Reinaldo Lippi: auge, caída y reinvención de un emprendedor - La Tercera

Reinaldo Lippi: auge, caída y reinvención de un emprendedor

Reinaldo Lippi buscó una sociedad que le permitiera salir del taller y posicionarse al nivel de grandes marcas en 2004; sin embargo, varios conflictos produjeron su salida, junto con su exsocia Vidalina Díaz, en 2013. Foto: Carla Dannemann

El fundador de la marca outdoor partió confeccionando una mochila y escaló hasta conseguir un alcance regional, pero la sociedad que firmó en 2004 lo llevó a perderlo todo casi una década después. Hoy, alejado de la empresa e involucrado en dos nuevos proyectos relacionados con el medioambiente y la sustentabilidad, reflexiona sobre los capítulos que han marcado su vida.


–¿Sabes? Sumando y restando, he sido harto feliz, con y sin Lippi. He sido un hombre bien dichoso.

Son las palabras de Reinaldo Lippi, 63 años, creador de la marca de ropa y accesorios Lippi en 1985, quien en 2013 tuvo que salir de la sociedad que formó en 2004 tras conflictos, problemas y demandas. En todos esos años pasó de formar un negocio ascendente -con un poco de dinero que recibió después de que lo despidieran de su trabajo en la biblioteca San Ignacio- a quedar sin nada.

–Estoy agradecido de las historias y de los proyectos que tengo. Hago e invento cuestiones. Siempre he sido así.

En cada rincón de su casa está la evidencia. Muestra con orgullo la licorera montada con trozos de madera y otros muebles que decoran el living, diseñados y armados por él. En el patio enseña una tina galvanizada a la que puso soportes, cortó en una de las partes más largas y transformó en una banca. En una mesa de madera hay muchas herramientas y un ventilador de hace un par de décadas. “Es una joya, me tiene entretenido arreglándolo”, explica antes de sentarse en la cocina a tomar un té.

Reinaldo Lippi pasa días agradables. Hace unas semanas se viralizó en Tik Tok un video en el que resume parte de su historia: sus inicios en el montañismo, la creación de la marca Lippi y de su primer producto, una mochila que le cambió la vida. “El otro día fui a comprar y la señorita lo primero que me preguntó fue si era el del video. Antes no me pasaba”, dice sonriendo.

–¿Has visto la película Match Point? –pregunta mientras toma un sorbo de té y se acomoda en su silla. ¿Te acuerdas de la escena del anillo?

En el filme de Woody Allen, en una de las escenas el protagonista arroja las joyas robadas a una mujer al río Támesis; sin embargo, el anillo rebota en la baranda y queda en el suelo, lo que al final de cuentas termina favoreciéndole. Así le pasó más de una vez en la vida. Algunas veces el anillo cayó al piso. En otras cayó al agua.

En 2004 fue una de aquellas, cuando en su intención de dar un salto con Lippi y mutar de un taller a una empresa que pudiera competir con las grandes marcas se asoció, junto con su exesposa Vidalina Díaz, con Rafael Vielva y Rafael Cvjetkovic. Los fundadores se quedaron con el 30% del capital.

Reinaldo Lippi creció tanto con su taller que los viajes a China y otras partes de Asia se hicieron frecuentes.

Pero lo que comenzaba como un sueño, se transformaría en pesadilla. “Mi abogado me dijo que no firmara. No le hice caso, porque tenía muchas ganas de que resultara”, explica. Hubo desacuerdos y problemas. Reinaldo Lippi terminó recibiendo poco más de $250 mil mensuales como sueldo.

Todos los planes que tenía Lippi se esfumaban. No solo por los problemas que se estaban generando dentro de la sociedad, sino porque su marca se transformaba en algo que no quería. “Son productos famosos, pero era una maquinaria, yo tenía otras ideas. Suena idílico, pero yo quería un espacio de trabajo donde la gente fuera feliz, donde hubiese un ambiente sano, donde quienes trabajaban tuvieran buenos sueldos, si son quienes te hacen ganar plata. Si una compañía vende miles de millones ¿cómo no se le va a pagar más del promedio a un trabajador? Son cosas que no entiendo”, argumenta Lippi.

Y sigue: “Por ejemplo, yo quería que tomáramos parte de las utilidades y las donáramos a una fundación relacionada con el cuidado de la naturaleza. Uno de los socios dijo: ‘Ya, pero hagamos nosotros la fundación’…”.

