Treinta años antes del gol de Maradona a los ingleses, Oreste Osmar Corbatta le marcó un tanto antológico a Chile. Anatomía de un instante o la deconstrucción de un mito en blanco y negro encerrado en la tradición oral. Extracto del libro Corbatta, el wing de Alejandro Wall.
Me contaron muchas veces la jugada que hizo Corbatta el 20 de octubre de 1957, un domingo a la tarde en la Bombonera, y siempre me lo relataron de manera diferente. En las distintas versiones que escuché del gol a los chilenos, Corbatta algunas veces salí a desde su área y en otras desde un costado; en unas se gambeteaba a seis jugadores y en otras a dos o a 10, y en varias volvía dos veces a quedar solo bajo el arco para retroceder hasta la mitad de la cancha y esquivarse a todos de vuelta para hacer el gol. Pero que existan tantas versiones no significa que exista la misma cantidad de mentirosos. Muchas veces no somos conscientes de las exageraciones que cometemos; es la naturaleza dinámica de la memoria lo que deforma nuestros recuerdos. Y las proezas futbolísticas son el territorio ideal para que la inspiración vuele. Cuando yo era chico repetía que el Chango Cárdenas le había hecho su gol al Celtic en 1967 desde la mitad de la cancha porque así me lo había contado mi padre y porque así lo quise creer, aunque después hubiera visto mil veces que el Chango le había pegado unos metros antes de llegar al área.
El gol de Corbatta fue un crimen perfecto. Tuvo la ventaja de lo irrepetible, el misterio de lo que solo pudo contarse. En los años 50, las transmisiones en vivo del fútbol argentino todavía eran una rareza. La primera televisación de un partido se hizo el 18 de noviembre de 1951, durante el gobierno de Perón, un San Lorenzo-River registrado apenas con una cámara. El fútbol todavía era una experiencia territorial.
Corbatta fue un jugador sin televisión, un futbolista del posperonismo contado por la radio y congelado en fotos de diarios y revistas. Cuando hizo su gol contra Chile faltaban tres décadas para que Diego Maradona convirtiera en caricaturas a los jugadores ingleses. Al margen de los distintos rivales, de que el gol de Maradona resultó insuperable por un vínculo emocional, y de que uno fue por eliminatorias y el otro por los cuartos de final de un Mundial, lo que separa a ambos goles es un abismo tecnológico. Los separa la televisión. El gol de Corbatta es un mito en blanco y negro encerrado en la tradición oral. El gol de Maradona es una escena en colores, un póster en movimiento que podemos repetir sin miedo al hartazgo.
En la entrevista que le hizo Braceli en 1980, Corbatta contó una jugada de fábula en la que él tenía el joystick del juego y podía moverse a voluntad entre las estacas humanas que lo rodeaban. En su relato, Corbatta se gambeteó a siete chilenos, llegó hasta el arco y se volvió con la pelota casi a la mitad de la cancha: “Entonces me di cuenta de que si no hacía el gol me mataban; me volví, gambeteé a otros tres, hice el gol. No tenía más remedio”, dijo. Lo que se desprende de su última frase, un suspiro de resignación más que una jactancia, es que para Corbatta el gol resultaba un estorbo en medio de sus malabares, una consecuencia evitable pero —a su pesar— impuesta por un mandato externo. Su divertimento, todo lo que le interesaba aunque no fuera su única pericia, era esquivar jugadores. Como deslizándose en una cinta de Moebius, podía seguir gambeteando rivales hasta el infinito.
En El gran pez, la película de Tim Burton, un padre le relata historias de fantasía a su hijo, momentos de su vida con personajes oníricos: el hombre gigante, las hermanas siamesas y el pez de un tamaño imposible. El padre no miente, solo exagera. Es una mezcla de lo real con lo fantástico.
El gol a los chilenos es el gran pez de Corbatta. El lunes 21 de octubre de 1957 no hubo matutinos porque el domingo había sido el día de los trabajadores gráficos. La hazaña de Corbatta se publicaría en los vespertinos. “Un gol memorable”, tituló La Razón en su quinta edición. “Lombardo despojo´ a Sánchez, avanzo´ unos metros y habilito´ a Corbatta en campo rival. El puntero emprendio´ rápida carrera y se corrio´ al centro, colocándose frente a Quitral, a poco más de tres metros. Amago´ entonces un tiro con la izquierda, descolocando al guardavalla con pasmosa tranquilidad y paso´ la pelota al pie derecho, con el que impuso el esférico hacia un rincón, lejos del alcance de Quitral, que nada pudo hacer por evitar la nueva caída de su valla. Una estruendosa ovación premio´ la extraordinaria jugada del puntero derecho”, detallo´ la crónica. Ese día, además, Corbatta desvio´ un penal; la pelota pego´ en el palo, pero lo más curioso fue que él lo pateo´ porque lo pidio´ la tribuna, aunque se suponía que era otro el jugador designado. Pero eso quedo´ en una anécdota menor.
