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Curiosidades de la Historia: Episodio 125

Darwin y el viaje del Beagle

En 1831, con apenas 22 años, Charles Darwin se embarcó en una expedición científica que lo llevó por América y Oceanía. A su vuelta, cinco años después, traía consigo el germen de la teoría de la evolución.

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TRANSCRIPCIÓN DEL PODCAST

En agosto de 1831, Charles Darwin, recién licenciado en la Universidad de Cambridge a los 22 años, estaba encerrado en su casa, con el mismo ánimo de una persona que hubiera elegido quedarse en una cárcel de morosos. Fascinado por la Naturaleza, e inspirado por los relatos de las aventuras de exploradores como Alexander von Humboldt, estaba desesperado por viajar. Sin embargo, ya había fracasado un intento de organizar una expedición a Tenerife, y parecía inevitable hacer frente a la acuciante necesidad de ganarse la vida, probablemente como vicario de alguna parroquia rural.

Justo entonces llegó una carta en la que se le ofrecía una oportunidad increíble. Robert FitzRoy, un aristocrático, pero intrépido oficial de la marina, quería a una persona de su misma condición social que le hiciera compañía durante un viaje de exploración a Tierra del Fuego, pero, como era usual en aquel tipo de expediciones, también quería a un naturalista capaz de aprovechar la oportunidad de explorar, recoger muestras y observar.

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Tierra del Fuego (Argentina).

Shutterstock

Darwin no era su primera opción para la travesía, pues antes ya había propuesto participar en el viaje a otras dos personas. La primera impresión de FitzRoy respecto a Darwin no fue muy favorable; además, el padre de éste, que ya había sufragado los estudios universitarios de su hijo, se mostraba comprensiblemente reacio a financiar una empresa que no sólo consideraba «inútil», sino también extremadamente peligrosa.

EMPIEZA LA AVENTURA

El Beagle era un buque pequeño –un bergantín de sólo 28 metros de eslora y unos 8 metros de manga– atestado con una dotación de unos setenta hombres. El naufragio era un peligro habitual, la muerte por enfermedad era un riesgo aún mayor, y buena parte de América del Sur era un territorio aislado y sin ley. Pese a ello, el padre de Darwin se dejó convencer, al igual que FitzRoy, de manera que el 27 de diciembre de 1831 el Beagle zarpó del puerto de Plymouth con Darwin a bordo.

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El viaje estaba planificado en principio para dos años, pero acabó prolongándose hasta cinco; Darwin no sólo visitó América del Sur, sino también Tahití, Australia, Nueva Zelanda, África y numerosas islas del Atlántico y el Pacífico. En muchos aspectos, aquella travesía oceánica no lo fue tanto: Darwin se pasaba todo el tiempo que podía en tierra firme, y a veces se alejaba a caballo a cientos de kilómetros del buque para posteriormente volver a embarcar en su siguiente punto de fondeo.

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"A Venerable Orang-outang", caricatura de Darwin en la revista satírica "The Hornet", en la cual es representado, a modo de burla por su teoría evolutiva, con las características propias de un primate.

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A lo largo del camino, el naturalista en ciernes rellenaba cuaderno tras cuaderno de notas y observaciones, y enviaba de vuelta decenas de barriles, cajas y frascos llenos de plantas secas, fósiles, rocas, pieles y esqueletos. Exploró territorios que iban desde la desolación gris de las Malvinas hasta las impresionantes cumbres de los Andes, desde los glaciares del canal Beagle hasta las playas de Tahití, desde la exuberancia de Río de Janeiro hasta los húmedos bosques pluviales del sur de Chile. Posteriormente calificaría aquella expedición como el episodio más importante de su vida de científico. 

PINITOS DE NATURALISTA

La primera escala la hicieron en la isla volcánica de Santiago (en el archipiélago africano de Cabo Verde), donde, después de tres semanas de mareos, Darwin se lanzó lleno de entusiasmo a su primer trabajo de campo, que consistió en identificar muestras de roca y elaborar un corte geológico de estratos volcánicos.

