Redactada concisamente como un manual para las clases, la Enciclopedia de las Ciencias
Filosóficas es la única exposición completa del sistema de la filosofía hegeliana, que tiene
una viva y enorme vigencia contemporánea. Ningún intento de comprender a Hegel puede
prescindir de esta obra, ya que, según su autor, su «Sistema de la Ciencia» o la verdad
reside en la exposición completa del mismo y no en tesis aisladas.
Comprende en orden metódico las ciencias filosóficas fundamentales; dentro de tres
grandes apartados (Lógica, Filosofía de la naturaleza y Filosofía del Espíritu) figuran todas
las disciplinas hasta entonces reconocidas. Partiendo de la Lógica, pasa a la Naturaleza,
diversificada en Mecánica, Física y Orgánica. Examina el Espíritu subjetivo (Antropología,
Fenomenología del Espíritu y Psicología), el Espíritu objetivo (Derecho, Moralidad y
Eticidad) y el Espíritu Absoluto (Arte, Religión y Filosofía)
De los tres apartados, el primero y tercero fueron desarrollados más ampliamente en sus
otros tres libros, quedando el segundo (Filosofía de la naturaleza) tal como se muestra en
esta obra.
Georg Wilhelm Friedrich Hegel
Enciclopedia de las Ciencias Filosóficas
ePub r1.0
T it ivillus 16.07.15
Título original: Enzyklopäedie der philosophischen Wissenschaften im Grundrisse
Georg Wilhelm Friedrich Hegel, 1817
Traducción: Ramón Valls Plana
Edición, introducción y notas de Ramón Valls Plana
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
N OTA DEL EDITOR DIGITAL
Parágrafos: A diferencia de sus dos libros anteriores la Enciclopedia está organizada en parágrafos
numerados correlativamente, al margen de otras divisiones en secciones o subsecciones. Las
Observaciones de Hegel que hay tras cada parágrafo están, como en el original, en un tamaño de letra
más pequeño.
Notas: Existen bastantes referencias del traductor a sus notas en el texto y se ha respetado la
numeración original que comienza desde 1 a partir de los prólogos. Hay que tener en cuenta que hay
en el texto notas de Hegel (marcadas con asterisco [*]) y tambien notas previas en la «Presentación
del traductor» con numeración independiente de la anterior.
Texto de tamaño fijo: Utilizado en tablas y versos para evitar que al aumentar el tamaño de letra del
lector el texto salte de página, se corte o se salga de pantalla.
PRESENTACIÓN DEL TRADUCTOR
LA ENCICLOPEDIA EN LA VIDA Y OBRA DE HEGEL
La Enciclopedia de las ciencias filosóficas en compendio, Heidelberg, 1817 (2.ª edición, Berlín
1827; 3.ª edición, ibíd. 1830; en adelante ENC), es una de las cuatro grandes obras que Hegel publicó
en vida, escritas y corregidas de su propia mano. Las otras tres, con su título completo, son:
Fenomenología del Espíritu (en adelante FEN). Jena, 1807.
Ciencia de la Lógica (en adelante LOG). Núremberg, 1812-16.
Líneas básicas de la Filosofía del Derecho (en adelante FDD). Berlín, 1821 (aunque estaba en las
librerías a fines de 1820).
Cada una de estas obras se asocia a una etapa de la evolución de su autor y es comúnmente vista
como culminación y expresión de una fase en el desarrollo del pensamiento hegeliano.
Según este modo de ver vulgarizado, la FEN sería el fruto del tiempo de maduración que
significó para Hegel su paso como docente novel por la Universidad de Jena (1801-1807); con esta
obra, Hegel habría ya alcanzado lo que fue, hasta su muerte, el principio sintético y generador de su
filosofía (la sustancia-sujeto, el concepto de espíritu)[1], mientras las obras posteriores serían un
simple despliegue de ese principio. En cualquier caso, como escrito filosófico, la FEN describe las
distintas configuraciones o modos de ver y hacer por los que sucesivamente pasa la conciencia
humana, individual y colectiva, hasta alcanzar aquel saber (absoluto, dice el texto de la FEN;
filosófico-epistémico, interpretamos nosotros) que merece la calificación de verdadero. La
descripción del transcurso de las figuras de conciencia se trenza allí con una interpretación
estrictamente filosófica de esa historia de la conciencia, interpretación filosófica que descubre y
destaca un hilo de necesidad en el despliegue histórico de la conciencia humana. La conciencia se ve
llevada de una figura a otra superior en virtud de la experiencia transformadora que sufre cuando
intenta ajustarse a la norma que la constituye en cada uno de sus pasos. El conjunto de las figuras
resulta ser así, últimamente interpretado, una secuencia necesaria de fenómenos o manifestaciones
del espíritu. A la FEN bajo esta perspectiva se le concede por lo general un valor meramente
introductorio al sistema, aunque no ha faltado quien ha visto ya en ella una cierta exposición de la
totalidad del sistema hegeliano [2].
La LOG, por su parte, sería el tratado especulativo o metafísico por excelencia en el que Hegel
habría conseguido la deducción, anteriormente fracasada en Kant y Fichte, de los conceptos puros (o
no empíricos) producidos por la razón; estos conceptos (Begriffe), correspondientes a lo que Kant
había llamado conceptos de la razón pura, son interpretados por Hegel en su LOG como algo no
meramente mental ni meramente subjetivo, sino ontológico. Son categorías en el sentido más clásico
de la palabra, mientras que para los conceptos en sentido corriente o vulgar (conceptos del
entendimiento en Kant), Hegel reserva el nombre de representaciones (Vorstellungen). Entiende él que
el concepto, como inteligibilidad pura, es estructura esencial, dinámica y permanente de las cosas
mismas. La LOG sería entonces, según este modo simple de esquematizar, la obra representativa de la
estancia de Hegel en Nuremberg (1808-16) y la más filosóficamente pura, si se puede hablar así, de
todas las que escribió.
En aquella etapa de su vida, Hegel se había visto temporalmente apartado de la docencia
universitaria como consecuencia de la dispersión de la Universidad de Jena que siguió a la batalla
librada por Napoleón cerca de la ciudad en 1806. Hegel se había trasladado entonces a Bamberg,
donde por un breve tiempo dirigió un periódico local y, a continuación, se instaló (y casó) en
Nuremberg. Fue allí donde, además de ejercer como profesor y director del Instituto de Bachillerato,
escribió la LOG. Esta obra alcanzó mayor notoriedad que la FEN y le valió como mérito para ser
llamado, ahora ya como profesor ordinario o catedrático, a la Universidad de Heidelberg.
Una vez incorporado a esta Universidad, Hegel se encontró ante la necesidad de dotar a sus
alumnos de un manual que les sirviera de hilo conductor de las clases. Escribió entonces rápidamente
y publicó la primera edición de la Enciclopedia de las ciencias filosóficas en compendio. Esta obra
puede verse, por tanto, como el primer fruto del regreso definitivo de Hegel a la enseñanza
universitaria. El libro es una exposición global y a la vez abreviada de todo el sistema filosófico; un
compendio o manual escolar en el que están muy presentes sus preocupaciones didácticas[3]. La
estancia de Hegel en Heidelberg duró dos años escasos (1817-18), porque en seguida aceptó
trasladarse a la Universidad de Berlín, donde pronto había de alcanzarla cumbre de su fama (181831). En esta última ciudad, capital entonces de la Prusia postnapoleónica, publica su Filosofía del
derecho, obra que significa la intervención del filósofo en el debate constitucional entre liberales y
restauracionistas que tenía lugar entonces en Berlín. En la FDD, Hegel expone, en efecto, su
pensamiento ético, social y político.
Dicho muy brevemente: Dejando aparte la obra fragmentaria que él no publicó, perteneciente a
las etapas más juveniles de su vida[4], y prescindiendo también de otros escritos de menor alcance
relativo [5], tenemos del propio Hegel una introducción al sistema (FEN), el núcleo más duro de éste
(LOG), el sistema logrado (ENC) y la aplicación política (FDD). Esta última, según los tópicos más
divulgados, vendría a revelar precisamente el carácter conservador en última instancia, e incluso
reaccionario, de la gran construcción teórica que conocemos como filosofía hegeliana, la cual
frecuentemente se identifica como «la última gran síntesis de Occidente». Un pensamiento vigoroso,
inteligente y penetrante como pocos, desde luego, pero que se juzga a la vez como artificioso y
alambicado. Es más, se ve condenado al fracaso por causa precisamente de su desmedida pretensión
de darlo todo por racional y de haber pretendido desvelar esa racionalidad objetiva de todo el
universo con su propia razón humana.
Esta visión simple, que responde al tópico escolar de vida y obra del filósofo, no es del todo
falsa. Sin embargo, como suele suceder con esta clase de síntesis, es poco exacta. Ciñéndome a la
ENC, trataré de mostrar que este libro, más que emblemático de la época de Heidelberg, ha de
considerarse como representativo de la estancia de Hegel en Berlín tanto o más que la FDD, y
mostraré también que la ENC, siendo desde luego la única exposición completa del sistema hegeliano
que su autor publicó por escrito, no es de ninguna manera el sistema acabado y completo que muchos
quisieron y quieren ver en ella; es un simple manual abreviado que estuvo siempre en proceso de
corrección. En un cierto sentido, puede decirse que la ENC no salió nunca del telar [6], a pesar de
haberse formulado e impreso por tres veces consecutivas.
***
La historia circunstanciada de la ENC, desde la concepción del proyecto hasta la publicación en
Berlín de la tercera edición, un año antes de la muerte de su autor, la tenemos hoy disponible en los
dos informes editoriales escritos por W. Bonsiepen y H.-C. Lucas para los volúmenes 19 y 20 de la
edición de la Academia[7]. Si pues los planes de publicación de una «Enciclopedia» filosófica hay que
remontarlos hasta la época de Jena (1801-1807), como se dice en el primero de estos informes, es útil
tomar como punto de partida del proyecto la siempre citada carta de Hegel a Schelling, fechada aún
en Frankfurt el 2 de noviembre de 1800[8]. Dice allí Hegel:
«Mi formación científica comenzó por necesidades humanas de carácter secundario; tuve por
tanto que ir siendo empujado hacia la ciencia, y el ideal juvenil tuvo que tomar la forma de la
reflexión, convirtiéndose en sistema. Ahora, mientras aún me ocupo de ello, me pregunto cómo
encontrar la vuelta para intervenir en la vida de los humanos».
El amigo Schelling le abrió inmediatamente este camino de vuelta a «la vida de los humanos»,
facilitándole la incorporación a la Universidad de Jena, donde debió aún ocuparse de perfeccionar su
sistema filosófico. A comienzos de 1801 residía ya en esta ciudad.
1. Antes de Jena. El concepto de espíritu. En la carta citada, Hegel da por sentado que ciencia
(filosófica) y sistema son inseparables. La alusión al «sistema» puede referirse con gran probabilidad
al Fragmento de sistema de septiembre de 1800[9]. En el corto fragmento de este escrito que se ha
conservado, Hegel trata de determinar cómo se produce la elevación del ser humano al vértice
supremo en el que han de superarse las contraposiciones (Entgegensetzungen) que nos desgarran.
Pone primero de relieve la impotencia de la «filosofía de la reflexión», es decir, de la filosofía de la
Ilustración y principalmente de la kantiana, para alcanzar la cumbre, porque esa filosofía se vuelve
sobre el pensamiento, se ensimisma en él y pierde su contenido real, reduciéndose así a pensamiento
formal y vacío. Inmediatamente afirma Hegel que lo supremo es el espíritu, y a éste lo caracteriza así:
«se puede llamar ‘espíritu’ a la vida infinita en oposición a la multiplicidad abstracta [o separada
de la unidad], puesto que espíritu es la concordia viviente de lo múltiple en oposición a lo
múltiple en tanto configuración [de unidades aisladas] (que constituye la multiplicidad implicada
en el concepto de vida)»[10].
Este concepto de espíritu será ya para siempre el distintivo preferido por Hegel para su
filosofía[11]. En él se condensan los conceptos de vida y amor en los que Hegel se había centrado
anteriormente buscando el vértice de unificación de los desgarros epocales, y es en este mismo
Fragmento de sistema donde su autor atribuye carácter religioso a la elevación a ese concepto
supremo que ahora se designa ya con el término ‘espíritu’. Es en el culto, se dice allí, donde el
espíritu se hace real como vínculo de la comunidad, en clara alusión a la doctrina cristiana del
Espíritu Santo como alma de la iglesia[12].
Hasta aquí, estas tesis formuladas todavía en Frankfurt, anticipan las que luego podrán leerse en la
FEN mucho más desarrolladas[13]. Pero en el mismo Fragmento aparece también la llamativa
afirmación, difícilmente conciliable con la FEN y con toda la obra posterior de Hegel, de que la
filosofía tiene que cesar con la religión[14]. Parece, por tanto, que en este escrito, aunque sea por un
momento, la religión no ocupa el escalón inmediatamente inferior a la filosofía, sino que llega a
suplantar a ésta en el lugar supremo del saber. Sin embargo, la interpretación más probable de tal
afirmación no es que Hegel, al fin de su estancia en Frankfurt, propugnara el abandono de la filosofía
en beneficio de la religión, sino que, afirmando la procedencia religiosa de lo que en cualquier caso
ha de prevalecer como concepto supremo, niega a la filosofía de la reflexión, es decir, al
racionalismo de la Ilustración y a su lenguaje abstracto, separador y fragmentador, la capacidad de
comprender este concepto con el que se designa una comunidad viva de individuos vivos. Pone así
implícitamente la necesidad de avanzar hacia un lenguaje teorético globalizador, especulativo y
conceptual, propio de la razón. Este nuevo lenguaje no parcelador habrá de ser apto para comprender
el espíritu. Sólo se logrará mediante la autodestrucción dialéctica de la forma de la representación;
una destrucción que afectará también, por supuesto, a las representaciones religiosas, ya que la forma
de éstas es inadecuada al elevado contenido que con ellas se quiere expresar. Hegel juzgará haber
alcanzado esta meta pocos años después con su teoría de la proposición especulativa[15]. Y aún en la
última redacción de la ENC podrá verse, en el pasaje que introduce el espíritu absoluto como rúbrica
que abarca arte, religión y filosofía, cómo toda esta esfera suprema puede designarse como religión
(§ 554).
2. En Jena. Las tesis de habilitación y los proyectos de escribir una exposición compendiada
del sistema. La Fenomenología. A su llegada a Jena, por tanto, Hegel se encuentra en posesión de
un esbozo de su sistema, el cual descansa ya, como acabamos de ver, sobre el concepto de espíritu.
Para incorporarse a la Universidad debe entonces habilitarse como profesor. Presenta, por tanto, el
escrito de habilitación (1801), dedicado a las órbitas de los planetas en dependencia excesiva de la
filosofía de la naturaleza de su amigo Schelling [16], y presenta también entonces un elenco de doce
tesis en latín que tienen interés como lejano embrión de la ENC[17]. Las tesis recorren muy
sucintamente todas las partes de la filosofía, desde la lógica hasta la ética, y constituyen así, en su
conjunto, una cierta abreviatura de la totalidad sistemática. Con formulaciones enérgicamente
paradójicas y desde la tesis primera[18] de este elenco, Hegel polemiza con la tradición racionalista y
con el formalismo en el que aquélla había venido a caer. Dispara ahora directamente contra Kant
valiéndose, podríamos decir, de balas kantianas. La «materia del postulado de la razón» que aparece
en la tesis 8 no puede ser otra cosa, en lenguaje hegeliano, que el contenido absoluto [19] y, como sea
que el kantismo abriga ese contenido en su seno, la filosofía crítica como filosofía de los límites
insalvables contiene el germen de su autodestrucción, mal que le pese. Ha sido, pues, el mismo Kant
quien ha puesto la bomba de relojería en el kantismo. Y Hegel, dando entonces un paso más, se atreve
a afirmar que el kantismo es (¡horror!) spinozismo larvado; afirmación muy dura en aquel momento
en el que Kant todavía vivía y cuando los ecos de la polémica envenenada en torno a Spinoza no se
habían extinguido. Pero es más: Como esta tesis 8 implícitamente enseña, Hegel había aprendido de
Spinoza a colocarse en el punto de vista absoluto. Como dirá años más tarde:
«ser spinozista es el punto de partida esencial de toda filosofía». Y allí mismo, a renglón seguido:
«Cuando se comienza a filosofar, el alma tiene que empezar bañándose en este éter de la sustancia
única»[20].
Del tesario de Jena subrayemos también la tesis 6, porque en ella Hegel sostiene ya que la
filosofía se ocupa solamente de ideas (cfr. ENC § 18 y FDD § 1)[21]. Y la idea, por su parte, se define
aún allí como síntesis de finito e infinito, con una fórmula demasiado dependiente tal vez del lenguaje
kantiano y fichteano, un modo de hablar que se abandonará más tarde como inadecuado para
expresar el fondo lógico-conceptual del espíritu como totalidad concreta y viva de individuos vivos.
En cualquier caso, puede ya sostenerse desde estas tesis que la idea, en tanto complejidad o síntesis,
incluye contradicción, y que la verdad de cada cosa particular reside en su inserción en el todo. Las
fórmulas tan conocidas de la FEN, «lo verdadero es el todo» y «la sustancia es también sujeto», están
ya ciertamente prefiguradas en estas tesis primerizas[22].
De momento, sin embargo, a su llegada ajena, Hegel no parece disponer de ningún desarrollo
satisfactorio de ese núcleo de su filosofía. Por una parte, según los anuncios de sus primeras clases
hasta el verano de 1805, el profesor novel se propone explicar el conjunto del sistema. El objeto de
esas primeras lecciones se describe allí, en efecto, como universa philosophia, philosophiae
speculativae systema, philosophiae systema universum o tota philosophiae scientia. Un sistema, por
cierto, que ya desde entonces se nos presenta articulado con arreglo a las tres partes que
encontraremos luego en la ENO. 1) Lógica (y metafísica)[23], 2) Filosofía de la naturaleza y 3)
Filosofía del espíritu. Por otra parte, aparecen también en aquellos anuncios palabras tales como
delineatio (que puede corresponder al alemán Grundriß), compendium y Encyclopedia; términos que,
referidos a la totalidad sistemática, sólo pueden aludir a una exposición completa y abreviada a la
vez[24]. Parece, por tanto, que desde 1803 a 1805, Hegel se propone ofrecer en clase una visión a
grandes rasgos del conjunto de su filosofía, al mismo tiempo que anuncia la inminente publicación
de un compendio con el mismo contenido que el curso oral. El compendio se anuncia primero para el
verano de 1803 y después para 1805. Pero en Jena, un compendio tal no llegó a publicarse, aunque
según los autores de los informes editoriales de ENC B y ENC C, la realización posterior de aquel
proyecto será precisamente la Enciclopedia de las ciencias filosóficas en compendio del año 1817
(ENC A). Desde el primer momento, por tanto, y tal como se dice al comienzo del prólogo a su
primera edición, dos características en algún sentido opuestas definirán esta obra: completud y
brevedad.
Mientras tanto, Hegel redacta distintos proyectos de sistema que quedarán en buena parte
incompletos y que él, desde luego, no publicó [25]. En ellos aparecen muchos de los conceptos y
desarrollos que se podrán ver más tarde en la LOG y en la ENC, pero el orden de colocación de tales
elementos y el hilo de la argumentación que los enhebra difieren aún considerablemente del orden
que adoptarán luego en las dos obras que Hegel entregará a la imprenta bastantes años después. Tal
vez en función de esos borradores de sistema, y en función también del cambio que introdujo Hegel
en sus lecciones, las cuales se dedicaron desde el invierno de 1805-06 a una sola parte del sistema y
no más al sistema entero, Hegel se encontró entonces con que el material disponible le había crecido
tanto por los papeles, que ya no podía verterlo en un compendio. La totalidad no le cabía en un solo
libro y, al anunciar las lecciones del invierno de 1805-06, cambia significativamente su propósito.
Quiere ahora, en efecto, publicar un volumen que deberá comprender no ya todo el sistema, sino
solamente su primera parte. Ésta consistirá en una lógica y metafísica a la que precederá una
phaenomenologia mentís[26]. Surge así la primera noticia sobre lo que será muy pronto la FEN.
Sin embargo, esta phaenomenologia praemissa (eso es, antepuesta) cobra también un mayor
volumen cuando de hecho se redacta. Lo que primeramente se había concebido como un mero
preliminar, se convierte a su vez en un libro independiente, hasta el punto de que en el momento de
ser publicada, la FEN suplanta a la lógica y metafísica en la denominación de «primera parte del
sistema». Esta obra, sin embargo, pierde pronto este lugar, cuando Hegel se proponga revisarla para
una segunda edición, lo hará constar expresamente[27]. Resulta así, por tanto, que desde finales de
1805 en Jena, y desde luego más tarde en Nuremberg mientras escribe la LOG, el proyecto de
publicar una visión compendiada del sistema ha cedido el paso a la redacción y publicación del
sistema in extenso. Éste, sin embargo, como veremos más adelante, tampoco llegará a completarse, y
Hegel no irá más allá de la LOG[28] como primera parte de él.
3. Nuremberg. Lógica y Protoenciclopedia. El trabajo de escribir la Ciencia de la Lógica,
ahora ya como primera parte del sistema y como tratado filosófico con todos los requisitos
arguméntales exigibles, es sin duda el esfuerzo de mayor enjundia que Hegel lleva a cabo en
Nuremberg (1808-1816), después del corto tiempo pasado en Bamberg como redactor de un
periódico local (1807-1808).
La LOG se dividió en tres libros que fueron publicados por separado (Ser, 1812; Esencia, 1813;
Concepto, 1816) y constituye la parte más pura y dura del sistema. Su prefacio, fechado en 1812, es
triunfante. Rezuma la satisfacción de Hegel por haber conseguido expresar, después de un largo
trabajo, «los pensamientos puros, o sea, el espíritu que piensa su propia esencia», y ello no mediante
un método extrínseco a la materia tratada, sino con arreglo al «automovimiento» de estos mismos
pensamientos, movimiento que es la «vida espiritual» que los anima intrínsecamente, de modo que la
deducción de las categorías intentada por Kant (y no conseguida, según Hegel) se convierte ahora en
auténtica generación. Esta vida propia de los pensamientos es precisamente el medio por el que «se
constituye la ciencia y de lo cual es ella exposición»[29].
Hegel, mientras tanto, había obtenido un puesto de enseñante de filosofía en el Instituto de
Bachillerato del que también fue director, y el trabajo docente que allí lleva a cabo es lo que hace
reaparecer en Nuremberg aquel proyecto de compendio o «Enciclopedia» que en Jena se había visto
desplazado. Tanto el nombre de «Enciclopedia» como el carácter sintético de la exposición se lo
brinda ahora a Hegel la normativa legal vigente en aquella época en los Institutos de Bachillerato de
Baviera[30], con la circunstancia empero de que la exposición enciclopédica debía hacerse, como
estaba mandado, a los estudiantes de Bachillerato en el último curso, después de haberles enseñado
ya, con mayor detalle, las materias que componen la filosofía entera. El curso enciclopédico cumplía,
pues, en el Bachillerato una función recapituladora[31]. Hegel trabaja en ello y, con el texto que
prepara para los bachilleres, viene a disponer de una versión muy compendiada del sistema[32]. De
ella se valdrá para escribir con toda rapidez la Enciclopedia de 1817, ahora ya manual universitario,
en el momento de incorporarse a la Universidad de Heidelberg [33].
De manera explícita, Nicolin[34] considera la ENC como «fruto del largo trabajo didáctico en
cada una de las disciplinas de la filosofía y de la enseñanza de su interdependencia» en el Instituto de
bachillerato de Nuremberg. Como puede verse en la introducción de esta enciclopedia para
bachilleres[35], Hegel explica allí de manera bien sencilla qué es lo que ha de entenderse por
«enciclopedia» y qué por «ciencia». A este respecto es de interés el modo cómo se relaciona en este
texto, la experiencia o empiría con el concepto racional, modo bien lejano por cierto del apriorismo
que se suele atribuir a Hegel. Sí, pero que, con toda energía, Hegel exige para el conocimiento
racional el nexo de necesidad o enlace deductivo y determinante desde la universalidad a las
particularidades, vínculo que venga a superar los enlaces meramente fácticos de la empiría y su mera
subsunción en el concepto representativo. La comparación de esta introducción con la que luego
figurará en la ENC permite ver aquella primera como esbozo de las redacciones posteriores. Y desde
Nuremberg, la introducción, en todas las versiones de la ENC hegeliana, contendrá siempre unas
indicaciones sencillas, aunque no superficiales, sobre lo que es propiamente «ciencia filosófica»,
noción que Hegel obtiene comparando la forma propia de la filosofía (el concepto) con otras formas
de conocimiento más o menos afines (siempre, a lo sumo, representativas). El § 12 de Nuremberg,
perteneciente ya a la introducción específica a la lógica, prefigura muy de cerca el conjunto formado
por los §§ 79-82 de la ENC. En él se ve cómo Hegel incluye ya el «momento» dialéctico o negativo
como constitutivo de todos los planos del conocimiento a partir del peldaño inferior en el que sitúa la
representación. Es la negatividad interior a ésta lo que la impulsa, desde ella misma y por sí misma, a
su propia superación. La negatividad inmanente destruye primero los límites formales de la
representación y conduce luego el contenido, vehiculado hasta entonces por la forma de la
representación, hasta lo positivo de la especulación o contemplación teorética pura. En los §§ 13 y 14
de esta primerísima Enciclopedia de Nuremberg (o Ur-Enzyklopadie) debe verse la polémica
permanente de Hegel contra el formalismo del racionalismo ilustrado el cual, según él, contamina
desde luego a Kant y alcanza incluso a Fichte. A la superación de ese formalismo se orienta muy
fundamentalmente toda la LOG de Nuremberg con el fin de dejar bien sentado de una vez por todas
(?) que el concepto puro es esencia intrínseca de las cosas reales en sí mismas.
4. Heidelberg. Enciclopedia 1.ª edición. La enseñanza a los bachilleres no satisfacía a Hegel, y
la LOG vino a facilitarle la salida en tanto le proporcionó una fama que no le había conseguido la
FEN. Como fruto de la LOG, le llega la invitación para trasladarse a la Universidad de Heidelberg.
Hegel la acoge gustoso y, según nos informan Bonsiepen y Lucas[36]:
«imparte ya lecciones sobre la ‘Enciclopedia de las ciencias filosóficas’ durante su primer
semestre de docencia, es decir, en el semestre de invierno 1816/17. En el siguiente semestre
(verano de 1817), los alumnos pudieron ya disponer de la primera edición de la Enciclopedia de
las ciencias filosóficas.»
Se había cumplido, por tanto, el viejo proyecto de Jena, temporalmente desplazado por la
redacción y publicación de la LOG. Franz Rosenkranz, primer biógrafo de Hegel, escribe:
«Esta primera edición de la ENC contiene aún por entero el aliento creador de la primera
producción. Las ediciones posteriores se hicieron más completas en el detalle de cada punto y
más especialmente en las notas polémicas y defensivas; sin embargo, para tener el sistema de
Hegel en su totalidad concentrada tal como surgió con toda la fuerza de la primera aparición
habrá que volver siempre a esta primera edición y por ello se deberá también imprimir de
nuevo»[37].
En efecto, hay que conceder a Rosenkranz el acierto de su apreciación. El «aliento creador» o, si
se quiere, la inspiración, reside desde luego en la ENC de 1817. El mismo biógrafo, cuando escribe
acerca de la edición de 1827, registra «una cierta discrepancia entre la primera y la segunda
concepción»[38] que, sin entrar ahora a discutir su alcance, sí puede decirse que, en el plano más
inmediato, se percibe en seguida como pérdida de aquella inspiración original. Los textos de 1827 y
1830 estarán más trabajados, ganarán seguramente en precisión técnica, pero al mismo tiempo se
volverán más farragosos. Sin embargo, a pesar del elogio y deseos de Rosenkranz, la primera
edición de la ENC se perdió de vista durante un largo tiempo y no fue reproducida hasta el año 1927
en la llamada «edición del jubileo» a cargo de Hermann Glockner. Hoy se dispone de ella reimpresa
y, quizá a causa de esa mayor frescura del texto, ha sido recientemente traducida al italiano y al
francés[39]. En la presente edición de la versión última de 1830 incluimos, como suele hacerse, el
prólogo de 1817.
En cualquier caso, prescindiendo de comparaciones entre sus tres ediciones, la ENC de
Heidelberg es ya el sistema. En este punto se produce un acuerdo entre los biógrafos de Hegel,
aunque no interpreten igualmente el modo de esta presencia del sistema en la ENC. Rudolf Haym, por
ejemplo, segundo biógrafo fuertemente crítico con su personaje y opuesto, por tanto, a Rosenkranz,
biógrafo hagiográfico, escribe[40]:
«La Enciclopedia, como la FEN y la LOG, es todavía en otro sentido exposición del sistema
entero. Es la única exposición completa real que Hegel ha dado de su filosofía.»
Esta observación es perspicaz en tanto contempla el mismo sistema en tres versiones de forma
aparentemente muy distinta, pero Haym no parece comprender muy bien la necesidad de diferenciar
las tres claves de transcripción del mismo todo. Las claves fenomenológica, lógica y real no son
simple adorno de un mismo contenido. Son formas por las que este contenido idéntico ha de pasar.
Por su parte, Rosenzweig, ya en nuestro siglo, escribe:
«El sistema de la ENC de 1817, el primero publicado, fue ya el definitivo en la medida en que [el
sistema] fue llevado a cabo por aquella primera versión»[41].
Juicio acertado, creemos, en la medida en que Hegel no alteró el modo general dialécticoespeculativo de ordenar la totalidad, pero que deja en suspenso el análisis y valoración de las
diferencias particulares que las ediciones posteriores incorporan.
Todavía, antes de abandonar Heidelberg, Hegel publicó (1817) una recensión del tercer volumen
de las obras completas de Jacobi que había aparecido el año anterior [42]. En esta recensión, Hegel
adopta una actitud favorable hacia este autor, muy distinta de la que había adoptado en 1802 (Glauben
und Wissen)[43] y 1807 (FEN). La valoración, ahora más positiva, de la tesis de Jacobi sobre el
conocimiento inmediato de Dios (véase el último párrafo del prólogo de Hegel a la primera edición
de la ENC) repercutirá muy pronto en las lecciones de Hegel en Berlín y determinará una
modificación muy importante en el «Concepto previo de la lógica» cuando éste se redacte de nuevo
para la edición de 1827 (§§ 19-78).
5. Berlín. La Enciclopedia como cañamazo de las lecciones orales. La estancia de Hegel en
Heidelberg duró apenas dos años. El 28 de octubre de 1818 pronunciaba, ya en Berlín, la famosa
lección inaugural de su profesorado en aquella Universidad fundada por Humboldt pocos años antes.
La Universidad berlinesa era ya institución puntera y modélica para toda Alemania, y su fama
empezaba a extenderse por toda Europa. En este discurso [44], después de una primera parte en la que
Hegel encarece la necesidad de cultivar la filosofía y canta la buena oportunidad que allí se le ofrece
para este fin, pasa inmediatamente a impartir la primera clase de un curso que dedicará entero a la
ENC. Ésta se presenta en aquella lección como exposición global y abreviada del sistema y viene a
asumir así un cierto carácter de obertura de la enorme actividad docente que llenará la última época
de la vida de Hegel. Aunque sobre la ENC en su conjunto, Hegel sólo volverá a dictar clases en el
invierno de 1826-27, justo en el momento de aparecer la segunda edición del libro, la Enciclopedia
de las ciencias filosóficas presidirá de hecho todas las lecciones de Berlín como cañamazo de ellas.
Y, puesto que fue en esta ciudad además donde la ENC conoció sus dos últimas ediciones, esta obra
puede considerarse como libro de Berlín tanto o más que como obra significativa de la época de
Heidelberg. La ENC no perdió nunca, y en Berlín se confirmó, su índole de ordenación global de las
distintas materias filosóficas; unas materias que Hegel explanaba en las clases y que recibían su
verdad y sentido del compendio que las enhebra. Recordemos, sin embargo, que el compendio en uso
en Berlín, durante los primeros años de los catorce que vivió y enseñó allí, fue aún la ENC de
Heidelberg, cosa que complica extraordinariamente la cuestión sobre los añadidos o Zusätze que los
discípulos redactaron a partir de los apuntes de clase y después incluyeron en la edición póstuma.
Hasta 1827, en efecto, Hegel sólo podía referirse en clase a la ENC de Heidelberg, pero los añadidos
se adhirieron abusivamente al texto bien distinto de 1830. Sobre las clases de Hegel en Berlín,
volveremos más adelante. Sigamos ahora la historia del libro.
6. Enciclopedia 2.ª edición. Nuevo papel de Jacobi, repercusión de la filosofìa del derecho y
supresión del triple silogismo final
Como escriben Lucas y Bonsiepen[45]:
«Las primeras señales de un proyecto de reelaboración de la Enciclopedia pueden tomarse de una
carta a Duboc del 30-7-1822 en la que Hegel se muestra insatisfecho con la redacción de 1817:
“He asumido como profesión mía contribuir a la elevación de la filosofía a ciencia, y mis
trabajos hasta este momento, aunque sean en parte imperfectos y en parte incompletos, sólo han
tenido este fin. Una visión de conjunto he procurado ofrecerla en mi Enciclopedia, la cual sin
embargo necesita mucho de una reelaboración”.»
Resumamos ahora de este mismo informe editorial: en otoño de 1825 la primera edición estaba
agotada y, durante el invierno inmediato, Hegel está ya trabajando en la preparación de la segunda.
Como siempre, el trabajo se le alarga más de lo previsto, pero en mayo de 1827 tiene listo el
manuscrito. Baste decir que la extensión del libro resulta casi doblada para empezar a sospechar que,
habiendo sido tan importante el trabajo de corrección, resulta extremadamente difícil valorar el
alcance de las modificaciones introducidas. La magnitud de éstas provoca en Hegel un claro
descontento porque, ahora más que antes, la amplitud concedida a los detalles dificulta aquella mirada
sinóptica sobre la totalidad del sistema que nunca dejó de ser uno de los fines primordiales del libro.
A propósito de la segunda edición escribe Rosenkranz:
«En 1827, Hegel debió preparar una segunda edición, a la que siguió una tercera en 1830. Las
segundas ediciones son igualmente agradables a autores y editores. Se consideran como la mejor
prueba del valor de un libro. Para el gran público, son de hecho la mejor crítica […], pero la
necesidad de modernizarlas da lugar fácilmente a una cierta discrepancia entre la primera y la
segunda concepción…»
Opinión que confirma la necesidad de estudiar con parsimonia las diferencias. Por lo que se
refiere a ellas en concreto, diremos aquí muy sucintamente que se pueden cifrar en tres grandes
grupos: 1) La nueva redacción del «Concepto previo de la Lógica» en el interior de la ENC,
incluyendo en él como tercera actitud del pensamiento ante la objetividad la posición de Jacobi sobre
el conocimiento inmediato de Dios[46]; Hegel aproxima ahora esta doctrina al cartesianismo y la
asume como parcialmente aceptable, siempre que su tesis básica (el inmediatismo en la captación de
lo absoluto) no se cierre al desarrollo de las mediaciones que todo inmediatez esconde. 2) La nueva
redacción, ciertamente extensa, de la filosofía de la naturaleza y de la filosofía del espíritu subjetivo.
3) La supresión al final del libro de los tres silogismos que aparecían en la edición de Heidelberg y la
inclusión (¿en lugar de los silogismos suprimidos?), a modo de colofón, del texto de la Metafísica de
Aristóteles, XII, 7.
El primero de estos cambios le resultó muy laborioso y, como hemos dicho, era muy
probablemente el fruto de la nueva estima que le merecía ahora Jacobi, según consta ya en la
recensión de 1817. Además, antes de la muerte de este autor, ocurrida el año 1819, había tenido lugar
un amigable encuentro de ambos filósofos. No sería extraño, pues, que el nuevo papel asumido por la
tesis jacobiana del conocimiento inmediato de Dios se asociara, como causa o como efecto, a un
cierto tinte general que cobra el nuevo texto y que viene a destacar la conexión entre filosofía y
religión de una manera ciertamente distinta de cómo esta relación había sido tratada en la ENC de
Heidelberg [47]. Esta nueva coloración del texto favoreció indudablemente el sesgo que más adelante
tomó la llamada derecha hegeliana y fue también aprovechada por Haym para interpretar que la ida
de Hegel a Berlín significó la traición de los ideales más laicos de su juventud para dar paso a una
cierta acomodación a los tiempos de la restauración.
El segundo capítulo de grandes cambios, además de determinar en muy buena parte el
crecimiento material del libro, significó que el nuevo texto de la ENC podía considerarse como una
cierta realización del proyecto de continuar después de la LOG la prevista escritura in extenso de las
dos partes restantes del sistema. Así lo dio a entender Hegel, poco antes de morir, en una nota que
añadió a la 2.ª edición de la LOG[48]. Este asunto, sin embargo, no es del todo claro, porque si esta
nota se interpreta demasiado literalmente, se impone entonces decir que en la ENC de 1827 y 1830
refluye el proyecto de escribir el sistema con todo detalle. Pero entonces sería también verdad que la
ENC habría perdido el carácter de compendio, cosa que Hegel está lejos de pensar. Cierto que su
longitud dificulta más, piensa él, la mirada de conjunto, pero sigue siendo «mi Enciclopedia» en
singular, o sea, el mismo libro. También los prólogos de Berlín insisten en el carácter manual del
libro y su título mantiene siempre la expresión im Grundrisse (en compendio). Consideraciones éstas
que no borran la impresión, a pesar de todo, de que la ENC en sus dos versiones berlinesas ha venido
a cobrar un cierto carácter híbrido, a mitad de camino entre compendio y tratado.
La filosofía de la naturaleza y especialmente la filosofía del espíritu subjetivo experimentan
considerables ampliaciones. Por lo que se refiere a la Filosofía del espíritu objetivo (filosofía social
y política), en el § 487 N de las ENC de 1827 y 1830, Hegel se dispensa a sí mismo de ofrecer una
redacción más detallada, «ya que esta parte de la filosofía —dice allí— la he desarrollado en mis
Líneas básicas del derecho (Berlín, 1821); por esta razón —continúa Hegel— puedo aquí expresarme
más brevemente que en las demás partes». Sin embargo, a pesar de este propósito de mayor brevedad,
introduce en los parágrafos siguientes de la ENC un cambio muy visible. Aparece ahora en esta obra
la división tripartita de la eticidad en familia, sociedad civil y estado tal como había sido organizada
esta materia en la FDD. La sociedad civil, como titular principal de los derechos de la particularidad,
cobra también en la ENC, a partir de 1827, el importante puesto que le había ya concedido la FDD en
1821. Este último libro, por tanto, a la zaga de las lecciones orales, había modificado la distribución
de esta materia en la ENC de Heidelberg, y el cambio que ahora se introducía en la ENC B debe verse
como una simple transferencia de la mutación ya cuajada en la FDD. En efecto, mientras la ENC A
estaba aún disponible en las librerías, podía considerarse suficiente como guión general de las clases
sobre materias distintas de la teoría política, pero la versión de la eticidad que ofrecía aquella ENC A
no le resultaba satisfactoria a Hegel desde las primeras lecciones de Berlín, máxime en un ambiente
saturado de debate constitucional. Las clases sobre «derecho natural y ciencia política» ocuparon
siempre un puesto muy relevante en la docencia de Hegel. Desde el momento de su llegada a Berlín,
ya a lo largo del primer semestre, impartió un curso sobre esta materia junto con el curso sobre la
ENC en general. Hoy sabemos además[49] que Hegel había emprendido desde muy pronto la reforma
de esta parte de su sistema. Era lógico que esos cambios pasaran primero desde las clases a la FDD
del año 1820 y después a la ENC de 1827.
Por lo que se refiere a las variaciones observables al final de la ENC hay que decir en primer
término que resultan más difíciles de explicar. En cualquier caso es claro que el § 574, con el que
acaba el texto de 1827, es una nueva redacción del § 474 de 1817 al cual seguían allí todavía tres más
(475-477). En éstos se presentaba la totalidad del sistema en forma de triple silogismo. Ahora bien,
las dos redacciones de este parágrafo (474 primeramente y 574 después), a pesar de sus diferencias,
destacan ya la circularidad del sistema completo en tanto que en ambos se expresa con claridad que la
filosofía, en la cima del espíritu absoluto, regresa a lo lógico. Habiéndose, pues, cerrado el círculo
total, este parágrafo es de suyo el último. Los tres silogismos serían entonces, caso de incluirse, una
explicitación de ese regreso, el cual no sería un punto absolutamente final, sino una cierta
incorporación al proceso eterno de la vida divina.
Sobre el significado de la inclusión del texto de Aristóteles como colofón de la ENC no diremos
nada aquí porque es cuestión muy discutible. Sólo apuntaremos la posibilidad de que con esta cita se
insinúe la identidad de las auténticas filosofías con la filosofía sin más. En este punto final se
contemplaría ahora, en el lugar sistemático que le corresponde, aquella identidad que, de manera muy
escolar, se había anticipado en los §§ 13 y 14 de la introducción.
7. Enciclopedia 3.ª edición. Reinclusión del triple silogismo final. A fines del verano de 1829
la 2.ª edición se había agotado. Era por tanto necesaria una 3.ª. Hegel creyó entonces poder revisar y
corregir el texto rápidamente, porque no abrigaba la intención de introducir grandes cambios. Quería
que estuviera impresa para mayo de 1830, fecha en que debía empezar las lecciones del semestre de
verano, pero este deseo no se cumplió. El libro no estuvo en las librerías hasta octubre del mismo
año. De los cambios introducidos en 1830 destaquemos sobre todo la reinserción de los tres
silogismos finales con una redacción más elaborada de la que habían conocido en Heidelberg.
También nos parece digna de ser destacada, como lo hacen Bonsiepen y Lucas en el informe ya
citado, la modificación de las transiciones o «bisagras» del discurso principal. Son siempre
importantes porque en ellas se decide la necesidad lógica que articula la unidad orgánica del sistema.
Pues bien, Hegel, al preparar la 3.ª edición, realiza una sustitución sistemática de los términos
genéricos «determinar» y «determinidad» por palabras más específicas. Estas correcciones parecen
indicar que el autor de la ENC siente ahora la necesidad de expresar en cada paso de su discurso la
clase específica de determinación a la que se refiere el texto y hacerlo así más concreto.
8. Las Lecciones y los «añadidos» de los discípulos. De la historia que acabamos de exponer
resulta claro el papel de la ENC como sostén y cañamazo de las lecciones. Este papel lo conservó la
ENC a lo largo de toda la época de Berlín a pesar de la publicación de la FDD el año 1820. La FDD
apela continuamente para su comprensión a la LOG, y de ésta los alumnos de Berlín no tenían otra
versión que la presente en la ENC. Pero ahora no podemos demorar más la exposición de un asunto
de relieve, ya insinuado más arriba, en relación con el libro que estamos presentando. En efecto,
habiéndose generalmente atribuido la mayor importancia a las clases de Hegel en Berlín, porque en
ellas se producía la explanación en vivo de lo que la ENC (y la FDD) condensaban excesivamente,
decidieron los discípulos, después de la muerte del maestro en 1831, la publicación de las Lecciones
hegelianas y, además, la colocación, dentro de la nueva edición de la ENC y la FDD que ellos
prepararon, de una serie de añadidos o apéndices (Zusätze) que debían transmitir a la posteridad la
completud del sistema en todo su esplendor.
Resultó así que en la edición de las obras de Hegel que apareció inmediatamente después de su
muerte, conocida precisamente como «edición de los discípulos», se encuentran cuatro obras de
Hegel que éste nunca escribió. Son las conocidas como
Lecciones sobre filosofía de la historia universal (en adelante HIS).
Lecciones sobre estética.
Lecciones sobre filosofía de la religión (en adelante REL).
Lecciones sobre historia de la filosofía (en adelante FIL).
Se trata, en los cuatro casos, de textos propiamente creados por los editores mediante la
refundición de apuntes de clase de distintos alumnos y años, absorbiendo además dentro del texto
resultante algunas de las minutas que el propio Hegel había usado para dar sus lecciones. Como sea
que los documentos que sirvieron de base para tales refundiciones se han perdido en buena parte,
resulta hoy por hoy imposible diferenciar con precisión en las Lecciones y en los «añadidos», tal
como fueron de hecho publicados, lo que es verdaderamente atribuible a Hegel y lo que aportaron
otras manos y mentes. Hay cosas que pueden deberse, claro es, a la defectuosa audición o mala
transcripción del alumno, pero hay otras que pueden ser fruto de una interpretación personal de los
editores. Hay noticias de que en algunos casos se impuso al redactor un criterio que no era el suyo.
Pero esto no es todavía lo más grave. El vicio principal de las Lecciones y los «añadidos» tal como
las editaron los discípulos, reside en la unificación artificiosa e interpretativa de documentos
pertenecientes a cursos pronunciados en diferentes tiempos. Hoy sabemos que Hegel no se repetía.
Cada vez que impartía una parte de su filosofía reelaboraba la materia en función de nuevas lecturas y
acontecimientos, de modo que él nunca dio su sistema por definitivamente escrito, pero los
discípulos llevaron a cabo un trabajo compilador que creaba una totalidad compacta y atemporal,
enteramente acabada y definitiva. Lo sabemos hoy, porque actualmente está en curso de publicación la
documentación disponible sobre aquella actividad docente de Hegel en Berlín[50]. De esa
documentación resulta inmediatamente claro que el pensamiento de Hegel jamás fue esa construcción
acabada, sino que siempre fue sencillamente una obra en proceso. Una obra que reclama un mayor
estudio, especialmente de los documentos de su última época, si es que se quiere seguir hablando de
Hegel, aunque sea mal. Y por lo que se refiere más directamente a la ENC, hay que decir con toda
claridad que los «añadidos» constituyen un abuso de los discípulos mayor que el cometido con las
Lecciones. Quisieron enriquecer el texto más que completarlo [51]. Se construyó así lo que se llamó a
veces Gran enciclopedia, la cual debe ser considerada obra semiapócrifa.
Con esta operación, los discípulos buscaban convertir un manual en un tratado. Querían que la
ENC fuese el sistema acabado y el baluarte de la escuela que ellos mismos pretendían formar.
Limaron expresiones de los manuscritos que podían ser vistas como demasiado radicales, tanto en lo
religioso como en lo político, etc. Pero, en definitiva, lo que hoy nos queda de todo ese barullo es
que el libro escrito de verdad por Hegel no quiso ser jamás otra cosa que una exposición
compendiada y a grandes rasgos del sistema: un plano o boceto (Grundriß) que se rehacía
continuamente, más que una construcción hecha y derecha. Así lo prueba el hecho de que Hegel
siempre hablara de mi ENC en singular, como ya hemos visto más arriba, descartando con esta
expresión que se tratara de tres (o dos) libros distintos. Y se impone igualmente la conclusión de que
este único libro estuvo siempre sometido a un proceso de revisión que sólo la muerte interrumpió.
Hegel corregía el libro no sólo cuando preparaba una nueva edición, sino semestre a semestre y día a
día, al hilo de sus clases. Para facilitarse esta tarea, pedía al editor que le suministrara varios
ejemplares impresos en «papel de escribir», para seguir enmendando el libro, y con él a sí mismo.
De ahí se desprende, por tanto, que un estudio cabal de la filosofía hegeliana no se puede dispensar, a
la larga, de la comparación de las tres ediciones. Si hoy presentamos la tercera (sin los añadidos,
claro)[52] al público de lengua castellana, ello se debe no sólo a que se trata de la última redacción del
libro, sino porque fue ésta la versión que se publicó y conoció a lo largo de los siglos XIX y XX hasta
nuestros días[53] y es, por consiguiente, el texto que más influyó, positiva o negativamente, en la
historia del pensamiento posterior.
9. Conclusión. Puede decirse, por tanto, que la ENC es la única exposición completa del sistema
de la filosofía hegeliana tal como su autor lo ofreció al público [54]. En su primera edición era
ciertamente un compendio. En la segunda y tercera, el compendio se hizo demasiado largo, pero no
llegó a perder ese carácter. Y como sea que, cuando se habla de Hegel, nadie puede olvidar que es
precisamente en el sistema como exposición completa donde su autor pretende que reside la
verdad[55], y nunca en las tesis sueltas por muy literalmente que se reproduzcan, resulta que ninguna
interpretación o valoración total o parcial de la filosofía hegeliana puede dispensarse de acudir a la
ENC. Estamos ante un libro escolar, desde luego, y en cierta medida escolástico por las fórmulas
lacónicas con que se escribe su texto principal, es decir, el cuerpo de los parágrafos, pero su
brevedad, por desgracia, no facilita la comprensión.
Creemos que para no abandonar al lector en la espesura de la ENC se requiere otro libro,
digamos de acompañamiento, para aliviarle las inevitables idas y venidas por el laberinto. Mientras
lo preparamos, podrán servir para empezar las abundantes notas editoriales que incluimos en esta
edición.
EDICIONES Y TRADUCCIONES DE LA ENCICLOPEDIA
Ediciones en alemán
1. Georg Wilhelm Friedrich Flegel, Encyklopädie der philosophischen Wissenschaften im
Grundrisse.- Zum Gebrauch seiner Vorlesungen von D. Georg Wilhelm Friedrich Flegel, Professor
der Philosophie an der Universität zu Heidelberg. Heidelberg, in August Oswald’s
Universitätsbuchhandlung. 1817. La citamos como ENC A.
Reimpresión con un prólogo de Hermann Glöckner dentro de la edición llamada «del Jubileo»,
Heidelberg, 1927.
Nueva reimpresión, también con el prólogo de Glöckner, StuttgartBad Cannstatt, FrommannHolzboog, 1988.
2. Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Encyklopädie der philosophischen Wissenschaften im
Grundrisse.- Zum Gebrauch seiner Vorlesungen von Dr. Georg Wilhelm Friedrich Hegel, ordentl.
Professor der Philosophie an der Universität zu Berlin. Zweite Ausgabe. Heidelberg, Druk und Verlag
von August Oßwald. 1827. La citamos como ENC B.
Edición preparada por Wolfgang Bonsiepen y Hans-Christian Lucas, volumen 19 de las obras
completas (Gesammelte Werke) en conexión con la Deutsche Forschungsgemeinschaft y editada por la
Rheinisch-westfälische Akademie der Wissenschaften en relación con el Hegel-Archiv de la RuhrUniversität, Bochum. Hamburgo, Meiner, 1989.
3. Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Encyklopädie der philosophischen Wissenschaften im
Grundrisse.- Zum Gebrauch seiner Vorlesungen von Dr. Georg Wilhelm Friedrich Hegel, ordentl.
Professor der Philosophie an der K. Friedr. Wilh. Universität in Berlin.- Dritte Ausgabe.- Heidelberg.
Verwaltung des Oßwald’schen Verlags (C. F. Winter). 1830. La citamos como ENC C.
W1 Georg Wilhelm Friedrich Hegel’s Werke. Vollständige Ausgabe durch einen Verein von
Freunden des Verewigten. 19 vols., Berlin, Dunker u. Humblot, 1832-1845.- En esta edición de las
obras completas de Hegel, dicha «de los discípulos», la ENC se encuentra en los volúmenes 6 y 7.
Incluyó los Añadidos de Leopold von Henning (Lógica, año 1840), Carl Ludwig Michelet (Filosofía
de la naturaleza, año 1842) y Ludwig Boumann (Filosofía del espíritu, año 1845).
W2. Repetición de la anterior. Volumen 6, Berlín, 1843, y volumen 7, Berlín, 1847.
R. Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Encyklopädie der philosophischen Wissenschaften im
Grundrisse. —Zum Gebrauch seiner Vorlesungen. Vierte unveränderte Auflage mit einem Vorwort
von Karl Rosenkranz, Berlin, 1845. Reeditada en la Philosophische Bibliotek, Berlin, 1870, y
reimpresa allí mismo en 1878.
L. Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Sämtliche Werke, Herausgegeben von Georg Lasson en 21
volúmenes, cinco de los cuales no aparecieron, Leipzig y Hamburgo, Meiner, 1905-1940. Es la
llamada «edición Lasson» en cuyo vol. 5 (Leipzig 1930) se encuentra la ENC señalada como 4.ª
edición.
H. Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Sämtliche Werke. Kritische Ausgabe. Herausgegeben von
Georg Lasson, fortgeführt von Johannes Hoffmeister. En esta edición «Hoffmeister» de las obras
completas la ENC ocupa el vol. 5, Leipzig, 1949. Se señala como 5.ª edición.
NP. Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Encyklopädie der philosophischen Wissenschaften im
Grundrisse (1830). Herausgegeben von Friedhelm Nicolin und Otto Pöggeler, Hamburgo, Meiner,
1969. Se señala como 7.ª edición revisada. La 8.ª apareció en 1992.
Wk. Theorie-Werkausgabe: Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Werke in 20 Bd. Auf der Grundlage
der Werke von 1832-1845. Redaktion von Eva Moldenhauer und Karl Markus Michel. Frankfurt a. M.,
Suhrkamp, 1970. Edición de las obras completas, llamada entre nosotros «edición Suhrkamp», sobre
la base de Wi; incluyendo, por tanto, los Añadidos. La ENC ocupa los volúmenes 8, 9 y 10.
Porque es fácilmente asequible, citamos esta edición mediante la sigla (Wk) seguida de un número
que indica el volumen y un segundo número que indica la página.
BL. Georg Wilhelm Friedrich Hegel, Gesammelte Werke (en curso de publicación). Edición
crítica monumental de las obras completas de Hegel, conocida como edición «de la Academia» y
destinada a convertirse en editio princeps. La ENC C ocupa el volumen 20: Encyklopädie der
philosophischen Wissenschaften im Grundrisse. (1830). Unter mitarbeit von Udo Rameil.
Herausgegeben von Wolfgang Bonsiepen und Hans-Christian Lucas. In Verbindung mit der HegelKommission der Rheinisch-Westfälischen Akademie der Wissenschaften und dem Hegel-Archiv der
Ruhr-Universität Bochum. Hamburgo, Meiner, 1992.
Traducciones al español
Lógica de la ENC. Traducción de Antonio M. Fabié, Madrid, Durán, 1872.
Otra traducción, también de la Lógica de la ENC solamente, por Antonio Zozaya, Madrid,
Sociedad General Española de Librería, 18921893. Reediciones en Madrid, 1920, y Madrid, Aguilera,
1971.
Filosofía del Espíritu (tercera parte de la ENC). Traducción de D. Barrioberro y Herrán, Madrid,
Jorro, 1907. Reeditada en Buenos Aires, Claridad, 1942.
Enciclopedia de las ciencias filosóficas. Traducción de E. Ovejero y Maury, Madrid, Suárez,
1917-18. Reeditada en Madrid, 1927-28 y 1942. Reedición cubana en La Habana, Instituto del Libro,
1968. Reedición mexicana, con estudio preliminar de Francisco Larroyo, México, Porrúa, 1971.
Filosofía de la Lógica y de la Naturaleza (primera y segunda parte de la ENC). Traducción
Ovejero y Maury, Buenos Aires, Claridad, 1969 y 1974.
Traducciones al francés
Encyclopédie des sciences philosophiques. Trad. por E. Vera, París, 1867-1869. Realizada sobre
W1 e incluyendo, por tanto, los Añadidos.
Encyclopédie des sciences philosophiques. Trad. por J. Gibelin, Paris, Vrin, 1952. Realizada sobre
NP.
Encyclopédie des sciences philosophiques. Trad. por M. de Gandillac, Paris, Gallimard, 1970.
Realizada también sobre NP.
Encyclopédie des sciences philosophiques. Trad. por B. Bourgeois. Paris, Vrin, 1986 y 1988. Han
aparecido solamente los volúmenes I (La Science de la Logique) y III (Philosophie de l’Esprit).
Además del texto de ENC C, incluye la traducción de ENC A; compara el texto de ENC C con ENC B y
traduce también los Añadidos.
Traducciones al italiano
Enciclopedia delle scienze filosofiche. Traducción de B. Croce, sobre L. 1.ª edición 1907 y
reimpresa después varias veces. A partir de la 4.ª edición de 1978 se imprime con una introducción de
Claudio Cesa. Roma-Bari, Laterza.
Enciclopedia delle scienze filosofiche in compendio (Heidelberg, 1817). Traducción italiana a
cargo de: F. Biasuti, L. Bignami, F. Chiereghin, G. F. Frigo, G. Granello, F. Menegoni, A. Moretto.
Trento, Verifiche, 1987.
Enciclopedia delle scienze filosofiche. Voi. 1, La scienza della Logica, Traducción de V. Verrà.
Roma, UTET, 1981.
Traducciones al inglés
The Logic of Hegel, of ENC 1 1830 con los Añadidos póstumos, traducido por W. Wallace,
Oxford, Clarendon, 1873 y 1892. Reimpreso con una introducción de J. N. Findlay como Hegel’s
Logic, Oxford, Clarendon, 1975.
Philosophy of Nature, of ENC II 1830 con los Añadidos de J. M. Petry, Londres, Allen and Unwin,
1970; y por A. V. Miller, Oxford, Clarendon, 1970.
Philosophy of Mind, of ENC III 1830 con los Añadidos, traducción completa por W. Wallace,
Oxford, Clarendon, 1894 y por A. V. Miller, Oxford, Clarendon, 1971. Traducción parcial por M. J.
Petry como Philosophy of Subjective Spirit, Dordrecht, Reidel, 1978, y The Berlin Phenomenology,
Dordrecht, Reidel, 1981.
NOTA SOBRE LA PRESENTE TRADUCCIÓN
Las razones que me movieron a emprender una nueva traducción de la ENC al castellano se
deducen de la relación que acabamos de ofrecer de las versiones hasta ahora existentes (p. 41) y de lo
que hemos dicho en la nota 53 a pie de página de nuestra Presentación (p. 36). Por otra parte, están en
curso nuevas traducciones al italiano por V. Verra (véase más arriba p. 42) y al francés por B.
Bourgeois (véase también p. 42). Es, por tanto, previsible que la ENC, un tanto abandonada por los
estudiosos de Hegel durante este siglo XX, sea ahora objeto de renovada atención, sobre todo después
de la aparición de la ENC B y ENC C dentro de la magna edición titulada Gesammelte Werke (ver p.
41).
La traducción que presentamos se ha hecho a partir del volumen 33 de la Philosophische Bibliotek
de la editorial Meiner de Hamburgo reseñada también más arriba (p. 40) entre las ediciones alemanas
con la sigla NP.
Cuando el trabajo de la traducción estaba casi terminado se publicaron (1989 y 1992) los
mencionados volúmenes 19 y 20 de las Gesammelte Werke (edición de la Academia) con el texto de la
2.ª (1827) y 3.ª (1830) edición de la Enciclopedia, respectivamente. La preparación de estos
volúmenes corrió a cargo de Wolfgang Bonsiepen y Hans-Christian Lucas, con la colaboración en el
volumen 20 de Udo Rameil. Se trata de la edición crítica por excelencia, con el texto cuidadosamente
revisado, al que se incorpora un excelente informe editorial y unas amplísimas notas que dan a
conocer las fuentes escritas utilizadas por Hegel.
Gracias a la amabilidad de los editores en el Hegel-Archiv de la RuhrUniversität de Bochum, pude
disponer de los materiales destinados a estas publicaciones antes de que los volúmenes estuvieran en
las librerías. Me he valido de ellos principalmente para redactar la presentación del libro y las notas
editoriales, indicando siempre la procedencia.
La traducción que presentamos ha sido hecha a partir del texto alemán solamente. Entre otros, me
han sido de gran ayuda el Deutsches Wörterbuch de Gerhard Wahrig, editorial Mosaik, y el
Diccionario de uso del español de María Moliner, editorial Gredos, 1987. Una ayuda muy especial me
la ha prestado el libro de Piur, Paul, Studien zur sprachlichen Würdigung Christian Wolffs, Halle,
1903, porque en él se asiste al nacimiento de la lengua filosófica alemana a partir del latín y el
francés. Se identifican así los vocablos de la previa tradición filosófica que subyacen a los términos
alemanes. Solamente cuando la traducción estaba ya terminada, consulté las soluciones que me
ofrecían otras traducciones de la ENC en algunos pasajes de especial dificultad. Descubrí entonces
que la vieja traducción española de Ovejero y Maury estaba calcada de la italiana de Croce (véase la
nota 53 al pie de la página 36 de nuestra presentación).
Esta traducción quiere ser sobre todo honrada, supuesto que en muchas versiones de obras
filosóficas se observan no sólo inexactitudes, siempre comprensibles, sino notables «inventos». Pero
la honradez obliga a cumplir dos condiciones a veces opuestas, a saber, exactitud y legibilidad. La
exactitud impone la constancia en la traducción de los tecnicismos, el respeto a la desdichada sintaxis
hegeliana y, en general, no empeñarse en mejorar la redacción del texto traducido. La legibilidad
exige traducir al español, no a una lengua intermedia, inexistente de suyo. El lector juzgará del
resultado.
Diré aquí únicamente que me he valido de dos recursos: el primero, esforzarme yo mismo en
comprender y seguir el razonamiento hegeliano, antes de empezar a pensar en «cómo decimos
nosotros esto». El segundo ha consistido en sustituir los abundantísimos pronombres por sus
antecedentes y en repetir también, muchas veces, el antecedente de las oraciones de relativo. He
procurado igualmente que quedara clara para el lector la referencia de las frecuentes oraciones
apuestas, las cuales vienen a especificar el sentido en que se toma algún término de la oración
principal. Pocas veces he recurrido al paréntesis para separar incisos que en el texto están entre
comas. Por último, cuando me ha parecido útil para la claridad he añadido alguna palabra entre
corchetes []. En este caso he procurado que la frase fuese de suyo legible prescindiendo de mi
añadido. En general, me he prohibido despedazar las oraciones largas, porque el traductor debe
respetar el estilo del autor, sobre todo cuando la forma de la escritura guarda relación con la forma
de pensar. La circularidad del pensamiento conceptual hegeliano violenta continuamente el carácter
rectilíneo del lenguaje representativo común.
En cuanto a la terminología, me remito a las abundantes notas editoriales en que he razonado la
versión adoptada en los casos más dificultosos o significativos. Tenga en cuenta el lector que estas
notas no pretenden ser un comentario. Su procedencia es triple: las firmadas con las siglas NP
(Nicolin-Poggeler) y BL (Bonsiepen-Lucas) transcriben, y a veces abrevian, las notas de los editores
en las ediciones de la ENC designadas con estas mismas siglas. Refieren generalmente las obras
implícita o explícitamente citadas por Hegel. Las firmadas con la sigla VA (Valls) son del traductor de
la presente edición. Dan cuenta principalmente de peculiaridades de la traducción y, otras veces,
ofrecen alguna indicación que pretende ser útil al lector. Los dos vocabularios al final de esta edición
ofrecen las equivalencias terminológicas y añaden el número de la ne en la que se justifica la
traducción. Aspiro a que entre todos los que nos dedicamos a estas tareas y mediante la explicación
de nuestras opciones, consigamos «normalizar» (no uniformar) esta clase de traducciones. El trabajo
que en su día hizo J. M. Ripalda con el glosario que añadió a la Filosofía Real del mismo Hegel
(México, FCE, 1984) merece ser continuado.
Espero que esta traducción contribuya al acercamiento fecundo de tradiciones distintas, sin sumar
pedantes complicaciones innecesarias. Como sea que al traducir se presentan siempre varias
versiones posibles y la elección entre ellas puede estar en función de quien habrá de leer el libro,
quiero declarar que los alumnos aventajados en el estudio de la filosofía y los profesores jóvenes de
esta disciplina son quienes han estado presentes en mi mente como destinatarios del esfuerzo. A ellos
he dedicado mi trabajo, porque pienso que Hegel es un clásico que merece ser conocido al margen de
simpatías y antipatías. El enseña filosofía. Y muchas veces he recordado la frase que oí de Eric Weil
en el Congreso de Lille del año 1968: «Llevo años leyendo a Hegel», decía, «y he llegado a una
conclusión: él es más inteligente que yo».
Agradeceré, en fin, todas las observaciones que reciba en orden a mejorar una eventual reedición.
Los agradecimientos que he de hacer constar desde ahora son: Al Prof. José M. Valverde, querido
maestro y colega, porque en una fase temprana de mi traducción conoció algunos fragmentos de ella.
Certificando que «aquello» estaba escrito en castellano y se correspondía con el texto alemán, me
sirvió de estímulo para continuar. Igualmente, al Prof. Mariano Álvarez, de la Universidad de
Salamanca, a quien debo algunas observaciones del todo pertinentes.
Por último, he de dar también las gracias al Prof. Manuel García-Doncel, Catedrático en la
Facultad de Ciencias de la Universidad Autónoma de Barcelona, quien, a pesar de su poca simpatía
por el «apriorista Hegel», releyó con mucho cuidado la parte de la ENC dedicada a la Filosofía de la
naturaleza y me hizo atinadas correcciones, fruto de su buen conocimiento de la historia de la ciencia.
Al Prof. Josep Plá Carrera, de la Facultad de Matemáticas de la Universidad de Barcelona, a quien
pedí revisara la terminología matemática, y a la Prof. Encarnación Roca, de la Facultad de Derecho
de la misma Universidad, quien revisó los términos jurídicos. Con su ayuda me han hecho sentir que
la Universidad es colaboración y no sólo un conglomerado de taifas.
Barcelona, noviembre de 1995.
SIGNOS CONVENCIONALES Y SIGLAS
Como sea que el texto original de la ENC viene dividido en parágrafos numerados (§),
incluyendo a continuación en muchos casos una nota explicativa del mismo Hegel (en esta edición, en
cuerpo menor), las referencias internas las hacemos en general indicando el parágrafo
correspondiente y, en su caso, si se trata de la nota de Hegel (Anmerkung;), añadimos una N. Así, por
ejemplo, § 55 remite al texto principal o cuerpo del parágrafo que ostenta este número, y § 55 N
remite a la nota del mismo parágrafo. Cuando la nota la coloca Hegel a pie de página lo indicamos al
principio de la nota, que se señala con asterisco en el texto. Si en algún caso nos referimos al Zusatz
añadido por los discípulos de Hegel, lo indicamos con una Z. Así § 111 Z se refiere al añadido al §
111.
§
N
Z
l.c.
ne
o.c.
p.
pp.
s.
ss.
[]
cursiva
VERSALITA
Parágrafo del texto principal
Nota (Anmergung) a un parágrafo del texto
Añadido (Zusatz) de los discípulos
lugar citado
nota de esta edición
obra citada
página
páginas
siguiente
siguientes
Entre corchetes: palabras añadidas por el traductor
En el texto de Hegel: palabras resaltadas por el propio autor. Como sea que Hegel no cita
según el modo actual, sino que a veces resalta el nombre del autor y, otras veces, el título
de la obra citada o alguna palabra de él, hemos respetado en el texto mismo este modo
irregular de citar con el fin de conservar los énfasis que Hegel quiso introducir.
En la presentación y notas editoriales: Títulos de libros o revistas y palabras en idiomas
extranjeros
Tecnicismos que se deben distinguir de otros expresados con la misma palabra
castellana: EXISTENCIA y existencia para traducir, respectivamente, Existenz y Dasein;
OBJETO y objeto para traducir Objekt y Gegenstand, COSA y cosa para traducir Sache y
Ding.
REFERENCIA COMPLETA DE LAS OBRAS CITADAS
ABREVIADAMENTE EN LAS NOTAS FINALES
Aristoteles. Αριστοτέλους ἄπαντα. Aristotelis summi semper philosophi, et in quem unum uim suam
uniuersam contulisse natura rerum uidetur, opera quaecunque hactenus extiterunt omnia: quae
quidem ut antea integris aliquot libris supra priores editiones omnes à nobis aucta prodierunt, ita
nunc quoque, lucis & memoriae causa, in capita diligenter distincta in lucem emittimus. Praeterea
quam diligentiam, ut omnibus aeditionibus reliquis, omnia haec exirent à nostra officina
emendatiora, adhibuerimus, quoniam uno uerbo dici non potest, ex sequenti pagina plenius
cognoscere licebit. Per Des. Eras. Roterodamum. 2 vol., Basilea, 1550.
Aristoteles. Aristotelis Opera. Edidit Academia Regia Borussica. Aristoteles graece ex recognitione
Immanuelis Bekkeri. 2 vol. Berlin, 1831.
Autenrieth, Handbuch der empirischen menschlichen Physiologie. Zum Gebrauche seiner Vorlesungen
herausgegeben von Dr. Joh. einr. Ferd. Autenrieth. T. 1-3. Tubinga, 1801-1802.
Baader, Franz Xaver von, Sämtliche Werke. Systematisch geordnete, durch reiche Erläuterungen von
der Hand des Verfassers bedeutend vermehrte, vollständige Ausgabe der gedruckten Schriften
samt Nachlaß, Biographie und Briefwechsel. Herausgegeben von Franz Hoffmann, Julius
Hamberger, Anton Lutterbeck, Emil August Von Schaden, Christoph Schlüter und Friedrich von
der Osten. 16 vol. Leipzig, 1851-1860.
Berthollet, Claude Louis, Über die Gesetze der Verwandtschaft in der Chemie. Aus dem französischen
übersetzt mit Anmerkungen, Zusätzen und einer synthetischen Darstellung von Berthollets
Theorie versehen von Ernst Gottfried Fischer. Berlin, 1802.
Berzelius, J. J., Essai sur la théorie des proportions chimiques et sur l’influence chimique de
l’électricité. Traduit du Suédois sous les yeux de l’auteur, et publié par lui-méme. Paris, 1819.
—, Lehrbuch der Chemie. Nach des Verfassersschwedischer Bearbeitung der Blöde-Palmstedt’schen
Auflage übersetzt von F. Wöhler. Ersten Bandes erste Abtheilung. Ersten Bandes zweite
Abtheilung. Dresde, 1825.
—, Versuch über die Theorie der chemischen Proportionen und über die chemischen Wirkungen der
Electricität; nebst Tabellen über die Atomgewichte der meisten unorganischen Stoffe und deren
Zusammensetzungen. Nach den schwedischen und französischen Originalausgaben bearbeitet von
K. A. Blöde. Dresde, 1820.
Biot, J. B., Traité de physique expérimentale et mathématique. 4 vol. Paris, 1816.
Böhme, Jakob, Theosophia revelata. Das ist: Alle Göttliche Schriften des Gottseligen und
Hocherleuchteten Deutschen Theosophi Jacob Böhmens. 2 vol. [Hamburgo], 1715.
Cicerón, M. Tulii Ciceronis libri tres de natura deorum ex recensione Joannis Augusti Ernesti et cum
omnium eruditorum notis quas Joannis Davisii editio ultima habet. Accedit apparatus criticus ex
XX amplius codicibus mss. nondum collatis digestus a Georg. Henrico Mosero […] Copias
criticas congessit Danielis Wyttenbachii selecta scholarum suasque animadversiones adjecit
Fridericus Creuzer. Leipzig, 1818.
—, M. Tulii Ciceronis Operum volumen Quartum. Leipzig, 1737.
Descartes R. Renati Des Cartes Meditationes de Prima Philosophia, ln quibus Dei existentia, &
animae humanae a corpore distinctio, demonstratur. His adjunctae sunt variae objectiones
doctorum virorum in istas de Deo et anima demonstrationes; Cum Responsionibus Auctoris.
Editio ultima prioribus auctior et emendatior. Amsterdam, 1663.
—, Renati Descartes Principia Philosophiae. Nunc demum hac Editione diligenter recognita, et
mendis expurgata. Amsterdam, 1656.
—, Oeuvres de Descartes publiées par Charles Adam & Paul Tannery. Principia Philosophiae. VIII-1.
Nouvelle présentation, en co-édition avec le Centre National de la Recherche Scientifique. Paris,
1982. (Edición Adam-Tannery)
Diels-Kranz, Die Pragmente der Vorsokratiker. Griechisch und deutsch von Hermann Diels. Neunte
Auflage herausgegeben von Walther Kranz. 2 vol. Berlin, 1959-1960.
Fichte, Johann Gottlieb, Grundlage der gesammten Wissenschaftslehre als Handschrift für seine
Zuhörer. Leipzig, 1794.
—, Gesammtausgabe der Bayerischen Akademie der Wissenschaften. Herausgegeben von Reinhard
Lauth und Hans Jacob bzw. Reinhard Lauth und Hans Gliwitzky. Abt. 1. Stuttgart-Bad Cannstatt,
1964 ss.
Goethe, Zur Farbenlehre. 2 vol. Tubinga, 1810.- Vol. 1, Entwurf einer Farbenlehre. Des Ersten Bandes
Erster, didaktischer Theil. Enthüllung der Theorie Newtons. Des Ersten Bandes Zweiter,
polemischer Theil.- Vol. 2, Materialien zur Geschichte der Farbenlehre. Des Zweiten Bandes
Erster, historischer Theil.
Gren, Friedrich Albert Carl, Grundribder Naturlehre. Vierte verbesserte Ausgabe. Halle, 1801.
Haller, Karl Ludwig von, Restauration der Staatswissenschaft oder Theorie des natürlich-geselligen
Zustands, der Chimäre des künstlich-bürgerlichen entgegengesetzt. 6 vols. Winterthur, 1816 ss. En
las notas editoriales se cita por la segunda edición, Winterthur, 1820 ss.
Hegel, Georg Wilhelm Friedrich, Berliner Schriften. 1818-1831. Herausgegeben von Johannes
Hoffmeister. Hamburgo, 1956.
—,Briefe von und an Hegel. Vol. 1-3. Herausgegeben von Johannes Hoffmeister. Hamburgo, 19521954; vol. 4, T. 1-2. Herausgegeben von Friedhelm Nicolin. Hamburgo, 1977-1981.
—, Die Phänomenologie des Geistes, Bamberg y Würzburg, 1807. —Citado como FEN seguido de la
sigla de la edición Suhrkamp (Wk), número del volumen y número de la página.— Traducción
castellana de Wenceslao Roces, México, FCE, 1966. Citado como Roces seguido del número de la
página.
—, Encyklopädie der philosophischen Wissenschaften im Grundris-se. Véanse las distintas ediciones
de esta obra en las pp. 39 y ss. Citada como ENC; si se añade una letra (A, B, C) se indica con ella
de qué edición se trata; si no figura ninguna letra, se sobreentiende que se trata de la tercera (C).
—, Gesammelte Werke. In Verbindung mit der Deutschen Forschungsgemeinschaft herausgegeben
von der RheinischWestfälischen Akademie der Wissenschaften. Flamburgo, 1968 ss. Citado como
GW.
—, Grundlinien der Philosophie des Rechts. Berlin, 1821. Traducción castellana de J. L. Vermal:
Principios de la Filosofía del Derecho. Barcelona, EDHASA, 1988. Citado como FDD seguido del
signo § y el número del parágrafo
—, Theologische Jugendschriften. Ed. Hermán Nohl. Tubinga, 1907. Traducción parcial castellana de
Zoltan Szansky y José María Ripalda: Escritos de juventud, México, FCE, 1978 y varias
reimpresiones posteriores. Citado como JUV.
—, Vorlesungen über die Geschichte der Philosophie. Berlin, 1833-1836. Texto redactado por Karl
Ludwig Michelet, vol. XIII-XV de la edición de los discípulos (Werke), reproducido en los vols.
18-21 de la edición Suhrkamp (Wk). Citado como FIE seguido de la sigla Wk, número del
volumen y de la página. —Traducción castellana de Wenceslao Roces: Lecciones sobre la Historia
de la Filosofía. 3 vol. México, FCE, 1955. Citado como WR seguido del número del volumen y de
la página.
—, Werke. Auf der Grundlage der Werke von 1832-1845 neu edierte Ausgabe. Redaktion Eva
Moldenhauer und Karl Markus Michel. 20 vol. y uno de índices. Frankfurt, Suhrkamp, 1971.
(Edición Suhrkamp.) Citado como Wk seguido del número del volumen y la página.
—, Wissenschaft der Logik. Nuremberg, 1812-1816. Citado como WL seguido de la sigla Wk, número
del volumen y de la página.— Traducción castellana de Rodolfo y Augusta Mondolfo: Ciencia de
la Lógica. Buenos Aires, Solar-Hachette, 1968. Citado como Mondolfo seguido del número de la
página.
Hume, David Hume über die menschliche Natur aus dem Englischen nebst kritischen Versuche zur
Beurtheilung dieses Werks von Ludwig Heinrich Jakob. Erster Band. Über den menschlichen
Verstand. Halle, 1790. — Zweiter Band. Über die Leidenschaften. — Dritter Band. Über die Moral.
Halle, 1792.
Jacobi, Friedrich Heinrich, David Hume über den Glauben oder Idealismus und Realismus. Ein
Gespräch. Breslau, 1787.
—, Über die Lehre des Spinoza in Briefen an den Herrn Moses Mendelssohn. Neue vermehrte
Ausgabe. Breslau, 1789.
—, Über den göttlichen Dingen, und ihrer Offenbarung. Leipzig, 1811.
Jacobi, Friedrich Heinrich, Werke. 6 vol. Leipzig, 1812-1825.
Kant, Immanuel, Kants gesammelte Schriften. Herausgegeben von der Königlichen Preußischen
Akademie der Wissenschaften, 1902-1923. Edición reproducida con el título de Kants Werke,
Berlín, Walter de Gruyter, 1968, con la paginación original. Citado como Werke, seguido del
número del volumen y de la página.
—, Critik der reinen Vernunft. Riga, 1781.
—, Critik der reinen Vernunft. Zweyte hin und wieder verbesserte Auflage, Riga, 1787. Las dos
ediciones se citan como Cr. r. pura seguido de las letras A, B, según se trate de la 1.ª o la 2.ª
edición.
—, Critik der practischen Vernunft. Riga, 1788. Citado como Cr. r. pr.
—, Critik der Urtheilskraft. Berlín y Libau, 1790. Citado como Cr. f. j. seguido del signo § y el
número del parágrafo. —En castellano: Kant, Manuel, Crítica del Juicio. Traducción de M. García
Morente, 2.ª ed., Madrid, Espasa Calpe, 1981.
—, Die Metaphysik der Sitten in zwey Theilen. Königsberg, bey Friedrich Nicolovius, 1797. En
castellano: Immanuel Kant, La Metafísica de las Costumbres. Traducción de Adela Cortina,
Madrid, Tecnos, 1989. Citado como Cortina.
—, Grundlegung zur Metaphysik der Sitten. Riga, 1785. Citado como Fundamentación.
—, Prolegomena zu einer jeden künftigen Metaphysik die als Wissenschaft wird auftreten können.
Riga, 1783. Citado coiiio Prolegomena.
Kiesewetter, J. G. C., Logik zum Gebrauch für Schulen. Berlin, 1797.
Kilian, Dr. C. I., Entwurf eines Systems der Gesammten Medizin. Zum Behuf seiner Vorlesungen und
zum Gebrauch für praktizirende Aerzte. Erster oder fundamentaler Theil darstellend die
Allgemeine Heilkunde oder generelle Physiologie, Nosologie, Therapie und Arzneymittellehre.
Jena, 1802. Zweiter oder angewendter Theil darstellend die Besonder Heilkunde oder Anatomie,
spezielle Physiologie, Nosologie, Semiotik, spezielle Therapie und Arzneimittellehre. Jena, 1802.
Lamarck, J.-B.-P.-A., Philosophie zoologique, ou exposition des considérations relatives à l’histoire
naturelle des animaux; à la diversité de leur organisation et des facultés qu’ils en obtiennent; aux
causes physiques qui maintiennent en eux la vie et donnent lieu aux mouvements qu’ils exécutent;
enfin, â celles qui produisent, les unes le sentiment, et les autres l’intelligence de ceux qui en sont
doués. 2 vol. Paris, 1809.
Leibniz, G. W. Oeuvres philosophiques latines et françoises de feu Mr. Leibniz. Tirés de ses
manuscrits qui se trouvent dans la Biblioteque Royal a Hanovre, et publi’es par M. Rud. Eric
Raspe. Avec une Préface de Mr. Kaestner. Amsterdam y Leipzig, 1765. (Edición Raspe.) Citado
como Oeuvres philosophiques.
—, Gothofredi Guillelmi Leibnitii Opera Omnia, Nunc primum collecta, in Classes distributa,
praefationibus & indicibus exornata, studio Ludovici Dutens. Ginebra, 1768. (Edición Dutens.)
Citado como Opera.
—, Die philosophische Schriften von Gottfried Wilhelm Leibniz. Hrsg. von J. C. Gerhard, 7 vol.
Berlin, 1875-1890. (Edición Gerhard.) Citado como Philosophische Schriften.
—, Principes de la nature & de la grâce, fondés en raison. En la edición Dutens, tomo II, parte I, pp.
32-39. En la edición Gerhardt, vol. 6, pp. 598-606.
—, Monadologie. En la edición Dutens, tomo II, parte I, Principia philosophiae, seu theses in gratiam
principis Eugenii &c., pp. 20-31. En la edición Gerhardt, vol. 6, pp. 607-623. Traducción
castellana: Monadología. Traducción y notas de Julián Velarde. Oviedo, Pentalfa, 1981.