El estrés y los malos momentos se apoderaron de él y su socia. Aunque fue designado como gerente, y tenía que trabajar con diseñadoras y viajar a Asia para desarrollar los productos, fue perdiendo protagonismo. “Fue un estrés horrible, yo quedé sin nada, no tenía sueldo, no tenía nada. Lo pasé pésimo, desde el minuto que firmé el contrato no recibí más, se acabó mi fuente. Por eso tuve que aflojar, porque no podía seguir”, narra.

Entre medio, Reinaldo Lippi se refugió de los problemas a través de otra empresa que había formado con un amigo, Dondomo, en la que creaban domos montables que servían para expediciones y que instalaron, por ejemplo, en la Patagonia.

Entre idas y vueltas, la situación se tornó insoportable en Lippi.

La capacidad de levantarse

Tras años de problemas y una decena de demandas cruzadas para sacar a la contraparte, la sociedad se terminaba con la salida de Reinaldo y Vidalina Díaz en 2013. Vielva y Cvjetkovic se quedaron con la parte de los fundadores de la marca por 1.350 millones de pesos, que pagaron en cuotas durante cuatro años.

–¿Cuánto se necesita para vivir bien? ¿es tener acumulada esa cantidad de millones y no poder salir a la calle? No me estoy tirando al suelo, porque he viajado y tengo un auto maravilloso antiguo que siempre quise, pero si no tuviera eso me daría lo mismo. Yo soy austero, así me visto, así ando. Soy hijo de un obrero, mi papá andaba de mameluco. En relación con mi historia, de dónde vengo, y con todo lo que he hecho, yo vivo increíble y por eso me paro rápido. No me quedo pegado. Para mí, tiene que ver con cuánto eres capaz de disfrutar lo que tienes. Yo no soy un santurrón, para nada, también tengo cosas malas, pero al final del día, es todo cosa de perspectiva.

–¿Cómo logró ponerse de pie después de perder su creación?

–Fue todo muy duro. Tuve que ir al sicólogo no más. Mi exsocia y yo perdimos nuestra obra. Era como nuestro hijo. Perdí a mi ‘hijo’. Pero tienes dos opciones, o te vas llorando por la vida, o te paras. Y yo creo que me he parado bastante bien. Es más, no sé si me gustaría estar ahí de nuevo.

Lippi revela que en 2017 fue contactado para volverse a unir a la compañía, pero declinó. “No quería entrar de nuevo a una máquina de moler carne. No me interesa, aunque me signifique más recursos”.

–No sé si me dejó alguna lección tan especial, porque al final del día, la vida es así. Todos nos caemos. Solo que en Chile cuando te pasa te caen los bancos, Dicom, todos te castigan. Equivocarse es un derecho.

Reinaldo Lippi saca un poco de tabaco, lo pone en un papelillo y lo enrola con sutileza. Camina hacia el patio de su casa y enseña más de sus creaciones.

En el contrato que firmó, Reinaldo Lippi no podía crear una nueva marca y convertirse en competencia de su exempresa. Después, sí asesoró a algunas marcas de accesorios y vestimenta outdoor, pero pocas veces se le pasó por la cabeza volver a partir. Hasta ahora.

–Ahora estoy más que pensando. Estoy en algo, con el desarrollo de la marca, ya tengo el desarrollo del producto y estoy viendo cómo lo hago. No quiero hacer otro Lippi, no quiero hacer lo mismo con cosas más baratas. Estoy viendo un concepto nuevo, que ya lo tengo bien pensado, pero no puedo decirlo con detalles hasta concretarlo.

Después de casi una década, Reinaldo Lippi se prepara para otra aventura; con un espíritu similar al que comenzó hace más de tres décadas atrás, productos que duren mucho tiempo y tengan un sentido sustentable. No por nada en la década de 1980 y 90 se atrevía a ofrecer garantía de por vida para sus productos y repararlos cuando llegaba un incrédulo a hacerlo efectivo. “La forma de disminuir la huella de carbono es esa, hacer productos que duren mucho tiempo, que consuman menos y que duren años”, afirma.

Es otra de tantas, porque también está en medio de dos proyectos. Una es con Zero Corp: un amigo lo invitó a desarrollar un proyecto de manejo y tratamiento sustentable de residuos. Allí, había que desarrollar una tela de alto costo que permite inhibir los olores desechos y acelerar los procesos de compostaje. “El excremento de los chanchos es hediondo, tú lo encierras en esta tela e inhibe el 98% de olores, se le pone aire a presión y se acelera compostaje. Es decir, se pasa de un material pestilente a uno sin olor, lo que ayudará a muchas comunidades”, detalla.

También está en otro, junto con una minera, que trata de evitar la evaporación de agua en las piscinas de lixiviación, el proceso donde se extrae el material sólido.