Contaba con el mejor instrumental que había podido comprar: un microscopio, un clinómetro para medir ángulos, martillos de geología y una caja de herborización –para guardar los especímenes botánicos–, pero todavía era un novato. En una carta dirigida a John Henslow, su profesor de Cambridge, presumió de haber descubierto un pulpo que cambiaba de color y que «parece una nueva especie». Pero no lo era, y el experto Henslow se lo hizo saber con mucha diplomacia.

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Exploración de cráneos de gorila.

El 15 de febrero, el buque se estaba reabasteciendo en los lejanos y estériles islotes de San Pedro y San Pablo, y dos semanas más tarde el Beagle atravesó el ecuador para finalmente alcanzar la costa de Brasil. Pero Darwin, de baja durante la última parte de la travesía, se vio obligado a permanecer a bordo, de modo que ya era abril cuando pisó por primera vez tierra americana, en la bahía de Botafogo, cerca de Río de Janeiro.

Durante los meses siguientes, mientras el Beagle navegaba a lo largo de las costas verificando una y otra vez las cartas náuticas, Darwin se quedaba en tierra disfrutando de la exploración del Corcovado, pasando de la geología a la zoología y acumulando una impresionante colección de arañas y avispas. A finales de junio, el buque partió de nuevo hacia el sur, y esta vez Darwin también se embarcó para encontrarse por el camino con las marsopas, las ballenas, los pingüinos y las focas. Echaron anclas a finales de julio en la desembocadura del majestuoso Río de la Plata.

Tanto Montevideo, en la ribera norte, donde ayudaron a sofocar una revuelta, como Buenos Aires, en la orilla sur, donde fueron recibidos a cañonazos por miedo a que estuvieran infectados de cólera, eran lugares peligrosos e inestables, y aquel paisaje llano y vacío le pareció a Darwin poco interesante comparado con la exuberancia de los trópicos. 

EN LA AMÉRICA SALVAJE

Durante todo aquel tiempo, Darwin se había dedicado a la recolección de especímenes, hasta el punto de desesperar al contador del buque, que se quejaba del desorden que reinaba en las cubiertas. También había aprendido algo de taxidermia, y había empezado a experimentar con otros métodos de conservación de ejemplares con cera, bebidas alcohólicas y finas chapas de plomo. Pero no siempre tenía éxito.

Las primeras cartas desde Inglaterra traían críticas y consejos por parte de Henslow, a cuya casa iban llegando los tesoros enviados por Darwin: las etiquetas venían mal fijadas, los escarabajos llegaban aplastados, los ratones se habían enmohecido y el contenido de un misterioso frasco parecía «los restos de una explosión eléctrica, un simple montón de hollín».

Viaje a bordo del Beagle

Viaje a bordo del Beagle

El Diario de investigaciones de Charles Darwin, aconocido como "Viaje del Beagle", fue su primer libro. 

Foto: Ap / Biblioteca de Cataluña

En septiembre de 1832, los expedicionarios se encontraban aún más al sur, explorando el litoral de Argentina. Darwin, buen cazador, aprendió a utilizar las boleadoras para capturar avestruces, y dejó por un momento de «admirar a las damas españolas» para descubrir su primer gran fósil de vertebrado. Se trataba de un megaterio, que suscitó la curiosidad de Darwin por su semejanza con una especie local de agutí (un roedor nocturno).

En noviembre regresaron a Buenos Aires para reabastecerse y viajar después hasta el cabo de Hornos. Entonces, cuando ya había transcurrido un año desde su partida de Inglaterra, la expedición fondeó en la bahía Buen Suceso, en la costa de la Tierra del Fuego.

Era un territorio impresionante, pero inhóspito. Pasaron la Navidad en la isla Hermite, al oeste del cabo de Hornos, pero los temporales les impedían avanzar más allá una y otra vez. Durante una tormenta, un bote ballenero se estrelló contra el barco y Darwin hubo de lamentar la pérdida de valiosas anotaciones y especímenes.

