El bien enamorado

Pedro Salinas

La poes�a amorosa es uno de los venenos m�s potentes en el universo de la farmacopea. Muy pocos humanos han sobrevivido a su consumo. Suele interesar, infect�ndolos, los �rganos respiratorios y digestivos, y las funciones cognitivas y emotivas de los lectores, de los poetas, de los profesores de literatura, de los cr�ticos. Su poder de propagaci�n y mortandad alcanza consideraciones de pandemia hist�rica, hasta el extremo de que existen sospechas cient�ficas de su intromisi�n definitiva en el aparato gen�tico de la especie. Todos aquellos que nunca han le�do un poema identifican la poes�a con las efusiones sentimentales de un individuo m�s o menos sufriente. Esto es as�, y no hay vacuna contra el estereotipo romanticoide.

De manera que hay que ser un gran poeta -en especial un gran poeta del amor-, para sobrevivir a la poes�a amorosa. Si te adjudican el padecimiento del SINGAAD (S�ndrome de Gustavo Adolfo Adquirido), tienes muy dif�cil abrirte paso con sensatez en el mundo de la escritura literaria. Ni siquiera el gran B�cquer, el mism�simo Gustavo Adolfo, ha conseguido salir indemne de la confusa leyenda con que lo juzga el imaginario colectivo.

Aunque Pedro Salinas siempre ha pertenecido al canon de la Generaci�n del 27, el aura de su prestigio, en los �ltimos 50 o 60 a�os, no ha sido como la de otros compa�eros generacionales. El Guill�n de C�ntico fue durante mucho tiempo el poeta maestro del 27, el que todos los j�venes quer�an ser de mayores. D�maso Alonso abander� la llamada rehumanizaci�n de la poes�a de posguerra. Cernuda, en especial el �ltimo, se convirti� en el gran referente del exilio para los poetas del 50. Salinas siempre estaba en los recuentos, pero no siempre se otorgaba a su obra la importancia que le correspond�a. Sol�a despach�rsele consider�ndolo el gran poeta amoroso del 27: un juicio que, seg�n de d�nde proviniera, pod�a constituir un elogio o un reproche.

El caso es que la poes�a de Pedro Salinas constituye no s�lo un monumento al eterno tema del amor, sino una de las cristalizaciones literarias del 27 que mejor soporta, en su totalidad, el paso del tiempo. Los tres Salinas de los que, por lo general, hablan los especialistas -el joven influido por las vanguardias de principios del siglo XX, el enorme poeta amoroso, y el meditativo Salinas final- no s�lo son un lugar com�n de la cr�tica literaria, sino que tienen raz�n de ser.

Sus tres primeros libros -Presagios, Seguro azar y F�bula y signo- nos muestran a un poeta fascinado por los aderezos de la modernidad (las grandes ciudades, la velocidad del mundo, los inventos de la t�cnica), pero que no se deja arrastrar por los caprichos pasajeros del vanguardismo. El primer Salinas supo apropiarse del aire fresco de la vanguardia, manteniendo los pies en el suelo de la mejor tradici�n. Jam�s condescendi� con las ingenuidades adolescentes del esperimentalismo.

Los tres libros posteriores, y redondos, de poes�a amorosa - La voz a ti debida, Raz�n de amor y Largo lamento- representan una obra maestra del g�nero. La trilog�a contiene una exaltaci�n meditativa de una historia de amor, con su nacimiento, su desarrollo y su final. Algunos de los mejores poemas amorosos de la poes�a en espa�ol del siglo XX figuran entre sus p�ginas. El formidable hispanista Leo Spitzer consider� poco carnal, afantasmado, el personaje femenino de estos poemarios de Salinas, algo que irrit� a Jorge Guill�n, quien trat� de discutirlo por escrito. La tesis de Spitzer no es descabellada, pero, en cualquier caso, no representa un juicio de valor negativo. Salinas no es jam�s un poeta er�tico: su amada, como todos sus mejores poemas, est� hecha de contenci�n reflexiva, de hondo recto emocionado. Recomiendo a los lectores que lean la poes�a amorosa de Salinas junto con la correspondencia que mantuvo con la "destinataria biogr�fica" de los libros, Katherine Whitmore, una alumna a la que conoci� en la Residencia de Estudiantes y con la que mantuvo una complicada relaci�n sentimental.

El �ltimo Pedro Salinas -El contemplado, Todo m�s claro y Confianza- nos deparar� tres libros magn�ficos. Cada cual a su modo representa la aspiraci�n al poema total. En ellos encontrar� el lector al Salinas m�s filos�fico, incluso al responsable de alguno de los mejores poemas civiles que se ha escrito en nuestra lengua, como sucede con "Cero", una eleg�a despu�s del lanzamiento de las bombas at�micas sobre Jap�n, escrita con una sutileza y una inteligencia cr�tica que la convierten en un lamento por la Historia del hombre, sin una brizna de demagogia ni de patetismo ideol�gico.

Ausi�s March, el extraordinario poeta medieval valenciano, gustaba de llamarse "lo m�s gran amador" y "el ben enamorat", porque se sent�a el �ltimo heredero de los l�ricos provenzales. A esa estirpe de escogidos perteneci� y pertenece Pedro Salinas, tambi�n el bien enamorado.