Lessing, G. E., Escritos filosóficos y teológicos. Trad. de Agustín Andreu, 2.ª ed. Barcelona,
Anthropos, 1990
Maaß, Joh. Gebh. Ehrenr., Grundriß der Logik. Zum Gebrauche bei Vorlesungen. Nebst einigen
Beispielen zur Erläuterungen für die jüngern Freunde dieser Wissenschaft. Halle, 1793.
Newton, Isaac Optice: sive de reflexionibus, refractionibus, inflexionibus et coloribus lucis, libri tres.
Authore Isaaco Newton. Latine reddidit Samuel Clarke. Editio secunda, auctior. Londres, 1719.
Piur, Paul. Studien zur sprachlichen Würdigung Christian Wolffs. Ein Beitrag zur Geschichte der
neuhochdeutschen Sprache, Halle, 1903. Citado como Piur.
Platon, ΠΛΑΤΩΝΟΣ ΑΠΑΝΤΑ ΤΑ ΣΩΖΟΜΕΝΑ. Platonis opera quae extant omnia. Ex nova Ioannis
Serrani interpretatione, perpetuis eiusdem notis illustrata; quibus & methodus & doctrinae summa
breuiter & perspicue indicatus. Eivsdem annotationes in quosdam suae illius interpretationis
locos. Henr. Stephani de quorundam locorum interpretatione iudicium, & multorum contextus
Graeci emendatio. 3 vol. [Basilea], 1578.
Schelling, Friedrich Wilhelm Joseph von, Sämmtliche Werke. Edición de K. F. A. Schelling. 10 vol.,
Stuttgart y Augsburg, 1856-1861.
—, Werke. Historisch-kritische Ausgabe. Im Auftrag der Schelling-Komission der Bayerischen
Akademie der Wissenschaften. Herausgegeben von Hans Michael Baumgartner, Wilhelm G.
Jakobs, Hermán Krings und Hermán Zehner. Stuttgart, 1976 y ss. (Edición de la Academia.)
—, Bruno oder über das göttliche und natürliche Princip der Dinge. Ein Gespräch. Editado por
Schelling. Berlin, 1802.
—, Darstellung meines Systems der Philosophie. En: Zeitschrift für spekulative Physik, editado por
Schelling. Zweyten Bandes zweytes Heft. Jena y Leipzig, 1801.
Simplicio, ΣΙΜΠΛΙΣΙΟΥ ΥΠΟΜΝΗΜΑΤΑ ΕΙΣ ΤΑ ΟΚΤΩ ΑΡΙΣΤΟΤΕΛΟΥΣ ΦΥΣΙΚΗΣ
ΑΚΡΟΑΣΕΩΣ ΒΙΒΛΙΑ ΜΕΤΑ ΤΟΥ ΥΠΟΚΕΙΜΕΝΟΥ ΤΟΥ ΑΡΙΣΤΟΤΕΛΟΥΣ. Simplicii
commentarii in octo Aristotelis physicae avscvltationis libros cum ipso Aristotelis textv. Venetiis,
1526.
Spinoza, B., Benedicti de Spinoza opera qvae svpersvnt omnia. Iterum edenda cvravit, praefationes,
vitam auctoris, nec non notitias, qvae ad historiam scriptorvm pertinent addidit Henr. Everh.
Gotdob Paulus. 2 vol. Jena, 1802-1803. (Edición Paulus.)
—, Opera. Im Auftrag der Heidelberger Akademie der Wissenschaften herausgegeben von Carl
Gebhardt. 4 Vol. Heidelberg [1925]. (Edición Gebhardt.)
—, Ethica ordine geométrico demonstrata. —En la edición Paulus, vol. 2.— En castellano: Espinosa,
Baruch de, Etica demostrada según el orden geométrico. Traducción y edición de Vidal Peña.
Madrid, Editora Nacional, 1975.
—, Correspondencia. Edición y traducción de Atilano Domínguez, Madrid, Alianza Editorial, 1988.
Tholuck, F. A. G., Blüthensammlung aus der Morgenländischen Mystik nebst einer Einleitung über
Mystik überhaupt und Morgenländische insbesondere. Berlin, 1825.
—, Die Lehre von der Sünde und vom Versöhner, oder die Wahre Weihe des Zweiflers. Zweite,
umgearbeitete Auflage. Hamburgo, 1825.
Treviranus, Gottfried Reinhold, Biologie, oder Philosophie der lebenden Natur für Naturforscher
und Aerzte. 6 vol. Göttingen, 1802-1822.
Trommsdorff, Johann Bartholomä, Systematisches Handbuch der gesammten Chemie zur
Erleichterung des Selbststudiums dieser Wissenschaft. Die Chemie im Felde der Erfahrung. Vol.
1-7. Erfurt, 1800-1804.
Wagner, Johann Jacob, Von der Natur der Dinge. In drey Büchern. Leipzig, 1803.
Wolff, Christian, Philosophia prima, sive ontologia, methodo scientifica pertractata, qua omnis
cognitionis humanae principia continentur. Editio nova priori emendatior. Frankfurt y Leipzig,
1736.
Wolff, Christian, Theologia naturalis methodo scientifica pertractata. Pars prior, integrum systema
complectens, qua existentia et attributa Dei a posteriori demonstran tur. Editio nova priori
emendatior. Frankfurt y Leipzig, 1739. —Pars posterior, qua existentia et attributa Dei ex notione
entis perfectissimi et natura animae demostrantur, et atheismi, deismi, fatalismi, naturalismi,
Spinosismi aliorumque de Deo errorum fundamenta subvertuntur. Editio secunda priori
emendatior. Frankfurt y Leipzig, 1741.
Enciclopedia
de las
ciencias
filosóficas
en compendio
Para uso de sus clases
por el
Doctor Georg Wilhelm Friedrich Hegel
Profesor Ordinario de Filosofía en la
Real Universidad «Federico Guillermo» de Berlín
3.ª edición
1830
PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN [1] (1827)
El lector atento encontrará en esta nueva edición numerosos pasajes reelaborados y desarrollados
con determinaciones más precisas; con ello he pretendido suavizar y disminuir el aspecto formal [de
mi exposición], valiéndome incluso de extensas notas[2] exotéricas para acercar los conceptos
abstractos al entendimiento común y a sus representaciones más concretas. La concisa brevedad que
exige un compendio en asuntos [que] de todas maneras [resultan] abstrusos, mantiene, sin embargo,
para esta segunda edición el mismo fin que tenía la primera, [a saber] el de servir como libro de texto
que ha de recibir su necesaria explanación en las lecciones orales. El título de Enciclopedia podría
parecer a primera vista que permite un menor rigor en el método científico y un enlace [más]
extrínseco [de los contenidos del libro]; pero ocurre que la naturaleza del asunto comporta que la
conexión lógica deba permanecer como base [de la exposición].
Demasiadas causas y motivos habría que parecerían demandar que me explicara sobre la posición
extrínseca de mi filosofía respecto de otras actividades espirituales y no espirituales de la cultura
contemporánea, cosa que en un prólogo sólo podría hacerse de manera exotérica, pues esas
actividades, aunque ofrezcan una relación con la filosofía, no admiten el modo científico ni se dejan,
por tanto, convertir en filosofía, sino que conducen su discurso desde fuera y por defuera de ella. Es
antipático e incluso odioso [3] colocarse sobre ese suelo ajeno a la ciencia, pues un tal explicarse y
discutir [extrínseco] no fomenta aquella comprensión [filosófica] que es lo único que puede tener
algo que ver con el conocimiento verdadero. Sin embargo, traer a colación algunos aspectos [de la
cuestión] puede ser útil y necesario.
Aquello sobre lo que yo he trabajado y trabajo en general, cuando me ocupo de filosofía, es el
conocimiento científico de la verdad[4]. Es el camino más difícil, pero el único que puede tener
interés y valor para el espíritu, si es que éste, puesto de una vez sobre el camino del pensamiento, no
recae en la frivolidad, sino que conserva voluntad y ánimo para la verdad; [cuando esto ocurre]
pronto [el espíritu] se da cuenta de que sólo el método puede disciplinar el pensamiento, llevarlo al
asunto [de que se trata] y retenerlo en él. Un modo así de proceder manifiesta que él mismo no es otra
cosa que la reproducción de aquel haber [5] absoluto por el que primeramente se esforzó el
pensamiento y fuera del cual este mismo pensamiento [después] se colocó; nueva producción, sin
embargo, [que ha de llevarse a cabo] dentro del elemento más propio y más libre del espíritu.
No hace mucho tiempo que se ha desvanecido aquel estado inocente, aparentemente feliz, en el
que la filosofía iba de la mano con las ciencias y la educación, y una templada Ilustración del
entendimiento se declaraba concorde con las pretensiones de la intelección y la religión, [mientras]
un [cierto] derecho natural se llevaba bien con el estado y la política, y la física empírica se
denominaba filosofía natural[6]. La paz era sin embargo bastante superficial y especialmente aquella
intelección [propia de la Ilustración] estaba de hecho en íntima contradicción con la religión, del
mismo modo que aquel derecho natural se contradecía con el estado. Vino entonces el divorcio y la
contradicción se desplegó; pero en la filosofía, el espíritu celebró la reconciliación consigo mismo
de tal modo que esta ciencia sólo está en contradicción con aquellas contradicciones y con el
disimulo de ellas. Es un desdichado prejuicio creer que la filosofía es opuesta al conocimiento
experimental sensible, a la razonable realidad efectiva del derecho y a la religión ingenua y piadosa;
estas figuras son reconocidas por la filosofía e incluso las justifica; el sentido que piensa se sumerge
más bien en la riqueza de esas figuras, aprende y cobra vigor en ellas como en las grandes visiones
de la naturaleza, de la historia y del arte; pues este sólido contenido, en tanto es pensado, es la idea
especulativa misma[7]. El conflicto con la filosofía sólo se presenta cuando ese suelo [de las figuras
de la experiencia] se lleva más allá de su carácter propio, se quiere que su contenido sea
comprendido con categorías y se hace que dependa de ellas, sin que éstas sean conducidas al concepto
y perfeccionadas como ideas.
El importante resultado negativo en el que se encuentra el entendimiento propio de la cultura
científica universal, a saber, que sobre el camino del concepto finito [o representación] no es posible
ninguna mediación con la verdad, acostumbra a sacar la consecuencia opuesta a la que reside de
modo inmediato en aquel resultado. Aquella convicción, en efecto, ha suprimido [8] más bien el
interés por la investigación de las categorías y la atención y la cautela respecto de su aplicación[9]; en
vez de alejar del conocimiento las relaciones finitas, el uso de éstas a la desesperada se ha hecho
mucho más despreocupado, inconsciente y acrítico. A partir del malentendido de que la insuficiencia
de las categorías para alcanzar la verdad comporta la imposibilidad del conocimiento objetivo, se
concluye la justificación del hablar y condenar desde el sentimiento y desde la opinión subjetiva; en
el lugar [que debería ocupar] la demostración se presentan aseveraciones y narraciones de lo que
[dicen] se halla en la conciencia como hechos, lo cual se tiene por más puro cuanto más acrítico [10].
Sobre una categoría tan enjuta como la inmediatez[11] y sin mayor investigación de ella, se quieren
colocar las aspiraciones más elevadas del espíritu y desde esta misma categoría se quiere decidir
sobre tales aspiraciones. Sobre todo cuando se discute de cuestiones religiosas, ocurre que la
filosofía es marginada expresamente, como si de esta manera se evitara todo mal y se consiguiera la
seguridad contra el error y la ilusión, y a continuación se dispone la investigación de la verdad desde
supuestos de cualquier procedencia y mediante raciocinios[12], eso es, utilizando las determinaciones
usuales del pensamiento tales como esencia y fenómeno, razón y consecuencia, causa y efecto, etc., o
utilizando también el modo de sacar conclusiones que se atiene a esas o aquellas relaciones de la
finitud. «Se han librado de los malos, [pero] el mal se ha quedado»[13]; y el mal es ahora peor que
antes, porque nos confiamos a él sin sospecha ni crítica; como si aquella calamidad que ahora se
mantiene alejada, la filosofía, fuera otra cosa que la búsqueda de la verdad, pero con conciencia de la
naturaleza y valor de las relaciones de pensamiento que vinculan y determinan todos los contenidos.
Su peor destino [sin embargo] debía experimentarlo la filosofía en manos de los que se ocupan de
ella y, ora aprehenden, ora enjuician. Es el factum de la vitalidad física o espiritual, especialmente el
de la vitalidad religiosa, lo que se desfigura por aquella reflexión [filosófica] incapaz de captarlo.
Este aprehender, sin embargo, tiene de suyo el sentido de elevar inicialmente el hecho a algo sabido y
la dificultad reside en ese tránsito desde la cosa al conocimiento, tránsito que [siempre] se efectúa por
una cierta reflexión[14]. Y esta dificultad deja de estar [por tanto] en la ciencia misma. En efecto, el
factum [del que parte] la filosofía es el conocimiento ya dispuesto, y el aprehender sería entonces
solamente un re-pensar en el sentido de un pensamiento subsiguiente [y no de una simple reflexión];
sólo el enjuiciar exigiría una reflexión en el sentido corriente. Pero ocurre que aquel entendimiento
acrítico se demuestra también como poco de fiar en la mera aprehensión de la idea, de la cual [sin
embargo] habla expresamente; siente tan poco malestar y tiene tan pocas dudas respecto de los
supuestos bien solidificados que él mismo contiene, que es él precisamente el incapaz de repetir el
puro factum de la idea filosófica. Este entendimiento reúne admirablemente la doblez dentro de sí;
por un lado, lo que le llama la atención en la idea [filosófica] es su total desviación, e incluso su
contradicción, respecto del uso [corriente] de las categorías, pero al mismo tiempo ni se le ocurre
sospechar que haya otra manera de pensar distinta de la suya y que ésta se ejercite [efectivamente por
alguien]; no sospecha [ese entendimiento] que él, consiguientemente, debiera ponerse a pensar de
otra manera. Y así sucede que por un lado retiene la idea de la filosofía especulativa según su
definición abstracta, creyendo que bastará una definición para que la cosa aparezca de suyo clara y
acabada (definición que sólo tiene su regla y piedra de toque en representaciones previas), mientras a
la vez ignora (como mínimo) que tanto el sentido como la necesaria demostración de una definición
sólo reside en su desarrollo y que de éste procede ella como resultado. Ahora bien, como sea que
además, la idea es en general la unidad concreta y espiritual, mientras que el entendimiento consiste
en comprender las determinaciones conceptuales en su abstracción y por ende en su unilateralidad y
finitud, resulta entonces que esa unidad se convierte en identidad abstracta y carente de espíritu en la
cual, por tanto, no se da la distinción, sino que [en ella] todo es uno, todo es una misma cosa, incluso
el bien y el mal. Por ello ha sido aceptado generalmente el nombre de sistema de la identidad o de
filosofía de la identidad para la filosofía especulativa[15]. [Pero] si alguien dijera, como confesión de
su fe «creo en Dios padre, creador del cielo y de la tierra», causaría sorpresa que [después] viniera
otro a sacar la consecuencia de esa confesión de que, siendo así que el creyente, cree en Dios creador
del cielo, considera por tanto a la tierra como no creada y a la materia como eterna. El hecho
[enunciado] es correcto, es decir, que el creyente ha expresado en su confesión que cree en Dios
creador del cielo, y sin embargo [también] ese hecho es enteramente falso tal como ha sido captado
por el otro; tan falso es, que este ejemplo será tenido por increíble y trivial. Y sin embargo, esta
violenta partición por la mitad es lo que ocurre cuando se trata de la comprensión de la idea
filosófica, de manera que en este caso y para que no se pueda entender mal cómo está constituida
aquella identidad que, según aseguran, es el principio de la filosofía especulativa, se añade una
enseñanza clara y el rechazo correspondiente; [se dice], por ejemplo, que el sujeto es distinto del
objeto, o también que lo finito es distinto de lo infinito, etc. [y rechazan entonces la idea especulativa]
como si la unidad espiritual concreta fuese en sí misma carente de determinación y no contuviera
dentro de sí la distinción; como si hubiera alguien que no supiera que el sujeto es distinto del objeto,
y lo infinito [distinto] de lo finito, como si la filosofía, profundizando en su sabiduría académica,
debiera recordar que fuera de la academia también hay sabiduría para la cual aquella distinción es
algo bien sabido.
Cuando se denigra a la filosofía de manera más concreta refiriéndose a la distinción que, según se
dice, ella ignora entre el bien y el mal, [ocurre entonces que] la superficialidad y la altanería se
suelen despachar muy a gusto al dejar bien sentado «que los filósofos en sus obras no siempre
desarrollan las condenables consecuencias que se siguen de sus afirmaciones» («no siempre»: —
podría ser, por tanto, que quizá no lo hicieran [a veces] porque tales consecuencias no les atañen). La
Filosofía tiene que desdeñar esta misericordia que se quiere ejercitar con ella, pues la necesita tan
poco como justificación moral, cuanto no se percata de las consecuencias reales de sus principios y
se permite prescindir de consecuencias explícitas[*][16]. Voy a esclarecer aquella consecuencia antes
citada según la cual la distinción entre el bien y el mal se convertiría [por la filosofía] en mera
apariencia; lo haré más para dar un ejemplo de la inanidad de tal modo de concebir la filosofía que
para justificarla. Para este propósito vamos solamente a considerar el spinozismo, la filosofía en que
Dios viene determinado sólo como sustancia y no como sujeto y espíritu[17]. Esta diferencia atañe a
la determinación de la unidad; únicamente a esto se refieren, y sin embargo, nada saben de esta
determinación, aunque es un factum, aquellos que suelen denominar a esta filosofía «Sistema de la
identidad» por mucho que digan que todo es uno y lo mismo, y que bien y mal son iguales [para la
filosofía][18] Este «todo» es la suma de los peores modos de unidad[19], modos de los que la filosofía
especulativa no puede hablar; tratándose de ideas, sólo un pensamiento todavía bárbaro puede hacer
uso de tales modos. Ahora bien, por lo que se refiere a la pretensión de que en aquella filosofía en sí
o propiamente no se da validez a la distinción entre bien y mal [como dicen], hay que preguntar, por
tanto, lo que significa este propiamente. Si significa la naturaleza de Dios, no se puede entonces
exigir desde luego que en ella se coloque el mal; aquella unidad sustancial es el bien mismo; el mal
es sólo escisión [o desdoblamiento][20]; lo que hay en aquella unidad es nada menos que una
uniformidad de bien y mal que excluye más bien a éste. Por tanto, en Dios, en cuanto tal, la distinción
entre bien y mal se da menos que cualquier otra, pues esa distinción está solamente en lo escindido,
algo en lo que reside el mal mismo. Ahora bien, más adelante se presenta, incluso en el spinozismo,
la distinción entre ser humano y Dios[21]. Puede muy bien ser que, bajo este aspecto, el sistema
[spinoziano] no sea teoréticamente satisfactorio, pues el ser humano y lo finito en general, por
mucho que sean depuestos luego [como meros] modos [de la sustancia], se encuentran contemplados
únicamente junto a la sustancia [y no como algo de ella]. Pues bien, aquí en el ser humano, donde la
distinción EXISTE[22], es donde [también] EXISTE incluso de manera esencial la distinción entre el bien
y el mal; y solamente aquí es donde ella está propiamente, pues sólo aquí está su determinación
propia. Si al considerar el spinozismo, uno sólo tiene ante los ojos a la sustancia, no encuentra en
ella, desde luego, ninguna distinción entre bien y mal, pero eso sucede porque lo malo, como lo
finito y el mundo en general (cfr. § 50 N) no son absolutamente nada desde ese punto de vista. Pero
para poder ocuparse de las consecuencias morales del sistema hay que tener en cuenta el lugar donde
se presenta el ser humano en aquel sistema, así como la relación del ser humano con la sustancia,
puesto que sólo en el ser humano puede tener su puesto el mal en su distinción respecto del bien, y
para esto hay que haber examinado las partes de la Ética que tratan del ser humano, de los afectos, de
la servidumbre y de la libertad humanas[23]. Sin duda, uno se convencerá entonces de la elevada
pureza de esa moral cuyo principio es el puro amor de Dios y se convencerá igualmente de que esa
pureza de la moral es consecuencia del sistema[24]. Lessing dijo en su tiempo: «Las gentes tratan a
Spinoza como a un perro muerto»[25]; no se puede decir que en el tiempo actual se trate mejor al
spinozismo y consiguientemente a la filosofía especulativa en general, cuando uno ve que los que
disertan y dictaminan sobre ella se preocupan muy poco de comprender bien los hechos y de
presentarlos y relatarlos correctamente. Eso sería el mínimo de justicia que en cualquier caso cabría
exigir.
La historia de la filosofía es la historia del descubrimiento de los pensamientos sobre lo absoluto,
lo cual es [precisamente] el objeto de la filosofía. Así, por ejemplo, se puede decir que Sócrates
descubrió la determinación de fin y que ésta fue desarrollada y conocida de manera más precisa por
Platón y muy especialmente por Aristóteles[26]. La Historia de la Filosofía de Brucker[27] es tan poco
crítica, no sólo por lo que se refiere a lo extrínseco de la historia, sino en lo referente a la exposición
de los pensamientos, que al tratar de los antiguos filósofos griegos se encuentran allí expuestas
veinte, treinta o más tesis como si fuesen de ellos, siendo así que ninguna les pertenece. Se trata de
consecuencias que saca Brucker con arreglo a la mala metafísica de su tiempo y las atribuye a
aquellos filósofos como si fuesen afirmaciones de ellos. Hay que distinguir dos clases de
consecuencias; unas se dirigen solamente a ulteriores detalles de menor entidad, otras son un
volverse hacia principios más profundos; lo histórico consiste en exponer a qué individuos
corresponde esa mayor profundización del pensamiento y el descubrimiento de los principios. Pero
aquel modo de proceder no sólo es improcedente porque aquellos filósofos no sacaron por sí
mismos tales consecuencias, ni por consiguiente las formularon (consecuencias que se pretende
residen en sus principios), sino que ese procedimiento es sobre todo improcedente porque, para sacar
tales consecuencias, sería preciso suponer que aquellos filósofos concedieron valor a ciertas
relaciones de pensamiento propias de la finitud y las usaron; relaciones que más bien impurifican y
falsean la idea filosófica y son directamente contrarias al sentir de esos filósofos, los cuales eran
[auténticos] espíritus especulativos. Si en el caso de filosofías antiguas de las que sólo se nos han
transmitido pocas sentencias, un tal falseamiento tiene la excusa de que sólo se les imputa un modo
correcto de razonar, esa excusa no cabe cuando se trata de una filosofía que, por una parte, concibe
su propia idea con pensamientos determinados y, por otra parte, ha investigado y determinado
explícitamente el valor de las categorías; y todo eso prescindiendo de que la idea se comprende de
manera mutilada y se toma un solo momento de la exposición [de ella] (como ocurre con la
identidad) presentándolo luego como si fuese la totalidad; y dejo de lado además que las categorías
sean reseñadas de manera totalmente ingenua con arreglo al uso más inmediato de la conciencia
cotidiana, es decir, de manera unilateral y carente de verdad. El conocimiento bien formado de las
relaciones de pensamiento es la primera condición para captar correctamente un hecho filosófico.
Pero el primitivismo en el pensamiento no sólo es explícitamente justificado por el principio del
saber inmediato, sino que lo convierte en ley; [y sin embargo] el conocimiento de los pensamientos
y, por ende, la [buena] formación del pensamiento subjetivo no son de ninguna manera un saber
inmediato como tampoco lo son ninguna clase de ciencia, arte o habilidad[28].
La religión es el modo y manera de la conciencia en que la verdad es para todos los seres
humanos, sea cual sea su formación; pero el conocimiento científico de la verdad es un modo
peculiar de la conciencia de ella cuyo trabajo no lo emprenden todos, sino más bien pocos. El haber
sustancial es el mismo, pero así como Homero dice que hay muchas cosas que tienen dos nombres,
uno en la lengua de los dioses y otro en la de los hombres cargados de días[29], igualmente para aquel
haber sustancial hay dos lenguajes; uno, el del sentimiento, de la representación y del entendimiento,
[o sea el] del pensamiento que anida en categorías finitas y en abstracciones, y otro, el del concepto
concreto. Si alguien desde la religión quiere también discutir sobre filosofía y criticarla, tiene que
contar con algo más que con los solos hábitos de la conciencia cargada de días. El fundamento del
conocimiento científico es el íntimo haber sustancial [del espíritu], la idea inmanente y su activa
vivacidad en el espíritu, del mismo modo que la religión es como mínimo una interioridad bien
trabajada, un espíritu despierto y con buen sentido y un haber sustancial bien formado. En los últimos
tiempos la religión ha encogido cada vez más la extensión configurada de su contenido y se ha
retirado a lo intensivo de la piedad y del sentimiento, un sentimiento que con frecuencia manifiesta
precisamente un haber muy pobre y escaso [30]. Mientras la religión tiene un credo, una doctrina, una
dogmática, tiene aquello de lo que puede ocuparse la filosofía como tal y en lo que ésta puede unirse
con la religión. Pero es preciso repetir que todo esto no hay que tomarlo a la manera del mal
entendimiento separador del que está cautiva la religiosidad moderna y de acuerdo con el cual
filosofía y religión son representadas como si una excluyera a la otra, o como si fuesen de tal modo
separables que sólo se pudieran unir luego extrínsecamente. Más bien lo ocurrido hasta ahora ha sido
que la religión ha podido darse, desde luego, sin filosofía, pero la filosofía no ha podido darse sin
religión, sino que más bien la incluye dentro de sí. La verdadera religión, la religión del espíritu, ha
de tener ese Credo, o sea, un contenido; el espíritu es esencialmente conciencia y por ende conciencia
del contenido objetivado; en cuanto sentimiento, el espíritu es el mismo contenido sin objetivar (sólo
sufre o se cualifica, para decirlo con la expresión de J. Bóhme[31]) y es, por tanto, el escalón más bajo
de la conciencia; es más, [el contenido como sentimiento] está en la forma propia del alma, forma
que [el alma humana] tiene en común con los animales. Pero sólo el pensamiento hace del alma (algo
de lo que el animal también está dotado) espíritu, y la filosofía es meramente una conciencia de aquel
contenido, del espíritu y su verdad, también bajo la figura y manera de aquella esencialidad del
espíritu [el pensamiento] que lo hace distinto del animal y capaz de religión. La religiosidad sometida
a contracción [o estrechada] hasta concentrarse en un punto, o sea, en el corazón[32], debe hacer de su
contrición y disolución un elemento esencial de su renacimiento [33]; y la religiosidad debe recordar
igualmente que se las tiene que haber con el corazón de un espíritu, que el espíritu está destinado a ser
fuerza para el corazón y que esta fuerza sólo puede darse si el espíritu ha nacido de nuevo. Este
renacimiento del espíritu, tanto desde su natural ignorancia como desde su error natural, acaece por
medio de la enseñanza y mediante la fe por el testimonio del espíritu sobre la verdad objetiva o sobre
el contenido [de esta fe]. Este renacimiento del espíritu es también inmediatamente, entre otras cosas,
renacimiento del corazón desde la vanidad del entendimiento unilateral que es de donde saca el
corazón su pretensión de saber cómo lo finito se distingue de lo infinito o de saber que la filosofía
tiene que ser o bien politeísmo o bien, en los espíritus sutiles, panteísmo, etc. Se trata, por
consiguiente, de renacer desde estos lamentables modos de ver con los que la piadosa humildad se
revuelve con altanería contra la filosofía y contra el conocimiento teológico. Cuando la religiosidad
se empeña en su intensidad carente de expansión y, por ende, carente de espíritu, sólo sabe desde
luego de la oposición entre esta forma suya, limitada y limitante, y la expansión espiritual de la
doctrina religiosa en cuanto tal [que también es propia] de la doctrina filosófica[*][34]. Pero el espíritu
pensante no solamente no se limita a la satisfacción dentro de la pura e inocente religiosidad, sino
que aquel [estrecho] punto de vista está en él como resultado procedente de la reflexión y el
raciocinio [35]; es con la ayuda del entendimiento superficial como se ha procurado esta «elegante»
emancipación de toda doctrina, nada menos, y usando el pensamiento con el que se ha infectado para
ejercer su celo contra la filosofía, es como se mantiene violentamente sobre el afilado ápice carente
de contenido de un estado sentimental abstracto. No me puedo resistir a citar aquí algunos pasajes de
la parenesis del Sr. Franz von Baader sobre esa forma de piedad, tomados del Fermentum cognitionis,
cuaderno 5, prólogo, págs. IX y ss[36].
«Mientras, dice él, por parte de la ciencia no surja un nuevo interés hacia la religión y sus
doctrinas, fundado en la libre investigación y en un convencimiento verdadero…, mientras eso no
ocurra, vosotros, tanto los piadosos como los impíos, con todos vuestros preceptos y prohibiciones,
con todos vuestros discursos y acciones, no remediaréis el mal, y mientras tanto tampoco será amada
esta religión [ahora] no respetada, porque sólo se puede amar de corazón y sinceramente aquello que
se ve sinceramente respetado y se reconoce como indudablemente respetable, del mismo modo que a
la religión sólo se la puede servir con ese “amor generosus”… Con otras palabras: ¿queréis que la
práctica de la religión se extienda de nuevo? Preocupaos entonces por obtener nuevamente una teoría
razonable para ella y no les preparéis el campo a vuestros enemigos (los ateos) con aquella
afirmación irracional y blasfema de que no hay que pensar en esa teoría de la religión pues es cosa
imposible, que la religión es asunto del corazón y que en ella hay buenas razones para abdicar de la
cabeza, es más, que se debe renunciar a ella»[*][37].
Con respecto a la pobreza de contenido puede todavía notarse que sólo se puede hablar de ella
como fenómeno de la situación externa de la religión en un tiempo particular. Un tiempo así podría
ser deplorado si sólo produjera la necesidad de la simple fe en Dios, cosa que le era tan cara al noble
Jacobi[38], y la necesidad además de promover un concentrado cristianismo de la sensibilidad;
[aunque] no hay que despreciar al mismo tiempo los elevados principios que incluso ahí se dan a
conocer (cfr. introd. a la lógica § 64, nota). Pero ante la ciencia se extiende el rico contenido que le
han puesto delante siglos y milenios de actividad cognoscitiva y todo eso está ante ella no como algo
histórico que sólo otros poseyeron y que para nosotros sería únicamente un pretérito, una mera
ocupación para conocimiento del recuerdo y para ejercitar la agudeza de la crítica sobre las
narraciones, en vez de ser algo para el conocimiento del espíritu y para el interés por la verdad. Lo
más sublime, profundo e íntimo ha sido sacado a la luz en las religiones, filosofías y obras de arte
bajo formas puras e impuras, claras y turbias, frecuentemente muy turbadoras. Hay que considerar
como un mérito muy especial que el Sr. Franz von Baader prosiga su trabajo de ofrecer tales formas
no sólo al recuerdo, sino que, con espíritu profundamente especulativo, siga elevando este haber a
los honores de la ciencia exponiendo y corroborando la idea filosófica que contienen. La
profundidad de Jakob Böhme da pie particularmente para ello y sugiere formas para hacerlo. A este
espíritu poderoso se le ha dado con razón el nombre de philosophus teutonicus[39]. Ha extendido por
una parte el haber sustancial de la religión hasta convertirlo de suyo en idea universal, ha concebido
los más altos problemas de la razón dentro de aquel contenido y ha intentado comprender en su
interior el espíritu y la naturaleza en sus esferas y figuras más concretas; para ello ha asumido como
fundamento que el espíritu del hombre y todas las cosas fueron creadas según la imagen de Dios, es
decir, de ningún otro Dios que el trinitario, y que todo ello sólo sigue vivo para ser reparado de la
pérdida de su imagen original. Por otra parte, Bóhme ha aplicado animosamente las formas de las
cosas naturales (azufre, salitre, etc.; lo acre, amargo, etc.) a las formas espirituales y del
pensamiento [40]. La gnosis del Sr. von Baader, que se vincula a formas semejantes, es una manera
apropiada de encender y promover el interés por la filosofía; al mismo tiempo se opone
vigorosamente a la tranquilidad ante la miseria sin contenido del vocerío ilustrado, [al que denuncia]
como devoción que sólo aspira a conservarse intensivamente. El Sr. von Baader en todos sus escritos
se muestra muy lejos de tomar esta gnosis como modo exclusivo de conocer. [En efecto] ella tiene de
suyo sus inconvenientes; su metafísica no se ocupa de la consideración de las categorías mismas ni
del desarrollo metódico del contenido; padece de inadecuación del concepto a tales formas y figuras
primitivas o ingeniosas y padece asimismo el defecto de poseer el contenido absoluto como
suposición, a partir de la cual explica, construye[*][41].
Se puede decir que ya tenemos bastantes figuras de la verdad tanto claras como turbias, y aun nos
sobran, en las religiones y en las mitologías, en las filosofías gnósticas y mistificadoras de otros
tiempos y de los actuales; uno puede hallar su contentamiento en el descubrimiento de la idea bajo
estas figuras y se puede obtener de ellas la satisfacción de [saber que] la verdad filosófica no es algo
aislado, sino que bajo todas estas formas está presente su actuosidad, por lo menos como fermento.
Pero si la petulancia de lo inmaduro, como ha sido el caso de un seguidor del Sr. v[on]. B[aader][42],
viene a dar en el refrito de tales productos de la fermentación, eleva entonces esta gnosis, con su
propia pereza e incapacidad para el pensamiento, a modo exclusivo de conocer; es desde luego más
fácil pasearse por estas imágenes, y relacionarlas con filosofemas asertóricos, que dedicarse al
desarrollo del concepto y someter el pensamiento y el ánimo a la necesidad lógica de aquel
desarrollo. Igualmente reside más cerca de la petulancia quien se atribuye a sí mismo, como
descubrimiento propio, lo que él ha aprendido de otros, cosa que cree tanto más fácilmente cuanto
más los combate o desprecia; o más bien se excita contra estas cosas porque de ellas ha tomado sus
propios modos de ver.
Como sea que en los fenómenos actuales contemplados en este prólogo se deja ver el impulso del
pensamiento, aunque deformado, sólo resulta en sí y para sí digno del pensamiento mismo, educado
para la alteza del espíritu, y digno de las necesidades de la época, y por ende de nuestra ciencia, que
aquello que antiguamente se reveló como misterio (y que permanece misterioso para el pensamiento
formal bajo sus figuras [más] puras, mucho más en las turbias, de su revelación) sea ahora revelado
para el pensamiento mismo, el cual, en el derecho absoluto de su libertad, afirma su empeño de
reconciliarse con el extenso contenido [de aquellos misterios] sólo en la medida en que ese contenido
haya sabido darse la figura que es más digna de él, la del concepto y la necesidad que lo vincula todo,
tanto el contenido mismo como los pensamientos, y que es ésta precisamente la figura que todo lo
hace libre. Si lo antiguo tiene que ser renovado, es decir, tiene que ser renovada una vieja figura
(pues el haber mismo es eternamente joven), entonces la configuración de la idea tal como la ofreció,
por ejemplo, Platón y mucho más profundamente Aristóteles[43] es infinitamente más digna de ser
recordada [que las formas mistéricas], también porque descubriéndolas mediante su apropiación por
nuestra formación intelectual, no se da solamente una comprensión de ellas, sino un progreso de la
ciencia misma. Sin embargo, comprender esas formas de la idea no consiste tampoco, por ende, en
captarlas superficialmente como fantasmagorías gnósticas y cabalísticas, ni menos se consigue
tampoco aquel progreso indicando o insinuando esos ecos de la idea[44].
Así como de lo verdadero se ha dicho atinadamente que es index sui et falsi[45] mientras que desde
lo falso no se conoce lo verdadero, así también el concepto es comprensión de sí mismo y de la
figura carente de concepto, mientras que ésta, desde su verdad interior, no entiende el concepto. La
ciencia entiende el sentimiento y la fe, pero ella sólo puede ser juzgada desde el concepto como
aquello sobre lo que descansa; y puesto que la ciencia es el autodespliegue del concepto, por esto,
enjuiciar la ciencia desde el concepto no es tanto un juicio sobre ella cuanto un progreso conjunto.
Un juicio de esta clase he de desear yo también para este intento, del mismo modo que sólo puedo
tomar en consideración un juicio tal.
Berlín, 25 de mayo de 1827
PRÓLOGO A LA PRIMERA EDICIÓN (1817)
La necesidad de poner en las manos de los alumnos un hilo conductor para mis lecciones de
filosofía es lo que me ha decidido a publicar, antes de lo que hubiera sido mi intención, esta visión de
conjunto del ámbito total de la filosofía.
La naturaleza de un compendio [46] no solamente excluye el desarrollo exhaustivo de las ideas con
arreglo a su contenido, sino que limita también especialmente la explicitación de su deducción
sistemática, la cual debe contener lo que en otro tiempo [47] se entendió como prueba y que es
imprescindible a cualquier filosofía científica. El título del libro debía indicar, por una parte, que
abarca un todo y, por otra, la intención de reservar las particularidades para la exposición oral.
Pero cuando se trata de un compendio, más [bien] se atiende únicamente a una finalidad
extrínseca de la ordenación y composición, si lo que se pretende transmitir con intencionada
brevedad es un contenido que se da por supuesto y es [ya] bien conocido. En tanto la presente
exposición no se encuentra en este caso, sino que se trata de una reelaboración de la filosofía con
arreglo a un [nuevo] método que, como espero, llegará a ser reconocido como el único verdadero,
idéntico al contenido [48], hubiera podido tener por más ventajoso para el público, si las circunstancias
me lo hubieran permitido, hacer preceder un trabajo más detallado sobre las otras partes de la
filosofía semejante al que [ya] he entregado al público sobre la primera parte de la totalidad [del
sistema, es decir], la lógica[49].
Por lo demás, a pesar de que en la presente exposición debía limitarse aquel aspecto del contenido
que lo acerca más a la representación y a lo [que nos es] empíricamente más familiar, creo que con
referencia a las transiciones, que sólo pueden consistir en una mediación que acaece en virtud del
concepto, he resaltado suficientemente lo que basta para distinguir el carácter metódico de la marcha
[del contenido], tanto respecto del mero orden extrínseco al que tienden las otras ciencias, como
respecto del estilo que se ha hecho usual en las materias filosóficas, [a saber,] un manierismo que
presupone un esquema con el que se trata la materia de manera tan extrínseca e incluso más arbitraría
que [la usual en] aquellas ciencias, establece paralelismos y, con el más extraño de los equívocos,
pretende dar satisfacción a la necesidad del concepto con la contingencia y arbitrariedad de los
enlaces.
Vimos a la misma arbitrariedad apoderarse también del contenido de la filosofía, salir de
aventuras con el pensamiento e impresionar por un tiempo los ánimos más auténticos y honrados,
aunque también fue tenida por una insensatez que se exaltaba hasta la locura. En vez de [algo]
imponente o extravagante, el contenido daba a conocer más propia y frecuentemente trivialidades de
sobra conocidas, la forma [daba a conocer] únicamente el estilo del pretendido ingenio, pertinaz y
facilón, de los enlaces barrocos y de la forzada excentricidad, y en general, tras un semblante de
seriedad, [se escondía] el engaño ante sí y ante el público [50]. Por el lado opuesto vimos, por el
contrario, cómo la superficialidad etiquetaba como escepticismo a la pobreza de pensamiento que se
tiene por inteligente y por fino criticismo racional, y elevaba su petulancia y vanidad a la misma
altura que su vaciedad de ideas[51]. Estas dos orientaciones del espíritu han burlado por un buen
tiempo la seriedad alemana, han agostado su aspiración filosófica más profunda y han causado una
tal indiferencia, es más, un tal desprecio de la ciencia filosófica, que ahora, incluso aquello que se
llama a sí mismo modestia, se atreve a pontificar su acuerdo o desacuerdo sobre lo más profundo de
la filosofía y cree poder permitirse negarle el [carácter de] conocimiento racional, cuya forma se
concebía en otro tiempo como demostración.
El primero de los mencionados fenómenos cabe considerarlo, en parte, como diversión juvenil
de la nueva época que justo ha comenzado en el campo de la ciencia y de la política. Cuando aquel
ánimo placentero saludó con traspiés la aurora[52] del espíritu rejuvenecido y, sin mayores trabajos,
se sumergió en el goce de la idea y se regaló con las esperanzas y perspectivas que ésta le ofrecía,
fácilmente hizo las paces con aquellos excesos porque en ellos subyace una semilla [de auténtico
saber] y los vapores superficiales[53] que de ella se desprenden se disipan por sí mismos. El segundo
fenómeno empero es más dañino porque delata fatiga y falta de vigor, y se esfuerza en encubrirse
con una petulancia que, poniéndose por encima de los espíritus filosóficos de todos los tiempos, los
desconoce y sobre todo se desconoce a sí misma.
Por todo ello es tan consolador percibir, y más aún anunciarlo, que el interés por la filosofía se
ha conservado frente a aquellos dos fenómenos y que el amor serio por el conocimiento superior se
ha mantenido puro y sin vanidad. Y si bien este interés se arrojó de momento a la forma del saber
inmediato y del sentimiento, anuncia, sin embargo, el impulso interior hacia metas más altas de la
visión racional, y que son lo único que confiere su dignidad al ser humano, sobre todo porque tal
dignidad la obtiene éste solamente como resultado del saber filosófico. De este modo [ese interés por
el conocimiento superior] reconoce, por lo menos como condición suya, aquello que parece
desdeñar. A este interés por el conocimiento de la verdad dedico yo este intento de proporcionarle una
introducción o una contribución a su contentamiento; [ojalá] que este fin obtenga para mi intento una
acogida favorable.
Heidelberg, mayo 1817
PRÓLOGO A LA TERCERA EDICIÓN (1830)
En esta tercera edición se han introducido y conservado distintas mejoras mirando especialmente
a que contribuyan a la claridad y precisión de la exposición. Sin embargo, para [no apartarnos de] la
finalidad propia del libro de texto, la cual exige que éste sea un compendio, era necesario mantener el
estilo conciso, formal y abstracto; cumple su destinación cuando recibe las necesarias explanaciones
en las clases orales.
Desde la segunda edición han aparecido varios juicios sobre mi filosofía que, en su mayor parte,
han mostrado escasa vocación para semejante asunto [54]. Esas réplicas frívolas, dirigidas a obras que
han sido trabajadas a fondo durante muchos años con la seriedad apropiada a su objeto y con las
exigencias de la ciencia, no producen goce alguno porque en su rostro se transparenta la fea pasión
de la petulancia y altanería, de la envidia y el despecho; menos todavía ofrecen [estas críticas] algo
que aprender. Dice Cicerón (Tuscul. Quaest. 1. II): «Est philosophia paucis contenta judicibus,
multitudinem consulto ipsa fugiens, eique ipsi et invisa et suspecta; ut, si quis, universam velit
vituperare, secundo id populo facere possit»[55]. Es efectivamente tanto más popular distanciarse de la
filosofía, cuanto tal cosa se hace con la mirada más corta y con menos profundidad. El mezquino
gusto de llevar la contraria se satisface en los fallos que encuentra, y la ignorancia se aferra a ellos
de manera bien comprensible. Otros objetos caen bajo los sentidos o se nos ponen enteros ante la
imaginación; para hablar de ellos, basta con el bajo nivel de conocimientos que les es adecuado.
Excitan fácilmente el sentido común porque están ahí, en el presente sólido y de sobras conocido.
Pero la ausencia de todo ello se arroja desvergonzadamente contra la filosofía o, mejor dicho, contra
una fantasiosa imagen hueca [de ella] que la ignorancia se construye y finge, porque no tiene ante sí
algo que le permita orientarse; [esta ignorancia] se mueve enteramente en lo impreciso y vacío y, por
ende, en el sinsentido. En otra parte he tomado sobre mí la tarea poco grata e infecunda de iluminar
en su desnuda miseria esos tales fenómenos procedentes de las bajas pasiones y de la ignorancia[56].
Pudo parecer recientemente[57] que desde el campo de la teología y, más exactamente, de la
religiosidad, se iba a fomentar una investigación científicamente más seria sobre Dios, sobre las
cosas divinas y sobre la razón en un amplio sentido. Pero ya el comienzo [mismo] del movimiento
no permitió que esa esperanza madurase, pues habiendo partido la iniciativa de ciertas
personalidades, ni las pretensiones de la piedad acusadora ni las atacadas pretensiones de la razón
libre se elevaron hasta la [verdadera] cuestión y menos todavía se hicieron conscientes de que para
aclarar el asunto era necesario entrar en el campo de la filosofía. Aquel ataque personalizado, a partir
de especiales características extrínsecas de la religión, demostró con su enorme petulancia que quería
dictaminar desde la propia prepotencia sobre el cristianismo de determinadas personas y con ello
estamparles el sello de la condenación mundana y eterna. Dante, en virtud de la divina inspiración
poética, se excluyó de la posesión de las llaves de Pedro y se guardó de condenar a los tormentos
infernales a sus contemporáneos, aunque ya hubiesen fallecido, fueran papas o emperadores[58]. A
una filosofía reciente se le ha echado en cara la infamia de que en ella el individuo humano se afirma
como Dios[59]; pero, contra este reproche de una falsa consecuencia, es otra auténtica petulancia
erigirse en juez universal, dictar sentencia sobre el cristianismo de las personas y pronunciar así
sobre ellas la más íntima de las condenas. La piedra de toque de esta prepotencia es el nombre del
Señor Jesucristo y la aseveración de que el Señor habita en el corazón de tales jueces. [Pero]
Jesucristo dice (Mt. 7, 20): «Por sus frutos los conoceréis» y la increíble insolencia del repudio y la
condenación no es ningún fruto bueno. Y Jesucristo prosigue: «No todos los que me dicen Señor,
Señor, entrarán en el reino de los cielos; en aquellos días me dirán: Señor, Señor, ¿no hemos
profetizado en tu nombre?, ¿no hemos arrojado demonios en tu nombré?, ¿no hemos hecho muchos
milagros en tu nombre? Pero entonces él les dirá: No os conozco, apartaos de mí, vosotros,
obradores del mal.» Los que aseguran encontrarse en posesión exclusiva del cristianismo y exigen la
fe de los otros no han llegado a arrojar demonios; más bien muchos de ellos se ufanan, como
aquellos que creen en la visionaria de Prevorst[60], de estar en tratos con una sarta de fantasmas y
respetarlos, en vez de perseguir y condenar esos engaños de una superstición servil y anticristiana.
Tampoco dan señales de poder proferir sabiduría y se muestran totalmente incapaces de realizar
grandes milagros en el terreno del conocimiento y de la ciencia, cosa que sería su oficio y
obligación. La erudición no es todavía ciencia. Están continuamente ocupados con todo el acervo de
cosas indiferentes, extrínsecas a la fe, mientras en lo que atañe al haber y contenido de la fe se
detienen en la simple repetición del nombre del Señor y menosprecian de propósito y con desdén el
cultivo de la doctrina que constituye el fundamento de la fe de la iglesia cristiana; y esto es así porque
la explanación científica y espiritual [de la fe], enteramente activa en el pensamiento, estorbaría, e
incluso impediría y borraría, la pretensión de descansar subjetivamente en la aseveración de que ellos
se encuentran en posesión del cristianismo y que lo tienen en exclusiva; aseveración vacía de espíritu,
estéril en bienes y solamente rica en frutos dañados. Esta explanación espiritual con tal fuerza se
distingue en la escritura [sagrada] de la simple fe, que ésta sólo se hace verdad en virtud de aquella
explanación. «Al que crea en mí, dice Jesucristo (Jn. 7, 38) le brotarán de su cuerpo ríos de agua
viva» y esto se declara y precisa en el v. 39 de modo que no es la fe en la persona temporal, sensible y
presente de Jesucristo la que esto opera, [ni es ella] la que es la verdad en cuanto tal, sino que allí
mismo se dice que Cristo refería su afirmación al espíritu que debían recibir aquellos que creyeran
en él, pues el Espíritu Santo no estaba todavía allí ya que Jesús no había sido todavía glorificado. La
figura no glorificada de Cristo es la figura sensible presente en aquel tiempo y es, después, la
persona imaginada que tiene el mismo contenido que aquélla; esta persona es el objeto inmediato de
la fe. En aquel presente, el mismo Cristo reveló oralmente a sus discípulos su naturaleza eterna y su
destino a [obrar] la reconciliación de Dios consigo mismo y de los humanos con él, así como el
orden de la salvación y la doctrina moral; y la fe que los discípulos tenían en él comprende todo esto
dentro de sí. Prescindiendo de todo ello, esta fe a la que no falta nada en certeza subjetiva se
caracteriza como el solo comienzo y como fundamento del que partir, o sea, como lo que no es
todavía perfecto; y los que creían de este modo no tenían aún el espíritu, sino que primero debían
recibirlo; debían recibir al que es la verdad misma, al que debe conducirles, después de aquella fe, a
toda la verdad. Sin embargo, ellos se han quedado parados en aquella certeza, [o sea] en la condición
[previa]; pero la certeza, si se queda en mera certeza subjetiva, lleva consigo solamente el fruto
subjetivo y formal de la aseveración y con ella [el fruto] de la altivez y de la difamación y
condenación [de los demás]. Oponiéndose a la escritura, se agarran a la sola certeza en contra del
espíritu que es la explanación del conocimiento y, sólo él, la verdad.
Esta pobreza en contenido científico y, en general, esta pobreza espiritual comparte sus
sentimientos piadosos con lo que es objeto inmediato de su acusación y condenación. La Ilustración
del entendimiento, mediante su pensamiento formal, abstracto y sin contenido, ha vaciado a la
religión, igual que lo ha hecho aquella piedad mediante su reducción de la fe a la piedra de toque del
«Señor, Señor». Ninguna de las dos tiene ventaja sobre la otra y, mientras se enzarzan en la lucha, no
se ve ninguna materia en la que puedan tocarse, ni pueden conseguir un suelo común [para discutirla]
ni la posibilidad de investigarla y conducirla al conocimiento y a la verdad. La teología ilustrada se
ha quedado parada en su formalismo, es decir, en su invocación de la libertad de conciencia, de
pensamiento y de cátedra, incluso en su invocación a la razón y a la ciencia. Esa libertad es en
cualquier caso la categoría del derecho infinito del espíritu y la segunda condición particular de la
verdad para aquella primera [posición], es decir, para la fe. Pero lo que la conciencia libre y
verdadera tiene por determinaciones y leyes racionales, lo que la fe y el pensamiento libres poseen y
enseñan, este punto material, es lo que se han guardado de tocar y [ambas posiciones, fe y saber] se
han quedado paradas en aquel formalismo [61] de lo negativo y la libertad; libertad de rellenar [el
formalismo] con gustos y opiniones, de tal modo que en general el contenido mismo ha venido a ser
indiferente. Tampoco pueden acercarse a un contenido [para discutirlo] porque la comunidad
cristiana debe estar unida, y siempre tendrá que estarlo, mediante el lazo de una doctrina, de una
confesión de fe, mientras las generalidades y abstracciones propias del agua estancada y no viva del
entendimiento racionalista no permiten lo específico de un contenido cristiano y de una doctrina que
estén en sí mismos determinados y bien configurados. Contra esto los otros [los creyentes],
valiéndose del nombre del «Señor, Señor», desdeñan con ligereza el perfeccionamiento de la fe en el
espíritu, haber sustancial y verdad.
Por todo eso se ha levantado tan gran polvareda de altanería, de odiosidad y de personalismos, así
como de huecas generalidades. Pero este polvo debía ser castigado con la esterilidad, no podía
acarrear la cosa misma, no podía conducir al haber sustancial y al conocimiento. La filosofía puede
alegrarse de haber sido mantenida fuera de este juego; ella reside fuera del campo de aquellos
duelos, tan lejos de personalismos como de generalidades, y si se hubiera visto llevada a este terreno
sólo habría podido cosechar descontento y despropósitos.
Siendo así que desde el máximo e incondicionado interés de la naturaleza humana [por la
libertad] se pierde el rico y profundo haber sustancial, y siendo así también que tanto la religiosidad
pía como la reflexiva alcanzan la suprema satisfacción[62] sin dar con ningún contenido, la filosofía
ha venido a ser una aspiración contingente y subjetiva. Aquellos intereses incondicionados se han
encauzado de tal manera en las dos clases de religiosidad, y precisamente no por otra cosa que por el
raciocinio [63], que éste ya no necesita de la filosofía para dar satisfacción a esos intereses; es más, la
filosofía es tenida con razón como un estorbo para aquella satisfacción recientemente encontrada y
para este flaco contentamiento. La filosofía ha sido así entregada a las libres aspiraciones del sujeto;
no hay menester de ninguna clase de filosofía; esta aspiración, donde se da, debe ser más bien
perseverante contra sospechas y disuasiones; [pero] ella existe solamente como íntima necesidad más
fuerte que el sujeto y por la cual su espíritu se ve impulsado sin descanso hasta «que él venza»[64] y
obtenga para la inquietud de la razón el goce que merece. De esta manera, sin estímulo de nadie, ni
tan siquiera de la autoridad religiosa, considerada más bien como algo superfluo y como lujo
peligroso o, como mínimo, dudoso [65], la ocupación con esta ciencia se sostiene tanto más
libremente cuanto descansa únicamente sobre el interés del asunto y de la verdad. Si, como
Aristóteles dice[66], la teoría es lo más dichoso y el mejor entre todos los bienes, saben muy bien
todos los que participan de este goce qué es lo que ganan con él, [a saber,] la satisfacción de la
necesidad dé su naturaleza espiritual; y pueden abstenerse de exigir tal cosa a otros, abandonándolos
a sus propias aspiraciones y a las satisfacciones que para ellas encuentren. Acerca del interés no
profesional por las materias filosóficas ya hemos reflexionado más arriba[67]; cuanto más
vocinglero se hace, menos apto resulta para tomar parte en estos asuntos, pues la participación
rigurosa y profunda se hace a solas consigo mismo y, cuando se dirige a otros, lo hace sin gritar; la
vanidad y la superficialidad están listas con presteza y se apresuran a meter baza, pero la seriedad de
una explanación completa, de grandes dimensiones en sí misma y sólo adquirible mediante un largo
y difícil trabajo, en una palabra, un desarrollo que dé satisfacción al asunto, se sumerge largamente
en él y trabaja calladamente.
La rápida venta[68] de la segunda edición de este hilo conductor enciclopédico, hilo que no
convierte en fácil el estudio de la filosofía según la caracterización de ella que hemos ofrecido más
arriba, me ha otorgado la satisfacción de ver que más allá del griterío de la superficialidad y vanidad,
ha ocurrido una participación más callada y gratificante, la cual también deseo ahora para esta nueva
edición.
Berlín, 19 de septiembre 1830
ÍNDICE[69]
INTRODUCCIÓN.
§ 1-18
Primera Parte
LA CIENCIA DE LA LÓGICA
§ 19-244
CONCEPTO PREVIO.
§
A. Primer posicionamiento del pensamiento respecto de la objetividad: Metafísica.
§
B. Segundo posicionamiento del pensamiento respecto de la objetividad.
§
I. Empirismo.
§
II. Filosofía crítica.
§
C. Tercer posicionamiento del pensamiento respecto de la objetividad: El saber inmediato. §
Concepto más próximo y división de la Lógica.
19-83
26-36
37-60
37
40
61-78
§ 79-83
PRIMERA SECCIÓN
La doctrina del ser.
A. La cualidad.
a. Ser.
b. Existir.
c. Ser-para-sí.
B. La cantidad.
a. La cantidad pura.
b. El quantum.
c. El grado.
C. La medida.
§
§
§
§
§
§
§
§
§
§
84-111
86
86
89
96
99
99
101
103
107
§
§
§
§
§
§
§
§
§
§
§
§
§
§
§
§
112-159
115
115
115
116
121
123
125
131
132
133
135
142
150
153
155
SEGUNDA SECCIÓN
La doctrina de la esencia.
A. La esencia como fundamento de la EXISTENCIA.
a. Las determinaciones puras de la reflexión.
α) Identidad.
β) Distinción.
γ) Fundamento.
b. La EXISTENCIA.
c. La cosa.
B. El fenómeno.
a. El mundo fenoménico.
b. Contenido y forma.
c. La relación.
C. La realidad efectiva.
a. Relación de sustancialidad.
b. Relación de causalidad.
c. El efecto recíproco.
TERCERA SECCIÓN
La doctrina del concepto.
A. El concepto subjetivo.
a. El concepto como tal.
§ 160-244
§ 163
§ 163
b. El juicio.
c. El silogismo.
B. El OBJETO.
a. El mecanismo.
b. El quimismo.
c. Teleología.
C. La idea.
a. La vida.
b. El conocer.
c. La idea absoluta.
§ 166
§ 181
§ 194
§ 195
§ 200
§ 204
§213
§ 216
§ 223
§ 236
Seg unda parte
LA FILOSOFÍA DE LA NATURALEZA
INTRODUCCIÓN.
§ 245-376
§ 245
PRIMERA SECCIÓN
La mecánica.
A. Espacio y tiempo.
a. El espacio.
b. El tiempo
c. El lugar y el movimiento.
Β. Materia y movimiento.
a. La materia inerte.
b. La impulsión.
c. La caída.
C. Mecánica absoluta.
§
§
§
§
§
§
§
§
§
§
253-271
254
254
257
260
262
263
265
267
269
§
§
§
§
§
§
§
§
§
§
§
§
§
§
272-336
274
275
281
286
290
293
295
300
303
308
310
316
326
SEGUNDA SECCIÓN
Física.
A. Física de la individualidad universal.
a. Los cuerpos físicos libres.
b. Los elementos.
c. El proceso de los elementos.
B. Física de la individualidad particular.
a. El peso específico.
b. La cohesión.
c. El sonido.
d. El calor.
C. Física de la individualidad total.
a. La figura.
b. La particularización del cuerpo individual.
c. El proceso químico.
TERCERA SECCIÓN
Física orgánica[70].
A. La naturaleza geológica.
B. La naturaleza vegetal.
C. El organismo animal.
a. La figura.
§ 337-376
§338
§ 343
§ 350
§ 353
b. La asimilación.
§ 357
c. Proceso del género.
§ 367
Tercera Parte
FILOSOFÍA DEL ESPÍRITU
INTRODUCCIÓN.
§ 377-577
§ 377
PRIMERA SECCIÓN
El espíritu subjetivo.
A. Antropología.
a. El alma natural.
§ 387-482
§ 388
§ 391
b. El alma que siente[71].
c. El alma efectivamente real.
B. La fenomenología del espíritu[72].
§ 403
a. La conciencia en cuanto tal.
b. La autoconciencia.
c. La razón.
C. La psicología.
a. El espíritu teorético.
b. El espíritu práctico.
c. El espíritu libre.
§
§
§
§
§
§
§
§ 411
§ 413
418
424
438
440
445
469
481
SEGUNDA SECCIÓN
El espíritu objetivo.
A. El derecho.
a. Propiedad.
b. Contrato.
c. El derecho frente al entuerto.
B. La moralidad.
a. El propósito.
b. La intención y el bienestar.
c. El bien y el mal.
C. La eticidad.
a. La familia.
b. La sociedad civil.
c. El estado.
§ 483-552
§ 488
§ 488
§ 493
§ 496
§ 503
§ 504
§ 505
§ 507
§ 513
§518
§ 523
§ 535
TERCERA SECCIÓN
El espíritu absoluto.
A. El arte.
B. La religión revelada.
C. La filosofía.
§
§
§
§
553-577
556
564
572
INTRODUCCIÓN
§1
La filosofía carece de la ventaja, que favorece a las otras ciencias, de poder suponer sus objetos
como inmediatamente ofrecidos por la representación y [de poder suponer] como ya aceptado el
método de conocimiento para empezar [73] y proseguir [su discurso]. Pero también es cierto por de
pronto que sus objetos los tiene en común con la religión. Ambas tienen la verdad por objeto y
precisamente en el sentido más elevado [de esta palabra], a saber, en el sentido de que Dios es la
verdad y él solo lo es. Ambas tratan además de la región de lo finito, de la naturaleza y del espíritu
humano, de su referencia mutua y de su referencia a Dios en cuanto verdad suya. La filosofía puede,
por tanto, suponer desde luego una cierta familiaridad con sus objetos; es más, debe suponer esa
familiaridad, así como un cierto interés en aquellos objetos; y esto por la simple razón de que la
conciencia se hace representaciones de los objetos antes (en el tiempo) de hacerse conceptos de ellos,
hasta el punto de que el espíritu que piensa solamente pasando por el representar y aplicándose sobre
él, avanza hasta el conocimiento pensante y el concebir.
Ahora bien, a la contemplación pensante pronto se le hace manifiesto que ella comporta la
exigencia de mostrar la necesidad de su contenido y también de demostrar tanto el ser como las
determinaciones de sus objetos. Aquella familiaridad con esos objetos aparece entonces como
insuficiente; y aparece también como improcedente hacer suposiciones o aseveraciones, o
simplemente dejarlas pasar. Se presenta así, a la vez, la dificultad en establecer un comienzo, ya que
un comienzo en cuanto inmediato hace una suposición o, más bien, es él mismo un supuesto.
§2
La filosofía puede determinarse, para empezar y en general, como contemplación pensante de los
objetos. Si por otra parte es verdad (y se verá desde luego que lo es) que el ser humano se distingue
del animal por el pensamiento, resulta entonces que lo humano es humano por ser causado por el
pensamiento y sólo por esto. Sin embargo, siendo la filosofía un modo peculiar de pensar, un modo
mediante el cual el pensar llega a ser conocer y precisamente conocimiento concipiente[74], este
pensar de la filosofía mantendrá una diversidad respecto de aquel pensar que actúa en todo lo
humano, es decir, del que causa la humanidad de lo humano, por bien que siendo también [el pensar
filosófico] un pensar idéntico a éste, hay en sí sólo un pensar. Esta distinción enlaza con que el
haber [75] humano de la conciencia, fundado por el pensar, no aparece en primer término bajo la
forma del pensamiento, sino como sentimiento [76], intuición[77] o representación, formas que hay que
distinguir del pensamiento en cuanto forma.
Que el ser humano se distingue del animal por el pensamiento es algo que se da por sabido [78] desde antiguo hasta el punto de
haberse hecho trivial; puede parecer trivial [desde luego], pero debería también parecer extraño que hubiera necesidad de recordar esa
antigua creencia. Y sin embargo puede tenerse como una necesidad [recordarlo ahora] ante el prejuicio de nuestro tiempo que separa de
tal modo sentimiento y pensamiento que los opone, y tan enemigos deben ser, que el sentimiento, especialmente el religioso, se mancha
y pervierte por el pensamiento; es más, se aniquila, de tal modo que [según este prejuicio] religión y religiosidad no tienen esencialmente
su raíz y su lugar en el pensamiento [sino en el sentimiento], Al hacer esa separación se olvida que sólo el ser humano es capaz de
religión; al animal, por el contrario, [a pesar de tener sentimientos] le compete tan poca religión como derecho y moralidad.
Cuando se afirma aquella separación entre religión y pensamiento, éste se queda entonces colgado del aire y se le puede caracterizar
como reflexión [79] o pensamiento reflexivo, el cual tiene como contenido pensamientos en cuanto tales y los lleva a la conciencia. La
negligencia en conocer y considerar la distinción indicada entre pensamiento [en general] y filosofía, es lo que da lugar a las
representaciones más burdas y a los reproches que se dirigen a la filosofía. Puesto que la religión, como el derecho y la moralidad, sólo
le competen al ser humano precisamente por ser éste esencia pensante, es por lo que el pensamiento no deja nunca de actuar en lo
religioso, en lo jurídico y en lo ético, sea ello sentimiento y creencia o representación. La actividad y los productos del pensamiento
están ahí presentes y ahí están contenidos. Sólo que no es lo mismo tener sentimientos o representaciones, determinados y penetrados
por el pensamiento, que tener pensamientos sobre ellos. Los pensamientos engendrados por el pensar reflexivo aplicado a aquellos
modos de la conciencia son lo que se comprende como reflexión, raciocinio u otros términos semejantes, incluso filosofía[80].
Con todo ello se ha presentado, y frecuentemente ha prevalecido, el malentendido de que ese reflexionar era la condición, más aún,
el único camino para alcanzar la representación de lo eterno y verdadero, y tenerlo por verdadero. Así, por ejemplo, las pruebas
metafísicas de la existencia de Dios (ahora ya obsoletas) fueron presentadas como si solamente a través de su conocimiento y del
convencimiento que pudiesen engendrar, fuese posible causar esencialmente la fe y el convencimiento de la existencia de Dios. Tal
afirmación sería muy congruente con otra que sostuviera que no podemos comer hasta haber logrado el conocimiento de todas las
determinaciones químicas, botánicas o zoológicas de los alimentos, y que para digerirlos tuviésemos que esperar a habernos graduado en
anatomía y fisiología. Si así fuese, estas ciencias se habrían hecho muy útiles en su propio campo, como la filosofía en el suyo; es más,
su utilidad se habría encumbrado hasta hacerlas absoluta y universalmente imprescindibles; sin embargo, en vez de hacerse
imprescindibles, más bien dejarían enteramente de existir.
§3
El contenido que llena nuestra conciencia, sea de la clase que sea, constituye la determinidad[81] de
los sentimientos, intuiciones, imágenes, representaciones, fines, obligaciones, etc., y [también] de los
pensamientos y conceptos. Sentimiento, intuición, imagen, etc., son, por tanto, las formas de aquel
contenido que permanece uno y el mismo al ser sentido, intuido, representado, querido, tanto si es
meramente sentido, como si es sentido, intuido, etc., con mezcla de pensamiento o también si es
pensado sin mezcla alguna. Bajo cualquiera de estas formas, o en la mezcla de varias, el contenido es
el objeto de la conciencia. Pero dentro de esta objetividad también las determinidades de las formas
compiten para llegar a contenido de manera que bajo cada una de las formas parece surgir un objeto
particular y lo que en sí es lo mismo puede parecer un contenido distinto.
Como sea que las determinidades del sentimiento, de la intuición, del deseo, de la voluntad, etc., en tanto se es consciente de ellas,
se pueden llamar en general representaciones, resulta que se puede decir de manera general que la filosofía pone pensamientos,
categorías o, más exactamente, conceptos en el lugar de las representaciones. Las representaciones pueden ser vistas como metáforas
de los pensamientos y de los conceptos. Ahora bien, por el hecho de tener representaciones, uno no conoce todavía su significado para el
pensamiento, esto es, no conoce aún los pensamientos y conceptos de ellas. Y viceversa, tampoco es lo mismo tener pensamientos y
conceptos que saber cuáles son las representaciones, intuiciones o sentimientos que les corresponden. Una parte de lo que se llama la
incomprensibilidad de la filosofía tiene que ver con esto. La dificultad reside, por una parte, en la incapacidad (que es sólo falta de
costumbre) de pensar abstractamente, esto es, de retener conceptos puros y de moverse entre ellos. En nuestra conciencia común los
pensamientos se unen y contaminan con materiales sensibles y mentales corrientes y, al meditar, reflexionar y raciocinar, mezclamos los
sentimientos, intuiciones o representaciones con pensamientos (en toda proposición con contenido enteramente sensible, p. e. «esta hoja es
verde», se han introducido ya categorías como ser y singularidad [82]). Otra cosa es empero tomar los pensamientos mismos como
objeto, sin mezcla alguna. —La otra parte de la incomprensibilidad [de la filosofía] es la impaciencia por querer tener ante sí, bajo la
forma de la representación, aquello que tenemos en la conciencia como pensamiento y concepto. Se oye decir con frecuencia que uno no
sabe qué es lo que se debe pensar bajo el concepto que se ofrece; pero [es que] bajo un concepto no se debe pensar otra cosa que el
concepto mismo. El sentido de aquella expresión es una cierta añoranza de una representación que fuese ya familiar y corriente; a la
conciencia le ocurre como si al quitarle el modo de la representación se le quitara el suelo sobre el que se sostiene firmemente de modo
habitual. Cuando se encuentra trasladada a la pura región de los conceptos no sabe en qué lugar del mundo se encuentra. Por ello, los
escritores, predicadores, conferenciantes, etc., que cuentan a sus lectores u oyentes cosas que éstos ya saben de memoria, que les son
habituales y íf comprenden por sí mismas, resultan los más comprensibles de todos.
§4
En relación con nuestra conciencia común, la filosofía tendría que hacer evidente primeramente,
o mejor, tendría que despertar la necesidad [subjetiva][83] de su modo propio de conocer. En relación
con los objetos de la religión, es decir, con la verdad en general, debería mostrar su capacidad de
conocerlos [adecuadamente] desde la filosofía misma[84]. En relación con su manifiesta diversidad
respecto de las representaciones religiosas, tendría que justificar sus determinaciones discrepantes.
§5
Para ayudar a una comprensión preliminar de la mencionada distinción y de la tesis que de ella
depende, a saber, que el verdadero contenido de nuestra conciencia se conserva al traducirlo a la
forma del pensamiento y del concepto, es más, se coloca bajo su luz propia, podemos recordar otro
viejo tópico que afirma que para experimentar lo verdadero de los datos y de los objetos, de los
sentimientos, intuiciones, opiniones, representaciones, etc., es preciso reflexionar. Y el reflexionar
sirve en cualquier caso, por lo menos, para transformar en pensamientos los sentimientos,
representaciones, etc.
Como consecuencia de que el pensamiento es lo único que la filosofía reivindica como forma propia de su tarea y siendo así que
todo ser humano es naturalmente capaz de pensar, se presenta, en virtud de esa abstracción que prescinde de la distinción ofrecida en el §
3, el inconveniente opuesto a aquel que antes se ha mencionado como queja contra la incomprensibilidad de la filosofía. Esta ciencia
sufre frecuentemente el desprecio que [se le hace cuando] incluso aquellos que no se han esforzado por alcanzarla, se hacen la ilusión
de saber desde pequeños de qué va, de modo que con una educación general y, sobre todo, desde los sentimientos religiosos, se sienten
capaces de echarse a andar y pararse, es decir, de filosofar y de juzgar sobre filosofía. [Generalmente] se concede que para conocer las
otras ciencias es necesario haberlas estudiado y que, para juzgarlas, se necesita estar facultado por aquel conocimiento. Se concede que
para fabricar un zapato es necesario haber aprendido a hacerlo y, por mucho que todo el mundo tenga la horma en su propio pie, se ha de
haber ejercitado en ello, ha de tener además manos y, juntamente con ellas, el talento natural para dedicarse a tal ocupación. Sólo para
filosofar sería superfluo estudiar, aprender y esforzarse. Esta cómoda opinión se ha visto reforzada últimamente por la doctrina acerca
del saber inmediato o saber por intuición.
§6
Por otra parte, es igualmente importante que la filosofía se entere de que su contenido no es otro
que aquel haber [85] que [fue] originariamente producido y [continuamente] se produce en el campo
del espíritu viviente; haber que se ha hecho mundo, mundo exterior y [mundo] interior de la
conciencia; [es importante que la filosofía se entere de que] su contenido es la realidad efectiva[86].
Nosotros llamamos experiencia a la conciencia más próxima de este contenido. Una consideración
perspicaz del mundo distingue en seguida, en el ancho campo de lo existente, interior o exterior,
aquello que es meramente fenómeno[87], algo efímero e insignificante, de lo que en sí mismo merece
verdaderamente el nombre de realidad efectiva. Siendo la filosofía un modo distinto de los otros
modos de hacerse consciente de ese único haber, modo que se distingue solamente según la forma,
resulta necesaria su conformidad con la realidad efectiva y con la experiencia. Es más, esta
conformidad puede verse como mínimo como piedra de toque extrínseca de la verdad de una
filosofía, de tal modo que se puede considerar como la finalidad suprema de la ciencia producir la
reconciliación, mediante el conocimiento de esa conformidad, de la razón autoconsciente con la
razón-que-está-siendo[88], es decir, con la realidad efectiva.
En el prefacio de mi Filosofía del derecho, página XIX[89], se encuentran las proposiciones:
Lo que es racional, eso es efectivamente real,
y lo que es efectivamente real, eso es racional.
Estas proposiciones tan sencillas han parecido escandalosas a muchos y se han ganado enemigos precisamente entre aquellos que no
quieren renunciar a estar en posesión de la filosofía e incluso de la religión. Resulta innecesario traer aquí a colación a la religión, ya que
estas proposiciones expresan con demasiada claridad las doctrinas religiosas sobre la divina providencia. Pero, por lo que se refiere a [la
comprensión de] su sentido filosófico, hay que suponer mucha formación, es decir, es preciso saber no solamente que Dios es
efectivamente real, que él es lo más efectivamente real y que sólo él lo es verdaderamente, sino que también es necesario saber, desde
el punto de vista formal, que la existencia en general es en parte fenómeno y solamente en parte es realidad efectiva. En la vida común
se denomina realidad a cualquier ocurrencia, al error, al mal y a todo lo que pertenece a este campo, así como a cualquier
EXISTENCIA atrofiada y efímera se la llama precipitadamente realidad efectiva. Pero incluso para el sentir corriente, una
EXISTENCIA contingente [o hecho casual] no merece el enfático nombre de realidad efectiva. Lo contingente es una existencia que no
tiene más valor que el de una posibilidad, algo que tanto es como podría igualmente no ser. Pero cuando yo he hablado de realidad
efectiva, se tendría que haber pensado en qué sentido he usado tal expresión, ya que he tratado de ella dentro de una lógica detallada y
no solamente la he distinguido cuidadosamente de lo contingente, lo cual ciertamente EXISTE, sino que la he distinguido [también], con
más precisión todavía, del existir, de la EXISTENCIA y de otras determinaciones[90]. A la realidad efectiva de lo racional[91] se le
opone, por un lado, la representación de que las ideas y lo ideal no son más que quimeras y que la filosofía no es más que un sistema de
telarañas mentales. Por el lado contrario, se opone también a la realidad efectiva de lo racional la representación de que las ideas y lo
ideal son cosa demasiado exquisita para alcanzar realidad efectiva, o también demasiado impotente para conseguírsela. Pero a quien le
es especialmente querida la separación entre realidad efectiva e idea es al entendimiento que tiene por verdaderos los sueños de su
abstracción y se envanece con el deber [moral] que él receta muy a gusto especialmente en el terreno político, como si el mundo
hubiese tenido que aguardarle a él para saber cómo debe ser, sin serlo; porque si el mundo fuese ya como debe ser, ¿qué lugar habría
para la precoz sabihondez de su deber ser? Cuando el entendimiento, valiéndose del deber moral, arremete contra objetos triviales,
extrínsecos y caducos, o contra cosas establecidas o situaciones que por un tiempo determinado y para ciertos ámbitos pueden tener tal
vez una gran importancia relativa, puede ser muy bien que tenga razón, y puede ser [también] que en tal caso encuentre muchas cosas
que no se corresponden con determinaciones universales y justas. ¿Quién no es lo suficientemente listo para ver en torno a sí muchas
cosas que no son de hecho como deberían ser? Pero esa sabihondez no tiene razón cuando imagina que, al tratar de esos objetos
echando mano de su deber moral, se sitúa ya dentro de los intereses propios de la ciencia filosófica. Esta trata solamente de la idea, la
cual no es tan impotente que se limite a ser un deber sin realización efectiva; es por ello por lo que la ciencia filosófica se ocupa de una
realidad efectiva frente a la cual aquellos objetos, esas cosas establecidas y situaciones sólo son apariencia externa o superficial.
§7
Como sea que el reflexionar en general contiene en primer lugar el principio de la filosofía
(también en el sentido de comienzo) y después de que este principio haya florecido de nuevo en los
tiempos modernos con su [propia] autosuficiencia (después de la reforma luterana), en tanto desde su
comienzo mismo no ha sido sostenido de manera meramente abstracta como [había ocurrido] en los
comienzos filosóficos de los griegos, sino que en seguida se ha arrojado sobre la materia
aparentemente desmedida del mundo fenoménico, ha venido a darse el nombre de filosofía a todos
los saberes que se ocupan del conocimiento de la medida estable y universal dentro del océano de las
singularidades empíricas, y [que se ocupan también] de lo necesario de las leyes dentro del aparente
desorden de la multitud infinita de lo contingente; de esta manera [la filosofía] ha tomado al mismo
tiempo su contenido de su propia intuición y percepción de lo externo e interno, de la naturaleza
presente, e igualmente del espíritu presente y del pecho de los seres humanos.
El principio de la experiencia contiene la determinación infinitamente importante de que para la aceptación de un contenido y para
tenerlo por verdadero tiene que estar allí el ser humano; dicho de modo más preciso: que el ser humano tiene que encontrar aquel
contenido unido o enlazado con la certeza de sí mismo [92]. El tiene que estar allí, sea con sus sentidos externos o con su espíritu más
profundo, con su autoconciencia esencial. Este principio es lo mismo que en nuestros días se ha llamado fe, saber inmediato [93],
revelación en lo externo y particularmente en la propia interioridad. A aquellas ciencias que se han llamado [por otros] filosofía,
nosotros las denominamos ciencias empíricas por razón del punto de partida que adoptan. Sin embargo, lo esencial que ellas persiguen y
producen son leyes, proposiciones universales, una teoría, o sea, los pensamientos de eso que está ahí. Así se ha llamado «filosofía
natural» a la física newtoniana [94], frente a la cual se podría denominar «filosofía del derecho político internacional» a la teoría
establecida por Hugo Grotius[95], p. e., quien mediante la comparación de los comportamientos históricos de los pueblos en relación con
los otros, y con la ayuda de raciocinios comunes, ha establecido [también] principios universales. Entre los ingleses, la palabra filosofía
posee aún generalmente esta determinación y Newton goza de la fama permanente de ser el filósofo más grande. Se llega incluso a que
en los catálogos de los fabricantes de instrumentos [científicos], los termómetros, barómetros, etc., se llaman instrumentos filosóficos,
es decir, todos aquellos que no se ponen bajo una rúbrica especial, como la de aparatos eléctricos o magnéticos; es claro que un
compuesto de madera, metal, etc., no se debería llamar así, sino que sólo el pensamiento merecería ser llamado instrumento de la
filosofía[*]. Así ha sucedido, particularmente en los últimos tiempos, en los que se llama también filosofía a la acreditada ciencia de la
economía política, a la cual nosotros [alemanes] solemos más bien llamar economía política racional como equivalente de economía
política de la inteligencia [**][96].
§8
Por muy satisfactorio que sea primeramente este conocimiento dentro de su propio campo, se
presenta, sin embargo, por una parte otro círculo de objetos que no se contienen en él: libertad,
espíritu, Dios. Estos objetos no se pueden hallar sobre aquel suelo, no porque no pertenezcan a la
experiencia (cierto que no se experimentan sensiblemente, pero sin embargo y en general [todo] lo
que está en la conciencia se experimenta; eso es incluso una proposición tautológica), sino porque
esos objetos se presentan de inmediato como infinitos según su contenido.
Es una vieja proposición que equivocadamente se suele atribuir a Aristóteles, como si con ella se expresara el punto de vista de su
filosofía, que nihil est in intellectu quod prius non fuerit in sensu: nada hay en el pensar que no haya estado antes en el sentido, en la
experiencia. Hay que considerar como un simple malentendido que la filosofía especulativa no quisiera conceder esta proposición. Pero
ella viceversa afirmará igualmente: nihil est in sensu quod non fuerit in intellectu en el sentido enteramente universal de que el ñus (y
en determinación más profunda, el espíritu) es la causa del mundo y, en un sentido más próximo (cfr. § 2), que el sentimiento jurídico,
ético y religioso son un sentimiento y por ende una experiencia con un contenido tal que tiene su raíz y su sede sólo en el pensamiento.
§9
Por otra parte, la razón subjetiva exige además su satisfacción según la forma; esta forma es en
general la necesidad (§ 1). Por un lado, bajo aquella manera científica[97] lo universal que allí reside,
el género, etc., está como indeterminado de suyo, como no pendiendo de por sí, juntamente con lo
particular, uno de otro, sino que ambos están allí como recíprocamente extrínsecos y contingentes; e
igualmente las particularidades enlazadas están allí como [igualmente] extrínsecas y contingentes
unas respecto de otras. Por otro lado, los comienzos son aquí y allá cosas inmediatas, cosas halladas,
suposiciones. Por los dos lados no se da la debida satisfacción a la forma de la necesidad. La
reflexión, en la medida en que está orientada a dar satisfacción a esa menesterosidad[98], es lo
propiamente filosófico, el pensamiento especulativo. En tanto reflexión [filosófica] por tanto que, en
su comunidad con aquella primera reflexión [de las ciencias empíricas], es al mismo tiempo distinta
de ella, tiene también, además de las formas comunes, formas propias, entre las cuales es el concepto
la [forma] universal.
La relación entre la ciencia especulativa y las otras ciencias consiste, por consiguiente, sólo en esto: no en que aquélla deje de lado
el contenido empírico de éstas, sino que lo reconoce y usa; de tal modo reconoce lo universal de estas ciencias (las leyes, los géneros,
etc.) que lo convierte en contenido propio y en estas categorías [de estas ciencias] introduce otras y las hace valer. La distinción se refiere
únicamente, por tanto, a este cambio de categorías. La lógica especulativa contiene a la lógica anterior y a la metafísica, conserva sus
mismas formas de pensamiento, sus leyes y objetos, pero al mismo tiempo las reelabora y transforma con ulteriores categorías.
