Sombras tenebrosas | Crítica | Película | Cine Divergente

Sombras tenebrosas

¡Qué desastre de guión! Por Fernando Solla

“¿La peor película que ha visto? Bueno, la próxima será mejor.”Johnny Depp en Ed Wood (Tim Burton, 1994)

A veces sucede. Planeamos la velada perfecta con varias semanas de antelación. Nos preparamos para degustar un banquete de aúpa en un buen restaurante que, aunque no es nuestro favorito, siempre nos ha ofrecido productos frescos, con una presentación impecable e ingredientes a veces repetidos y no siempre originales, pero habitualmente de nuestro agrado. Nos sentamos en la mejor mesa, la de costumbre, y de repente algo empieza a torcerse. El aperitivo ha sido delicioso y la presentación es buena, pero nos damos cuenta enseguida que, aunque haya un bonito mantel que la cubre, las patas de la mesa andan algo cojas, lo que hará que a medida que se sirvan los platos, la estructura del mueble se muestre más inestable a cada minuto que pasa. Aunque seguimos reconociendo la calidad de los ingredientes, los condimentos no pegan. La salsa se ha cortado e impide que ese reconfortante (por reconocible) sabor no llegue a apaciguar nuestras papilas gustativas. Aguantamos el frustrado festín gastronómico hasta el final, esperando que en algún momento el tren volverá a encarrilar y retomará la dirección esperada, pero no es así. Nos levantamos cabizbajos y nos dirigimos hacia la salida. A pesar de la gran decepción (que no enfado) que nos embarga, sabemos que volveremos cuando se presente la siguiente ocasión, esperando, de nuevo, encontrar lo mejor: aquél plato que como los que cocinaba nuestra abuela, nos ha acompañado desde nuestra más tierna infancia y, aunque hace años que no probamos, esperamos volverá a saciar nuestro apetito en algún momento de nuestras vidas.

El mismo efecto provoca el visionado de la última película de Tim Burton. Antes de proseguir queremos dejar constancia que rechazamos esa sentencia casi epitáfica que afirma que cualquier tiempo pasado fue mejor para defender, con firme convencimiento, que lo mejor aún está por llegar. Al mejor sastre se le va la tijera.

Entremos en materia. La película se basa en un serial televisivo creado por Dan Curtis que se estrenó en la cadena ABC el 27 de julio de 1966, emitiéndose diariamente hasta el 2 de abril de 1971, con un total de 1.225 episodios. Lo que empezó como un melodrama familiar adquirió un sorprendente toque sobrenatural, cuando a los seis meses de emisión los fantasmas empezaron a convivir con el resto de los personajes de la historia. La cota álgida de popularidad se consiguió al año del estreno, con la aparición en la trama del vampiro Barnabas Collins (Jonathan Frid). A partir de ahí, empezó el festival: hombres lobo, zombis, monstruos, mutantes varios, brujas, hechizos, viajes en el tiempo, universos paralelos…

¿Qué diferenció al vampiro Barnabas, a Victoria Winters o al resto del clan de los Collins de otras familias, más conocidas por los lares generacionales del aquí escribiente, como los Addams o los Monster? El tono melodramático del contexto, los espacios interiores con atmósferas opresivas y una banda sonora de Robert Colbert que irrumpió en las listas de éxitos de una década (tan prolífica en lo musical) como fue la de los sesenta. Actualmente se considera una serie de culto, un clásico de lo camp que desde ya mismo prometemos redescubrir. Si Burton, Depp, Tarantino, Madonna y un largo etcétera se declaran públicamente fans de la serie, no seremos nosotros los que llevemos la contraria.

El mismo Johnny Depp ha comentado en más de una ocasión la obsesión que vivió de niño con el vampiro Barnabas, llegando al punto de querer ser como él. No es extraño, pues, que comparta las tareas de producción de la película y confíe en su cómplice Tim Burton para dirigir el proyecto. En quién no debieron confiar ninguno de ellos es en Seth Grahame-Smith, que perpetra un simplista, reduccionista, vacío, vacuo, anecdótico, tedioso, estático, incoherente y bipolar guión, que desaprovecha el talento de un increíble elenco multigeneracional de actores, que suponemos firmó contrato antes de leer sus líneas de diálogo, a causa de esa, en ocasiones traicionera, fe ciega que profesamos a nuestros amigos, compañeros de profesión o, incluso, parientes (en el caso de Helena Bonham Carter).

Burton cae en esta ocasión en lo que precisamente suelen criticar sus detractores: un visualmente deslumbrante pero totalmente hueco ejercicio de virtuosismo formal.

Empezamos en Liverpool en 1752, cuando la familia Collins emigra a los Estados Unidos para establecerse en Maine y allí fundar un próspero negocio marítimo de distribución de pescado enlatado. El primogénito, Barnabas Collins (Deep), tendrá una aventura con su hermosa doncella Angelique Bouchard (Eva Green) pero renunciará a reconocer su amor por ella. La chica, colérica, usará sus poderes de bruja y hechizará a Josette DuPress (Bella Heathcote), la prometida y amada del joven, precipitándola a un hipnótico suicidio. Hasta aquí genial. Reminiscencias estéticas al paisaje (ese increíble Acantilado de la Viuda) y al look de los protagonistas de Sleepy Hollow (1999).