Aquella era la segunda expedición de FitzRoy a aquel desolado punto del globo. Allí, además de cartografiar el complejo laberinto de canales que atraviesan el accidentado extremo del continente, también tenía previsto establecer una misión. Junto con el futuro misionero, también traía de regreso a tres jóvenes nativos fueguinos que se había llevado a Inglaterra en el anterior viaje.

El Beagle dejó su mercancía humana en el Seno Ponsonby, mientras FitzRoy y otros tripulantes, incluido Darwin, partieron a bordo de dos botes del buque para recorrer 300 millas y cartografiar los entrantes más recónditos del canal Beagle, bautizado así en honor a la primera expedición de FitzRoy. 

LA TIERRA DEL FUEGO

El territorio era espectacular. En sus cartas, Darwin describía los glaciares que se precipitaban en la costa como «el azul celeste del hielo en contraste con la nieve blanca circundada por verdes bosques». Sin embargo, aquélla era una belleza peligrosa: cuando un gran cascote de hielo caía al agua y enviaba una ola hacia las embarcaciones varadas, Darwin debía liderar los esfuerzos por ponerlas a salvo. En honor de su compañero, FitzRoy bautizó aquel lugar como Seno Darwin.

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Tierra del Fuego (Argentina).

Shutterstock

De regreso a la misión, la partida expedicionaria se encontró las edificaciones destruidas y al misionero temiendo por su vida. El proyecto fue cancelado. Al año siguiente, cuando el Beagle volvió al lugar, encontraron a uno de los nativos repatriados, miembro de la tribu de los yámanas, llamado Orundellico –a quien Darwin y la historia conocen como Jemmy Button–, y descubrieron que había abandonado sus vestimentas occidentales y había retomado su forma de vida original. Años más tarde, Darwin contribuiría a financiar un fondo creado por un ex tripulante del Beagle para auxiliar a dos nietos de Orundellico.

Frustrado el intento de doblar el cabo de Hornos, partieron hacia el este, y el 1 de marzo de 1833 llegaron a las Malvinas, donde a la Armada británica le interesaba mucho encontrar fondeaderos seguros. Entonces FitzRoy, preocupado por la posibilidad de que la tripulación del Beagle no fuese capaz de cumplir la misión en solitario, adquirió otro buque: el Adventure. Ambos barcos regresaron en el mes de abril a Montevideo, y allí Darwin inició su primera gran incursión terrestre acompañado por el joven Syms Covington, a quien había contratado como asistente investigador y criado. No volvieron a reencontrarse con el barco hasta septiembre, en Buenos Aires.

Tanto el Beagle como el Adventure partieron hacia el sur en diciembre siguiendo la misma ruta del año anterior hasta la Tierra del Fuego, donde Darwin encontró finalmente un ejemplar que venía buscando de una nueva especie de ñandú, un ave semejante al avestruz, pero únicamente después de que se hubieran comido la mitad en el banquete de la tripulación. En marzo de 1835 se vieron obligados a dirigirse a las Malvinas sin haber doblado el cabo. 

A TRAVÉS DE LOS ANDES

La quilla del Beagle estaba muy dañada, de modo que, para repararla, a mediados de abril vararon el buque en la desembocadura del río Santa Cruz. FitzRoy aprovechó la ocasión para organizar una expedición río arriba. Avanzaron a lo largo de 225 kilómetros por territorio inexplorado, a veces remando y a veces arrastrando los botes.

Tardaron tres semanas en remontar el trayecto y tres días en descender navegando, y en todo ese tiempo Darwin no paró de añadir observaciones de carácter zoológico y geológico a las que ya había hecho el año anterior. Una vez reparado el Beagle, a la tercera fue la vencida: lograron doblar el cabo de Hornos, y en junio de 1834 alcanzaron la costa occidental de América del Sur.

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Cordillera de los Andes, América del Sur.

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El año siguiente lo pasaron en Chile y Perú haciendo prácticamente lo mismo que en los dos años y medio anteriores en Brasil, Uruguay y Argentina: el Beagle realizó la travesía en sentido inverso, explorando una y otra vez los intrincados archipiélagos costeros. Darwin detestaba los húmedos e impenetrables bosques pluviales del sur de Chile y solía ausentarse para planificar sus expediciones por tierra. Viajó hacia el norte atravesando los Andes, desde la Valparaíso colonial hasta Santiago.