Hay que distinguir entre lo que se llama concepto en sentido especulativo y lo que usualmente se denomina así. Es sobre este último
sentido sobre el que descansa la afirmación repetida millares de veces hasta convertirse en prejuicio, de que lo infinito no se puede captar
con conceptos.
§ 10
Este pensamiento [propio] del modo filosófico de conocer precisa él mismo de justificación,
tanto respecto de su necesidad como respecto de su capacidad para conocer los objetos absolutos.
Este asunto, sin embargo, es en sí mismo conocimiento filosófico y solamente cae, por tanto, dentro
de la filosofía. Una explicación provisional, por tanto, tendría que ser una explicación afilosófica y
no podría ser otra cosa que un entramado de suposiciones, aseveraciones y raciocinios, es decir de
afirmaciones contingentes a las que se podrían oponer las contrarías con el mismo derecho.
Un punto de vista capital de la filosofía crítica consiste en [la afirmación de] que antes de emprender el conocimiento de Dios o de
la esencia de las cosas es preciso investigar previamente si la facultad de conocer es capaz de semejante tarea; hay que conocer el
instrumento antes de emprender el trabajo que se debe realizar por medio de él, pues si [el instrumento] no fuese adecuado, se emplearía
vanamente el esfuerzo [99]. Este pensamiento ha parecido tan plausible que ha provocado la mayor admiración y asentimiento y ha
retrotraído el conocimiento hacia sí mismo, desde su interés por los objetos a la ocupación consigo, es decir, al interés por lo formal.
Pero si uno no quiere engañarse con las palabras, le resulta fácil ver que otros instrumentos, desde luego, se dejan investigar y juzgar
mediante otro procedimiento que no sea la aplicación al trabajo peculiar al que están destinados. Pero la investigación del conocimiento
no puede acaecer más que conociendo. Con este, así llamado, instrumento, la investigación no significa otra cosa que conocerle. Y
querer conocer antes de conocer es tan insensato como el sabio propósito de aquel escolástico de aprender a nadar antes de echarse al
agua.
Reinhold, quien ha reconocido la confusión que reina en ese comienzo, ha propuesto comenzar provisionalmente con un filosofar
hipotético y problemático, y seguir adelante, no se sabe cómo, hasta que resulte que sobre tal camino se llegue a lo originariamente
verdadero [100]. Considerado más de cerca, este camino conduce al de siempre, a saber, al del análisis de una situación empírica o de una
opinión provisional aportada por una definición. No se puede desconocer que [en la propuesta de Reinhold] reside una apreciación
correcta, consistente en declarar el acostumbrado proceso de presuposiciones y provisionalidades como un proceder hipotético y
problemático. Pero este modo correcto de ver no cambia la condición del procedimiento, sino que hace patente su insatisfactoriedad [para
el comienzo de la filosofía].
§ 11
Más concretamente, haber menester de filosofía se puede caracterizar así: Como sea que el
espíritu, en cuanto siente e intuye, tiene a lo sensible por objeto, en cuanto es fantasía tiene imágenes,
en cuanto voluntad fines, etc., también procura él satisfacción a su suprema intimidad, al pensamiento,
oponiéndolo a esas formas de su existencia o simplemente distinguiéndolo de ellas, y gana al pensar
como objeto suyo. De este modo se encuentra a sí mismo en el sentido más profundo de la expresión
puesto que su principio, su mismidad sin mezcla, es el pensar. En este negocio suyo ocurre, sin
embargo, que el pensar viene a dar en contradicciones, es decir, se pierde en la no-identidad
solidificada de los pensamientos, con lo cual no se alcanza a sí mismo, sino que más bien permanece
cogido por su opuesto. La insatisfacción más alta se dirige contra este resultado del pensar
meramente intelectivo y, procediendo así, se apoya en que el pensar no se suelta de sí y permanece
fiel a sí mismo incluso en esta pérdida consciente de su ser-cabe-sí[101], «hasta que vence»[102] y lleva
a cabo en el pensar mismo la resolución de sus propias contradicciones.
La visión de que la naturaleza del pensar consiste precisamente en la dialéctica, que él en cuanto entendimiento viene a dar en lo
negativo de sí mismo, en la contradicción, constituye un aspecto capital de la lógica. El pensar, desesperando de poder resolver por sí
mismo la contradicción en que se encuentra metido, regresa a las soluciones y sosiegos que el espíritu obtuvo parcialmente bajo otros
modos o formas suyas. En este regreso, sin embargo, [el pensamiento] no ha de caer necesariamente en la misología, cuya experiencia
ya tuvo presente Platón [103], ni debería tampoco comportarse hostilmente contra sí mismo, como sucede cuando afirma el así llamado
saber inmediato como forma exclusiva de hacerse consciente de la verdad.
§ 12
El nacimiento de la filosofía, surgido de la mencionada menesterosidad, tiene como punto de
partida a la experiencia, o sea, a la conciencia inmediata y razonadora. Estimulado por eso como por
un excitante, el pensamiento se comporta esencialmente de tal modo que se eleva sobre la conciencia
natural, sensible y raciocinante, se sumerge en el elemento [104] sin mezcla de sí mismo y se coloca
así por de pronto en relación negativa con aquel comienzo. De este modo encuentra en primer lugar
su satisfacción dentro de sí en la idea de la esencia universal de los fenómenos, pudiendo ser esta idea
(lo absoluto, Dios) más o menos abstracta. Por el contrario, las ciencias experimentales llevan
consigo el estímulo para vencer la forma con la que se ofrece la riqueza de su contenido en cuanto
algo meramente inmediato y hallado (una pluralidad de cosas colocadas una junto a otra y por ende
una pluralidad contingente) y para elevar este contenido a necesidad. Ese estímulo arranca al
pensamiento de aquella universalidad [más o menos abstracta] y de la satisfacción que obtuvo
meramente en sí y lo empuja hacia el desarrollo desde sí mismo. Este desarrollo es solamente, por
una parte, una asunción del contenido y de sus determinaciones puestas ahí enfrente, pero, por otra
parte, confiere también a este contenido la figura de lo que brota libremente, en el sentido de que
brota del pensar originario solamente con arreglo a la necesidad de la cosa misma.
Sobre la relación entre inmediatez y mediación en la conciencia tenemos que hablar expresamente y con más detalle más
adelante[105]. Bastará aquí de pasada llamar la atención en que si bien ambos momentos aparecen también como distintos, ninguno de
los dos puede faltar y ambos están bajo un vínculo inseparable[106]. Así resulta que el saber acerca de Dios, como el de todo lo
suprasensible en general, contiene una elevación sobre la sensación e intuición; contiene, por tanto, un comportamiento negativo respecto
de eso primero y contiene por ende la mediación. Pues mediación es un comenzar y un haber avanzado hacia algo segundo, de modo
que ese segundo sólo se da en tanto se ha llegado a él desde otra cosa a él opuesta. Sin embargo, el saber acerca de Dios, opuesto a
aquel lado empírico, no es por eso menos autosuficiente; es más, se da su propia autosuficiencia[107] esencialmente mediante esa negación
y elevación. —Cuando la mediación se convierte en condicionamiento y éste se destaca de modo unilateral, tanto se puede decir (y con
ello no se dice mucho) que la filosofía debe a la experiencia (a lo a posteriori) su primer nacimiento (de hecho, el pensamiento es
esencialmente la negación de lo que está ahí inmediatamente), cuanto pueda decirse que uno es deudor del comer a los alimentos, pues
sin ellos uno no podría comer; pero bajo esta relación el comer se representa precisamente como desagradecido, pues consiste en
devorar aquello a lo que se debería estar agradecido. El pensamiento, en este sentido, no es menos desagradecido.
Sin embargo, la inmediatez propia del pensamiento (lo a priori), reflejada hacia sí y por ello mediada dentro de sí, es la
universalidad, su ser-cabe-sí en general. En esta inmediatez el pensamiento se encuentra satisfecho consigo mismo y radica ahí, por
tanto, su indiferencia hacia la particularización y con ello también hacia su propio desarrollo. Le ocurre como a la religión, la cual
posee siempre la misma naturaleza intensiva de la satisfacción y la felicidad, tanto si está desarrollada como si está ineducada, tanto si
está formada como conciencia científica como si permanece en la fe ingenua y en el corazón. Cuando el pensamiento permanece en la
universalidad de las ideas (como ocurre necesariamente en las primeras filosofías, p. e. en el caso del ser de Parménides o del devenir
de Heráclito, etc.) se le reprocha justificadamente su formalismo, y puede suceder incluso que filosofías más desarrolladas capten
solamente los principios o determinaciones abstractas y, al tratar de lo particular, repitan [monótonamente] lo mismo, p. e. que en lo
absoluto todo es uno o la identidad de lo subjetivo y lo objetivo. Respecto de la primera universalidad abstracta del pensamiento, tiene
un sentido auténtico y fundamental decir que el desarrollo de la filosofía hay que agradecerlo a la experiencia. Por una parte, las
ciencias empíricas no se quedan paradas en la percepción de las singularidades del fenómeno, sino que, en oposición a la filosofía, han
elaborado la materia pensándola, o sea, hallando las determinaciones universales, géneros y leyes; de este modo, [las ciencias] preparan
aquel contenido de lo particular para que pueda ser asumido dentro de la filosofía. Por el otro lado, las ciencias empíricas contienen por
ello la exigencia, dirigida al pensamiento, de que éste alcance esas determinaciones concretas. La asunción de este contenido, que supera
mediante el pensamiento lo que todavía hay en el contenido de inmediatez y de ser dado, es al mismo tiempo un desarrollo del
pensamiento desde sí mismo. Como sea que, de este modo, la filosofía es deudora de su propio desarrollo a las ciencias empíricas,
confiere ella al contenido de estas ciencias la forma máximamente esencial de la libertad (de lo apriórico) del pensamiento y la
acreditación de la necesidad, la cual viene a sustituir a la confianza en el hallar y en el hecho experimentado; de este modo, el hecho se
convierte en exposición y trasunto de la actividad original y perfectamente autónoma del pensamiento.
§ 13
Bajo la figura propia de la historia externa, el nacimiento y desarrollo de la filosofía se
representa como historia de esta ciencia. Esta figura confiere a los grados de desarrollo de la idea la
forma de una secuencia contingente y de algo así como una mera diversidad de los principios y de las
realizaciones de estos principios dentro de las filosofías correspondientes. Pero el artífice de este
trabajo de milenios es el espíritu viviente único cuya naturaleza pensante consiste en llevar a su
conciencia lo que él es, y en tanto esto ha devenido así objeto, ha sido ya elevado a la vez por encima
de ello [mismo] y ha venido a ser un peldaño más alto en sí mismo. Por una parte, la historia de la
filosofía muestra en las diversas filosofías que van apareciendo una sola filosofía con diversos
peldaños de formación y, por otra parte, muestra que los principios particulares, uno de los cuales
subyace en cada una de las filosofías, son solamente ramas de uno y el mismo todo. La última
filosofía según el tiempo es el resultado de todas las filosofías anteriores y ha de contener por ello
los principios de todas; por esta razón, aunque es filosofía de otra manera, es la más desarrollada, .la
más rica y la más concreta.
Cuando se contemplan las muchas y diversas filosofías, hay que distinguir lo universal y lo particular de acuerdo con su propia
determinación. Lo universal, tomado formalmente y colocado junto a lo particular, se hace él mismo particular. Tal colocación, cuando
se trata de objetos de la vida común, aparece en seguida como inadecuada y disparatada, como sería el caso del que pidiese fruta y
rechazara cerezas, peras, uvas, etc., por ser cerezas, peras o uvas y no ser fruta. Respecto de la filosofía, sin embargo, se permite
justificar el desprecio hada ella en el hecho de que hay filosofías tan diversas y porque cada una sólo es una filosofía, pero ninguna la
filosofía; como si las cerezas no fueran también fruta. Sucede igualmente que junto a una filosofía, cuyo principio es lo universal, se
coloca otra, cuyo principio es algo particular; es más, se la coloca incluso junto a doctrinas que aseguran que no se da ninguna filosofía,
considerando de esta manera que ambas son sólo diversos modos de ver filosóficos; algo así como si luz y tinieblas fueran simplemente
designadas como dos especies diversas de la luz.
§ 14
El mismo desarrollo del pensamiento que se ofrece en la historia de la filosofía se presenta en la
propia filosofía, pero liberado de aquella exterioridad histórica, es decir, se presenta puramente
dentro del elemento del pensamiento. El pensamiento libre y verdadero es en sí mismo concreto y de
este modo es él idea y, en su total universalidad, la idea o lo absoluto. La ciencia de éste es
esencialmente sistema, porque lo verdadero sólo es desarrollándose dentro de sí como concreto y
tomándose y reteniéndose [todo] junto en unidad, es decir, sólo es como totalidad:; y solamente
mediante la diversificación y determinación de sus distinciones puede ser la necesidad de ellas y la
libertad del todo.
Un filosofar sin sistema no puede ser nada científico; por lo demás, porque tal modo de filosofar expresa de suyo más bien un modo
subjetivo de sentir, es él contingente según su contenido. Un contenido sólo se justifica como momento del todo; fuera de éste es una
suposición infundada o certeza subjetiva; muchos escritos filosóficos se limitan así a expresar solamente pareceres y opiniones.
Erróneamente se entiende por sistema una filosofía con un principio limitado, distinto de otros; por el contrario, es principio de verdadera
filosofía contener dentro de sí todos los principios particulares.
§ 15
Cada parte de la filosofía es un todo filosófico, un círculo que se cierra en sí mismo, pero la idea
filosófica se contiene allí [en las partes] bajo una determinidad particular o elemento. Y porque el
círculo singular es en sí mismo totalidad, rompe también los límites de su elemento y funda una
esfera ulterior. Por ello se presenta la totalidad como un círculo de círculos cada uno de los cuales es
un momento necesario, de tal manera que el sistema de sus elementos propios constituye la idea total,
la cual aparece también de este modo en cada círculo singular.
§ 16
Como enciclopedia la ciencia no se expone con el desarrollo detallado de su particularización,
sino que se debe limitar a los comienzos y a los conceptos fundamentales de las ciencias particulares.
Cuántas son las partes particulares a las que corresponde constituir una ciencia particular permanece indeterminado mientras [no se
sepa si] aquella parte, para ser algo verdadero, no ha de ser solamente un momento singularizado, sino ella misma totalidad. El todo de
la filosofía constituye por ello verdaderamente una ciencia, pero se la puede ver también como un todo [compuesto] de varias ciencias
particulares. La enciclopedia filosófica se distingue de cualquier otra enciclopedia corriente en que ésta suele ser algo así como un
conglomerado de las ciencias, las cuales se asumen de manera contingente y empírica y entre las cuales también hay algunas que sólo
llevan el nombre de ciencia y son ellas mismas una mera colección de conocimientos. La unidad a la que son llevadas las ciencias en
esos conglomerados es ella misma extrínseca porque las ciencias ya fueron también tomadas extrínsecamente: es una ordenación. Por el
mismo motivo, aparte de que los materiales son también de naturaleza contingente, esas ordenaciones no pasan de ensayo y muestran
siempre aspectos que no encajan. Por tanto, además de que la enciclopedia filosófica excluye 1) los meros conglomerados de
conocimientos, como de entrada aparece la filología, excluye también 2) en cualquier caso, las ciencias que tienen al puro arbitrio como
fundamento suyo, como p. e. la heráldica; las ciencias de esta última clase son positivas por los cuatro costados. 3) Otras ciencias se
llaman también positivas, las cuales sin embargo tienen un fundamento y comienzo racional; esta parte [racional y] que les es constitutiva
pertenece a la filosofía, mientras su aspecto positivo les queda como propio. Lo positivo de las ciencias es, por su parte, de varias clases.
1) Su comienzo en sí mismo racional pasa a contingente porque esas ciencias han hecho descender lo universal hasta la singularidad
empírica y hasta la realidad efectiva. Dentro de este campo de la mutabilidad y la contingencia no se puede hacer valer el concepto,
sino sólo razones. La ciencia del derecho, por ejemplo, o el sistema de los impuestos directos e indirectos, exigen decisiones últimas que
sean exactas y que caen fuera del ser determinado en sí y por sí del concepto y, por ello, dejan un margen para la determinación que,
de acuerdo con una razón, puede tomarse así, mientras que de acuerdo con otra razón, podría tomarse asá, sin que se pueda zanjar
finalmente [la cuestión] de manera segura. Lo mismo le ocurre a la idea de naturaleza cuando se dispersa en contingencias y entonces la
historia natural, la geografía, la medicina, etc., vienen a dar en determinaciones de la EXISTENCIA, en modos y en distinciones, que
están determinadas por el azar extrínseco o por el arbitrio y no por la razón. También la historia pertenece a este grupo, en tanto que la
idea es su esencia, pero sus fenómenos vienen a dar en la contingencia y el arbitrio. 2) Algunas ciencias son también positivas en la
medida en que no conocen sus determinaciones como finitas, sino que las aceptan como simplemente válidas, aunque indiquen el tránsito
de esas determinaciones y de toda su esfera a otra superior. Esta finitud de la forma, así como la primera finitud lo era de la materia,
enlaza 3) con la finitud del fundamento del conocimiento, el cual consiste, en parte, en el raciocinio y, en parte, en el sentimiento, la fe,
la autoridad de otros, en una palabra, en la autoridad de la intuición interior o exterior. También la filosofía que quiere cimentarse sobre
antropología, hechos de conciencia, intuición interior o experiencia exterior, pertenece a este grupo. 4) Por último, puede también suceder
que sólo sea empírica la forma de la exposición de una ciencia y que la intuición dotada de buen sentido ordene todo aquello que es
mero fenómeno de un modo semejante a la secuencia intrínseca del concepto. A esta empiría le corresponde superar las circunstancias
exteriores y contingentes propias de las condiciones, mediante las contraposiciones y la multiplicidad de los fenómenos tomados en su
conjunto, con lo cual viene a hacer manifiesto lo universal. —Una física experimental bien precisa o una [buena] historia, etc.,
representan entonces la ciencia racional de la naturaleza o la ciencia racional de las conductas y hechos humanos bajo una imagen
extrínseca que espejea el concepto.
§ 17
Por lo que se refiere al comienzo que la filosofía tiene que adoptar, parece que ella comienza con
una suposición subjetiva, igual que las otras ciencias en general, a saber, con un objeto particular, y
así como en los otros casos se toma [como comienzo] al espacio, al número, etc., parece que aquí hay
que tomar al pensamiento como objeto del pensar. Sólo que eso es precisamente el acto libre del
pensar: ponerse en la posición en la que es para sí y, por tanto, él mismo se engendra y da su objeto.
Más adelante, aquella posición que de este modo aparece como inmediata, debe convertirse en
resultado en el interior de la ciencia y precisamente en su último resultado con el cual la filosofía
alcanza de nuevo su comienzo y a él regresa. De este modo la filosofía se muestra como un círculo
que regresa a sí, el cual no tiene ningún comienzo en el sentido en que lo tienen las otras ciencias, de
manera que [en este caso] el comienzo sólo se refiere al sujeto en tanto éste quiere decidirse a
filosofar, pero no a la ciencia en cuanto tal[108]. O lo que es lo mismo, el concepto de la ciencia y, por
consiguiente, el primero de los conceptos (que por ser el primero contiene la partición de que el
pensar es objeto para un sujeto, al mismo tiempo extrínseco, que filosofa) ha de ser abarcado por la
ciencia misma. Éste es precisamente su único fin, su única actividad y meta, alcanzar el concepto de
su concepto y lograr así el regreso a sí misma y su satisfacción.
§ 18
Del mismo modo que de una filosofía no puede darse una representación provisional y genérica,
puesto que sólo el todo de la ciencia es la exposición de la idea, así también su división sólo puede
concebirse desde ella. La división, como la idea de la que ha de tomarse, es aquí algo que se anticipa.
Ahora bien, la idea se hace patente como el pensar simplemente idéntico a sí mismo y éste se hace
patente igualmente como la actividad de ponerse ante sí para ser para sí, y, en este otro, estar sólo
cabe sí[109]. Por ello la ciencia se divide en tres partes:
I. La lógica, ciencia de la idea en sí y para sí.
II. La filosofía de la naturaleza, como ciencia de la idea en su ser-otro.
III. La filosofía del espíritu, como ciencia de la idea que regresa a sí desde su ser-otro.
[110]
Más arriba, en el § 15, hemos advertido que las distinciones entre las ciencias filosóficas particulares son solamente
determinaciones de la misma idea y que ésta es lo único que se expone dentro de esos diversos elementos. En la naturaleza no hay otra
cosa a conocer que no sea idea, aunque ésta se encuentra [allí] bajo la forma de la exteriorización, lo mismo ocurre con el espíritu, en
el cual siempre está la idea en cuanto está siendo para sí y deviniendo en y para sí. Una tal determinación, bajo la cual se presenta la
idea, es al mismo tiempo un momento que fluye; por esta razón, cada ciencia particular ha de hacer al mismo tiempo estas dos cosas:
conocer su contenido como objeto que-está-siendo e igualmente conocer en él su tránsito al círculo superior. La representación de la
división tiene la imperfección, por tanto, de colocar las partes o ciencias especiales una junto a otra como si fuesen únicamente algo
estático y en su partición fuesen algo sustantivo como especies[111].
Primera Parte
LA CIENCIA DE LA LÓGICA
CONCEPTO PREVIO
§ 19
La lógica es la ciencia de la idea pura, esto es, de la idea en el elemento abstracto del pensar.
De esta determinación, como de otras que se contienen en este concepto previo, vale lo mismo que de los otros conceptos que se
anticiparon más arriba sobre la filosofía en general, [a saber] que son determinaciones sacadas de la visión global del todo [acabado] y
de acuerdo con ella.
Se puede desde luego decir que la lógica es la ciencia del pensamiento, de sus determinaciones y leyes, pero el pensamiento en
cuanto tal constituye solamente la determinidad universal o el elemento en el que está la idea en cuanto lógica. La idea es el
pensamiento no en cuanto formal, sino como la totalidad que se desarrolla a sí misma de las determinaciones y leyes propias del
pensamiento, [totalidad] que él se da a sí mismo, no que la tenga [ya] y la encuentre en sí [mismo].
La lógica es por ello la ciencia más difícil, por cuanto no se las ha de haber con intuiciones, ni menos todavía, como la geometría,
con representaciones sensibles abstractas, sino con abstracciones puras. Exige fuerza y práctica para recogerse en el pensamiento puro,
retenerlo y moverse en él. Por otra parte, cabe ver la lógica como la ciencia más fácil, porque su contenido no es otro que el propio
pensamiento y sus determinaciones corrientes, y éstas son las determinaciones más simples y al mismo tiempo lo elemental. Son además
lo más conocido: ser, nada, etc.; determinidad, magnitud, etc.; ser-en-sí, ser-para-sí, uno, muchos, etc. Sin embargo, esta familiaridad
más bien dificulta el estudio de la lógica porque, por una parte, se juzga con facilidad que no vale la pena seguir ocupándose de tales
cosas bien conocidas ya y, por otra parte, porque es preciso por lo mismo adquirir ahora una familiaridad con ellas enteramente distinta,
es más, incluso opuesta, a la familiaridad con que ya eran conocidas.
La utilidad de la lógica atañe a la relación con el sujeto en tanto que éste se procura una cierta formación para otros fines. La
formación del sujeto mediante la lógica consiste en ejercitarse en pensar, porque esta ciencia es pensar del pensar, y en ir teniendo
pensamientos en la cabeza también en tanto que pensamientos. Sin embargo, por cuanto lo lógico es la forma absoluta de la verdad y,
más que esto aún, es la misma verdad pura, lo lógico es algo completamente distinto de lo simplemente útil. Pero, como sea que lo más
excelente[112], lo más libre y autosuficiente es también lo más útil, se puede también entender así lo lógico. Pero entonces su utilidad
[para el individuo humano] se ha de encarar de manera distinta a la mera ejercitación formal del pensar.
§ 20
Tomemos el pensar con arreglo a su representación más próxima. Aparece entonces α) en primer
lugar, en su significación usual y subjetiva, como una de las actividades o facultades espirituales
junto a otras: sensibilidad, intuición, imaginación, etc., deseo, querer, etc. Su producto, la
determinidad o forma del pensamiento, es lo universal o abstracto en general. El pensar en cuanto
actividad es por ende lo universal activo y precisamente lo que se activa, siendo lo hecho o
producido también lo universal[113]. El pensar, representado como sujeto, es lo pensante y la
expresión simple del sujeto EXISTENTE, en cuanto pensante, es yo.
Las determinaciones que se ofrecen aquí y en los siguientes párrafos no hay que tomarlas como afirmaciones ni como opiniones mías
sobre el pensar; con todo, ya que bajo esta manera provisional no puede tener lugar ninguna deducción o prueba, podrían valer como
Jacta o hechos, puesto que en la conciencia de cada uno, si tiene pensamientos y los somete a consideración, ocurre empíricamente que
ahí se da el sello de la universalidad y se dan al mismo tiempo las determinaciones que siguen a tal universalidad. En cualquier caso, una
formación ya adquirida de la atención y de la abstracción se requiere desde luego para observar los hechos de la propia conciencia y las
representaciones que uno tiene.
Ya en esta exposición previa hablamos de la distinción entre sensibilidad, representación y pensamiento; se impone hacerlo para captar
la naturaleza y los modos del conocer[114]. Servirá, por tanto, como explanación llamar también aquí la atención sobre esta distinción.
—Por lo que se refiere a lo sensible, se suelen tomar en primer lugar como aclaración su origen exterior, los sentidos o los
«instrumentos» de los sentidos. Sólo que con la denominación de instrumento no se ofrece ninguna determinación de lo que se quiere
decir con esta palabra. La distinción de lo sensible respecto del pensamiento hay que ponerla en que la determinación de lo sensible es la
singularidad y siendo así que lo singular (de modo enteramente abstracto, el átomo) se encuentra también en conexión, lo sensible es
una exterioridad mutua, cuyas formas abstractas más próximas son el junto-a-otro y el después-de-otro. —El representar tiene por
contenido esa materia sensible, pero bajo la determinación de lo mío, o sea, de que tal contenido está en mí, y [también] bajo la
determinación de la universalidad, de la referencia a sí, de la simplicidad. Aparte de lo sensible, la representación tiene también como
contenido [otros] materiales procedentes del pensamiento autoconsciente, como las representaciones de lo justo, lo ético, lo religioso; y
no resulta nada fácil precisar la distinción entre esas representaciones y los pensamientos de esos [mismos] contenidos. En este caso, tan
pensamiento son el contenido como la forma de la universalidad ahí presente, a la cual ya le pertenece que cierto contenido esté en mí,
que sea en general representación. La peculiaridad de la representación, sin embargo, hay que ponerla en general, también bajo este
respecto, en que ese contenido está en ella asimismo aislado. «Derecho», «justo» y [otras] determinaciones parecidas no se encuentran
ciertamente bajo la exterioridad mutua propia del espacio. Según el tiempo aparecen desde luego una detrás de otra, pero su contenido
no se ve afectado por el tiempo, es decir, que ese contenido no está representado dentro del tiempo como [algo] efímero y cambiante.
Pero esas determinaciones, [que son] en sí espirituales, se sitúan igualmente aisladas sobre el ancho suelo de la universalidad interior y
abstracta propia de la representación en general. Aisladas de este modo, son [determinaciones] simples: derecho, obligación moral, Dios.
Pero la representación o bien se detiene en que el derecho es derecho, Dios es Dios, o bien (mejor formada) atribuye [otras]
determinaciones a las primeras; por ejemplo, que Dios es creador del mundo, omnisciente, todopoderoso, etc.; en este caso se ponen en
fila varias determinaciones simples y aisladas que permanecen una fuera de la otra sin atender al enlace entre ellas, el cual queda
solamente indicado por la mención del sujeto [común a todas esas determinaciones]. La representación coincide aquí con el
entendimiento, el cual se distingue de la representación solamente en que éste sienta relaciones de necesidad entre las determinaciones
aisladas de la representación, mientras que ésta deja aquellas determinaciones una junto a otra dentro de su espacio indeterminado,
ligadas por el mero «también». —La distinción entre representación y pensamiento tiene mayor importancia para nuestro asunto, porque
se puede decir sencillamente que la filosofía no hace otra cosa que transformar representaciones en pensamientos, pero además desde
luego, transforma los meros pensamientos en concepto.
Por lo demás, si para lo sensible se han propuesto las determinaciones de la singularidad y de la exterioridad mutua, todavía cabe
añadir que también estas determinaciones son a su vez pensamientos y [que ellas mismas son] universales; en la lógica se mostrará que el
pensamiento y lo universal son precisamente eso: que él es él mismo y su otro, que alcanza por encima de éste y nada se le escapa. Y
siendo el lenguaje la obra del pensamiento, nada se puede decir con él que no sea universal. Lo que yo meramente opino es mío, me
pertenece en cuanto [soy] este individuo particular. Ahora bien, si el lenguaje sólo expresa lo universal, resulta que yo no puedo decir lo
que meramente opino [y hago mío]. Y lo inefable (sentimiento, sensación) no es lo más excelente ni lo más verdadero, sino lo menos
significativo y no verdadero. Si digo «lo singular», «este singular», «aquí», «ahora», todo eso son generalidades. Todo y cada uno son
un singular (éste) y, si son sensibles, son aquí y ahora. Igualmente, cuando digo «yo», quiero decirme a mí en cuanto soy «éste» que
excluye a todos los demás; pero lo que [efectivamente] digo es todos y cualquiera, digo [un] yo que [como todos los yos] excluye a
todos los otros[115]. —Kant se ha valido de la desacertada expresión de que yo acompaño a todas mis representaciones, sensaciones,
deseos, acciones, etc.[116] Yo es lo universal en y para sí y la compañía es también una universalidad, pero bajo la forma de la
exterioridad. Todos los demás seres humanos tienen en común conmigo el ser «yo», así como a todas mis representaciones, sensaciones,
etc., les es común el ser mías. «Yo» empero, tomado abstractamente en cuanto tal, es la pura referencia a sí mismo haciendo abstracción
del representar, del sensar y de cualquier estado o peculiaridad de la naturaleza, del talento o de la experiencia. El yo es por ello la
existencia de la universalidad totalmente abstracta, lo abstractamente libre. Por eso, el yo es el pensar en cuanto sujeto y siendo así que
yo estoy igualmente en todas mis sensaciones, representaciones y estados [subjetivos], resulta que el pensamiento está presente en todas
partes y atraviesa como categoría todas estas determinaciones.
§ 21
β) Tomando al pensar como activo en relación con objetos (el reflexionar sobre algo), resulta que
lo universal, en cuanto [es] ese producto de la actividad del pensar, contiene el valor de aquello de lo
que se trata, lo esencial, lo interior y verdadero.
En el § 5 se ha mencionado la antigua creencia de que lo verdadero de los objetos, su condición propia y lo que les acaece, lo
íntimo y esencial, aquello de qué va, no se encuentra inmediatamente en la conciencia, no es lo que se ofrece a la primera mirada u
ocurrencia, sino que hay que ponerse a reflexionar sobre ello para llegar a la verdadera condición del objeto, ya que ésta se alcanza
sólo por la reflexión.
§ 22
γ) Por la reflexión algo se cambia en el modo cómo el contenido está primeramente en la
sensación, intuición, representación; así pues, sólo mediante un cambio es cómo llega a la conciencia
la verdadera naturaleza del objeto.
§ 23
δ) Siendo así que con la reflexión aparece la verdadera naturaleza [de la cosa], y siendo así
igualmente que este pensar es mi propia actividad, resulta que aquella naturaleza [verdadera] es tanto
producto de mi espíritu (y precisamente en cuanto éste es sujeto que piensa, [o sea, es] producto mío
con arreglo a mi universalidad simple) cuanto del yo que es siendo cabe si, o sea, de mi libertad.
Se puede oír continuamente la expresión pensamiento propio como si con ella se dijese algo significativo. En efecto, nadie puede
pensar por otro, no menos que comer o beber; esa expresión es por tanto un pleonasmo. —En el pensar reside inmediatamente la libertad
porque él es la actividad de lo universal y por ende un referirse a sí mismo abstracto, un ser-cabe-sí que con arreglo a la subjetividad
carece de determinación y que con arreglo al contenido solamente está a la vez en la cosa y sus determinaciones. —Por consiguiente,
cuando se habla de humildad o modestia, y [también] de soberbia, en relación con la filosofía, y la humildad o modestia se hacen
consistir en no atribuir nada especial a la propia subjetividad, ni en el tener ni en el hacer, será preciso por lo menos absolver de soberbia
a la filosofía, puesto que el pensar sólo es verdadero según el contenido en tanto está inmerso en la cosa y, según la forma, en tanto no
es un ser o hacer particular del sujeto, sino que la conciencia se comporta como yo abstracto, como yo liberado de todas las
particularidades, de cualesquiera propiedades, estados [subjetivos], etc., y solamente hace lo universal en lo cual él es idéntico a todos
los individuos. Cuando Aristóteles[117] exige además mantenerse digno de un tal comportamiento, esa dignidad que la conciencia se da
consiste ciertamente en dejar correr el opinar y el tener por verdadero particular y en dejar que la cosa mande en uno mismo [118].
§ 24
De acuerdo con esta determinación, los pensamientos se pueden llamar objetivos, bajo cuya
denominación hay que incluir también las formas contempladas primeramente por la lógica usual y
que se suelen considerar meras formas del pensar consciente. Por consiguiente, la lógica coincide
con la metafísica[119], la ciencia de las cosas plasmadas en pensamientos los cuales fueron tenidos por
válidos[120] para expresar las determinaciones esenciales de las cosas.
La relación que guardan formas tales como concepto, juicio y silogismo con otras como causalidad, etc., sólo puede ofrecerse como
resultado dentro de la misma lógica. Sin embargo, también hay que observar provisionalmente que al intentar el pensamiento hacerse con
un concepto de las cosas, éste (y con él juntamente, de sus formas más inmediatas, juicio y silogismo) no puede consistir en
determinaciones y relaciones que sean extrañas y exteriores a la cosa. Reflexionar, se ha dicho más arriba[121], conduce a lo universal
de las cosas; y lo universal es precisamente uno de los momentos del concepto. Que en el mundo hay entendimiento o que en el mundo
hay razón dicen lo mismo que la expresión «pensamiento objetivo». Esta última [expresión] es, sin embargo, incómoda porque demasiado
comúnmente se considera que el pensamiento sólo pertenece al espíritu o a la conciencia y lo objetivo solamente se usa a su vez y en
primer lugar para lo no espiritual.
§ 25
La expresión «pensamientos objetivos» indica la verdad, la cual ha de ser el objeto absoluto de la
filosofía y no solamente su meta. Pero esa expresión señala en general al mismo tiempo una
oposición y precisamente aquélla en torno a cuya determinación y valor giran el interés del punto de
vista filosófico [propio] de este tiempo, así como la pregunta por la verdad y por el conocimiento de
ella. Si las determinaciones del pensamiento están afectadas por una oposición firme, esto es, si son
solamente de naturaleza finita, resulta entonces que son inadecuadas a la verdad, la cual es
absolutamente en sí y para sí, y resulta también que la verdad no puede entrar en el pensamiento. El
pensar que produce solamente determinaciones finitas y se mueve entre ellas se llama entendimiento
(en el sentido más preciso de la palabra). Más exactamente, la finitud de las determinaciones del
pensamiento se ha de captar bajo un doble aspecto: uno, que ellas son sólo subjetivas y retienen la
oposición permanente respecto de lo objetivo, y otro, que estas determinaciones en cuanto contenido
limitado en general permanecen tanto en mutua oposición cuanto, más todavía, en oposición frente a
lo absoluto. Ahora hay que considerar los posicionamientos dados[122] al pensamiento respecto de la
objetividad [los cuales servirán] como introducción más próxima para explicar y aportar el
significado de la lógica y el puesto que aquí se le otorga.
En mi Fenomenología del espíritu, la cual por esta causa, en su primera edición, fue rotulada como primera parte del sistema de la
ciencia[123], se adoptó el camino de empezar por el primero y más simple fenómeno del espíritu, la conciencia inmediata, y de
desarrollar su dialéctica hasta el punto de vista de la ciencia filosófica, cuya necesidad se muestra por este proceso. Para lograr tal cosa
no era, sin embargo, posible detenerse en lo formal de la conciencia pura, pues el punto de vista del saber filosófico es al mismo tiempo
el más rico y lleno de contenido en sí mismo y el más concreto; así pues, produciéndose como resultado, el saber filosófico presuponía
también las figuras concretas de la conciencia, como, por ejemplo, la de la moral, de la eticidad, del arte, de la religión. Por
consiguiente, el desarrollo del haber, [o sea,] de los objetos [que pertenecen] a partes propias de la ciencia filosófica, cae a la vez
dentro de aquel desarrollo de la conciencia que pareció primeramente limitarse a lo formal; aquel desarrollo, por así decirlo, ha de
suceder a espaldas de la conciencia, por cuanto el contenido se comporta como el en-sí respecto de la conciencia[124]. La exposición se
hace por ello más detallada y lo que pertenece a las partes concretas [de la filosofía] coincide ya parcialmente con aquella introducción.
—La consideración preliminar que hacemos aquí tiene más aún la incomodidad de poderse hacer solamente de manera histórica y
raciocinante[125]; pero debe contribuir preferentemente a hacer ver que las preguntas sobre la naturaleza del conocimiento, sobre el
creer, etc.[126], que se plantean en [el plano de] la representación y se consideran enteramente concretas, se retrotraen efectivamente a
simples determinaciones de pensamiento y éstas sólo en la lógica reciben su verdadero tratamiento.
A
PRIMER POSICIONAMIENTO DEL PENSAMIENTO
RESPECTO DE LA OBJETIVIDAD[127]
Metafísica[128]
§ 26
La primera actitud es el proceder ingenuo que sin [tener] aún conciencia de la oposición del
pensar dentro de sí y frente a sí, incluye la creencia en que, mediante la reflexión, conoce la verdad, o
sea, que ha sido llevado ante la conciencia lo que los objetos son verdaderamente. Con esta fe, el
pensamiento se dirige directamente a los objetos, reproduce desde sí mismo el contenido de las
sensaciones e intuiciones, [convertido] en contenido del pensamiento, y con él se satisface como
[contenido propio] de la verdad. Todas las filosofías noveles, todas las ciencias, e incluso el
comportamiento y el esfuerzo cotidianos de la conciencia viven con esta fe.
§ 27
Por causa de la inconsciencia acerca de su oposición, este pensar, con arreglo a su haber, puede
ciertamente ser auténtico filosofar especulativo, como puede también detenerse en las
determinaciones finitas del pensamiento, es decir, en la oposición aún irresuelta. Aquí, en la
introducción, sólo nos puede interesar la contemplación de esta actitud del pensar refiriéndola a sus
límites y, por consiguiente, sólo consideraremos en primer lugar la filosofía más reciente[129]. En su
forma más determinada y más próxima a nosotros, esta filosofía fue la metafísica anterior tal como
se cultivó entre nosotros antes de la filosofía kantiana. Esta metafísica, aunque al ser referida a la
historia de la filosofía resulte algo pretérito, está de suyo siempre presente [porque es] en general la
sencilla visión que tiene el entendimiento de los objetos de la razón. La contemplación más cercana
de su estilo [propio] y de su contenido principal tiene por ello ese interés actual.
§ 28
Esta ciencia consideraba las determinaciones del pensamiento como determinaciones
fundamentales de las cosas; mediante esta suposición, a saber, que aquello que es se conoce tal como
es en sí pensándolo, esta ciencia se colocaba en un punto de vista superior al de la posterior filosofía
crítica. Sin embargo 1) aquellas determinaciones se tomaban como válidas de suyo en su abstracción
y como aptas para ser predicadas de lo verdadero. Aquella metafísica suponía en general que el
conocimiento de lo absoluto puede tener lugar aponiéndole predicados sin investigar las
determinaciones del entendimiento con arreglo a su contenido y valor, ni [examinar tampoco] esta
forma de determinar lo absoluto mediante la aposición de predicados.
Tales predicados son, por ejemplo, existencia, como ocurre en la proposición «Dios existe»; finitud o infinitud, cuando se pregunta si
el mundo es finito o infinito; simple, compuesto, en la proposición «el alma es simple»; o también, «la cosa es una, un todo», etc. No se
investigaba si tales predicados son algo verdadero en y para sí, ni tampoco si la forma del juicio puede ser forma de la verdad.
§ 29
Los predicados de esta clase son de suyo un contenido limitado y en seguida se muestran como
inadecuados a la plenitud de la representación (de Dios, de la naturaleza, del espíritu, etc.) a la cual no
agotan de ninguna manera. Resulta entonces que tales predicados, porque son predicados de un [solo]
sujeto [de la proposición], están todos ellos unidos; pero son distintos por razón de su contenido,
porque se toman desde fuera [de este sujeto como] uno frente a otro.
Los orientales intentaron eliminar el primer defecto determinando a Dios, p. e., mediante los muchos nombres que le atribuían; pero al
mismo tiempo [se estimaba que] los nombres debían ser infinitamente muchos.
§ 30
2) Sus objetos [es decir, los de la metafísica] eran desde luego totalidades que pertenecen en y
para sí a la razón, al pensamiento de lo universal concreto en sí mismo (alma, mundo, Dios), pero la
metafísica los tomaba de la representación y, aplicándoles las determinaciones del entendimiento, los
ponía como base, como [si fueran] sujetos dados y acabados, y sólo en aquella representación tenía la
regla [para decidir] si los predicados eran o no convenientes [al sujeto del que se predicaban] y
suficientes [para determinarlo].
§ 31
Las representaciones de alma, mundo, Dios, parecen garantizar al pensamiento, por de pronto, un
asidero firme. Pero aparte de llevar mezclado el sello de la subjetividad particular y de poder tener,
por consiguiente, un significado muy distinto, resulta que [estas representaciones] se ven más bien
necesitadas de recibir primero la determinación firme del pensar. Esto lo expresa cualquier
proposición en tanto que en ella, sólo mediante el predicado (en filosofía se dice, «mediante la
determinación de pensamiento») viene ofrecido lo que el sujeto es, es decir, la representación inicial.
En la proposición: «Dios es eterno, etc.» se empieza con la representación «Dios»; sin embargo, lo que él es no se sabe todavía. Sólo
el predicado enuncia lo que es. Por esta causa, dentro de lo lógico, donde el contenido sólo viene determinado bajo la forma del
pensamiento, no solamente sería superfluo convertir estas determinaciones en predicados de proposiciones cuyo sujeto fuera «Dios» o el
más vago «absoluto» [130], sino que además [este modo de proceder] tendría el inconveniente de evocar otra vara de medir [criterio o
regla], distinta de la naturaleza misma del pensamiento. Por lo demás, la forma de la proposición, o más determinadamente del juicio, es
inapropiada para expresar lo concreto (y lo verdadero es concreto) y especulativo; el juicio es unilateral por su forma y, en la misma
medida, falso.
§ 32
3) Esta metafísica llegó a ser dogmatismo porque, según la naturaleza de las determinaciones
finitas, tuvo que aceptar que entre dos afirmaciones opuestas, como lo eran aquellas proposiciones,
una tenía que ser verdadera y la otra falsa.
§ 33
La primera parte de esta metafísica, en su forma ordenada, la constituía la ontología[131] o
doctrina de las determinaciones abstractas de la esencia. A esta doctrina, por su multiplicidad y por
su valor finito, le falta un principio; las determinaciones abstractas de la esencia se ve obligada a
enumerarlas, por tanto, de manera empírica y contingente, y su contenido más concreto sólo puede
ser fundamentado sobre la aseveración de que con tal o cual palabra se piensa precisamente eso; o
también, otras veces, haciendo hincapié en la etimología. Procediendo de este modo sólo se puede
atender a [si] la rectitud del análisis coincide con el uso lingüístico, o también a la completud
empírica, pero no a la verdad y necesidad de esas determinaciones en sí y para sí.
La pregunta de si ser, existencia, o finitud, simplicidad, composición, etc., son verdaderos conceptos en y para sí ha de resultar
chocante para quien opine que sólo se puede hablar de la verdad de una proposición y que, cuando se trate de un concepto sólo se
puede preguntar si se apone (como se decía) a un sujeto con verdad o no [132]; la no-verdad depende de la contradicción que se
encuentre entre el sujeto de la representación y el concepto que debería predicarse de él [133]. Sin embargo, el concepto en cuanto
concreto, e incluso toda determinidad en general, es en sí misma esencialmente una unidad de distintas determinaciones. Por consiguiente,
si la verdad no fuese nada más que la ausencia de contradicción, lo primero que se debería investigar en todo concepto sería si no
contiene de suyo una tal contradicción interna.
§ 34
La segunda parte era la Psicología racional o Pneumatología, la cual se refiere a la naturaleza
metafísica del alma[134], es decir, del espíritu como una cosa.
La inmortalidad se investigaba dentro de la esfera donde tienen su lugar composición, tiempo, cambio cualitativo, crecimiento o
decrecimiento cuantitativo [135].
§ 35
La tercera parte, la Cosmología, trataba del mundo[136], de su contingencia, necesidad, eternidad,
limitación en el espacio y tiempo; de las leyes formales de sus cambios y además de la libertad de los
humanos y del origen del mal.
En particular, en ese tratado se hacían valer preferentemente como oposiciones absolutas: contingencia y necesidad; necesidad
extrínseca e intrínseca; causas eficientes y finales o causalidad en general y finalidad; esencia o sustancia y fenómeno; forma y materia;
libertad y necesidad; felicidad y dolor; bien y mal.
§ 36
La cuarta parte, la teología natural o racional, trataba el concepto de Dios o su posibilidad, las
pruebas de su existencia y sus atributos[137].
a) En el curso de esta contemplación de Dios por medio del entendimiento, cobra relieve la cuestión de qué predicados le convienen
o no a aquello que nosotros nos representamos como Dios. La oposición entre realidad y negación se presenta aquí como absoluta; por
ello, al concepto tal como lo comprende el entendimiento sólo le queda al fin la abstracción vacía de la esencia indeterminada, de la
pura realidad o positividad, el producto muerto de la moderna Ilustración, b) El modo de probar [la existencia de Dios por parte] del
conocimiento finito muestra en general la posición invertida de que se debe ofrecer un fundamento objetivo del ser de Dios, y éste se
representa entonces como algo mediado por otra cosa. Este modo de probar, que tiene como regla la identidad [propia] del
entendimiento, se ve cogido por la dificultad de dar el paso desde lo finito a lo infinito. Así resultaba que o bien no se podía librar a
Dios de la finitud positivamente constante del mundo, y entonces Dios se debía determinar como sustancia inmediata del mundo
(panteísmo), o bien Dios quedaba como un objeto frente al sujeto y de esta manera, por tanto, como algo finito (dualismo), c) Los
atributos, debiendo ser a pesar de todo determinados y distintos, se hundían propiamente en el concepto abstracto de la realidad pura, de
la esencia indeterminada. Pero en tanto que el mundo finito permanece aún en la representación como un ser verdadero y Dios frente a él,
la representación pone entonces también distintas relaciones entre uno y otro que, determinadas como atributos, tienen que ser ellas
mismas de naturaleza finita en cuanto relaciones a situaciones finitas (p. e. justo, bueno, poderoso, sabio, etc.), pero por otra parte esos
atributos deben ser a la vez infinitos. Al llegar a este punto, esa contradicción sólo permite la vaporosa solución de empujarla hasta lo
carente de determinación, hasta el sensum eminentiorem[138], mediante un aumento cuantitativo. Pero con tal solución el atributo es
efectivamente aniquilado y reducido a mera palabra.
B
SEGUNDO POSICIONAMIENTO DEL PENSAMIENTO
RESPECTO DE LA OBJETIVIDAD
I. Empirismo
§ 37
La necesidad por una parte de un contenido concreto frente a las teorías abstractas del
entendimiento, el cual no puede avanzar por sí mismo desde sus generalidades hasta la
particularización, así como la necesidad por otra parte de una parada firme frente a la posibilidad de
poder demostrarlo todo dentro del campo de las determinaciones finitas y según el método de éstas,
condujeron primeramente al empirismo, el cual en vez de buscar lo verdadero en el pensamiento
mismo, va a recogerlo de la experiencia, de lo presente exterior e interior.
§ 38
Por una parte, el empirismo tiene esta fuente en común con la metafísica por cuanto ésta, para la
acreditación de sus definiciones (es decir, de las suposiciones, como también de los contenidos más
determinados), tiene igualmente como garantía a las representaciones, es decir, al contenido
procedente de la experiencia. Por otra parte, la percepción singular es distinta de la experiencia, y el
empirismo eleva el contenido perteneciente a la percepción, al sentimiento y a la intuición, a la forma
de representaciones, principios, leyes, etc. universales. Eso sucede, sin embargo, en el sentido de que
estas determinaciones universales (p. e. fuerza) no deben tener de suyo ninguna otra significación o
validez que no sea la que tomaron de la percepción, ni deben tener tampoco ninguna justificación
fuera de la interdependencia indicada en el fenómeno. La parada firme por el lado subjetivo lo tiene
el conocimiento empírico en que la conciencia, en la percepción, tiene su propio presente inmediato y
su certeza.
En el empirismo se encuentra este gran principio [139], a saber, que lo que es verdadero tiene que estar en la realidad efectiva y ahí
tiene que estar [disponible] para la percepción. Este principio es contrapuesto al deber ser con el cual se hincha [la filosofía de] la
reflexión y desprestigia la realidad efectiva y el presente valiéndose de un más allá que no puede tener otro asiento y existencia que el
entendimiento subjetivo. Tal como hace el empirismo, la filosofía sólo conoce (§ 7) lo que es; lo que meramente debe ser y por ello no
está ahí, eso, la filosofía no lo sabe. —Por el lado subjetivo hay que reconocer igualmente el importante principio de la libertad que se
encuentra en el empirismo, a saber, que el ser humano debe ver por sí mismo aquello que ha de tener por válido en su saber y que eso lo
debe saber estando él mismo allí presente. La realización consecuente del empirismo niega lo suprasensible en general en tanto que por
el lado del contenido se limita a lo finito o, por lo menos, a su conocimiento y determinidad, y solamente permite al pensamiento la
abstracción y la universalidad e identidad formales. —El engaño fundamental del empirismo científico consiste siempre en que utilizando
las categorías metafísicas de materia, fuerza, etc., así como las de uno, muchos, universalidad e incluso infinito, y sacando además
conclusiones al hilo de estas categorías, suponiendo entonces las formas del silogismo y aplicándolas, ignora sin embargo que él mismo
contiene metafísica y la hace, y que utiliza aquellas categorías y sus enlaces de manera enteramente acrítica e inconsciente.
§ 39
Acerca de este principio se ha hecho en primer lugar la acertada reflexión de que en aquello que
se llama experiencia (que se debe distinguir de la simple percepción singular de hechos singulares)
se encuentran dos elementos; uno, la materia infinitamente variada, dispersa de suyo; otro, la forma,
las determinaciones de la universalidad y necesidad[140]. La empiría exhibe desde luego muchas
percepciones iguales; si se quiere, incontables; pero la universalidad es algo enteramente distinto del
gran número. También garantiza la empiría, desde luego, percepciones de cambios sucesivos o de
objetos contiguos, pero no un nexo de necesidad. Así pues, debiendo permanecer la percepción como
fundamento de lo que ha de valer como verdad, la universalidad y necesidad aparecen como algo
injustificado, como contingencia subjetiva; una simple costumbre cuyo contenido [igual] podría estar
constituido de esta manera como de otra.
Una consecuencia importante de lo dicho es que, bajo este modo empírico, las determinaciones y leyes jurídicas o éticas, así como el
contenido de la religión aparecen como algo contingente y se abandona su objetividad y verdad íntima.
Por lo demás, el escepticismo de Hume[141] a quien principalmente se refiere la reflexión anterior debe distinguirse muy mucho del
escepticismo griego. El escepticismo de Hume pone como fundamento la verdad de lo empírico, del sentimiento, de la intuición, e
impugna las determinaciones y leyes universales desde ahí, desde este fundamento, porque no se justifican por la percepción sensible. El
viejo escepticismo estaba tan lejos de tomar el sentimiento y la intuición como principio de verdad que, antes que nada, cuidaba de
revolverse contra lo sensible. (Sobre el escepticismo más moderno comparado con el antiguo, cfr. la Revista crítica de Filosofía de
Schelling y Hegel, 1802, vol. I, n.º 2)[142].
II Filosofía crítica
§ 40
La filosofía crítica tiene en común con el empirismo la aceptación de la experiencia como única
base del conocimiento, a la cual, sin embargo, no concede valor para el conocimiento de verdades,
sino solamente para el conocimiento de fenómenos.
En primer lugar, parte de la distinción entre los elementos que se encuentran al analizar la
experiencia, la materia sensible y sus referencias universales[143]. Urgiendo, por tanto, la reflexión
que hemos aportado en los parágrafos precedentes, [a saber] que en la percepción sólo se contiene de
suyo lo singular y tan sólo eso que acaece, se insiste al mismo tiempo en el factum de que la
universalidad, y necesidad se encuentran en lo que se llama experiencia como determinaciones
igualmente esenciales. Ahora bien, puesto que este elemento no procede de lo empírico en cuanto tal,
pertenece, por tanto, a la espontaneidad del pensar o es a priori. —Las determinaciones del
pensamiento o conceptos del entendimiento agotan la objetividad de los conocimientos de
experiencia. Contienen en general referencias y por ello se forman, mediante esos conceptos, juicios
sintéticos a priori (eso es, relaciones originarias de opuestos)[144].
Que en el conocimiento se encuentran las determinaciones de la universalidad y necesidad, es un hecho que el escepticismo de Hume
no discute[145]. Tampoco en la filosofía kantiana se encuentra nada más que un hecho presupuesto; según el lenguaje usual de las
ciencias, se puede decir que esa filosofía sólo ha propuesto otra explicación de aquel hecho.
§ 41
Ahora bien, la filosofía crítica somete primero a investigación el valor de los conceptos del
entendimiento utilizados por la metafísica (utilizados también, por lo demás, en las otras ciencias y en
las representaciones corrientes). Esta crítica no entra, sin embargo, en el contenido mismo de estas
determinaciones del pensamiento ni en la determinada relación que guardan entre sí, sino que las
contempla con arreglo a la oposición entre subjetividad y objetividad en general. Esta oposición, tal
como aquí se toma, se refiere (véase el parágrafo anterior) a la distinción de los elementos dentro de
la experiencia. Objetividad significa aquí el elemento de la universalidad y necesidad, esto es, de las
propias determinaciones del pensamiento: lo que se llama apriórico[146]. Pero la filosofía crítica
amplía la oposición de tal manera que el conjunto de la experiencia, o sea, de aquellos dos elementos
juntamente, viene a caer del lado de la subjetividad y frente a ella no queda más que la cosa-en-sí.
Las formas más próximas de lo apriórico, esto es, del pensar, y precisamente de éste en cuanto
actividad subjetiva, sin atender a su objetividad, se ordenan de la manera que se expondrá
seguidamente. —Una sistematización que, por lo demás, sólo descansa sobre bases psicológicohistóricas.
§ 42
a) La facultad teorética, el conocimiento en cuanto tal.
Como fundamento determinado de los conceptos del entendimiento, esta filosofía invoca la
identidad originaria del yo en el pensamiento (unidad trascendental de la autoconciencia)[147]. Las
representaciones dadas por la sensación y la intuición son, según su contenido, algo plural, y también
lo son igualmente según su forma, es decir, por la exterioridad reciproca de la sensibilidad en sus dos
formas, espacio y tiempo, las cuales en cuanto formas (o lo universal) del intuir son ellas mismas a
priori[148]. Eso plural del sensar e intuir es conducido a identidad, a una conexión originaria, en tanto
que el yo lo refiere a sí mismo y lo une a sí en tanto conciencia una[149] (apercepción pura). Las
maneras determinadas de ese referir son los conceptos puros del entendimiento, las categorías[150].
Es sabido que la filosofía kantiana se puso las cosas fáciles con el hallazgo de las categorías[151].
Yo, la unidad de la autoconciencia, es [algo] enteramente abstracto e indeterminado; ¿cómo se llega,
por tanto, a las determinaciones del yo, a las categorías? Afortunadamente, en la lógica usual se
encuentran las diferentes clases de juicios ofrecidas de antemano de manera empírica. Ahora bien,
juzgar es pensar un objeto determinado. Luego las maneras distintas de juzgar previamente
catalogadas proporcionan las distintas determinaciones del pensar[152]. —A la filosofía de Fichte le
corresponde el profundo servicio de haber recordado a este propósito que las determinaciones del
pensamiento deben ser mostradas con su necesidad, [o sea,] que deben ser deducidas de manera
esencial[153]. —Esta filosofía, [la kantiana,] al tratar del método o de la lógica, debiera haber tenido la
eficacia, por lo menos, de que las determinaciones del pensamiento o el material lógico usual, las
clases de conceptos, de juicios y de silogismos, ya no fueran solamente tomados de la observación, y
comprendidos así de manera meramente empírica, sino que fueran deducidos del pensamiento
mismo. Si el pensar tiene que ser capaz de demostrar algo, si la lógica tiene que exigir que se den
pruebas y quiere enseñar a demostrar, tiene que ser capaz ante todo de demostrar su contenido más
propio y de comprender la necesidad de éste.
§ 43
Por un lado, es por medio de las categorías que la mera percepción se eleva a objetividad, a
experiencia; pero, por otro lado, estos conceptos, en cuanto unidades que solamente pertenecen a la
conciencia subjetiva, condicionada por la materia dada, son de suyo vacíos y sólo tienen su
aplicación y uso en la experiencia, cuya otra parte constitutiva, las determinaciones de la sensación e
intuición, son también algo meramente subjetivo [154].
§ 44
Las categorías son incapaces de ser, por consiguiente, determinaciones de lo absoluto en cuanto
éste no está dado en una percepción, y el entendimiento o conocimiento es, por tanto, incapaz de
conocer las cosas en sí[155].
La cosa en sí (y bajo el término cosa se comprende también al espíritu, a Dios) expresa el objeto en la medida en que se abstrae de
todo lo que éste es para la conciencia, de todas las determinaciones de la sensación, así como de todos los pensamientos determinados
referidos a él [156]. Es fácil ver lo que queda entonces: lo perfectamente abstracto, lo completamente vacío solamente determinado
como lo más-allá; lo negativo de la representación, de la sensación, del pensamiento determinado, etc. Y es igualmente simple la
reflexión de que este caput mortuum es, él mismo, el mero producto del pensar y precisamente del pensar llevado hasta la pura
abstracción; un producto del yo vacío que convierte esta vacía identidad suya en objeto para él. La determinación negativa que contiene
esta identidad abstracta en forma de objeto se incluye igualmente entre las categorías kantianas y resulta así algo tan enteramente
conocido como aquella identidad vacía[157]. Según esto, de lo único que hay que maravillarse es de haber leído tantas veces que no se
sabe qué es la cosa-en-sí, nada hay tan fácil de saber como eso [158].
§ 45
Ahora bien, es la razón, la facultad de lo incondicionado, la que examina lo condicionado de estos
conocimientos experimentales[159]. Lo que aquí se llama objeto de la razón, lo incondicionado o
infinito no es otra cosa que el igual-a-sí-mismo o la ya citada (§ 42) identidad originaria del yo en el
pensar. Se llama razón al yo abstracto o pensar que convierte esta identidad pura en su objeto o fin.
(Véase la nota al parágrafo anterior.) A esta identidad simplemente carente de determinación le son
inadecuados los conocimientos de experiencia porque éstos son precisamente conocimientos de
contenidos determinados. En tanto ese incondicionado se toma como lo absoluto y verdadero de la
razón (como la idea), los conocimientos experimentales vienen declarados como no verdaderos,
como fenómenos[160].
§ 46
Interviene, sin embargo, la necesidad [que tenemos] de conocer esta identidad o la cosa-en-sí
vacía. Pero siendo así que conocer no significa otra cosa que saber un objeto con arreglo a su
contenido determinado; y siendo así también que «contenido determinado» implica una conexión
compleja en sí misma y funda una conexión con otros objetos, y [siendo así también] que para la
determinación de aquel infinito o cosa-en-sí esta razón [kantiana] no dispondría de otra cosa que de
las categorías, resulta que al quererlas usar para ello, se hace tránsfuga (trascendente)[161].
Así llegamos al segundo aspecto de la crítica de la razón; y éste es de suyo más importante que el primero. El primero consiste,
como sabemos, en la consideración indicada más arriba[162] de que las categorías tienen su fuente en la unidad de la autoconciencia y
que, por consiguiente, el conocimiento [que se alcanza] por su medio no contiene en efecto nada objetivo; la objetividad que se atribuye a
las categorías (§ 40, 41) es en sí misma algo meramente subjetivo. Si sólo se atiende a esto la crítica kantiana resulta meramente un
idealismo subjetivo (o sea, tosco) que no se abandona al contenido, que sólo atiende a las formas abstractas de la subjetividad y
objetividad y se detiene, precisamente de manera unilateral, en la primera de ellas, en la forma de la subjetividad como última
determinación simplemente afirmativa. Pero al contemplar la denominada aplicación que la razón hace de las categorías para el
conocimiento de sus objetos, se habla del contenido de ellas por lo menos según algunas determinaciones, y podría darse ocasión, por lo
menos, para hablar de ese contenido. Es especialmente interesante ver cómo Fiant juzga esta aplicación de las categorías a lo
incondicionado, es decir, cómo juzga él a la metafísica. Este modo de proceder debe ser aquí rápidamente tratado y criticado.
§ 47
1) El primer incondicionado que se contempla (véase más arriba § 34) es el alma[163]. —En mi
conciencia me encuentro siempre a mí mismo α) como el sujeto determinante, β) como algo singular
o algo simple-abstracto, γ) como lo uno y lo mismo en todo lo múltiple de lo que soy consciente, o
sea, como idéntico, δ) como algo que me distingue a mí, en cuanto pensante, de todas las cosas fuera
de mí.
Ahora bien, el proceder de la metafísica pretérita es correctamente denunciado por poner
determinaciones del pensamiento en el lugar de estas determinaciones empíricas, o sea, de poner las
correspondientes categorías mediante las cuales resultan las cuatro tesis siguientes: α) el alma es
sustancia, β) es sustancia simple, γ) es idéntica numéricamente a lo largo de los distintos tiempos de
su existencia y δ) está en relación con lo espacial.
Se hace notar que este tránsito tiene el defecto de que en él se confunden determinaciones de dos
clases (paralogismo), a saber, determinaciones empíricas con categorías, [y se hace notar también]
que es ilegítimo concluir desde aquéllas a éstas, es decir, poner las segundas en lugar de las
primeras[164].
Se ve que esta crítica no expresa otra cosa que la advertencia de Hume citada más arriba (§ 39) de
que las determinaciones del pensamiento en general (universalidad y necesidad) no se encuentran en
la percepción, que lo empírico tanto según su contenido como según su forma, es distinto de la
determinación del pensamiento.
Si lo empírico debiese constituir la legitimación del pensamiento, sería entonces exigible, desde luego, que éste pudiera justificarse
exactamente en las percepciones. —Que del alma no se puede afirmar la sustancialidad, la simplicidad, la identidad consigo misma ni
aquella autosuficiencia que se mantiene en su comunidad con el mundo material; todo eso se asienta únicamente en la crítica kantiana de
la psicología metafísica, sobre la base de que aquellas determinaciones que la conciencia nos permite experimentar sobre el alma no
son exactamente las mismas que las que el pensamiento produce a este propósito [165]. Sin embargo, según la exposición anterior[166],
también Kant hace consistir el conocer en general, es más, incluso el experimentar, en que las percepciones sean pensadas, esto es, en
que las determinaciones que pertenecen primeramente al percibir sean transformadas en determinaciones del pensar. —Siempre se debe
considerar como un buen resultado de la crítica kantiana que el filosofar sobre el espíritu haya sido liberado del alma-cosa y de las
categorías y, por consiguiente, de las cuestiones acerca de la simplicidad o composición del alma, de su materialidad [o no], etc. —Sin
embargo, el punto de vista verdadero acerca de la improcedencia de esas formas no consistirá, incluso para el sentido común, en que
éstas sean pensamientos, sino en que tales pensamientos no contengan la verdad en sí y para sí. —Si pensamiento y fenómeno no se
corresponden perfectamente, se puede entonces optar, por de pronto, por considerar como deficiente bien a uno, bien a otro. En el
idealismo kantiano, cuando trata de lo racional, el defecto se endosa a los pensamientos, de modo que éstos se consideran
insuficientes[167] por no ser adecuados a lo percibido ni a una conciencia que se limita al ámbito de la percepción en cuanto tal. Del
contenido del pensamiento de por sí, aquí [en este punto] no se habla.
§ 48
2) A lo largo del intento de la razón por conocer lo incondicionado del segundo objeto (§ 35), o
sea, del mundo, ella cae en antinomias[168], es decir, en la afirmación de dos tesis contrapuestas sobre
el mismo objeto y [esto lo hace] precisamente de tal modo que cada una de esas tesis ha de ser
afirmada con la misma necesidad. De ahí resulta que el contenido mundano, cuyas determinaciones
vienen a dar en esa contradicción, no puede ser en sí sino solamente fenómeno. La solución está en
que la contradicción no cae en el objeto en y para sí, sino que sólo le adviene a la razón cognoscente.
Aquí se habla de que el contenido mismo, es decir, las categorías de por sí, son lo que suscita la contradicción. Este pensamiento, a
saber, que la contradicción que se asienta en lo racional mediante las determinaciones del entendimiento es esencial y necesaria, hay que
considerarlo como uno de los avances más importantes y profundos de la filosofía de los tiempos modernos. Todo lo que tiene de
profundo este punto de vista, lo tiene de trivial la solución; ésta consiste solamente en una ternura hacia las cosas mundanas. [Se
considera, en efecto, que] la entidad mundana no puede tener en ella misma la mácula de la contradicción, sino que ésta sólo se puede
atribuir a la razón que piensa, a la esencia del espíritu. Desde luego, nadie se opondrá a que el mundo fenoménico muestre
contradicciones al espíritu que lo contempla; en efecto, el mundo es fenoménico tal como él es para el espíritu subjetivo, para la
sensibilidad y el entendimiento. Ahora bien, si se compara la esencia mundana con la esencia espiritual, cabe maravillarse de la
ingenuidad con que se sienta y pronuncia la afirmación de que no es la entidad mundana sino la que piensa, la razón, la que es
contradictoria en sí misma. No sirve de nada matizar entonces que la razón cae en la contradicción sólo por la aplicación de las
categorías[169], pues también se afirma al mismo tiempo que esta aplicación es necesaria y que la razón no dispone de otras
determinaciones para conocer que las categorías[170]. Conocer es, en efecto, pensar determinante y determinado; si la razón sólo es
pensar vacío o indeterminado, no piensa nada. Y si en definitiva la razón se reduce a aquella identidad vacía (véase el parágrafo
siguiente) se verá al fin felizmente liberada de la contradicción mediante el sacrificio fácil de todo contenido y haber.
Se puede además advertir que la falta de una consideración más profunda de lo antinómico dio lugar primeramente a que Kant no
aportara más que cuatro antinomias[171]. Vino a dar en ello presuponiendo la tabla de las categorías, igual que lo había hecho al tratar
de los paralogismos, con lo cual aplicó la rutina, que más tarde se le hizo tan querida, de colocar meramente un objeto bajo un esquema
dispuesto aparte, en vez de deducir las determinaciones de este objeto partiendo de su concepto. Otras deficiencias en el tratamiento de
las antinomias ya he tenido ocasión de mostrarlas en mi Ciencia de la lógica [172]. —El punto capital que se debe advertir es que lo
antinómico no sólo se encuentra en los cuatro objetos específicos tomados de la cosmología, sino que se encuentra más bien en todos
los objetos de todos los géneros, en todas las representaciones, conceptos e ideas[173]. Saber esto y conocer los objetos bajo esta
propiedad pertenece a lo esencial de la contemplación filosófica; esta propiedad constituye aquello que más adelante se determinará
como el elemento dialéctico de lo lógico.
§ 49
3) El tercer objeto de la razón es Dios[174] (§ 36) el cual debe ser conocido, esto es, determinado,
pensando. Ahora bien, para el entendimiento toda determinación, contrariamente a la simple
identidad, es solamente un límite, una negación en cuanto tal; así resulta que la realidad total sólo se
puede entender como ilimitada, es decir, como indeterminada, y Dios, en cuanto compendio de todas
las realidades o como ente realísimo [175], deviene un algo abstracto simple para cuya determinación
sólo resta entonces la determinidad también simplemente abstracta, el ser. Identidad abstracta (que
aquí [en este lugar de la filosofía kantiana] también se llama concepto) y ser son los dos momentos
cuya unión es lo que la razón busca; esta unión es el ideal de la razón.
§ 50
Esta unión admite dos caminos o formas [para lograrla]. En efecto, se puede empezar por el ser y
desde ahí pasar a lo abstracto del pensar, o viceversa, se puede llevar a cabo desde lo abstracto al
ser.
Por lo que se refiere al comienzo desde el ser, éste se ofrece como lo inmediato, como un ser
determinado de manera infinitamente múltiple, como un mundo pleno. Éste a su vez se puede
determinar más precisamente como una colección de infinitas contingencias en general (en la prueba
cosmológica[176]) o como una colección de infinitos fines y de relaciones finalísticas (en la prueba
físico-teológica[177]). —Pensar este ser pleno significa quitarle la forma de las singularidades y
contingencias y captarlo como un ser universal, necesario en y para sí, como ser activo que se
determina con arreglo a fines universales, el cual es distinto de aquel ser primero, abstracto; significa
captarlo como Dios. El sentido principal de la crítica a esta vía es que ella es un concluir o un
tránsito. En efecto, siendo así que las percepciones y su agregación (el mundo) no muestran tener en
sí, en cuanto tales, la universalidad que el pensamiento alcanza purificando aquel contenido, esa
universalidad no resulta, por consiguiente, justificada por aquella representación empírica del
mundo. De esta manera, al ascenso del pensamiento a Dios desde la representación empírica del
mundo, se le contrapone el punto de vista de Hume (como se hace también al tratar de los
paralogismos, véase § 47); un punto de vista que declara improcedente pensar las percepciones, o
sea, extraer de ellas lo universal y necesario.
Porque el ser humano es un ser que piensa, nunca el sano entendimiento humano, como tampoco la filosofía, se dejarán convencer de
que para elevarse a Dios se tenga que partir solamente de y desde la intuición empírica del mundo. Esta elevación no tiene ningún otro
fundamento que la contemplación que piensa el mundo, no la [contemplación] meramente sensible o animal. La esencia, la sustancia, el
poder universal y la determinación finalistica del mundo son para el pensar y sólo para el pensar. Las llamadas pruebas de la
existencia de Dios[178] hay que verlas solamente como algo parecido a descripciones y análisis del camino del espíritu hacia el interior
de sí [179], el cual es espíritu que piensa y piensa lo sensible.' La elevación del pensamiento sobre lo sensible, su salida por encima de lo
finito hasta lo infinito, el salto [180] que se da a lo suprasensible rompiendo las series de lo finito, todo esto es el pensar mismo; este
tránsito es sólo pensar. Si un tránsito de esta clase no debe realizarse, eso significa que no hay que pensar. Los animales, en efecto, no
dan este paso; son ellos los que se quedan parados en la sensación y en la intuición empírica y por esta causa no tienen ninguna religión.
Tanto en general como en particular hay que hacer dos clases de observaciones acerca de la crítica de esta elevación del pensamiento.
En primer lugar, si esta elevación se presenta en forma de silogismos (las llamadas pruebas de la existencia de Dios), el punto de
partida es entonces, desde luego, la contemplación del mundo, determinado de algún modo como agregación de contingencias o de fines
y relaciones finalísticas. Dentro del pensar y en tanto éste hace silogismos, este punto de partida puede parecer como un fundamento
firme que permanece y se deja tan enteramente empírico como al principio lo es esta materia. La referencia del punto de partida al punto
de llegada, al cual se pasa, se representa así como solamente afirmativa, como un concluir desde algo que es y permanece a otro algo
que asimismo también es. Pero el gran error consiste en querer conocer la naturaleza del pensar sólo bajo esta forma propia del
entendimiento. Pensar el mundo empírico significa más bien, de manera esencial, cambiar su forma empírica y transformarla en un
universal; el pensamiento ejerce a la vez una actividad negativa sobre aquel fundamento; la materia percibida, cuando se determina por
la universalidad, no se queda con su primera figura empírica. El haber interno de lo percibido se extrae alejando y negando la cáscara
(cfr. §§ 13 y 23). Las pruebas metafísicas de la existencia de Dios son interpretaciones y descripciones deficientes de la elevación del
espíritu desde el mundo a Dios, porque no expresan el momento de negación que se contiene en esa elevación o, mejor dicho, no lo
ponen de relieve, pues [también es verdad] que diciendo que el mundo es contingente queda igualmente dicho que es meramente caedizo,
fenoménico, nulo en sí mismo y de por sí. El sentido de la elevación del espíritu consiste precisamente en atribuir al mundo un ser que
sólo es sin embargo apariencia, no es el verdadero ser, no es verdad absoluta, sino que ésta se encuentra solamente en Dios más allá de
ese fenómeno; sólo Dios es el verdadero ser. Siendo esta elevación tránsito y mediación, es ella igualmente superación del tránsito y
de la mediación, pues aquello mediante lo cual Dios podría parecer mediado, el mundo, se declara más bien como lo nulo; solamente la
nulidad del ser del mundo es el vínculo de la elevación, de modo que aquello que se presenta como mediador desaparece y, de este
modo, con esta mediación, se supera incluso la mediación. Es sobre todo a esa relación, aprehendida solamente como una relación
afirmativa entre dos entes, a lo que se atiene Jacobi cuando impugna la demostración del entendimiento [181]; le hace el justificado
reproche de que con su modo de proceder está buscando condiciones (el mundo) al incondicionado, que lo infinito (Dios) se representa
de este modo como fundado y dependiente[182]. Pero es que aquella elevación, tal como se da en el espíritu, corrige ella misma esta
apariencia; su entero valor está más bien en la corrección de esta apariencia. Pero esa naturaleza verdadera del pensamiento esencial,
superar en la mediación incluso la mediación, eso no lo ha captado Jacobi, de donde se sigue que el atinado reproche que dirige al
entendimiento meramente reflexivo, lo toma equivocadamente como un reproche que toca al pensamiento en general y, por consiguiente,
también al pensamiento racional.
Como explanación de ese pasar por alto el momento negativo [de la elevación a Dios] se puede traer como ejemplo el reproche que
se hace al spinozismo de ser panteísmo y ateísmo [183]. La sustancia absoluta de Spinoza no es todavía, desde luego, el espíritu
absoluto y con razón se exige que Dios sea determinado como espíritu absoluto. Pero cuando la determinación de Spinoza se expone
como si él confundiera a Dios con la naturaleza, con el mundo finito, y como si convirtiera el mundo en Dios, se supone entonces que el
mundo finito posee verdadera realidad efectiva, realidad afirmativa. Con tal presuposición, en efecto, se finitiza simplemente a Dios al
establecer su unidad con el mundo y Dios queda [entonces] degradado a la mera multiplicidad finita y exterior de la EXISTENCIA. No
se atiende a que Spinoza no define a Dios como la unidad de Dios y del mundo, sino como la unidad del pensar y de la extensión (del
mundo material)[184], y entonces resulta que ya en esa unidad, incluso tomándola de esa manera enteramente inapropiada, el mundo viene
determinado en el sistema spinoziano más bien solamente como un fenómeno al que no se le atribuye efectiva realidad, de tal manera
que este sistema ha de ser visto más bien como acosmismo [185]. Una filosofía que afirma que hay Dios y que sólo hay Dios no debiera
ser presentada, por lo menos, como ateísmo. Y no obstante se atribuye religión a los pueblos que veneran como dioses a monos o vacas,
estatuas de piedra o de bronce. Sin embargo, en el sentido de la representación, [lo que] va más bien contra el hombre [es] renunciar a la
suposición de la representación, a saber, que este conglomerado suyo de finitud que se llama mundo tiene efectiva realidad. Que no hay
mundo, o como ello se quiera expresar, aceptar algo así, se tiene fácilmente como completamente imposible o, por lo menos, como algo
mucho menos posible que el que pueda caber en la cabeza de alguien que no hay Dios. Más fácilmente se cree (y esa fe no honra a
quien la tiene) que un sistema niegue a Dios y no que niegue el mundo; se encuentra más comprensible que Dios sea negado que la
negación del mundo.
La segunda observación se refiere a la crítica del haber que por de pronto se adquiere con esa elevación por el pensamiento. Este
haber, si consiste solamente en las determinaciones de la sustancia del mundo, de su esencia necesaria, de una causa finalísticamente
ordenadora y rectora, etc., no es desde luego adecuado a lo que se entiende o se debe entender por Dios. Ocurre, sin embargo, que,
prescindiendo [ahora] de la rutina de suponer una representación de Dios y, de acuerdo con tal representación, juzgar de un resultado,
aquellas determinaciones tienen ya un gran valor y son momentos necesarios de la idea de Dios. Sin apartamos de este camino, para
llevar ante el pensamiento aquel haber bajo su verdadera determinación, [o sea, para obtener] la verdadera idea de Dios, no hay que
partir desde luego de un contenido subordinado. Las cosas mundanas meramente contingentes son una determinación muy abstracta. Las
configuraciones orgánicas y sus determinaciones finalísticas pertenecen al círculo superior, a la vida. Pero aparte de que la
contemplación de la naturaleza viva y de otras relaciones que las cosas presentes tienen con fines, puede mancharse con la insignificancia
de [ciertos] fines e incluso con la mención pueril de fines y sus relaciones, con todo, la naturaleza viviente tampoco es efectivamente
aquello a partir de lo cual se puede captar la verdadera determinación de la idea de Dios; Dios es más que algo vivo, es espíritu.
Únicamente la naturaleza espiritual es el punto de partida más digno y más verdadero para pensar lo absoluto [186], en tanto el pensar se
toma un punto de partida y quiere tomarse el más próximo.
§ 51
El otro camino de la unión mediante el cual se ha de lograr el ideal avanza desde lo abstracto del
pensar hasta la determinación, para la cual sólo queda el ser (prueba ontológica de la existencia de
Dios)[187]. La oposición que aquí se presenta es la oposición entre pensar y ser, ya que en la primera
vía el ser es común a ambos extremos y la oposición [entre ellos] sólo se refiere a la distinción entre
lo disperso [o singularizado] y lo universal. Lo que el entendimiento objeta a esta segunda vía es lo
mismo que ya fue mencionado, a saber, que no encontrándose lo universal en lo empírico, del mismo
modo y viceversa, en lo universal no se contiene lo determinado (y lo determinado es aquí el ser). O
[lo que es lo mismo], el ser no se puede deducir del concepto ni obtenerse por análisis.
La crítica kantiana del argumento ontològico ha encontrado una acogida y aceptación tan favorable sin duda también porque Kant,
para aclarar la distinción entre pensamiento y ser, usó el ejemplo de los cien táleros que con arreglo al concepto son cien, tanto si son
posibles como si son reales; pero para mi hacienda eso constituye una diferencia esencial [188]. Nada puede ser tan clarificador como esto:
que lo que yo pienso o me represento no por ello es todavía efectivamente real; [en efecto, nada puede ser tan clarificador] como el
pensamiento de que el representar, o incluso el concepto, no bastan para ser. —Prescindiendo de que no sin razón se podría designar
como una barbaridad llamar concepto a algo así como cien táleros, aquellos que repiten una y otra vez, contra la idea filosófica, que
pensar y ser son distintos, deberían, sin embargo, sospechar desde el primer momento que eso no les es del todo desconocido a los
filósofos. ¿Qué conocimiento se podría aportar más trivial que éste? Pero entonces habría que pensar que al hablar de Dios se trata de
un objeto de otra clase que cien táleros y distinto de cualquier otro concepto particular, representación, o como se le quiera llamar. En
efecto, todo lo finito es esto y sólo esto, a saber, que su estar ahí es distinto de su concepto, Pero Dios ha de ser expresamente aquello
que sólo puede ser «pensado como existente», aquello cuyo concepto incluye dentro de sí al ser[189]. Esta unidad de concepto y ser es
lo que constituye [precisamente] el concepto de Dios. —Ésta es aún, desde luego, una determinación formal de Dios que, por esta causa
únicamente, contiene en efecto la naturaleza del concepto. Pero que éste, en su sentido completamente abstracto, ya contiene el ser, es
fácil de ver. Pues el concepto, tal como se determina en otra parte, es por lo menos, él también, la referencia inmediata a sí que procede
por la superación de la mediación; y el ser no es otra cosa que eso. —Se puede desde luego decir que debiera parecer extraño que lo
más íntimo del espíritu, el concepto, o también yo, o más aún la totalidad concreta que es Dios, no fueran por lo menos tan ricos como
para poseer una determinación tan pobre como es ser, es más, la determinación que es la más pobre y más abstracta. Nada más pequeño,
según su contenido, se puede ofrecer al pensamiento que el ser. Sólo esto podría ser aún más pequeño: lo que uno más o menos se
representa en primer término con «ser», a saber, una existencia sensible exterior, como la del papel que tengo ante mí; pero de la
existencia sensible de una cosa limitada y efímera no vamos [aquí] a hablar. Por lo demás, en virtud de la observación trivial de la
crítica, que el pensamiento y el ser son distintos, se puede a lo sumo estorbar más o menos el paso del espíritu humano desde el
pensamiento de Dios a la certeza de que él es, pero no se la puede impedir. Este tránsito, la inseparabilidad absoluta del pensamiento de
Dios y de su ser, es también lo que [ahora] de nuevo se instaura en su derecho con el modo de ver propio del saber inmediato o de la fe,
de lo cual hablaremos luego [190].