A partir de ahí (escasos quince minutos de metraje) el guión se despeña y cae por el mismo acantilado. Sin más mediación que un hechizo que no comprendemos, Angelique convertirá a Barnabas en vampiro y  lo enterrará en un ataúd del que no saldrá hasta 1972, cuando descubrirá cómo han cambiado los tiempos y regresará a la morada de sus ancestros, que permanece ocupada por lo que queda del clan familiar, cuya estructura parental formada por Elisabeth Collins (Michelle Pfeiffer), su hermano Roger (Johnny Lee Miller), su hija Carolyn (Chloe Grace Moretz) y su sobrino David (Gulliver McGrath) está en un estado tan ruinoso como la mansión que habitan. Les acompañan la psiquiatra Julia Hoffman (Bonham Carter), el alcohólico mayordomo Willie Loomis (Jackie Earle Haley) y la senil sirvienta Mrs. Johnson (Ray Shirley). La llegada de Victoria Winters (cuyo parecido físico con Josette es tal que lo interpreta la misma Bella Heathcote) hará estallar de nuevo la ira de Angelique, ahora la empresaria más rica de la ciudad.

¿Qué esperamos a continuación? Ese hijo torturado por la muerte de su madre que nos recuerde al niño de Charlie y la fábrica de chocolate (Charlie and the Chocolate Factory, 2005), ese padre incapaz de querer a su hijo y que sólo se preocupa por la fortuna familiar, una aventura que permita a los protagonistas restablecer su hogar y su familia estrechando los vínculos de sangre, evocando lo que vimos en Big Fish (2003), la paradoja que supone que sea el vampiro el que recuerde la importancia de esa sangre como símbolo de la unión del clan de los Collins,  la reencarnación de la amada Josette en Victoria en un acto de everlasting love al más puro estilo de Eduardo Manostijeras (Edward Scissorhands, 1990), la vuelta por todo lo alto de Michelle Pfeiffer al universo burtoniano después de aquella inconmensurable Catwoman de Batman Vuelve (Batman Returns, 1992), la creación de una nueva villana de antología a manos (y cuerpazo) de Eva Green que parece la conversión en carne y huesos de aquella bellísima prometida de La novia cadáver (Corpse Bride, 2005), una ambientación entre gótica y expresionista que mezcle la locura de Bitelchus (Beetlejuice, 1988) y la mugrienta suciedad de Swenney Todd (2007), un uso catártico de los efectos especiales que trascienda la mera espectacularidad o preciosismo como se logró en la segunda mitad de Alicia en el país de las maravillas (Alice in Wonderland, 2010), algo más de la sátira social que apunta esa confusión entre la “M” de McDonald’s y Mefistófeles, que hermanaría la película con Mars Attacks! (1996)… Todo eso que hemos disfrutado tantas veces y en tan distintas vertientes en las películas del amigo Tim.

¿Qué obtenemos, en cambio? Nada. La simple presentación de estos infelices que no evolucionan (más bien involucionan) a lo largo de todo el metraje y la esperanza de una segunda parte que nos permita disfrutar (como merecen tanto los personajes como los actores que los interpretan) de una fructífera vida cinematográfica. Alguna broma más o menos graciosa a costa de los hippies y alguna réplica ligeramente chistosa. Una total muestra de bipolaridad entre esa ¿intriga? de las situaciones ¿dramáticas? con ese incomprensible giro hacia la comedia más burda. Ni siquiera el cameo de Alice Cooper, interpretándose a sí mismo encuentra el sentido.

La interpretación de Johnny Depp en Sombras Tenebrosas nos parece excesiva y extrañamente mesurada, incapaz de defender el drama propuesto por el guionista. Es de agradecer, eso sí, la comicidad conseguida en algunas secuencias posteriores a su llegada a la mansión, como ese cepillado de dientes o la búsqueda de una postura y lugar adecuados para dormir. Desaprovechadísimos el resto de intérpretes, en especial la psiquiatra de Helena Bonham Carter, cuya obsesión por la juventud eterna que la llevará a drenar la sangre del vampiro protagonista está mostrada con resultados muy superiores en esa fantasía erótico-festiva de la HBO llamada True Blood (2008-2012).

Una última reflexión final: estamos convencidos que Tim Burton volverá a erigirse como exponente clave (con permiso de Terry Gilliam) de esa tradición gótico-expresionista, opuesta por su sentido y estética a la racionalidad o al clasicismo. Un retorno a ese espíritu romántico, contextualizado en una atmósfera iconográfica muy característica, que ensalza lo siniestro y muestra un sentido del humor macabro y crítico con la hipocresía imperante en nuestra sociedad. Echamos de menos ese enfático apasionamiento suyo por lo subjetivo y lo irracional, con toda la subversión e introspección psicológica (y biográfica) que eso conlleva, señor Burton. Esa complejidad temática y profundización en los personajes que hacen de sus películas mucho más que un mero ejercicio estilístico.

Eso que nos va a ofrecer con ese retorno a sus orígenes que será Frankenweenie (2012), cuyo tráiler ya podemos disfrutar antes de los pases de Sombras tenebrosas. Sólo por ello, ya merece la pena adquirir una entrada.

Hasta pronto, querido (y añorado) Tim Burton.

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Comentarios sobre este artículo

  1. Mara dice:

    Me tarde 11 años en verla por qué exactamente imaginaba lo que sus sabías palabras han resumido. Solo la nostalgia de un Johnny Depp resurgido de un juicio me hizo verla.

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