El terreno estaba en gran medida inexplorado, de modo que confió en la ayuda de los colonos para que le trazaran mapas, le aconsejaran rutas seguras y le ayudaran a conseguir guías y caballos. Uno de ellos cuidó de él durante varias semanas, cuando cayó gravemente enfermo, probablemente de fiebre tifoidea. Mientras tanto, FitzRoy, aislado, sobrepasado por el trabajo y abatido por la negativa del Almirantazgo a financiar el coste del Adventure –buque que se vio obligado a vender–, amenazó con retirarse, y la expedición quedó pendiente de un hilo.

Darwin realizó otra gran expedición terrestre: recorrió 350 kilómetros por los Andes, desde Valparaíso hasta Coquimbo y Copiapó, antes de reencontrarse con el Beagle y zarpar hacia Iquique, actualmente en Chile. Tras llegar a Lima, el Beagle partió hacia el oeste a finales de julio de 1835 y llegó al archipiélago de las Galápagos a mediados de septiembre. Pasaron cinco semanas explorando las islas, cada una con su flora y fauna características. Darwin, que aún tardaría meses en formular una rudimentaria teoría sobre la evolución de las especies, se dedicaba a ir archivando datos. 

GEOLOGÍA DE LA EVOLUCIÓN

Lo que entonces estaba cristalizando en la mente de Darwin era una gran teoría científica muy diferente. En lo alto de los Andes se había dado cuenta de una cosa curiosa: la existencia de árboles fosilizados que en su momento debieron de estar sumergidos en el mar antes de elevarse hasta el paso de Uspallata, lugar donde los observó. Pero ¿cómo había sucedido tal cosa?

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Más tarde, el 19 de enero de 1835, mientras estaba explorando tierra adentro, la tripulación del Beagle presenció la erupción del volcán Osorno; un mes después, más al norte, Darwin experimentó un terremoto y observó la devastación causada por un maremoto. Entonces comenzó a especular con la posibilidad de que estos hechos estuvieran relacionados. FitzRoy revisó los sondeos realizados anteriormente y confirmó que la altura de la tierra había variado.

Partiendo de esa base, Darwin propuso una teoría sobre el hundimiento (subsidencia) y el levantamiento de tierras a escala continental a partir de cambios diminutos que se sucedían a lo largo de vastos períodos de tiempo y que daban lugar a paisajes, incluso a una escala tan monumental como las montañas de los Andes. Con esta idea en la cabeza, cuando llegaron a Tahití y Darwin vio por vez primera un arrecife de coral, propuso una nueva y brillante solución al misterio del origen de los atolones oceánicos.

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No sabía que las cartas donde exponía sus ideas se estaban publicando en las revistas científicas, de modo que durante el viaje de regreso ya se había labrado una reputación científica. Pero aún tardaría en llegar a casa. Mientras navegaban hacia el oeste desde las costas de África, FitzRoy advirtió ciertos errores en las primeras cartas náuticas que había trazado, y atravesó de nuevo el Atlántico para volver a explorar la costa de Brasil.

Por fin, el Beagle atracó en Falmouth el 2 de octubre de 1836: Darwin jamás volvió a salir del Reino Unido. Publicó más de veinte artículos basados en sus anotaciones y diarios, y logró un gran éxito como escritor de libros de viajes y como científico de primer orden.

La tarea de identificar cientos de especímenes se dividió entre otros científicos, muchos de los cuales acabaron siendo amigos y compañeros durante el resto de su vida. La teoría sobre la evolución de las especies mediante lo que él llamó «selección natural» no fue concebida durante el viaje, pero surgió de sus encuentros con tantas y tan diferentes plantas y animales (incluidos los humanos), y, sobre todo, de la oportunidad de verlos en la complejidad de sus hábitats comunes. Muchos años después, Darwin no dudó en calificar el viaje a bordo del Beagle como el episodio más importante de su vida.