§ 52
De este modo, en su cima más alta, la determinidad queda para el pensar como algo exterior, el
pensar se queda sólo y simplemente en pensar abstracto, al cual aquí [en este punto de la filosofía
kantiana] se le llama siempre razón. Esta (y con ello llegamos al resultado) no proporciona más que
la unidad formal para simplificar y sistematizar la experiencia; es un canon y no un organon de la
verdad, no puede proporcionar una doctrina de lo infinito, sino solamente una crítica del
conocimiento [191]. Esta crítica consiste, en su último análisis, en la aseveración de que el pensar sólo
es en sí mismo la unidad, indeterminada y la actividad de esta indeterminada unidad.
§ 53
b)[192] La razón práctica se aprehende como la voluntad que se determina a sí misma
precisamente de modo universal, es decir, como voluntad que piensa[193]. Debe ofrecer leyes
imperativas y objetivas de la libertad, es decir, leyes tales que digan lo que debe acaecer. La
justificación para tomar aquí el pensar como actividad objetivamente determinante (esto es, en efecto,
una razón) se pone en que la libertad práctica se pueda probar por experiencia, es decir, que se pueda
indicar en el fenómeno de la autoconciencia. En contra de esta experiencia dentro de la conciencia
recurre todo aquello que el determinismo alega tomándolo igualmente de la conciencia, en particular
la inducción escéptica (que se encuentra también en Hume[194]) la cual parte de la infinita variedad de
aquello que vale entre los humanos como derecho y obligación, es decir, como leyes de la libertad
que deberían ser objetivas.
§ 54
Para aquello que el pensamiento práctico convierte en ley para sí, para el criterio del
determinarse dentro de sí, no se dispone, aquí tampoco, de otra cosa que de la misma identidad
abstracta del entendimiento, o sea, que el determinar no dé lugar a contradicción alguna. —Con eso,
la razón práctica no va más allá del formalismo [195], lo cual sería ya lo último de la razón teorética.
Sin embargo, esta razón práctica pone la determinación universal, el bien, no solamente dentro de
sí, sino que sólo comienza a ser propiamente práctica en la exigencia de que el bien tenga existencia
mundana, objetividad externa, es decir, que el pensamiento no sea meramente subjetivo, sino objetivo
en general. Sobre este postulado de la razón práctica volveremos más adelante[196].
§ 55[197]
c) Al juicio reflexionante se le adscribe el principio de un entendimiento que intuye[198], es decir,
de un entendimiento en el cual lo particular, que sería contingente respecto de lo universal (para la
identidad abstracta) y no podría deducirse de él, sea determinado por este mismo universal; cosa que
se experimenta en los productos del arte y de la naturaleza orgánica.
Lo que tiene de estupendo la Crítica de la facultad de juzgar es que Kant ha expresado allí la
representación, es más, el pensamiento de la idea. La representación de un entendimiento intuitivo, de
la finalidad interna, etc., es lo universal pensado al mismo tiempo como concreto en sí mismo [199].
Únicamente en estas representaciones la filosofía kantiana se muestra, por tanto, especulativa.
Muchos, en concreto Schiller[200], han encontrado en la idea de lo bello artístico, de la unidad
concreta del pensamiento y la representación, el camino para salirse de las abstracciones del
entendimiento separador; otros [han encontrado esta salida] en la conciencia e intuición de la
vitalidad en general, sea ésta la vitalidad natural o la intelectual[201]. —El producto artístico, lo
mismo que la individualidad viviente, son ciertamente limitados en su contenido; sin embargo, la idea
abarcante, también según el contenido, la coloca Kant en la armonía postulada de la naturaleza (o
necesidad) con el fin de la libertad, o sea, con el fin final del mundo pensado como realizado [202].
Pero la pereza del pensamiento, como cabe llamarla, al encontrarse con esta idea suprema, tiene una
salida demasiado fácil en el deber ser para mantenerse firmemente asido a la separación de concepto
y realidad, y enfrentarse así a la realización efectiva del fin último. Por el contrario, la presencia de
los organismos vivos y de la belleza artística muestran desde ya, incluso al sentido y a la intuición, la
realidad efectiva del ideal. Las reflexiones kantianas sobre estos objetos serían, por tanto,
especialmente apropiadas para introducir a la conciencia en la captación y en el pensamiento de la
idea concreta.
§ 56
Aquí [en este punto de la filosofía kantiana] ha sido asentado el pensamiento de una relación entre
lo universal del entendimiento y lo particular de la intuición, distinta de aquella que subyace en la
doctrina de la razón teorética y práctica. Sin embargo, [a este pensamiento] no se le junta la visión de
que esta [nueva relación] es la verdadera; más aún, es la verdad misma. Más bien esta unidad se toma
únicamente tal como llega a la EXISTENCIA en los fenómenos finitos y se muestra en la experiencia.
Por una parte, esa experiencia en el sujeto otorga en primer término el genio, o sea, la facultad de
producir ideas estéticas, es decir, representaciones de la imaginación libre que sirven a una idea y dan
que pensar sin que ese contenido haya sido expresado o se deje expresar en un concepto; por otra
parte, [esa experiencia otorga también] el juicio del gusto, el sentimiento de la concordancia de las
intuiciones o representaciones en su libertad con el entendimiento en su legalidad[203].
§ 57
Y también para los productos vivos de la naturaleza[204], el principio de la facultad reflexionante
de juzgar viene determinado como el fin, el concepto activo, lo universal determinado en sí mismo y
determinante. Al mismo tiempo es alejada la representación de la finalidad exterior o finita en la que
el fin solamente es forma extrínseca para el medio y el material en el que aquel [fin] se realiza.
Contrariamente, en el viviente el fin es actividad y determinación inmanente en la materia, y todos los
miembros son mutuamente uno para otro tanto medio como fin.
§ 58
Ahora bien, aunque en esa idea está superada la relación de entendimiento entre fin y medio, entre
subjetividad y objetividad, sin embargo, en contradicción con lo dicho, se explica entonces el fin
como una causa que solamente EXISTE y es activa como representación, esto es, como algo subjetivo;
de este modo, por consiguiente, la determinación finalística se explica también como un principio
para juzgar que sólo pertenece a nuestro entendimiento [205].
Después que el resultado de la filosofía crítica había sido que la razón sólo puede conocer
fenómenos, quedaba por lo menos la posibilidad de elegir para la naturaleza viva entre dos modos de
[206]
pensar igualmente subjetivos y, aun sin salirse del tratamiento kantiano, conocer una vinculación
[distinta], esto es, conocer los productos de la naturaleza no meramente con arreglo a las categorías
de cualidad, causa y efecto, composición, partes constitutivas, etc. El principio de la finalidad interna
retenido y desarrollado de manera científica habría conducido a otro modo superior de contemplar la
finalidad.
§ 59
Con arreglo a este principio, la idea en su ilimitación total consistiría en que la universalidad
determinada por la razón (el fin final absoluto, el bien) fueran efectivamente realizados en el mundo
y precisamente por un tercero, [a saber] por aquel poder (Dios) que sienta y realiza por un igual este
fin final, y en quien, como verdad absoluta, se resuelven, por consiguiente, aquellas oposiciones
entre universalidad y singularidad, entre subjetividad y objetividad, y [los opuestos] se explican como
carentes de autosuficiencia y verdad.
§ 60
Sólo que [en la filosofía kantiana] el bien (en el que se pone el fin final del mundo), ha sido
determinado de antemano solamente como nuestro bien, como la ley moral de nuestra razón práctica;
y así resulta que la unidad no va más allá de la concordancia del estado y eventos del mundo con
nuestra moralidad[*][207]. Eso prescindiendo de que, incluso con esta restricción, el fin final o el bien
es algo abstracto carente de determinación, como lo es aquello que debe ser obligación. Además, en
contra de esta armonía, se suscita de nuevo y se afirma aquella oposición que ha sido puesta como no
verdadera en su contenido, de tal modo que la armonía se determina como algo meramente subjetivo
(algo tal que solamente debe ser, es decir, que al mismo tiempo no tiene realidad); [se determina]
como algo creído a lo que sólo le conviene certeza subjetiva y no verdad, es decir, algo a lo que no se
le atribuye aquella objetividad que le correspondería a la idea. —Y cuando esta contradicción parece
haber sido disimulada desplazando hacia el futuro la realización de la idea en el tiempo, futuro en el
que la idea también sería, resulta entonces que esta condición sensible, como lo es el tiempo, es más
bien lo contrario de una solución de la contradicción, [porque] la representación de entendimiento
que le corresponde es la de progreso sin término, lo cual es inmediatamente nada más que la misma
contradicción que ya fue [anteriormente] puesta, perpetuándose continuamente.
Se puede hacer todavía una observación general sobre el resultado que ha tenido la filosofía crítica acerca de la naturaleza del
conocimiento y que se ha erigido en uno de los prejuicios de la época, es decir, en una presuposición generalizada.
En todo sistema dualístico, y muy particularmente en el kantiano, su defecto fundamental se da a conocer por la inconsecuencia de
unir lo que un momento antes se ha declarado autosuficiente y, por tanto, imposible de unir. Del mismo modo que ahora mismo se acaba
de explicar que lo verdadero es lo unido, se declara en seguida más bien como verdadero que los dos momentos, a los cuales en la
unión se les negó la subsistencia propia como verdad de cada uno, solamente así, tal como son por separado, tienen verdad y realidad
efectiva. A este modo de filosofar le falta la simple conciencia de que con este ir de acá para allá lo que se pone de manifiesto es que
cada una de estas determinaciones es de suyo insatisfactoria y el defecto consiste en la simple impotencia para pensar juntos dos
pensamientos (y sólo según la forma hay dos). Es por ello la mayor inconsecuencia conceder, por un lado, que el entendimiento sólo
conoce fenómenos y, por otro lado, afirmar este conocimiento como algo absoluto cuando se dice que el conocer no puede ir más allá,
que ése es el límite absoluto, natural, del humano saber. Las cosas naturales son limitadas y solamente son tales, [o sea,] cosas
naturales, mientras no saben nada de sus límites generales, mientras su determinidad es un límite sólo para nosotros, no para ellas.
Algo se sabe como límite o falta, es más, algo se siente como límite o falta solamente cuando uno, al mismo tiempo, está más allá [de
ello]. Las cosas vivas tienen el privilegio del dolor por encima de las cosas que carecen de vida; incluso [se puede decir que] las cosas
vivas sienten una determinidad singular como algo negativo, porque en cuanto vivas tienen en ellas mismas la universalidad de la
vitalidad que está por encima del singular; en lo negativo de sí mismas se conservan, y esta contradicción la sienten como algo que
existe en ellas. Esta contradicción está en ellas solamente en la medida en que las dos cosas se encuentran en un único sujeto, la
universalidad de su sentimiento vital y la singularidad negativamente enfrentada a este sentimiento. Límite, falta de conocimiento, se
determinan solamente como límite o falta por comparación con la idea disponible de la universalidad, de algo entero y perfecto. Es
mera inconsciencia, por tanto, no caer en la cuenta de que ya la señalización de algo como finito o limitado incluye la prueba de la
presencia efectiva de lo infinito e ilimitado, que el saber acerca de barreras sólo puede darse cuando lo que carece de barreras está de
este lado, en la conciencia.
Sobre ese resultado acerca del conocer se puede aún añadir otra observación, a saber, que la filosofía kantiana no ha podido tener
ninguna influencia en los tratados científicos. Deja enteramente sin discutir las categorías y el método del conocimiento ordinario.
Cuando en los escritos científicos de aquel tiempo se toman a veces como punto de partida algunas tesis de la filosofía kantiana, se hace
patente a lo largo del tratado que aquellas tesis eran únicamente un ornato superfluo y que se habría incorporado el mismo contenido
empírico si se hubieran omitido aquellas primeras hojas[*][208].
Por lo que se refiere a una comparación más precisa de la filosofía kantiana con el empirismo metafisicoide, resulta que el
empirismo ingenuo ciertamente se detiene en la percepción sensible, pero permite también una efectiva realidad espiritual, un mundo
suprasensible, sea cual sea el modo de constituirse su contenido, proceda éste del pensamiento, de la fantasía o de donde sea. Con
arreglo a la forma, este contenido se acredita del mismo modo que el del saber empírico: éste en la autoridad de la percepción exterior y
aquél en la autoridad espiritual. Pero el empirismo reflexionante que convierte la consecuencia en principio combate ese dualismo del
último y supremo contenido, y niega la autosuficiencia del principio pensante y de un mundo espiritual que se desarrolle dentro de él. El
materialismo o naturalismo es el sistema consecuente del empirismo. —La filosofía kantiana opone simplemente a este [segundo]
empirismo el principio del pensar y de la libertad, mientras se afilia al primer empirismo sin salirse en lo más mínimo de su principio
general. El primer lado de su dualismo sigue siendo el mundo de la percepción y del entendimiento que reflexiona sobre él. Este mundo,
es cierto, se ofrece como un mundo de fenómenos [o de apariencias]. Pero esto a pesar de todo es una pura etiqueta, una determinación
meramente formal, puesto que la fuente, el contenido y el modo de contemplarlo siguen siendo los mismos. El segundo lado es, por el
contrario, la autosuficiencia del pensamiento que se comprende a sí mismo, el principio de la libertad, el cual lo tiene en común con la
metafísica corriente de la época precedente, pero [al cual ha] vaciado de todo contenido sin poderle restituir ninguno. Este pensamiento,
que aquí se llama razón, se ve privado de toda autoridad al ser despojado de toda determinación. El efecto principal de la filosofía
kantiana ha sido el de despertar la conciencia de esta interioridad absoluta[209], la cual, aunque por causa de su abstracción resulte
incapaz de desarrollarse hacia nada y de producir ninguna determinación, sea conocimiento, sea ley moral, se resiste sin embargo
sencillamente a permitir y a conceder valor dentro de ella a lo que lleva la marca de la exterioridad. El principio de la independencia
de la razón, de su absoluta autosuficiencia en ella misma, hay que verlo desde ahora como principio universal de la filosofía, como una
de las convicciones[210] de la época[211].
C
TERCER POSICIONAMIENTO DEL PENSAMIENTO[212]
RESPECTO DE LA OBJETIVIDAD
El saber inmediato
§ 61
En la filosofía crítica se aprehende de tal modo el pensar que éste viene a resultar subjetivo y su
última e insuperable determinación es la universalidad, abstracta, la identidad formal; así el pensar
resulta opuesto a la verdad en tanto universalidad concreta en sí misma. En esta suprema
determinación del pensar que sería la razón, no entran en consideración las categorías. —El punto de
vista opuesto consiste en aprehender el pensar como actividad de lo particular solamente y, de esta
manera, declararlo igualmente incapaz de captar la verdad.
§ 62
El pensar en cuanto actividad de lo particular sólo tiene las categorías como producto suyo y
contenido. Éstas, tal como las retiene el entendimiento, son determinaciones limitadas, formas de lo
condicionado, de lo dependiente y mediado. Para el pensar que se limita a ellas, lo infinito, lo
verdadero, no es; no puede dar el paso hasta él (contra las pruebas de la existencia de Dios). Estas
determinaciones del pensamiento se llaman también conceptos; consiguientemente, concebir un
objeto no significa otra cosa que captarlo bajo la forma de algo condicionado y mediado, con lo cual,
cuando este objeto es lo verdadero, infinito o incondicionado, concebirlo significa cambiarlo en algo
condicionado y mediado, y de esta manera, en vez de captar lo verdadero pensándolo, convertirlo
más bien en no verdadero.
Ésta es la única y simple [tesis] polémica que aporta ese punto de vista el cual afirma el saber tan sólo inmediato de Dios y de lo
verdadero. En tiempos pasados fueron apartadas de Dios las llamadas representaciones antropomórficas de toda clase en tanto que finitas
y, por ende, indignas del infinito, y así Dios avanzó ya hacia entidad considerablemente vacía. Pero las determinaciones del pensamiento
no fueron aún generalmente comprendidas como antropomórficas; más bien, el pensamiento servía para eliminar la finitud de las
representaciones de lo absoluto, de acuerdo con la convicción de todos los tiempos, mencionada ya más arriba[213], de que sólo
mediante la reflexión se alcanza la verdad. Pero ahora, finalmente, también las determinaciones del pensamiento en general han sido
explicadas como antropomorfismos y el pensar como la actividad del finitizar únicamente[214]. En el Anexo VII de las Cartas sobre
Spinoza[215], Jacobi ha defendido como el que más esta [tesis] polémica, la cual por otra parte él la ha tomado de la filosofía de
Spinoza y la ha utilizado para combatir el conocimiento en general. El conocimiento se comprende por parte de esta [actitud] polémica
como conocimiento de lo finito solamente, como un avanzar mediante el pensamiento a través de series, de condicionado a
condicionado, en las que cada término que es condición es a su vez solamente un condicionado; [se avanza por tanto] a través de
condiciones condicionadas. Explicar y concebir significa entonces, por ende, mostrar algo como mediado por otro; y así viene a
resultar que todos los contenidos son solamente algo particular, dependiente y finito; lo infinito, verdadero, Dios, reside fuera de la
mecánica de esa conexión a la cual está constreñido el conocer. —Es importante que habiendo puesto la filosofía kantiana la finitud de
las categorías ante todo en la determinación formal de su subjetividad solamente, en esta [actitud] polémica se hable de la categoría
según su determinidad y se la conozca como finita en cuanto categoría. —Jacobi ha tenido ante los ojos particularmente el éxito
espectacular de las ciencias de la naturaleza (sciences exactes) mediante el conocimiento de las fuerzas y leyes naturales. Inmanente a
este campo de lo finito no se puede encontrar, desde luego, al infinito; en efecto, como Lalande ha dicho, él ha inspeccionado todo el
cielo, pero no ha encontrado a Dios (Cfr. N al § 60)[216]. Como resultado último, lo universal vino a ser en este campo un
conglomerado indeterminado de lo finito exterior, la materia; y Jacobi, con razón, no le vio otra salida a este camino del puro avanzar
entre mediaciones[217].
§ 63
Al mismo tiempo se afirma que la verdad es para el espíritu, y eso hasta tal punto que sólo la
razón es lo que constituye al ser humano y ella es el saber acerca de Dios. Pero porque el saber
mediado se ha de limitar meramente a contenidos finitos, resulta que la razón es saber inmediato,
fe[218].
Saber, creer, pensar, intuir, son las categorías que se presentan en este modo de ver y que, suponiéndolas conocidas, ocurre con
demasiada frecuencia que se usan arbitrariamente, sólo con arreglo a simples representaciones y distinciones psicológicas. Lo que sea su
naturaleza y su concepto, que es lo que importaría, eso es lo que no se investiga[219]. Así sucede que saber se contrapone muy
frecuentemente a creer, mientras al mismo tiempo la creencia, determinada como saber inmediato, resulta por ello igualmente reconocida
como un [cierto] saber. Se hallará también, desde luego como hecho empírico, que lo que uno cree está en la conciencia y que así, por
lo menos, sabe de ello, y se hallará que lo que uno cree está en la conciencia como algo cierto y, por tanto, que uno lo sabe[220].
Además y sobre todo, pensar se contrapone al saber inmediato y al creer, y especialmente al intuir. Si el intuir se determina como
intelectual, no se puede entonces llamar a eso más que intuición pensante, si [es que] no se quieren incluir ahí, en aquella intuición
intelectual cuyo objeto es Dios, cosas tales como representaciones de la fantasía e imágenes. En la manera de hablar de esta filosofía
ocurre que «creer» se dice también con referencia a las cosas comunes del presente sensible. Creemos, dice Jacobi[221], que tenemos un
cuerpo, creemos en la existencia de las cosas sensibles. Pero entonces, si se habla de creer en lo verdadero y eterno, si se habla de
Dios como algo manifiestamente dado en el saber inmediato o en la intuición, ya no se trata de cosas sensibles, sino de un contenido
universal en sí mismo que sólo es objeto para el espíritu que piensa. También, cuando se entiende la singularidad como yo, como la
personalidad, no en tanto yo empírico o personalidad particular, y sobre todo cuando se tiene ante la conciencia la personalidad de
Dios, entonces se habla de personalidad pura, de la personalidad universal en sí misma; [pero] una personalidad así es pensamiento y
sólo atañe al pensar. —Intuición pura además es sólo y enteramente lo mismo que pensar puro. «Intuir», «creer», expresan en primer
término aquellas representaciones determinadas que en la conciencia ordinaria asociamos a estas palabras; así son ellas, desde luego,
distintas del pensar, y esta distinción cualquiera la entiende poco más o menos. Pero ahora hay que tomar «creer» e «intuir» también en
sentido superior, como fe en Dios, como intuición intelectual de Dios. Es decir, que hay que abstraer precisamente de aquello que
constituye la distinción entre «intuir» y «creer», por una parte, y «pensamiento», por la otra. No hay que decir cómo «creer» e «intuir»,
trasladados a esta región superior, son todavía distintos del «pensar». Con esa distinción vaciada de sentido se pretende haber dicho y
afirmado algo muy importante y [con ella se pretende] combatir determinaciones que son [en realidad] las mismas que las afirmadas. —
La expresión «creer» goza, sin embargo, de la ventaja especial de recordar la fe religiosa cristiana y parece incluirla, o ser muy
fácilmente lo mismo, de modo que ese filosofar creyente parece esencialmente piadoso y devotamente cristiano. Apoyándose en este
carácter piadoso [esa filosofía] se toma la libertad de hacer sus aseveraciones gratuitas con más autoridad y mayores ínfulas. Pero no
hay que dejarse engañar por la apariencia de aquello que se cuela mediante la mera igualdad de palabras y hay que mantener firme la
distinción [mencionada]. La fe cristiana incluye la autoridad de la iglesia, mientras que la fe de [la que habla] esa posición filosófica es
más bien solamente la autoridad de la propia revelación subjetiva. Por lo demás, aquella fe cristiana es un contenido objetivo, rico en sí
mismo, [es todo] un sistema doctrinal de conocimientos; pero el contenido de esa fe [de la doctrina del saber inmediato] es un contenido
tan indeterminado en sí mismo que, por un lado, abandona más o menos vagamente aquel contenido [cristiano] y, por otro lado, abarca
también la creencia en que el Dalai Lama, el toro, el mono, etc., o Dios, son; así que ella se limita de suyo a Dios en general, al ente
supremo. La misma fe, en ese sentido que se pretende filosófico, no es otra cosa que la seca abstracción del saber inmediato [222], una
determinación enteramente formal que no se debe confundir ni intercambiar con la plenitud espiritual de la fe cristiana, ni por el lado del
corazón creyente y del Espíritu Santo que en él habita, ni por el lado de la doctrina plena de contenido.
Esto que aquí se llama fe y saber inmediato es, por lo demás, lo mismo que en otros lugares se llama inspiración, revelación en el
corazón, contenido [innato o] implantado por la naturaleza en el ser humano e incluso también, de modo particular, sano entendimiento
humano, common sense, sentido común. Todas estas formas cumplen el mismo cometido: la inmediatez con que se encuentra un
contenido en la conciencia, o sea, un hecho en su interior, lo convierten en principio.
§ 64
Eso que este saber inmediato sabe es que lo infinito, lo eterno, Dios, que está en nuestra
representación, también es. —Sabe que en la conciencia se encuentra indisoluble e inmediatamente
enlazada a esta representación la certeza de su ser.
A la filosofía menos que a nadie le puede pasar por la cabeza querer contradecir estas tesis del saber inmediato; más bien le cabría
alegrarse de que estas viejas tesis suyas que expresan precisamente el contenido enteramente universal de la filosofía, se hayan
convertido también en alguna medida (y, desde luego, de esa manera afilosofica) en convicciones generales de la época. Más bien de lo
único que cabe maravillarse es de que alguien juzgue estas tesis como opuestas a la filosofía, a saber, la afirmación de que aquello que
se tiene por verdadero es inmanente al espíritu (§ 63) juntamente con la tesis de que eso es verdad para el espíritu (ibíd.). Desde el punto
de vista formal es especialmente interesante la tesis de que con el pensamiento de Dios está inmediata e inseparablemente unido su ser,
[es decir] que a la subjetividad que posee el pensamiento en primer término le está inmediata e inseparablemente unida la objetividad. Es
más, la filosofía del saber inmediato va tan lejos con su abstracción que [llega a afirmar que] la determinación de la EXISTENCIA no
solamente está inseparablemente unida al pensamiento de Dios, sino que lo está también, en la intuición, a la representación de mi
cuerpo y de las cosas exteriores. Si la filosofía está empeñada en demostrar esa unidad, es decir, en mostrar que ya en la naturaleza del
pensamiento o de la subjetividad reside su inseparabilidad respecto del ser o de la objetividad, sea cual sea la forma de esa
demostración[223], la filosofía ha de estar en cualquier caso bien contenta de que se afirme y se muestre que sus tesis son también hechos
de conciencia y que, por consiguiente, concuerdan con la experiencia. La distinción entre la afirmación del saber inmediato y la filosofía
sólo consiste en que el saber inmediato adopta una actitud excluyente o en que se coloca contra la filosofía. —Sin embargo, la tesis en
torno a la cual gira todo el interés de la filosofía moderna, se puede decir, fue también expresada por su fundador bajo el modo de la
inmediatez: cogito, ergo sum. No hay que saber gran cosa de la naturaleza del silogismo, sino que [basta con saber] que la palabra ergo
aparece en él, para tomar aquella tesis [cartesiana] como una conclusión [o silogismo]; pero ¿dónde estaría entonces el término medio?;
y sin embargo es evidente que éste pertenece de manera más esencial al silogismo que la palabra ergo. Pero, si para justificar el nombre,
alguien quiere llamar a la conexión que establece Descartes un «silogismo inmediato», esta forma superflua [de decir] no significa
[entonces] otra cosa que un enlace de representaciones distintas sin mediación. Pero entonces [también] aquel enlace del ser con
nuestras representaciones que viene expresado por la tesis del saber inmediato es nada más y nada menos que un silogismo. —De la
disertación del Sr. Hotho sobre la filosofía cartesiana que apareció el año 1826 [224], tomo las citas en las que el mismo Descartes
explica expresamente que la frase cogito, ergo sum no es un silogismo; los lugares [donde esto se explica] son las Respuestas a las II
Objeciones, De Methodo IV, Ep. 1, 118 [225]. Del primero de estos pasajes entresaco las siguientes expresiones. Descartes dice
primeramente que ser nosotros entes pensantes es prima quaedam notio quae ex nullo syllogismo concluditur[226] y prosigue: ñeque
cum quis dicit: ego cogito, ergo sum sive existo, existentiam ex cogitatione per syllogismum deducit[227]. Y pues Descartes sabe lo que
pertenece a un silogismo, añade aún que si en aquella frase se debiera encontrar una deducción mediante un silogismo, le correspondería
a éste esa premisa mayor: illud omne quod cogitat, est sive existit[228]. Pero esta última tesis es tal que más bien se deduce de aquella
primera.
Las expresiones de Descartes sobre la tesis de la inseparabilidad de mí mismo en cuanto pensante respecto del ser, o sea, que en la
simple intuición de la conciencia se contiene y se ofrece este enlace, que este enlace es simplemente lo primero, el principio, lo más
cierto y evidente de tal manera que no se puede imaginar ningún escepticismo suficientemente enorme para no concederlo, son
expresiones tan elocuentes y determinadas que las recientes tesis de Jacobi y de otros sobre este vínculo inmediato sólo pueden valer
como repeticiones superfluas.
§ 65
Este punto de vista [de Jacobi] no se contenta con haber mostrado del saber mediado que éste,
tomado por separado, es insuficiente para la verdad, sino que la peculiaridad de ese punto de vista
consiste en [sostener] que el saber inmediato, tomado solo y por separado, con exclusión de la
mediación, tiene la verdad por contenido. —Precisamente con esas exclusiones este punto de vista se
da a conocer como una recaída en el entendimiento metafísico, en el aut/aut que es propio de ese
entendimiento y con ello efectivamente [recae] en la relación de la mediación extrínseca que [a su
vez] descansa en el asirse a lo finito, es decir, a determinaciones unilaterales, más allá de las cuales
ese modo de ver cree falsamente haberse colocado. Dejemos, sin embargo, este punto sin desarrollar;
el saber inmediato excluyente es solamente afirmado como un hecho y aquí en la introducción sólo
hay que tomarlo con arreglo a esta reflexión extrínseca. De suyo atañe al [aspecto] lógico de la
contraposición entre inmediatez y mediación. Pero ese punto de vista se niega a considerar la
[verdadera] naturaleza del asunto, eso es, del concepto, pues una tal consideración conduce a la
mediación y precisamente al conocimiento. La verdadera consideración, [o sea] la del [aspecto]
lógico, encontrará su lugar en el interior de la ciencia misma.
Toda la segunda parte de la lógica, la doctrina de la esencia, es un tratado de la unidad de la inmediatez y la mediación, unidad que
se pone esencialmente.
§ 66
Así pues, quedamos en que el saber inmediato hay que tomarlo como un hecho. Pero de este
modo se lleva la consideración al campo de la experiencia, a un fenómeno psicológico. Puestas así las
cosas, hay que decir que entre las experiencias más comunes se cuenta [la siguiente:] que verdades de
las que se sabe muy bien que son el resultado de consideraciones complicadas y altamente mediadas,
se presentan inmediatamente a la conciencia de aquellos para quienes tales conocimientos se han
hecho corrientes. El matemático, como le ocurre a cada uno en la ciencia que ha estudiado, tiene
inmediatamente presentes soluciones a las cuales le ha conducido un análisis muy complejo;
cualquier persona instruida tiene inmediatamente presentes en su saber una multitud de modos de ver
generales y de principios que solamente han surgido después de múltiples reflexiones y largas
experiencias vitales. La facilidad que logramos en cualquier clase de saber, arte o habilidad técnica
consiste en tener esos conocimientos y modos de actuar, cuando se da el caso, inmediatamente en la
conciencia; es más, en tenerlos incluso en la actividad externa [identificados con ella] y en los
propios miembros [corporales como habituación]. —En todos estos casos la inmediatez del saber no
sólo no excluye su mediación, sino que ambas están de tal manera enlazadas, que el saber inmediato
es precisamente producto y resultado del saber mediado.
Es igualmente trivial darse cuenta del enlace de la EXISTENCIA inmediata y su mediación. Semillas o padres, p. e., son una
EXISTENCIA inmediata e inicial con respecto de los hijos, etc., que son engendrados. Pero las semillas, padres, etc., por mucho que
sean inmediatos en cuanto EXISTENTES en general, son también igualmente engendrados; y los hijos, etc., sin perjuicio de la mediación
de su EXISTENCIA, son ahora inmediatos, puesto que son. Que yo esté en Berlín, este presente mío inmediato, está mediado por el
viaje que hice hasta aquí, etc.
§ 67
Pero por lo que atañe al saber inmediato de Dios, de lo justo, de lo ético (y aquí vienen a dar las
demás determinaciones de instinto, ideas infusas o innatas, sentido común, razón natural, etc.), sea
cual sea la forma que se le dé a esa originariedad, siempre se da la experiencia general de que para
llevar a la conciencia lo que ahí se contiene se precisa esencialmente educación o desarrollo (incluso
para la anamnesis platónica)[229]. (El bautismo cristiano, aunque sea un sacramento, contiene también
la obligación ulterior de una educación cristiana.) Por tanto, la religión, la eticidad, etc., por mucho
que sean una fe o un saber inmediato, están simplemente condicionadas por la mediación que se llama
desarrollo, educación, formación, etc.
En la afirmación de ideas innatas[230], como [también] en su negación, ha dominado una oposición entre determinaciones excluyentes,
semejante a la que estamos considerando, o sea, la oposición, podemos decir, entre una conexión esencial e inmediata de ciertas
determinaciones universales con el alma y otra conexión que ocurriría de manera extrínseca y estaría mediada por objetos y
representaciones dadas. A la afirmación de las ideas innatas se le hacía el reproche empírico de que si todos los hombres poseen esas
ideas, si tienen, p. e., el principio de contradicción en su conciencia, debieran saberlo, ya que aquel principio juntamente con otros
parecidos se contaba entre las ideas innatas. Esta objeción puede atribuirse a un malentendido, por cuanto las determinaciones
mencionadas como innatas no por ello debían serlo ya en forma de ideas o representaciones de algo [explícitamente] sabido. Pero
contra el saber inmediato ese reproche es enteramente pertinente, puesto que tal saber afirma expresamente sus determinaciones en tanto
están en la conciencia. —Si la doctrina del saber inmediato concede algo así como que, especialmente para la fe religiosa, es necesario
cierto desarrollo o una educación cristiana o religiosa[231], resulta entonces una arbitrariedad querer ignorar lo mismo cuando se habla de
creencia. O es falta de pensamiento no darse cuenta de que, concediendo la necesidad de la educación, se ha expresado precisamente el
carácter esencial de la mediación.
§ 68
En las experiencias aducidas se invoca aquello que se muestra vinculado con el saber inmediato.
Si este enlace se toma en primer término como algo así como una conexión meramente extrínseca y
empírica, se muestra entonces, incluso para la consideración empírica, como algo esencial e
inseparable, puesto que es constante. Pero después, cuando de acuerdo con la experiencia de este
saber inmediato, se toma este saber por sí mismo, en tanto es saber de Dios y de lo divino, se
describe entonces esa conciencia generalmente como un elevarse sobre lo sensible, sobre lo finito,
etc., así como sobre los deseos inmediatos e inclinaciones naturales del corazón; una elevación que
llega hasta la fe en Dios y en lo divino y en ella acaba, de modo que esta fe es un saber y un tener por
verdadero inmediatos, pero no por ello deja de tener aquel paso de la mediación como supuesto suyo
y condición.
Ya hemos observado [232] que las llamadas pruebas de la existencia de Dios que expresan esta elevación partiendo del ser finito no
son inventos de una reflexión artificiosa, sino que son las mediaciones propias y necesarias del espíritu aunque, bajo la forma
acostumbrada de aquellas pruebas, esas mediaciones no encuentran su expresión acabada y correcta.
§ 69
El paso ya indicado (§ 64) desde la idea subjetiva hasta el ser [233] es lo que constituye el principal
interés del punto de vista del saber inmediato, paso que [en esta doctrina] se afirma como una
conexión esencialmente originaria y carente de mediación. Tomado este punto central, sin atender
para nada a vinculaciones aparentemente empíricas, muestra directamente la mediación en él mismo,
[es decir, en el saber declarado inmediato] y precisamente bajo su [propia] determinación, [o sea] tal
como la mediación es verdadera, no como una mediación con y a través de algo extrínseco, sino
decidiéndose[234] [el punto central] en sí mismo.
§ 70
La afirmación propia de este punto de vista es, en efecto, que ni la idea en cuanto pensamiento
meramente subjetivo, ni meramente un ser para sí es lo verdadero; el ser [aislado,] sólo para sí, un
ser [que] no [sea] de la idea es el ser finito y sensible del mundo. Queda así inmediatamente afirmado
que la idea solamente por medio del ser y, viceversa, el ser solamente por medio de la idea, es lo
verdadero. La tesis del saber inmediato acertadamente no quiere la inmediatez indeterminada o vacía,
el ser abstracto o la pura unidad para sí, sino la unidad de la idea con el ser. Es, sin embargo,
pensamiento defectuoso no ver que la unidad de determinaciones distintas no es sólo unidad
puramente inmediata, es decir, unidad enteramente indeterminada y vacía, sino que con aquella
[unidad de determinaciones distintas] ha quedado sentado precisamente que cada una de ellas tiene
verdad tan sólo mediada por la otra, o (si se quiere), que cada una sólo está mediada con la verdad
mediante la otra. —Que la determinación de la mediación está incluso contenida en aquella
inmediatez, ha sido así mostrado como un hecho, contra lo cual no le es lícito objetar nada al
entendimiento con arreglo al principio propio del saber inmediato. Es sólo el entendimiento abstracto
y corriente el que toma absolutamente, cada una de por sí, las determinaciones de inmediatez y
mediación, y cree tener en ellas algo firme a partir de [su] distinción; de esta manera el entendimiento
se crea [él mismo] la dificultad insuperable de unirlas; una dificultad que, tal como ha sido
mostrado [235], del mismo modo que no se ofrece en el hecho [de conciencia], se disipa en el concepto
especulativo.
§ 71
La unilateralidad de esta posición acarrea consigo determinaciones y consecuencias cuyos trazos
capitales es conveniente todavía resaltar de acuerdo con la explicación ya realizada de su fundamento.
Primeramente, habiendo sentado como criterio de verdad, no la naturaleza del contenido, sino el
hecho de conciencia, resulta entonces que el saber subjetivo y la aseveración de que yo encuentro en
mi conciencia un cierto contenido, son el fundamento de lo que se hace pasar por verdadero. Lo que
yo encuentro en mi conciencia se amplía entonces a algo que hay que encontrar en la conciencia de
todos y se hace pasar como la naturaleza misma de la conciencia.
En otro tiempo, al tratar de las llamadas pruebas de la existencia de Dios, se traía a colación el consensus gentium[236], al cual ya
Cicerón apelaba[237]. El consensus gentium es una autoridad significativa y facilita el paso desde el hallazgo de un contenido en la
conciencia de todos hasta la afirmación de que este contenido reside en la naturaleza misma de la conciencia y ello de modo necesario.
Bajo esta categoría de la coincidencia universal subyacía la conciencia esencial (que no escapa al sentido común menos instruido), de
que la conciencia del individuo singular es al mismo tiempo una conciencia particular y contingente. Si no se investiga la naturaleza de
esta conciencia, es decir, no se aparta lo que ella tiene de particular y contingente mediante una laboriosa operación de la reflexión, sólo
a través de la cual será posible hallar lo universal en sí y para sí de la conciencia, resulta entonces que la coincidencia de todos [los
humanos] respecto de un contenido sólo puede fundar la respetable presunción de que ese contenido pertenece a la naturaleza misma de
la conciencia. Para el afán del pensamiento, de conocer como necesario todo aquello que se muestra como universal, el consensus
gentium en cualquier caso no es satisfactorio; pero incluso si se aceptara que aquella universalidad del hecho fuera una prueba
satisfactoria, no valdría como prueba a favor de la fe en Dios por causa de la experiencia de que hay individuos y pueblos en los que
esta fe no se encuentra[*][238]. Pero nada hay más breve y cómodo que obligarse a hacer la simple aseveración de que encuentro un
contenido en mi conciencia junto con la certeza de su verdad y que, por consiguiente, esa certeza no me pertenece en cuanto sujeto
particular, sino que pertenece a la naturaleza misma del espíritu.
§ 72
Si el saber inmediato ha de ser el criterio de verdad, se sigue de ello en segundo lugar que
cualquier superstición e idolatría se declara como verdad y que el contenido más injusto e inmoral de
la voluntad está justificado. No es desde un saber que se llama mediado, o sea, desde raciocinios y
silogismos, que el indio tiene por dios a la vaca y al mono, o al Brahman y al Lama, sino que lo cree.
Pero los deseos e inclinaciones naturales ponen por sí mismos sus propios intereses en la conciencia,
y los fines inmorales se encuentran en ella de modo enteramente inmediato; el buen o mal carácter
expresaría [en el supuesto del saber inmediato] el ser determinado de la voluntad, el cual sería sabido
en los intereses y fines [de cada uno] y precisamente de la manera más inmediata.
§ 73
Finalmente, el saber inmediato de Dios tendría que alcanzar solamente que Dios es, pero no lo
qué es Dios; en efecto, lo último sería [ya] un conocimiento y conduciría a un saber mediado. De este
modo, Dios en cuanto objeto de la religión, queda limitado expresamente a Dios en general, es decir,
a lo suprasensible indeterminado, y la religión queda reducida, por lo que se refiere a su contenido,
al mínimo.
Si fuera realmente necesario limitarse al esfuerzo de sostener que hay un Dios o a producir esa fe, no quedaría sino maravillarse de
la indigencia de una época que se permite estimar lo más pobre del saber religioso como ganancia y haber llegado a volverse dentro de
la iglesia a aquel altar que desde tiempos antiguos se encontraba en Atenas, dedicado al dios desconocido [239].
§ 74
Es necesario aún tratar brevemente de la naturaleza universal de la forma de la inmediatez. Es, en
efecto, esta forma por sí misma la que, por ser unilateral, convierte su contenido en unilateral y,
consiguientemente, lo hace finito. A lo universal esa forma le confiere la unilateralidad de una
abstracción, de modo que Dios deviene la entidad carente de determinaciones. Pero Dios solamente
puede ser llamado espíritu en tanto es conocido como aquel que se media consigo dentro de sí. Sólo
de esta manera es él concreto, viviente y espíritu; saber a Dios como espíritu incluye precisamente
mediación. —A lo particular, la forma de la inmediatez le confiere la determinación de ser, de
referirá a sí mismo. Pero lo particular es precisamente el referirse a otro afuera de sí; mediante esa
forma [por tanto], lo finito queda sentado como absoluto. Puesto que la forma, en tanto
completamente abstracta, es indiferente ante cualquier contenido y es, por tanto, capaz de recibir a
cualquiera de ellos, puede también sancionar igualmente contenidos idolátricos o inmorales, tanto
como sus opuestos. Solamente el darse cuenta de que el contenido no es autosuficiente, sino que está
mediado por otro, lo rebaja a su propia finitud y no verdad. Y este percatarse de ello es [ya] un saber
que contiene mediación porque [ha captado] que el contenido la acarrea consigo. Sin embargo, un
contenido sólo puede ser conocido como lo verdadero [enfáticamente], en tanto que él no está
mediado con otro, en tanto no es finito, y por consiguiente en tanto está mediado consigo y, de esta
manera, mediación y referencia inmediata a sí son una sola cosa. Aquel entendimiento que cree
haberse librado del saber finito, de la identidad que es obra del entendimiento y es propia de la
metafísica y de la Ilustración, vuelve de nuevo a convertir inmediatamente en principio y criterio de
verdad a esta inmediatez, es decir, a la referencia abstracta a sí mismo, a la identidad abstracta.
Pensamiento abstracto (forma de la metafísica reflexiva) e intuición abstracta (forma del saber
inmediato) son una sola y la misma cosa.
§ 75
El enjuiciamiento de esta tercera actitud que se ofrece al pensamiento como verdad sólo se ha
podido emprender de una manera que indica ese modo de ver en el pensamiento mismo de manera
inmediata y lo concede. [Pero] también se ha señalado como fácticamente erróneo que se dé un saber
inmediato o un saber sin mediación, sea ésta con algo ajeno, sea consigo dentro de sí. Igualmente se
ha declarado como fácticamente erróneo que el pensamiento se mueva únicamente entre
determinaciones mediadas por otro (determinaciones finitas y condicionadas) y que esa mediación no
se supere también en la misma mediación. Del hecho empero de un conocimiento de tal suerte que
procede no valiéndose de la inmediatez unilateral ni tampoco de la mediación unilateral, la lógica
misma y la filosofía entera son el [caso o] ejemplo.
§ 76
Si consideramos el principio del saber inmediato refiriéndolo al punto de partida, o sea, a la
metafísica que más arriba hemos llamado ingenua[240], resulta de esta comparación que el saber
inmediato ha regresado al comienzo que esta metafísica había adoptado en los tiempos modernos
como filosofía cartesiana. En ambas se afirma:
1) La simple inseparabilidad del pensar y el ser del pensante. Cogito ergo sum es en efecto
enteramente igual, tanto si en la conciencia se me manifiesta inmediatamente el ser, realidad o
EXISTENCIA del yo (Descartes declara también de manera expresa, Principia Philosophiae 1, 9[241], que
por «pensar» entiende en general la conciencia en cuanto tal), como si aquella inseparabilidad es el
conocimiento simplemente primero (no mediado o demostrado) y más cierto.
2) Igualmente [se afirma en los dos modos de ver] la imposibilidad de desvincular la
representación de Dios y su EXISTENCIA, de tal modo que ésta se contiene mismamente en la
representación de Dios, aquella representación sencillamente no se da sin la determinación de la
EXISTENCIA y ésta es, por tanto, una EXISTENCIA necesaria y eterna[*][242].
3) Por lo que se refiere a la conciencia igualmente inmediata de la EXISTENCIA de cosas exteriores,
esta conciencia no significa otra cosa que la conciencia sensible; que tenemos esa conciencia es el
menor de los conocimientos. [De él] sólo tiene interés saber que el tal saber inmediato acerca del ser
de las cosas exteriores es engaño y error, que en lo sensible en cuanto tal no hay verdad alguna y que
el ser de estas cosas exteriores es más bien algo contingente y efímero, una aparencia; [tiene interés
saber] que estas cosas son esencialmente esto: tener solamente una EXISTENCIA que es separable de su
concepto o esencia.
§ 77
Sin embargo, ambas posiciones se distinguen en que:
1) La filosofía cartesiana avanza desde esta presuposición no demostrada y aceptada como
indemostrable hacia un conocimiento ulterior y más desarrollado, y de esta manera ha dado origen a
las ciencias de los tiempos modernos. El punto de vista de hoy, por el contrario, ha llegado al
resultado de suyo importante (§ 62) de que el conocimiento que avanza entre mediaciones finitas sólo
conoce lo finito y no contiene ninguna verdad; y exige [además] de la conciencia [que sabe] de Dios
que ahí se detenga, en esa fe enteramente abstracta precisamente[*][243]
2) El punto de vista de hoy, por una parte, no cambia nada en el método introducido por
Descartes, método que es el usual en el conocimiento científico, y promueve así igualmente las
ciencias de lo empírico y lo finito que se originaron de aquel método. Por otra parte, sin embargo,
este punto de vista rechaza aquel método para el saber de aquello que es infinito según su rico
contenido, y, como no conoce otro, rechaza así todos los métodos para conocerlo. Se entrega así, por
consiguiente, a la cruda arbitrariedad de las imaginaciones y aseveraciones, a la presunción moral, a
un cierto orgullo del [propio] sentir o a una exagerada confianza en su criterio y raciocinio, el cual
se declara duramente contrario a la filosofía y a los filosofemas. La filosofía, desde luego, no
permite un mero asegurar ni un figurarse, ni tampoco el caprichoso ir de acá para allá del raciocinio.
§ 78
La oposición entre una inmediatez autosuficiente del contenido y del saber, [por un lado], y una
mediación igualmente autosuficiente que no sea asociable con la inmediatez [por otro], hay que
apartarla, en primer término, porque es una mera presuposición y una aseveración arbitraria.
Igualmente todas las otras presuposiciones y prejuicios han de ser abandonados cuando se ingresa en
la ciencia, sean ellos tomados de la representación o del pensamiento, pues dentro de la ciencia es
donde deben ser precisamente investigadas todas las determinaciones de esta clase y donde se debe
conocer qué es lo que hay en ellas y en sus contraposiciones.
El escepticismo, en cuanto ciencia negativa llevada a término a través de todas las formas del conocer, podría ofrecerse como
introducción [a la lógica], en la cual introducción se pondría en evidencia la nulidad de tales presuposiciones. Pero éste sería no sólo un
camino insatisfactorio, sino también y por lo mismo, un camino superfluo, ya que lo dialéctico mismo es un momento esencial de la
ciencia afirmativa, como en seguida se indicará[244]. Por lo demás, [este camino] debería también hallar las formas finitas como algo
dado de manera empírica y acientífica. La exigencia de un tal escepticismo consumado es la misma que pide que la ciencia parta de la
duda universal, esto es, de una carencia total de presuposiciones. Esta exigencia se lleva a cabo propiamente en la decisión de querer
pensar con toda pureza, decisión que lleva a cabo la libertad [245], la cual abstrae de todo y comprende su propia y pura abstracción, es
decir, la simplicidad del pensar.
CONCEPTO MÁS PRÓXIMO Y DIVISIÓN DE LA LÓGICA
§ 79
Lo lógico, según la forma, tiene tres lados: α) el abstracto o propio del entendimiento; β) el
dialéctico o racional-negativo; γ) el especulativo o racional-positivo.
Estos tres lados no constituyen tres partes de la lógica, sino que son tres momentos de todo lo lógico-real, es decir, de todo
concepto o de todo lo verdadero en general. Pueden ponerse en conjunto bajo el primer momento, es decir, bajo el entendimiento, y así
mantenerlos separados, pero de este modo no son tratados con [arreglo a] su verdad propia[246]. —La indicación que aquí se hace sobre
las determinaciones de lo lógico, como también sobre su división, debe tomarse en cualquier caso como una indicación de carácter
histórico y como anticipo.
§ 80
α) El pensamiento en cuanto entendimiento se queda parado en la determinidad fija y en la
distintividad de ella frente a otra; un tal abstracto [así] delimitado vale para el entendimiento como
siendo de suyo y como subsistente.
§ 81
β) El momento dialéctico es el propio superar de tales determinaciones finitas y su pasar a sus
opuestas.
1) Lo dialéctico, tomado por el entendimiento como algo separado de por sí, especialmente
cuando se hace patente en los conceptos científicos, constituye el escepticismo; éste contiene la mera
negación como resultado de lo dialéctico. 2) La dialéctica se considera habitualmente como una
habilidad extrínseca que puede producir arbitrariamente una confusión en determinados conceptos y
una mera apariencia de contradicción en ellos, de modo que [según este modo de ver] lo nulo no
serían aquellas determinaciones, sino la apariencia [de contradicción], y lo que el entendimiento
capta, por el contrario, sería más bien lo verdadero. Frecuentemente la dialéctica se considera como
algo que no va más allá de un sistema subjetivo para columpiar raciocinios que van de acá para allá y
de allá para acá. En ellos falta la riqueza de contenido, y su vaciedad se recubre con ese ingenio que
aquel modo de raciocinar engendra. —Pero en su determinidad propia, la dialéctica es más bien la
propia y verdadera naturaleza de las determinaciones del entendimiento, de las cosas y de lo finito en
general. La reflexión es en primer término un rebasar la determinidad aislada y un referirla de tal
modo que, puesta en relación, se mantiene por lo demás en su valor separado. La dialéctica, por el
contrario, es este rebasar inmanente en el cual se expone la unilateralidad y limitación de las
determinaciones del entendimiento tal como es, a saber, como su propia negación. Todo lo finito es
este superarse a sí mismo. Por ello, lo dialéctico constituye el alma móvil del proceder científico
hacia adelante y es el único principio que confiere conexión inmanente y necesidad al contenido de la
ciencia, del mismo modo que en él reside en general la verdadera y no extrínseca elevación sobre lo
finito.
§ 82
γ) Lo especulativo o racional-positivo aprehende la unidad de las determinaciones en su
oposición, lo afirmativo que se contiene en la disolución de ellas y en su pasar.
1) La dialéctica tiene un resultado positivo porque tiene un contenido determinado o [lo que es lo
mismo], porque su resultado no es verdaderamente la nada abstracta y vacía, sino la negación de
determinaciones [sabidas como] ciertas, las cuales se conservan en el resultado, precisamente porque
éste no es una nada inmediata, sino un resultado. 2) Este [resultado] racional, por consiguiente,
aunque sea algo pensado e incluso abstracto, es a la vez algo concreto porque no es una unidad
simple, formal, sino unidad de determinaciones distintas. Con meras abstracciones o pensamientos
formales la filosofía nada tiene que ver en absoluto, sino solamente con pensamientos concretos. 3)
En la lógica especulativa se contiene la mera lógica del entendimiento y ésta se puede construir
igualmente desde aquélla; para ello no se requiere otra cosa que omitir lo dialéctico y racional; de
esta manera [la lógica especulativa] se convierte en la lógica usual, una historia [o enumeración] de
varias determinaciones del pensamiento colocadas juntas y que en su finitud valen como algo infinito.
§ 83
La lógica se divide en tres partes:
I. La doctrina del ser.
II. La doctrina de la esencia.
III. La doctrina del concepto y de la idea.
Es decir, la lógica se divide en la doctrina del pensamiento:
I. en su inmediatez o doctrina del concepto en sí;
II. en su reflexión y mediación o doctrina del ser-para-sí y aparencia del concepto.
III. en su haber regresado a sí y en su ser-cabe-sí desarrollado [247] o doctrina del concepto en y
para sí.
PRIMERA SECCIÓN DE LA LÓGICA
LA DOCTRINA DEL SER
§ 84
El ser es el concepto solamente en sí; las determinaciones del ser son determinaciones que-estánsiendo[248], las cuales, al distinguirse, son otras una respecto de otra y su determinación más precisa
(la forma de lo dialéctico) es un pasar a otro. Esta determinación progresiva es a la vez un poner
hacia fuera y, por tanto, un despliegue del concepto que es en sí, y al mismo tiempo es el ir-haciadentro-de-sí del ser, un profundizar del ser en sí mismo. De la misma manera que la explicitación del
concepto en la esfera del ser deviene la totalidad del ser, así también, con esta explicitación, se supera
la inmediatez del ser o la forma del ser en cuanto tal.
§ 85
El ser mismo, como igualmente las determinaciones que seguirán, no sólo las del ser, sino todas
las determinaciones lógicas en general, pueden considerarse como definiciones de lo absoluto, o sea,
como las definiciones metafísicas de Dios; más propiamente, sin embargo, siempre se podrá [ver así]
solamente la primera determinación simple de cada esfera y, después, la tercera, en cuanto ésta es el
regreso desde la diferencia a la simple referencia a sí. Esto es así porque definir a Dios
metafísicamente significa expresar su naturaleza con pensamientos en cuanto tales; pero la lógica
comprende todos los pensamientos tal como son aun en forma de pensamientos. Las segundas
determinaciones, por el contrario, en tanto son una esfera en su diferencia, son las definiciones de lo
finito. Ahora bien, si se usara la forma de la definición sucedería que esta forma contendría [como
sujeto] un sustrato de la representación suspendido en el aire, ya que incluso lo absoluto, que es como
debe expresarse Dios en el sentido y en la forma del pensamiento, sigue siendo bajo la relación con
su predicado (que es la expresión determinada y efectiva en pensamientos) sólo un pensamiento
mentado[249], un sustrato de suyo indeterminado. Y porque el pensamiento, es decir, la COSA de la que
aquí nos ocupamos, sólo se contiene en el predicado, resulta por ello que la forma proposicional es
algo tan enteramente superfluo como lo es el sujeto mismo [de la proposición]. (Cfr. § 31 y, más
adelante, el capítulo sobre el juicio.)
A
CUALIDAD
a. Ser
§ 86
El puro ser constituye el comienzo porque es tanto pensamiento puro como lo inmediato simple e
indeterminado, y el primer comienzo no puede ser nada mediato ni más determinado.
Para solventar todas las dudas y reminiscencias que se pueden oponer en contra de que la ciencia se inicie con el ser vacío y
abstracto, basta simplemente con cobrar conciencia de lo que comporta la naturaleza del empezar. El ser puede ser determinado como
yo = yo [250], o bien como la indiferencia absoluta o la identidad, etc.[251]. Ahora bien, siendo necesario comenzar, sea con un simple
saber, es decir, con la certeza de sí mismo, sea con una definición o intuición de lo absolutamente verdadero, pueden considerarse éstas
o parecidas fórmulas como aquellas que deberían ser las primeras. Ahora bien, en la medida en que en el interior de tales fórmulas se
encuentra ya una cierta mediación, no pueden ser verdaderamente las primeras; la mediación es un haber salido [ya] de un primero hacia
un segundo y seguir adelante desde distintos. Si se toma verdaderamente yo = yo, o también la intuición intelectual [252] como lo primero
solamente, en esta pura inmediatez no hay nada más que ser, así como, al revés, el ser (no ya como este ser abstracto, sino conteniendo
dentro de sí la mediación) es puro pensar o intuir.
Si ser se expresa como predicado de lo absoluto, obtenemos así la primera definición de éste: lo absoluto es el ser. Ésta es la
definición (en el pensamiento) simplemente inicial, la más abstracta y pobre. Es la definición de los eleatas[253], pero también la conocida
definición que dice que Dios es el compendio de todas las realidades[254]. O sea, que se debe abstraer de la limitación que se halla en
cada una de las realidades, de tal manera que Dios sea solamente lo real en toda realidad, el ente realísimo. Siendo así que «realidad»
contiene ya una reflexión, esto mismo se expresa de manera más inmediata en lo que Jacobi dice del Dios de Spinoza, a saber que él es
el principio del ser en toda existencia [255].
§ 87
Ahora bien, este ser puro es la pura abstracción y por tanto lo absolutamente negativo que,
tomado igualmente de manera inmediata, es la nada.
1) De ahí se seguiría la segunda definición de lo absoluto, es decir, que él es la nada; de hecho tal definición se implica cuando se
dice que la cosa-en-sí es lo indeterminado, lo que simplemente carece de forma y también de contenido; igualmente [se implica esta
definición] cuando se dice que Dios es solamente el ente supremo [256] y nada más, ya que, en cuanto tal, Dios viene expresado como
aquella misma negatividad; la nada que los budistas tienen como principio de todo y como fin último y meta de todo, es la misma
abstracción. —2) Cuando la oposición queda expresada con esta inmediatez, como ser y nada, parece entonces demasiado chocante que
tal oposición sea nula y que no se deba intentar fijar el ser y preservarlo del paso [a la nada]. [Pero] la reflexión ha de fracasar en este
intento de buscar para el ser una determinación firme en virtud de la cual fuera distinto de la nada. Tómese, por ejemplo, aquello que
permanece en todo cambio, la materia infinitamente determinable o, si se prefiere, y sin especial reflexión, cualquier EXISTENCIA
singular, lo que tengamos más a mano, sensible o espiritual. Pero [ocurre entonces que] todas estas mayores y más concretas
determinaciones ya no dejan al ser como puro ser y nada más, tal como el ser es aquí, en el comienzo, de manera inmediata. Solamente
en y por esta pura inmediatez es [el ser] nada, un inefable; su distinción respecto de la nada es una mera opinión [o mención].
Propiamente se trata solamente de la conciencia de esos comienzos, es decir, que ambos no son más que abstracciones vacías y uno es
tan vacío como el otro; el impulso a encontrar en el ser o en ambos [términos] un significado firme es la misma necesidad que impulsa
hacia adelante al ser y a la nada y les confiere un significado verdadero, es decir, concreto. Este ir hacia adelante es la realización lógica
y el transcurso que se presentará en lo que sigue. La reflexión que encuentra para estos comienzos determinaciones más profundas es el
pensamiento lógico, mediante el cual tales determinaciones se producen, no de manera contingente, sino necesaria. —Toda significación
que reciban más adelante deberá considerarse, por tanto, únicamente como una determinación más próxima y una definición más
verdadera de lo absoluto; tal determinación y definición ya no será entonces una abstracción vacía como ser y nada, sino más bien un
concreto del que ambos, ser y nada, son momentos. —La forma suprema de nada sería de suyo la libertad [257], pero ésta es la
negatividad en tanto se sumerge en su propia profundidad hasta la máxima intensidad, y es ella misma afirmación, precisamente absoluta.
§ 88
La nada en cuanto es esto inmediato, igual a sí mismo, es también inversamente lo mismo que el
ser. La verdad del ser, así como la de la nada, es, por consiguiente, la unidad de ambos; esta unidad es
el devenir.
1) La proposición que afirma que ser y nada
entendimiento una proposición tan paradójica que
efecto, es una de las proposiciones más duras a las
son la oposición en su total inmediatez, esto es, sin
son lo mismo parece a la representación o al
se tiene por algo quizá no dicho en serio. En
que se atreve el pensamiento, ya que ser y nada
que en ninguno de los dos extremos se haya ya
sentado una determinación que contenga la referencia [de este extremo] al otro. Estos extremos
contienen, sin embargo, esa determinación, como se ha mostrado en el parágrafo precedente, a saber,
aquella determinación que es ciertamente la misma en ambos. Por ello, la deducción de su unidad es
enteramente analítica, del mismo modo que en general todo el camino adelante del filosofar en
cuanto metódico, esto es, en cuanto necesario, no es nada distinto de poner meramente lo que ya está
contenido en un concepto [258]. —Tan correcto como afirmar la unidad del ser y la nada lo es también
decir que son simplemente diversos, que uno no es lo que el otro es. Sólo que, porque aquí la
distinción aún no se ha determinado, pues ser y nada son todavía lo inmediato, resulta que la
distinción tal como está en lo inmediato, es lo inefable, la mera opinión [o mención].
2) No se precisa gran cantidad de ingenio para ridiculizar la proposición que afirma que ser y
nada son lo mismo o, más bien, para traer a colación disparates acompañados de la aseveración no
verdadera de que se trata de consecuencias y aplicaciones de aquella proposición; por ejemplo, que
es, por consiguiente, lo mismo que mi casa, mi hacienda, el aire necesario para respirar, esta ciudad,
el sol, el derecho, el espíritu, Dios, sean o no sean. En tales ejemplos se esconden en parte fines
particulares, la utilidad que algo tiene para mí, y a continuación se pregunta si a mí me es igual que
la COSA útil sea o no sea. Pero ocurre que la filosofía es precisamente la doctrina apropiada para
liberar a los humanos de una multitud infinita de fines y propósitos finitos y hacernos indiferentes
ante ellos, de modo que en cualquier caso nos sea igual que tales COSAS sean o no. Pero en la misma
medida en que se habla de un contenido, con él se pone un conjunto que engloba otras EXISTENCIAS,
fines, etc., que se presuponen valiosos, y a continuación se hace depender de esos supuestos que el ser
o no-ser de un contenido determinado sea lo mismo o no. Se desliza, por tanto, una distinción llena de
contenido bajo la distinción vacía entre ser y nada. Sin embargo, [también es verdad] que lo que
sencillamente se pone bajo la determinación del ser o no-ser, son en sí fines esenciales, EXISTENCIAS
absolutas e ideas. Pero esos objetos concretos siguen siendo algo completamente distinto de meros
entes o no-entes. Abstracciones indigentes como ser y nada (y son las más indigentes de todas,
porque son solamente las determinaciones del comienzo) son completamente inadecuadas a la
naturaleza de aquellos objetos; un contenido más verdadero está mucho más allá de esas
abstracciones y su oposición. En general, cuando se desliza un concreto bajo el ser y la nada, le
sucede al pensamiento deficiente lo que le pasa siempre que se coloca ante la representación algo
completamente distinto de aquello de que se habla; y aquí se habla sólo del ser y la nada abstractos.
3) Es muy fácil decir que la unidad del ser y la nada es inconcebible. Sin embargo, el concepto de
esta unidad ha sido dado en los §§ que anteceden y no es más que lo que allí se ha ofrecido; concebir
esa unidad no significa nada más que aprehender esto que ya se ha dicho. Sucede, sin embargo, que
por concebir se entiende algo que está más allá del concebir propiamente dicho; se exige una
conciencia más rica, con más aspectos, de modo que aquel concepto sea presentado como un caso
concreto con el que el pensamiento esté ya familiarizado por su comportamiento habitual. En la
medida en que el no-poder-concebir expresa solamente el no estar habituado a sostener firmemente
los pensamientos abstractos sin mezcla de lo sensible y a captar proposiciones especulativas, no hay
más que decir [a la objeción] que el modo propio del saber filosófico es siempre distinto de aquel
modo de saber que es usual en la vida ordinaria, como es igualmente distinto del modo que domina
en las otras ciencias [no filosóficas]. Pero si no-concebir significa solamente que la unidad de ser y
nada resulta imposible de representar, entonces lo que de hecho sucede es más bien que uno tiene
infinitas representaciones de esta unidad; que no se posee tal representación sólo puede querer decir
que uno no reconoce aquel concepto en cualquiera de esas representaciones y que no las ve como un
ejemplo [o caso] del concepto. El ejemplo más próximo es precisamente el devenir. Todo el mundo
tiene una representación del devenir y todo el mundo concederá, por tanto, que se trata de una
representación; también concederá que si se analiza esa representación resulta que contiene la
determinación de ser y también de lo que es simplemente otro respecto del ser, es decir, de nada;
concederá igualmente que esas dos determinaciones son indivisas en esta representación una, de
donde se sigue que devenir es unidad de ser y nada. —Otro ejemplo disponible, igualmente cercano,
es el de comienzo; la COSA no es todavía en su comienzo, pero el comienzo no es tampoco su pura
nada, sino que allí está ya su ser. El comienzo es también de suyo devenir, si bien [la palabra
«comienzo»] expresa o [incluye] la atención [dirigida] al camino que continúa hacia adelante. —Para
más adaptarse al modo de proceder usual en las otras ciencias, se podría empezar la lógica con la
representación del comienzo, pensado éste en puridad, es decir, del comienzo en tanto que comienzo,
y proceder al análisis de esta representación; quizá resultaría más aceptable presentar así como
resultado del análisis [la tesis de] que ser y nada se muestran como indivisos en uno.
4) Queda, sin embargo, por señalar que la expresión «ser y nada son lo mismo», o también «la
unidad de ser y nada», así como todas las demás unidades semejantes, como la de objeto y sujeto,
etc., causan con razón escándalo porque lo equívoco e incorrecto de ellas reside en que resaltan la
unidad, siendo así que la diversidad también está allí [presente], pero no se expresa igualmente, ni se
reconoce (porque son [precisamente] ser y nada aquello de lo que se ha sentado la unidad), sino que
se abstrae indebidamente de la diversidad y no parece que se la contemple. En efecto, una
determinación especulativa no se deja expresar bien en la forma de una proposición tal. Hay que
captar la unidad en la diversidad allí presente y sentada al mismo tiempo. Devenir es la expresión
verdadera del resultado de ser y nada en cuanto unidad de ambos; es no solamente la unidad de ser y
nada, sino que es [igualmente] la inquietud dentro de sí, es decir, es una unidad que no es únicamente
carencia de movimiento en cuanto referencia a sí, sino que por medio de la diversidad de ser y nada
que está en ella, se contrapone a sí misma dentro de sí. —La existencia por el contrario es esta unidad
o el devenir bajo esa forma de la unidad; por esto la existencia es unilateral y finita. La oposición
está como si hubiera desaparecido; sólo está contenida en sí en la unidad, pero no está puesta en ella.
5) A la proposición que afirma que el ser es el paso a la nada y la nada el paso al ser, es decir, a la
proposición del devenir, se le opone la proposición que dice que «de la nada, nada se hace», o «algo
se hace solamente a partir de algo», [es decir, que a la tesis del devenir] se le opone, por tanto, el
principio de la eternidad de la materia, del panteísmo [259]. Los antiguos se hicieron la reflexión bien
sencilla de que la proposición «algo deviene de algo» o «de la nada, nada se hace» suprime de hecho
el devenir, ya que aquello de lo que parte el devenir como igualmente aquello que deviene son uno y
lo mismo [260]; se trata solamente en realidad de la tesis de la identidad abstracta propia del
entendimiento. Debe sin embargo sorprender que las proposiciones «de la nada, nada se hace» o
«algo sólo deviene de algo» se presenten aún en nuestro tiempo como algo enteramente inocente, sin
ver en ellas el fundamento del panteísmo y sin darse cuenta de que los antiguos ya agotaron la
meditación de tales tesis[261].
b. Existir[262]
§ 89
El ser en el devenir, en cuanto uno con la nada, así como la nada en cuanto una con el ser, son
solamente desapareciendo; el devenir coincide, por su contradicción interna[263], con la unidad en la
cual ambos están superados; su resultado es, por consiguiente, el existir.
A propósito de este primer ejemplo hay que recordar, una vez por todas, lo que ya se dijo en el § 82 y en su N: que lo único que
puede fundar un avance y un desarrollo en el saber es retener firmemente los resultados en su verdad. Cuando se muestra la
contradicción en cualquier objeto o concepto (y nada hay absolutamente en ninguna parte en lo que no se pueda y deba mostrar la
contradicción, es decir, determinaciones contrapuestas; el abstraer del entendimiento consiste precisamente en asirse a viva fuerza a una
determinidad y en esforzarse en oscurecer y alejar la conciencia de la otra [determinidad] que allí reside) y cuando esa contradicción se
reconoce, se suele entonces sacar la consecuencia de que «por tanto» ese tal objeto [264] es nada. Así Zenón [265] mostraba en primer
lugar que el movimiento es contradictorio y que, por tanto, no es; o igualmente [procedían] aquellos antiguos que estimaban la
generación y la corrupción (los dos modos del devenir) como determinaciones no verdaderas valiéndose de la expresión de que lo uno,
eso es, lo absoluto, no nace ni perece. De este modo esa dialéctica se detiene exclusivamente en el aspecto negativo del resultado y
abstrae de aquello que efectivamente se da al mismo tiempo, a saber, un resultado determinado que es aquí una pura nada, pero una
nada que incluye el ser e igualmente un ser que incluye la nada dentro de sí. Así por consiguiente 1) el existir es la unidad del ser y la
nada en la que ha desaparecido la inmediatez de esas determinaciones y consiguientemente ha desaparecido la contradicción de su
referencia [mutua]; una unidad en la que ambos están aún [pero] solamente como momentos; 2) ya que el resultado es la contradicción
superada, el existir está ahora bajo la forma de la simple unidad consigo, o también como un ser, pero un ser con la negación o la
determinidad; es el devenir puesto bajo la forma de uno de sus momentos, es decir, del ser.
§ 90
α) El existir es ser con una determinidad, la cual es, en cuanto inmediata o como determinidad
que-está-siendo, la cualidad. El existir en cuanto reflejado hacia sí es [un] existente, algo. —Las
categorías que se despliegan en el existir hay que ofrecerlas ahora de manera sumaria.
§ 91
La cualidad, en tanto determinidad que-está-siendo frente a la negación contenida en ella, aunque
distinta de ella, es realidad. La negación, no ya la nada abstracta, sino como una existencia y algo, es
sólo forma de éste, es como ser-otro[266]. La cualidad, siendo ese ser-otro su determinación propia,
aunque en primer término distinto de ella, es ser-para-otro: una extensión de la existencia, del algo.
El ser de la cualidad en cuanto tal, frente a esa referencia a otro, es el ser-en-sí[267].
§ 92
β) El ser firmemente asido como distinto de la determinidad, el ser-en-sí, sería solamente la
abstracción vacía del ser. En el existir, la determinidad es una sola cosa[268] con el ser, la cual, puesta
al mismo tiempo como negación, es límite, barrera. Por ende, el ser-otro no es un [algo] indiferente,
[colocado] fuera de él, sino su propio momento. Algo es en primer lugar finito en virtud de su
cualidad, y en segundo lugar es mutable[269], de modo que la finitud y mutabilidad pertenecen a su
ser.
§ 93
Algo deviene un otro, pero lo otro es también un algo y deviene por consiguiente un otro, y así
sucesivamente hacia lo infinito.
§ 94
Esta infinitud es la mala infinitud o infinitud negativa, por cuanto no es nada más que la negación
de lo finito que no obstante vuelve siempre a resurgir por no haber sido también [efectivamente]
superado; o [lo que es lo mismo] esta infinitud expresa solamente el deber-ser de la superación de lo
finito. La progresión hacia lo infinito está [de suyo] parada en la [mera] enunciación de la
contradicción contenida en lo finito, a saber, que lo finito es tan algo como su otro y [aquella
progresión] es la prosecución perennizadora del intercambio de esas determinaciones que conducen
[sin fin] de la una a la otra.
§ 95
γ) Lo que efectivamente sucede es que algo deviene otro y lo otro en general deviene otro. En su
relación con otro, algo es ya un otro frente a él; en su virtud, ya que aquello a lo que pasa es
enteramente lo mismo que lo que pasa (ambos no tienen otra determinación que una sola y la misma,
a saber, la de ser un otro), resulta entonces que pasando a otro, algo sólo viene a coincidir consigo
mismo y esta referencia a sí mismo en el pasar y en lo otro es la verdadera infinitud[270]. O, visto por
el lado negativo, lo que deviene otro [271] es lo otro, deviene lo otro de lo otro. Así el ser ha sido
reproducido, pero como negación de la negación, y es el ser-par a-sí[272].
El dualismo que establece como insuperable la oposición entre finito e infinito, no se hace la simple consideración de que, tratado de
esa manera, lo infinito es así solamente uno de los dos, que por consiguiente se convierte en un mero particular, adyacente al cual lo
finito es el otro particular. Un infinito tal que sólo es un particular junto a lo finito, viene a tener en éste su barrera o límite y ya no es lo
que debía, ya no es lo infinito, sino que es meramente finito. Bajo esta relación en que lo finito se pone debajo y lo infinito arriba, el
primero más acá y el segundo más allá, se le atribuye al finito la misma dignidad de la subsistencia y la autosuficiencia que a lo infinito;
el ser de lo finito se hace un ser absoluto: en ese dualismo [lo finito] se tiene firmemente en pie por sí solo. Si fuese tocado por lo infinito,
por así decirlo, sería aniquilado; pero no ha de poder ser tocado por lo infinito, debe haber un abismo, una sima entre ellos imposible de
escalar, lo infinito ha de quedarse siempre arriba y lo finito abajo. Creyéndose por encima de toda metafísica, la afirmación de la firme
persistencia de lo finito frente a lo infinito permanece entera y únicamente sobre el suelo de la más ordinaria metafísica del entendimiento.
Ocurre aquí lo mismo que expresa la progresión infinita, a saber, que unas veces se concede que lo finito no es en y para sí (o sea, que
no le compete realidad efectiva autosuficiente, que no le compete ser absoluto o que es efímero), mientras otras veces eso se olvida y
lo finito se representa meramente frente a lo infinito, simplemente separado de él y preservado de la aniquilación como autosuficiente y
persistente de por sí. —Creyendo el pensamiento que de este modo se eleva a lo infinito, le ocurre precisamente lo contrario: llega a un
infinito que sólo es finito; y, al mismo tiempo, lo finito, habiendo sido abandonado por lo infinito pero manteniéndose siempre junto a él, se
convierte en un absoluto [273].
Si de acuerdo con la expuesta consideración de la nulidad de la oposición propia del entendimiento entre finito e infinito (a la cual se
puede referir útilmente el Filebo de Platón [274]) se viene a dar fácilmente, también aquí, en la formulación de que «por tanto, lo infinito y
lo finito son uno»; que lo verdadero, o sea, la verdadera infinitud se determina y se enuncia como unidad de lo infinito y lo finito; con
ello, tenemos entonces que esa expresión contiene ciertamente algo correcto, pero es también equívoca y falsa como más arriba se ha
notado de la unidad del ser y la nada[275]. Esa expresión provoca luego la justificada acusación de la finitización de la infinitud, o sea,
de un infinito finito. Puesto que en aquella expresión, lo finito parece abandonado, no queda explícitamente expresado como superado.
—O también, habiéndose caído en la cuenta de que lo finito, en cuanto puesto como uno con lo infinito, no podía de ninguna manera
permanecer igual a como era fuera de esta unidad y que, por lo menos en su determinación, algo debía padecer (como el álcali en
contacto con el ácido pierde algunas de sus propiedades) resulta que con lo infinito sucede lo mismo, [a saber] que en cuanto negativo ha
de quedar desvirtuado también por su lado por causa de su contacto con lo otro [de él]. Y de hecho esto es lo que le sucede a lo infinito
abstracto e unilateral del entendimiento. Pero lo verdaderamente infinito no se comporta sólo como ácido unilateral, sino que [a la vez]
se mantiene a sí mismo: la negación de la negación no es una neutralización; lo infinito es lo afirmativo y solamente lo finito es lo
superado.
En el ser-para-sí ha ingresado la determinación de la idealidad. El existir, captado primeramente sólo según su ser o según su
afirmación, tiene realidad (§ 91) y, por tanto, también la finitud está primeramente bajo la determinación de la realidad. Pero la verdad de
lo finito es más bien su idealidad [276]. Igualmente, también lo infinito del entendimiento, si se coloca junto a lo finito, y siendo así
solamente uno de los dos finitos, es un no-verdadero, [algo] ideal[277]. Esta idealidad de lo finito es el principio capital de la filosofía y
toda verdadera filosofía es por ello idealismo. En definitiva, todo consiste en no tomar como infinito a lo que por su misma determinación
se convierte a la vez en un particular y finito. —Por esta causa hemos llamado aquí largamente la atención sobre esta distinción; el
concepto básico de la filosofía, lo verdaderamente infinito, depende de ello. Esta distinción se despacha bien mediante las reflexiones
enteramente sencillas, y por ello quizá de poca apariencia, que se contienen en el parágrafo.
c. Ser-para-sí
§ 96
α) El ser-para-sí[278] en tanto referencia a sí mismo es inmediatez y en tanto referencia a sí mismo
de lo negativo es ente-para-sí, lo uno: esto es, lo carente de distinción en sí mismo y, por
consiguiente, lo que excluye de sí a lo otro.
§ 97
β) La referencia de lo negativo a sí mismo es referencia negativa y por consiguiente distinción de
lo uno respecto de sí mismo, la repulsión de lo uno, esto es, poner muchos unos. De acuerdo con la
inmediatez del ente-para-sí, estos muchos son entes y la repulsión de los unos que-están-siendo
deviene, por tanto, su repulsión mutua en tanto están presentes, o exclusión mutua.
§ 98
γ) Los muchos son, sin embargo, lo uno que es lo otro, cada uno es uno y es también uno de los
muchos; ellos son, por consiguiente, uno y lo mismo. O la repulsión considerada en sí misma resulta
ser, en cuanto comportamiento negativo de los muchos unos entre sí, su referencia mutua de manera
igualmente esencial; y puesto que aquellos a los que lo uno se refiere con su repulsión, son uno,
resulta que lo uno en ellos se refiere a sí mismo. La repulsión es, por tanto, atracción de manera
igualmente esencial y lo uno excluyente o el ser-para-sí se supera a sí mismo. La determinidad
cualitativa que en lo uno ha alcanzado su ser-determinado-en-y-para-sí ha pasado así a la
determinidad en tanto superada, esto es, al ser en tanto cantidad.
La filosofía atomística es esta posición desde la cual lo absoluto se determina como ser-para-sí, como uno y como muchos
unos[279]. Como fuerza suya fundamental fue también aceptada la repulsión que se ha mostrado en el concepto de lo uno; pero no
[ocurrió] así [en el atomismo] con la atracción, sino que fue la casualidad, es decir, lo falto de pensamiento, lo que había de juntarlos.
Habiéndose fijado lo uno en cuanto uno, el encuentro de éste con los otros ha de verse, entonces y en cualquier caso, como algo
enteramente extrínseco. —El vacío que se toma como segundo principio junto a los átomos, es la misma repulsión representada como la
nada que-está-siendo entre los átomos. —El atomismo moderno (y la física retiene siempre ese principio) ha abandonado los átomos
tanto cuanto se atiene a partículas, moléculas, etc. De este modo se ha acercado a la representación sensible, pero ha abandonado la
determinación dotada de pensamiento. Además, al poner una fuerza de atracción al lado de la fuerza de repulsión, se ha completado la
oposición y mucho se ha aprendido [en suma,] con el descubrimiento de esta fuerza de la naturaleza, como la llaman. Pero la referencia
mutua de las dos fuerzas que viene a constituir lo concreto y verdadero de ellas habría que rescatarlo de la turbia confusión con la que
ha sido dejada, incluso en los Principios metafísicos iniciales de la ciencia de la naturaleza de Kant[280]. En los tiempos modernos, el
modo de ver atomístico se ha hecho más importante en el campo político que en el físico. Según este modo de ver, el principio del
estado es la voluntad de los singulares en cuanto tales, lo que atrae [a las voluntades] es la particularidad de las necesidades o las
inclinaciones, mientras lo universal, el estado mismo, es la relación extrínseca del contrato.
B
CANTIDAD
a. La cantidad pura
§ 99
La cantidad es el ser puro al cual le ha sido asentada la determinidad, no ya como algo uno con el
ser mismo, sino como determinidad superada o indiferente.
1) La expresión magnitud es consiguientemente inadecuada para designar la cantidad, por cuanto
magnitud designa preferentemente la cantidad determinada. 2) La matemática suele definir la
magnitud como lo que puede ser aumentado o disminuido. Esta definición, así expresada, es
defectuosa porque incluye lo definido, pero con ella se expresa que la determinación de la magnitud
es tal que [cuando se pone] queda puesta como variable e indiferente, de tal manera que al margen de
un cambio en ella, o sea, de una extensión o intensión aumentada, la COSA (por ejemplo, una casa,
rojo) no deja de ser casa o rojo. 3) Lo absoluto es cantidad pura. Esta posición coincide en general
con aquella que otorga a lo absoluto la determinación de materia en la cual la forma, desde luego
presente, es sin embargo una determinación indiferente. Igualmente, la cantidad constituye la
determinación fundamental de lo absoluto cuando éste se capta de tal modo que en él, lo indiferente
absoluto [281], cualquier distinción sea sólo cuantitativa. —Por lo demás, el espacio puro, el tiempo,
etc., pueden tomarse como ejemplos de cantidad, en tanto lo real deba ser aprehendido como relleno
indiferente del espacio o del tiempo.