La montaña, el lugar que cambió su vida

“¿Alguien está interesado?”, preguntó una mujer en el liceo Darío Salas tras invitar a inscribirse en la Escuela Nacional de Montaña. Escaladas, recorrer cerros, aventuras. Reinaldo Lippi no titubeó. “El anillo en esa oportunidad cayó a mi favor”, dice.

Ese día definió su vida. Tenía unos 14 años y desde ese momento empezó a involucrarse con la montaña, lo que se convirtió en su pasión y luego en su trabajo.

El colegio, reconoce, no era su fuerte, e incluso no se matriculó en una universidad. “Es que mi familia no tenía cómo. Además, no me lo merecía”, explica. Así pasó entre distintos cerros de Chile y Sudamérica. También en la cordillera del Pamir, en la Unión Soviética. “Imagínate atravesar el mundo entero, recorrer lugares que la gente no conocía ni el nombre”, dice.

En enero de 1978 subió con un grupo a un cerro limítrofe con Argentina y fueron detenidos por gendarmes trasandinos que pensaron que eran espías. Los golpearon y encerraron unos días. En mayo, cayó unos 60 metros en el cerro El Morado, en el Cajón del Maipo. Sus compañeros pensaron que había muerto, pero tras chequear, lo rescataron. ¿La consecuencia? Un traumatismo severo que derivó en una epilepsia postraumática. No fue hasta 1996 cuando dejó la montaña. “Nació mi hijo Bruno, y no podía arriesgarme más”, explica.

Antes de comenzar con su taller, se repartía entre los cerros y distintos trabajos que tuvo. Ofició de soldador, de zapatero, de encuestador, entre otras cosas, hasta que se asentó en la biblioteca.

El creador de la marca Lippi (a la izquierda) era un amante de la montaña. Su vida cambió desde que se inscribió en la Escuela Nacional de Montaña, y solo la dejó con el nacimiento de su hijo en 1996

La historia de su negocio es así: como no había oferta de implementos, él se los fabricaba con sus manos luego de aprender de su madre. Incluso hizo sacos de dormir con telas de paraguas y una carpa junto con un amigo a partir de un paracaídas con el que llegó hasta su casa. Cuando fue despedido, destinó la mitad del dinero ($20 mil de la época) en telas, convenció a un miembro de la escuela de montaña de que él hacía las mejores mochilas de Chile, cuando en realidad ni siquiera la había confeccionado. Pero rápidamente se consiguió un modelo, lo replicó y se la vendió. Esa mochila fue otro Match Point de Lippi. “Tengo la capacidad de imaginarme las cosas y armarlas en la cabeza”, asegura.

La voz se corrió y su negocio floreció. Se mudó de taller en taller hasta tener 70 personas a cargo.

–Desde que empecé, nunca más me faltó. No digo que antes me faltaba, pero desde ahí se me abrió un camino y se definió mi destino. Tener un camino te da perspectiva, lo peor en la vida es no tener un camino. Ahora, el taller no era una ampolleta en mi vida. Porque las personas tenemos una dimensión mucho más grande que un proyecto. Las personas tienen conflictos, peleas, yo me separé de mi mujer, nacieron mis hijos. Tuve momentos gratos, tuve momentos malos. No es que haya sido una luz en mi vida, pero trabajé mucho y lo pasé bien.

–¿Siente que alcanzó la cumbre con Lippi?

–No. No era lo que yo quería. Comercialmente, sin duda, porque llegó a ser una marca potente, pero yo no participo de esa satisfacción. Yo quería otra cosa. Olvídate de los productos. Olvídate de las tiendas. Olvídate de las ventas. Yo quería que los que participaran de este proyecto, todos, también vivieran mejor. Así lo pensé siempre. Yo siempre he dicho: Patagonia es un modelo para mí, porque tienen un aura y un espíritu maravilloso. Yo cuando conocí la empresa, cuando conocí al dueño, yo me vi en un espejo. Era alguien tan relajado. Pero parece que no era posible.

–¿Cuál es su mea culpa?

–Es toda responsabilidad mía. No le hice caso a mi abogado. Yo no me equivoqué en buscar en asociarme, pero sí en la elección de los socios. Si no me asociaba, las marcas ya estaban llegando y yo me iba a diluir. Pero fue una lección. No me cambió como soy, sigo siendo y pensando igual que cuando empecé en 1985, mantengo a mis amigos, como el Javier, que es un amigo obrero de hace décadas, mi compadre que todavía le celebro el cumpleaños. Cosas así son las que me dan felicidad.

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