Meditaciones algebraicae]. Obra del matemático Edward Waring (1734-1798), publicada en Cambridge en 1770. El autor es quizás el más eminente matemático inglés de la época postnewtoniana, y se distingue de todos los matemáticos de su tiempo por no haber tomado parte en el progreso del análisis infinitesimal, para el cual se mostró siempre indiferente. Las Meditaciones algebraicas (que obtuvieron tres ediciones) son su obra principal; constan de dos partes distintas, dedicadas la primera al álgebra y la segunda a la teoría de los números, examinadas separadamente. La primera consta de cuatro capítulos.
En el I se obtiene un método basado en la consideración de las funciones simétricas de las raíces de una ecuación que sirve para deducir de ésta otra cuyas raíces tengan con la primera determinadas relaciones: en él se leen en forma explícita las relaciones que dan las sumas de las potencias similares de las raíces de una ecuación en función de los coeficientes de la misma, así como las fórmulas inversas (éstas llevan precisamente el nombre de «fórmulas de Waring»); y, además, el primer indicio de la ecuación de los cuadrados de las diferencias, que tan útil se demostró en manos de Lagrange. En el capítulo II se leen originales consideraciones sobre las raíces reales e imaginarias de las ecuaciones; consideraciones dirigidas a iluminar y completar la conocida «regla de los signos» de Descartes. En el capítulo III el autor se ocupa de la disminución de grado de una ecuación con objeto de conseguir su resolución; habiendo logrado resolver una ecuación de cuarto grado haciendo desaparecer los términos II y IV, con generalización demasiado apresurada, afirma equivocadamente la posibilidad de transformar cualquier ecuación de grado n en una ecuación binomia, resolviendo una ecuación auxiliar n — 1, de donde resultaría la re solubilidad de todas las ecuaciones algebraicas.
Son notables las consideraciones expuestas en el capítulo III sobre las ecuaciones recíprocas, y sobre las binómicas; en cuanto a estas últimas, da la expresión general de una función simétrica de las raíces. Al capítulo IV concierne la teoría de la eliminación y demuestra que Waring no ignoraba el llamado «teorema de Bézeot». Resultados todavía más notables se hallan en la parte aritmética. Afirma mucho antes de Goldbach (cosa todavía no establecida, y que sigue «sub judice») que «todo número par es descomponible en la suma de dos números primos» y añade que «cualquier número, si no es primo, es suma de tres primos». Bajo forma de hipótesis y como generalización del teorema según el cual «todo número puede expresarse como suma de cuatro cuadrados», afirma (proposición demostrada sólo un siglo más tarde) que «todo entero se puede expresar mediante un cierto número de potencias n — me, siendo este número siempre inferior a cierto límite que depende exclusivamente de n». En la misma obra se lee que «si p es un número primo, y tan sólo en este caso, la suma (p — 1) 4-1 es divisible por p»; es un teorema que fue demostrado por Lagrange y que lleva el nombre de «teorema de Wilson» por el de su descubridor: mientras que a Waring se deben estos otros enunciados:
I. Si tres números primos están en progresión aritmética, su diferencia debe ser un múltiplo de 2:3, a menos que el primero no valga 3.
II. Si cinco números primos están en progresión aritmética, su diferencia había de ser divisible por 2:3:5, a menos que el primo no sea 5.
III. Si siete números primos están en progresión aritmética, su diferencia había de ser divisible por 2 : 3 : 5 : 7, a menos que el primero no sea 7.
En las últimas páginas del libro, Waring se ocupa de geometría analítica. Ante todo establece las fórmulas para la transformación de las coordenadas octogonales en un plano, aplicando la expresión de la distancia entre un punto y una recta, que aparece aquí por primera vez. De las fórmulas antedichas hace aplicación a la clasificación de las cuártieas planas, que él reparte en doce clases que comprenden 84.551 géneros. A él se debe también la consideración y el estudio en general de las curvas, generalizaciones de la ordinaria cicloide, generada por la rotación de una curva sobre otra. El autor se ha ocupado también de la geometría del espacio, llegando, entre otras cosas, a calcular el número de puntos que determinan una superficie general en su orden. El estilo extremadamente pobre, la mediocre elegancia de los cálculos y, sobre todo, el gran número de aserciones no demostradas, obligando al lector a una incesante colaboración con el autor, impidieron que las Meditaciones algebraicas ejerciesen una gran influencia en los contemporáneos; pero el tiempo, también en este caso honrado justiciero, ha sacado a la luz del día su profundidad y su originalidad.
G. Loria