§ 100
La cantidad, primeramente en su referencia inmediata a sí misma, o bajo la determinación de la
igualdad consigo que fue puesta por medio de la atracción, es magnitud continua; bajo la otra
determinación que en ella se contiene, la determinación de lo uno, es magnitud discreta. Sin embargo,
la primera cantidad es igualmente discreta, puesto que ella es solamente continuidad de lo mucho; y la
segunda es también continua y su continuidad es lo uno en cuanto lo mismo de los muchos unos, la
unidad.
1) A las magnitudes continua y discreta no hay que verlas por consiguiente como especies [de un
mismo género], como si la determinación de una de ellas no conviniera [también] a la otra, sino que
se distinguen solamente en que el mismo todo se pone una vez bajo una de sus determinaciones y la
otra vez bajo la otra [determinación][282]. 2) La antinomia del espacio, del tiempo o de la materia con
respecto a su divisibilidad hasta lo infinito o a su composición por indivisibles, no es más que la
afirmación de la cantidad, una vez como continua y otra vez como discreta. Si el espacio, el tiempo,
etc., se ponen solamente bajo la determinación de la cantidad continua, son entonces divisibles hasta
lo infinito; pero bajo la determinación de la cantidad discreta quedan divididos en sí y consisten en
unos indivisibles; tan unilateral es lo uno como lo otro [283].
b. El quantum
§ 101
La cantidad, puesta esencialmente con la determinidad excluyente que en ella se encuentra, es
quantum, o sea, cantidad limitada.
§ 102
El quantum tiene su desarrollo y su perfecta determinidad en el número, el cual contiene en sí
mismo, como elemento suyo, lo uno, con arreglo al momento de la discreción, el número
determinado [o contado][284] y, con arreglo al momento de la continuidad, la unidad, como
momentos cualitativos del quantum.
En la Aritmética se suelen introducir las especies del cálculo como modos contingentes de operar con los números. Si en estas
especies ha de residir una necesidad y con ella una comprensión, ésta ha de residir en un principio, y éste [a su vez] sólo puede hallarse
en las determinaciones que se contienen en el mismo concepto de número; este principio ha de ser aquí brevemente indicado. —Las
determinaciones del concepto de número son el número determinado y la unidad, y el número mismo es la unidad de ambas. Ahora
bien, la unidad aplicada a números empíricos es solamente la igualdad de ellos; por tanto, el principio de las especies de cálculo ha de
ser poner números a la relación de unidad y número determinado, y producir la igualdad de estas determinaciones.
Siendo los unos o los números mismos indiferentes entre sí, la unidad en que se ponen parece en general un reunirlos
extrínsecamente. Calcular es por ello y en general contar, y la distinción entre las especies de cálculo reside solamente en la condición
cualitativa de los números que se cuentan juntamente y, para esa condición, el principio es la determinación de unidad y número
determinado.
Numerar es lo primero, hacer el número en general, un reunir a cualesquiera muchos unos. —Y una especie de cálculo [en general]
consistirá en contar juntamente a [reuniones o conjuntos] tales que son ya números y han dejado de ser meros unos.
Los números son inmediatamente y en primer lugar números indeterminados en general y por ende generalmente desiguales.
Reunidos o contarlos [juntos] es sumar.
La determinación siguiente es que los números sean iguales en general; constituyen entonces [cada uno de ellos] una unidad y hay un
número determinado de tales unidades. Contar esos números es multiplicar; al hacerlo, es indiferente el modo cómo se reparten entre
los dos números (los factores) las determinaciones de número determinado y unidad, cuál de ellos se toma como número determinado y
cuál por el contrario como unidad.
La tercera determinidad es finalmente la igualdad del número determinado y la unidad. Contar juntamente números así determinados
es elevar a potencia y en primer lugar al cuadrado. Potenciar ulteriormente es la continuación formal de la multiplicación del número
por sí mismo, continuación que se prolonga de nuevo hacia el número indeterminado. Y puesto que bajo esta tercera determinación se ha
alcanzado la perfecta igualdad de la única distinción aquí presente, o sea, del número determinado y la unidad, no pueden darse más
especies de cálculo que estas tres. Con el contar conjuntamente se corresponde la disolución de los números con arreglo a las mismas
determinidades. Por tanto, junto a las tres especies indicadas, que según lo dicho se pueden llamar positivas, hay también tres especies
negativas[285].
c. El grado
§ 103
El límite es, él mismo, idéntico con el todo del quantum; en cuanto múltiple en sí mismo, este
límite es la magnitud extensiva, pero en cuanto determinidad simple en sí misma es la magnitud
intensiva o el grado.
La distinción de la magnitud continua y discreta respecto de la extensiva e intensiva consiste, por tanto, en que las dos primeras se
refieren a la cantidad en general, mientras las segundas se refieren al límite o determinidad de las magnitudes en cuanto tales[286].
—Igualmente, las magnitudes extensivas e intensivas no son tampoco dos especies que contengan cada una una determinidad que la otra
no tuviese; lo que es magnitud extensiva es también intensiva, y viceversa.
§ 104
En el grado ha quedado puesto el concepto de quantum. Este concepto es la magnitud en cuanto
indiferente de por sí y simple, de tal modo empero que la determinidad en virtud de la cual la
magnitud es quantum, la tiene simplemente fuera de sí, en otras magnitudes. En esta contradicción,
que el límite indiferente que-está-siendo-para-sí sea exterioridad absoluta, ha sido asentada la infinita
progresión cuantitativa: una inmediatez que viene a dar inmediatamente en su contrario, en el estar
mediado (ir más allá del quantum recién sentado), y al revés[287].
El número es pensamiento, pero es el pensamiento como un ser perfectamente exterior a sí mismo. No pertenece a la intuición porque
es pensamiento, pero es el pensamiento que tiene la exterioridad de la intuición como determinación suya. —El quantum no se puede por
esto aumentar o disminuir hasta lo infinito; él mismo es, en virtud de su concepto, ese remitir más allá de sí. La infinita progresión
cuantitativa es en cualquier caso la repetición carente de pensamiento de una y la misma contradicción, a saber la que se da entre el
quantum en general y el quantum sentado con su determinidad, o sea, el grado.
Sobre lo superfluo que resulta expresar esta contradicción bajo la forma de la progresión infinita, dice con razón Zenón, según
Aristóteles, que es lo mismo decir algo una vez que decirlo siempre[288].
§ 105
Este ser-exterior a sí mismo del quantum [que reside] en su [propia] determinidad que-estásiendo-para-sí, constituye su cualidad. Está en el quantum, es más, es él y está referido a él. En él se
han reunido la exterioridad, es decir, lo cuantitativo, y el ser-para-sí, lo cualitativo. El quantum puesto
así en él mismo es la relación cuantitativa: determinidad que es tanto un quantum inmediato (el
exponente) como mediación (a saber, la referencia de un cierto quantum a otro). Ambos quanta son
los dos lados de la relación que, al mismo tiempo, no valen según su valor inmediato, sino que su
valor solamente está en esta referencia.
§ 106
Los lados de la relación son aún quanta inmediatos y la determinación cualitativa y cuantitativa
son aún exteriores una a otra. Según su verdad empero, a saber, que lo cuantitativo mismo es
referencia a sí en su exterioridad o, [lo que es lo mismo] que el ser-para-sí y la indiferencia[289] de la
determinidad están reunidos, es la medida.
C
LA MEDIDA
§ 107
La medida es el quantum cualitativo, primeramente en tanto que inmediato; un quantum al que está
ligada una existencia o una cualidad.
§ 108
En tanto que en la medida, calidad y cantidad están solamente en unidad inmediata, resulta que su
distinción surge en ellas de una manera igualmente inmediata. El quantum específico es, por tanto, en
parte, un mero quantum y la existencia es capaz de aumento y disminución sin que la medida en tanto
es una regla, sea por ello superada, pero por otra parte, el cambio del quantum es también un cambio
de la cualidad.
§ 109
Lo desmesurado es en primer término este salirse de una medida mediante su naturaleza
cuantitativa por encima[290] de su determinidad cualitativa. Pero puesto que la otra relación
cuantitativa, lo [que era] desmesurado de la primera relación, es también relación cualitativa, resulta
que lo desmesurado es igualmente una medida; esos dos pasos, de la cualidad al quantum y desde éste
a aquélla pueden también ser representados como progresión infinita, o sea, como el superarse y
restablecerse de la medida en lo desmesurado.
§ 110
Lo que ahí en efecto sucede es que se supera la inmediatez que le corresponde aún a la medida en
cuanto tal; también cualidad y cantidad están en ella en primer lugar como inmediatas y la medida es
únicamente su identidad relativa. Pero la medida, aunque en lo desmesurado se muestra superándose,
también en tal superación, que es negación de la medida pero es también unidad de la cantidad y la
calidad, se muestra igualmente [como algo] que viene sólo a dar consigo misma[291].
§ 111
Lo infinito, la afirmación en cuanto negación de la negación, tenía ahora la cualidad y la cantidad
como lados suyos en lugar de los lados abstractos del ser y la nada, algo y otro, etc. Primeramente α)
la cualidad ha pasado a cantidad (§ 98) y la cantidad a cualidad (§ 105); así ambas se han mostrado
como negaciones. β) Pero en su unidad (la medida), ambas son primeramente distintas y cada una de
ellas solamente por medio de la otra; y γ) después que la inmediatez de esta unidad se ha mostrado
superándose, ha venido ahora esa inmediatez a ser puesta como aquello que es en sí, a saber, como
simple referencia-a-sí-misma que contiene dentro de sí, como superados, al ser y a sus formas. —El
ser o la inmediatez, que mediante la negación de sí mismo, es mediación consigo y referencia a sí
mismo, y es así igualmente mediación que se supera en referencia a sí o inmediatez, es la esencia.
SEGUNDA SECCIÓN DE LA LÓGICA
LA DOCTRINA DE LA ESENCIA
§ 112
La esencia es el concepto en tanto que puesto[292]; las determinaciones en [la esfera de] la esencia
son solamente relativas, [o] no están todavía simplemente reflejadas hacia sí[293]; por ello el concepto
no es [aquí] todavía en tanto que para-sí[294]. La esencia, en tanto ser que se media consigo a través de
la negatividad de sí mismo, es la referencia a sí sólo siendo referencia a otro, el cual [otro], sin
embargo, no es como ente, sino como un puesto y mediado. —El ser no ha desaparecido, sino que la
esencia primeramente, en tanto simple referencia a sí, es ser; pero por otra parte el ser, con arreglo a
su determinación unilateral de ser algo inmediato, ha sido depuesto [ahora] a algo meramente
negativo, [un brillo] o una aparencia. —La esencia es, por consiguiente, el ser en tanto parecer dentro
de sí mismo [295].
Lo absoluto es la esencia. —Esta definición es la misma que aquella anterior[296] que decía que lo absoluto es el ser, por cuanto ser
es igualmente la simple referencia a sí; sin embargo, [la actual] es una definición más elevada porque la esencia es el ser que ha ido
adentro de sí, es decir, que [ahora] la simple referencia a sí del ser es esta [misma] referencia [pero] puesta como la negación de lo
negativo, como mediación de sí, dentro de sí, consigo. —Al determinarse lo absoluto como esencia [297], se toma frecuentemente la
negatividad sólo en el sentido de una abstracción de todos los predicados determinados. Esta acción negativa, el abstraer, tiene lugar,
por tanto, fuera de la esencia y, de este modo, la esencia es sólo un resultado sin sus propias premisas; es el caput mortuum de la
abstracción. Sin embargo, siendo [de suyo] esta negatividad algo no extrínseco al ser, sino su propia dialéctica, la esencia es la verdad
del ser en tanto ser que ha ido adentro de sí o ser que está-siendo dentro de sí; la distinción de la esencia respecto del ser inmediato la
constituye esa reflexión, su parecer [o brillar] dentro de sí, y ésta, [la reflexión] es la determinación propia de la esencia.
§ 113
La referencia a sí en la esencia es la forma de la identidad, [o sea] de la reflexión-hacia-dentro-desí; esta referencia ocupa ahora el lugar de la inmediatez del ser; ambas son abstracciones de la
referencia a sí[298].
La falta de pensamiento [propia] de la sensibilidad, [consistente en] tomar todo lo limitado y finito como un ente, se transfiere como
terquedad al entendimiento que considera lo finito como algo idéntico consigo mismo, como algo en sí mismo no contradictorio [299].
§ 114
Esta identidad aparece afectada primeramente, en cuanto procedente del ser, sólo con las
determinaciones de éste y, por consiguiente, como referida a algo extrínseco. Sí esto extrínseco se
toma como algo separado de la esencia, se le llama entonces lo inesencial. Pero la esencia es serdentro-de-sí; ella es esencial sólo porque tiene en ella misma lo negativo de sí, la referencia-a-otro,
la mediación. Posee, por tanto, lo inesencial como su propia aparencia en ella misma. Sin embargo,
por cuanto el distinguir está contenido en el parecer o mediar, y lo distinto (distinguiéndose de
aquella identidad de la cual procede y en la cual lo distinto no se encuentra o está como aparencia)
recibe también la forma de la identidad; así resulta que lo distinto está igualmente bajo el modo de la
inmediatez que se refiere [sólo] a sí o modo del ser; por todo ello, la esfera de la esencia deviene así
un enlace, todavía imperfecto, de la inmediatez y la mediación. En ella todo está puesto de tal manera
que se refiere a sí y al mismo tiempo se ha ido más allá [de sí]; todo está puesto como un ser de la
reflexión, un ser en el que parece un otro y que parece en otro. —Esta esfera es por ende también la
esfera de la contradicción puesta, contradicción que en la esfera del ser sólo estaba en-si[300].
En el desarrollo de la esencia se presentan las mismas determinaciones que en el desarrollo del ser porque el concepto único es lo
sustantivo en todo, pero [ahora se presentan] en forma reflejada [301]. Por tanto, en vez de ser y nada, damos ahora con las formas de lo
positivo y lo negativo; lo positivo, en primer lugar, como identidad que se corresponde con el ser carente de oposición; la nada [por su
parte, se presenta ahora] desarrollada (apareciendo dentro de sí) como la distinción. De manera semejante, más adelante, [lo que era] el
devenir [se presentará] como fundamento de la existencia que: en cuanto reflejada en el fundamento es EXISTENCIA[302], etc. —Esta
parte de la lógica (la más difícil) contiene sobre todo las categorías de la metafísica y de las ciencias en general [interpretadas] como
productos del entendimiento reflexionante que tan pronto toma los distintos como autosuficientes, como afirma [después] su relatividad;
ambas [operaciones] empero las hace solamente una junto a otra o una después de otra, enlazándolas [sólo] con un «también», pero sin
juntar tales pensamientos, sin unificarlos en el concepto.
A
LA ESENCIA COMO FUNDAMENTO DE LA EXISTENCIA[303]
a. Las determinaciones puras de la reflexión[304]
α) Identidad
§ 115
La esencia parece dentro de sí o es pura reflexión; de este modo es solamente referencia a sí, no
como inmediata, sino como reflejada; es identidad consigo.
Esta identidad es formal o identidad del entendimiento en tanto él se ase firmemente a ella haciendo abstracción de la distinción. O
más bien la abstracción consiste en sentar esa identidad formal, [o lo que es lo mismo] en la transformación de algo en sí mismo
concreto [y darle] esta forma de la simplicidad, sea que se prescinda (mediante el llamado analizar) de una parte de la multiplicidad
presente en lo concreto y se tome un solo [elemento] de ella, sea que prescindiendo de su distintividad se reúnan en una sola las
múltiples determinidades.
La identidad, vinculada con lo absoluto como sujeto de una proposición, suena así: lo absoluto es
lo idéntico consigo. Esta proposición es tan verdadera como ambigua, aunque con ella sea mentada su
verdad; por ello, en su expresión es como mínimo imperfecta, pues queda por decidir si ha sido
mentada la identidad abstracta del entendimiento, o sea, una identidad opuesta a las otras
determinaciones de la esencia, o la identidad como concreta en sí misma; de esta manera, como luego
resultará, la identidad es primeramente el fundamento[305] y después, con verdad superior, el
concepto. —Incluso la palabra «absoluto» no tiene frecuentemente otro significado que el de
«abstracto» y así se llama espacio absoluto o tiempo absoluto a lo que no es sino espacio y tiempo
abstractos.
Las determinaciones de la esencia, tomadas como determinaciones esenciales, devienen
predicados de un sujeto presupuesto, que es todo porque las determinaciones son esenciales. Las
proposiciones que se forman de este modo han sido enunciadas como las leyes universales del
pensar. Según esto, el principio de identidad suena «Todo es idéntico consigo»; A = A,[306] y en forma
negativa «A no puede ser al mismo tiempo A y no-A». —Esta proposición, en vez de ser una verdadera
ley del pensar, no es más que la ley del entendimiento abstracto. Ya la forma de la proposición la
contradice, pues una proposición también promete una distinción entre sujeto y predicado y esta
proposición no ofrece lo que su forma exige. En particular esta ley se supera por las otras, así
llamadas, leyes del pensamiento, las cuales [también] convierten en ley a lo contrario de esta ley[307].
Cuando se afirma que este principio no puede ser demostrado, pero que todas las conciencias actúan
de acuerdo con él y le prestan en seguida asentimiento con arreglo a la experiencia en la que lo
perciben, hay que oponer entonces a esta presunta experiencia escolástica la experiencia universal de
que ninguna conciencia piensa ni tiene representaciones, ni habla, etc., con arreglo a esa presunta ley
de la verdad. Decir que un planeta es un planeta, que el magnetismo es el magnetismo, que el espíritu
es un espíritu, etc., lo considera cualquiera, con toda razón, como una manera de hablar idiota; ésa sí
que es una experiencia universal. La escuela, único lugar donde rigen tales leyes, hace ya tiempo que
ha perdido su credibilidad ante el sano entendimiento humano y ante la razón precisamente por causa
de su lógica, la cual se toma en serio leyes semejantes.
β) La distinción[308]
§ 116
La esencia es meramente pura identidad y parecer dentro de sí misma en tanto ella es la
negatividad que está-refiriéndose a sí y es así el repelerse de sí por sí misma; contiene, por tanto,
esencialmente la determinación de la distinción.
El ser-otro ya no es aquí lo cualitativo, la determinidad [ya no es] límite[309], sino que en tanto interior a la esencia, a lo que estárefiriéndose a sí, la negatividad es, a la vez que referencia, distinción, ser-puesto, ser-mediado.
§ 117
La distinción es 1) distinción inmediata, la diversidad en la cual los distintos son cada uno de por
sí aquello que cada uno es, y son indiferentes con respecto a su referencia a otro, la cual, por tanto,
les es extrínseca. Por causa de esa indiferencia de los diversos ante su distinción, ésta cae fuera de
ellos, en un tercero que compara[310]. Esta distinción exterior es, en tanto identidad de los referidos,
la igualdad, y, en cuanto no-identidad de los mismos, desigualdad.
Incluso a estas determinaciones las deja el entendimiento tan fuera unas de otras que, a pesar de
que la comparación tiene uno solo y el mismo sustrato, tanto para la igualdad como para la
desigualdad, y a pesar de que esos distintos lados y aspectos han de darse en lo mismo, sin embargo,
la igualdad es de suyo solamente lo de antes, la identidad, y la desigualdad es de suyo la distinción.
También la diversidad ha sido convertida en un principio, a saber, que todo es diverso [o distinto]
o que no hay dos cosas que sean completamente iguales entre sí[311]. Aquí se otorga al [sujeto] «todo»
el predicado opuesto a aquella identidad que se le había atribuido en el principio anterior; se le
otorga, por tanto, un predicado que contradice a la primera ley. Con todo, sin embargo, [se dice que]
algo debe ser por sí mismo solamente idéntico consigo y, en la medida en que la diversidad sólo se
atribuya a la comparación extrínseca, ese segundo principio [se supone que] no debe contradecir al
primero. Pero entonces resulta que sí la diversidad no pertenece al algo y a todos, no constituye
tampoco ninguna determinación esencial de este [«todos» como] sujeto; este segundo principio no
puede, por tanto, enunciarse de este modo. —Pero si el algo mismo, de acuerdo con el principio, es
diverso, lo es mediante su propia determinidad; y entonces ya no queda mentada la diversidad como
tal, sino la distinción determinada. Éste es también el sentido del principio leibniziano [312].
§ 118
La igualdad es una identidad sólo de aquellos que no son los mismos, que no son idénticos uno
con otro; y la desigualdad es referencia de los desiguales. Ambas [igualdad y desigualdad] no caen en
lados o aspectos distintos que sean exteriormente indiferentes uno a otro, sino que cada uno [de ellos]
es un aparecer en el otro. La diversidad es, por consiguiente, distinción de la reflexión o distinción en
sí misma, distinción determinada.
§ 119
2) La distinción en sí es la distinción esencial, lo positivo y lo negativo, y eso de tal manera que lo
positivo es así la idéntica referencia a sí que no es lo negativo, y éste [por su parte] es de tal modo lo
distinto de por sí que no es lo positivo. Siendo así cada uno [de ellos algo] que de por sí no es lo otro,
cada uno aparece en lo otro y sólo es en tanto lo otro [también] es. La distinción de la esencia, es, por
consiguiente, la contraposición, con arreglo a la cual lo distinto no [es] un otro en general, sino que
tiene a su otro enfrente; esto es, cada uno tiene su propia determinación solamente en la referencia a
lo otro; está solamente reflejado dentro de sí tanto cuanto lo está hacia lo otro, y lo mismo [le
ocurre] a lo otro; cada uno es, por tanto, su otro del otro.
La distinción en sí da lugar a la proposición «Todo es esencialmente distinto»; o como ha sido también expresado «De dos
predicados contrapuestos solamente uno le conviene a algo y no se da un tercero». Este principio de la oposición contradice del modo
más expreso al principio de identidad, por cuanto algo, según uno de los principios, ha de ser solamente referencia a sí, pero según el
otro principio tiene que ser algo contrapuesto, o sea, referencia a otro. Estamos en la falta de pensamiento propia de la abstracción, que
coloca una junto a otra dos proposiciones que se contradicen y las considera leyes [o principios] sin ni tan siquiera compararlas. —El
principio de tercero excluido es el principio del entendimiento determinado que quiere mantener apartada de sí la contradicción y,
haciéndolo, incurre en ella. Si «A» tiene que ser «+ A» y «– A», se ha expresado ya el tercero: se ha expresado la «A» que no es «+»
ni «–» y que es también igualmente «+ A» y «– A». Si + W significa 6 millas en dirección Oeste y –W 6 millas en dirección Este, y
después se suprime el + y el – quedan 6 millas de camino o espacio, lo que ya eran con y sin la oposición. Incluso el simple «más» y
«menos» del número o de la dirección en abstracto tienen el cero como tercero suyo; pero no hay que negar que la vacía oposición
propia del entendimiento entre + y – no tenga también su lugar junto a [otras] abstracciones tales como número, dirección, etc.
En la doctrina sobre los conceptos contradictorios se denomina, por ejemplo, a uno de ellos «azul» (incluso algo como la
representación sensible de un color se llama concepto en esa doctrina) y al otro «no-azul», de modo que lo otro no es así algo
afirmativo, como lo sería, por ejemplo, «amarillo», sino que debe asirse sólo en tanto abstractamente negativo. —Que lo negativo en sí
mismo es positivo en la misma medida (véase el § siguiente), lo encontramos igualmente en la determinación de que lo contrapuesto a
otro es su otro. —La vaciedad de la oposición entre conceptos llamados contradictorios tuvo su exposición perfecta en aquella expresión
que podemos llamar grandilocuente de una ley general [que dice] que a cada cosa le conviene uno de todos los predicados que le sean
opuestos de esa manera; con lo que el espíritu sería o blanco o no-blanco, amarillo o no-amarillo, y etcétera hasta lo infinito.
Olvidando que identidad y contraposición son ellas mismas contrapuestas, se toma el principio de contraposición como [si fuera] el de
identidad bajo la forma de principio de contradicción, y un concepto al que no le conviene ninguna de las dos notas (véase lo que
acabamos de decir) o le convienen las dos, es declarado falso desde el punto de vista lógico, como, por ejemplo, un círculo cuadrado.
Ahora bien, a pesar de que un círculo cuadrado o un arco circular recto se oponen por un igual a este principio, los geómetras no tienen
ningún escrúpulo en considerar y tratar al círculo como un polígono de lados rectos. Pero algo así como un círculo (su mera
determinidad) no es ni tan siquiera un concepto; al concepto de círculo le son igualmente esenciales el centro y la periferia; ambas notas
le convienen y, sin embargo, periferia y centro se contraponen entre sí y se contradicen.
La representación de polaridad, con tantas aplicaciones en la física, contiene dentro de sí la determinación más correcta de la
contraposición, pero dado que la física se atiene en sus pensamientos a la lógica usual, se horrorizaría fácilmente si desarrollara la
polaridad y alcanzara los pensamientos que ahí se esconden.
§ 120
Lo positivo es aquel diverso que de suyo y a la vez no debe ser indiferente ante su referencia a su
otro. Lo negativo debe ser de suyo igualmente autosuficiente, referencia negativa a sí mismo, pero a la
vez, en tanto simplemente negativo, ha de tener esta referencia a sí, su positividad, solamente en lo
otro. Ambos son así la contradicción asentada, ambos son en sí lo mismo. Y ambos son también para
sí, por cuanto cada uno es la superación del otro y de sí mismo. Ambos se van así a pique y al
fundamento[313]. —O [lo que es lo mismo], la distinción esencial inmediatamente, en tanto distinción
en y para sí, es solamente la distinción de sí por sí misma, y contiene, por tanto, la identidad; a toda la
distinción que está-siendo en y para sí le pertenece por consiguiente tanto la distinción misma como
la identidad. —En tanto distinción que está-refiriéndose a sí misma, ha sido ya enunciada igualmente
como lo idéntico consigo, y lo contrapuesto es en general aquello que contiene en sí mismo lo uno y
su otro, contiene a sí mismo ya su opuesto dentro de sí mismo El ser-dentro-de-sí de la esencia así
determinada es el fundamento.
γ) El fundamento
§ 121
El fundamento es la unidad de la identidad y la distinción; es la verdad de aquello que la distinción
y la identidad han dado como resultado: la reflexión-hacia-sí que es igualmente reflexión-hacia-otro,
y viceversa. El fundamento es la esencia sentada como totalidad.
El principio de razón [o principio de fundamento] dice: «Todo tiene su razón [o fundamento] suficiente» [314], esto es, la verdadera
esencialidad de algo no es su determinación como idéntico consigo, ni como distinto, ni como meramente positivo o como meramente
negativo, sino que su verdadera esencialidad es que tiene su ser en otro que, en tanto su idéntico-consigo, es su esencia. Ésta es en la
misma medida no reflexión abstracta hacia sí, sino hacia otro. El fundamento es la esencia-que-está-siendo dentro de sí y ésta es
esencialmente fundamento, y fundamento lo es solamente en tanto es fundamento de algo, o sea, de un otro.
§ 122
La esencia es primeramente aparecer y mediación dentro de sí, en cuanto totalidad de la
mediación, su unidad consigo ha sido ahora sentada como la superación de la distinción y, con ello,
de la mediación. Esta superación, por tanto, es la reposición de la inmediatez o del ser, pero del ser
en cuanto mediado por la superación de la mediación: [este ser es] la EXISTENCIA.
El fundamento no tiene aún ningún contenido determinado en y para sí, ni es tampoco fin; no es, por ende, activo ni productivo, sino
que una EXISTENCIA solamente sale del fundamento. El fundamento determinado es por ello algo formal. Una determinidad
cualquiera en cuanto referida a sí misma queda sentada como afirmación en relación con la EXISTENCIA inmediata con la que está
conexa. Con ello queda dicho también que el fundamento, por serlo, es una buena razón, pues se le llama «bueno» de modo
enteramente abstracto incluso no ya como algo afirmativo; toda determinidad es buena, si de alguna manera puede enunciarse como algo
que se ha reconocido como afirmativo. Por ello es posible hallar y ofrecer una razón [o fundamento] para todo. Y una buena razón (p. e.
un buen motivo para obrar) puede actuar, pero puede también no hacerlo, puede tener consecuencias o también no tenerlas. Un motivo
que actúa y hace algo, lo hace p. e. porque es asumido por una voluntad y sólo por ella se convierte en activo y en causa.
b. La EXISTENCIA[315]
§ 123
La EXISTENCIA es la unidad inmediata de la reflexión-hacia-sí y de la reflexión-hacia-otro. Es, por
consiguiente, la multitud indeterminada de EXISTENTES en tanto reflejados hacia sí que a la vez e
igualmente aparecen [vueltos] hacia otro, son relativos y forman un mundo de dependencia mutua y
de una conexión infinita de fundamentos y fundados. Los fundamentos son ellos mismos EXISTENCIAS,
y los EXISTENTES igualmente, son tanto fundamentos hacia muchos lados como fundados.
§ 124
La reflexión-hacia-otro del EXISTENTE no está, sin embargo, separada de la reflexión-hacia-sí; el
fundamento es la unidad de ambas [reflexiones], [unidad] de la que ha salido la EXISTENCIA. El
EXISTENTE contiene por ello en sí mismo la relatividad y su múltiple conexión con otros EXISTENTES, y
está reflejado hacia sí en tanto [es] fundamento. De este modo el EXISTENTE es cosa.
La cosa-en-sí, que se ha hecho tan famosa en la filosofía kantiana, se muestra aquí en su origen, a saber, como la reflexión-hacia-sí
abstracta a la que se permanece asido frente la reflexión-hacia-otro y frente a las distintas determinaciones, como base vacía de éstas en
general.
c. La cosa
§ 125
La cosa es la totalidad en cuanto desarrollo unificado de las determinaciones del fundamento y de
la EXISTENCIA. Con arreglo a uno de sus momentos, el de la reflexión-hacia-otro, la cosa tiene las
distinciones en ella misma, según lo cual es cosa determinada y concreta, α) Estas determinaciones
son distintas unas de otras; [es] en la cosa y no en ellas mismas [donde] esas determinaciones tienen
su reflexión-hacia-sí. Son propiedades de la cosa y su referencia a ella es el tener.
«Tener» se presenta [ahora] como referencia en lugar de ser. Algo tiene también en sí mismo cualidades desde luego, pero esta
traslación [del sentido] de «tener» al ente es imprecisa porque la determinidad en cuanto cualidad es inmediatamente una con el algo y
algo deja de ser si pierde su cualidad. La cosa, sin embargo, es la reflexión-hacia-sí en cuanto identidad también distinta de la distinción
o de sus determinaciones. Tener [o sea, haber] se usa en muchos idiomas como señal de pretérito; [se hace así] con razón porque el
pretérito es el ser superado [316], y el espíritu, que es la reflexión-hacia-sí del pretérito y el único lugar donde ese pretérito mantiene aún
su subsistencia, distingue también de sí mismo, sin embargo, a este ser superado [que conserva] dentro de sí [317].
§ 126
β) Pero la reflexión-hacia-otro es también en el fundamento, inmediatamente y en ella misma, la
reflexión-hacia-sí; por ello, las propiedades son igualmente idénticas consigo, autosuficientes y
liberadas de su vinculación a la cosa. Pero porque esas propiedades son las determinidades distintas
entre sí de la cosa, en cuanto reflejadas-hacia-sí, no son ellas mismas cosas (porque las cosas en
cuanto tales son concretas), sino que son EXISTENCIAS reflejadas hacia sí como determinidades
abstractas: son materias.
Las materias, por ejemplo, la materia magnética, la eléctrica, etc., no se llaman tampoco cosas. Son las propias cualidades idénticas
con su ser[318], un ser empero que es ser reflejado o EXISTENCIA: son la determinidad que ha logrado la inmediatez.
§ 127
La materia es, por tanto, la reflexión-hacia-otro abstracta o indeterminada, o [lo que es lo
mismo] es la reflexión-hacia-sí a la vez determinada; es, por consiguiente, la coseidad existente o el
consistir de la cosa. De este modo la cosa tiene en las materias su reflexión-hacia-sí (lo contrario del
§ 125); no consiste en ella misma, sino en las materias; es solamente la conexión superficial o enlace
extrínseco de ellas.
§ 128
γ) La materia, en tanto unidad inmediata de la EXISTENCIA consigo misma, es también indiferente
ante la determinidad; por ello, las muchas materias distintas confluyen en una sola materia, [que es]
la EXISTENCIA bajo la determinación reflexiva de la identidad, frente a la cual estas determinidades
distintas y la referencia extrínseca que tienen en la cosa, son la forma, o sea, la determinación
reflexiva de la distinción, pero como EXISTENTE y como totalidad.
Esta materia una y carente de determinación es también lo mismo que la cosa-en-sí, sólo que ésta es como un ente en sí mismo
enteramente abstracto y aquélla como ente en sí también para-otro, en primer lugar para la forma.
§ 129
La cosa se parte así en materia y forma, cada una de las cuales es la totalidad de la coseidad y es
de suyo autosuficiente. Pero la materia, que debería ser [sólo] la EXISTENCIA positiva e indeterminada,
contiene también igualmente, en cuanto EXISTENCIA, tanto la reflexión hacia otro como el ser-dentrode-sí; en cuanto unidad de estas determinaciones es ella misma la totalidad de la forma. Pero la forma
contiene ya, como totalidad de las determinaciones, la reflexión hacia sí o [lo que es lo mismo] en
tanto forma que está refiriéndose a sí misma tiene aquello que habría de constituir [sólo] la
determinación de la materia. Ambas son en-sí lo mismo. Esta unidad suya, asentada, es en general la
referencia de materia y forma que [refiriéndose una a otra] son también distintas.
§ 130
La cosa, en cuanto es esta totalidad, es la contradicción de ser [por una parte y] según su unidad
negativa, la forma en la cual la materia está determinada y está depuesta como propiedades (§ 125) y
[por otra parte] consistir a la vez en materias que en la reflexión de la cosa hacia-sí son tan
autosuficientes como negadas. La cosa es de este modo, por ser la EXISTENCIA esencial que en ella
misma se supera a sí misma, fenómeno [o aparición][319].
La negación, tan asentada en la cosa como [lo está] la autosuficiencia de las materias, se presenta en la física como porosidad.
Cada una de las muchas materias (materia cromática, materia olfativa y otras, entre las que hay que contar también a la materia sonora, y
[por si fuera poco] además a la materia calórica y a la eléctrica, etc.) está también negada y en esta negación suya, en sus poros, se
encuentran las otras muchas materias autosuficientes e igualmente porosas que permiten así EXISTIR a las otras dentro de sí mutuamente.
Los poros no son nada empírico, sino ficciones del entendimiento que se representa de esta manera el momento de la negación de las
materias autosuficientes y que encubre el desarrollo posterior de la contradicción con ese nebuloso embrollo en el que todas [las
materias] son autosuficientes y todas están también negadas unas dentro de las otras. —Cuando de manera semejante se hipostatizan en el
espíritu las facultades o las actividades, su unidad viva se convierte igualmente en el embrollo de la actuación de [cada] una en las otras.
Del mismo modo que los poros no tienen su garantía en la observación[320] (no hablamos de los poros en lo orgánico, como son los
poros de la madera o de la piel, sino de los poros de las llamadas materias, como materia cromática o calórica, de los poros en los
metales y cristales, etc.), sino que son producto del entendimiento reflexionante que observando y pretendiendo transmitir lo que
observa, más bien produce una metafísica que es contradictoria por todos lados y que sin embargo se le oculta; eso mismo ocurre con la
materia [cuando se la entiende como] añadida a una forma separada de ella y, sobre todo [ocurre], con la cosa y su consistir en materias
o en la mera subsistencia de la cosa que tiene propiedades[321].
B
EL FENÓMENO
§ 131
La esencia ha de aparecer [fenoménicamente]. Su parecer en ella misma es su propia superación
[y regreso] a la inmediatez, la cual en cuanto reflexíón-hacia-sí es tanto subsistir (materia) como
forma, es decir, reflexión-hacia-otro, subsistir superándose. Parecer es la determinación mediante la
cual la esencia no es ser sino esencia y el parecer desarrollado es la aparición [o fenómeno][322]. La
esencia no está por ende detrás o más allá del fenómeno, sino que siendo la esencia lo que EXISTE, la
EXISTENCIA es fenómeno.
a. El mundo fenoménico
§ 132
Lo que aparece EXISTE de tal modo que habiéndose superado inmediatamente su subsistir, éste es
sólo el momento uno [323] de la forma misma; la forma abarca el subsistir o la materia como una de
sus determinaciones dentro de sí. Lo que está-apareciendo tiene así su fundamento en la forma en
tanto esencia suya, en su reflexión-hacia-sí frente a su inmediatez, pero con ello [tiene su subsistir]
solamente bajo otra determinidad de la forma. Este fundamento suyo es igualmente un algo que-estáapareciendo y el fenómeno se expande así hasta una mediación infinita del subsistir a través de la
forma y con ello también a través del no-subsistir. Esta mediación infinita es a la vez una unidad de la
referencia a sí; y la EXISTENCIA [está] desarrollada hasta una totalidad o mundo fenoménico, o sea, de
la finitud reflejada.
b. Contenido y forma
§ 133
La exterioridad recíproca del mundo fenoménico es totalidad y está enteramente contenida en su
referencia-a-sí. La referencia a sí del fenómeno está, por tanto, perfectamente determinada, posee la
forma en ella misma y, porque la tiene en esta identidad, la tiene como subsistencia esencial. Así la
forma es contenido y, con arreglo a su determinidad desarrollada, es la ley del fenómeno. Lo
negativo del fenómeno, lo [que tiene de] no-autosuficiente y mutable, viene a dar en la forma en
cuanto no reflejada hacia-sí, y la forma es [entonces] la forma extrínseca e indiferente.
Al tratar de la oposición de forma y contenido es esencial retener firmemente que el contenido no es algo carente de forma, sino que
tanto tiene la forma en él mismo como ésta le es algo extrínseco. Se presenta aquí la duplicación de la forma que, unas veces, en tanto
reflejada hacia sí, es el contenido, y otras veces, en tanto no reflejada hacia sí, es la EXISTENCIA extrínseca, indiferente respecto del
contenido. En-sí está aquí presente la relación absoluta de contenido y forma, a saber, el venir a dar cada uno de ellos en el otro de tal
modo que el contenido no es nada más que la conversión de Id forma en contenido, y la forma no es más que la conversión del
contenido en forma. Esta conversión de uno en otro es una de las determinaciones más importantes. Ley, sin embargo, sólo lo es en la
relación absoluta.
§ 134
Ahora bien, la EXISTENCIA inmediata es la determinidad del subsistir mismo como lo es la forma;
esta EXISTENCIA es, por tanto, tan extrínseca a la determinidad del contenido, como esta exterioridad
que el contenido tiene en virtud del momento de su subsistencia le es a él esencial. El fenómeno
puesto de esta manera es la relación, la cual es uno y lo mismo; es el contenido en tanto forma
desarrollada, en tanto exterioridad y contraposición de existencias autosuficientes, y es su referencia
idéntica, referencia sólo bajo la cual los distintos son lo que ellos son.
c. La relación[324]
§ 135
α) La relación inmediata es la del todo y las partes; el contenido es el todo y consiste en las partes
(en la forma) que son lo opuesto a él. Las partes son distintas entre sí y son lo autosuficiente. Pero
son solamente partes por su mutua referencia idéntica o, en tanto que tomadas juntamente, constituyen
el todo. Pero el conjunto es lo contrario y [la] negación de la parte.
§ 136
ß) Lo uno y lo mismo de esta relación, la referencia a sí que está presente en ella, es así
inmediatamente referencia negativa a sí y precisamente como aquella mediación que es uno y lo
mismo, indiferente ante la distinción, y [es también] la referencia negativa a sí que, como reflexiónhacia-sí, se repele a sí misma hasta la distinción y que, como reflexión-hacia-otro, se pone
EXISTIENDO, e inversamente, esta reflexión-hacia-otro regresa a la referencia a sí y a la indiferencia:
[resulta así] la fuerza y su exteriorización[325] 325.
La relación del todo con las partes es la relación inmediata y es, por consiguiente, la relación carente de pensamiento y la
conversión de la identidad consigo en la variedad. Se pasa del todo a las partes y de las partes al todo y al mismo tiempo se olvida la
oposición a lo otro por cuanto cada uno (una vez el todo, otra vez las partes) se toma de suyo como EXISTENCIA autosuficiente. O
también, debiendo subsistir las partes en el todo y debiendo consistir éste en las partes, resulta entonces que unas veces lo que subsiste
es lo uno y otras veces es lo otro, e igualmente cada vez lo otro de lo [que se considera] subsistente es lo inesencial. La relación
mecánica en su forma superficial consiste generalmente en que las partes son como autosuficientes unas ante otras y frente al todo.
La progresión hacia lo infinito que afecta a la divisibilidad de la materia se puede también servir de esta relación y entonces
consiste en el intercambio carente de pensamiento entre los dos lados de la relación. Una cosa se toma una vez como un todo y después
se pasa a la determinación como parte; se olvida en seguida esta determinación y lo que era parte se considera como todo; entra de
nuevo la determinación como parte y… etc., hacia lo infinito. Pero esta infinitud, tomada como lo negativo que ella es, es la referencia
negativa de la relación consigo misma, es la fuerza: el todo idéntico consigo mismo en cuanto ser-dentro-de-sí y en cuanto superador de
ese ser-dentro-de-sí que se exterioriza y [que es también,] inversamente, la exteriorización que desaparece y vuelve a ser fuerza.
La fuerza, prescindiendo de esta infinitud, es también finita, puesto que el contenido (lo uno y lo mismo de la fuerza y de la
exteriorización) de momento sólo es esta identidad en sí, los dos lados de la relación no son aún, cada uno de por sí, la identidad
concreta de la relación, no son aún [cada uno] la totalidad. Por esto son distintos cada uno para el otro y la relación es algo finito. La
fuerza necesita, por tanto, de la solicitación desde fuera, actúa ciegamente, y por causa de esta deficiencia de la forma; también el
contenido es limitado y contingente. No es aún verdaderamente idéntico a la forma; no es aún, como concepto y fin que es, lo
determinado en-y-para-sí. —Esta distinción es muy esencial, pero no fácil de captar, y tiene que determinarse de manera más precisa al
tratar del concepto de fin. Si esta distinción se pasa por alto se cae en la confusión de captar a Dios como fuerza, una confusión de la que
particularmente padece el «Dios» de Herder[326].
Se suele decir que la naturaleza misma de la fuerza es desconocida y que sólo se conoce su exteriorización. Por una parte [es
verdad] que la entera determinación de contenido de la fuerza es desde luego la misma que la de la exteriorización; por eso, la
explicación de un fenómeno a partir de una fuerza es una mera tautología. Lo que [según se dice] debe permanecer desconocido no es,
por tanto, en efecto, nada más que la forma vacía de la reflexión-hacia-sí por medio de la cual solamente la fuerza se distingue de la
exteriorización; forma que es desde luego algo bien conocido. Esta forma no añade lo más mínimo ni al contenido ni a la ley, los cuales
sólo han de ser conocidos a partir del fenómeno. También se asegura por todas partes que por eso no hay que afirmar nada de la fuerza;
no hay que pasar por alto, por tanto, por qué la forma de fuerza se ha introducido en las ciencias. —Por otra parte, sin embargo, la
naturaleza de la fuerza es desde luego algo desconocido, porque aún se echa de menos [en ella] tanto la necesidad de la interconexión
de su contenido en sí mismo, como también del contenido en tanto limitado de suyo y que tiene, por consiguiente, su determinidad por
medio de otro fuera de él.
§ 137
La fuerza, como el todo que es en sí mismo la referencia negativa a sí, es esto: repelerse a sí
misma por sí y exteriorizarse. Pero ya que esta reflexión-hacia-otro, la distinción de las partes, es
igualmente reflexión-hacia-sí, resulta entonces que la exteriorización es la mediación mediante la
cual la fuerza que regresa hacia sí, es como fuerza. Su exteriorización es ella misma el superar la
diversidad de los dos lados que se presentan en esta relación y poner la identidad que constituye en sí
el contenido. La verdad de la fuerza es, por consiguiente, la relación cuyos dos lados se distinguen
solamente como interior y exterior.
§ 138
γ) Lo interior es el fundamento tal como éste es como mera forma de uno de los dos lados del
fenómeno y de la relación; es la forma vacía de la reflexión-hacia-sí frente a la cual está igualmente
la EXISTENCIA como forma del otro lado de la relación con la determinación vacía de la reflexiónhacia-otro como exterior. Su identidad [de lo interior y lo exterior] es la unidad llena, el contenido,
de la reflexión-hacia-sí y de la reflexión-hacia-otro, unidad [que fue] puesta en el movimiento de la
fuerza; ambas son la misma totalidad única, y esta unidad las hace contenido.
§ 139
Lo exterior es, por tanto, en primer lugar, el mismo contenido que lo interior. Lo que es interno se
presenta también exteriormente, y viceversa; el fenómeno no muestra nada que no esté en la esencia y
en la esencia nada hay que no sea manifestado [327].
§ 140
En segundo lugar, interior y exterior en tanto determinaciones formales están también, sin
embargo, simplemente enfrentados como abstracciones de identidad consigo y de mera pluralidad o
realidad. Pero siendo estas abstracciones esencialmente idénticas en cuanto momentos de la forma
única, resulta entonces que lo puesto en primer lugar sólo en una de las abstracciones,
inmediatamente está también sólo en la otra. Por consiguiente, lo que es sólo algo interior es así
también sólo algo exterior, y lo que sólo es algo exterior, es también sedo, por de pronto, algo
interior[328].
El error habitual de la reflexión consiste en tomar la esencia como lo meramente interior. Cuando se toma solamente así, resulta
también enteramente extrínseca esta consideración y aquella esencia es entonces una abstracción vacía y exterior. «En el interior de la
naturaleza —dice un poeta— no penetra ningún espíritu creador; goza demasiado cuando sólo conoce la corteza exterior» [*][329].
Mejor hubiera dicho [el poeta] que precisamente cuando para ese espíritu la esencia de la naturaleza se ha determinado como lo
interior, sólo conoce [en efecto] la corteza exterior. —Porque en el ser en general, como también en la mera percepción sensible, el
concepto que sólo es primeramente lo interior, es exterior a aquel espíritu: un ser [tan] subjetivo y carente de verdad como el pensar
[correspondiente]. —En la naturaleza, como en el espíritu, en la medida en que el concepto, el fin o la ley se quedan en meras
disposiciones internas o puras posibilidades, son también en primer término sólo una naturaleza inorgánica exterior, ciencia de una tercera
cosa, violencia extrínseca, etc. El ser humano, del mismo modo que es exterior, o sea, es exterior en sus acciones (no desde luego en su
sola exterioridad corporal), es también interioridad; y cuando es solamente interior, es decir, cuando es solamente virtuoso o moral en
sus propósitos y sentimientos, y su exterioridad no es idéntica a su interior, tan hueco y vacío es entonces lo uno como lo otro.
§ 141
Las abstracciones vacías, mediante las cuales el único contenido idéntico debería estar todavía en
la relación, se superan con el pasar inmediato de la una a la otra; el contenido no es otra cosa que su
identidad (§ 138) y aquellas abstracciones son el parecer de la esencia, sentado como [mera]
aparencia. Mediante la exteriorización de la fuerza se pone lo interior en la EXISTENCIA; este poner es
el mediar a través de abstracciones vacías; [es un mediar que] desaparece en sí mismo
[convirtiéndose] en inmediatez en la cual lo interior y lo exterior son idénticos en y para sí, y su
distinción está determinada únicamente como estar puesto. Esta identidad es la realidad efectiva.
C
LA REALIDAD EFECTIVA [330]
§ 142
La realidad efectiva es la unidad inmediatamente devenida de la esencia y la EXISTENCIA, o de lo
interior y lo exterior. La exteriorización de lo real efectivo es lo real efectivo mismo de un modo tal
que en su exteriorización sigue siendo igualmente esencial y sólo es esencial en la misma medida en
que se encuentra en la EXISTENCIA exterior inmediata.
Antes hemos hallado al ser y a la EXISTENCIA como formas de lo inmediato [331]; el ser es en general inmediatez no reflejada y
pasar a lo otro. La EXISTENCIA es unidad inmediata del ser y la reflexión y, por consiguiente, fenómeno: viene del fundamento y va a
él [o sea, se hunde en él][332]. Lo real efectivo es el estar-puesto de aquella unidad, la relación devenida idéntica consigo; por ello lo
real efectivo se ha sustraído al pasar y su exterioridad es su energía; en su exterioridad está reflejado hacia sí; su existencia es
solamente la manifestación de sí mismo, no de un otro [333].
§ 143
La realidad efectiva, en tanto esto concreto, contiene aquellas determinaciones [anteriores] y su
distinción; por ello es también el desarrollo [334] de ellas de manera tal que éstas, en la realidad
efectiva, están determinadas a la vez como aparencia o como meramente puestas (§ 141). 1) En cuanto
identidad en general, la realidad efectiva es primeramente la posibilidad; [es entonces] la reflexióndentro-de-sí que en cuanto opuesta a la unidad concreta de lo real efectivo, está puesta como la
esencialidad abstracta e inesencial. La posibilidad es lo esencial respecto de la realidad efectiva,
pero de tal modo que al mismo tiempo es sólo posibilidad.
La determinación de la posibilidad es por supuesto aquella que Kant quiso contemplar como modalidad juntamente con las
determinaciones de realidad efectiva y de necesidad «por cuanto estas determinaciones no añaden lo más mínimo al concepto en cuanto
objeto, sino que solamente expresan la relación a las facultades cognoscitivas» [335]. En efecto, la posibilidad es la abstracción vacía de
la reflexión-dentro-de-sí, [es decir] lo [mismo] que antes se llamó lo interior, sólo que ahora lo [que fue] determinado como lo interior
extrínseco, meramente puesto o superado y así, desde luego, como una mera modalidad, como abstracción insuficiente que, tomada más
concretamente, pertenece al pensamiento subjetivo, ha sido también puesto. Realidad efectiva y necesidad, por el contrario, son en
verdad cualquier cosa menos un mero modo y manera en relación a otro; son más bien precisamente lo contrario de eso porque están
puestas como lo no meramente puesto, sino como lo concreto completo en sí mismo. —Porque la posibilidad, en oposición a lo concreto
en tanto realidad efectiva, es en primer término la mera forma de la identidad-consigo, la regla de la posibilidad consiste solamente en
que algo no se contradiga consigo [mismo], con lo que resulta que todo es posible porque, mediante la abstracción, a cualquier
contenido puede dársele esa forma de la identidad. Pero también todo es igualmente imposible, porque en cualquier contenido, puesto
que es concreto, se puede hallar la determinidad como oposición determinada y por ello como contradicción. —Así pues, no hay
discurso más vacío que el que trata de esa posibilidad e imposibilidad. Especialmente en filosofía, no hay que gastar palabras en mostrar
que algo es posible, o que lo es otra cosa, ni tampoco para mostrar que algo, como también se suele decir, es pensable. Quien escribe
historia ha sido bien advertido inmediatamente para que no haga uso de esta categoría que ya hemos declarado como no verdadera de
por sí; pero la [pretendida] agudeza del entendimiento vacío se complace muchísimo con la pura imaginación de posibilidades, y más si
son muchas.
§ 144
2) Lo real efectivo, empero, en su distinción respecto de la posibilidad en cuanto reflexióndentro-de-sí, es solamente lo concreto exterior, lo inmediato inesencial[336]. O también,
inmediatamente, por cuanto es en primer lugar (§ 142) la unidad simple, ella misma inmediata, de lo
interior y lo exterior, lo real efectivo en cuanto inesencial es lo exterior y por ello es igualmente lo
meramente interior (§ 140) o la abstracción de la reflexión-dentro-de-sí; queda por ello determinado
como un mero posible. Valorado de esta manera como una mera posibilidad, lo real efectivo es un
contingente y, por su lado, la posibilidad es la contingencia pura.
§ 145
Posibilidad y contingencia son los momentos de la realidad efectiva, interior y exterior, sentados
como meras formas que constituyen la exterioridad de lo real efectivo. Esos momentos tienen su
reflexión-hacia-sí en lo real efectivo determinado en-si-mismo, en el contenido en cuanto fundamento
suyo esencial de determinación. La finitud de lo contingente y posible consiste por ello más
concretamente en el ser distinto de la determinación formal respecto del contenido y, por ello, si algo
es contingente y posible, depende por tanto del contenido.
§ 146
Esa exterioridad de la realidad efectiva contiene más próximamente lo siguiente: que la
contingencia como realidad efectiva inmediata, siendo esencialmente lo consigo idéntico sólo como
ser puesto, pero también como superado, es una exterioridad que-está-existiendo [337]. Resulta así algo
supuesto cuya existencia inmediata es al mismo tiempo una posibilidad y posee la determinidad de ser
superada, de ser la posibilidad de otro: la condición.
§ 147
3) Esta exterioridad así desarrollada es un círculo de las determinaciones de la [mera] posibilidad
y de la realidad efectiva inmediata, la mediación de las cuales, una por la otra, [es] la posibilidad real
en general[338]. En cuanto círculo de esta clase, la exterioridad desarrollada es además la totalidad; es
así el contenido, la COSA[339] determinada en y para sí, y es también, con arreglo a la distinción de las
determinaciones en esta unidad, la totalidad concreta de la forma para sí, el inmediato trasponerse de
lo interior en lo exterior y de lo exterior en lo interior. Este automovimiento de la forma es
actividad, actuación de la COSA como [actuación] del fundamento real que se supera a sí mismo en
realidad efectiva, y es actuación de la realidad efectiva contingente o de las condiciones, es decir, de
la reflexión-hacia-sí de estas condiciones y de su superarse hacia otra realidad efectiva, la realidad
efectiva de la COSA. Cuando todas las condiciones se han hecho presentes, la COSA tiene que llegar a
ser efectivamente real y la COSA es ella misma una de las condiciones, puesto que en primer lugar y
en cuanto interior es algo meramente supuesto. La realidad efectiva desarrollada en cuanto
intercambio de lo interior y lo exterior que confluyen en uno, el intercambio de sus movimientos
contrapuestos unificados en un solo movimiento, es la necesidad.
La necesidad fue definida, desde luego correctamente, como unidad de la posibilidad y de la realidad efectiva. Pero expresada
únicamente así, esta determinación es superficial y por ello incomprensible [conceptualmente]. El concepto de necesidad es muy difícil y
lo es precisamente porque la necesidad es el concepto mismo, cuyos momentos empero se dan aún como realidades efectivas que al
mismo tiempo, sin embargo, se han de captar como meras formas, como algo roto en sí mismo y efímero. Por esta razón, en los dos
parágrafos que siguen, tenemos que ofrecer todavía de manera más detallada la exposición de los momentos que constituyen la
necesidad.
§ 148
Entre los tres momentos, a saber, el de la condición, el de la COSA y el de la actividad.
a) la condición es a) lo supuesto; en cuanto meramente puesta, la condición es tal solamente en
cuanto relativa a la COSA, pero en cuanto presupuesta es como una circunstancia contingente y
extrínseca que existe de suyo sin relación con la COSA; en esta contingencia, sin embargo, eso
presupuesto es al mismo tiempo, en relación con la COSA, un círculo completo de condiciones; fe) las
condiciones son pasivas, se utilizan como material para la COSA e ingresan así en el contenido de la
COSA; son también proporcionadas a este contenido y contienen ya en ellas su entera determinación.
b) La COSA es también α) algo supuesto; en cuanto puesta, es primero solamente algo interior y
posible, y en cuanto presupuesta, es un contenido autosuficiente de suyo; β) mediante la utilización de
las condiciones, la COSA recibe su existencia exterior, la realización de sus determinaciones de
contenido que se corresponden mutuamente con las condiciones, de tal modo que la COSA se muestra
como cosa a partir de ellas y de ellas procede.
c) La actividad es α) algo de suyo existente de manera autosuficiente (un ser humano, un carácter)
y que al mismo tiempo tiene su posibilidad solamente en las condiciones y en la cosa; β) la actividad
es el movimiento de transferir las condiciones a la cosa y la cosa a las condiciones en cuanto lado de
la EXISTENCIA; mayormente sin embargo [la actividad consiste] en poner la COSA a partir de las
condiciones en las que ella ya está presente en sí y en darle existencia mediante la superación de la
EXISTENCIA que tienen las condiciones.
En tanto estos tres momentos tienen la figura de EXISTENCIA autosuficiente, cada una ante las otras,
este proceso se da como necesidad extrínseca. —Esta necesidad tiene como COSA suya un contenido
limitado, porque la COSA es esta totalidad bajo una determinidad simple; y puesto que esa totalidad es
exterior a sí en su forma, lo es también por ello en sí misma y en su contenido, y esa exterioridad en
la COSA es límite de su contenido.
§ 149
La necesidad es en sí por consiguiente, la esencia una, idéntica consigo, pero llena de contenido
que de tal manera aparece dentro de sí que sus distinciones poseen la forma de realidades efectivas
autosuficientes, y eso idéntico es al mismo tiempo, en cuanto forma absoluta, la actividad de superar
[la inmediatez, convirtiéndola] en ser mediado y [superar] la mediación [convirtiéndola] en
inmediatez. —Lo que es necesario es por medio de otro que se ha partido en el fundamento mediador
(la COSA y la actividad) y en una realidad efectiva inmediata, un contingente que al mismo tiempo es
condición. Lo necesario, en cuanto es por otro, no es en y para sí, sino un mero puesto. Pero esta
mediación es también inmediatamente la superación de sí mismo; el fundamento y la condición
contingente se trasponen a la inmediatez, con lo cual aquel ser-puesto ha sido superado en realidad
efectiva y la COSA se ha juntado consigo misma. En este regreso a sí lo necesario es simplemente en
cuanto realidad efectiva incondicionada. —Lo necesario está así mediado por un círculo de
circunstancias; es así porque las circunstancias son así y en conjunto está [o resulta] así no-mediado:
es así porque es.
a. Relación de sustancialidad
§ 150
Lo necesario es en sí mismo relación absoluta, es decir, el proceso desarrollado en los §§
anteriores en el cual la relación se supera asimismo en identidad absoluta.
En su forma inmediata, [lo necesario] es la relación de la sustancialidad y la accidentalidad. La
identidad absoluta de esta relación consigo es la sustancia en cuanto tal que como necesidad es la
negación de esta forma de la interioridad, se pone a sí misma por ende como realidad efectiva, pero
es también la negatividad de esto exterior con arreglo a lo cual lo real efectivo en cuanto inmediato
es solamente algo accidental que a través de esta mera posibilidad suya pasa a otra realidad efectiva;
un pasar que es la identidad sustancial en cuanto actividad formal (§§ 148, 149).
§ 151
La sustancia es así la totalidad de los accidentes en los cuales se manifiesta la sustancia como
absoluta negatividad de los accidentes, eso es como poder absoluto y, a la vez, como la riqueza de
todo el contenido. Este contenido no es, sin embargo, nada más que esta misma manifestación suya,
por cuanto la determinidad misma, reflejada hacia sí hasta [hacerse] contenido, es solamente un
momento de la forma que en el poder de la sustancia pasa a otro momento [340]. La sustancialidad es la
actividad formal absoluta y el poder de la necesidad, y todo contenido únicamente es momento que
sólo pertenece a este proceso, la absoluta conversión mutua de forma en contenido, y viceversa, o
sea, de uno en otro.
§ 152
Con arreglo al momento según el cual la sustancia en cuanto fuerza absoluta es la fuerza que se
refiere a sí como a una mera posibilidad interna y se determina así a la accidentalidad y por eso se
distingue de esta exterioridad puesta de ese modo, la sustancia es relación propiamente dicha como
aquel modo en que es sustancia bajo la primera forma de la necesidad: relación de causalidad.
b. Relación de causalidad
§ 153
La sustancia es causa por cuanto está reflejada hacia sí contrariamente a su paso a la
accidentalidad y de este modo es la COSA originaria[341], pero supera también la reflexión-hacia-sí o
su mera posibilidad, se pone como lo negativo de sí misma y de este modo produce un efecto, una
realidad efectiva que de este modo es solamente realidad efectiva puesta, pero que al mismo tiempo
es necesaria por el proceso causal.
La causa, en tanto COSA originaria posee la determinación de la autosuficiencia absoluta y de un subsistir que se mantiene frente al
efecto, pero en la necesidad cuya identidad constituye aquella misma originariedad, sólo ha pasado al efecto. En la medida en que se
puede hablar nuevamente de contenido, en el efecto no hay ningún contenido que no esté en la causa; [pues] aquella identidad es el
contenido absoluto mismo; pero también esa identidad es igualmente la determinación formal y la originariedad de la causa se supera en
el efecto en el cual se convierte en un ser-puesto. Pero la causa no por ello ha desaparecido como si lo real efectivo fuera solamente el
efecto. Pues este ser-puesto ha sido también inmediatamente superado y es más bien la reflexión de la causa hacia sí misma, su
originariedad; sólo en el efecto la causa es real y efectiva y es causa. La causa es por tanto en y para sí causa sui. — Jacobi, aferrado a
la representación unilateral de la mediación, ha tomado como un formalismo la causa sui (el effectus sui es lo mismo), es decir, ha
tomado esta verdad absoluta de la causa como mero formalismo (Cartas sobre Spinoza, 2.ª edic. p. 416)[342]. Jacobi ha indicado
también que Dios no debiera ser determinado como fundamento, sino esencialmente como causa[343]; [pero] que de este modo no se gana
lo que él pretendía, habría resultado de una reflexión más radical sobre la naturaleza de la causa. Incluso en la causa finita y en su
representación está presente esta identidad con respecto al contenido; la lluvia (la causa) y la humedad (el efecto), son la misma agua
real. Con respecto a la forma, la causa (la lluvia) desaparece por tanto en el efecto (la humedad), pero entonces desaparece igualmente
la determinación del efecto el cual nada es sin la causa y lo único que queda es la humedad no-diferente[344].
La causa en el sentido corriente de la relación causal es finita en tanto lo es su contenido (como en la sustancia finita) y en tanto que
causa y efecto se representan como dos [entidades] existentes, distintas y autosuficientes; pero eso sólo lo son, si de ellas se abstrae la
relación causal. Y porque en la finitud, [cuando se contempla] la distinción de las determinaciones formales, uno se queda parado en su
referencia, la causa se determina, de manera intermitente, también como algo puesto o como efecto; éste tiene entonces a su vez otra
causa y, de este modo, aparece también aquí la progresión infinita de efecto a causa. De manera semejante aparece la progresión en
sentido descendente, cuando el efecto se determina también como causa con arreglo a su identidad con la causa, y al mismo tiempo [se
determina] como otro que a su vez tiene otros efectos y así sucesivamente hacia lo infinito.
§ 154
El efecto es diverso de la causa; el efecto es, en cuanto tal, ser-puesto. Pero el ser-puesto es
también reflexión-hacia-sí e inmediatez, y el efectuar de la causa, su poner, es al mismo tiempo
suponer en tanto se retiene firmemente la distinción del efecto respecto de la causa. Se presenta así de
este modo otra sustancia sobre la cual acaece el efecto. En cuanto inmediata, esta [sustancia] no es
negatividad que se relaciona consigo ni es activa, sino pasiva. Pero en cuanto sustancia ella es
también activa, supera la supuesta inmediatez y el efecto puesto en ella, reacciona, eso es, supera la
actuación de la primera sustancia, la cual empero también es esa superación de su inmediatez o del
efecto puesto en ella, supera por consiguiente la actuación de la otra y reacciona. La causalidad ha
pasado de esta manera a la relación del efecto recíproco.
En el efecto recíproco, aunque la causalidad no ha sido puesta todavía en su determinación verdadera, la progresión de causas y
efectos hacia lo infinito está verdaderamente superada en tanto progresión, por cuanto el salir rectilíneo desde las causas a los efectos y
de los efectos a las causas está en sí mismo curvado y doblado hacia atrás. Esta curvatura de la progresión infinita hasta hacerse
relación cerrada sobre sí misma es aquí, como en todas partes, la simple reflexión de que en aquella repetición carente de pensamiento
sólo hay [siempre] lo mismo, a saber, una y otra causa y su referencia mutua. El desarrollo de esta referencia, o sea, el efectuar
recíproco, es sin embargo en sí mismo el intercambio del distinguir, pero no entre causas, sino entre momentos en cada uno de los
cuales está también igualmente puesto el otro momento, [y esto es así] en virtud una vez más de aquella identidad (que la causa es
causa en el efecto y viceversa), o sea, en virtud de esta inseparabilidad.
c. El efecto recíproco
§ 155
Las determinaciones firmemente retenidas como distintas en el efecto recíproco son α) en sí lo
mismo; un lado es tan causa como el otro, tan originario, tan activo y tan pasivo como el otro.
Igualmente es lo mismo suponer a otro y actuar sobre él, la originariedad inmediata y el ser puesto
mediante el intercambio. Por razón de su inmediatez, la causa que se asume como primera es pasiva,
ser puesto y efecto. La distinción entre las causas que se designan como dos es por ello una distinción
vacía; en sí sólo hay una causa que igualmente se está superando como sustancia en su efecto, como
está presente en este efectuar haciéndose autosuficiente.
§ 156
β) Pero esta unidad también es para sí por cuanto este entero intercambio es el poner propio de la
causa y solamente este poner suyo es su ser. La nulidad de la distinción no se da solamente en sí o en
nuestra reflexión (S precedente), sino que el efecto recíproco es precisamente esto: superar siempre
cada una de las determinaciones que se acaba de poner e invertirla en su contrapuesta; poner, por
tanto, aquella nulidad de los momentos que se da en sí. En la originariedad se pone un efecto, o sea, la
originariedad se supera; la acción de una causa se convierte en reacción, etc.
§ 157
γ) Este puro intercambio consigo es así la necesidad desvelada o puesta. El vínculo de la
necesidad en cuanto tal es la identidad como interior aún y latente, porque es la identidad de unos
tales que valiendo como real-efectivos, su autosuficiencia sin embargo ha de ser precisamente la
necesidad. El transcurso de la sustancia a través de la causalidad y el efecto recíproco es por ende
solamente sentar que la autosuficiencia es la infinita referencia negativa a sí; [referencia]
simplemente negativa en la que distinguir y mediar se convierten en una originariedad respectiva de
realidades efectivas autosuficientes; infinita referencia a sí por cuanto la autosuficiencia de estas
realidades sólo es en tanto identidad de ellas.
§ 158
Esta verdad de la necesidad es así la libertad, y la verdad de la sustancia es el concepto: [es] la
autosuficiencia que es el repelerse a sí misma hacia distintos autosuficientes, en tanto este repelerse es
idéntico consigo y este movimiento de intercambio que permanece cabe sí[345] solamente es
[intercambio] consigo.
§ 159
El concepto es, por consiguiente, la verdad del ser y de la esencia por cuanto el aparecer de la
reflexión dentro de sí misma es al mismo tiempo inmediatez autosuficiente y este ser de la realidad
efectiva diversificada solamente es inmediatamente un aparecer dentro de sí mismo.
Habiéndose mostrado el concepto como la verdad del ser y la esencia que han regresado a él como al fundamento de los dos,
resulta que el concepto se ha desarrollado al revés desde el ser como desde su fundamento. El primer aspecto del proceso hacia
adelante se puede considerar como un profundizar del ser en sí mismo cuyo interior ha sido desvelado por este avance; este aspecto
puede considerarse como producción de lo perfecto desde lo imperfecto. En tanto ese desarrollo sólo se ha contemplado por este lado,
desde él se le ha hecho un reproche a la filosofía’. El contenido más determinado que aquí tienen esos pensamientos superficiales de
perfecto e imperfecto es la distinción que separa al ser, en cuanto unidad inmediata consigo, respecto del concepto en cuanto libre
mediación consigo. Y habiéndose mostrado el ser como un momento del concepto, éste se ha[346] demostrado así como la verdad del
ser; en cuanto reflexión-hacia-sí de él mismo y en cuanto superación de la mediación, el concepto es presuponer lo inmediato; un
suponer que es idéntico al regreso-hacia-sí y a la identidad que constituye la libertad y el concepto. Por consiguiente, cuando el
momento se designa como lo imperfecto, el concepto es entonces lo perfecto y en eso consistiría desde luego desarrollarse desde lo
imperfecto, puesto que el concepto es esencialmente ese superar su propia suposición. Pero al mismo tiempo es el concepto solo el que
poniéndose a sí hace la suposición tal como ha resultado de la causalidad en general y más precisamente del efecto recíproco [347].
De este modo, en relación con el ser y la esencia, el concepto está determinado a ser la esencia regresada al ser en cuanto
inmediatez simple, y el aparecer de la esencia tiene por ello realidad efectiva y la realidad efectiva de la esencia es al mismo tiempo
aparecer [o reflejo] libre en sí mismo. El concepto tiene de esta manera al ser como simple referencia suya a sí mismo o como
inmediatez de su unidad dentro de sí mismo; ser es una determinación tan pobre que es lo mínimo que se puede indicar en el concepto.
El paso desde la necesidad a la libertad o desde lo real efectivo al concepto es el más duro, porque la realidad efectiva
autosuficiente ha de ser pensada teniendo su sustancialidad únicamente en el paso a la otra realidad efectiva autosuficiente y en la
identidad con ella; por eso también el concepto es lo más duro, porque él mismo es igualmente esta identidad. La sustancia real y
efectiva en cuanto tal, la causa que en su ser-para-sí no quiere permitir que nada le penetre, está ya sometida a la necesidad o al destino
de pasar al ser-puesto y ese sometimiento es más bien lo que es más duro. Por el contrario, pensar la necesidad es más bien la
disolución de aquella dureza, puesto que es la coincidencia de sí consigo mismo en el otro; es la liberación que no es fuga a la
abstracción, sino tener el ser y el poner no como [estando] en otro, sino tenerlos como propios en aquel otro efectivamente real, con el
cual lo real efectivo está atado por la fuerza de la necesidad. En cuanto EXISTENTE para sí esta liberación se llama yo, o sea, como
espíritu libre que se ha desarrollado hasta su propia totalidad; como sentimiento se llama amor, como goce felicidad. La grandiosa
intuición de la sustancia spinozista es la liberación sólo en sí del ser-para-sí finito; pero el concepto mismo es para sí el poder de la
necesidad y la libertad efectivamente real.
TERCERA SECCIÓN DE LA LÓGICA
LA DOCTRINA DEL CONCEPTO
§ 160
El concepto es lo libre, en tanto poder sustancial que-está-siendo para él mismo, y es totalidad en
la que[348] cada uno de los momentos es el todo que el concepto es y [cada momento] está puesto
como inseparada unidad con él; de este modo el concepto es, en su identidad consigo, lo determinado
en y para sí.
§ 161[349]
El transcurso del concepto ya no es pasar a otro ni aparecer en otro, sino desarrollo [o
despliegue], por cuanto, habiéndose sentado lo distinto de manera inmediata y a la vez como lo
idéntico [cada] uno con [el] otro y con el todo, la determinidad es como un ser libre del concepto
entero.
§ 162
La doctrina del concepto se divide en doctrina 1) del concepto subjetivo o formal, 2) del concepto
en cuanto determinado [o destinado] a la inmediatez, o doctrina de la objetividad, y 3) en doctrina de
la idea, del sujeto-objeto, de la unidad de concepto y objetividad, [o sea, doctrina] de la verdad
absoluta.
La lógica usual[350] sólo comprende dentro de sí las materias que aquí se proponen como una parte [la primera] de la tercera
sección de la lógica entera, además de las llamadas leyes del pensamiento que hemos estudiado más arriba[351]; en la lógica aplicada se
añade también algo acerca del conocimiento, con lo cual viene a juntarse [a lo lógico] un material psicológico, metafísico e incluso
empírico; [se hace así] porque aquellas formas del pensamiento [en que consiste la lógica usual] ya no resultaban satisfactorias por ser
de suyo finitas, pero con tales adiciones esta ciencia ha perdido su sólida orientación. —Aquellas formas que por lo menos pertenecen
ciertamente al campo propio de la lógica, se toman únicamente, por lo demás, como determinaciones del pensamiento consciente y
precisamente de éste en tanto pensamiento propio del entendimiento y no en tanto pensamiento racional [352].
Las determinaciones lógicas estudiadas hasta aquí, o sea, las determinaciones del ser y de la esencia, no son desde luego meras
determinaciones del pensamiento; en su mismo pasar [de unas a otras], es decir, en el momento dialéctico, y en su regreso a sí y a la
totalidad, se muestran ya como conceptos. Pero son solamente conceptos determinados (cfr. §§ 84 y 112), conceptos en sí o, lo que es
lo mismo, conceptos para nosotros, por cuanto lo otro [o segundo] a lo que pasa cada determinación o [aquello] en lo que aparece (y
la hace relativa) no se encuentra determinado como particular, ni lo tercero [a que pasa cada determinación] se determina [aún] como
singular o sujeto, es decir, que no está puesta la identidad de la determinación con su opuesto, o su libertad, porque la primera
determinación no es universalidad. —Lo que se suele entender como conceptos son determinaciones del entendimiento y a veces
meras representaciones universales; son por eso en general determinaciones finitas (cfr. § 62).
Hasta tal punto la lógica del concepto se entiende corrientemente como ciencia meramente formal, que a ella se le atribuye la forma
en cuanto tal del concepto, del juicio y del silogismo, pero de ninguna manera le corresponde [a ella decir] si algo es verdadero, porque
eso se hace depender única y exclusivamente del contenido [353]. Si las formas lógicas del concepto fueran realmente recipientes
muertos, pasivos e indiferentes de representaciones y pensamientos, su conocimiento sería un relato redundante y, para la verdad,
superfluo. Pero en realidad, en cuanto formas del concepto, estas formas son por el contrario el espíritu vivo de lo efectivamente real, y
de lo efectivamente real sólo es verdadero aquello que lo es en virtud de estas formas, por ellas y en ellas. La verdad de estas formas
por sí mismas nunca ha sido estudiada ni investigada, como tampoco lo ha sido su conexión necesaria.
A
EL CONCEPTO SUBJETIVO
a. El concepto en cuanto tal
§ 163
El concepto en cuanto tal contiene los momentos de la universalidad, en tanto igualdad libre
consigo mismo en su determinidad; de la particularidad, de la determinidad en la cual lo universal
permanece sin enturbiarse[354], igual a sí mismo; y de la singularidad en cuanto momento de la
reflexión hacia sí de las determinidades de la universalidad y particularidad, unidad negativa consigo
que es lo determinado en y para sí y es, a la vez, lo idéntico consigo o universal.
Lo singular es lo mismo que lo efectivamente real, sólo que lo singular, habiendo surgido del concepto, ha sido puesto como
universal, como unidad negativa consigo. Lo efectivamente real, porque en primer término, en sí o inmediatamente, sólo es la unidad de
la esencia y la EXISTENCIA, puede efectuar lo real, mientras que la singularidad del concepto es lo efectivo simplemente y por cierto
no ya como lo es la causa, con la aparencia de efectuar un otro, sino efectuándose a sí mismo. Sin embargo, la singularidad no hay que
tomarla en el sentido de mera singularidad inmediata, sentido con el que hablamos [corrientemente] de cosas o de seres humanos
singulares; la determinidad de la singularidad que aquí se estudia se presenta en primer lugar en el juicio [355]. Cada momento del
concepto es todo el concepto (§ 160), pero la singularidad, el sujeto, es el concepto asentado como totalidad.
§ 164
El concepto es lo simplemente concreto, porque la unidad negativa consigo, en cuanto estardeterminado-en-y-para-sí que es la singularidad, constituye ella misma su referencia a sí, o sea, la
universalidad. Los momentos del concepto, por consiguiente, no pueden ser separados; las
determinaciones de la reflexión deben ser aprehendidas y valer cada una de por sí, separadas de las
opuestas, pero en el concepto, estando asentada la identidad de sus momentos, cada uno de ellos sólo
puede ser inmediatamente aprehendido desde los otros y juntamente con ellos.
Universalidad, particularidad y singularidad tomadas en abstracto son lo mismo que identidad, distinción y fundamento [356]. Sin
embargo, lo universal es lo idéntico consigo con la significación expresa de que en él, al mismo tiempo, están contenidos lo particular y
lo singular. Lo particular es, por su parte, lo distinto o la determinidad, pero [ahora] con la significación de ser universal en sí mismo en
cuanto singular. Igualmente, lo singular tiene [ahora] el significado de ser sujeto o base [de sustentación] que contiene el género y la
especie dentro de sí y de ser él mismo sustancial. En esto consiste la asentada inseparabilidad de los momentos en su distinción (§ 160),
la claridad del concepto, en el cual cada distinción no acarrea un corte o un enturbiamiento, sino que es así precisamente el modo cómo
lo distinto es transparente[357].
Nada se oye tan frecuentemente como que el concepto es algo abstracto. Esto es en parte acertado, por cuanto el elemento del
concepto es en general el pensamiento y no lo sensible empíricamente concreto, y es también acertado, por otra parte, por cuanto el
concepto no es aún la idea. Consiguientemente, el concepto subjetivo es todavía formal, pero de ninguna manera lo es como si pudiera
contener algún otro contenido que no fuera él mismo. En cuanto es la forma absoluta, él es [ya] toda determinidad pero tal como éstas
son en su verdad. Por tanto, aunque el concepto sea desde luego abstracto, es también lo concreto y precisamente lo simplemente
concreto, el sujeto en cuanto tal. Lo absolutamente concreto es el espíritu (cfr. § 159 N), o sea, que el concepto está-existiendo [358], en
la medida en que él, como concepto, está distinguiéndose de su objetividad, la cual sin embargo, prescindiendo de esta distinción, sigue
siendo suya. Cualquier otro concreto, tan rico como se quiera, no es tan íntimamente idéntico consigo y, por lo mismo, no es tan concreto
en sí mismo; y eso que comúnmente se entiende por concreto lo es menos que nada [porque es simplemente] una pluralidad que se
mantiene extrínsecamente unida. —Lo que también se llama conceptos, y precisamente conceptos determinados, por ejemplo ser humano,
casa, animal, etc., son determinaciones simples y representaciones abstractas, abstracciones que sólo toman del concepto el momento de
la universalidad y dejan de lado la particularidad y la singularidad, de tal modo que éstas no se encuentran desplegadas en aquellas
abstracciones y por eso precisamente abstraen del concepto.
§ 165
El momento de la singularidad sienta primeramente los momentos del concepto como distintos,
porque ella es la reflexión negativa del concepto hacia-sí y por consiguiente en primer término, la
distinción libre [o suelta] en cuanto primera negación es la manera cómo se sienta la determinidad del
concepto, pero como particularidad; es decir, que los distintos tienen primero la determinidad de los
momentos conceptuales sólo mutuamente enfrentada, pero después también está puesta su identidad,
o sea, que uno es el otro; esta particularidad del concepto puesta es el juicio.
La clasificación corriente de los conceptos en claros, distintos y adecuados no pertenece al concepto, sino a la psicología, por
cuanto bajo concepto claro y distinto se entiende lo que es representación [359], unas veces una representación abstracta simplemente
determinada, otras veces una representación también de esta clase, pero de la que se destaca una nota distintiva, es decir, una
determinidad cualquiera que sirve como señal para el conocimiento subjetivo. Y nada hay que sea una nota tan distintiva del
extrinsecismo y desorientación de la lógica como esta bienamada categoría de «nota distintiva» [360]. El concepto adecuado se refiere
más al concepto e incluso a la idea, pero no expresa nada más aún que lo formal de la correspondencia de un concepto, o también de
una representación, con su objeto, esto es, con una cosa exterior [a él]. Los llamados conceptos subordinados y coordinados se basan
en la distinción aconceptual entre universal y particular y en su relación de parentesco en el seno de una reflexión extrínseca. Además,
una enumeración que clasifica los conceptos en contrarios y contradictorios, en afirmativos o negativos, etc., no es más que una
agrupación contingente de determinidades del pensamiento que pertenecen de suyo a la esfera del ser o de la esencia, donde ya las
hemos estudiado, y que nada tienen que ver con la determinidad del concepto en cuanto tal [361]. Las verdaderas distinciones del
concepto, a saber, universal, particular y singular, constituyen clases sólo en la medida en que se mantienen separadas unas de otras por
una reflexión extrínseca. La distinción inmanente y el inmanente determinar del concepto están presentes en el juicio, ya que juzgar es el
determinar del concepto.
b. El juicio
§ 166
El juicio es el concepto en su particularidad, como referencia que distingue los momentos del
concepto, los cuales están puestos como siendo [cada uno] de por sí y al mismo tiempo como
idénticos [cada uno] consigo, no como idénticos los unos con los otros.