En la crónica de La Nación leí la descripción más austera del gol Corbatta: “Avanzo´ éste internándose velozmente en el área chilena y, próximo al arco, eludio´ a Astorga, ubicándose libre de adversarios a pocos pasos de Quitral. Entonces, en una demostración de su ductilidad de gran jugador —no siempre Corbatta es el forward alocado conocido por todos—, amago´ tirar hacia la izquierda, descoloco´ al arquero e impulso´ la pelota en forma leve a la derecha, como expresando con ello todo lo capaz que es”. Aunque se lea como un gol más de los que tantas veces se vieron en una cancha, el cronista aseguro´ que sería lo único que perduraría en el tiempo de ese partido.
No estaba equivocado. El 24 de junio de 1986, dos días después del partido con Inglaterra en el Mundial de México y casi 30 años después del gol de Corbatta, La Nación le pregunto´ a un grupo de periodistas si el gol de Diego había sido el mejor de la historia o si hubo otro mejor o similar. Víctor Hugo Morales rescato´ la jugada de Corbatta: “Eludio´ a dos chilenos, enfrento´ al guardavalla, lo dejo´ atrás, allí, muy cerca del borde del área chica; se freno´ en vez de rematar al arco, que estaba prácticamente desguarnecido, con un amague casi imperceptible hizo pasar de largo a un defensor que se fue al piso; se quedo´ parado frente a la pelota, sin tocarla; con otro amague descoloco´ a los últimos dos chilenos que intentaron marcarlo y, con suavidad, toco´ la pelota”.
Pero Víctor Hugo tenía nueve años cuando eso sucedió y vivía en Uruguay, por lo que no pudo haber estado en la cancha ese día. Así que le pregunte´ cómo era que recordaba ese gol.
—El recuerdo es muy modesto —me explico´—, lo tengo de una secuencia fotográfica de la revista El Gráfico. La jugada esta´ en varias fotos. Era una maravilla, hasta me parece verla en este momento.
Esas fotos que menciono´ Víctor Hugo fueron lo más cercano que pude llegar al gol: ocho imágenes desplegadas en dos páginas con tonos sepia, tomadas desde atrás de la jugada, desde los palcos, en 45 grados hacia el arco que todos conocen como el que da a la Casa Amarilla. La secuencia podría ser parte de un flip, una animación hecha con varias fotos que toman vida cuando se las hojea velozmente con el dedo pulgar, los orígenes del dibujo animado.
Lo que se ve es que Corbatta, el 7 en la espalda, entra al área con la pelota en la pierna derecha y que el arquero esta´ agachado a medias, las rodillas flexionadas, listo para atrapar la bala de su fusilamiento. Lo que se ve es que se acercan dos jugadores chilenos —Raúl Salazar y Vicente Astorga— hasta la posición de Corbatta, que esta´ casi en el área chica, tirado a la izquierda del arquero. Lo que se ve es que el arquero se queda clavado en su línea. Lo que se ve es que Corbatta engancha hacia dentro con la pierna derecha justo cuando Salazar lo va a cruzar. Lo que se ve es que el arquero no se mueve. Lo que se ve es que Corbatta se saca de encima a Salazar, que Astorga ya no llega y que se acerca un tercer jugador chileno. Lo que se ve, aunque con dificultad, es que el tercer jugador es Juan Rojas y que Corbatta esta´ de frente al arco. Lo que se ve es que el único que no se mueve en las fotos es el arquero Rene´ Quitral. Lo que se ve es que Corbatta se corre hacia el centro llevando la pelota con la pierna derecha y que atrás del arco de madera hay gente con traje, gente con corbata, gente con camisa, mucha gente parada y otra gente sentada, muy cómoda, sobre los escalones de la popular. Lo que se ve es que Corbatta toca la pelota y que ahora lo rodean cuatro jugadores chilenos, y que la pelota entra en el arco y levanta la tierra y que el arquero esta´ tirado boca abajo, los brazos estirados hacia delante, las manos apoyadas contra el pasto y las piernas como acalambradas, retorcidas, y que si hay una imagen de lo que significa morder el polvo, la imagen es esa, y que Corbatta se va mirando de costado mientras la gente que esta´ atrás empieza a abrir la boca porque lo que se ve es el gol de Corbatta a los chilenos.
El gol a los ingleses de Corbatta no importa que no haya sido como lo contaba Corbatta. La epopeya no estuvo en la cantidad de gambetas, en haber regresado a la mitad de la cancha y haber vuelto porque no tenía remedio, sino en haber matado el tiempo.No habra´ esquivado a todo el equipo chileno, pero hizo algo más épico: freno´ el mundo.
Biografía de un wing derecho
Analfabeto, alcohólico y genial. Igual que otro mítico puntero derecho, el brasileño Mané Garrincha, Oreste Osmar Corbatta fue un jugador fuera de serie con una vida durísima. En su flamante biografía Corbatta. El wing (Aguilar), el periodista Alejandro Wall reconstruye el derrotero del ídolo, bicampeón con Racing y también con Boca Juniors y uno de los pilares de Los Carasucias, el seleccionado argentino que se consagró campeón sudamericano en 1957. De la gloria futbolística a un ocaso que mezcló angustia, ocio y alcohol, Wall construye una atrapante narración de una vida pegada siempre a la raya.
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