Palmera canaria, palma (cast.); Canary Island date palm, pineapple palm (ing.).
«(...) como cuando era un niño / y me asomaba a tu postigo abierto: / dintel de tilos y palmeras».
Cipriano Acosta
Las palmeras no son verdaderos árboles —en un sentido estrictamente botánico— sino plantas arborescentes, ya que carecen de auténtico crecimiento secundario en grosor. El tronco casi nunca se ramifica a media altura y está formado por grupos de tejidos fibrosos.
La palmera canaria es uno de los más bellos emblemas de las islas y, junto al drago, constituye el símbolo vegetal de Canarias más reconocido internacionalmente. Por su alto valor ornamental, la palmera canaria es posiblemente el mejor embajador botánico de las islas en el exterior, dado que ha viajado a jardines y bulevares de lugares tan dispares como Oslo o Niza (Europa), San Francisco o Nueva Orleáns (Estados Unidos) y Adelaida o Sydney (Australia).
De la llamada princesa del reino vegetal se ha aprovechado tradicionalmente todo. Ya los aborígenes canarios, según cuentan las crónicas de la época y los testimonios arqueológicos, emplearon estas fibras vegetales para la elaboración de trajes, sogas, mochilas, cestas, redes de pesca, embarcaciones y exvotos rituales, entre otros. En las crónicas locales de Antonio Sedeño se lee que «navegaban con vela de palma alrededor de la costa de la isla» y que «hacían vino, miel i vinagre de las palmas i esteras de sus ojas i petates para dormir».
Con los troncos, cuyo interior es fácil de vaciar, se preparaban colmenas para las abejas y recipientes para guardar sal. Las casas solariegas apoyaban su piso superior sobre traviesas de palmera canaria.
Las hojas, además de servir de forraje para el ganado o para elaborar estiércol, se utilizaban como escobas y como soporte de la techumbre de la vivienda campesina. Con las hojuelas todavía se realiza la ‛empleita’ o trenzado con el que posteriormente se elaboran esteras, ‘genas’ —especie de mochila tradicional grancanaria— y ‘sendajas’ para rodear y comprimir el queso. Las hojuelas también han sido empleadas para confeccionar sombreros y cestos.
Aun hoy, las hojas más vistosas continúan cortándose para adornar casas, pórticos de iglesia, carretas de romería y ventorrillos en las fiestas tradicionales. Las hojas más tiernas y delicadas, sin trabajar o bien entrelazadas en finas filigranas para elaborar el ‛Ramo’, son portadas por los fieles en la procesión del Domingo de Ramos.
El eje central de las hojas —conocido como pírgano, pirguan o penca— ha sido utilizado, una vez limpio, como palo de escoba o para confeccionar cestas.
El uso más llamativo de la palmera canaria es la extracción artesanal de su savia, el guarapo. El origen de esta práctica, que actualmente solo se conserva en La Gomera, se pierde en el tiempo. Los guaraperos suben hábilmente hasta el cogollo de la palmera, cortan las hojas más jóvenes e insertan en la incisión unos canalillos por los que fluye gota a gota la savia (de 6 a 12 litros diarios por planta). El guarapo se puede consumir fresco, fermentar para elaborar aguardiente, o guisar lentamente para obtener la exquisita ‛miel de palma’, muy popular en repostería y como edulcorante.
Los frutos se pueden comer, pero tienen un sabor algo amargo y áspero. A diferencia de los dátiles de la palmera datilera, las támaras son poco apreciadas por los canarios y carecen de interés comercial. Se suelen usar para alimentar a los animales, sobre todo a los cochinos.
A pesar de que la palmera canaria cuenta actualmente con un gran número de ejemplares, se ve afectada por plagas y enfermedades capaces de mermar las poblaciones de forma drástica. Al conocido picudo rojo (Rhynchophorus ferrugineus) se suman otros como un coleóptero polífago (Diocalandra frumenti)o el hongo Fusarium oxysporum, que están ocasionando grandes daños a esta especie.
Phoenix fue el nombre elegido por Linneo para nombrar a las palmeras comunes. El epíteto específico canariensis hace referencia a las Islas Canarias.