A propósito del juicio se suele pensar en primer lugar en la autosuficiencia de los extremos, o sea, del sujeto y del predicado; se
piensa que aquél es una cosa o una determinación de por sí, y que el predicado es una determinación universal fuera de aquel sujeto, más
o menos en mi cabeza. Esta determinación se junta luego por mí a aquel sujeto y de este modo se juzga. Sin embargo, siendo así que la
cópula «es» enuncia el predicado del sujeto, se supera también aquella subsunción extrínseca y subjetiva y el juicio se toma [entonces]
como una determinación del objeto mismo. La significación etimológica del juicio en nuestra lengua [alemana] es más profunda[362] y
expresa la unidad del concepto como lo primario, mientras la distinción del concepto [viene expresada] como la partición originaria,
cosa que constituye verdaderamente el juicio.
El juicio abstracto es la proposición «lo singular es lo universal». Éstas son las determinaciones que el sujeto y el predicado tienen
primeramente, uno frente a otro, cuando los momentos del concepto se toman en su determinidad inmediata o primera abstracción. (Las
proposiciones: «Lo particular es lo universal» y «Lo singular es lo particular» corresponden a la determinación ulterior del juicio.) Hay
que atribuir a una llamativa falta de atención que en las lógicas [usuales] no se encuentre mención alguna del hecho de que en todo juicio
se expresa aquella proposición, a saber, que «lo singular es lo universal» o, de manera más determinada, que «el sujeto es el predicado»
(por ejemplo, «Dios es el espíritu absoluto»). Desde luego, las determinaciones «singularidad» y «universalidad», «sujeto» y
«predicado» son también distintas, pero eso no obsta al hecho enteramente universal de que todo juicio las enuncia como idénticas.
La cópula «es» procede de la naturaleza del concepto, es decir, de que el concepto es idéntico consigo en su salida fuera de sí [en su
exteriorización o enajenación]; lo singular y lo universal son determinidades tales, en cuanto momentos del concepto, que no pueden
aislarse. Las anteriores determinaciones de la reflexión guardan también en su relación una referencia mutua, pero su conexión es
solamente un tener y no el ser, es decir, la identidad sentada en cuanto tal o la universalidad. Por esta razón el juicio es por primera
vez la verdadera particularidad del concepto, puesto que el juicio es la determinidad o distinción del concepto que sigue siendo, sin
embargo, universalidad.
§ 167
El juicio se toma comúnmente en sentido subjetivo como una operación y forma que meramente
ocurre en el pensamiento autoconsciente. Pero en lo lógico no se presenta todavía esta distinción y el
juicio hay que tomarlo de manera enteramente universal [porque] todas las cosas son un juicio, es
decir, [todas las cosas] son singulares que en sí mismas son una universalidad o naturaleza interior; o
[también las cosas] son un universal que está singularizado; universalidad y singularidad se
distinguen en las cosas, pero son al mismo tiempo idénticas.
A aquel pretendido sentido, puramente subjetivo, del juicio, [que lo ve] como si yo adjuntara un predicado a un sujeto [363], le
contradice la expresión más bien objetiva del juicio: «la rosa es roja», «el oro es un metal», etc.; [por tanto] no soy yo en primer término
quien se lo atribuye. Los juicios son distintos de las proposiciones; estas últimas contienen una determinación de los sujetos que no está
en la relación que la universalidad guarda con aquellos sujetos; [la proposición, en efecto,] expresa un estado, una acción particular o
cosas parecidas: «César murió en Roma en tal fecha», «guerreó diez años en la Galia», «atravesó el Rubicón»; todo eso son
proposiciones, no juicios. Por lo demás resulta algo enteramente hueco decir que proposiciones del tipo «esta noche he dormido bien» o
«¡presenten armas!» pueden ser llevadas a la forma de juicios. Una proposición como «pasa un coche» sería un juicio precisamente
subjetivo, cuando fuera dudoso que ese móvil que pasa por ahí delante sea un coche, o si lo que se mueve es el objeto o quizás el lugar
desde el cual lo observamos, etc.; en este caso, por tanto, el interés reside en hallar la determinación [correcta] para mi representación
todavía no convenientemente determinada.
§ 168
El punto de vista del juicio es la finitud, y la finitud de las cosas consiste precisamente en este
mismo punto de vista, a saber, que las cosas son un juicio o que su existencia y su naturaleza
universal (su cuerpo y su alma) están unidos, y que si no fuera así, las cosas serían nada; pero en
cualquier caso [desde este punto de vista] estos momentos son desde luego distintos, como son
también generalmente separables.
§ 169
En el juicio abstracto «lo singular es lo universal», lo inmediatamente concreto es el sujeto en
cuanto éste es lo que se refiere a sí negativamente, mientras el predicado es por el contrario lo
abstracto e indeterminado, lo universal. Pero puesto que mediante el «es» sujeto y predicado penden
uno de otro, resulta que el predicado tiene también que contener en su universalidad la determinidad
del sujeto, ésta es así la particularidad, y ésta a su vez, la sentada identidad de sujeto y predicado; en
cuanto la particularidad es lo indiferente ante esta distinción formal, ella es el contenido.
El sujeto consigue en el predicado su determinidad expresa y contenido; por eso el sujeto es de suyo una mera representación o un
nombre vacío. En los juicios «Dios es lo máximamente real» o «lo absoluto es idéntico consigo», etc., Dios y lo absoluto son un puro
nombre; lo que es el sujeto sólo está dicho en el predicado. Y lo que este sujeto sería por otra parte, en cuanto concreto, no concierne a
este juicio (cfr. § 31).
§ 170
Por lo que se refiere a la determinidad más próxima de sujeto y predicado, el primero es, en
cuanto referencia negativa a sí mismo, lo sólido que subyace y en lo cual el predicado tiene su
subsistencia y es ideal («inhiere» [se dice] en el sujeto); y siendo el sujeto en general e
inmediatamente concreto, el contenido determinado del predicado es únicamente una de las muchas
determinidades del sujeto y éste es más rico y extenso que el predicado.
Inversamente, el predicado es, en cuanto universal, subsistente de por sí e indiferente a que este
sujeto sea o no; va más allá del sujeto, lo subsume bajo sí y es por su parte más extenso que el sujeto.
El contenido determinado del predicado (cfr. § anterior) es lo único que constituye la identidad de
ambos.
§ 171
En primer lugar, sujeto, predicado y contenido determinado o identidad se encuentran sentados en
el juicio, en su misma referencia, como distintos y como cayendo uno fuera del otro. Pero en sí, es
decir, con arreglo al concepto, son idénticos, por cuanto la totalidad concreta del sujeto es
[precisamente] esto y no una cierta pluralidad indeterminada, sino que es sólo singularidad, es decir,
lo particular y lo universal en identidad y esta unidad es precisamente el predicado (§ 170). —En la
cópula, además, la identidad del sujeto y el predicado está ciertamente sentada, pero al principio lo
está solamente como un abstracto «es». De acuerdo con esta identidad hay que sentar también al
sujeto bajo la determinación del predicado, con lo cual éste recibe asimismo la determinación del
sujeto, y la cópula se llena [o implementa]. Es esto lo que constituye la determinación ulterior del
juicio en silogismo, en virtud de la cópula llena de contenido. De entrada, su determinación ulterior
reside en el mismo juicio, a saber, en la determinación de la primera universalidad sensible y
abstracta como totalidad, género y especie y como universalidad desarrollada del concepto.
Sólo el conocimiento de la determinación ulterior del juicio [determinado como silogismo]
otorga conexión y sentido a aquello que se suele tratar como clases de juicios[364]. Además de que la
enumeración usual aparece como enteramente contingente, cuando ofrece la diferencia [entre las
clases de juicios], esa enumeración resulta superficial e incluso estéril y primitiva. Por qué los
juicios afirmativos, categóricos o asertóricos, son distintos se deja por una parte colgado del aire y
por la otra queda indeterminado. Los juicios diferenciados deben considerarse siguiéndose
necesariamente unos de otros y como una determinación ulterior del concepto, puesto que ya el
juicio mismo no es otra cosa que el concepto determinado.
En relación con las dos esferas ya tratadas del ser y de la esencia, los conceptos determinados
como juicios son reproducciones de aquellas esferas, pero [ahora] puestas bajo la referencia simple
del concepto.
α) Juicio cualitativo
§ 172[365]
El juicio inmediato es el juicio de la existencia; [en él] el sujeto está puesto bajo una
universalidad, o sea, bajo su predicado, el cual es una cualidad inmediata (y por ello sensible). 1)
Juicio positivo [o afirmativo]: lo singular es un particular. Pero [también] lo singular no es un
particular; más exactamente, esa cualidad singular no se corresponde con la naturaleza concreta del
sujeto; [resulta así el]: 2) Juicio negativo.
Uno de los prejuicios más arraigados en relación con la lógica consiste en creer que juicios cualitativos tales como «la rosa es roja»
o «no es roja» pueden contener verdad. Correctos lo pueden ser, a saber, dentro del círculo limitado de la percepción o de la
representación y del pensamiento finitos; eso depende del contenido que es asimismo finito y de suyo no verdadero. Pero la verdad
descansa únicamente en la forma, es decir, en el concepto que ha sido sentado y en la realidad que le corresponde; y tal verdad no está
presente en el juicio cualitativo.
§ 173
En esta negación, en cuanto primera, se mantiene todavía la referencia del sujeto al predicado en
virtud de la cual, el sujeto es relativamente universal y del cual sólo se ha negado su determinidad
(«la rosa no es roja» implica aún [en efecto] que posee color y, en primer término, otro color que a
su vez daría lugar a un juicio positivo). Lo singular, sin embargo, tampoco no es un universal. Y así
resulta que el juicio 3) se divide en sí mismo aa) en la vacía referencia idéntica («lo singular es lo
singular»): juicio idéntico [o tautológico], y bb) en sí mismo como entera inadecuación presente
entre sujeto y predicado: el juicio así llamado infinito [o indefinido][366].
Ejemplos del último son: «el espíritu no es un elefante», «un león no es una mesa», etc. Proposiciones que son correctas pero
estúpidas, exactamente igual que las proposiciones idénticas «un león es un león» o «el espíritu es espíritu». Tales proposiciones son
precisamente la verdad del juicio inmediato llamado juicio cualitativo, es decir, que generalmente no son juicios y sólo se pueden
presentar en un pensamiento subjetivo capaz de asirse firmemente a una abstracción carente de verdad. —Objetivamente consideradas
tales proposiciones expresan la naturaleza del ente o de las cosas sensibles, a saber, que son un partirse en una identidad vacía y una
referencia llena, la cual sin embargo es el ser-otro cualitativo de todo lo referido, eso es, la entera inadecuación [al sujeto] de esa
referencia.
β) El juicio de la reflexión
§ 174
El singular, en tanto singular (reflejado hacia sí) sentado en el juicio, tiene un predicado ante el
cual el sujeto en tanto se refiere a sí, sigue siendo al mismo tiempo un otro. —En la EXISTENCIA el
sujeto ya no es inmediatamente cualitativo, sino que está bajo la relación y en conexión con otro, con
un mundo exterior. La universalidad ha recibido así el significado de esta relatividad (por ejemplo,
útil, peligroso; gravedad, ácido; y más adelante, impulso, etc.).
§ 175
1) El sujeto, lo singular en tanto singular (en el juicio singular) es un universal. 2) Bajo esta
referencia, el singular ha sido elevado por encima de su singularidad. Esta extensión es extrínseca, es
reflexión subjetiva y es primeramente la particularidad indeterminada (en el juicio particular que de
manera inmediata tanto es positivo como negativo; así lo singular está partido: en parte se refiere a sí
mismo y en parte a otro). 3) Algunos son lo universal; así la particularidad se ha extendido a
universalidad o, lo que es lo mismo, esta universalidad determinada por la singularidad del sujeto es
la totalidad (lo común o general, o sea, la universalidad corriente, propia de la reflexión).
§ 176
En virtud de que el sujeto ha sido igualmente determinado como universal, su identidad con el
predicado, así como por ello la propia determinación del juicio mismo ha sido puesta como
indiferente. Esta unidad del contenido, en tanto universalidad idéntica con la reflexión negativa del
sujeto hacia sí, convierte la referencia del juicio en necesaria.
γ) Juicio de la necesidad
§ 177
El juicio de la necesidad como juicio de la identidad del contenido dentro de su distinción 1)
contiene por una parte en el predicado la sustancia o naturaleza del sujeto, lo universal concreto, el
género; y por otra parte contiene la determinidad esencial exclusiva, o sea, la especie, por cuanto
aquel universal [concreto] contiene también dentro de sí la determinidad en cuanto negativa: juicio
categórico.
2) Con arreglo a su sustancialidad, ambos lados reciben la figura de una realidad efectiva
autosuficiente cuya identidad es meramente interna y, por consiguiente, la efectiva realidad de uno no
es al mismo tiempo la suya, sino el ser del otro: juicio hipotético.
3) Habiéndose sentado al mismo tiempo en esta exteriorización [o extrinsecación] del concepto la
identidad interna, lo universal resulta ser el género que en su singularidad exclusiva es idéntico
consigo; el juicio que tiene a este universal como sus dos lados, una vez como tal y la segunda como
círculo de la particularización suya excluyente de sí (es decir, cuyo «o esto o aquello» [aut - aut] es
igualmente el género en cuanto «tanto esto como aquello» [et - et], es A juicio disyuntivo). La
universalidad, primeramente como género y después también como círculo completo de sus especies,
queda así sentada y determinada como globalidad.
δ) El juicio del concepto
§ 178
El juicio del concepto tiene por contenido el concepto, la totalidad en forma simple, o sea, lo
universal con su determinidad completa. El sujeto es 1) primeramente un singular que tiene por
predicado la reflexión de la existencia particular sobre su universal, o sea, la concordancia o no
concordancia de estas dos determinaciones; bueno, verdadero, correcto, etc.: juicio asertórico.
Solamente a los juicios de esta clase, a saber, los juicios que dicen si un objeto, acción, etc., son buenos, verdaderos, hermosos, etc.,
se les llama juicios en la vida corriente. De nadie se dice que tiene juicio porque sabe hacer juicios positivos o negativos tales como «esta
rosa es roja», «este cuadro es rojo, o verde, o está polvoriento», etc.
Mediante el principio del saber y creer inmediatos, juzgar asertóricamente se ha convertido, incluso en filosofía, en la única forma
esencial de la doctrina, siendo así que en sociedad, cuando este modo de juzgar se arroga la pretensión de validez se le tiene más bien
por impertinencia. En las obras filosóficas que establecen aquel principio se pueden leer centenares y centenares de aseveraciones sobre
la razón, el saber, el pensar, etc., que dando por supuesto que la autoridad extrínseca ya no vale mucho, intentan hacerse creer por la
infinita repetición de lo mismo.
§ 179
El juicio asertórico no contiene en su sujeto, que es primeramente inmediato, la referencia a lo
particular y universal que se expresa en el predicado. Este juicio es tan sólo por consiguiente una
particularidad subjetiva y frente a ella se sostiene la aseveración opuesta con igual razón, o mejor
dicho, con igual sinrazón. Por ello es igualmente 2) tan sólo un juicio problemático. Pero 3) habiendo
puesto la particularidad objetiva en el sujeto, o sea, su particularidad como cualidad de su existencia,
el sujeto expresa ahora la referencia de la particularidad a su determinación, eso es, a su género, y
expresa, por tanto (§ anterior), lo mismo que constituye todo el contenido del predicado. (Ésta —la
singularidad inmediata— casa —género— de tal y tal modo cualificada —particularidad— es buena
o mala): juicio apodíctico. —Todas las cosas son un género (su determinación y fin) en una realidad
efectiva singular con una cualidad particular, y su finitud consiste en que lo particular de estas cosas
puede ser adecuado o no a lo universal.
§ 180
De este modo, sujeto y predicado, cada uno de por sí, son el juicio entero. En cuanto fundamento
mediador entre la singularidad de lo real efectivo y su universalidad, la cualidad inmediata del sujeto
se muestra como razón del juicio. Lo que efectivamente ha sido puesto es la unidad de sujeto y
predicado en tanto ella es el concepto mismo. El concepto es la implementación del vacío «es» de la
cópula y, siendo al mismo tiempo sus propios momentos, en cuanto sujeto y predicado, el concepto
es la unidad de ellos sentada como referencia que los media: el silogismo.
c. El silogismo
§ 181
El silogismo es la unidad del concepto y del juicio; es el concepto como la identidad simple a la
que han regresado las distinciones formales del juicio; y es juicio en la medida en que el concepto
está puesto igualmente en [la] realidad, es decir, con la distinción de sus determinaciones
[367] El silogismo es lo racional y todo lo racional.
El silogismo se trata corrientemente como la forma de lo racional[368], desde luego, pero como una forma subjetiva y sin que entre
esa forma y un contenido racional cualquiera (por ejemplo, un principio racional, una acción racional, una idea, etc.) se muestre ninguna
clase de conexión. Cierto que de la razón se habla mucho y con frecuencia; a ella se apela sin ninguna indicación acerca de lo que es su
determinidad, es decir, de lo que ella es, y mucho menos se piensa en silogizar cuando se habla de razón. En efecto, el silogizar formal
es lo racional de una manera tan privada de razón, que nada tiene que ver con un haber racional. Pero porque un rico contenido sólo
puede ser racional en virtud de aquella determinidad por la cual el pensar es razón, resulta que ese haber sólo puede ser racional por
medio de aquella forma que es el silogismo. Ahora bien, éste no es otra cosa que el concepto real asentado (primero de modo formal),
tal como el texto del parágrafo lo expresa. El silogismo es por ello el fundamento esencial de todo lo verdadero; y la definición de lo
absoluto es desde ahora que es el silogismo, o si se enuncia esta determinación en forma de principio, «todo es un silogismo». Todo es
concepto, y el existir de éste es la distinción de sus propios momentos, de tal manera que su naturaleza universal se confiere realidad
exterior mediante la particularidad y, de este modo y como reflexión negativa hacia sí, se hace singular, o también viceversa, lo real
efectivo es un singular que mediante la particularidad se eleva a la universalidad y se hace idéntico consigo mismo. —Lo real efectivo
es [algo] uno, pero es también el despliegue de los momentos del concepto, y el silogismo es el curso circular de la mediación de sus
momentos por el cual lo efectivo se pone como uno.
§ 182
El silogismo inmediato es aquel en que las determinaciones del concepto, en cuanto abstractas,
están meramente una ante otra bajo una relación extrínseca, y eso de tal modo que los dos extremos
son la singularidad y la universalidad, mientras el concepto, en cuanto término medio que los
concluye, solamente es la particularidad abstracta. Así resulta que los dos extremos quedan puestos
como subsistentes de suyo, indiferentes uno ante otro y también ante su término medio. Este
silogismo es así lo racional en tanto privado de concepto, o sea, el silogismo formal del
entendimiento. En él, el sujeto está concluido [369] con otra determinidad; o, lo que es lo mismo, lo
universal subsume un sujeto que le es extrínseco en virtud de esta mediación. El silogismo de la
razón, por el contrario, consiste en que el sujeto, por la mediación, se concluye consigo mismo[370].
Es así cómo el sujeto es sujeto por primera vez o, lo que es lo mismo, el sujeto sólo de esta manera
es en sí mismo silogismo racional.
En el tratado que sigue, el silogismo del entendimiento se explícita con arreglo a su significación usual y corriente, a saber, según su
forma subjetiva; un significado que se le otorga de acuerdo con la creencia de que somos nosotros quienes hacemos esos silogismos. En
efecto, éste es un [modo de] concluir meramente subjetivo; pero tiene también el significado objetivo de que él expresa únicamente la
finitud de las cosas, si bien del modo determinado que aquí ha alcanzado la forma. En las cosas finitas, la subjetividad en tanto coseidad
es separable de sus propiedades, o sea, de su particularidad, y es también separable de su universalidad tanto cuanto ésta es la mera
cualidad de la cosa, y su conexión extrínseca con otras cosas, como es igualmente su género y concepto.
α) Silogismo cualitativo
§ 183
El primer silogismo es silogismo de la existencia o cualitativo tal como ha sido tratado en el §
anterior, 1) S-P-U[371], o sea que un sujeto en tanto singular está concluido con una determinidad
universal mediante una cualidad.
Aquí no se contempla que el sujeto (terminus minor o extremo menor) posee también otras determinaciones distintas de la
determinación de la singularidad, como tampoco se considera que el otro extremo (el predicado de la conclusión, terminus maior) está
más determinado que un universal simple; aquí sólo se contemplan las formas mediante las cuales los términos componen el silogismo.
§ 184
Este silogismo es α) enteramente contingente con arreglo a sus determinaciones, por cuanto el
término medio como particularidad abstracta es solamente una cierta determinidad del sujeto, el cual,
como inmediato y por ende empíricamente concreto, posee varias [determinidades]. El sujeto, por
tanto, se puede también concluir con muchas otras [determinidades], del mismo modo que una
particularidad singular puede a su vez comprender dentro de sí distintas determinidades y, por tanto,
el sujeto, mediante el mismo terminus medius, puede ser referido a distintos universales.
El concluir formal [372] ha pasado más de moda que el poner de relieve sus deficiencias para justificar así su desuso. Este parágrafo y
el siguiente exponen la irrelevancia para la verdad de un modo tal de concluir.
Con arreglo al aspecto contemplado en el presente parágrafo, con estos silogismos se pueden probar [o demostrar], como se dice,
las cosas más variadas. Sólo se necesita tomar el término medio desde el que se puede pasar a la determinación deseada. Pero con otro
término medio se puede probar otra cosa, incluso opuesta [a la primera]. —Cuanto más concreto es un objeto, tantos más aspectos tiene
que le son propios y que pueden servir como términos medios. Cuál de estos aspectos es más esencial que los otros tiene que averiguarse
a su vez mediante ese modo de razonar que se detiene en la determinidad singular y para ello puede encontrar de manera igualmente
fácil un aspecto o consideración que permita valorar aquella determinidad como importante y necesaria.
§ 185
β) Igualmente contingente es este silogismo por la forma de la referencia que en él se encuentra.
Según el concepto de silogismo, lo verdadero es la referencia de distintos a través de un término
medio que es su unidad. Pero las referencias de los extremos al término medio (o sea, las llamadas
premisas mayor y menor) son más bien referencias inmediatas.
Esta contradicción del silogismo se expresa de nuevo con una progresión al infinito, es decir, como exigencia de que cada una de las
premisas sean probadas mediante un silogismo; y puesto que éste a su vez tiene también dos premisas igualmente inmediatas, esta
exigencia que siempre se duplica se repite al infinito.
§ 186
Lo que aquí se ha puesto de relieve como deficiencia del silogismo (por razón de su importancia
empírica), al cual bajo esta forma se le otorga una absoluta corrección, ha de superarse por sí mismo
en la determinación del silogismo que seguirá. Aquí, en el interior de la esfera del concepto, tal como
[ya ocurría] en el juicio, la determinidad opuesta no está meramente presente en sí, sino que está
puesta y, por tanto, para la ulterior determinación del silogismo sólo se necesita tomar también
aquello que cada vez se pone por el silogismo mismo.
Mediante el silogismo inmediato S-P-U, lo singular está mediado con lo universal y en la
conclusión está puesto como lo universal. Lo singular en cuanto sujeto, y por ende él mismo en
cuanto universal, es ahora por eso la unidad de los dos extremos y el término mediador, con lo que
resulta la segunda figura del silogismo 2) U-S-P. Esta figura expresa la verdad de la primera, a saber,
que la mediación ha ocurrido en la singularidad y es, por tanto, contingente.
§ 187
La segunda figura concluye la universalidad con la particularidad; la universalidad (que
determinada por la singularidad se destacaba en la conclusión anterior [S es U] toma ahora el puesto
del sujeto inmediato). Consiguientemente lo universal está ahora puesto como particular por esa
[segunda] conclusión; lo está, por tanto, como término mediador de los extremos cuyos lugares
ocupan ahora los otros dos términos; tercera figura del silogismo: 3) P-U-S.
Las llamadas figuras del silogismo (Aristóteles sólo conoce tres, con razón; la cuarta es superflua; es más, es un estúpido añadido
de los modernos)[373] vienen colocadas en los tratados corrientes una junto a otra sin pensar mínimamente en su necesidad y sin indicar,
menos todavía, su significación y valor. Por eso no es maravilla que después se hayan tratado las figuras como formalismo vacío. Pero
tienen un sentido muy profundo que reposa sobre la necesidad de que cada momento, en cuanto determinación del concepto mismo,
devenga igualmente el todo y el fundamento mediador[374]. —Respecto de las otras determinaciones de las premisas y la conclusión,
averiguar si pueden ser universales, etc., o negativas, para producir una conclusión correcta dentro de las distintas figuras, hay que decir
que se trata de una investigación meramente mecánica que por causa precisamente de su mecanicismo aconceptual y su falta de sentido
ha caído en el olvido justificadamente. —Lo que menos se puede hacer para resaltar la importancia de esa investigación y del silogismo
del entendimiento en general es invocar a Aristóteles, quien ciertamente describió estas formas como otras innumerables de lo espiritual y
lo natural, como investigó también y ofreció su determinidad. Sin embargo, en sus conceptos metafísicos, así como en los conceptos de
lo natural y lo espiritual, estaba él tan lejos de querer convertir la forma del silogismo del entendimiento en base y criterio, que se puede
decir que ni uno solo de estos conceptos habría podido nacer o morir si había que someterlo a las leyes del entendimiento. En lo mucho
descriptivo y perteneciente al entendimiento que de acuerdo con su estilo nos ofrece Aristóteles, lo dominante es siempre el concepto
especulativo y aquel modo de concluir propio del entendimiento, que él fue el primero en ofrecer, no lo deja intervenir en la esfera del
concepto especulativo.
§ 188
Habiendo ocupado sucesivamente cada momento el lugar del término medio y los extremos, se ha
superado [o anulado] la distinción determinada de cada uno de estos lugares respecto de los otros, y
el silogismo, bajo esta forma de la falta de distinción entre sus momentos, tiene primero como
referencia suya la identidad extrínseca propia del entendimiento, o sea, la igualdad: silogismo
cuantitativo o matemático. Si dos cosas son iguales a una tercera, son iguales entre sí.
§ 189
Por este camino se ha llegado a un punto en el que, por lo que se refiere a la forma, 1) cada
momento ha recibido la determinación y el lugar del término medio y, por tanto, del todo en general,
y de este modo ha perdido en sí la unilateralidad de su abstracción (§§ 182 y 184); 2) la mediación (§
185) se ha completado igualmente sólo en sí, a saber, sólo como un círculo de mediaciones que se
presuponen mutuamente. Bajo la primera figura S-P-U las dos premisas «S es P» y «P es U» están
todavía sin mediar; la primera premisa se media en la tercera figura, la segunda premisa en la
segunda figura. Y cada una de estas figuras presupone igualmente, para la mediación de sus premisas,
las dos figuras restantes.
De acuerdo con ello hay que sentar la unidad mediadora del concepto no ya solamente como
particularidad abstracta, sino como unidad desarrollada de la singularidad y universalidad, y
precisamente en primer lugar como unidad reflejada de estas determinaciones; la singularidad
determinada a la vez como universalidad. Un término medio tal da el silogismo de la reflexión.
β) Silogismo de la reflexión
§ 190
Así el término medio da primeramente 1) el silogismo de la totalidad en tanto ese término medio
no solamente es la determinidad abstracta y particular del sujeto, sino en tanto esta determinidad
conviene también entre otras a todos los sujetos singulares concretos. La premisa mayor, que tiene
como sujeto a la determinidad particular (el término medio) en cuanto totalidad, presupone más bien
la conclusión, la cual debía tener como supuesto a aquella premisa mayor. La conclusión descansa
por tanto 2) sobre la inducción cuyo término medio son los singulares completos en cuanto tales, a, b,
c, d, etc. Siendo distinta empero la singularidad inmediata o empírica de la universalidad y no
pudiendo garantizar por consiguiente ninguna completud, resulta que la inducción descansa 3) sobre
la analogía cuyo término medio es una singularidad, pero en el sentido de su universalidad esencial,
de su género o determinidad esencial. —El primer silogismo invoca al segundo para su mediación y
el segundo invoca al tercero, puesto que éste exige también una universalidad determinada en sí
misma o sea la singularidad como género, después que las formas de referencia extrínseca de la
singularidad y la universalidad han sido enteramente recorridas bajo las figuras del silogismo de la
reflexión.
Mediante el silogismo de la totalidad se ha mejorado el defecto que padece la forma básica del silogismo del entendimiento y que
fue señalado en el § 184, pero eso se ha hecho de tal modo que surge un nuevo defecto, a saber, que la premisa mayor supone lo que
debía ser conclusión y lo supone como una proposición que resulta así inmediata; «todos los hombres son mortales, por consiguiente
Cayo es mortal»; «todos los metales son conductores eléctricos, por consiguiente también lo es, por ejemplo, el cobre». Para poder
afirmar aquellas premisas mayores (en las que «todos» debería expresar los singulares inmediatos, y ellas mismas deberían ser
proposiciones esencialmente empíricas) es preciso que ya antes las proposiciones acerca del singular Cayo o sobre el cobre singular,
hayan sido constatadas como correctas de suyo. A cualquiera le ofende con razón no sólo la pedantería, sino el formalismo de tales
razonamientos que no dicen nada; «todos los hombres son mortales, es así que Cayo, etc.».
γ) Silogismo de la necesidad
§ 191
Expresándolo de acuerdo con las determinaciones puramente abstractas, este silogismo de la
necesidad tiene a lo universal como término medio, del mismo modo que el silogismo de la
reflexión tenía por término medio a la singularidad, éste con arreglo a la segunda figura y aquél con
arreglo a la tercera (§ 187); lo universal [es aquí término medio] sentado como esencialmente
determinado en sí mismo. Primero 1) lo particular con el significado de género determinado o
especie es la determinación mediadora en el silogismo categórico; 2) lo singular con el significado
del ser inmediato, de modo que sea tanto mediador como mediado, [es la determinación mediadora]
en el silogismo hipotético; 3) y lo universal mediador está puesto como totalidad de sus
particularizaciones y como un particular singular o singularidad excluyente en el silogismo
disyuntivo; así resulta que bajo estas determinaciones sólo como formas de la distinción, es [siempre]
uno solo y el mismo universal [lo que hace de término medio].
§ 192
El silogismo ha sido contemplado de acuerdo con las distinciones que contiene y el resultado
general del recorrido por ellas es que con él se obtiene la superación de esas distinciones y del ser
extrínseco del concepto. Más exactamente, 1) cada uno de los momentos se ha mostrado también
como la totalidad de los momentos y así se ha mostrado como silogismo completo; estos momentos
son en sí idénticos; y 2) la negación de sus distinciones y de su mediación constituye el ser-para-sí,
de este modo es [siempre] uno solo y el mismo universal lo que hay bajo estas formas y por ende él
está también puesto como la identidad de ellas. Con esta idealidad de los momentos, el concluir
recibe la determinación de contener esencialmente la negación de las determinidades a través de las
cuales discurre, y de ser por ende una mediación por superación de la mediación, y un concluirse del
sujeto no con otro, sino con otro superado, o sea, consigo mismo.
§ 193
Esta realización[375] del concepto, en la que lo universal es esta totalidad una que ha regresado a
sí (totalidad cuyas distinciones son también esta totalidad) y que se ha determinado como unidad
inmediata superando la mediación, [esta realización del concepto, decimos] es el OBJETO[376].
Este paso desde lo subjetivo, desde el concepto en general y más concretamente desde el silogismo al OBJETO puede parecer tan
extraño a primera vista, sobre todo cuando sólo se atiende al silogismo del entendimiento y se ve el concluir como una actividad de la
conciencia únicamente, que la tarea no puede consistir [aquí] en querer hacerlo plausible a la representación. A este propósito sólo se
puede evocar nuestra representación habitual de lo que se suele llamar objeto, para ver si se corresponde más o menos con lo que aquí
constituye la determinación del OBJETO. Ahora bien, por OBJETO no se suele entender meramente un ente abstracto o cosa
EXISTENTE, o una realidad efectiva en general, sino un algo autosuficiente, concreto y completo en sí mismo; esta completud es la
totalidad del concepto. Que el OBJETO sea también objeto [puesto ahí enfrente] y sea exterior a otro, eso se determinará luego en tanto
se pone en oposición frente a lo subjetivo; aquí primeramente, en tanto el OBJETO es aquello a lo que ha pasado el concepto desde su
mediación, es solamente OBJETO inmediato e imparcial, y del mismo modo el concepto sólo [después] será determinado como
subjetivo por las contraposiciones que surgirán.
Además, el OBJETO en general es el todo único todavía sin mayor determinación en sí mismo, el mundo [es] objetivo en general,
Dios [es] el OBJETO absoluto. Pero el OBJETO tiene también la distinción en él; se parte en una pluralidad indeterminada (como mundo
objetivo) y cada uno de estos fragmentos singularizados es también un OBJETO, una existencia autosuficiente, concreta en sí misma y
completa.
Del mismo modo que hemos comparado la objetividad con el ser, con la EXISTENCIA y con la realidad efectiva (pues ser es lo
inmediato primero y enteramente abstracto) así también el paso a la EXISTENCIA y a la realidad efectiva hay que compararlo con el
paso a la objetividad. El fundamento del que procede la EXISTENCIA, [o sea] la relación reflexiva que se supera en realidad efectiva,
no son más que el concepto todavía imperfectamente puesto, o son solamente aspectos abstractos de él; el fundamento es únicamente su
unidad afectada de esencia, la relación es únicamente referencia entre aspectos reales que sólo han de ser reflejados hacia sí; el
concepto es la unidad de ambos y el OBJETO no es solamente unidad afectada de esencia, sino unidad en sí misma universal, no es
solamente unidad que contiene distinciones reales, sino que las contiene como totalidades.
Es claro, por lo demás, que con todas estas transiciones se trata de algo más que de mostrar la inseparabilidad del concepto o
pensamiento respecto del ser. Repetidamente se ha hecho notar que ser no es nada más que la simple referencia a sí mismo y que esta
pobre determinación está contenida de todas maneras en el concepto o también en el pensar. El sentido de estas transiciones no consiste
en asumir determinaciones tal como están simplemente contenidas [una en otra] (igual como ocurre en el argumento ontològico para
probar la existencia de Dios mediante la tesis de que el ser es una de las realidades [contenida en el pensamiento]), sino que se trata de
tomar el concepto en primer término tal como él debe ser de suyo determinado en tanto concepto (con el cual nada tiene que ver aún esta
lejana abstracción del ser o también de la objetividad) y en su determinidad, en tanto determinidad del concepto, ver solamente si pasa y
[precisamente] si pasa a una forma que es distinta de aquella determinidad tal como pertenece al concepto y en él aparece.
Si el producto de esta transición, el OBJETO, se pone en relación con el concepto que en la transición ha desaparecido según su
forma propia, se puede entonces expresar correctamente el resultado [diciendo] que en sí son lo mismo el concepto (o si alguien lo
prefiere, la subjetividad) y el OBJETO. Pero es igualmente correcto [decir] que son distintos; y siendo lo uno tan correcto como lo otro,
también lo uno y lo otro son igualmente incorrectos; esas maneras de hablar son incapaces de expresar la verdadera relación [aquí, entre
concepto y OBJETO]. Aquel en sí es una abstracción y es más unilateral aún que el mismo concepto, cuya unilateralidad se supera
precisamente superándose en OBJETO, o sea, en la unilateralidad opuesta. Por eso aquel en sí debe también determinarse mediante su
negación como ser-para-sí. Aquí, como en todas partes, la identidad especulativa no es la identidad trivial [que consistiría en] que
concepto y OBJETO fueran idénticos; observación que ha sido repetida muchas veces, pero que nunca se repetirá suficientemente, si lo
que se pretende es poner fin a los malentendidos insípidos y completamente malévolos sobre esta identidad [377], cosa que, como puede
comprenderse, no cabe esperar.
Por lo demás, aquella unidad tomada de manera enteramente general, sin atender a la forma unilateral de su ser-en-sí, es bien sabido
que es la unidad que se presupone en el argumento ontològico para probar la existencia de Dios[378], asumiéndola precisamente como
lo más perfecto. Desde luego, en Anselmo, que es en quien se presenta por primera vez el pensamiento altamente notable de esta
demostración, sólo se habla en primer lugar, de si se da un contenido que esté solamente en nuestro pensar. Brevemente, sus palabras
son éstas: Certe id, quo majus cogitan nequit, non potest esse in intellectu solo. Si enim vel in solo intellectu est, potest cogitari esse
enfatizar et in re: quod majus est. Si ergo id, quo majus cogitan non potest, est in solo intellectu, id ipsum, quo majus cogitari non
potest, est, quo majus cogitari potest. Sed certe hoc esse non potest[379]. —Las cosas finitas, de acuerdo con las determinaciones que
ahora estamos considerando, consisten en que su objetividad no concuerda con el pensamiento de ellas, es decir, con su determinación
universal, con su género y fin. Descartes, Spinoza, etc.[380], expresaron esta unidad de manera más objetiva, pero el principio de la
certeza inmediata o del creer toma esa unidad más en la forma subjetiva de Anselmo, a saber, que con la representación de Dios en
nuestra conciencia está inseparablemente unida la determinación de su ser. Si el principio de esta fe incluye también la representación de
las cosas finitas exteriores dentro de la inseparabilidad de la conciencia de ellas y su ser, porque ellas en la intuición están ligadas a la
determinación de la EXISTENCIA, entonces eso es enteramente correcto. Pero sería la mayor falta de pensamiento si con ello se
quisiera indicar que en nuestra conciencia se encuentra ligada la existencia con la representación de las cosas finitas de manera igual a
como lo está con la representación de Dios; se olvidaría entonces que las cosas finitas son mutables y caducas, es decir, que la
existencia está unida a ellas sólo transitoriamente; se olvidaría que esta unión no es eterna, sino soluble. Por ello Anselmo, sin atender al
enlace [entre representación y existencia] que se da en las cosas finitas, con razón expone ese enlace únicamente para lo perfecto, un
enlace que se presenta de manera no meramente subjetiva, sino igualmente objetiva. Cualquier objeción contra la llamada prueba
ontològica y contra esta determinación anselmiana de lo perfecto no vale nada, pues esa determinación se encuentra del mismo modo en
todo humano sentir ingenuo y reaparece en todas las filosofías, incluso contra su saber y querer, como le ocurre al principio del creer
inmediato.
Sin embargo, el defecto de la argumentación de Anselmo, que por lo demás padecen también Descartes, Spinoza y el principio de la
creencia inmediata [Jacobi], consiste en que esta unidad que viene expresada como «lo más perfecto», o también subjetivamente como el
verdadero saber, se presupone, es decir, se toma meramente en tanto es en sí. A esta identidad de tal manera abstracta se le opone en
seguida la diversidad de ambas determinaciones y por ello sucedió que desde antiguo se sostuvo contra Anselmo [381] la representación
y existencia de lo finito efectivamente contrapuesta a lo infinito, pues como antes[382] hemos observado, lo finito es una objetividad tal
que al mismo tiempo no es adecuada al fin, a su esencia y concepto, sino que es distinta de éste; dicho de otro modo: [la representación
de lo finito] es una representación o algo subjetivo tal que no implica[383] la EXISTENCIA. Este reproche y objeción se supera
únicamente de este modo, a saber, que lo finito se haga patente como algo no verdadero, que estas determinaciones se muestren como
nulas y unilaterales de por sí y para sí y que la identidad, por consiguiente, se vea como una identidad a la que pasan esas mismas
determinaciones y en la cual están reconciliadas.
B
EL OBJETO
§ 194
El OBJETO es ser inmediato en virtud de la indiferencia ante la distinción que se ha superado en él.
Es también totalidad en sí mismo y, al mismo tiempo, es igualmente indiferente ante su unidad
inmediata por cuanto aquella identidad es solamente identidad que-está-siendo-en-sí de los
momentos; el OBJETO es un partirse en distintos, cada uno de los cuales es, él mismo, totalidad. El
OBJETO es, por tanto, la contradicción absoluta de la entera autosuficiencia de lo plural tanto como de
su falta total de autosuficiencia.
La definición «lo absoluto es el OBJETO» se contiene del modo más determinado en la mónada leibniziana que debería ser un
OBJETO que, sin embargo, se hace representaciones, y más exactamente [es] la totalidad de la representación del mundo; en su unidad
simple, toda distinción está solamente como ideal, falta de autosuficiencia. A la mónada no le llega nada desde fuera, es en sí misma el
concepto entero que sólo se distingue por su propio desarrollo, mayor o menor. Igualmente, esta totalidad simple se parte en la
muchedumbre absoluta de los distintos, de tal manera que éstos son mónadas autosuficientes. En la mónada de las mónadas y en la
armonía preestablecida de sus desarrollos internos, estas sustancias son de nuevo reducidas a su vez a falta de autosuficiencia y a
idealidad. La filosofía leibniziana es de este modo la contradicción enteramente desarrollada.
a. El mecanismo[384]
§ 195
El OBJETO 1) en su inmediatez es el concepto meramente en-sí; primeramente tiene al concepto
fuera de él y cualquier determinidad está puesta [en el OBJETO] como determinidad exterior. Como
unidad de distintos, el OBJETO es por consiguiente un compuesto, una agregación, y la eficacia
respecto de otro se queda en referencia extrínseca: mecanismo formal. —Bajo esta referencia y falta
de autosuficiencia, los OBJETOS siguen siendo también autosuficientes [cada uno], ofrecen
resistencia[385] y permanecen exteriores unos a otros.
Del mismo modo que presión e impulsión son relaciones mecánicas, sabemos «algo» mecánicamente, «de carretilla», cuando las
palabras no tienen sentido para nosotros y se quedan fuera del sentido, del representar y pensar; también las palabras son [entonces]
extrínsecas una a otra y constituyen una sucesión carente de sentido. Las [buenas] obras, la piedad, etc., son también mecánicas cuando
aquello que hace el ser humano le viene determinado por medio de leyes ceremoniales, por un director espiritual, etc., y su propio
espíritu y voluntad están ausentes de sus acciones; de este modo son exteriores al ser humano sus propias acciones.
§ 196
La falta de autosuficiencia según la cual el OBJETO padece violencia la tiene únicamente (§
precedente) porque es autosuficiente y, en cuanto concepto puesto [sólo] en sí, no se supera una de
estas determinaciones en la otra, sino que el OBJETO se concluye consigo mediante la negación de su
determinación, es decir, mediante su falta de autosuficiencia; y sólo así empieza a ser autosuficiente.
De este modo igualmente, en la distinción respecto de la exterioridad, y negando esta exterioridad
con su autosuficiencia, esta autosuficiencia es unidad negativa consigo, centralidad, subjetividad, con
lo que el OBJETO queda dirigido y referido a lo exterior. Eso exterior es también central en sí mismo y
por eso también está únicamente referido al otro centro y tiene también su centralidad en lo otro: 2)
mecanismo diferente[386] (caída [de los cuerpos], deseo, impulso a asociarse y semejantes)[387].
§ 197
El desarrollo de esta relación configura el silogismo consistente en que la negatividad inmanente
en cuanto singularidad central de un OBJETO (centro abstracto) se refiere a OBJETOS faltos de
autosuficiencia, [que vienen a ser] como el otro extremo, a través de un término medio (centro
relativo) que reúne en sí mismo la centralidad y la falta de subsistencia de los OBJETOS: 3) mecanismo
absoluto[388].
§ 198
El silogismo que acabamos de exponer (S-P-U) es un triple silogismo. La mala singularidad de
los OBJETOS no autosuficientes, en los cuales el mecanismo formal reside como en su propia casa, es
igualmente universalidad extrínseca. Por consiguiente, estos extremos son también término medio
entre el centro absoluto y el relativo (la forma del silogismo U-S-P) ya que es por esta falta de
autosuficiencia como los dos centros están separados y son extremos, como [también] por ella
misma están referidos. E igualmente, la centralidad absoluta en cuanto universal sustantivo (la
gravedad que permanece idéntica) es aquello que (siendo pura negatividad e incluyendo también, por
consiguiente, la singularidad dentro de sí) es lo que media entre el centro relativo y los OBJETOS faltos
de autosuficiencia; [tenemos así] la forma del silogismo P-U-S y precisamente de una manera tan
esencial con arreglo a la singularidad inmanente en cuanto separadora, como con arreglo a la
universalidad en cuanto idéntico mantener-juntos e imperturbado estar-en-sí-mismo.
Del mismo modo que [lo es] el sistema solar, también el estado en el campo de lo práctico es un sistema de tres silogismos. 1) El
singular (la persona) se concluye mediante su particularidad (las necesidades físicas y espirituales, [que es aquello] que más
configurado da [lugar a] la sociedad civil), con lo universal (la sociedad, el derecho, ley, gobierno). 2) La voluntad y actividad de los
individuos es [también] lo mediador que da satisfacción a las necesidades en la sociedad, en el derecho, etc,, del mismo modo que da
cumplimiento y realización efectiva a la sociedad, al derecho, etc. 3) Pero [también] lo universal (estado, gobierno, derecho) es el medio
sustantivo en el que los individuos y su satisfacción tienen y mantienen su realidad plena, su mediación y su subsistencia. Cada una de las
determinaciones, en tanto la mediación la concluye con el otro extremo, se concluye asimismo consigo, se produce, y esta producción es
autoconservación. —Sólo mediante la naturaleza de este concluir, o sea, mediante esta triplicidad de silogismos con los mismos términos,
es como verdaderamente se comprende un todo con su organización[389].
§ 199
La inmediatez de la EXISTENCIA que tienen los OBJETOS en el mecanismo absoluto está en sí negada
porque la autosuficiencia de ellos está mediada por sus referencias mutuas y, por tanto, por su falta de
autosuficiencia. Por consiguiente, hay que sentar el OBJETO como diferente [pero no indiferente][390]
frente a su otro en su EXISTENCIA.
b. El quimismo
§ 200
El OBJETO [así] diferente posee una determinidad inmanente que constituye su naturaleza y bajo la
cual tiene EXISTENCIA. Pero en cuanto totalidad asentada del concepto, el OBJETO es la contradicción
entre esta totalidad suya y la determinidad de su EXISTENCIA; por ello el OBJETO es la aspiración a
superar esta contradicción e igualar su existencia al concepto.
§ 201
Por tanto, el proceso químico tiene como producto a lo neutro de sus tensos extremos, neutro que
éstos son en sí; el concepto, lo universal concreto se concluye con la singularidad, o sea, con el
producto, mediante la diferencia [no indiferente] de los OBJETOS o la particularización, y por eso el
concepto se concluye solamente consigo mismo. Desde luego, en este proceso están también
contenidos los otros silogismos; la singularidad en cuanto actividad es igualmente lo que media,
como también lo es el universal concreto, la esencia de los tensos extremos que en el producto logra
la existencia.
§ 202
Además, el quimismo en cuanto relación de reflexión entre la objetividad y la naturaleza diferente
de los OBJETOS tiene al mismo tiempo, como suposición, la autosuficiencia inmediata de esos OBJETOS.
El proceso es el ir y venir de una forma a la otra en las dos direcciones, formas que al mismo tiempo
siguen siendo exteriores una a otra. —En el producto neutro, las propiedades determinadas que los
extremos tenían uno frente a otro, han sido superadas. Este producto es, desde luego, adecuado al
concepto, pero en tal producto no existe el principio activador[391] propio de la diferenciación [que
tensa], por cuanto se ha hundido nuevamente en la inmediatez; lo neutro es por ello algo separable.
Sin embargo, el principio juzgador [392] (que divide lo neutral en extremos diferentes y confiere al
OBJETO no diferente en general su diferencia y activismo frente a otro) como también el proceso (en
tanto separación que tensa [a los extremos]) vienen ambos a caer fuera de aquel primer proceso.
§ 203
La exterioridad de estos dos procesos, la reducción de lo diferente a lo neutro y la diferenciación
de lo no diferente o neutro, que los hace aparecer como autosuficientes uno ante otro, muestra, sin
embargo, su finitud en el paso a productos en los que estos procesos están superados. A la inversa, el
proceso expone la inmediatez presupuesta de los OBJETOS diferentes como nula. En virtud de esta
negación de la exterioridad y de la inmediatez en las que el concepto se había hundido, éste ha sido
puesto [ahora] como libre y para sí en oposición a aquella exterioridad e inmediatez: [es decir, el
concepto ha sido puesto] como fin.
c. Teleología
§ 204
El fin es el concepto-que-está-siendo-para-sí que ha ingresado en la EXISTENCIA libre por medio
de la negación de la objetividad inmediata. Está determinado como subjetivo por cuanto esta negación
es primeramente abstracta y por ello también, al comienzo, la objetividad está sólo enfrente. Sin
embargo, esta determinidad de la subjetividad es unilateral frente a la totalidad del concepto y [lo es]
precisamente para el mismo concepto, porque toda determinidad se ha puesto en él como superada.
De este modo, también para él, el OBJETO presupuesto es sólo una realidad ideal, nula en sí. En cuanto
contradicción entre su identidad consigo y la oposición y negación puestas en él, el concepto es él
mismo superación, o sea, la actividad de negar la oposición de tal modo que la pone como idéntica
consigo. Esto es la realización del fin, en el cual el concepto, convirtiendo su subjetividad en [algo]
otro y objetivándose, ha superado la distinción entre ambos, se ha concluido únicamente consigo y se
ha conservado a sí mismo.
El concepto de fin fue llamado superfluo por una parte, pero por otra, acertadamente, concepto de razón, y fue puesto en oposición
al universal abstracto del entendimiento en tanto éste sólo se refiere a lo particular subsumiéndolo, pero sin tenerlo en él mismo [393]. Por
lo demás, distinguir el fin en cuanto causa final respecto de la mera causa eficiente, es decir, respecto de lo que comúnmente se llama
causa, es de la mayor importancia. La causa pertenece a la necesidad todavía no desvelada, a la necesidad ciega; por ello [la causa
eficiente] aparece pasando a su otro [o al efecto] y perdiendo así su originariedad en el ser puesto; sólo en sí o para nosotros la causa
empieza a ser causa en el efecto y está regresando hacia sí. El fin, por el contrario, está puesto de tal manera que ha de contener en sí
mismo la determinidad, o sea, aquello que en la causalidad ordinaria aparece todavía como un ser-otro, el efecto; y tanto lo contiene,
que el fin en su eficacia no pasa [a otro], sino que se mantiene, es decir, se causa solamente a sí mismo y al final es lo que era al
comienzo, o sea, en la originariedad. —En virtud de este mantenerse por sí mismo el fin empieza a ser lo verdaderamente originario [o
primero][394]. —El fin exige una comprensión especulativa, como el concepto que en la propia unidad e idealidad de sus determinaciones
contiene el juicio o la negación, la oposición de lo subjetivo y objetivo, y es igualmente su superación.
Al considerar el fin no hay que pensar en seguida en la forma (o no solamente en ella) bajo la cual el fin está en la conciencia como
una forma precontenida en la representación. Con el concepto de finalidad interna, Kant ha resucitado de nuevo la idea en general y la
idea de vida en particular[395]. La determinación de la vida que hizo Aristóteles contiene ya la finalidad interna[396] y se coloca por ello
infinitamente por encima del concepto de la teleología moderna que sólo tuvo ante sí a la finalidad externa o finita [397].
Menesterosidad [398], impulso, son los ejemplos más a mano de fin. Son la contradicción sentida que tiene lugar en el interior mismo
del sujeto viviente y pasan a la actividad de negar esta negación que es aún mera subjetividad. La satisfacción [de la menesterosidad]
pone paz entre sujeto y OBJETO por cuanto lo objetivo, que en la contradicción todavía presente (en el haber menester) está por ahí
fuera, se supera también con arreglo a esa unilateralidad a través de la unión con lo subjetivo. —Los que hablan mucho de la solidez de
lo finito y de la imposibilidad de rebasarlo, y al mismo tiempo hablan de lo subjetivo y lo objetivo, tienen un ejemplo de lo contrario en
cada impulso [instintivo]. Este impulso es, por así decirlo, la certeza de que lo subjetivo es unilateral y no tiene verdad, como tampoco la
tiene lo objetivo [solo]. El impulso es además el llevar a cabo esta certeza suya; pone en disposición de superar esta oposición y su
finitud, a saber, no dejar que lo subjetivo sea y permanezca meramente subjetivo, y no dejar igualmente que lo objetivo sea y permanezca
meramente objetivo [399].
Respecto de la actividad del fin, se puede todavía llamar la atención sobre lo siguiente: en el silogismo que esta actividad es, es
decir, en el concluirse del fin consigo mismo por medio de la realización, ocurre de manera esencial la negación de los términos; [se trata
de] la recién mencionada negación de la subjetividad inmediata que se presenta en el fin en cuanto tal, así como la negación de la
objetividad inmediata (del medio y de los OBJETOS presupuestos). Es la misma negación que se ejerce en la elevación del espíritu a
Dios ante las cosas contingentes del mundo así como ante la propia subjetividad; momento que, como se indicó en la Introducción y en
el § 192, se pasa por alto y se deja de lado [cuando se vierte] en la forma silogística del entendimiento, forma que se confiere a esa
elevación en las llamadas pruebas de la existencia de Dios.
§ 205
La referencia teleológica es primeramente, en cuanto inmediata, la finalidad externa; en ella el
concepto está frente al OBJETO como ante algo presupuesto. El fin es por ello finito, por una parte
según el contenido y, por otra parte, porque el fin tiene una condición exterior en un OBJETO que se ha
de hallar previamente como material para su realización; su autodeterminación es, por consiguiente,
meramente formal. Más concretamente, en la inmediatez reside que la particularidad ([que] en cuanto
determinación formal [es] la subjetividad del fin) aparezca como reflejada hacia sí, que el contenido
aparezca como distinto de la totalidad de la forma o de la subjetividad en sí, es decir, como distinto
del concepto. Esta diferencia constituye la finitud del fin en el interior de sí mismo. En su virtud el
contenido es algo también limitado, contingente y dado, así como el OBJETO es algo particular y
previamente encontrado.
§ 206
La referencia teleológica es el silogismo en el que el fin subjetivo se concluye con la objetividad
que le es exterior, a través de un término medio que es la unidad de ambos en cuanto actividad con
arreglo a un fin y en cuanto objetividad puesta inmediatamente bajo el fin, es decir, en cuanto medio.
§ 207
1) El fin subjetivo es el silogismo en el que el concepto universal de tal manera se concluye con la
singularidad por medio de la particularidad, que la singularidad en cuanto autodeterminación juzga,
es decir, particulariza aquel universal aún indeterminado y lo convierte en un contenido determinado
tanto como sienta también la oposición de subjetividad y objetividad; y al mismo tiempo [la
singularidad] es en sí misma el regreso hacia sí por cuanto determina como deficiente a la
presupuesta subjetividad del concepto frente a la objetividad comparándola con la totalidad concluida
en sí misma, y de este modo, al mismo tiempo, se vuelve hacia fuera.
§ 208
2) Esta actividad vuelta hacia fuera en tanto singularidad (que en el fin subjetivo es idéntica a la
particularidad en la que, juntamente con el contenido, está también incluida la objetividad exterior) se
refiere primeramente y de modo inmediato, al OBJETO y se apodera de éste como de un medio. El
concepto es este poder [o fuerza] inmediata porque él es la negatividad idéntica consigo, en la que el
ser del OBJETO está por completo determinado como un [algo] ideal meramente. El término medio
entero es ahora este poder [o fuerza] interior al concepto como actividad a la que está
inmediatamente unido el OBJETO en tanto medio y bajo la cual [este OBJETO] se encuentra.
En la finalidad finita el término medio está roto en dos momentos recíprocamente exteriores, es decir, en la actividad y en el
OBJETO que sirve como medio. La referencia del fin al OBJETO, en cuanto poder [o fuerza], y el sometimiento del mismo bajo ese
poder es algo inmediato (es la primera premisa del silogismo) en tanto en el concepto en cuanto idealidad-que-está-siendo para sí está
puesto el OBJETO como nulo en sí. Esta referencia o primera premisa deviene ella misma el término medio que al mismo tiempo es en sí
mismo el silogismo, por cuanto conecta conclusivamente el fin con la objetividad por medio de aquella referencia que es su actividad y
en la que este mismo fin permanece contenido y dominante.
§ 209
3) La actividad finalística sobre su medio está todavía dirigida hacia fuera porque el fin tampoco
es idéntico con el OBJETO; el fin, por consiguiente, tiene también que ser primero mediado con este
OBJETO. El medio en tanto OBJETO está inmediatamente referido, en esta segunda premisa, al otro
extremo del silogismo, a la objetividad en cuanto presupuesta, o sea, al material. Esta referencia es la
esfera del mecanismo y el quimismo que ahora sirven al fin, y este fin es ahora su verdad y el
concepto libre de ellos. Esto, [a saber] que el fin subjetivo en tanto poder [o fuerza] de este proceso
en el que lo objetivo se desgasta por fricción mutua y se supera, se detiene fuera de ellos[400] y es lo
que en ellos está manteniéndose, es la astucia de la razón[401].
§ 210
El fin realizado es de esta manera la unidad puesta de lo subjetivo y lo objetivo. Sin embargo,
esta unidad está de tal modo esencialmente determinada que lo subjetivo y lo objetivo están solamente
neutralizados y superados según su unilateralidad, pero lo objetivo ha sido sometido al fin en tanto
[éste es] concepto libre y por ende al poder sobre lo objetivo y se ha hecho adecuado a ellos. El fin se
mantiene frente a lo objetivo y en lo objetivo, porque aparte de ser lo subjetivo unilateral, lo
particular es también lo universal concreto, la identidad-que-está-siendo en sí de ambos. Este
universal, en tanto simplemente reflejado hacia sí, es el contenido que permanece el mismo a través
de los tres términos del silogismo y del movimiento entre ellos.
§ 211
En la finalidad finita, sin embargo, el fin llevado a cabo es algo tan roto en sí mismo como lo
eran el término medio y el fin inicial. Por ello, ha cobrado estado solamente una forma
extrínsecamente puesta en el material previamente hallado, forma que en virtud del limitado
contenido finalístico es igualmente una determinación contingente. El fin alcanzado es por ello
solamente un OBJETO que es a la vez medio o material para otro fin y así sucesivamente hacia lo
infinito.
§ 212
Pero lo que en sí sucede en la realización del fin, consiste en que se supera la subjetividad
unilateral y la apariencia de autosuficiencia objetiva enfrentada a aquella subjetividad. Apoderándose
del medio, el concepto se pone como la esencia-que-está-siendo en sí del OBJETO; en el proceso
mecánico y químico, la autosuficiencia del OBJETO ya se ha volatilizado en sí, y a lo largo del
dominio del fin se supera la aparencía de aquella autosuficiencia, o sea, de lo negativo enfrentado al
concepto. Pero habiéndose determinado el fin cumplido sólo como medio y material, este OBJETO es
ya algo nulo en sí, o sea, algo puesto solamente como ideal. De esta manera se ha desvanecido
también la oposición de contenido y forma. Al conectarse conclusivamente el fin consigo mismo
mediante la superación de las determinaciones formales, la forma está puesta como idéntica consigo
misma y por ende como contenido, de tal modo que el concepto sólo se tiene a sí mismo por
contenido en cuanto actividad de la forma. Por tanto, mediante este proceso ha sido sentado en
general aquello que era el concepto de fin, la unidad que-está-siendo en si de lo subjetivo y lo
objetivo, ahora en tanto está-siendo para sí, es decir, [como] la idea.
C
LA IDEA
§ 213
La idea es lo verdadero en y para sí, la unidad absoluta del concepto y de la objetividad. Su
contenido ideal no es otro que el concepto en sus determinaciones; su contenido real es solamente la
exposición del concepto que éste se da en forma de existencia exterior, y esta figura, incluida en la
idealidad del concepto, en su [fuerza o] poder, se mantiene así en la idea.
La definición de lo absoluto, [que dice] que él es la idea, es ella misma absoluta. Todas las definiciones dadas hasta aquí retornan
ahora [y se contienen] en ésta. —La idea es la verdad, ya que la verdad es esto [precisamente], que la objetividad se corresponda con el
concepto, no que las cosas exteriores se correspondan con mis representaciones; éstas son únicamente representaciones correctas que yo,
éste, tengo. En la idea no se trata de éste, ni de representaciones, ni de cosas exteriores. —Sin embargo, todo lo efectivamente real, en
tanto es verdadero, es también la idea, y tiene su verdad únicamente por la idea y en virtud de ella. El ser singular es un cierto aspecto de
la idea y para ser esto necesita todavía, por tanto, de otras realidades efectivas que igualmente aparecen como particularmente
subsistentes de por sí; solamente en el conjunto de ellas y en su referencia [mutua] está realizado el concepto. Lo singular no se
corresponde de suyo con su concepto; esta limitación de su existencia constituye su finitud y su ocaso.
La idea misma no hay que tomarla como idea de algo, del mismo modo que el concepto tampoco debe tomarse meramente como
concepto determinado. Lo absoluto es la idea única y universal que, juzgándose a sí misma[402], se particulariza en sistema de las ideas
determinadas, las cuales, sin embargo, solamente son su regreso a la idea única, a su verdad. Es a partir de ese juicio solamente que la
idea es primero la sustancia única y universal, pero su verdadera realidad efectiva desarrollada es que sea como sujeto y de este modo
como espíritu[403].
La idea se toma frecuentemente como algo meramente lógico formal, en tanto carece de una EXISTENCIA como punto de partida y
sostén[404]. Ese modo de ver hay que rechazarlo junto con aquellos puntos de vista según los cuales la cosa existente y todas las demás
determinaciones que todavía no se han abierto paso hasta la idea, valen sin embargo como aquello que se llama realidades y realidades
efectivas verdaderas. —Igualmente errónea es la representación de que la idea sea solamente lo abstracto. Lo es desde luego en tanto
dentro de ella queda triturado todo lo que no es verdadero; pero en sí misma es esencialmente concreta, porque ella es el concepto
libre que se determina a sí mismo y así se determina a ser realidad. Sería lo abstracto formal sólo si el concepto que es su principio se
tomara como unidad abstracta y no tal como es, a saber, como el regreso negativo de sí hacia sí y como la subjetividad [misma].
§ 214
La idea puede ser entendida como la razón (éste es el significado propiamente filosófico de
razón); también como el OBJETO-sujeto, como la unidad de lo ideal y lo real, de lo finito y lo infinito,
del alma y del cuerpo, como la posibilidad que tiene en sí misma su realidad efectiva, como aquello
cuya naturaleza sólo puede ser concebida como existente[405], etc.; [y esto es así] porque en ella se
contienen todas las relaciones del entendimiento, pero en su retorno infinito e identidad [vuelta] hacia
sí.
El entendimiento se toma un trabajo bien fácil cuando señala como contradictorio todo lo que se dice de la idea. Al fin y al cabo,
eso se le puede conceder, o más bien, ya ha sido llevado a efecto en la idea; trabajo éste que es el trabajo de la razón y desde luego no
tan fácil como el suyo. —Si el entendimiento muestra que la idea se contradice porque, por ejemplo, lo subjetivo sólo es subjetivo y lo
objetivo es más bien lo que se le opone, o porque el ser es algo enteramente distinto del concepto y por eso no se puede sacar de
éste[406], o también porque lo finito sólo es finito y siendo precisamente lo contrario de lo infinito, no puede ser idéntico a éste, y así
sucesivamente pasando por todas las determinaciones, resulta [entonces] que la lógica más bien enseña lo contrario, a saber, que lo
subjetivo que sólo debiera ser subjetivo, lo finito que sólo debiera ser finito, lo infinito que sólo debiera ser infinito, etc., no poseen
verdad alguna, se contradicen y pasan a su contrario; con ello, lo que se revela como verdad suya es este paso y aquella unidad en la
que los extremos en cuanto superados son [sólo] como un parecer o momentos.
El entendimiento que «se hace a la idea» incurre en un doble malentendido: primeramente, los extremos de la idea, llámense como
se llamen, en tanto están dentro de la unidad de ella, los toma aún el entendimiento en aquel sentido y determinación [que tenían] cuando
no estaban en su unidad concreta, sino que eran todavía abstracciones fuera de esta unidad. No menos desconoce el entendimiento la
referencia, incluso cuando está expresamente puesta; y así pasa por alto, por ejemplo, nada menos que la naturaleza de la cópula del
juicio, la cual dice precisamente de lo singular, o sea, del sujeto, que no es singular, sino universal. Sobre todo, el entendimiento
considera su [propia] reflexión, a saber, que la idea idéntica consigo misma contiene lo negativo de sí misma, o sea, la contradicción,
como una reflexión extrínseca que no cae dentro de la idea. Y efectivamente, ésta no es una sabiduría propia del entendimiento, sino que
la idea es ella misma la dialéctica que separa y distingue eternamente lo idéntico consigo de lo diferente[407], lo subjetivo de lo objetivo,
el alma del cuerpo, etc., y sólo así es ella eterna creación, eterna vitalidad y espíritu eterno. Y siendo ella misma el pasar, o por mejor
decir, el traducirse al entendimiento abstracto, ella es también eternamente razón: es la dialéctica que comprende de nuevo lo que
[mediante aquella traducción] se había hecho comprensible para el entendimiento y lo que era distinto lo reconduce a la unidad por
encima de su naturaleza finita y de la falsa aparencia de autosuficiencia de sus propios productos. En tanto este doble movimiento no es
temporal, aunque de alguna manera sea separado y distinto (de lo contrario sería de nuevo solamente entendimiento abstracto), este
movimiento es la intuición eterna de sí mismo en lo otro [408]; el concepto que se ha dado cumplimiento a sí mismo en su objetividad, el
OBJETO que es finalidad interna, subjetividad esencial.
Las distintas maneras de captar la idea como unidad de lo ideal y lo real, de lo finito y lo infinito, de la identidad y la diferencia,
etc., son más o menos formales en tanto significan un cierto estadio del concepto determinado. Sólo el concepto mismo es libre y es lo
verdaderamente universal, por consiguiente, en el interior de la idea, la determinidad del concepto es sólo igualmente el concepto
mismo; una objetividad en la que él en cuanto universal se prolonga y en la que únicamente tiene su propia y total determinidad. La idea
es el juicio infinito [409], cuyas partes son cada una la totalidad autosuficiente, y también, porque cada una se completa con la otra, cada
una ha pasado igualmente a la otra. Ninguno de los conceptos determinados de otro modo es esta totalidad completa por sus dos lados,
el concepto mismo y la objetividad.
§ 215
La idea es esencialmente proceso porque su identidad es la identidad absoluta y libre del concepto
sólo en tanto es absoluta negatividad y por ende dialéctica. Es el transcurso [que consiste en] que el
concepto en tanto universalidad que es singularidad, se determina a la objetividad y a la oposición
frente a la misma, y esta exterioridad que el concepto tiene como sustancia suya se reconduce a la
subjetividad por su dialéctica inmanente.
Porque la idea es a) proceso, la expresión que dice que lo absoluto es la unidad de lo finito y lo infinito, del pensar y el ser, etc., es
errónea como hemos recordado varias veces, puesto que «unidad» expresa una identidad abstracta que persiste quietamente. Es también
errónea porque la idea es b) subjetividad, puesto que la unidad expresa el en-sí o lo sustancial de la verdadera unidad. De este modo lo
infinito aparece como meramente neutralizado [410] con lo finito, lo subjetivo con lo objetivo, el pensar con el ser. Pero dentro de la
unidad negativa de la idea, lo infinito abarca lo finito, el pensar abarca el ser, la subjetividad abarca la objetividad. La unidad de la idea
es subjetividad, pensamiento, infinitud, y por ello debe distinguirse esencialmente de la idea en cuanto sustancia, del mismo modo que
esta abarcante subjetividad, pensamiento o infinitud, debe distinguirse de la subjetividad unilateral, del pensamiento unilateral y de la
infinitud unilateral; [determinidades éstas] en las que la idea, juzgándose y determinándose, se depone.
a. La vida
§ 216
La idea inmediata es la vida. El concepto está realizado como alma en un cuerpo, de cuya
exterioridad el alma es la universalidad inmediata que se refiere a sí, es también la particularización
del cuerpo, de modo que éste no expresa en sí mismo otras diferencias que las determinaciones del
concepto, y es finalmente la singularidad en tanto negatividad absoluta, esto es, la dialéctica de su
objetividad extrapuesta que desde la aparencia de su subsistencia autosuficiente es reconducida a la
subjetividad, de tal modo que todos los miembros son recíprocamente medios momentáneos como
también fines momentáneos; y la vida, del mismo modo que es la particularización inicial, se
produce o resulta como unidad negativa que-está-siendo para sí, y en la corporeidad dialéctica sólo
se concluye consigo misma. —De esta manera la vida es esencialmente [ser] viviente y, con arreglo a
su inmediatez, este viviente es singular. En esta esfera, la finitud tiene la determinación de que por
causa de la inmediatez de la idea, alma y cuerpo son separables; esto constituye la mortalidad del
viviente. Pero únicamente en tanto muerto, los dos lados de la idea son partes integrantes distintas.
§ 217
El viviente es el silogismo cuyos momentos son ellos mismos sistema y silogismo en sí mismos
(§§ 198, 201, 207), pero que son silogismos activos, procesos, y, en la unidad subjetiva del viviente,
son solamente un proceso único. El viviente es, por tanto, el proceso de su concluirse consigo mismo
que transcurre a través de tres procesos[411].
§ 218
1) El primero es el proceso del viviente dentro de sí mismo; en este proceso se divide a sí mismo
y hace de su corporeidad su OBJETO propio para él mismo, su naturaleza inorgánica. Ésta, en cuanto
relativamente exterior, pasa en ella misma a la distinción y oposición de sus momentos, los cuales se
abandonan mutuamente, se asimilan uno a otro y se mantienen a sí mismos produciéndose. Esta
actividad de los miembros es, sin embargo, la actividad única del sujeto hacía la que regresan sus
producciones, de tal manera que con ello sólo se produce el sujeto, es decir, sólo se reproduce.
§ 219
2) El juicio del concepto en cuanto libre sigue empero adelante hasta desprender de sí lo objetivo
como una totalidad autosuficiente y la referencia negativa del viviente a sí mismo, en cuanto
singularidad inmediata, hace la presuposición de una naturaleza inorgánica enfrentada a él. Siendo
también lo negativo de sí un momento del concepto del mismo viviente, lo negativo está en el
viviente (que al mismo tiempo es lo universal concreto) como una carencia. La dialéctica en virtud de
la cual se supera el OBJETO como algo nulo en sí, es la actividad del viviente cierto de sí que de este
modo, en este proceso frente a una naturaleza inorgánica, se conserva a sí mismo, se desarrolla y
objetiva.
§ 220
3) Por cuanto el individuo viviente en su primer proceso se comporta como sujeto y concepto en
sí mismo, y en su segundo proceso se asimila su objetividad exterior y así sienta en él la
determinidad real, resulta ser ahora género en sí, sustancialidad universal. La particularización del
género es la referencia del sujeto a otro sujeto de su mismo género y el juicio es la relación del
género con estos individuos recíprocamente determinados de esta manera: la diferencia sexual.
§ 221
El proceso del género lleva esta diferencia a su ser-para-sí. Su producto, ya que la vida es aún la
idea inmediata, se parte en los dos lados, a saber, que según uno de ellos aquel individuo viviente en
general, que en cuanto inmediato fue primeramente presupuesto, emerge ahora como algo mediado y
engendrado; con arreglo al otro lado, sin embargo, la singularidad viviente que por causa de su
primera inmediatez se comporta negativamente respecto de la universalidad, perece en ésta en cuanto
poder.
§ 222
Pero con ello la idea de la vida se ha librado no solamente de un cierto éste inmediato
(particular), sino de esta primera inmediatez en general; llega así a ella misma, a su verdad; ingresa
por eso en la existencia como género libre para sí mismo. La muerte de la vitalidad singular
meramente inmediata es la emergencia del espíritu.
b. El conocer
§ 223
La idea EXISTE libremente para sí en tanto tiene a la universalidad como elemento de su EXISTENCIA
o, la objetividad misma es igual que el concepto, o la idea se tiene a sí misma como objeto [ante ella].
Su subjetividad, determinada a la universalidad, es puro distinguir dentro de ella misma: intuir que se
detiene en esta universalidad idéntica. Pero en cuanto distinguir determinado, ella es el juicio ulterior,
repelerse de sí misma como totalidad y precisamente en primer lugar presuponerse como universo
exterior. Hay dos juicios que en sí son idénticos, pero que todavía no han sido sentados como
idénticos.
§ 224
La referencia de estas dos ideas que en sí o en cuanto vida son idénticas, es por tanto referencia
relativa, lo que constituye la determinación de la finitud en esta esfera. Esta referencia es la relación
de la reflexión, por cuanto la distinción de la idea dentro de ella misma es solamente el primer juicio,
el presuponer no es todavía como un poner y por consiguiente, para la idea subjetiva, la idea objetiva
es el mundo inmediato previamente hallado o la idea como vida en el fenómeno de la EXISTENCIA
singular. Al mismo tiempo y como una sola cosa, en tanto este juicio es puro distinguir dentro de ella
misma (§ precedente), la idea subjetiva es para sí ella misma y su otra, y de esta manera es la certeza
de la identidad que-está-siendo en sí de este mundo objetivo con ella. —La razón viene al mundo con
la fe absoluta de poder sentar la identidad y de poder elevar su certeza a verdad, y [viene al mundo
igualmente] con el impulso de sentar como nula la oposición que para ella es nula en sí.
§ 225
Este proceso es en general el conocer. En sí en este proceso, se supera con una actividad única la
oposición, [se supera] la unilateralidad de la subjetividad con la unilateralidad de la objetividad. Pero
esta superación ocurre primeramente sólo en sí; por tanto, el proceso en cuanto tal está él mismo
afectado de manera inmediata por la finitud de esta esfera y se parte en el doble movimiento del
impulso sentado como distinto: superar la unilateralidad de la subjetividad de la idea asumiendo
dentro de sí al mundo que-está-siendo, o sea, dentro del representar subjetivo y del pensar, y llenar la
certeza abstracta de sí con esta objetividad como contenido (objetividad que vale así como
verdadera), y viceversa, superar la unilateralidad del mundo objetivo, que aquí contrariamente vale
sólo como aparencia o como colección de contingencias y figuras nulas en sí, determinar esta
unilateralidad mediante lo interior de lo subjetivo (que aquí vale como lo verdaderamente objetivo) y
configurarlo para ella. El primero es el impulso del saber según verdad, conocer como tal, o impulso
teorético. El segundo es el impulso del bien a su realización, el querer, o la actividad práctica de la
idea.
α) El conocer
§ 226
La finitud universal del conocer que reside en uno de los juicios, el de la presuposición de la
oposición (§ 224), frente a la cual el obrar del conocer es la contradicción allí depositada, se
determina más exactamente en su propia idea de tal modo que los momentos de ésta reciben la forma
de la diversidad entre ellos y, siendo ellos precisamente completos, vienen a estar entre sí bajo la
relación de la reflexión, no bajo la del concepto. La asimilación de la materia como algo dado
aparece por consiguiente como la asunción de esta materia bajo esas determinaciones del concepto
que al mismo tiempo permanecen exteriores al concepto y se comportan también como diversas entre
sí. Es la razón que actúa como entendimiento. La verdad a la que llega este conocimiento es por ende
igualmente sólo la verdad finita; la verdad infinita del concepto es como una meta que-está-siendo
sólo en sí, un más allá fijado para el conocer. Pero en su actuación extrínseca este conocer está bajo
la conducción del concepto y las determinaciones de éste constituyen el hilo interno del proceso hacia
adelante.
§ 227
El conocimiento finito, presuponiendo lo distinto como algo previamente hallado, como un ente
situado ante él (los variados hechos de la naturaleza exterior o de la conciencia) tiene 1) primero
como forma de su actividad a la identidad formal o la abstracción de la universalidad. Por
consiguiente, esta actividad consiste en disolver lo concreto dado, desmenuzar sus distinciones y
conferirles la forma de la universalidad abstracta; o [consiste también] en dejar lo concreto como
base[412] y, mediante la abstracción, extraer de las particularidades aparentemente inesenciales un
universal concreto, el género, o la fuerza y la ley: método analítico.
§ 228
Esta universalidad es 2) también una universalidad determinada; la actividad avanza aquí hasta los
momentos del concepto que, en el conocimiento finito (no en su infinitud) es el concepto determinado
propio del entendimiento. La asunción del objeto bajo las formas de este concepto es el método
sintético.
§ 229
aa) El objeto del conocimiento llevado primero en general a la forma del concepto determinado,
sentando de esta manera su género y su determinidad general, es la definición. El material y la
fundamentación de ella vienen aportados por el método analítico (§ 227). No obstante, la
determinidad debe ser solamente una nota distintiva, es decir, una ayuda para el conocimiento
meramente subjetivo, exterior al objeto.
§ 230
bb) La presentación del segundo momento del concepto, o sea, de la determinidad de lo universal
como particularixación, es la división con arreglo a algún tipo de consideración extrínseca.
§ 231
cc) En la singularidad concreta, siendo así que, en la definición, la determinidad simple ha sido
aprehendida como una relación, el objeto es una referencia sintética de determinaciones distintas: un
teorema. La identidad de estas determinaciones, porque son distintas, es una identidad mediada. La
aportación de los materiales que constituyen los miembros intermedios [o términos medios] es la
construcción, y la mediación misma de la que procede para el conocimiento la necesidad de aquella
referencia es la prueba [o demostración].
De acuerdo con lo que se suele decir sobre la distinción entre método analítico y sintético, parece que en resumidas cuentas se puede
elegir el método que más guste. Si se presupone lo concreto, que según el método sintético se ha presentado como resultado, se pueden
entonces sacar de él analíticamente, como consecuencias, aquellas determinaciones abstractas que constituían las presuposiciones y el
material para la prueba. Las definiciones algebraicas de las líneas curvas son teoremas en el interior de la geometría; de manera
semejante, también el teorema de Pitágoras, tomado como definición del triángulo rectángulo, se obtendría analíticamente como
resultado dentro de la geometría, valiéndose de teoremas anteriormente demostrados. La arbitrariedad de esa clase de elecciones
descansa en que uno y otro método parten de algo extrínsecamente presupuesto. Con arreglo a la naturaleza del concepto, el análisis es
lo primero, por cuanto hay que elevar primero el material dado, empíricamente concreto, a la forma de abstracciones universales que
sólo entonces pueden proponerse en el método sintético como definiciones.
Que esos métodos, por muy esenciales que sean y por muy brillantes resultados que ofrezcan en su propio campo, no son utilizables
para el conocimiento filosófico, es patente por sí mismo, porque esos métodos incluyen presuposiciones y el conocimiento se comporta,
cuando los utiliza, como entendimiento y como progreso dentro de la identidad formal. En Spinoza, quien usó preferentemente el método
geométrico y precisamente para los conceptos especulativos, llama también la atención el formalismo de esos conceptos. La filosofía de
Wolff, que perfecciona aquellos conceptos hasta la mayor pedantería, es también metafísica del entendimiento por sus contenidos. —En
lugar de este abuso que con el formalismo de esos métodos se practicaba en la filosofía y en las ciencias, apareció modernamente el
abuso de la llamada construcción. La representación de que la matemática construye sus conceptos fue puesta en circulación por
Kant[413]; eso no quería decir más que la matemática no tiene nada que ver con conceptos, sino con determinaciones abstractas de la
intuición sensible. Y así, por consiguiente, vino a llamarse construcción de los conceptos a un acopio de determinaciones sensibles
recogidas de la percepción, marginando el concepto y añadiendo el formalismo de clasificar sinópticamente los objetos filosóficos y
científicos (arbitrariamente, por lo demás, y a discreción) con arreglo a un esquema presupuesto [414]. Cierto que en el trasfondo hay aquí
una oscura representación de la idea, de la unidad de concepto y objetividad, como también de que la idea es concreta. Pero aquel
juego al que se llamó construir está muy lejos de hacer patente esa unidad que es únicamente el concepto en cuanto tal; y menos
todavía, lo concreto de la razón y de la idea es lo empíricamente concreto de la intuición.
Por lo demás, porque la geometría se ocupa de la intuición sensible, aunque abstracta, del espacio, puede por ello sin ningún
obstáculo fijar en él determinaciones simples del entendimiento; por esto únicamente la geometría posee a la perfección el método
sintético del conocimiento finito. Sin embargo, en su transcurso (y ello es muy digno de ser notado) se da de bruces finalmente con
inconmensurabilidades e irracionalidades; [y esto le ocurre precisamente] allí donde queriendo seguir adelante determinando
[sucesivamente su objeto], se ve llevada más allá del principio del entendimiento. También aquí ocurre una inversión de la terminología
que es por otro lado bien frecuente; se llama racional a lo propio del entendimiento, mientras aquello que se llama irracional es más
bien un indicio y huella de racionalidad. Otras ciencias, cuando llegan a los límites de su caminar con el entendimiento, se valen, con
frecuencia e inevitablemente (porque no están situadas en la simplicidad del espacio y del número), de un procedimiento bien sencillo:
rompen la consecuencia [lógica] de su propio curso y toman de fuera aquello que les falta, contrario muchas veces a lo que venían
haciendo; y eso lo toman de la representación, de la opinión, de la percepción, o de donde sea. La inconsciencia con que actúa este
conocimiento finito [acerca] de la naturaleza de su método y de su relación con el contenido, no le deja reconocer que su procedimiento
hecho de definiciones, divisiones, etc., está conducido por la necesidad de las determinaciones del concepto. Y [esta inconsciencia]
tampoco le permite reconocer cuando topa con sus propios límites, ni que, cuando los traspasa, viene a dar en un terreno donde ya no
valen las determinaciones del entendimiento, que sin embargo sigue usando de manera muy torpe.
