¿Por qué la Falange quiso asesinar a Franco tras la Guerra Civil? Un camino de odios y traiciones

¿Por qué la Falange quiso asesinar a Franco tras la Guerra Civil? Un camino de odios y traiciones

Tras el Decreto de Unificación y el fusilamiento de José Antonio Primo de Rivera, una parte del grupo orquestó un plan para acabar con la vida del dictador

Los cinco secretos de Franco para evitar que su dictadura fuese aplastada durante 40 años

Estatua del dictador Francisco Franco ABC
Manuel P. Villatoro

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Lo de Francisco Franco y José Antonio Primo de Rivera fue una relación mal avenida entre adversarios políticos. Un mal de ojo que arrancó ya durante la Segunda República y que no terminó cuando el líder de Falange se personó ante el pelotón de fusilamiento en la cárcel de Alicante, tras ser condenado a muerte por rebelión militar. A partir de entonces, y aunque el futuro dictador intentó valerse de los pilares ideológicos de su grupo, existió siempre una pequeña resistencia que anhelaba frenar su ascenso al poder.

Origen de todo

Fusilado Primo de Rivera, el asalto de Franco a su organización fue masiva. Aunque fue el 20 de abril cuando el entonces generalísimo avivó las llamas al decretar que las principales organizaciones políticas que combatían a la República junto a él –falangistas y carlistas– quedarían unidas en un único partido llamado Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional Sindicalista (FE y de las JONS). Su objetivo, o eso argumentó, era acabar con las luchas internas que había en estas corrientes y, a su vez, centralizar el poder bajo su persona.

Esta unificación no tardó en darle dolores de cabeza. Desde Falange, por ejemplo, se alzaron voces discordantes al considerar que la unión de ambos partidos acabaría con la esencia original de la organización. Uno de los mayores contrarios a ella fue Manuel Hedilla, sucesor en la práctica de José Antonio Primo de Rivera. Al menos de forma oficial ya que, en la actualidad, son muchos los historiadores que defienden que este líder estaba a favor del decreto franquista, aunque con algunas reservas. Algunos como el hispanista Herbert Rutledge Southworth.

Más allá de las interpretaciones posteriores, lo cierto es que la dirección de Falange y el propio Hedilla se sintieron ultrajados por Franco cuando este les dejó a una lado en la toma de decisiones. Y, en lugar de apostar por la prudencia, desafiaron al Caudillo por las bravas.

«La inmediata reacción de la dirección de FE […] fue enviar un telegrama el 22 a los jefes provinciales de FE en el que, si bien se mostraba acatamiento a Franco, en realidad se contravenía la orden de éste. Se reafirmaba el conducto jerárquico de FE para transmitir las órdenes del propio Generalísimo. El telegrama en cuestión se mandó como firmado por Hedilla, aunque parece ser que en el original entregado a Telégrafos su firma no existía», explica Joan María Thomas en su obra 'El gran golpe. El caso Hedilla, o como Franco se quedó con Falange'.

El telegrama, las críticas vertidas por Hedilla contra la unificación y su negativa a aceptar un cargo menor ofrecido por el de Ferrol fueron las excusas perfectas para Franco. Este ordenó detener al líder de Falange y procesarle junto a 600 de sus seguidores. Así, su plan de quedarse con el partido se materializó. Como señala el hispanista Paul Preston en su amplia obra 'Franco. Caudillo de España', Hedilla terminó condenado a muerte acusado de rebelión militar, aunque a la postre se le conmutó la pena por la cadena perpetua. De forma paralela nació una falange clandestina, la Falange Autónoma, destinada a luchar contra el futuro jefe del Estado.

¿Asesinar a Franco?

Dos miembros de aquella falange clandestina, el mismo grupo que se consideraba 'no contaminado' por las ideas de un dictador que había «traicionado» los principios por los que se habían levantado en la Guerra Civil, fueron los que se reunieron a finales de marzo de 1941 para idear un plan con el que asesinar a Franco.

Según explica el escritor y periodista Antoni Batista en su libro 'Matar a Franco: Los atentados contra el dictador', los puntales de aquella misión los pusieron Emilio Rodríguez Tarduchy –carnet número 4 de la Falange Autónoma– y Patricio González de Canales. Estos se reunieron en la ermita de San Antonio de la Florida, ubicada en Madrid, con el objetivo de buscar la forma más efectiva de acabar con la vida del de Ferrol.

Tras conversar, decidieron que lo idóneo sería asesinarle en la celebración del Día de la Victoria. Esto era, el 1 de abril. «El plan, ideado por González de Canales, desestimó hacerlo en la calle, tomada por la guardia mora entrenada para disparar antes de preguntar y con la atroz valentía interior despistaría a los escoltas, mientras un hombre dispararía a Franco de cerca, con un revólver del 9 corto, inspiración Lincoln», determina Batista en su obra. Sencillo pero eficaz. Además, Franco estaría en plena calle y rodeado de personalidades que verían con sus propios ojos su marcha al otro barrio. Era un golpe de efecto ideal.

Con la idea en mente, los miembros de esta falange clandestina organizaron una reunión en la casa de uno de ellos, ubicada en la calle Alberto Aguilera número 40. Allí, votaron… ¿Matar o no matar a Franco de un disparo? «Votaron no matarlo por cuatro votos y una abstención. Por miedo a la invasión nazi y la liquidación material de Falange Auténtica», añade el autor. Sin saberlo, el de Ferrol ganó así su última batalla contra Primo de Rivera y su idea de lo que debía ser la Falange Española.

Espiados

En la práctica, el dictador no terminó nunca de fiarse de Falange. Y así quedó claro cuando ordenó que la organización fuese seguida de cerca –un educado eufemismo para hablar de espionaje– por la red de información APIS; el mismo grupo que le pasaba informes constantes de las principales logias masónicas presentes en España.

De hecho, Franco siempre fanfarroneaba afirmando que estaba «bien informado de todo cuanto se trama en las logias» y que disponía de «información directa de las logias masónicas». El grueso de estos informes llegó al dictador desde los años cuarenta hasta los sesenta. Así lo explica el historiador Javier Domínguez Arribas en su obra 'El enemigo judeo-masónico en la propaganda franquista, 1936-1945'. En la misma, el experto señala que este grupo de espías estaba formado por mujeres y que, entre otras tantas misiones, seguía de cerca a los falangistas: «Las acusaciones más graves contra la Falange se encontraban en los documentos que la red APIS atribuía a la «secta».

En ellos, ciertas actitudes políticas habituales entre los falangistas aparecían como el resultado de consignas masónicas. Algunas de ellas, consideradas tan graves como hacer que «los masones se sumen a todas las manifestaciones que puedan surgir y que las saturen de 'vivas y aclamaciones' al 'Führer' y a Alemania». Así, este sector estuvo investigado durante años, al igual que sucedía con todo aquel con cierta importancia política que se declarara partidario del rey don Juan. De hecho, APIS solía pasar también informes de organizaciones 'juanistas', como se hacían llamar, al dictador para que se mantuviera al día de su evolución.

José María Zavala recoge en sus libros estas ideas y señala, a su vez, que una de las personas más investigadas por Franco y el grupo APIS fue Pilar Primo de Rivera: la hermana de José Antonio. En los informes se podía leer lo siguiente de ella: «Volviendo a Pilar. Otra de las cosas que la ha enfurecido es que, según dice, ayer desfilaron ante el Caudilo las Milicias Universitarias, al grito de 'Viva España', y la palabra 'viva' ella no la traga».

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