Un ritual de más de mil años

Los orígenes de la ceremonia de coronación británica

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Coronación de Enrique IV en Westminster el 13 de octubre de 1399. Miniatura de las Crónicas de Jean Froissart, siglo XIV, 

Lebrecht History / Bridgeman Images

Tras la caída del Imperio Romano la isla de Gran Bretaña quedó dividida en una serie de reinos forjados a golpe de espada por los invasores sajones, a los que más tarde se les añadieron una serie de estados vikingos fundados por los incursiones nórdicos procedentes de Escandinavia. 

Toda esta colección de reyezuelos asumían el poder en una variada serie de tradiciones paganas y cristianas en las que las coronas brillaban por su ausencia. Este elemento era algo típicamente romano, rechazado por los caudillos bárbaros que combatían por el predominio. De hecho tanto vikingos como sajones pasaban a ser reyes por la aclamación y juramento de sus nobles tras la muerte de su antecesor, a lo que seguía una misa y bendición en el caso de los reinos cristianos.

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Penique de plata de Alfredo el Grande. El monarca aparece de perfil con una corona de perlas a imitación de los emperadores bizantinos.

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Fue a partir de la coronación de Carlomagno como emperador que empezaron a aparecer coronas en las monedas de los reyes sajones, aunque más como ornamento que como un signo de realeza. A imitación de los emperadores bizantinos y reyes francos estas primeras joyas fueron fabricadas en oro con incrustaciones de perlas.

De los sajones a la Reforma

Si bien el rey Alfredo de Wessex ya empezó a copiar el ritual carolingio de coronación no sería hasta el primer rey de una Inglaterra unificada, su sucesor Athelstan, que encontramos la primera ceremonia de consagración propiamente dicha. En el año 924 este soberano fue ungido por primera vez con aceite sagrado como los antiguos reyes de Israel por el arzobispo de Canterbury, quien luego le impuso una corona como símbolo de su elección por Dios como gobernante de todos los anglosajones. 

Athelstan

Athelstan

Athelstan en una ilustración de la Vida de san Cuthberto, 930, Universidad de Corpus Christi, Cambridge

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La ceremonia se celebró en Kingston upon Thames, una ciudad fronteriza entre los reinos de Mercia y Wessex heredados de su padre, en ella el rey juró proteger a sus súbditos y respetar sus leyes, en un pacto recíproco que se ha conservado hasta el día de hoy. El rito sajón no hizo sino aumentar en boato a lo largo de los siglos, en los que se fueron incorporando poco a poco nuevos elementos para reflejar el creciente poder del rey. 

La coronación fue trasladada a la Abadía de Westminster en 1066 por el normando Guillermo el Conquistador, quien como monarca extranjero quiso dar una cierta legitimidad a su reinado celebrando el rito en la misma iglesia donde se encontraba la tumba de Eduardo el Confesor, un rey inglés de quien decidía haber recibido el trono en testamento. Sus sucesores mantuvieron esta tradición, convirtiendo así  a Westminster en la iglesia de coronación de los reyes ingleses.

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La silla de coronación de Eduardo I, bajo el asiento un compartimento especial alberga la piedra de Scone durante la ceremonia.

Bridgeman Images

Otro cambio importante fue la incorporación de la Piedra de Scone en 1296 por Eduardo I el Zanquilargo, un bloque de arenisca sobre el que se sentaban los reyes escoceses en su coronación. Eduardo acababa de conquistar Escocia y se llevó la piedra a Londres, donde ordenó construir un trono especial con un compartimento para la piedra, a fin de que todos sus sucesores fuera coronados a la vez como reyes de Escocia e Inglaterra. Esta misma silla es la que aún se usa actualmente.

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Isabel I con sus ropas de coronación. La soberana empuña un cetro y el orbe, ciñendo una ligera corona de procesión. El manto forrado de armiño se usó para la procesión y banquetes posteriores a la ceremonia y fue bordado con las flores emblemáticas de sus reinos,  entre ellos Inglaterra (rosa) y Francia (flor de lis).