§ 232
La necesidad que hace emerger el conocimiento finito en la demostración es primero una
necesidad extrínseca, únicamente determinada respecto del modo de ver subjetivo. Sin embargo, en la
necesidad en cuanto tal, el propio conocimiento finito ha abandonado su presuposición y su punto de
partida, a saber, el hallar previamente y el ser dado de su contenido. La necesidad en cuanto tal es en
sí el concepto que se refiere a sí. La idea subjetiva ha llegado en sí de esta manera a lo determinado
en y para sí, a lo no dado y por consiguiente a lo inmanente al sujeto y pasa por ende a la idea de
querer.
β) El querer
§ 233
La idea subjetiva, en tanto es lo determinado en y para sí y es contenido simple igual a sí mismo,
es el bien. El impulso de esta idea a realizarse se comporta inversamente que la idea de lo verdadero y
más bien se orienta a determinar el mundo previamente hallado de acuerdo con el fin del propio
impulso. —Este querer posee, por un lado, la certeza de la nulidad del OBJETO presupuesto; pero, por
otro lado, en cuanto querer finito, presupone la finalidad del bien como idea meramente subjetiva y
presupone a la vez la autosuficiencia del OBJETO.
§ 234
La finitud de esta actividad es, por tanto, la contradicción consistente en que bajo las mismas
determinaciones contradictorias del mundo objetivo se cumple el fin del bien y no se cumple, que este
fin ha sido igualmente puesto como esencial y como inesencial, como un fin real y a la vez como
solamente posible. Esta contradicción se representa como la progresión infinita de la realización del
bien que de este modo queda fijado como un deber ser meramente. Pero formalmente la desaparición
de esta contradicción está en que la actividad supera la subjetividad del fin y con ello la objetividad, o
sea, la oposición en virtud de la cual ambas son finitas; no supera solamente la unilateralidad de esta
subjetividad, sino que la supera en general; otra subjetividad de este tipo, esto es, una nueva
producción de la oposición no es distinta de aquella que debió precederla. Este regreso hacia sí es a
la vez el recuerdo [o interiorización] del contenido dentro de sí; contenido que es el bien y la
identidad que-está-siendo en sí de ambos lados y [es también] recuerdo de la presuposición [propia]
del comportamiento teorético (§ 224) de que el OBJETO era en aquel comportamiento lo sustancial y
verdadero.
§ 235
La verdad del bien como unidad de la idea teorética y práctica ha sido puesta, a saber, que el bien
alcanzado en y para sí consiste tanto en que el mundo objetivo es en y para sí la idea como que ésta,
al mismo tiempo, se pone eternamente como fin y siendo activa produce su efectiva realidad. —Esta
vida que desde la diferencia y finitud del conocimiento regresa a sí, y mediante la actividad del
concepto ha devenido idéntica con él, es la idea especulativa o absoluta.
c. La idea absoluta
§ 236
La idea, en cuanto unidad de la idea subjetiva y objetiva, es el concepto de la idea para el cual la
idea en cuanto tal es el objeto [Gegenstand], para el cual ella es el OBJETO [Objekt]; un OBJETO en el
que han confluido todas las determinaciones. Esta unidad es, por tanto, la verdad absoluta y entera, la
idea que está-pensándose a sí misma y [que] aquí [es] precisamente en tanto que pensante, [o sea] en
tanto que idea lógica.
§ 237
La idea absoluta, porque en ella no hay ningún pasar ni ningún presuponer, ni hay en general
ninguna determinidad que no sea fluida y transparente, es para sí la forma pura del concepto que
intuye su contenido como ella misma. Es para sí contenido en tanto ella es el distinguir ideal de sí
misma respecto de sí y uno de los distintos es la identidad consigo, en la cual sin embargo está
contenida la totalidad de la forma como el sistema de las determinaciones de contenido. Este
contenido es el sistema de lo lógico. Como forma no le queda aquí a la idea nada más que el método
de este contenido: el saber preciso del valor garantizado [415] de sus momentos.
§ 238
Los momentos del método especulativo son: α) el comienzo que es el ser o lo inmediato; [y es así]
de suyo, por la simple razón[416] de que el comienzo es comienzo. Pero, [visto ahora] desde la idea
especulativa, el ser es su autodeterminar que, en cuanto negatividad absoluta o movimiento del
concepto, juzga y se pone como lo negativo de sí mismo. El ser, que para el comienzo en cuanto tal
aparece como afirmación abstracta, resulta ser así más bien la negación, ser-puesto, ser-mediado en
general y presupuesto. Pero en cuanto es la negación del concepto que en su ser-otro es simplemente
idéntico consigo y es la certeza de sí mismo, el ser es el concepto aún no sentado como concepto o el
concepto en sí. —Por consiguiente, en cuanto concepto aún indeterminado, esto es, concepto
meramente en sí o determinado inmediatamente, este ser es igualmente lo universal.
El comienzo en el sentido del ser inmediato se toma de la intuición y la percepción: es el comienzo del método analítico del
conocimiento finito; en el sentido de la universalidad, el comienzo es comienzo del método sintético del mismo conocimiento finito. Pero
ya que lo lógico es inmediatamente tanto universal como ente, es tanto lo que se presupone por el concepto como es también
inmediatamente el concepto mismo; por ello el comienzo de lo lógico es comienzo tan sintético como analítico.
§ 239
β) El proceso es el juicio puesto de la idea. El universal inmediato es, en cuanto concepto en sí, la
dialéctica de deponer en él mismo, como momento, su inmediatez y universalidad. De este modo, lo
negativo del comienzo o lo primero ha sido puesto en su determinidad; es para uno, [es] la referencia
de distintos: momento de la reflexión.
Este proceso es por igual analítico [y sintético]. [Analítico] porque mediante la dialéctica inmanente solamente se pone lo que está
contenido en el concepto inmediato; y es también proceso sintético porque en este concepto no estaba puesta todavía esta distinción.
§ 240
La forma abstracta del proceso es, en el ser, un otro y pasar a un otro; en la esencia, aparecer en
lo contrapuesto; en el concepto, la distintividad del singular respecto de la universalidad que se
continúa en lo distinto de ella y es como identidad con él.
§ 241
En la segunda esfera, el concepto que primero era en sí ha llegado a aparecer y ya es así la idea
en sí. El desarrollo de esta [segunda] esfera es regreso a la primera, así como el desarrollo de la
primera es un paso a la segunda; sólo mediante este doble movimiento se hace justicia a la distinción
[entre ellas], por cuanto cada uno de los distintos, en sí mismo considerado, se completa hasta la
totalidad y así se actúa [a sí mismo] hasta alcanzar la unidad con el otro. Sólo la superación de la
unilateralidad de ambos en ellos mismos, hace que la unidad no devenga unilateral.
§ 242
La segunda esfera desarrolla la esfera de los distintos hasta lo que ella es primeramente, es decir,
hasta la contradicción en ella misma (en la progresión infinita) que γ) se resuelve en el final en el que
lo diferente se pone como lo que es en el concepto. Es lo negativo de lo primero y, en cuanto
identidad con este primero, es la negatividad de sí mismo; es por ello la identidad en la que estos dos
primeros están como ideales y como momentos, [o] como superados, es decir, como conservados a
la vez. De este modo el concepto, partiendo de su ser-en-si y concluyéndose consigo por la
mediación de su diferencia y de la superación de ella, es el concepto realizado, esto es, el concepto
que contiene el ser-puesto de sus determinaciones en su ser-para-si; es [ahora] la idea, para la cual al
mismo tiempo, en cuanto es lo absolutamente primero (en el método), este final es únicamente la
desaparición de la aparencia de que el comienzo fuera algo inmediato y ella fuera un resultado: es
conocer que la idea es la totalidad única.
§ 243
De este modo el método no es forma extrínseca, sino el alma y el concepto del contenido, del cual
la forma solamente se distingue en tanto los momentos del concepto, incluso en ellos mismos, en su
determinidad, llegan a aparecer como la totalidad del concepto. Por cuanto esta determinidad o
contenido se reintegra, junto con la forma, a la idea, ésta se patentiza como totalidad sistemática que
es solamente la única idea cuyos momentos particulares son tanto en sí los mismos, como por medio
de la dialéctica del concepto producen el simple ser-para-sí de la idea. —La ciencia termina de este
modo la comprensión del concepto de ella misma como concepto de la idea pura, para la cual la idea
es.
§ 244
La idea que es para sí, considerada según esta su unidad consigo, es intuir; y la idea que intuye,
naturaleza. En cuanto intuir empero, la idea está puesta bajo la determinación unilateral de la
inmediatez o de la negación mediante reflexión extrínseca. Pero la libertad absoluta de la idea está en
que ella no meramente pasa a la vida, ni en que como conocimiento finito la hace parecer dentro de
sí, sino en que, en la verdad absoluta de sí misma, se resuelve a despedir libremente de sí[417], como
naturaleza, al momento de su particularidad o del primer determinar y ser-otro, la idea inmediata
como su propio reflejo.
Segunda parte
FILOSOFÍA DE LA NATURALEZA
INTRODUCCIÓN
Modos de considerar la naturaleza
§ 245
En su acción[418] el ser humano se comporta con la naturaleza como con algo inmediato y
exterior, y él mismo [se comporta] como un individuo inmediatamente exterior y por ende sensible,
que sin embargo se toma a sí mismo, con razón, como fin ante los objetos de la naturaleza. La
contemplación de tales objetos bajo ese respecto da [como resultado] el punto de vista teleológico
finito (§ 205). En éste se encuentra la presuposición correcta (§§ 207-211) de que la naturaleza no
contiene en sí misma el fin absolutamente último; pero cuando esta consideración parte de fines
particulares y finitos, convierte a éstos, por una parte, en presuposiciones cuyo contenido contingente
puede llegar a ser incluso carente de significado y baladí, [mientras] por otra parte, la relación
finalística exige de suyo un modo de comprensión más profundo que [la contemplación] con arreglo
a relaciones externas y finitas; exige [a saber] el modo de contemplación [propio] del concepto el
cual, según su naturaleza en general, es inmanente y [lo es] por tanto a la naturaleza en cuanto tal.
§ 246
Lo que [ahora] se llama física se llamó anteriormente filosofía de la naturaleza[419] y es
igualmente consideración teorética de la naturaleza, y precisamente consideración pensante, la cual,
por un lado, no parte de determinaciones que son extrínsecas a la naturaleza, como las de aquellos
fines [particulares y finitos de los que se habló en el § anterior], y, por otro lado, está dirigida al
conocimiento de lo universal de ella, de modo que eso universal esté en sí mismo determinado, es
decir, [que la física se dirige al conocimiento] de las fuerzas, leyes y géneros, cuyo contenido, por lo
demás, no puede ser tampoco una mera agregación, sino que dispuesto en órdenes y clases, ha de
tomárselo [la física] como una especie de organismo [420]. En tanto la filosofía de la naturaleza es
consideración concipiente, tiene por objeto el mismo universal, pero para sí, y lo contempla en su
propia e inmanente necesidad con arreglo a la autodeterminación del concepto.
Sobre la relación de la filosofía con lo empírico ya hemos hablado en la introducción[421]. La
filosofía no solamente ha de concordar con la experiencia de la naturaleza, sino que el origen y
formación de la ciencia filosófica tiene a la física empírica como supuesto y condición. Pero una cosa
es el modo de originarse una ciencia y los trabajos que la preceden, y otra cosa es la ciencia misma.
En ésta ya no puede aparecer [todo] aquello como fundamento, sino que aquí [el funda mentó] ha de
ser más bien la necesidad del concepto. —Ya hemos recordado [422] que a lo largo de la filosofía hay
que ofrecer el objeto según su determinación conceptual, hay que dar nombre[423] además al
fenómeno empírico que le corresponde y hay que mostrar cómo éste se corresponde de hecho con
aquella determinación conceptual. Sin embargo, en relación con la necesidad del contenido, eso no
significa una apelación a la experiencia. Menos aún es procedente una apelación a lo que se llama
intuición y que no suele ser otra cosa que un enredarse con la representación y la fantasía (incluso
con la fantasmagoría) con arreglo a analogías que pueden ser contingentes o significativas, e
imprimen a los objetos [en cualquier caso] determinaciones y esquemas meramente exteriores (§ 231
N).
Concepto de la naturaleza
§ 247
La naturaleza ha resultado como la idea en la forma del ser-otro. Ya que la idea es así como lo
negativo de sí misma o es exterior a sí, [resulta] por tanto [que] la naturaleza no es sólo relativamente
exterior frente a esta idea (y frente a la EXISTENCIA subjetiva de ella misma, el espíritu), sino [que] la
exterioridad[424] constituye la determinación en que está la idea como naturaleza.
§ 248
En esta exterioridad, las determinaciones conceptuales tienen la aparencia, unas frente a otras, de
un subsistir indiferente y del aislamiento [mutuo]; por esto el concepto es como [algo] interior. Por
consiguiente, la naturaleza no muestra en su existencia libertad alguna, sino necesidad y contingencia.
Por lo dicho, la naturaleza según su EXISTENCIA determinada, en virtud de la cual es naturaleza, no debe ser divinizada, ni hay
que contemplar o aducir el sol, la luna, los animales, las plantas, etc., como obras de Dios con preferencia sobre los hechos y
acontecimientos humanos. —La naturaleza es divina en sí, en la idea, pero tal como ella es, su ser no se corresponde con su concepto; es
más bien la contradicción no resuelta [425]. Lo que le es propio es el ser-puesto, lo negativo, tal como los antiguos captaron la materia
en general, como non-ens[426]. Así también la naturaleza ha sido enunciada como la caída de la idea desde sí misma[427], porque la idea
bajo esta figura de la exterioridad es inadecuada a sí misma. Solamente ante aquella conciencia que es ella misma en primer término
exterior y es por ende inmediata, es decir, la conciencia sensible, aparece la naturaleza como lo primero, lo inmediato o ente. —Con
todo, porque la naturaleza es exposición de la idea, aunque sea en ese elemento de la exterioridad, se puede y se debe admirar en ella
la sabiduría de Dios. Pero, si Vanini dijo que basta una brizna de paja para conocer el ser de Dios[428], [también hay que decir que]
cualquier representación [interna] del espíritu, la peor de sus imaginaciones, el juego [cambiante] de sus estados de ánimo más
contingentes, o cualquier palabra, es un fundamento más indicado para el conocimiento del ser divino que cualquier [otro] objeto singular
de la naturaleza. En la naturaleza, no solamente el juego de las formas tiene su contingencia desatada y desbocada, sino que cada figura
se priva de suyo del concepto de sí misma. Lo supremo hacia lo cual tiende la naturaleza en su existencia es la vida, pero ésta, en cuanto
idea meramente natural, está [aún] abandonada a la sinrazón de la exterioridad, y la vitalidad individual está constreñida, en cada
momento de EXISTENCIA, por otra singularidad que le es ajena; ahí por el contrario, en cada exteriorización espiritual, se contiene el
momento de la libre y universal referencia a sí mismo. —Un malentendido igual se presenta cuando lo espiritual en general se valora por
debajo de las cosas de la naturaleza, cuando las obras de arte humanas se posponen a las cosas naturales porque el material para
aquellas obras ha de ser tomado de fuera y porque no están vivas. [!] Como si la forma espiritual no contuviera una vitalidad superior y
no fuera más digna del espíritu que la forma natural, como si la forma en general no fuera superior a la materia, y en todo lo ético,
aquello que se puede llamar materia no perteneciera también enteramente al solo espíritu, como si lo más elevado de la naturaleza, lo
vivo, no tomara también de fuera su materia [!]. —Se alega como una ventaja de la naturaleza que ella es siempre fiel a las leyes eternas
pese a toda la contingencia de sus [entidades] EXISTENTES; pero es que eso ocurre también, por supuesto, en el dominio de la
autoconciencia, cosa que se reconoce incluso en la fe de que una providencia rige los acontecimientos humanos. —¿O es que las
determinaciones de esta providencia sólo en el campo de los acontecimientos humanos tendrían que ser azarosas e irracionales? —Pero
si la contingencia espiritual, el albedrío, llega hasta el mal, también en este caso se trata de algo infinitamente superior al curso regular
de las estrellas o a la inocencia de la planta, pues lo que yerra de aquel modo sigue siendo espíritu.
§ 249
La naturaleza debe ser contemplada como un sistema escalonado, cada uno de cuyos peldaños
procede necesariamente de los otros, y el siguiente es la verdad de aquellos de los que resulta, pero
no de tal manera que cada escalón sea naturalmente generado desde los otros, sino [que lo es] en la
idea interior que constituye el fundamento de la naturaleza. La metamorfosis incumbe solamente al
concepto en cuanto tal, ya que únicamente el cambio de éste es desarrollo. Sin embargo, el concepto
en la naturaleza es, por una parte, [lo] meramente interior y, por otra parte, está EXISTIENDO como
individuo vivo solamente; a éste sólo, por tanto, está limitada la metamorfosis que [efectivamente]
EXISTE.
Es una representación torpe, propia de la vieja filosofía de la naturaleza, y también de la moderna, contemplar el proceso de
formación y el paso desde una forma y esfera de la naturaleza a otra superior, como una producción externa y efectivamente real, que sin
embargo, para hacerla más clara, se retrotrae a la oscuridad del pretérito [429]. A la naturaleza ciertamente le es propia la exterioridad,
las distinciones caen una fuera de otra y la naturaleza hace que se presenten como EXISTENCIAS indiferentes [una ante otra]; [pero] el
concepto dialéctico que dirige los peldaños [del desarrollo] hacia adelante es lo interior a ellos mismos. Esas representaciones
nebulosas, en el fondo sensibles[430], como particularmente lo es p. e. el surgir de las plantas y animales desde el agua, y después el
surgir de los animales desarrollados desde los inferiores, etc., han de ser expulsadas por la contemplación pensante.
§ 250
La contradicción de la idea, en tanto ésta como naturaleza es exterior a sí misma, es más
precisamente la contradicción entre la necesidad de sus formaciones (generada por el concepto) y de
su determinación racional dentro de la totalidad orgánica, por una parte, y por la otra, la contingencia
indiferente y la indeterminable falta de regularidad de aquellas formaciones. La contingencia y la
determinabilidad[431] desde fuera tienen su derecho en la esfera de la naturaleza. Esta contingencia
tiene sobre todo su lugar en el campo de las configuraciones concretas que, sin embargo, en cuanto
cosas naturales, son al mismo tiempo concretas sólo de modo inmediato. Lo inmediatamente
concreto es en efecto un conjunto de propiedades que están una fuera de la otra y son más o menos
indiferentes una ante otra, ante las cuales es también indiferente, por lo mismo, la subjetividad simple
que está-siendo para sí y que las abandona a la determinación exterior y por ende contingente. Eso es
[precisamente] la impotencia de la naturaleza, recibir las determinaciones del concepto de modo
meramente abstracto y exponer la realización de lo particular a la determinabilidad exterior.
Alguien ha ensalzado la riqueza infinita y la pluralidad de formas, y, para colmo de irracionalidad, [ha ensalzado] la contingencia
que se mezcla en la ordenación exterior de las configuraciones naturales como gran libertad de la naturaleza e incluso como su
divinidad o, al menos, como la divinidad en ellas. Considerar la contingencia, la arbitrariedad y la falta de orden como libertad hay que
atribuirlo al estilo propio de la representación sensible. —Aquella impotencia de la naturaleza pone límites a la filosofía, y lo más
impertinente es exigir del concepto que conciba las contingencias de esta clase, o también exigir, como se ha dicho, que las construya o
deduzca; parece precisamente que esa tarea se hace tanto más fácil cuanto más diminuta y aislada sea la configuración [que se debería
deducir][*][432]. Huellas, sin embargo, de la determinación conceptual se rastrean en cualquier caso hasta en lo más particular, pero eso
particular no puede agotarse por aquella determinación. Las huellas de esta progresión y coherencia interna sorprenderán repetidamente a
quien las contemple, pero sobre todo parecerán sorprendentes, o más bien increíbles, a quien está acostumbrado a ver solamente lo
contingente en la historia natural y en la humana. Pero hay que ser desconfiado para no tomar esa huella por la totalidad de la
determinación [propia] de las configuraciones [concretas], lo cual abre camino a las citadas analogías[433].
La dificultad para encontrar la manera de distinguir sólidamente las clases y los órdenes a partir de la contemplación empírica, y en
muchos campos, la imposibilidad de hacerlo, reside en la impotencia de la naturaleza para retener firmemente el concepto a lo largo de
su ejecución. La naturaleza confunde poco a poco los límites esenciales mediante configuraciones intermedias y defectuosas que
proporcionan siempre argumentos contra cualquier distinción fija y [eso ocurre] incluso dentro de determinados géneros, por ejemplo el
humano, por causa de los monstruos que, por un lado, hay que adscribir a ese género, pero a los que faltan determinaciones, por otro
lado, que debieran contemplarse como propiedad esencial del género. Para poder considerar tales configuraciones como defectuosas,
malas o deformes hay que presuponer un modelo ejemplar firme que no puede sacarse de la experiencia, pues ésta ofrece igualmente
aquello que llamamos monstruos, malformaciones, entidades intermedias, etc.; y aquel modelo presuponía más bien la autosuficiencia y
dignidad de la determinación conceptual [434].
§ 251
La naturaleza es en sí un todo viviente; el movimiento a través de su proceso escalonado consiste,
más concretamente, en que la idea se ponga como aquello que es en sí o, lo que es lo mismo, que
desde su inmediatez y exterioridad (que es la muerte) vaya a sí[435] para ser primeramente como
[algo] viviente; después empero supere también esta determinidad bajo la cual es meramente vida y se
produzca[436] hasta [alcanzar] la EXISTENCIA del espíritu, el cual es la verdad y el fin último de la
naturaleza, y es la verdadera realidad efectiva de la idea.
DIVISIÓN
§ 252
La idea como naturaleza está:
I. en la determinación del uno :fuera-de-otro, del infinito aislamiento [o fragmentación] fuera
del cual está la unidad de la forma; ésta es por ende ideal, sólo está-siendo en sí y, por
consiguiente, sólo está buscada: la materia y su sistema ideal: mecánica.
II. en la determinación de la particularidad, de tal manera que la realidad está puesta con
inmanente determinidad de forma y en su diferencia QUE-ESTÁ-EXISTIENDO (una relación de la
reflexión cuyo ser dentro-de-sí es la individualidad natural): física.
III. en la determinación de la subjetividad en la cual las distinciones reales de la forma están
también devueltas a la unidad ideal que se ha encontrado a sí misma y es para sí: organología.
PRIMERA SECCIÓN DE LA FILOSOFÍA DE LA
NATURALEZA
LA MECÁNICA
§ 253
La Mecánica contempla:
A. El uno-fuera-de-otro enteramente abstracto: espacio y tiempo.
B. El uno-fuera-de-otro aislado y su referencia dentro de aquella abstracción: materia y
movimiento, mecánica finita.
C. La materia en la libertad de su concepto que está-siendo en sí, o sea, bajo el movimiento libre:
mecánica absoluta.
A
ESPACIO Y TIEMPO
a. El espacio
§ 254
La primera o inmediata determinación de la naturaleza es la abstracta universalidad de su serafuera-de-sí[437], cuya indiferencia carente de mediación es el espacio. Éste es el uno-junto-a-otro[438]
enteramente ideal, porque es el ser-afuera-de-sí simplemente continuo, porque ese uno-fuera-del-otro
es todavía enteramente abstracto y no tiene en él ninguna diferencia determinada.
Sobre la naturaleza del espacio se han dicho muchísimas cosas desde siempre. Recordemos solamente la determinación kantiana
según la cual el espacio, como el tiempo, es una forma de la intuición sensible[439]. También en otros autores se ha impuesto la
costumbre de dar por sentado que el espacio sólo debe ser contemplado como algo subjetivo en la representación. Si se prescinde de lo
que en el concepto kantiano corresponde al idealismo subjetivo y a sus determinaciones, queda como resto la determinación correcta de
que el espacio es una mera forma, esto es, una abstracción, y precisamente la abstracción de la exterioridad inmediata. —Hablar de
puntos del espacio como si ellos constituyesen su elemento [constitutivo] positivo es ilegítimo, ya que el espacio por causa de su
indistinción es solamente la posibilidad, no [aún] su ser-puesto, del ser-uno-fuera-de-otro y [de lo] negativo, y por ende el espacio es
simplemente continuo; el punto, el ser-para-sí, es por ello más bien la negación del espacio y precisamente la negación puesta en él. —
La cuestión sobre la infinitud del espacio se decide igualmente por lo ya dicho (§ 100 N). El espacio es simplemente cantidad pura, no
ya en cuanto determinación lógica, sino como cantidad inmediata y que está-siendo exteriormente. —La naturaleza no empieza, por
consiguiente, por lo cualitativo, sino por lo cuantitativo, porque la determinación de la naturaleza no es, como el ser lógico, lo primeroabstracto y lo inmediato, sino que ya es esencialmente lo mediado dentro de sí, ser-exterior y ser-otro.
§ 255
El espacio, en cuanto concepto en sí en general, tiene sus distinciones en él mismo, α)
inmediatamente en su indiferencia como las tres dimensiones meramente distintas y enteramente
carentes de determinación.
La necesidad de deducir que el espacio tiene justamente tres dimensiones no hay que pedírsela a la
geometría porque ésta no es una ciencia filosófica y [a ella] le es lícito suponer su objeto, esto es, el
espacio con sus determinaciones universales. Pero tampoco en otras partes se piensa en mostrar tal
necesidad. Descansa [desde luego] en la naturaleza del concepto, cuyas determinaciones, sin
embargo, bajo esta primera forma del uno-fuera-de-otro que es la cantidad abstracta, son entera y
meramente superficiales, y [constituyen] una distinción completamente vacía. Por consiguiente, no se
puede decir cómo se distinguen una de otra altura, longitud y anchura porque estas dimensiones sólo
deben ser distintas, pero no son todavía algo distinto; es completamente indeterminado cómo hay que
nombrar a una dirección, si altura, longitud o anchura. —La altura tiene su determinación más
próxima en la dirección hacia el centro de la tierra; pero esa determinación más concreta no
concierne de suyo a la naturaleza del espacio. Y aun suponiendo esa dirección sigue siendo todavía
indiferente llamarla altura o profundidad, ni nada queda determinado con ello respecto de la longitud
y la anchura, la cual a veces también se llama profundidad.
§ 256
β) Esa distinción, sin embargo, más determinada de manera esencial, es distinción cualitativa. En
cuanto tal es 1) primeramente la negación del espacio mismo porque éste es el ser-afuera-de-sí
inmediato e indistinto; el punto. 2) La negación empero es negación del espacio, es decir, la misma
negación es espacial; el punto, en cuanto es esencialmente esta referencia, es decir, en cuanto está
superándose a sí mismo, es la línea, el primer ser-otro, o sea espacial, del punto. 3) Pero la verdad
del ser-otro es la negación de la negación. La línea, por tanto, pasa a superficie, la cual por una parte
es una determinidad enfrentada a la línea y al punto, y así es superficie en general[440], pero por otra
parte es la negación superada del espacio y es, por tanto, reproducción de la totalidad espacial que
tiene desde ahora en ella misma el momento negativo: superficie envolvente cerrada que separa un
espacio singular entero.
Que la línea no consta de puntos y que la superficie no consta de líneas resulta de su concepto, pues la línea es más bien el punto en
tanto está-siendo afuera de sí, es decir, en tanto está refiriéndose al espacio y superándose; el plano es igualmente la línea superada que
está-siendo exterior a sí. —El punto ha sido aquí representado como lo primero y positivo y de él hemos partido. Pero hubiéramos
podido igualmente proceder a la inversa, por cuanto efectivamente el espacio es, por el contrario, lo positivo; el plano es la primera
negación y la línea la segunda, la cual empero, en cuanto segunda y con arreglo a su verdad, es la negación que se refiere a sí, o sea, el
punto. La necesidad del paso es la misma [en los dos casos]. No se piensa en la necesidad de este paso cuando el punto, la línea, etc., se
aprehenden y definen exteriormente. Con todo, la primera manera de pasar [del punto a la línea] sí se representa, aunque como algo
contingente, a modo de definición, [diciendo] que si el punto se mueve, surge la línea, etc.[441]—Las otras configuraciones del espacio
que contempla la geometría son ulteriores delimitaciones cualitativas de una abstracción espacial, la superficie, o de un espacio limitado
entero. También entonces se presentan momentos de necesidad, por ejemplo, que el triángulo es la primera figura rectilínea, que todas las
otras figuras hay que reducirlas al triángulo o al cuadrado si es que hay que determinarlas, etc. —El principio de estos trazados es la
identidad propia del entendimiento que determina las figuras a la regularidad y funda así las relaciones que de este modo resulta posible
conocer.
Se puede notar de paso que fue una particular ocurrencia de Kant afirmar que la definición de la línea recta, a saber, que es la
distancia más corta entre dos puntos, es una proposición sintética, ya que mi concepto de recta no contiene nada respecto de su magnitud,
sino sólo una cualidad [442]. En este sentido, toda definición es una proposición sintética porque lo definido, la línea recta, es primeramente
la sola representación o intuición, y la determinación de que es la distancia más corta entre dos puntos constituye, sólo entonces, el
concepto (a saber, tal como el concepto aparece en esa clase de definiciones, cfr. § 229). Que el concepto no está todavía presente en la
intuición es [precisamente] la diferencia entre ambos, la cual aporta la exigencia de una definición. Pero que aquella definición es
analítica es fácil verlo en tanto la línea recta se reduce a la simplicidad de la dirección; y la simplicidad, tomada en relación con la
cantidad, da la determinación de la cantidad más pequeña y, en este caso, de la distancia más corta.
b. El tiempo
§ 257
La negatividad, que como punto se refiere al espacio y en él desarrolla las determinidades de ella
como línea y superficie, en la esfera del ser-afuera-de-sí es también ciertamente para sí juntamente
con sus determinaciones, pero a la vez, siendo ponente en esta esfera del ser-afuera-de-sí, [la
negatividad] está apareciendo como indiferente ante el quieto uno-junto-a-otro. Puesta de este modo
para sí, la negatividad es el tiempo[443].
§ 258
El tiempo, en cuanto unidad negativa del ser-afuera-de-sí, es igualmente algo simplemente
abstracto e ideal. —Es el ser que siendo, no es, y que no siendo, es; es el devenir intuido, es decir, que
las diferencias precisa y simplemente momentáneas o que inmediatamente se superan, están
determinadas como exteriores, esto es, como exteriores a sí mismas, sin embargo.
El tiempo es, como el espacio, una forma pura de la sensibilidad o del intuir; [son ambos] lo sensible no-sensible. Pero así como al
espacio no le concierne la distinción entre la objetividad y una conciencia subjetiva que se le enfrente, tampoco la tal distinción concierne
al tiempo. Si estas determinaciones [de objetividad y subjetividad] se aplicaran al espacio y al tiempo, el espacio sería la objetividad
abstracta y el tiempo la abstracta subjetividad. El tiempo es el mismo principio que el yo = yo de la autoconciencia pura, pero es el yo o
el concepto puro todavía en su total exterioridad y abstracción, es decir, como el mero devenir intuido, el puro ser-dentro-de-sí como un
simple venir-afuera-de-sí.
El tiempo es tan continuo como el espacio, puesto que es la negatividad refiriéndose a sí abstractamente y bajo esta abstracción no
se da aún ninguna distinción real.
En el tiempo, se dice, surge y perece todo; y cuando se abstrae de todo, es decir, de lo que llena el tiempo, como cuando se abstrae
de lo que llena el espacio, resta el tiempo vacío igual que el espacio vacío. O sea, que entonces estas [dos] abstracciones de la
exterioridad están puestas como si fueran de suyo algo. Pero no es en el tiempo donde surge y perece todo, sino que el tiempo mismo es
ese devenir, ese surgir y perecer, el abstraer que-está-siendo [444]; es Cronos que lo pare todo y devora sus partos. —Lo real es desde
luego distinto del tiempo, pero de manera igualmente esencial todo es idéntico al tiempo. Lo real es limitado y lo otro de esta negación
está fuera de él; la determinidad, por tanto, es en lo real exterior a él mismo y de ahí la contradicción de su ser; la abstracción de esta
exterioridad de su contradicción y de la inquietud de ésta es el tiempo mismo. Por esto lo finito es perecedero y temporal, porque no es,
como lo es el concepto, la negatividad total en él mismo, sino que teniendo a esta negatividad dentro de sí ciertamente, como esencia
universal suya, no es adecuado a ella, es unilateral, y se relaciona por ende con ella como con su poder[445]. Pero el concepto, en su
identidad consigo que está libremente EXISTIENDO para sí, yo = yo [446], es en y para sí la negatividad absoluta y la libertad, no está
en el tiempo ni es temporal, sino que él es más bien el poder [o fuerza] del tiempo; este poder es solamente aquella negatividad en
cuanto exterioridad. Únicamente lo natural está sometido, por consiguiente, al tiempo, en tanto es finito; lo verdadero por el contrario, la
idea, el espíritu, es eterno. —El concepto de eternidad, sin embargo, no debe ser negativamente aprehendido tal como la abstracción del
tiempo, a saber, como si la eternidad EXISTIERA de alguna manera fuera del tiempo; en cualquier caso, no en el sentido de que la
eternidad venga después del tiempo; de este modo la eternidad se convertiría en futuro, o sea, en un momento del tiempo.
§ 259
Las dimensiones del tiempo, presente, futuro y pretérito, son el devenir en cuanto tal de la
exterioridad y [son] la disolución del devenir en las distinciones del ser (como del pasar a la nada) y
de la nada (como del pasar al ser). El desaparecer inmediato de estas distinciones en la singularidad
es el presente en cuanto ahora, el cual siendo excluyente como la singularidad y a la vez simplemente
continuo hacia los otros momentos, no es más que este desaparecer de su ser en la nada y de la nada
en su ser.
El presente finito es el ahora fijado como siendo, como unidad concreta y, por tanto, como lo
afirmativo distinto de lo negativo, o sea, distinto de los momentos abstractos del pretérito y futuro;
sólo que ese ser no es más que ser abstracto que desaparece en la nada. —Por lo demás, en la
naturaleza donde el tiempo es ahora no se logran distinciones subsistentes de aquellas dimensiones;
son necesarias sólo en la representación subjetiva, en el recuerdo y en el temor o esperanza. Pero el
pretérito y futuro del tiempo en cuanto están-siendo en la naturaleza son el espacio, pues siendo éste
el tiempo negado, el espacio superado es, por tanto, primeramente, el punto, y desarrollado [luego]
para sí es el tiempo.
Frente a la ciencia del espacio, la geometría, no hay una ciencia semejante del tiempo. Las
distinciones del tiempo carecen de esa indiferencia del ser-afuera-de-sí que constituye la
determinidad inmediata del espacio; por ello, las distinciones del tiempo no son aptas para darles
figura como lo son las del espacio. Tal aptitud la recibe el principio del tiempo solamente cuando se
paraliza, cuando su negatividad es depuesta por el entendimiento hasta [hacerla] un uno. Este uno
muerto, que es la suprema exterioridad del pensamiento, es capaz de combinación exterior, y estas
combinaciones a su vez, las figuras de la aritmética, son capaces de determinación por el
entendimiento según igualdad y desigualdad, [son capaces] de identificación y distinción.
Se podría además captar el pensamiento de una matemática filosófica[447] que conociera por
conceptos aquello que la ciencia matemática corriente deduce de determinaciones presupuestas con
arreglo al método del entendimiento. Sólo que, siendo ya la matemática la ciencia de las
determinaciones cuantitativas finitas que en su finitud permanecen fijas y tienen su valor, no han de
pasar [la una a la otra] y por ello la matemática usual es esencialmente una ciencia del entendimiento;
y puesto que tiene aptitud para ser una ciencia de esta clase de manera perfecta, hay que retener más
bien esa ventaja que posee frente a las otras ciencias del entendimiento, y no hay que enturbiar su
pureza ni mezclándola con el concepto que le es heterogéneo ni con finalidades empíricas. De todas
maneras, siempre sigue siendo patente que el concepto funda una conciencia más determinada, tanto
respecto de los principios del entendimiento que guían [a la matemática] como respecto del orden de
las operaciones aritméticas y su necesidad, como también del orden y necesidad de las proposiciones
de la geometría.
Sería además un esfuerzo superfluo e ingrato querer usar para la expresión de pensamientos un
medio tan refractario e inadecuado [para ello] como lo son las figuras espaciales y los números, y
violentarlos con este objetivo. Las simples figuras primeras y los números, por causa de su
simplicidad, se compadecen bien y sin equívocos con los símbolos, pero esos símbolos son siempre
una expresión heterogénea y pobre para ser aplicada a los pensamientos. Los primeros intentos del
pensamiento puro echaron ya mano de ese expediente; el sistema pitagórico de los números es el
ejemplo más conocido [448]. Pero, para conceptos más ricos, esos medios resultan completamente
insatisfactorios, ya que su composición externa y la contingencia de sus enlaces son inadecuadas a la
naturaleza del concepto y convierten en completamente ambigua cuál es la referencia que se debe
retener entre las muchas posibles a base de combinar figuras o números. Por lo demás, lo fluido del
concepto se evapora dentro de ese medio externo en el que toda determinación viene a dar en el
indiferente uno-fuera-de-otro. Esa ambigüedad sólo podría eliminarse mediante la explicación
[añadida]. Pero entonces esa explicación pasa a ser la expresión esencial del pensamiento, y la
simbolización previa resulta una superfluidad sin contenido.
Otras determinaciones matemáticas, lo infinito y sus relaciones, lo infinitamente pequeño,
factores, potencias, etc., tienen su verdadero concepto en la filosofía misma; es [por ello]
impertinente dirigirse a la matemática para tomarlas allí de prestado para la filosofía; en la
matemática se toman sin concepto e incluso a veces sin sentido, y más bien deben esperar de la
filosofía su justificación y significado. Es solamente la pereza la que, para ahorrarse el pensar y la
determinación conceptual, se refugia en fórmulas que ni tan siquiera son expresión inmediata de un
pensamiento, y en esquemas previamente confeccionados de tales fórmulas.
La verdadera ciencia filosófica de la matemática en cuanto doctrina de las magnitudes sería la
ciencia de la medida, pero ésta presupone aquella particularidad real de las cosas que sólo se
encuentra en la naturaleza concreta. Y, por causa de la naturaleza exterior de la magnitud, sería desde
luego la más difícil de las ciencias.
c. El lugar y el movimiento
§ 260
El espacio es en sí mismo la contradicción entre el indiferente ser-uno-fuera-de-otro y la
continuidad indiferenciada, la pura negatividad de sí mismo y el pasar primeramente al tiempo. E
igualmente el tiempo, puesto que sus momentos contrapuestos mantenidos juntos se superan
inmediatamente, es el precipitarse[449] inmediato en la indiferencia, o sea, en el indiferente uno-fuerade-otro o espacio. Y así en éste la determinación negativa, o sea, el punto excluyente, ya no es
solamente en sí según el concepto, sino que está puesto y es en sí mismo concreto mediante la
negatividad total que es el tiempo; el punto así concreto es el lugar (§§ 255 y 256).
§ 261
El lugar, siendo así la identidad puesta del espacio y del tiempo, es también primeramente aquella
contradicción puesta que espacio y tiempo son cada uno de por sí. El lugar es la singularidad espacial
y, por ello, la singularidad indiferente; y esto lo es el lugar solamente en cuanto ahora espacial, [o
sea,] en cuanto tiempo, de tal modo que el lugar, siendo inmediatamente indiferente ante sí mismo en
cuanto éste, siendo exterior a sí mismo, es la negación de sí mismo y [es] otro lugar. Este perecer y
regenerarse del espacio en el tiempo y del tiempo en el espacio, de modo que el tiempo se pone
espacialmente como lugar y esta espacialidad indiferente se pone también temporalmente de manera
inmediata, es el movimiento. —Este devenir, sin embargo, es también igualmente la coincidencia de
su contradicción, la unidad inmediata, idéntica y existente de espacio y tiempo: [es] la materia.
El paso desde la idealidad a la realidad, desde la abstracción a la existencia concreta, aquí desde espacio y tiempo a la realidad que
aparece como materia, es incomprensible para el entendimiento y, por consiguiente, se convierte siempre para él en algo exterior y dado.
La representación corriente consiste en contemplar espacio y tiempo como vacíos, indiferentes a ser llenados, y sin embargo
contemplarlos también como siempre llenos; en tanto vacíos dejar que se llenen desde fuera y de este modo tomar las cosas materiales,
por un lado, como indiferentes ante espacio y tiempo, pero, por otro lado, tomarlas a la vez como esencialmente espaciales y temporales.
Lo que se dice de la materia es α) que es compuesta; esto se refiere a su abstracto uno-fuera-de-otro, al espacio. —En tanto que al
tratar de ella se abstrae del tiempo y en general de todas las formas, se ha afirmado de la materia que es eterna e inmutable[450]. Esto se
sigue efectivamente de manera inmediata; pero una materia tal es también solamente algo abstracto, falto de verdad. β) La materia es
impenetrable y ofrece resistencia, es perceptible, visible, etc. Estos predicados no dicen sino que la materia, para la percepción
determinada es, por una parte, y en general para otro, pero, por otra, parte es también para sí. Ambas son las determinaciones que la
materia tiene ciertamente en cuanto es la identidad de espacio y tiempo, del inmediato uno-fuera-de-otro y de la negatividad o de la
singularidad en tanto está-siendo para sí.
El paso de la idealidad a la realidad se presenta también de manera expresa en los conocidos fenómenos mecánicos en los cuales
precisamente la idealidad puede hacer las veces de realidad, y viceversa; y sólo la ausencia de pensamiento propia de la representación
y del entendimiento es culpable de no concluir su identidad a partir de esta intercambiabilidad suya. En la palanca, por ejemplo, se puede
sustituir masa por distancia, y viceversa, y un quantum del momento ideal produce el mismo efecto que el momento real
correspondiente. —En la cantidad de movimiento, la velocidad, siendo solamente la relación cuantitativa de espacio y tiempo, sustituye
a la masa, y el mismo efecto real se produce al revés si la masa aumenta y la velocidad disminuye en la misma proporción. Un ladrillo
no mata de suyo a un hombre, sino que este efecto lo produce únicamente por la velocidad requerida, es decir, que el hombre es
mortalmente golpeado por el espacio y el tiempo. —La determinación reflexiva que se llama fuerza es aquí aquello que, una vez fijado
por el entendimiento, está ahí como algo último y le impide a ese mismo entendimiento preguntarse luego por las relaciones que guardan
entre sí las determinaciones de la fuerza. Pero como mínimo queda por ahí rondando que el efecto de la fuerza es algo real, perceptible
por los sentidos, que en la fuerza hay lo mismo que en su exteriorización, y que ciertamente esa fuerza se alcanza según su
exteriorización real mediante la relación de los momentos ideales del espacio y el tiempo.
Es propio además de esta reflexión ayuna de concepto contemplar las llamadas fuerzas como ínsitas en la materia, es decir, como
algo originariamente exterior a ella, y eso de tal manera que ciertamente esa identidad de tiempo y espacio que va rondando por la
determinación reflexiva de fuerza y que constituye en verdad la esencia de la materia, está puesta como algo que le es extraño y
contingente, llevado a ella desde fuera.
B
MATERIA Y MOVIMIENTO
Mecánica finita
§ 262
Frente a su identidad consigo y en virtud del momento de su negatividad [o sea] de su aislamiento
abstracto, la materia se mantiene dispersa: la repulsión de la materia. Igualmente esencial, porque
estos distintos son uno y lo mismo, es la unidad negativa de este ser-para-sí que-está-siendo-unofuera-de-otro; la materia es con ello continua: su atracción. La materia es inseparablemente ambas
cosas y [es] unidad negativa de estos momentos, singularidad; ésta empero, en cuanto es aún distinta
frente al inmediato uno-fuera-de-otro de la materia, y por tanto también, en tanto no puesta aún como
singularidad material, es singularidad ideal, centro: la gravedad.
Kant, entre otros méritos, ha tenido el de iniciar un concepto de materia mediante su intento de construcción de ella, como suele
decirse, en sus Principios metafísicos de la ciencia de la naturaleza [451], y haber restaurado con ese intento el concepto de una filosofía
de la naturaleza. Sin embargo, al hacerlo, ha tomado las determinaciones reflexivas de fuerza de atracción y fuerza de repulsión como
firmes una ante otra y de nuevo las ha presupuesto como algo acabado y disponible en tanto de ellas había de emerger la materia, de
tal modo que materia resulta ser lo que debe ser atraído y repelido. La confusión reinante en esta exposición kantiana la he expuesto con
más detalle en mi Sistema de la lógica, vol. I, 1.ª parte, páginas 119 y ss.[452] —Por lo demás, sólo la materia grave es la totalidad y
[es] lo real donde puede tener lugar la atracción y la repulsión; ella posee los momentos ideales del concepto, de la singularidad o
subjetividad. Por esta causa tales momentos no han de tomarse como autosuficientes o como fuerzas de por sí; la materia resulta de ellos
solamente en cuanto momentos del concepto, pero es lo que se presupone para la aparición [fenoménica] de ellos.
La gravedad hay que distinguirla esencialmente de la mera atracción. En general, ésta es solamente la superación del ser-uno-fuerade-otro y confiere mera continuidad. La gravedad, por el contrario, es la reducción de la particularidad (que-está-siendo-una-fuera-deotro y que es también continua) a la particularidad como referencia negativa a sí, a la singularidad [o] a una única subjetividad que es
sin embargo enteramente abstracta. Pero en la esfera de la primera inmediatez de la naturaleza, la continuidad que está-siendo-fuera-desí está aún puesta como lo subsistente; es en lo físico donde primeramente se inicia la reflexión-hacia-sí material. Por tanto, la
singularidad en cuanto determinación de la idea está ya presente desde luego, pero aquí fuera de lo material. La materia, es por tanto,
en primer lugar esencialmente grave; ésta no es una propiedad extrínseca, separable de ella. La gravedad constituye la sustancialidad de
la materia y esta misma es la tendencia hacia el centro que (y ésta es la otra determinación esencial de la materia) cae fuera de ella. Se
puede decir que la materia es atraída por el centro, es decir, que niega aquel subsistir suyo que está-siendo-uno-fuera-de-otro y es
continuo; pero si el centro mismo se representa materialmente, resulta entonces que el atraer es únicamente mutuo, es decir, que es
también ser atraído, y el centro, de nuevo, algo distinto de ambos. Pero el centro no hay que tomarlo como algo material, pues lo
material es precisamente poner su centro afuera de sí. No es el centro, sino la tendencia hacia él lo que es inmanente a la materia. La
gravedad es, por así decirlo, la confesión de la nulidad del ser-afuera-de-sí de la materia en su ser-para-sí, la confesión de su falta de
autosuficiencia y de su contradicción.
También se puede decir que la gravedad es el ser-dentro-de-sí de la materia en el sentido de que mientras ella no es aún centro,
subjetividad en ella misma[453], mientras es todavía indeterminada, falta de desarrollo e inconclusa, la forma no es aún material.
Dónde está el centro viene determinado por la materia grave de la cual es centro; en tanto la materia es masa, está determinada y por
consiguiente lo está también su tender, el cual es [un] poner (por ende determinado) del centro.
a. La materia inerte
§ 263
La materia, en cuanto meramente universal e inmediata, tiene en primer lugar solamente una
distinción cuantitativa y está particularizada en distintos quanta, o sea, masas que bajo la
determinación superficial de un todo o [un] uno, son cuerpos. De modo igualmente inmediato el
cuerpo es distinto de su idealidad y esencialmente es desde luego espacial y temporal, pero lo es
como estando en el espacio y en el tiempo, y aparece como contenido de ellos, indiferente ante esta
forma.
§ 264
Con arreglo a la determinación espacial en la que el tiempo está superado, el cuerpo es duradero;
con arreglo a la determinación temporal en la que está superada la subsistencia espacial indiferente,
el cuerpo es perecedero; es en general un uno enteramente contingente. Es precisamente la unidad que
vincula los dos momentos en su contraposición, o sea, es movimiento. Pero así como el cuerpo es
indiferente ante el espacio y el tiempo (§ precedente) y lo es también ante la referencia a ellos —el
movimiento— (§ 261), éste es extrínseco al cuerpo como su negación del mismo —el reposo: el
cuerpo es inerte.
La finitud del cuerpo, el no ser adecuado a su concepto, consiste en esta esfera en que el cuerpo en cuanto materia es solamente la
inmediata unidad abstracta del espacio y del tiempo, pero en él no está puesta como inmanente, en un uno [concreto], la unidad inquieta
y desarrollada del espacio y el tiempo, a saber, el movimiento. En la mecánica física se toma generalmente el cuerpo bajo esta
determinación, de modo que es un axioma de esta mecánica[454] que el cuerpo, sencillamente, sólo mediante una causa exterior se pone
en movimiento como [si se lo llevara] a un estado, e igualmente al reposo. Ante la representación quedan entonces flotando los cuerpos
terrestres carentes de mismidad [455], de los que valen en cualquier caso aquellas determinaciones. Pero ésta es únicamente la
corporeidad inmediata y, por tanto, ciertamente abstracta y finita. Y a ese abstractum de cuerpo se le llama el cuerpo qua cuerpo. Pero
la falta de verdad de esta EXISTENCIA abstracta está superada en el cuerpo que EXISTE concretamente, y esta superación empieza ya
a estar puesta en el cuerpo carente de mismidad. Las determinaciones de la inercia, de la impulsión, de la presión, de la atracción, de la
caída, etc., se transfieren inadvertidamente desde la mecánica corriente, es decir, desde la esfera de la corporeidad finita y
consiguientemente del movimiento finito, a la mecánica absoluta en la que la corporeidad y el movimiento EXISTEN más bien bajo su
concepto libre.
b. La impulsión[456]
§ 265
El cuerpo inerte, puesto en movimiento de manera extrínseca (ciertamente finito por eso) y
referido así a otro cuerpo, constituye momentáneamente con éste un solo cuerpo, puesto que ambos
son masas sólo cuantitativamente diferenciadas. De esta manera, el movimiento es un solo
movimiento de ambos cuerpos (comunicación del movimiento). Pero los dos cuerpos se ofrecen
también resistencia, por cuanto cada uno de ellos está presupuesto igualmente como inmediatamente
uno. Este su ser-para-sí, que está más particularizado por el quantum de la masa [de cada uno], uno
frente al otro, es su gravedad relativa: peso como gravedad de una masa cuantitativamente
particularizada (extensivamente, como una multitud de partículas graves; intensivamente, como
presión determinada, vid. § 103 N); este peso en cuanto determinidad real que se une a la
determinidad ideal-cuantitativa del movimiento (la velocidad), constituye una sola determinidad
(quantitas motus) dentro de la cual cada una de aquellas determinidades puede ocupar el puesto de la
otra, cfr. § 261 N.
§ 266
Este peso, en cuanto magnitud intensiva concentrada en un punto dentro del mismo cuerpo, es su
centro de gravedad, pero el cuerpo en cuanto grave consiste precisamente en poner su centro fuera de
él y en tenerlo fuera. Impulsión y resistencia, así como el movimiento puesto por ellos, tienen, por
consiguiente, una base sustancial en un centro común a los cuerpos singulares y exterior a ellos, y
aquel movimiento accidental, puesto en ellos extrínsecamente, pasa al reposo en ese punto central.
Este reposo es al mismo tiempo sólo un tender hacia el centro por cuanto éste está fuera de la
materia, y con arreglo a la relación de la materia particularizada en [distintos] cuerpos que tienden
juntamente hacia él, es una presión de ellos, uno sobre otro. Este tender en el seno de la relación del
estar-separado del cuerpo respecto del centro de su gravedad por un espacio relativamente vacío, es
la caída. Ésta es el movimiento esencial al que pasa con arreglo al concepto aquel movimiento
accidental, del mismo modo que con arreglo a la EXISTENCIA pasa al reposo.
Para el movimiento extrínseco o finito vale el principio fundamental de la mecánica, a saber, que un cuerpo en reposo estará
eternamente en reposo y un cuerpo en movimiento seguirá moviéndose eternamente, mientras no sea llevado de un estado a otro por una
causa exterior[457]. Esto no significa otra cosa que [los mismos] movimiento y reposo, enunciados con arreglo al principio de identidad (§
115): movimiento es movimiento y reposo es reposo; [o sea, que] ambas determinaciones son exteriores una a otra. Estas abstracciones
del movimiento de por sí y del reposo de por sí son lo único que produce la afirmación vacía de un movimiento que prosigue
eternamente, mientras no, etc. El principio de identidad que es su fundamento ya fue mostrado en el lugar oportuno juntamente con su
nulidad [458]. Aquella afirmación carece de toda base empírica, puesto que la impulsión en cuanto tal ya está condicionada por la
gravedad, esto es, por la determinación de la caída. El lanzamiento muestra el movimiento accidental frente al movimiento esencial de
la caída; pero la abstracción, es decir, el cuerpo qua cuerpo, está inseparablemente unido a su gravedad y por ello, al lanzarlo, esta
gravedad se impone por sí misma y debe ser tomada en consideración. El lanzamiento por separado, EXISTIENDO de por sí, no puede
mostrarse. El ejemplo para mostrar el movimiento que debería producirse por la vis [o fuerza] centrífuga es habitualmente el de la piedra
que, colocada en una honda y movida circularmente por la mano, muestra siempre el impulso a alejarse de ella (Newton, Phil. nat. princ.
math. Defin. V)[459]. Pero la cuestión no está en si esa dirección existe, sino en si EXISTE de por sí, separada de la gravedad, tal como
viene representada por la fuerza enteramente sustantivada. Newton asegura allí mismo que una bala de plomo in coelos abiret et motu
abeundi pergeret in infinitum[460] sólo con tal que (por supuesto, con tal que) se le pudiese imprimir la velocidad pertinente. Una tal
separación del movimiento extrínseco respecto del esencial no pertenece a la experiencia ni al concepto, sino solamente a la reflexión
abstractiva. Una cosa es (y necesaria) distinguir esos movimientos y dibujarlos matemáticamente como líneas separadas o como factores
cuantitativamente separados, etc., y otra muy distinta considerarlos como existentes físicos sustantivos[*][461].
Sin embargo, en esa huida al infinito de la bala de plomo hay que abstraer la resistencia del aire, o sea, del roce. Y cuando un
perpetuum mobile teóricamente bien calculado y demostrado, se para a su tiempo (que no tarda), el fenómeno se atribuye únicamente al
roce y se prescinde de la gravedad. Desde luego, la lenta disminución del movimiento del péndulo y su paralización final se atribuye a
ese obstáculo. Se dice igualmente del movimiento pendular que duraría sin fin, si el roce pudiera ser eliminado [462]. Pero en cualquier
caso esta resistencia que el cuerpo experimenta en su movimiento accidental pertenece al fenómeno necesario de su falta de
sustancialidad. Pero así como el cuerpo encuentra obstáculos para alcanzar el centro de su cuerpo central sin que estos obstáculos
disminuyan su presión o gravedad, aquella resistencia del roce impide también el movimiento de lanzamiento del cuerpo sin que con ello
se pierda su gravedad o el roce la sustituya. El roce es un obstáculo, pero no el impedimento esencial al movimiento extrínseco y
accidental. Resta siempre que el movimiento finito está indisolublemente ligado a la gravedad y que en cuanto accidental toma de suyo
la dirección de ella, [o sea,] de la determinación sustancial de la materia, y a ella se somete.
c. La caída
§ 267
La caída es el movimiento relativamente libre; es libre porque siendo puesto por el concepto del
cuerpo, este movimiento es el fenómeno de su propia gravedad; le es, por tanto, inmanente. Pero a la
vez este movimiento está condicionado en tanto es solamente la primera negación de la exterioridad;
por consiguiente, la distancia de su conexión con el centro es aún la determinación contingente o
puesta aún exteriormente.
Las leyes del movimiento atañen a la magnitud y precisamente, de modo esencial, a la magnitud del tiempo transcurrido y del
espacio recorrido; se trata de descubrimientos imperecederos que constituyen el máximo honor del análisis del entendimiento. Otra cosa
es, sin embargo, la demostración no empírica de esos descubrimientos, y también ésta ha sido proporcionada por la mecánica
matemática, de modo que ni [tan siquiera] la ciencia basada en lo empírico se contenta con el mero mostrar empírico. El supuesto para
esta prueba a priori es que la velocidad de la caída es uniformemente acelerada; la prueba consiste en transformar los momentos de la
fórmula matemática en fuerzas físicas, a saber, en una fuerza acelerante[463] que en cada momento del tiempo ejerce un mismo
impulso [*] y en una fuerza de la inercia que mantiene la velocidad (mayor) conseguida en cada momento del tiempo [464]; estas
determinaciones carecen de toda acreditación empírica, del mismo modo que el concepto no tiene nada que ver con ellas. De manera
más precisa, la determinación cuantitativa que contiene aquí una relación expresada con una potencia[465], se lleva a la forma de una
suma de dos elementos independientes entre sí, y con ello se mata la determinación cualitativa dependiente del concepto. Como una
consecuencia de las leyes así supuestamente demostradas, se da por establecido «que en el movimiento uniformemente acelerado las
velocidades son proporcionales a los tiempos» [466]. Esta proposición, sin embargo, no es otra cosa que la definición enteramente simple
del movimiento uniformemente acelerado. En el movimiento simplemente uniforme, los espacios recorridos son proporcionales a los
tiempos; el movimiento acelerado es el movimiento en el que la velocidad se hace mayor en cada una de las siguientes partes del
tiempo, y el movimiento uniformemente acelerado es aquel en que las velocidades son proporcionales a los tiempos transcurridos; por
tanto, v/t, esto es, e/t2. Ésta es la prueba simple y verdadera. —v es la velocidad en general, aún indeterminada; es, por tanto, a la vez la
velocidad abstracta simplemente uniforme. La dificultad que se presenta en esta prueba reside en que v está primeramente tomada como
velocidad indeterminada, pero [luego], en la expresión matemática, se presenta como e/t, es decir, como uniforme. Aquel rodeo de la
prueba basada en la expresión matemática es útil por causa de esta necesidad de tomar la velocidad como simplemente uniforme (e/t) y
desde ella pasar a e/t2. En la afirmación de que la velocidad es proporcional a los tiempos, la velocidad se toma primeramente en
general, luego se pone de manera superflua y en forma matemática como e/t, o sea, como velocidad simplemente-uniforme y luego se
introduce la fuerza de la inercia y se le atribuye a ella este momento. Pero al decir que la velocidad es proporcional a los tiempos queda
ya determinada como velocidad uniformemente acelerada (e/t2) y aquella determinación de e/t está aquí fuera de lugar y queda
excluida[*][467].
La ley de la caída [de los cuerpos] es una ley libre de la naturaleza frente a la abstracta velocidad uniforme [propia] del mecanismo
muerto extrínsecamente determinado. Dicho de otra manera, esta ley tiene un aspecto que se determina desde el concepto de cuerpo. Y
en tanto de ello se sigue que esa ley debe poder deducirse del concepto; lo que hay que ofrecer y se debe indicar es cómo la ley de
Galileo (a saber, que «los espacios recorridos son proporcionales a los cuadrados de los tiempos transcurridos» [468]) está conectada a la
determinación conceptual.
Esta conexión empero hay que contemplarla como simplemente residente en que siendo el concepto lo que aquí determina, las
determinaciones conceptuales del espacio y el tiempo se liberan una frente a otra, o dicho de otra manera, que sus determinaciones
cuantitativas se relacionan con arreglo al concepto. Ahora bien, el tiempo es el momento de la negación, el momento del ser-para-sí,
el principio de lo uno y de su magnitud (algún número empírico) y hay que tomarlo en relación con el espacio como la unidad o como
denominador. El espacio es, por el contrario, el ser-uno-fuera-de-otro y no es precisamente ninguna otra magnitud que la magnitud del
tiempo, pues la velocidad de ese movimiento libre consiste en que tiempo y espacio no son exteriores y contingentes uno respecto de
otro, sino que una sola es la determinación de ambos. La forma de la exterioridad mutua del espacio, en cuanto opuesta a la forma del
tiempo o de la unidad, y sin que se mezcle ninguna otra determinidad, es el cuadrado, es decir, la magnitud que llega a estar fuera de
sí, que se pone en una segunda dimensión y se aumenta de esta manera, pero con arreglo a ninguna otra determinidad que no sea la
suya propia, [o dicho de otro modo], con arreglo a este extenderse que se convierte en límite para sí mismo y que en su hacerse otro
sólo se refiere de este modo a sí mismo.
He aquí la demostración de la ley de la caída desde el concepto de la COSA. La relación expresada por una potencia es
esencialmente una relación cualitativa y es la única relación que compete al concepto. —Hay que añadir todavía, en relación con lo que
va a seguir, que siendo así que la caída contiene todavía conjuntamente un cierto condicionamiento dentro de la libertad, el tiempo sigue
siendo solamente unidad abstracta en cuanto número inmediato, del mismo modo que la determinación cuantitativa del espacio sólo
alcanza la segunda dimensión.
§ 268
La caída es la posición meramente abstracta de un centro en cuya unidad se pone como superada
la diferencia de las masas particulares y de los cuerpos; masa o peso carecen por ello de toda
significación en la magnitud de este movimiento. Pero el simple ser-para-sí del centro, en cuanto es
esta referencia negativa a sí mismo, es esencialmente repulsión de sí mismo; es repulsión formal
respecto de los muchos centros fijos (estrellas) y es repulsión viva en cuanto determinación de ésta
con arreglo a los momentos del concepto y es, por tanto, referencia esencial de estos centros entre sí,
puestos como distintos de acuerdo con lo dicho. Esta referencia es la contradicción de su ser-para-sí
autosuficiente y de su estar conjuntamente incluidos en el concepto; el fenómeno de esta
contradicción entre su realidad y su idealidad[469] es el movimiento y precisamente el movimiento
absolutamente libre.
C
MECÁNICA ABSOLUTA
§ 269
La gravitación es el concepto verdadero y determinado de la corporeidad material que se ha
realizado hasta [alcanzar] la idea. La corporeidad universal se juzga [o divide] esencialmente en
cuerpos particulares y se reúne como conclusión[470] en el momento de la singularidad o
subjetividad en cuanto existencia que aparece [fenoménicamente] en el movimiento, la cual
[corporeidad] por medio de él es inmediatamente un sistema de varios cuerpos.
Hay que reconocer que la gravitación universal es de suyo un pensamiento profundo, aunque la atención y el crédito los haya
conseguido, sobre todo, por la determinación cuantitativa que acompaña a este pensamiento, y a pesar de que haya sido legitimado
basándose en la experiencia observada en el sistema solar y descendiendo desde ahí hasta el fenómeno de la capilaridad [471]. De este
modo, el pensamiento de la gravitación universal, captado [472] en la esfera de la reflexión, tiene solamente el significado de la
abstracción en general y más en concreto tiene el significado de la gravedad sólo bajo la determinación cuantitativa de la caída, pero no
[tiene] aquel significado de la idea desarrollada en su realidad que hemos expuesto en el § anterior. De manera inmediata la gravitación
contradice la ley de la inercia, puesto que en virtud de aquélla la materia tiende por sí misma hacia otra materia. —En el concepto de la
gravedad están contenidos, como se ha mostrado [473], los dos momentos del ser-para-sí y de la continuidad superadora del ser-para-sí.
Estos momentos del concepto, en cuanto fuerzas particulares correspondientes a las fuerzas de atracción y repulsión, sufren la fatalidad
de ser captadas, en una determinación más concreta, como fuerza centrípeta y centrífuga que, como lo hace la gravedad, actúan sobre
los cuerpos de manera completamente independiente una de otra y han de entrar contingentemente en colisión en un tercero, o sea, en el
cuerpo. Así se anula de nuevo lo que sería más profundo en el pensamiento de la gravedad universal y mientras ahí dominen los
descubrimientos tan ensalzados de las fuerzas, el concepto y la razón no podrán penetrar en la doctrina del movimiento absoluto. En el
silogismo que tiene por contenido a la idea de la gravedad en cuanto concepto que mediante la particularidad de los cuerpos se abre
hacia la realidad exterior y al mismo tiempo se muestra concluido consigo mismo [o cerrado sobre sí] en la idealidad de esa realidad y
en su reflexión-hacia-sí, o sea, en el movimiento, [en ese silogismo, digo] se contiene la identidad racional y la inseparabilidad de los
momentos [del concepto] que, si no se hace así, se representan como autosuficientes. —En general y simplemente, el movimiento en
cuanto tal sólo tiene sentido y EXISTENCIA dentro del sistema de varios cuerpos y precisamente de varios cuerpos que están en
relación unos con otros con arreglo a una determinación diferenciada. Esta determinación más concreta dentro del silogismo de la
totalidad, que es él mismo un sistema de tres silogismos, ha sido expuesto cuando hemos tratado del concepto de la objetividad (véase el
§ 198).
§ 270
En lo que atañe a los cuerpos en los que se encuentra realizado el concepto de gravedad, libre de
por sí, esos cuerpos tienen a los momentos de este concepto como determinaciones de su naturaleza
distinta. Por consiguiente, uno de ellos es el centro universal de la abstracta referencia a sí. A este
extremo se le opone la singularidad inmediata que está-siendo-afuera-de-sí carente de centro y que
aparece a la vez como corporeidad autosuficiente. Y los [cuerpos] particulares son aquellos que tanto
están en la determinación del ser-afuera-de-sí como en la del ser-dentro-de-sí, son de suyo centros y
se refieren al primero como a su unidad esencial.
Los cuerpos planetarios, en cuanto inmediatamente concretos en su EXISTENCIA, son los más perfectos. El sol suele considerarse
como lo más excelente, por cuanto el entendimiento prefiere lo abstracto a lo concreto, como también igualmente las estrellas fijas son
consideradas como superiores a los cuerpos del sistema solar. —La corporeidad carente de centro, en cuanto perteneciente a la
exterioridad, se particulariza en ella misma en la oposición entre cuerpo lunar y cometario.
Las leyes del movimiento absolutamente libre fueron descubiertas, como es sabido, por Kepler[474]; un descubrimiento de fama
inmortal. Tales leyes fueron demostradas por Kepler en el sentido de que él halló para los datos empíricos su expresión universal (§
227). Desde entonces se ha convertido en tópico [decir] que Newton fue el primero en hallar la demostración de aquellas leyes. No es
fácil [hallar casos en] que la fama se haya transferido desde el primer descubridor a otro de una manera más injusta. Sobre ello hago
notar lo siguiente:
1) Que los matemáticos reconocen que las fórmulas newtonianas se pueden deducir de las leyes de Kepler[475]. La deducción
enteramente inmediata es simplemente ésta: En la tercera ley de Kepler, lo constante es A3/T2. Expresándolo A.A2/T2 y llamando con
Newton «gravedad universal» a A/T2, se halla la expresión newtoniana del efecto de la llamada gravedad en razón inversa al cuadrado
de las distancias[476].
2) Que la demostración newtoniana de la proposición [que dice] que un cuerpo sometido a la ley de la gravitación se mueve
elípticamente alrededor del cuerpo central, lleva a una sección cónica en general, mientras la proposición principal que debía
demostrarse consiste precisamente en que la órbita de ese cuerpo no es un círculo, ni cualquier otra sección cónica, sino únicamente la
elipse. Directamente en contra de aquella demostración (Princ. Math. 1.1 Sect. II. prop. I)[477] hay que recordar de todas maneras algunas
cosas; su análisis ya no necesita la base de la teoría newtoniana. Las condiciones que hacen que la órbita del cuerpo sea una
determinada sección cónica son constantes en la fórmula analítica y su determinación se reduce a una circunstancia empírica, a saber, a
una situación particular del cuerpo en un instante temporal determinado y a la intensidad contingente de una impulsión que este cuerpo
haya recibido originariamente; de este modo la circunstancia que determina que la línea curva sea elíptica cae fuera de la fórmula que
debía demostrarse y en ningún momento se piensa en demostrarla.
3) Que la ley newtoniana de la llamada fuerza de la gravedad viene igualmente dada sólo desde la experiencia y mediante
inducción.
No hay más que ver si no la diferencia siguiente: lo que Kepler ha expresado de manera sencilla y elevada en forma de leyes del
movimiento celeste, lo ha transformado Newton en la forma propia de la reflexión de la fuerza de la gravedad y precisamente de la
misma gravedad que en la caída [de los cuerpos] da la ley de su magnitud. Si bien la fórmula newtoniana es cómoda e incluso necesaria
para el método analítico, se trata únicamente de una diferencia en la formulación matemática; desde hace tiempo el análisis matemático
sabe cómo deducir la expresión newtoniana y las proposiciones conexas con ella a partir de la forma de las leyes de Kepler (me atengo
en este asunto a la elegante exposición que se encuentra en Francoeur, Traite élém. de Mécanique, Liv. II. Ch. II, n. IV)[478].
Simplemente, la manera antigua de demostrar representa un confuso tejido de líneas [propias] de la mera construcción geométrica a las
que se otorga un significado físico de fuerzas autosuficientes, partiendo de varías determinaciones vacías de las ya citadas[479] fuerza
acelerante y fuerza de inercia, sobre todo de la relación entre la (así llamada) gravedad misma con las fuerzas centrípeta y centrífuga,
etc.
Las observaciones que aquí hemos hecho necesitarían una discusión más larga de la que cabe en un compendio. Proposiciones que no
concuerdan con las [comúnmente] aceptadas, parecen afirmaciones [gratuitas] y al entrar en contradicción con tan altas autoridades
parecen algo peor todavía, pretensiones. Sin embargo, lo que hemos dicho no es tanto [un conjunto de] proposiciones cuanto hechos
contantes y sonantes, y la reflexión que cuenta es únicamente ésta: que las diferencias y determinaciones que aporta el análisis
matemático, y el curso que éste ha de tomar de acuerdo con su método, tienen que distinguirse de lo que debe tener realidad física. Los
supuestos, el curso y los resultados que el análisis ofrece y tiene por necesarios, quedan completamente fuera de lo que hemos
recordado, lo cual atañe al valor físico y al significado físico de aquellas determinaciones y curso. Es sobre esto sobre lo que hay que
llamar la atención; hay que cobrar conciencia de la inundación[480] que sufre la mecánica física por parte de una metafísica
indescriptible que —contra experiencia y concepto— tiene como fuente única aquellas determinaciones matemáticas.
Aparte de la fundamentación del tratamiento analítico, cuyo desarrollo [posterior], por lo demás, ha convertido en superfluas, e
incluso ha eliminado, muchas cosas que pertenecían a sus principios esenciales y a su fama, se reconoce que la aportación de contenido
que Newton hizo a la sustancia de las leyes de Kepler es el principio de la perturbación [481]; un principio cuya importancia hay que
mencionar aquí por cuanto descansa sobre la tesis de que la llamada atracción es un efecto de todas las partes singulares de los cuerpos
en cuanto materiales. Y en ello reside que la materia en general se pone el centro. La masa del cuerpo particular, consiguientemente, ha
de considerarse como un momento en la determinación local del cuerpo, y los cuerpos del sistema, en su conjunto, se ponen su sol; pero
también los mismos cuerpos singulares, con arreglo a la situación relativa que alcanzan unos respecto de otros en virtud de su
movimiento general, configuran una referencia momentánea de la gravedad de unos sobre otros y se relacionan entre sí, no meramente
bajo la referencia espacial abstracta, a saber, la distancia, sino que uno con otro se ponen un centro particular, éste en parte se disuelve
de nuevo, sin embargo, dentro del sistema general, pero en parte permanece subordinado a ese sistema, por lo menos cuando esta
relación es permanente (como ocurre en las perturbaciones mutuas de Júpiter y Saturno).
Si ahora, de acuerdo con lo dicho, ofrecemos algunos rasgos fundamentales del modo cómo las determinaciones principales del
movimiento libre están conexas con el concepto, [conviene advertir desde luego que] este punto no podrá desarrollarse detalladamente
en orden a su fundamentación y, por ende, habrá que abandonarlo en seguida a su suerte. El principio, de todas maneras, es que la
demostración racional solamente puede descansar sobre las determinaciones conceptuales del espacio y tiempo, o sea, de los
momentos cuya relación (no empero extrínseca) es el movimiento. ¡Cuándo llegará por fin la ciencia a cobrar conciencia de las
categorías metafísicas que utiliza y llegará a poner en la base el concepto de la COSA, en vez del suyo propio!
En primer lugar, que el movimiento en general sea un movimiento que vuelve sobre sí, reside en la determinación de la particularidad
y singularidad de los cuerpos en general (§ 269), de tener en parte un centro en sí mismos y tener EXISTENCIA autosuficiente y a la
vez tener en parte su centro en otro. Son éstas las determinaciones conceptuales que subyacen a las representaciones de una fuerza
centrípeta y una fuerza centrífuga, pero se falsean como si cada una de ellas EXISTIERA de manera autosuficiente de por sí, cada una
fuera de la otra, y actuara independientemente, de modo que sólo concurrieran extrínsecamente en sus efectos y, por tanto, de manera
contingente. Son, como ya hemos dicho [482], las líneas que deben trazarse para la determinación matemática y que se han convertido en
realidades físicas efectivas.
Este movimiento es además uniformemente acelerado (y, en cuanto movimiento que vuelve sobre sí, cambiándose en uniformemente
retardado). En el movimiento en cuanto libre intervienen también espacio y tiempo en cuanto aquello que son, es decir, como distintos,
para hacerse valer en la determinación cuantitativa del movimiento (§ 267 N) y no comportarse como en la velocidad abstracta, o sea,
simplemente uniforme. En la llamada explicación del movimiento uniformemente acelerado o retardado a partir del aumento y
disminución recíprocas de la magnitud de la fuerza centrípeta y centrífuga, llega al máximo la confusión que introduce la asunción de
tales fuerzas autosuficientes. Según esa explicación, en el movimiento de un planeta desde la lejanía hacia la cercanía del sol, la fuerza
centrífuga es menor que la centrípeta; contrariamente, en la cercanía del sol la fuerza centrífuga, de nuevo e inmediatamente, debe
ahora hacerse mayor que la centrípeta; y para el movimiento desde la cercanía a la lejanía del sol se hacen intervenir las fuerzas de
manera semejante en relación inversa[483]. Se ve que una tal inversión repentina de la postulada preponderancia de una de las dos
fuerzas, que se cambia en sometimiento bajo la otra, no ha sido sacada en forma alguna de la naturaleza de las fuerzas. Muy al
contrario, lo que se debía haber concluido es que la preponderancia conseguida por una fuerza no solamente tendría que mantenerse,
sino que tendría que alcanzar la completa anulación de la otra; y entonces el movimiento, o bien tendría que terminar en el reposo, es
decir, en la caída del planeta en el cuerpo central, o bien, en virtud de la preponderancia de la fuerza centrífuga, tendría que continuarse
en línea recta. El razonamiento simple que se hace es: Puesto que el cuerpo, desde su cercanía del sol, se aleja de suyo más de él, la
fuerza centrífuga se hace, por consiguiente, nuevamente mayor; puesto que el cuerpo en el afelio está máximamente alejado del sol, esa
fuerza es entonces máxima. Ese monstruo metafísico de una fuerza centrífuga y una fuerza centrípeta autónomas se presupone; y sobre
tales ficciones del entendimiento resulta luego que no se puede ejercitar ninguna comprensión; no se puede preguntar cómo esa fuerza,
siendo autónoma, tan pronto se hace más débil que la otra desde sí, como se hace luego más fuerte o permite que eso ocurra, suprime
después otra vez su preponderancia o se la deja arrebatar. —Si se observa más detenidamente este crecimiento y disminución recíprocos,
carentes en sí de fundamento, damos entonces con unos puntos, en la distancia media entre los ábsides, en los que las fuerzas están en
equilibrio. La subsiguiente salida de este equilibrio de fuerzas es algo tan inmotivado como aquella repentina inversión. Fácilmente se ve
que con explicaciones de tal suerte, el remedio a un inconveniente mediante otra determinación introduce una confusión mayor. —Una
confusión semejante ocurre cuando se explica el fenómeno de que el péndulo en el ecuador oscila más lentamente. Tal fenómeno se
atribuye a la fuerza centrífuga que debe ser allí mayor[484]; de manera igualmente fácil se podría atribuir el fenómeno a la fuerza de
gravedad aumentada, la cual detiene al péndulo con más fuerza con arreglo a la línea vertical de reposo.
Ahora bien, por lo que se refiere a la forma de la órbita sólo se puede entender que la órbita de un movimiento simplementeuniforme sea circular. Y es desde luego pensable, como se dice, que un movimiento uniformemente acelerado o retardado transcurra
también circularmente. Pero que algo sea pensable o posible significa solamente que se puede representar abstractamente, prescindiendo
del carácter determinado de la cosa en cuestión y, por consiguiente, esa representación no solamente es superficial, sino errónea. El
círculo es la línea cerrada en la que todos los radios son iguales; esto es, esta línea está perfectamente determinada por el radio; sólo
hay una y ella es la determinidad entera. Pero en el movimiento libre, en el cual intervienen la determinación espacial y la temporal
distintamente, o sea, bajo una relación cualitativa entre ellas, necesariamente surge esta relación dentro de lo espacial mismo, como una
diferencia suya, la cual por consiguiente exige dos determinaciones. Por ello, la forma de la órbita cerrada se hace esencialmente
elipse[485]. —La determinidad abstracta que constituye el círculo se manifiesta igualmente en que el ángulo o arco comprendido entre
dos radios es independiente de ellos o es una magnitud enteramente empírica en relación con los radios. Sin embargo, en el movimiento
determinado por el concepto hay que abarcar en una sola determinidad la distancia respecto del centro y el arco que se recorre en un
tiempo; ambos deben constituir un todo y los momentos del concepto no se encuentran de manera contingente uno junto a otro; así
resulta una determinación espacial de dos dimensiones, el sector. De este modo, el arco es esencialmente función del radio vector e
implica, en cuanto desigual en tiempos iguales, la desigualdad de los radios. Que la determinación espacial aparezca, en virtud del
tiempo, como una determinación de dos dimensiones, como determinación de una superficie, depende de lo que ya se dijo más arriba (§
267), a propósito de la caída, sobre poner la misma determinidad como exponente[486], una vez como tiempo en la raíz, y otra vez como
espacio en el cuadrado. Aquí, sin embargo, cerrándose sobre sí misma la línea del movimiento, lo cuadrado del espacio está limitado a
sector. —Éstos son, como se ve, los principios universales sobre los que descansa la ley de Kepler de que en tiempos iguales se barren
sectores iguales[487].
Esta ley atañe solamente a la relación entre el arco y el radio vector, y el tiempo en este caso es unidad abstracta bajo la cual se
comparan distintos sectores porque el tiempo es lo determinante en cuanto unidad. Pero la relación siguiente es la del tiempo no en cuanto
unidad, sino como quantum en general, como tiempo del recorrido respecto de la magnitud de la órbita o, lo que es lo mismo, respecto
de la distancia del centro. En la caída vimos[488] relacionarse tiempo y espacio como raíz y cuadrado, es decir, vimos que el movimiento
semilibre está desde luego parcialmente determinado por el concepto, pero por otra parte está extrínsecamente determinado. Sin
embargo, en el movimiento absoluto, en el campo de la masa libre, aquella determinidad [por el concepto] alcanza su totalidad. En
cuanto raíz, el tiempo es una magnitud meramente empírica y en cuanto cualitativo es solamente unidad abstracta. Pero como momento
de la totalidad desarrollada, el tiempo es a la vez unidad en sí misma determinada, totalidad de por sí, en ella se produce y se refiere a
sí mismo. En cuanto carente de dimensiones en sí mismo [489], el tiempo en su producción llega solamente a la identidad formal consigo,
es decir, al cuadrado; el espacio, por el contrario, en cuanto exterioridad positiva, alcanza la dimensión del concepto, es decir, el cubo.
La realización del tiempo retiene también de esta manera su distinción originaria. Ésta es la tercera ley de Kepler, la relación entre el
cubo de las distancias y el cuadrado de los tiempos[490]; una ley que es tan grandiosa porque expone de manera tan sencilla e
inmediata la razón de la cosa. La fórmula de Newton, por el contrario, por la que aquella ley se transforma en una ley de la fuerza de
la gravedad [491], muestra la tergiversación e inversión propias de una reflexión que se queda a mitad de camino.
