En el caso de Pedro Laín —recuerda Antonio Lago Carballo— hay que subrayar la importancia de su obra hablada de su palabra viva, de su magisterio director». Ha comenzado el viaje sin retorno de Pedro Laín hacia una realidad española sin rencores, ni fantasmadas, acaba de iniciarse ese camino irreversible hacia la libertad. Como breves fogonazos, de una vida rebosante de docto magisterio, llega, por ejemplo, «Teoría y realidad del otro» (1961),
Noticias relacionadas
- Pesar en el mundo cultural
- Telegrama de los Reyes
- El valor de la amistad, por Julián Marías
- Baluarte de la generación del 43, por José Botella Llusiá
- Un hombre claro y afectuoso, por Gregorio Salvador
- La reflexión sobre el hombre, por Víctor García de la Concha
- Brillantes armas intelectuales, por Ángel Martín Municio
- Un hombre esencial, por Eduardo García de Enterría
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete
Esta funcionalidad es sólo para suscriptores
Suscribete