Poco a poco el ritual se fue transformando para reflejar la creciente independencia y osadía de los reyes, que adoptaron atributos imperiales como el palio y la capa púrpura en sus ceremonias, un proceso que culminó con la escisión del Catolicismo, la creación de la Iglesia de Inglaterra y la misa en inglés a partir del siglo XVI.

Un rito centenario

La ceremonia como la conocemos hoy  quedó establecida en 1377 en el Liber Regalis, un manuscrito bellamente iluminado en el que se detallaba el proceso de coronación de Ricardo II, una liturgia que salvo algunos cambios es idéntica a la actual.

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Coronación de Ricardo II en una iluminación del Liber Regalis, 1308, Abadía de Westminster.

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El rito empezaba con la entrada del rey y la reina bajo palio en la iglesia de Westminster, tras lo que ambos se sentaban en una estrado levantado en el crucero de la abadía. En un acto de humildad hoy desaparecido el rey se desvestía de sus fastuosas ropas de corte y se prosternaba en el altar, donde recibía la bendición del arzobispo como paso previo a su consagración. Entonces el futuro monarca juraba ante Dios respetar las leyes de Inglaterra, impartir justicia de manera imparcial y defender la fe de sus enemigos, tras lo que empezaba la misa y el soberano se sentaba en la silla de Eduardo. 

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Coronación de Jorge IV. Sobre el trono de Eduardo l el monarca recibe la corona del arzobispo de Canterbury, tras él se ve el estrado donde había jurado respetar las leyes y en el que recibiría el juramento de nobles y prelados.

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La unción con aceite sagrado era el momento más profundo de la ceremonia, bajo un palio sostenido por cuatro caballeros de la Jarretera el soberano era ungido por el arzobispo de Canterbury en el pecho, las manos, la espalda y la cabeza mientras el coro entonaba el himno Zadok the Priest, introducido en el año 973 y hoy cantado en una versión de Händel de 1727.

Regalias  Corona de San Eduardo (Royal Collection)

Regalias Corona de San Eduardo (Royal Collection)

La corona de san Eduardo fue fabricada en 1661 para reemplazar la original, cuyo diseño era más sencillo sin los cuatro brazos y el orbe de la parte superior.

Royal Collection

Convertido ya en el vicario de Cristo en la tierra el rey era vestido con una túnica de oro, sandalias con espuela, y recibía los atributos de realeza; a saber: la espada de estado signo de su función de juez y guerrero de la fe, los cetros con cruz y paloma símbolo de su pacto con Dios y el orbe que significaba su poder sobre el reino. Finalmente el arzobispo le ponía en la cabeza la corona de san Eduardo, una reliquia de los tiempos del Confesor que tuvo que sustituirse por un diseño más moderno en 1661 cuando Oliver Cromwell destruyó las joyas de la corona tras acabar temporalmente con la monarquía en la guerra civil.

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Las joyas de la corona. En el centro la Espada de Estado flanqueada por los orbes, sobre ella las coronas de san Eduardo y la Imperial. Los dos cetros con paloma y cruz aparecen cruzados sobre la espada, a su izquierda las espuelas, y a su derecha la ampolleta con forma de águila que contiene el aceite sagrado y la cuchara de unción. La corona inferior es la de la reina consorte.

Cordon Press

Seguía el homenaje de los lores temporales y terrenales de Inglaterra, donde en un eco de las aclamaciones sajonas el rey recibía el juramento de lealtad de nobles y obispos, y se coronaba a la reina consorte. Tras ello se cambiaba de ropajes e iniciaba la procesión hasta Westminster Hall (hoy Buckingham), poniéndose entonces el manto púrpura forrado de armiño y una corona más ligera que la de coronación (hoy la Imperial de Estado).

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Isabel II en la sesión de fotos posterior a su coronación. La madre de Carlos III porta la corona imperial, el cetro con cruz y el orbe. 

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En una evolución del paganismo al cristianismo los reyes ingleses se convirtieron en elegidos de Dios para justificar su poder absoluto sobre el reino. Un proceso de sacralización donde fueron añadiendo elementos sacados de reyes judíos y emperadores romanos hasta convertirse en la suprema autoridad del estado, un cargo que si bien hoy más bien simbólico no ha perdido ni un ápice de su espiritualidad y magnificencia.