§ 271
La sustancia de la materia, la gravedad, desarrollada hasta la totalidad de la forma, no tiene ya
fuera de ella el ser-fuera-de-sí de la materia. La forma aparece primeramente, con arreglo a sus
diferencias, en las determinaciones ideales del espacio, el tiempo y el movimiento, y con arreglo a su
ser-para-sí como un centro determinado fuera de la materia que-está-siendo afuera de sí; sin
embargo, en la totalidad desarrollada, este uno-fuera-de-otro está como algo simplemente
determinado por ella, y la materia no es nada fuera de este su ser-uno-fuera-de-otro. La forma ha
sido así materializada. Considerándolo a la inversa, la materia ha recibido en sí misma, por esta
negación de su ser-fuera-de-sí en la totalidad, aquel centro que antes solamente buscaba, su
mismidad, la determinidad de forma. El abstracto y sordo ser-dentro-de-sí [de la materia] en cuanto
grave en general, ha sido decidido [492] a la forma; es materia cualificada: física.
SEGUNDA SECCIÓN DE LA FILOSOFÍA DE LA
NATURALEZA
FÍSICA
§ 272
La materia tiene individualidad[493] en tanto de tal modo tiene en ella misma el ser-para-sí, que
éste ha sido desarrollado en ella y, por consiguiente, está determinada en ella misma. La materia se
arranca[494] de esta manera de la gravedad, se manifiesta determinándose a sí misma y determina lo
espacial mediante la forma que le es inmanente, [es decir] desde ella misma y frente a la gravedad a la
cual correspondía antes aquel determinar desde un centro ajeno a la materia y por ella meramente
buscado.
§ 273
La física tiene por contenido:
A. La individualidad universal; las cualidades físicas inmediatas y libres.
B. La individualidad particular; referencia de la forma en cuanto determinación física a la
gravedad y determinación de la gravedad por la forma.
C. La individualidad total y libre.
A
FÍSICA DE LA INDIVIDUALIDAD UNIVERSAL
§ 274
Las cualidades físicas a) como inmediatas, unas-fuera-de-otras de manera autosuficiente, son
ahora como cuerpos celestes físicamente determinados; b) como referidas a la unidad individual de
la totalidad de esas cualidades [son] los elementos físicos; c) en cuanto proceso que produce al
individuo de esas cualidades: el proceso meteorológico.
a. Los cuerpos físicos libres
α) La luz
§ 275
La materia primera [mente] cualificada es ella [misma] en tanto pura identidad suya consigo o
como unidad de la reflexión-hacia-sí, y [es] así la primera manifestación, aunque todavía abstracta.
Existente en la naturaleza, esta materia es la referencia a sí como autosuficiente frente a las otras
determinaciones de la totalidad. Este sí mismo universal QUE-ESTÁ-EXISTIENDO de la materia es la luz;
como individualidad, [es] la estrella, y ésta, como momento de una totalidad, el sol.
§ 276
Como sí mismo abstracto de la materia, la luz es lo absolutamente-leve y, como materia, es[495]
infinito ser-afuera-de-sí, pero como puro manifestar o idealidad material es ser-afuera-de-sí
inseparable y simple.
Según el modo como los orientales contemplan la identidad sustancial de lo espiritual y lo natural, la mismidad pura de la
conciencia, [es decir] el pensamiento idéntico consigo como abstracción de lo verdadero y lo bueno, es una sola cosa con la luz.
Cuando la representación que se ha llamado realista niega que la idealidad esté presente en la naturaleza, hay que remitirle, entre otras
cosas, también a la luz, ese puro manifestar que no es más que manifestar.
Como ya dijimos en la introducción[496], demostrar que esa determinación de pensamiento, [a saber] la identidad consigo o el sí
mismo primeramente abstracto de la centralidad que la materia tiene ahora en ella misma, [demostrar] que esta idealidad simple en
cuanto existente sea la luz, hay que hacerlo empíricamente. Lo filosófico inmanente es aquí, como en todas partes, la necesidad propia
de la determinación conceptual que después hay que mostrar como una cierta EXISTENCIA natural. Aquí [daremos] solamente
algunas indicaciones sobre la EXISTENCIA empírica de la manifestación pura como luz. La materia grave es separable en masas
[distintas] porque es ser-para-sí concreto y es cantidad, pero en la idealidad enteramente abstracta de la luz no se da ninguna distinción
de esta clase; una limitación de la luz en su infinita difusión no suprime su conexión absoluta en ella misma. La representación de rayos
de luz discretos y simples, de fragmentos y haces de estos rayos, en los que debería consistir una luz determinada en su difusión, es
propia de la acostumbrada barbarie de las categorías que Newton en particular ha hecho dominantes en la física[497]. La más estricta de
las experiencias es que la luz se deja tan poco meter en sacos, como separar en rayos y recoger en haces de rayos. La inseparabilidad de
la luz en su infinita expansión, un uno-fuera-de-otro físico que permanece idéntico consigo, puede concederlo el entendimiento por lo
menos como inconcebible, ya que su propio principio es más bien esa identidad abstracta. Cuando los astrónomos han llegado a hablar
de fenómenos celestes que al ser percibidos por nosotros, hacía ya quinientos años o más que habían ocurrido [498], se puede creer, por
un lado, que [al hablar así de] fenómenos empíricos propios de la propagación de la luz, y que son válidos en una [cierta] esfera, han
sido traspuestos a otra en la que carecen de significado (aunque esa determinación de la materialidad de la luz no está en contradicción
con su inseparabilidad simple), pero se puede también ver ese fenómeno como un pretérito hecho presente según el modo ideal de la
memoria. —De la representación de que desde cada punto de una superficie visible se emiten rayos en todas direcciones y que, por
tanto, desde cada punto, se forma un hemisferio material de tamaño infinito, se seguiría inmediatamente que todos estos hemisferios se
interpenetrarían [499]. Y sin embargo, en vez de producirse así una masa espesa y confusa entre el ojo y el objeto, y a pesar de que la
visibilidad [en este supuesto] debería explicarse, pues en virtud de la explicación dada más bien debería producirse la invisibilidad, toda
esa representación se reduce por sí misma a la nada, igual como ocurre con aquella representación de un cuerpo concreto que debería
constar de muchas materias, de manera tal que en los poros de [cada] una de las materias se encontraran las otras, en las cuales por su
parte, y viceversa, deberían esconderse y circular las primeras[500]. Una tal interpenetración por los cuatro costados suprime la
aceptación de la materialidad discreta de aquellas materias que deberían ser reales, y más bien funda una relación enteramente ideal
entre ellas; aquí [tratándose de la luz] de lo iluminado e iluminante, de lo manifestado, manifestante y a quien se manifiesta[501]. Una
relación [en fin] de la que se deben alejar, en tanto ella es la reflexión-hacia-sí sin relación en sí misma[502], todas estas mediaciones
añadidas que se suelen llamar explicaciones y modos de hacer concebible tales como bolitas, ondas, oscilaciones, etc., así como rayos,
eso es, varillas delgadas y haces [de ellas][503].
§ 277
La luz se comporta como la identidad física universal, primeramente como algo diverso (§ 275)
de la materia y aquí, por ende, como algo exterior y ajeno respecto de ella en tanto cualificada por
otros momentos del concepto, la cual materia está determinada consiguientemente como lo negativo
de la luz, o sea, como un [algo] oscuro. En tanto que esto oscuro, distinto a su vez de la luz, es de
suyo subsistente, la luz se refiere solamente a la superficie de esto que primeramente es opaco. Esta
superficie se hace así manifiesta, pero inseparablemente se hace también manifestativa de sí (sin otras
particularizaciones, es [una superficie] lisa[504]), esto es, está apareciendo a otro. Apareciendo así
cada cosa a otro y, con ello, apareciendo únicamente otro en cada cosa, ese manifestar mediante su
extraponerse es la reflexión-hacia-sí abstractamente infinita en virtud de la cual nada llega aún a ser
fenómeno en sí mismo para sí[505]. Para que algo en fin aparezca, para que pueda hacerse visible,
debe darse, por tanto, de alguna manera física, una particularización más (p. e. que sea algo rugoso,
coloreado, etc.).
§ 278
La manifestación mutua de los objetos contrapuestos en cuanto limitados por su opacidad es una
referencia que está-siendo-fuera-de-sí, o sea, espacial y que, al no estar determinada por nada más, es
por tanto directa (rectilínea). Siendo superficies lo que recíprocamente se relaciona, y pudiendo estar
tales superficies en distintas posiciones, sucede que la manifestación de un objeto visible en otro
(liso) se manifiesta luego en un tercero, etc. (la imagen de aquello cuyo lugar se adscribe en el espejo
está a su vez reflejada en otra superficie, en el ojo o en otro espejo, etc.). La manifestación bajo estas
determinaciones espaciales particularizadas sólo puede tener a la igualdad como ley, a saber, la
igualdad del ángulo de incidencia con el ángulo de reflexión, así como la unidad del plano de esos
ángulos; no hay nada absolutamente por lo que pudiera alterarse de alguna manera la identidad de la
relación.
Las determinaciones de este § que podrían parecer como pertenecientes ya a la física más
determinada, contienen el tránsito de la limitación universal de la luz por medio de lo oscuro, [es
decir, el tránsito] a la limitación más determinada por medio de las determinaciones espaciales
particulares de lo oscuro mismo. Esta determinación suele conectarse con la representación de la luz
como una materia común[506]. Pero ocurre que ahí no se contiene nada más que eso, a saber, la
idealidad abstracta, o sea, que este puro manifestar en cuanto ser-afuera-de-sí inseparable, es de suyo
espacial y es, por tanto, capaz de limitaciones exteriormente más determinadas; esta posibilidad de
limitación mediante espacialidad particularizada es una determinación necesaria que no contiene otra
cosa que esto y que excluye todas las categorías materiales de transporte, rebote físico de la luz y
semejantes.
Con las determinaciones del § se asocian los fenómenos que han conducido a la grosera
representación de la llamada polarización fija o polaridad de la luz[507]. Del mismo modo que los
llamados ángulos de incidencia y reflexión tal como se dan en una simple reflexión especular, están
en un mismo plano, así también, si se introduce un segundo espejo que comunique ulteriormente la
iluminación reflejada por el primero, la posición de aquel plano primero respecto del segundo
(formado por las direcciones de la primera y segunda reflexión) ejerce su influjo sobre la
colocación, claridad u oscurecimiento del objeto tal como aparece mediante la segunda reflexión.
Para que la claridad natural del ser luminoso (o luz) reflejado por segunda vez no disminuya es por
tanto necesaria la colocación normal [del segundo espejo] consistente en que los planos de los dos
pares de ángulos de incidencia y reflexión coincidan en un único plano. Frente a lo cual se sigue de
manera igualmente necesaria que el oscurecimiento y desaparición del ser luminoso reflejado por
segunda vez, se presentarán cuando ambos planos se comporten negativamente uno respecto de otro,
como debe decirse, esto es, cuando uno sea perpendicular respecto del otro. (Cfr. Goethe sobre la
Ciencia de la Naturaleza, vol. I, cuad. 1, pág. 28 al final y las dos páginas siguientes, y en el cuad. 3,
Color. Entopt. XVIII y XIX, pág. 144 y ss.)[508]. Ahora bien, que de la modificación producida en la
claridad de la reflexión especular por la colocación [de los espejos] se concluya (por Malus)[509] que
las moléculas luminosas en sí mismas, a saber, precisamente en sus distintas caras, posean efectos
físicamente diferenciados, y que con todo esto suceda también que los llamados rayos de luz se
acepten como dotados de cuatro caras[510], y sobre esta base, con el añadido de los fenómenos
entópticos, se levante luego un largo laberinto de la más complicada teoría, [todo esto, en fin] es uno
de los ejemplos más propios del modo de concluir de la física a partir de experiencias. Lo que hay
que concluir de aquel primer fenómeno del que parte la polarización de Malus es solamente que la
condición de la claridad a través de la segunda reflexión consiste en que el ángulo de reflexión
añadido esté en el mismo plano que el ángulo puesto por la primera reflexión.
β) Los cuerpos de la oposición
§ 279
Lo oscuro, que es primeramente lo negativo de la luz, es la oposición frente a la idealidad
abstractamente idéntica de la misma luz; es la oposición en sí misma, tiene realidad material y se
divide en la dualidad 1) de la diversidad corporal, esto es, del ser-para-sí material, de la rigidez, 2) de
la contraposición en cuanto tal, que de suyo, en cuanto no retenida por la individualidad y
desplomada sólo en sí misma, es la disolución y la neutralidad; el primero es el cuerpo lunar y este
último el cometario.
Estos dos cuerpos, en cuanto cuerpos relativamente centrales, poseen también dentro del sistema de la gravedad aquella
peculiaridad que se funda en el mismo concepto que su peculiaridad física y que aquí podemos indicar de manera más precisa. —No
giran sobre su eje. El cuerpo de la rigidez en cuanto cuerpo del ser-para-sí formal que es la autosuficiencia encogida en la oposición y no
es, por tanto, individualidad, es por ello sirviente y satélite de otro en el que tiene su eje. El cuerpo de la disolución, lo opuesto a la
rigidez, es por el contrario desordenado en su comportamiento, y tanto en su órbita excéntrica como en su existencia física está
representando a la contingencia; [los cometas] se muestran como una concreción superficial que de manera igualmente contingente se
pueden nuevamente pulverizar. —La luna no tiene atmósfera y se sustrae por ello al proceso meteorológico. Muestra solamente
montañas elevadas y cráteres, y la inflamación de esa rigidez en ella misma; muestra la figura de un cristal que Heim (uno de los
ingeniosos geognósticos)[511] ha indicado también como la figura originaria de la tierra meramente rígida. —El cometa aparece como un
proceso formal, una masa inquieta de vapor; ningún cometa ha mostrado algo rígido, un núcleo. Frente a la representación de los
antiguos de que los cometas son simples meteoros formados momentáneamente, los modernos astrónomos no se muestran tan tajantes y
altivos[512]. Hasta ahora solamente se ha registrado el regreso de algunos [cometas]. Otros fueron esperados de acuerdo con un cálculo,
pero no llegaron. Ante el pensamiento de que el sistema solar es efectivamente sistema o totalidad esencialmente interconexa, se debe
abandonar un punto de vista formal del fenómeno contingente de los cometas cruzándose en todas direcciones. De este modo es posible
captar el pensamiento de que los otros cuerpos del sistema se defienden de los cometas, es decir, se comportan como momentos
orgánicamente necesarios que se deben mantener; y de este modo se pueden ofrecer mejores motivos de tranquilidad de los que se
pudieron ofrecer hasta ahora ante los temidos peligros de los cometas. Motivos de tranquilidad que la mayor parte de las veces sólo se
apoyan en que los cometas por lo demás disponen de mucho espacio para su camino por el ancho cielo y por ello seguramente no
chocarán con la Tierra (un «seguramente no» que expresado de manera más docta se transforma en una teoría de probabilidad)[513].
γ) El cuerpo de la individualidad
§ 280
La oposición que ha regresado a sí es la tierra o el planeta en general, el cuerpo de la totalidad
individual en el que la rigidez está abierta a la separación en distinciones reales[514] y esta disolución
está mantenida junta mediante el punto de unidad afectado de mismidad[515].
Así como el movimiento del planeta en cuanto rotación sobre su eje y, al mismo tiempo, movimiento en tomo a un cuerpo central, es
el movimiento más concreto y la expresión de la vitalidad, también la naturaleza luminosa del cuerpo central es la identidad abstracta
cuya verdad está en la individualidad, tal como la verdad del pensar se encuentra en la idea concreta.
Por lo que se refiere a la serie de los planetas, la astronomía todavía no ha descubierto ninguna ley efectiva sobre la determinidad
más precisa de ellos[516], es decir, sobre sus distancias. Igualmente, los intentos de la filosofía de la naturaleza[517] de mostrar la
racionalidad de la serie [de los planetas] en su composición física y analogías con una serie de los metales, apenas se pueden considerar
como primeros tanteos para encontrar el punto de vista oportuno. Pero [sea lo que sea de estos intentos] es irracional introducir aquí
como fundamento el pensamiento de la contingencia como lo es, por ejemplo, en los pensamientos de Kepler[518] para comprender la
ordenación del sistema solar de acuerdo con la ley de la armonía musical, ver solamente (con Laplace)[519] el extravío de una
imaginación soñadora, en vez de respetar la profunda creencia de que en este sistema [planetario] hay razón; una fe que ha sido el
único fundamento de los brillantes descubrimientos de este gran hombre. —La aplicación enteramente torpe, e incluso perfectamente
errónea según los hechos, que Newton [520] ha hecho de las proporciones numéricas de los tonos [musicales] a los colores, ha merecido,
por el contrario, fama y aceptación.
b. Los elementos
§ 281
El cuerpo de la individualidad[521] posee, como momentos sometidos a él, las determinaciones de
la totalidad de los elementos, determinaciones que de modo inmediato son como cuerpos subsistentes
y libres de por sí; de este modo estas determinaciones constituyen sus elementos físicos universales.
Para la determinación de un elemento se ha aceptado arbitrariamente en los tiempos modernos la simplicidad química [522], la cual
nada tiene que ver con el concepto de un elemento físico, el cual es una materia real no volatilizada aún por la abstracción química.
α) El aire
§ 282
El elemento de la simplicidad indistinta ya no es la identidad positiva consigo, la
automanifestación que es la luz en cuanto tal, sino que solamente es universalidad negativa en cuanto
depuesta a momento sin mismidad de otro, grave también por ende. Esta identidad, en cuanto
universalidad negativa, es el poder que no levanta sospechas aunque es insidioso y consume lo
individual y orgánico; es el fluido pasivo ante la luz, transparente, pero que volatiliza todo lo
individual que está en él, mecánicamente elástico hacia fuera y que penetra por todas partes: el aire.
β) Los elementos de la oposición
§ 283
Los elementos de la oposición son en primer lugar el ser-para-sí, pero no el ser-para-sí
indiferente de la rigidez, sino el que está puesto como momento en la individualidad, como la
inquietud que está-siendo-para-sí de esta individualidad: el fuego. —El aire es fuego en sí (como lo
muestra la compresión), y el fuego es aire puesto como universalidad negativa o negatividad que se
refiere a sí. Es el tiempo materializado o el estar afectado de mismidad[523] (es luz idéntica a calor),
es lo simplemente inquieto y consuntivo; en él se resuelve la autoconsunción del cuerpo y, viceversa,
cuando el fuego llega al cuerpo desde fuera, lo consume; es la consunción de otro que al mismo
tiempo es consunción de sí y que pasa así a la neutralidad.
§ 284
El otro [elemento de la oposición] es lo neutral, la oposición que se ha reunido dentro de sí y que
sin singularidad que-sea-para-sí (por consiguiente, sin rigidez y sin determinación en sí misma) es un
equilibrio permanente; disuelve todas las determinaciones que se ponen en él mecánicamente; sólo
desde fuera recibe límites de su figura y la busca hacia fuera (adhesión), [y es en fin] la simple
posibilidad de proceso sin tener en sí mismo la inquietud de éste, es la solubilidad, y [tiene] también
la capacidad de la forma aérea y de la rigidez como estados ajenos al propio [estado] suyo el cual es
la falta de determinación en sí mismo: el agua.
γ) Elemento individual
§ 285
El elemento de la distinción desarrollada y de la determinación individual de esta diferencia es la
terralidad en general, primeramente aún indeterminada, en cuanto es distinta de los otros momentos;
pero en cuanto ella es la totalidad que siendo variedad mantiene unidos a estos momentos en unidad
individual, esta totalidad es el poder que los atiza hacia el proceso y lo detiene.
c. El proceso de los elementos
§ 286
La identidad individual bajo la que están atados los elementos diferentes y su variedad unos frente
a otros como frente a su unidad, es una dialéctica que constituye la vida física de la tierra, o sea, el
proceso meteorológico. Los elementos en cuanto momentos no autosuficientes tienen su subsistencia
sólo dentro de este proceso, del mismo modo que son engendrados también en él, puestos como
EXISTENTES después de haber sido desarrollados desde lo en-sí como momentos del concepto.
Del mismo modo que las determinaciones de la mecánica común y de los cuerpos no autosuficientes se aplican a la mecánica
absoluta[524] y a los cuerpos centrales libres, así también la física finita de los cuerpos individuales aislados se toma como igual a la
física autosuficiente y libre del proceso terrestre. Se estima como un triunfo de la ciencia reconocer y reencontrar en el proceso general
de la tierra las mismas determinaciones que se encuentran en los procesos de la corporeidad aislada. Sólo que en el campo de esos
cuerpos aislados, las determinaciones inmanentes a la EXISTENCIA libre del concepto están degradadas a la relación de intervenir
como recíprocamente exteriores y de EXISTIR como circunstancias independientes una de otra; igualmente, la actividad aparece como
extrínsecamente condicionada y por ende como contingente, de tal modo que sus productos se quedan también en formaciones
extrínsecas de las corporeidades supuestamente autosuficientes y por ello duraderas. —La mostración de aquella igualdad, o mejor
dicho, analogía, se hace prescindiendo de las distinciones y condiciones propias [de los cuerpos], y esa abstracción origina por ende
universalidades superficiales tales como la atracción, o fuerzas y leyes en las que falta lo particular y las condiciones determinadas. En
la aplicación de modos concretos de las actividades que se presentan en las corporeidades aisladas a otra esfera en la que las
corporeidades distintas son solamente momentos, se suele prescindir, por una parte, de aquellas circunstancias extrínsecas que eran
imprescindibles en la primera esfera y, por otra parte, se añaden poetizadas por la analogía. Se trata generalmente de una aplicación de
categorías propias de un campo en el que las relaciones son finitas a una esfera en el que estas relaciones son infinitas, es decir,
conceptuales.
El defecto básico en el tratamiento de este campo descansa en aquella representación fija de la variedad sustancial e inmutable de
los elementos que quedó firmemente establecida por el entendimiento partiendo de los procesos de las materias aisladas. Incluso cuando
en éstas se muestran transiciones de mayor enjundia, por ejemplo, que en el cristal el agua se solidifica, la luz o el calor desaparecen,
etc., la reflexión se vale entonces de representaciones nebulosas y que nada dicen, como las de «disolución», «vínculo», «latencia», etc.
[525] Lo mismo ocurre esencialmente cuando todas las relaciones fenoménicas se convierten en «estofas» [526] o «materias», en parte
imponderables, con lo que aquella existencia física [de los fenómenos] se cambia por un caos, mencionado más arriba, en el que cada
una de las materias entra y sale de los poros que han sido imaginados en las otras[527]; y eso no sólo escapa al concepto, sino incluso a
la representación. Escapa sobre todo a la experiencia misma; se retiene aún una existencia empírica que ya no se muestra empíricamente.
§ 287
El proceso de la tierra se atiza continuamente por el sí mismo universal de la tierra, [o sea, por] la
actividad de la luz [que es] la relación originaria de la tierra con el sol; luego [el proceso] se
particulariza más con arreglo a la posición de la tierra respecto del sol (climas, estaciones del año,
etc.). Uno de los momentos de este proceso es la partición de la identidad individual, la tensión hacia
los momentos de la oposición autosuficiente, o sea, hacia la rigidez y la neutralidad carente de sí
mismo, a través de lo cual la tierra se acerca a su disolución (haciéndose por una parte cristal o luna,
y por otra cuerpo acuoso o cometa) y los momentos de la individualidad buscan realizar su conexión
respecto de sus raíces autosuficientes.
§ 288
El otro momento del proceso consiste en que el ser-para-sí hacia el que se dirigen los términos de
la oposición, se supera en cuanto negatividad llevada hasta la cima; es la consunción que se enciende
a sí misma del intentado subsistir distinguiéndose; mediante esta consunción se produce su
vinculación esencial y la tierra ha devenido para sí en cuanto individualidad real y fecunda.
Los terremotos, los volcanes y sus erupciones podrían verse como [fenómenos] pertenecientes al proceso de la rigidez de la
negatividad que está liberándose del ser-para-sí, o sea, como pertenecientes al proceso del fuego tal como éste debe también
presentarse en la luna. —Las nubes, por el contrario, podrían considerarse como el inicio de la corporeidad cometaria. La tormenta, por
su parte, es el fenómeno perfecto de este proceso al que se unen los demás fenómenos meteorológicos como comienzos o momentos de
este proceso y también como realizaciones inmaduras del mismo. Hasta ahora la física no ha podido dar cuenta ni de la formación de las
lluvias (prescindiendo de los argumentos de De Luc[528] sacados de la observación y de las consecuencias urgidas en el mundo alemán
por el inteligente Lichtenherg [529] contra la teoría de la disolución) ni del rayo, ni tampoco del trueno [530]; todavía menos [se ha
conseguido dar cuenta] de otros fenómenos meteorológicos, especialmente de los meteoritos, en los que el mismo proceso se continúa
hasta el comienzo de un núcleo de tierra[531]. Para la comprensión de aquellos fenómenos cotidianos nada se ha ofrecido hasta ahora por
la física que sea mínimamente satisfactorio.
§ 289
En la misma medida en que el concepto de la materia, o sea, la gravedad, explicita sus momentos
primeramente como realidades autosuficientes aunque elementales, la tierra es el fundamento
abstracto de la individualidad. En su proceso ella se pone como unidad negativa de los elementos
abstractos que están siendo exteriores uno a otro, y de este modo se pone como individualidad real.
B
FÍSICA DE LA INDIVIDUALIDAD PARTICULAR
§ 290
Las determinidades fueron antes determinidades de los elementos y ahora se han sometido a la
unidad individual; ésta es la forma inmanente que la materia determina para sí contra su gravedad. La
gravedad en cuanto búsqueda del punto de unidad no aporta nada a la exterioridad mutua de la
materia; es decir, que el espacio, y precisamente según un quantum, es [hasta aquí] la medida de las
particularizaciones, o sea, de las diferencias de la materia grave, de las masas; las determinaciones de
los elementos físicos no son aún en sí mismas un ser-para-sí concreto y no se oponen aún, por
consiguiente, al ser-para-sí buscado de la materia grave. Ahora, mediante la individualidad puesta de
la materia, ésta es, en su misma exterioridad mutua, un centrar opuesto a esa exterioridad y opuesto a
su búsqueda de la individualidad; una centralización que difiere de la centralización ideal [propia] de
la gravedad; un determinar inmanente de la espacialidad material distinto del determinar mediante la
gravedad y con arreglo a la dirección de ésta. Esta parte de la física es la mecánica individualizadora
por cuanto la materia viene [ahora] determinada por la forma inmanente y precisamente con arreglo
a lo espacial. Primero resulta de lo dicho una relación entre ambos, entre la determinidad espacial en
cuanto tal y la materia que le corresponde.
§ 291
Esta determinación formal individualizadora es primeramente en sí o inmediata y, por tanto, no
está puesta todavía como totalidad. Los momentos particulares de la forma vienen por ende a la
EXISTENCIA como indiferentes y uno-fuera-de-otro, y la referencia formal es como una relación entre
distintos. Es la corporeidad bajo determinaciones finitas, condicionada a ser mediante algo exterior y
a desmenuzarse en muchos cuerpos particulares. La distinción se fenomeniza así en parte en la
comparación de distintos cuerpos entre sí y, en parte, en la referencia real entre ellos, la cual sigue
siendo, sin embargo, referencia mecánica. La manifestación autosuficiente de la forma que no
requiere ninguna comparación ni excitación sólo se presentará con la figura[532].
Como en todas partes la esfera de la finitud y condicionamiento, aquí la esfera de la individualidad condicionada es el objeto que con
más dificultad se consigue separar de la restante conexión de lo concreto y retener firme de por sí, tanto más cuanto la finitud de su
contenido contrasta y está en contradicción con la unidad especulativa del concepto, la cual al mismo tiempo es lo único que puede ser
determinante.
§ 292
La determinidad que sufre la gravedad es a) determinidad abstractamente simple [que existe]
consiguientemente como una relación meramente cuantitativa en ella: peso específico; b) modo
específico de la referencia entre partes materiales: cohesión, c) Esta referencia de las partes
materiales de por sí, en cuanto idealidad EXSISTENTE y precisamente α) en cuanto superación
meramente ideal, es el sonido; y β) en cuanto superación real de la cohesión, es el calor.
a. El peso específico[533]
§ 293
La especificación abstracta, simple, es el peso específico o densidad de la materia, una relación
del peso de la masa con el volumen por medio de la cual lo material en cuanto afectado de mismidad
se desliga de la relación abstracta con el cuerpo central, es decir, se desvincula de la gravitación
universal, deja de ser relleno uniforme del espacio y opone al abstracto uno-fuera-de-otro un serdentro-de-sí específico.
La densidad diferenciada de la materia se explica mediante la suposición de los poros; la condensación se explica mediante la ficción
de espacios vacíos intercalados de los cuales se habla como de algo ahí presente, sin que la física los muestre y prescindiendo de que
ella pretende basarse en la experiencia y la observación[534]. —Un ejemplo existente de especificación de la gravedad es el fenómeno
en el que una varilla de hierro que oscila equilibrada sobre su punto de apoyo, pierde ese equilibrio al ser magnetizada y se muestra más
grave hacia uno de los polos que hacia el otro. En este caso, queda de tal modo infectada una parte [de aquel cuerpo] que sin cambiar de
volumen se muestra más grave; la materia cuya masa no ha aumentado, se ha hecho así específicamente más grave. —Las tesis que la
física presupone cuando se representa a su manera la densidad son las siguientes: 1) que un número igual de partes materiales del mismo
tamaño son igualmente graves, con lo cual 2) la medida del número de partes es el quantum del peso, pero 3) también es el espacio
[ocupado], con lo cual resulta que lo que tiene un quantum igual de peso ocupa un espacio igual, y de ello se sigue 4) que cuando
aparezcan pesos iguales en volúmenes distintos, se mantendrá la igualdad del espacio materialmente lleno mediante la suposición de los
poros. La ficción de los tales poros es necesaria en virtud de las tres primeras afirmaciones, las cuales no descansan sobre la experiencia,
sino solamente sobre el principio de identidad propio del entendimiento, y que son, por tanto, ficciones tan formales y apriorísticas como
los mismos poros. —Kant opuso ya la intensidad a la determinación cuantitativa del número [535] y en lugar de más partes en el mismo
volumen, puso un número igual de partes, pero con un grado más fuerte de impleción del espacio e inició así una física llamada
dinámica. La determinación del quantum intensivo tendría por lo menos tanto derecho [a ser admitida] como la determinación del
quantum extensivo, categoría ésta a la que se limita aquella representación corriente de la densidad. La determinación de una magnitud
intensiva, sin embargo, tiene la ventaja de indicar la medida e insinúa de entrada un ser-dentro-de-sí-mismo que, bajo su determinación
conceptual, es determinidad formal inmanente, y que sólo en la comparación aparece como quantum en general. Pero las distinciones
del quantum como extensivo o intensivo (y la física dinámica no va más allá) no expresan ninguna realidad (cfr. § 103 N).
§ 294
La densidad comienza siendo solamente simple determinidad de la materia grave; pero como sea
que la materia sigue siendo el uno-fuera-de-otro esencial, resulta que la determinación formal añade
un modo específico de la referencia espacial de lo múltiple de la materia entre sus partes: cohesión.
b. Cohesión
§ 295
En la cohesión la forma inmanente pone un modo del ser-una-junto-a-otra espacial de las partes
materiales, distinto del que está determinado por la dirección de la gravedad. Este modo específico
que tiene lo material de mantenerse unido ha comenzado a ponerse en lo distinto en general [o sea, en
lo distinto] no retomado aún a la totalidad cerrada sobre sí (figura); por ello sólo aparece como
fenómeno que enfrenta masas distintas que son también distintas en coherencia, y se muestra, por
tanto, como un modo propio de la resistencia en el comportamiento mecánico frente a otras masas.
§ 296
Esta unidad de forma del uno-fuera-de-otro plural es en sí misma plural, α) Su primera
determinidad es el mantenerse-unido enteramente indeterminado en tanto cohesión de lo sin
cohesión: adhesión a otro, por tanto. β) La coherencia de la materia consigo misma es en primer lugar
la meramente cuantitativa, o sea, la cohesión en sentido corriente, la fuerza con que [la materia] se
mantiene unida frente al peso; pero es además la coherencia cualitativa, la peculiaridad del ceder y
con ello también del mostrarse firme en su forma ante la presión y el golpe de una violencia
extrínseca. Con arreglo al modo determinado de las formas espaciales, la geometría íntimamente
mecanizadora produce la peculiaridad de afirmar una dimensión determinada en el mantenerse-unido.
El punto, la fragilidad; la línea, la rigidez en general y más determinadamente la tenacidad; la
superficie, la ductilidad y maleabilidad.
§ 297
y) Lo corporal frente a cuya violencia otra cosa corporal, cediendo, afirma al mismo tiempo su
peculiaridad, es otro individuo corpóreo. Sin embargo, como coherente, un cuerpo es también en sí
mismo materialidad que-está-siendo-fuera-de-la-otra, cuyas partes, cuando padece violencia el todo,
ejercen violencia unas contra otras y ceden, pero en tanto son también estables superan la negación
padecida y se restablecen. El ceder y, con él, la autoconservación de su peculiaridad respecto de fuera
están por consiguiente vinculados a ese ceder interno y autoconservarse frente a sí que es la
elasticidad.
§ 298
Llega aquí a la existencia aquella idealidad que las partes materiales, en cuanto materia,
meramente buscan, a saber, aquel punto unitario que-está-siendo-para-sí y en el que esas partes, en
tanto real y efectivamente atraídas, estarían solamente [siendo] negadas. Este punto unitario, mientras
estas partes son solamente graves, está primeramente fuera de ellas y sólo comienza a ser en sí, en la
negación que ellas padecen y que acabamos de indicar, esta idealidad ha sido ahora puesta. Ésta, sin
embargo, está todavía condicionada, porque solamente se da un lado de aquella relación cuyo otro
lado sería la subsistencia de las partes que están-siendo-unas-fuera-de-otras, de lo que resulta que la
negación de ellas pasa a restablecimiento. La elasticidad es, por tanto, únicamente cambio del peso
específico que se restablece.
Cuando aquí y en otros lugares hablamos de partes materiales, no nos referimos a átomos ni moléculas. Tales partes, por tanto, no
hay que entenderlas como algo de suyo separado, sino como partes [que son] distintas de manera meramente cuantitativa o contingente,
de tal modo que su continuidad, esencialmente, no ha de ser separada de su distinción; la elasticidad es ella misma la EXISTENCIA de
la dialéctica de estos momentos. El lugar de lo material es su determinado subsistir indiferente y la idealidad de esta subsistencia es,
por tanto, la continuidad puesta como unidad real. [Dicho de otra manera:] dos partes materiales que antes subsistían una fuera de otra y
que debían representarse como encontrándose en lugares distintos, se encuentran ahora en un solo y mismo lugar. He ahí la
contradicción, y ella EXISTE aquí materializada. Es la misma contradicción que subyace en la dialéctica de Zenón sobre el movimiento,
sólo que la contradicción, tratándose del movimiento, se refiere a lugares abstractos, mientras que aquí tratamos de lugares materiales,
eso es, de partes materiales. En el movimiento se pone el espacio temporalmente y el tiempo espacialmente (§ 260); el movimiento es
imposible en la antinomia de Zenón[536] (antinomia que es insoluble) si los lugares se aíslan como puntos espaciales y lo mismo se hace
con los momentos temporales como puntos en el tiempo. La solución de la antinomia, es decir, el movimiento, sólo se puede entender
siendo continuos el espacio y el tiempo, y estando y no estando simultáneamente en el mismo lugar el cuerpo que se mueve, es decir,
estando simultáneamente en otro lugar; Igualmente, el mismo momento temporal es y no es, es decir, es igualmente otro. Así, en la
elasticidad, la parte material (átomo, molécula) al mismo tiempo y en cuanto afirmativa está ocupando su espacio, puesta como
subsistente, pero a la vez está también puesta como no subsistente. Dicho de otra manera: la parte material se pone como un quantum
que es magnitud extensiva y a la vez sólo intensiva. —En contra de la posición conjunta de las partes materiales en la elasticidad y, a la
vez, como presunta explicación, se suele pedir ayuda a la ficción de los poros tantas veces citada[537]. Por mucho que en abstracto se
conceda que la materia es perecedera o que no es absoluta, [la absolutez de la materia] emerge luego con fuerza en concreto, contra la
primera afirmación, si es que la materia ha de ser efectivamente comprendida como negativa, si es que la negación ha de ser puesta en
ella. Los poros son desde luego lo negativo (pues no hay más remedio, hay que llegar a esta determinación), pero son lo negativo
solamente junto a la materia, no son lo negativo de la materia misma, sino que son la negación puesta allí donde la materia no está; así
que la materia se toma de hecho como únicamente afirmativa, como absolutamente autosuficiente, como eterna. Este error se introduce
por causa del error general propio del entendimiento que cree que lo metafísico sólo es una entidad mental junto a la realidad, es decir,
fuera de ella; y así resulta que junto a la creencia en la no absolutez de la materia también se cree en su absolutez; aquélla encuentra
su lugar fuera del saber científico, si es que se halla en algún lugar, mientras la segunda creencia vige esencialmente en la ciencia.
§ 299
La idealidad que ha sido puesta ahí es una alteración que es un doble negar. La negación del
subsistir (una-fuera-de-otra) de las partes materiales es también negada como restauración del seruna-fuera-de-otra de las partes y de su cohesión. Es una sola idealidad como intercambio de las
determinaciones que se superan una-a-otra, es el temblor interno del cuerpo en él mismo, el sonido.
c. El sonido
§ 300
La simplicidad específica de la determinación que el cuerpo tiene en la densidad y en el principio
de su cohesión, esta forma primeramente interna, habiendo pasado por su inmersión en el uno-fuerade-otro material, se hace libre al negar la subsistencia de por sí de este su ser uno-fuera-de-otro. Éste
es el paso de la espacialidad material a la temporalidad material. Por esto, a saber, porque esta forma
está en lo material como idealidad suya en el temblor, es decir, tanto por la momentánea negación de
las partes como por la negación de esta su negación (que unidas una a otra, se suscitan mutuamente),
y porque de este modo, como un oscilar entre la subsistencia y la negación del peso específico y la
cohesión, esta forma [decíamos] está en lo material como idealidad suya, la forma simple es de suyo
existente y llega a ser fenómeno como una especie de animación mecánica.
Pureza e impureza del sonido propiamente dicho, las distinciones de éste respecto del mero ruido (por un golpe dado a un cuerpo
sólido), o del estrépito, etc., dependen de si el cuerpo penetrado por el temblor es o no homogéneo y depende también además de la
cohesión específica junto con la determinación espacial de sus dimensiones; depende de si el cuerpo es una línea material, una superficie
material (y así una línea o superficie limitada) o se trata de un cuerpo sólido. —El agua carente de cohesión no tiene sonido y su
movimiento, en cuanto es un mero roce externo de sus partes simplemente desplazables, produce solamente un murmullo. La continuidad
del cristal COEXISTENTE con su fragilidad interna suena, y suena más todavía por todo su interior la continuidad sin fragilidad del
metal.
La comunicabilidad del sonido, su propagación por así decir silenciosa (es decir, exenta de la repetición y retorno del temblor) a
través de todos los cuerpos tan distintamente determinados por lo que a fragilidad se refiere (a través de cuerpos sólidos mejor que por
el aire, a través de la tierra a muchas millas de distancia, a través de los metales y según cálculo, diez veces más aprisa que a través del
aire) muestra la idealidad transmitiéndose libremente a través de estos cuerpos, la cual sólo absorbe por completo la materialidad
abstracta de ellos sin las determinaciones específicas de su densidad, cohesión y demás formaciones, y lleva sus partes a la negación, o
sea, al temblor; sólo este idealizar es el comunicar.
Lo cualitativo del sonido en general, como del sonido que se articula a sí mismo, el tono, depende de la densidad, cohesión y
modos más específicos de cohesión del cuerpo sonoro, porque la idealidad o subjetividad en que consiste el temblor, en cuanto negación
de aquellas cualidades específicas, las tiene a ellas por contenido y determinidad suyas; por ello este temblor y el sonido mismo están
especificados por esas cualidades y por ello también los instrumentos musicales tienen sus propios sonidos y timbres.
§ 301
Hay que distinguir entre temblar y oscilar en cuanto cambio local extrínseco, o sea, cambio de la
relación espacial con otros cuerpos. Oscilar es propiamente un movimiento en sentido corriente. Sin
embargo, aunque distinto, es también idéntico al movimiento intrínseco anteriormente determinado,
el cual es subjetividad que está deviniendo libre, el fenómeno del sonido en cuanto tal.
La EXISTENCIA de esa idealidad tiene solamente distinciones cuantitativas por causa de su
universalidad abstracta. Por esta razón, en el campo del sonido y de los tonos, su ulterior distinción
entre ellos, su armonía o su falta de armonía, descansa sobre relaciones numéricas y sobre su
concordancia más sencilla o más desarrollada y distante.
La oscilación de las cuerdas, columnas de aire, varillas, etc., es un pasar alternativamente de la línea recta al arco y precisamente a
arcos opuestos; a este cambio local extrínseco, meramente aparencial, de la relación con los otros cuerpos, se une el cambio alternativo
del peso específico y de la cohesión; se acorta la cara más cercana al punto central del arco de la línea material, mientras la cara
exterior se alarga y, por consiguiente, el peso específico y la cohesión de la cara interior disminuye, mientras aumenta al mismo tiempo el
peso específico y la cohesión de la cara exterior.
Por lo que se refiere al poder de la determinación cuantitativa en este terreno ideal, hay que recordar los fenómenos de cómo esa
determinación, puesta mediante interrupciones mecánicas en una línea o superficie oscilante, se comunica ella misma a la comunicación, o
sea, a la oscilación de la línea o superficie entera más allá del punto de la interrupción mecánica y forma nudos oscilatorios tal como se
ve intuitivamente en las representaciones de Chladni[538]. —Hay que citar también aquí la producción de tonos armónicos en cuerdas
vecinas a las que se ha dado un tamaño determinado en relación con los tonos[539]; sobre todo hay que citar las experiencias sobre las
cuales Tartini[540] llamó primero la atención y que se refieren a los tonos producidos desde otros sonidos simultáneos que con referencia
a las oscilaciones se encuentran en una determinada relación mutua; tales sonidos son distintos de los primeros y sólo se producen
mediante esas relaciones.
§ 302
El sonido es el cambio de la manera específica que tienen las partes materiales de ser-una-fuerade-otra y de su negación, es decir, es idealidad meramente abstracta o, por decirlo así, idealidad sólo
ideal de ese modo específico. Sin embargo, este cambio es por ello mismo y de manera inmediata
negación de la consistencia específicamente material; de este modo esa negación es idealidad real del
peso específico y de la cohesión, o sea, calor.
El calentamiento de los cuerpos que emiten sonido, como el calentamiento de los que son golpeados o de los que se frotan uno con
otro, es el fenómeno del calor que, de acuerdo con el concepto, surge con el sonido.
d. El calor
§ 303
El calor es el restablecimiento de la materia en su falta de forma, en su fluidez; es el triunfo de su
homogeneidad abstracta sobre las determinaciones específicas; es la continuidad abstracta de la
materia, continuidad que es solamente en sí como negación de la negación, y que en el calor está
puesta como actividad. Formalmente, es decir, en relación con la determinación espacial sin más, el
calor aparece por ende extendiéndose, como suprimiendo la limitación en que consiste la
especificación de la ocupación indiferente del espacio.
§ 304
Esta negación real de la peculiaridad de los cuerpos es, por consiguiente, un estado en el cual el
cuerpo no se hace presente él mismo en su existencia; esta EXISTENCIA suya es más bien la comunidad
con otros y la comunicación con ellos; esto es el calor exterior. La pasividad de lo corporal frente al
calor descansa en la continuidad de lo material que está presente en si en el peso específico y en la
cohesión; por causa de esta idealidad originaria, la modificación del peso específico y de la cohesión
no puede ser una frontera efectiva para la mencionada comunicación, o sea, para sentar la comunidad
de los cuerpos.
Lo incoherente, como la lana, o lo en sí incoherente (es decir, lo frágil, como el vidrio) son peores conductores del calor que los
metales, cuya peculiaridad consiste en poseer en sí mismos una continuidad sólida e ininterrumpida. Aire y agua son malos conductores
del calor por causa de su falta de cohesión, simplemente en cuanto materias todavía acorporales. —La comunicabilidad del calor lo
hace aparecer como separable del cuerpo en el que primero reside, como algo subsistente frente a aquel cuerpo, como algo que le viene
de fuera. Esta comunicabilidad, juntamente con las otras determinaciones mecánicas que de ella dependen y que se pueden observar en
la difusión del calor (p. e. la reflexión mediante un espejo cóncavo), así como las determinaciones cuantitativas que le acompañan, han
conducido a la representación del calor como materia calórica, como algo sustancialmente existente[541]. Antes de llamar cuerpo al
calor o considerarlo algo corpóreo, habría que ponerse en guardia por lo menos; lo que ocurre es que los fenómenos de una existencia
particular son capaces de ser comprendidos simultáneamente bajo categorías diferentes—. Y eso es lo que ocurre con la particularidad
del calor, que aparece limitada, y con su distintividad respecto de los cuerpos en los que está, [a saber] que es insatisfactorio aplicarles
la categoría de materia, la cual es de tal manera totalidad en sí misma que es por lo menos grave. Aquella apariencia de particularidad
reside ante todo solamente en la manera extrínseca con que se presenta el calor cuando se comunica a los cuerpos próximos. —Los
experimentos de Rumford [542] sobre el calentamiento de los cuerpos (por ejemplo, por la fricción que se produce al taladrar un cañón),
habrían podido servir para alejar la representación de una existencia particular y sustantiva del calor; aquí representamos el calor
puramente en su origen y su naturaleza y lo mostramos como un estado. La representación abstracta de la materia contiene de suyo la
determinación de la continuidad la cual incluye la posibilidad de la comunicación y, en cuanto actividad, es su realidad efectiva.
Precisamente [con el calor] esta continuidad que es en sí se convierte en actividad en cuanto negación de la forma, del peso específico y
de la cohesión, como también de la figura.
§ 305
La comunicación del calor a distintos cuerpos contiene de suyo solamente la prolongación
abstracta de esa determinación a través de la materialidad indeterminada y, por ende, el calor no es
capaz en sí mismo de dimensiones cualitativas, sino solamente de la oposición abstracta entre
positivo y negativo, de quantum y grado, así como de un cierto equilibrio abstracto en forma de
temperatura de los cuerpos entre los que se distribuye el grado. Supuesto empero que el calor es
cambio de peso específico y de cohesión, permanece unido a estas determinaciones, y la temperatura
exterior, comunicada, está condicionada para la determinidad de su EXISTENCIA por el peso específico
y cohesión particulares del cuerpo al cual le es comunicado el calor: capacidad de calor específico.
La capacidad calorífica específica, unida a la categoría materia y materiales, ha conducido a la representación de una materia
calórica latente, inobservable y compacta [543]. En cuanto no perceptible, esa determinación no se justifica por la observación ni por la
experiencia y en cuanto concluida [por un razonamiento] descansa sobre la suposición de una sustancialidad material del calor (cfr. N
al § 286). Esta opinión sirve a su modo para hacer empíricamente irrefutable la sustancialidad del calor como si se tratara de una
materia, pero eso lo consigue precisamente porque esa opinión no es empírica en sí misma. Si se llama la atención sobre la desaparición
del calor, o sobre su aparición allí donde antes no se encontraba, se declara la desaparición como un mero perecer o como un hacerse
imperceptible y la aparición se explica como un salirse de la imposibilidad de ser percibido; así se opone la metafísica de la
sustancialidad [del calor] a aquella experiencia; es más, se la presupone como algo a priori de la experiencia.
En la determinación del calor que aquí hemos dado, la cuestión es que quede empíricamente establecido que la determinación de
suyo necesaria en virtud del concepto, es decir, la determinación del cambio del peso específico y la cohesión, se muestra
fenoménicamente como calor. La estrecha vinculación de ambos se reconoce fácilmente, en primer lugar, en las muchas maneras en que
se produce el calor (y en otras tantas maneras de desaparecer): en las fermentaciones, en los otros procesos químicos, en las
cristalizaciones y sus disoluciones, en las ya citadas[544] agitaciones mecánicas internas ligadas a agitaciones externas, cuando se repican
campanas o se golpean metales, en las fricciones, etc. La fricción de dos maderas o el golpe que damos para producir una chispa
condensa momentáneamente en un punto la exterioridad material de un cuerpo mediante el movimiento presionante del otro: una negación
de la consistencia espacial de las partes materiales que sale hacia fuera en el calentamiento y en la llama del cuerpo, o en la chispa que
despide. —Una segunda dificultad reside en comprender la conexión del calor con el peso específico y la cohesión en cuanto idealidad
existente de lo material. Se trata aquí de cierta EXISTENCIA de lo negativo que contiene la determinidad de aquello que niega, la cual
además posee la determinidad de un quantum y en cuanto idealidad de un subsistente es su ser-fuera-de-sí y su ponerse en otro, es decir,
la comunicación. Se trata aquí, como en toda la filosofía de la naturaleza, de sustituir las categorías del entendimiento por las relaciones
de pensamiento que se contienen en el concepto especulativo y, de acuerdo con estas relaciones, captar y determinar el fenómeno.
§ 306
El calor, en cuanto temperatura en general, es en primer lugar la disolución de la materialidad
especificada, disolución todavía abstracta y condicionada en su EXISTENCIA y determinidad.
Llevándose a cabo sin embargo, eso es, efectivamente realizada, la consunción de la peculiaridad
corporal adquiere la EXISTENCIA de la pura idealidad física, la negación de lo material que está
liberándose, y emerge como luz, aunque sea como llama, es decir, como negación de la materia que
se vincula aún a la materia. Así como el fuego se desarrollaba primeramente desde el en-sí, ahora se
pone exteriormente condicionado, produciéndose desde los momentos EXISTENTES del concepto en el
interior de la esfera de la EXISTENCIA condicionada. —De esta manera, el fuego se consume
ulteriormente en cuanto finito, juntamente con las condiciones cuya consunción es él mismo.
§ 307
El desarrollo de la materia real, esto es, de la materia que contiene en ella misma la forma, pasa
de esta manera, en su totalidad, a la pura idealidad de sus determinaciones, a la mismidad
abstractamente idéntica consigo, la cual, en este círculo de la individualidad exterior se hace ella
misma exterior (como llama) y por eso desaparece. El carácter condicionado de esta esfera consiste
en que la forma era una especificación de la materia grave y la individualidad en cuanto totalidad era
meramente en-sí. En el calor está puesto el momento de la disolución real de la inmediatez y de la
indiferencia recíproca, que se presenta de entrada entre los materiales especificados. La forma es
ahora, por consiguiente, como totalidad inmanente a aquellos materiales que no ofrecen resistencia a
la forma. —La mismidad, en cuanto forma infinita que se relaciona consigo, ha ingresado en cuanto
tal en la EXISTENCIA; se conserva en la exterioridad que le está sometida y es, en cuanto totalidad que
libremente determina eso material, la individualidad libre.
C
FÍSICA DE LA INDIVIDUALIDAD TOTAL
§ 308
La materia es primeramente en-sí la totalidad del concepto en cuanto grave; de esta manera, en
ella misma no está formada; el concepto, puesto en ella en sus determinaciones particulares, muestra
primeramente la individualidad finita que en sus particularidades está-cayendo-una-fuera-de-otra. La
totalidad del concepto, ahora puesto, es el punto central de la gravedad[545], no ya como la
subjetividad buscada por la materia, sino inmanente a ella como idealidad de aquellas
determinaciones de la forma, que fueron primero inmediatas y condicionadas, y que ahora son como
momentos desarrollados de dentro hacia fuera. La individualidad material, idéntica así consigo
misma en su desarrollo, es infinita de suyo, pero a la vez condicionada; es la totalidad subjetiva
primero sólo inmediata; después, aunque de suyo infinita, contiene la relación a otro; finalmente,
sólo en el proceso alcanza que esa exterioridad y condicionamiento sean puestos como superándose;
de esta manera deviene totalidad EXISTENTE del para-sí material que es entonces vida en-sí y en el
concepto pasa a ella.
§ 309
La individualidad total es[546]:
a. inmediatamente figura en cuanto tal y el principio abstracto de ella apareciendo en libre
EXISTENCIA: el magnetismo;
b. se determina a la distinción, a las formas particulares de la totalidad corporal; esta
particularización, aumentada al extremo, es la electricidad.
c. la realidad de esta particularización es el cuerpo químicamente diferente y la relación de este
cuerpo es la individualidad que como momentos suyos tiene cuerpos [diferentes], la cual,
realizándose como totalidad, es el proceso químico.
a. La figura
§ 310
El cuerpo, como individualidad total, es totalidad inmediata y en reposo; así [el cuerpo] es forma
del estar-junto-a espacial [propio] de lo material, y es de nuevo, en primer lugar, mecanismo. La
figura es así mecanismo material de la individualidad que está ahora determinando de manera
incondicionada y libre: [la figura] es el cuerpo cuyo modo específico de mantenerse unido interior
está determinado por la forma inmanente y desarrollada, la cual determina además su limitación
exterior en el espacio. De esa manera la forma es manifiesta por sí misma y no se muestra en primer
término como una peculiaridad de la resistencia frente a una violencia ajena[547].
§ 311
La figura α) inmediata, es decir, la figura puesta como carente de forma en ella misma es, por un
lado, el extremo de la índole puntual[548] de la fragilidad y, por otro lado, el extremo de la fluidez que
se hace esfera: la figura como carencia interior de figura.
§ 312
β) Lo frágil, como totalidad que está siendo en sí de la individualidad formadora, se abre[549] a la
diferencia del concepto. El punto pasa seguidamente a la línea, y en ella la forma se opone en los
extremos, los cuales, como momentos, no tienen ninguna subsistencia propia y solamente están
mantenidos por su referencia; ésta, apareciendo, es el centro de aquellos extremos y el punto de
indiferencia de su oposición. Este silogismo constituye el principio de la configuración en su
determinidad desarrollada y es, en esta estrechez todavía abstracta, el magnetismo.
El magnetismo es una de las determinaciones que debieron ofrecerse preferentemente cuando el concepto se conjeturó a sí mismo en
la naturaleza determinada y captó la idea de una filosofía de la naturaleza [550]. El imán, en efecto, representa de manera ingenua la
naturaleza del concepto y precisamente en su forma desarrollada como silogismo (§ 181). Los polos son los términos de una línea real
(de una varilla o también en un cuerpo extenso con todas las dimensiones) EXISTIENDO sensiblemente; como polos no tienen, sin
embargo, realidad sensible y mecánica, sino solamente una [realidad] ideal; son simplemente inseparables. El punto de indiferencia en el
que tienen su sustancia es la unidad en la que ellos son como determinaciones del concepto, de tal manera que, solamente en esta unidad,
tienen sentido y EXISTENCIA, y la polaridad es sólo la referencia de esos momentos. El magnetismo, fuera de esa determinación que
acabamos de sentar, no tiene otra propiedad particular. Que la aguja imantada se oriente hacia el norte y, con ello también, hacia el sur,
es fenómeno del magnetismo terrestre universal. —Sin embargo, que todos los cuerpos sean magnéticos tiene un doble sentido
equívoco; el sentido correcto es toda figura real, no meramente frágil, contiene este principio de determinación; y el sentido incorrecto es
que todos los cuerpos hagan aparecer fenoménicamente en ellos este principio de la determinación tal como existe en su estricta
abstracción, es decir, como magnetismo. Querer mostrar como presente en la naturaleza una tal forma del concepto, de manera que esa
forma tuviera que existir universalmente, sería un pensamiento afilosófico. La naturaleza es más bien la idea en el elemento del unofuera-de-otro, de tal manera que ella, como lo hace también el entendimiento, mantiene firmemente dispersos los momentos del
concepto y los expone así en la realidad. En las cosas más elevadas, sin embargo, unifica las distintas formas del concepto hasta la
concreción suprema (cfr. N al § sig.).
§ 313
En tanto esta forma que está refiriéndose a sí misma EXISTE primeramente en esta determinación
abstracta de ser identidad de las diferencias subsistentes, y por tanto no ha llegado aún a ser producto
en la figura total y [no] está paralizada, es como actividad y precisamente, en la esfera de la figura,
como la actividad inmanente del mecanismo libre, es decir, la actividad de determinar las relaciones
espaciales.
Hay que decir aquí una palabra sobre la identidad entre magnetismo, electricidad y quimismo tan reconocida en el tiempo actual y
que se ha hecho fundamental en física[551]: la oposición de la forma en la materia individual también avanza hasta determinarse como
oposición más real, eléctrica, y más real aún, oposición química. A todas estas formas particulares les subyace en el fondo la misma
totalidad universal de la forma como sustancia suya. Por lo demás, la electricidad y el quimismo en cuanto procesos son actividades de
la oposición más real y más determinada físicamente; sin embargo, estos procesos incluyen además y sobre todo cambios en las
relaciones de la espacialidad material. Bajo este respecto, según el cual esta actividad concreta es al mismo tiempo determinación que
causa movimientos mecánicos[552], es en sí actividad magnética. En la medida en que puede ser convertida en fenómeno, incluso en el
interior de aquellos procesos concretos, se han encontrado en estos tiempos sus condiciones empíricas. Hay que tener, por tanto, como un
progreso esencial de la ciencia empírica que la identidad de estos fenómenos haya sido reconocida en la representación y se la haya
llamado electro-quimismo, o también magneto-electro-quimismo, etc. Sin embargo, es igualmente esencial distinguir unas de otras las
formas particulares bajo las cuales EXISTE la forma universal, y los fenómenos particulares de esas formas. La palabra magnetismo
hay que retenerla, por tanto, para mencionar la forma expresa y su fenómeno el cual, dentro de la esfera de la figura como tal, sólo se
refiere a determinaciones espaciales. Del mismo modo, el nombre electricidad hay que retenerlo para las determinaciones fenoménicas
expresamente indicadas con esta palabra. Anteriormente se trataban de manera completamente separada magnetismo, electricidad y
quimismo, sin enlazarlos entre sí, cada uno como una fuerza autosuficiente. La filosofía tiene la idea de su identidad, pero captada con
retención explícita de su distinción [553] [mientras que] en las exposiciones más modernas de la física parece que se ha dado el salto al
extremo de la identidad de estos fenómenos, siendo necesario mantenerlos también separados a ellos y a sus modos. La dificultad reside
en la necesidad de unir ambas cosas y eso sólo se resuelve por la naturaleza del concepto, no por la identidad que consiste en fundir los
nombres en un magneto-electro-quimismo.
§ 314
La actividad de la forma no es otra que la actividad del concepto en general, la de poner lo
idéntico diferente y lo diferente idéntico; aquí, por tanto, en la esfera de la espacialidad material,
poner [como] diferente lo [que] en el espacio [es] idéntico, esto es, alejar de sí (repeler) y poner
[como] idéntico lo [que] en el espacio [es] diferente, o sea, acercar y hacer tocar [atraer]. Esta
actividad, puesto que EXISTE en algo material, aunque todavía abstractamente (y sólo en cuanto tal esa
actividad es magnetismo), anima solamente algo lineal (§ 256). En lo lineal, las dos determinaciones
de la forma sólo pueden emerger separadas en su distinción, esto es, en los dos términos[554], y su
distinción activa, magnética, solamente consiste en que uno de los extremos (uno de los polos) pone
como idéntico consigo lo mismo —un tercero— que el otro extremo (el otro polo) aleja de sí.
La ley del magnetismo se expresa diciendo que los polos del mismo nombre se repelen y los de nombre distinto se atraen, o también
se dice que los polos del mismo nombre son hostiles y los de nombre distinto son amistosos. Con todo, para la misma denominación no
se dispone de ninguna otra determinación que la de decir que tienen el mismo nombre aquellos que son igualmente atraídos o repelidos
por un tercero. Pero este tercero tiene también su determinación solamente en atraer o repeler a los del mismo nombre o en general a
otro. Todas las determinaciones son sólo perfectamente relativas, sin EXISTENCIA indiferente, sensiblemente diferenciada; se ha hecho
notar más arriba (§ 312N) que algo así como norte y sur no contiene ninguna determinación originaria, primera o inmediata. La amistad
de los de nombre distinto y la enemistad de los de nombre igual no son, por tanto, en general, un fenómeno particular consiguiente a
algo presupuesto, a un magnetismo ya determinado peculiarmente, sino que no expresan otra cosa que la naturaleza del concepto cuando
está puesto en esta esfera como actividad.
§ 315
γ) La actividad que ha pasado a su producto es la figura, y determinadamente como cristal. En esta
totalidad, los diferentes polos magnéticos han sido reducidos a la neutralidad, la linealidad abstracta
de la actividad que determinaba localmente ha sido realizada como plano y superficie del cuerpo
entero; más precisamente, la índole frágil del punto por una parte se ha ensanchado hasta [hacerse]
forma desarrollada, pero la anchura formal de la esfera se ha reducido a limitación. Actúa la única
forma para que cristalice el cuerpo hacia fuera (limitando la esfera) y su continuidad interior
(configurando la índole del punto) de parte a parte (traspaso de las hojas, figura del núcleo).
b. La particularización del cuerpo individual
§ 316
La configuración, el individualizar del mecanismo determinando el espacio, pasa a la
particularización física. El cuerpo individual es en sí la totalidad física; ésta hay que ponerla en el
cuerpo en la distinción, pero tal como ésta está determinada y contenida en la individualidad. El
cuerpo, como el sujeto de estas determinaciones, las contiene como propiedades o predicados; pero
de tal modo que esas determinaciones son a la vez un habérselas con los elementos universales y
sueltos, y con los procesos [que ocurren] con ellos. Es su particularización inmediata, todavía no
puesta (su posición es el proceso químico), según la cual aquellas determinaciones, no habiendo sido
devueltas a la individualidad, son sólo relaciones con aquellos elementos, no la totalidad real del
proceso. Su distinción mutua es la de sus elementos, cuya determinidad lógica ha sido mostrada en su
lugar correspondiente (§ 282 y ss.).
Al tratar el pensamiento antiguo y generalizado de que los cuerpos están formados por los cuatro elementos o, según el pensamiento
más moderno de
Paracelso [555], por mercurio o fluido, azufre o aceite y sal, o al tratar otros pensamientos parecidos, ha sido fácil refutarlos, sobre
todo, a base de querer entender bajo aquellos nombres los materiales empíricos singulares que se designan primariamente con tales
nombres. Pero no hay que ignorar que mucho más esencialmente estos nombres deban contener y expresar las determinaciones del
concepto. Más bien hay que admirar, por tanto, el poderío con que el pensamiento reconocía y asía solamente su propia determinación y
la significación universal en esas EXISTENCIAS sensibles particulares. Por otra parte, puesto que la razón es su fuente, la cual no se
deja engañar por los juegos sensibles del fenómeno y su confusión, ese captar y determinar se encuentra muy por encima del mero ir a
ver y narrar caóticamente las propiedades de los cuerpos. En esta búsqueda se reputó como ganancia y mérito el ir encontrando [556]
siempre algo más particular, en vez de restituir tantas particularidades a lo universal y al concepto, y reconocerlo en ellas.
α) Relación con la luz
§ 317
En la corporeidad configurada, la primera determinación es su mismidad idéntica consigo, su
automanifestación abstracta en cuanto individualidad indeterminada y simple: la luz. Sin embargo, la
figura no luce en cuanto tal, sino que esta propiedad (cfr. § precedente) es una relación[557] con la luz;
1) el cuerpo, como puro cristal en la perfecta homogeneidad de su individualización interior (QUEESTÁ-EXISTIENDO de manera neutra) es transparente y un médium[558] para la luz.
Lo que en la luz es su falta interna de cohesión con respecto a la transparencia, lo es en los cuerpos concretos la homogeneidad de
la figura interiormente coherente y cristalizada. —El cuerpo individual, tomado de manera indeterminada, es desde, luego transparente u
opaco, translúcido, etc. Pero la transparencia es su determinación primera y más próxima en cuanto determinación del cristal, cuya
homogeneidad física todavía no ha sido ulteriormente particularizada y profundizada.
§ 318
2) La primera y más simple determinidad que tiene el médium físico es su peso específico, cuya
peculiaridad sólo se manifiesta de por sí en la comparación, del mismo modo que respecto de la
transparencia [esta peculiaridad] sólo llega a ser manifestación cuando se la compara con la densidad
distinta de otro médium. Si para facilitar la exposición suponemos dos médiums, aire y agua, el
primero más cercano al ojo y el segundo más alejado, tenemos entonces que lo efectivo en la
transparencia del agua es solamente la densidad en tanto determinante cualitativo del lugar: el
volumen del agua con la imagen contenida en su interior, por tanto, se ve en el aire transparente
como sí el mismo volumen de aire en el cual se ha puesto aquel volumen de agua tuviera la mayor
densidad específica, es decir, la del agua; se ve, por consiguiente, como si se hubiera contraído en un
espacio tanto menor: es la llamada refracción[559].
La expresión refracción de la luz es en primer lugar una expresión sensible y por tanto correcta, por cuanto, como es bien sabido,
una vara en el interior del agua p. e. se ve como rota; esta expresión se aplica también naturalmente a la representación geométrica de
este fenómeno [560]. Sin embargo, la refracción de la luz y de los llamados rayos de luz en sentido físico es algo enteramente distinto: un
fenómeno mucho más difícil de entender de lo que parece en un primer momento. Prescindiendo de otros aspectos inadmisibles de la
representación usual, la confusión en la que ésta ha de caer se la hace fácilmente plausible a la vista con la presupuesta descripción de
los rayos de luz irradiándose desde un punto [y formando] como [un] hemisferio [561]. En relación con la teoría mediante la cual se suele
explicar el fenómeno, hay que recordar la experiencia esencial de que el suelo plano de un recipiente lleno de agua aparece plano, o
sea, todo él elevado por un igual; circunstancia que contradice enteramente a la teoría y que, como suele ocurrir en semejantes casos, se
ignora en los manuales o se guarda silencio sobre ella. —De lo que se trata es de que un médium sólo es simplemente transparente en
general; y únicamente la relación de dos médiums de peso específico distinto es lo efectivo para la particularización de la visibilidad; una
determinación que a la vez está puesta solamente como determinante local, es decir, por la densidad totalmente abstracta. Y una relación
efectiva de los médiums no tiene lugar en el ser-uno-junto-a-otro indiferente, sino solamente cuando uno está puesto en el otro como
espacio visual, a saber, aquí solamente como visible. Este segundo médium, por así decirlo, se ve infectado por la densidad inmaterial
del que se coloca en su interior. Así resulta que en él se muestra el espacio de visión de la imagen según la limitación que el mismo
médium padece y que, por consiguiente, le limita. La propiedad puramente mecánica, no realmente física, sino ideal de la densidad de ser
solamente determinante local, se presenta aquí expresamente; parece actuar así fuera de lo material a que pertenece, porque sólo actúa
sobre el lugar de lo visible. Sin aquella idealidad no es posible comprender la relación.
§ 319
Esta comparación primeramente exterior y aquel poner juntas distintas densidades determinantes
de la visibilidad que EXISTEN en distintos médiums (aire, agua, después vidrio, etc.) es en la naturaleza
de los cristales una comparación interior. Éstos son, por una parte, transparentes en general, pero
por otra parte, en su individualización interior (figura del núcleo) poseen una forma que se desvía de
la igualdad formal[*][562] que pertenece a aquella transparencia general. Esa forma es también figura
como figura del núcleo, pero es igualmente forma subjetiva ideal que actúa, como el peso específico,
determinando el lugar, y determina también por ende la visibilidad como manifestar espacial de
manera específica, distinta de la primera transparencia abstracta: doble refracción de los rayos.
La categoría fuerza podría aquí usarse pertinentemente por cuanto la forma romboidal (que es la más frecuente entre las que se
apartan de aquella igualdad formal de la figura) individualiza internamente al cristal de parte a parte, pero si el cristal no está
casualmente fragmentado en lamas, no viene a la existencia como figura y no estorba ni interrumpe en lo más mínimo su perfecta
homogeneidad y transparencia [la forma romboidal], solamente actúa como determinidad inmaterial.
No puedo añadir nada más oportuno en relación con el paso desde una relación puesta primeramente de manera exterior hasta su
forma como determinidad interiormente eficaz o fuerza, que el modo como Goethe expresa la relación entre el dispositivo exterior de dos
espejos enfrentados y el fenómeno de los colores entópticos que se genera en el interior del cubo de vidrio en su colocación entre ellos.
En Sobre ciencia natural, vol. I, cuad. 3, XXII, pág. 148, se dice «de los cuerpos cristalizados, naturalmente transparentes» [563]:
«Decimos por tanto de ellos que la naturaleza ha construido en lo más íntimo de esos cuerpos un dispositivo de espejos igual que el que
hemos hecho nosotros con medios exteriores, físico-mecánicos» (cfr. sobre lo mismo la página anterior)[*][564]. Como ya hemos dicho,
en esta posición conjunta de lo interior y lo exterior, no se trata de refracción, como en el parágrafo, sino de un doble reflejo exterior y
del fenómeno correspondiente en lo interior. Por ello, cuando en la página 147 se dice que: «Se ha podido observar claramente en el
espato calizo romboidal que el distinto tránsito de las hojas y los reflejos mutuos que por esta causa se producen, son la causa próxima
del fenómeno» [565], se ha de distinguir que en el parágrafo se habla de lo que podríamos denominar fuerza o eficacia, no del efecto de
las lamas EXISTENTES (cfr. vol. I, cuad. 1, Sobre ciencia natural, p. 25)[566].
§ 320
Este ser-para-sí inmaterial (fuerza) de la forma, avanzando hasta [hacerse] existencia interior,
supera la naturaleza neutra de la cristalización e ingresa entonces la determinación de la índole
inmanente del punto o fragilidad (y después cohesión) en la transparencia más perfecta aunque
todavía formal (vidrio frágil, p. e.). Este momento de la fragilidad es variedad del manifestarse
idéntico consigo, de la luz y de la iluminación; es, por tanto, comienzo interior o principio del
oscurecimiento, tiniebla todavía no EXISTENTE, pero operativa en cuanto oscurecedora; (vidrio frágil,
[el cual] aunque perfectamente transparente es la conocida condición de los colores entópticos).
El oscurecer no se queda en mero principio, sino que avanza contra la simple neutralidad
indeterminada de la figura, al margen de las opacidades causadas extrínseca y cuantitativamente y de
transparencias más pequeñas, hasta el extremo abstracto y unilateral de la solidez o cohesión pasiva
(metalidad). Resulta así entonces un oscuro de suyo existente y un claro de suyo presente puestos a la
vez en unidad concreta e individualizada mediante la transparencia: la aparición fenoménica de los
colores.
A la luz en cuanto tal se le opone inmediatamente la tiniebla abstracta (§ 277). Sin embargo, lo oscuro comienza a ser real como
corporeidad físicamente individualizada y el proceso del oscurecimiento que hemos mostrado es esta individualización de lo claro, es
decir, aquí, de lo transparente, o sea, de la manifestación pasiva en el círculo de la figura, hasta el ser-dentro-de-sí de la materia
individual; lo transparente es lo neutro homogéneo en su EXISTENCIA; lo oscuro es lo individualizado dentro de sí hasta ser-para-sí
que no EXISTE sin embargo en la puntualidad, sino solamente como fuerza contra lo claro y que por ello puede EXISTIR también en
perfecta homogeneidad. —La metalidad, como se sabe, es el principio material de toda coloración o [es] la materia cromática universal,
si así se quiere expresar. Lo que aquí tomamos en consideración acerca de los metales es solamente su elevado peso específico en la
cual particularización preponderante la materia específica se retira ante la neutralidad interior y abierta de la figura transparente y se
remonta hasta el extremo; en lo químico, la metalidad es después base igualmente unilateral e indiferente.
En la descripción que hemos hecho del proceso del oscurecimiento se trataba de ofrecer sus momentos no solamente de manera
abstracta, sino de mencionar los modos empíricos en los que aquellos momentos aparecen. Es claro de suyo que ambas cosas tienen sus
dificultades, pero lo que causa dificultades todavía mayores a la física es la mezcolanza de las determinaciones o propiedades que
pertenecen a esferas completamente distintas. Tan esencial como es, por lo que se refiere a fenómenos generales como calor, color, etc.,
descubrir la simple determinidad específica bajo condiciones y circunstancias muy distintas, es igualmente esencial por otra parte retener
firmemente las distinciones bajo las cuales se muestran tales fenómenos. Lo que es el color, el calor, etc., no se puede establecer en la
física empírica a partir del concepto, sino que debe hacerse a partir de las maneras de presentarse. Éstas, sin embargo, son muy distintas.
Pero el afán de dar solamente con leyes generales prescinde con este fin de diferencias esenciales y de acuerdo con un punto de vista
abstracto coloca lo más heterogéneo, alineado de manera caótica (como sucede en la química con gases, sulfuros, metales, etc.)[567].
De este modo, el no considerar en particular los modos de actuar con arreglo a los distintos medios[568] y círculos en los que tienen
lugar, viene a ser desventajoso incluso para el afán de hallar leyes y determinaciones generales. De manera tan caótica, se encuentran
colocadas unas junto a otras circunstancias muy distintas bajo las cuales se presenta el fenómeno del color y se suelen oponer
experimentos que pertenecen a un ámbito específico de circunstancias a las simples condiciones generales bajo las cuales la naturaleza
del color se ofrece al sentido imparcial, es decir, que se enfrentan experimentos específicos a los fenómenos primarios. A esta confusión
que bajo la aparencia de experimentación cuidadosa y fundamental, procede de hecho con grosera superficialidad, sólo se le puede hacer
frente mediante el respeto a las distinciones en los modos de producirse [los fenómenos] que con este fin hay que conocer y deben
mantenerse separados en su propia determinidad.
Primeramente hay que convencerse de que la determinación fundamental es que la contención de la iluminación está vinculada al
peso específico y a la cohesión. Estas determinaciones son las propiedades y particularizaciones de la corporeidad en oposición a la
identidad abstracta de la pura manifestación (la luz en cuanto tal); desde ellas la corporeidad regresa a sí misma, a lo oscuro; son las
determinaciones que constituyen inmediatamente el proceso desde la individualidad condicionada a la individualidad libre (§ 307) y que
aquí aparecen en la referencia de la primera a la última. Los colores entópticos[569] ofrecen el interés de que en ellos el principio del
oscurecimiento es la fragilidad en cuanto índole de punto inmaterial (solamente activa en cuanto fuerza), la cual puntualidad EXISTE de
manera exterior en la pulverización de un cristal transparente y causa entonces la opacidad como ocurre, por ejemplo, con la espuma de
un fluido transparente, etc.[570]—La presión sobre el cristalino que da lugar a los colores epópticos es un cambio extrínsecamente
mecánico que afecta solamente al peso específico en cuyo caso no se da un corte en láminas ni otros obstáculos parecidos. —Cuando se
calientan los metales (cambio del peso específico) aparecen en su superficie colores cambiantes que se pueden incluso fijar si se quiere.
(Goethe, Teoría de los colores, I, pág. 191)[571]. En el campo de la química sin embargo y mediante los ácidos interviene otro principio
completamente distinto de la iluminación de lo oscuro, o sea, de la automanifestación inmanente o de la iluminación. De entrada, en la
consideración de los colores en sí mismos hay que excluir la contención químicamente determinada del oscurecimiento y de la
iluminación, puesto que el cuerpo químico, como el ojo (en la aparición de colores subjetivos y fisiológicos) es algo concreto que
contiene muchas otras determinaciones, de tal modo que aquellas que se refieren al color no se presentan de suyo de manera
determinada y separada, sino que más bien se presupone el conocimiento de los colores abstractos para poder hallar en lo concreto
aquello que en cada caso se refiere al color.
Lo dicho hasta aquí se refiere a la oscuridad interna en tanto ella pertenece a la naturaleza del cuerpo; en relación con los colores,
esto interesa hacerlo patente en tanto los enturbiamientos causados por ella no pueden sostenerse sobre algún modo exterior,
EXISTENTE de suyo, y por ello tampoco se puede indicar. Pero un médium en la EXISTENCIA exterior que actúe como enturbiador es
en general un médium menos transparente, meramente translúcido; un médium enteramente transparente (el aire elemental lo es sin lo
concreto, del mismo modo que un tal se da ya en la neutralidad del agua desindividualizada), como el agua o el cristal puro, tiene un
inicio de enturbiamiento el cual se hace presente por el espesor del médium, especialmente al aumentar las capas, es decir, aumentando
los límites que interrumpen. El médium más famoso entre los que enturbian exteriormente es el prisma, cuya efectividad enturbiadora
reside en dos circunstancias; primeramente en su límite exterior en cuanto tal, en sus bordes; en segundo lugar, en su figura prismática, en
la desigualdad del diámetro de su perfil desde la anchura total de un lado hasta la arista opuesta. En las teorías sobre la luz resulta
incomprensible, entre otras cosas, que en ellas se omita la propiedad del prisma de actuar enturbiando, especialmente de enturbiar de
modo irregular con arreglo al espesor desigual del diámetro de las distintas partes a través de las cuales incide la luz.
De todas maneras, la oscuridad es solamente una circunstancia; la otra es la claridad. Al color le corresponde una determinación
más próxima de la relación entre ellas. La luz da claridad, el día desplaza la tiniebla; el oscurecimiento en cuanto simple mezcla de lo
claro con una tiniebla presente da como resultado general el gris. El color empero es un enlace tal de ambas determinaciones que
manteniéndolas separadas las pone juntas a la vez; están separadas, pero también cada una aparece en la otra; un enlace que también
debe llamarse individualización; una relación que, como ya fue señalado en el caso de la refracción[572], consiste en que una
determinación es activa en la otra y sin embargo tiene una existencia propia. Se trata sencillamente del modo del concepto, el cual, en
cuanto concreto, contiene igualmente los momentos distintos y, en su idealidad, su unidad. Esta determinación se encuentra expresada en
la exposición de Goethe de la manera sensible que le es propia. Dice que en el prisma lo claro es llevado sobre lo oscuro, y
viceversa[573], de tal modo que lo claro sigue aún operando de por sí como claro y al mismo tiempo es enturbiado; en el caso del
prisma, y prescindiendo del desplazamiento común, se dice que lo claro permanece en su lugar tanto como a la vez se desplaza[574].
Donde lo claro o lo oscuro (o más bien, lo que aclara y lo que oscurece, pues ambas cosas son relativas) EXISTE de suyo en los
mediums turbios, el medium turbio colocado delante de un fondo oscuro que de esta manera actúa aclarando (y viceversa), retiene su
apariencia propia y se ponen a la vez uno en el otro negativos y ambos idénticos. De este modo es como hay que captar la distinción de
los colores respecto del mero gris (aunque, por ejemplo, sombras meramente grises y enteramente carentes de color se encuentran más
raramente de lo que uno cree); es la misma distinción que ocurre en el interior del cuadrado de los colores como diferencia entre el
verde y el rojo: aquél es la mezcla de la oposición, del azul y del amarillo y éste es la individualidad de la misma[575].
Según la conocida teoría de Newton, el blanco, es decir, la luz incolora, consiste en cinco o siete colores[576], ya que de una
manera exacta esa teoría no lo sabe. Uno no puede expresarse con suficiente dureza, en primer lugar, sobre el carácter bárbaro de la
representación a la que se ha recurrido al tratar de la luz según la peor forma de la reflexión, a saber, la representación de composición
y aquí que lo claro deba consistir en siete oscuridades, como si el agua clara se hiciera consistir en siete clases de tierra,
así como sobre la impropiedad e inexactitud del modo de observar y experimentar de Newton, no menos que sobre su vaciedad,
incluso, como Goethe lo ha mostrado [577], sobre su falta de honradez. Una de las inexactitudes más simples y que más llaman la
atención es la falsa aseveración de que una parte monocolor del espectro producida por un prisma, si se la hace pasar por un segundo
prisma, aparece otra vez de un solo color (Newton. Opt. lib. I, p. I, prop. V. in fine)[578];
también sobre la manera igualmente mala de concluir, argumentar y probar a partir de aquellos datos empíricos impuros; Newton
no usó solamente el prisma, sino que no le pasó por alto la circunstancia de que para generar los colores mediante el mismo se necesita
un límite entre claro y oscuro (Opt. lib. II. p. II. pg. 230 ed, lat. Lond. 17 1 9)[579] y sin embargo pudo prescindir de lo oscuro como
efectivo para enturbiar. Este condicionamiento del color sólo lo menciona Newton de refilón en el caso de un fenómeno enteramente
especial (y entonces también de manera inadecuada) y después de que la teoría hace ya rato que está lista[580]. De este modo, esa
mención sirve sólo a los defensores de la teoría para poder decir que Newton no ignoró la condición, pero no para colocarla como
condición, juntamente con la luz, a la cabeza de todo el tratado de los colores. Más bien, esta circunstancia de que en todos los casos
en que aparecen colores está presente lo oscuro, se calla en los libros de texto, así como también se oculta la experiencia enteramente
sencilla de que cuando se contempla a través del prisma una pared enteramente blanca (o en general, monocolor) no se ve ningún color
(y en el caso de que la pared tenga un color, no se ve otro que el de la pared), pero tan pronto como se fija un clavo en la pared se
introduce en ella una cierta desigualdad y entonces y sólo entonces y en aquel lugar aparecen colores. Entre las impropiedades de la
exposición de la teoría se debe, por tanto, contar ésta: que se callan muchas experiencias que le son opuestas;
hay que añadir en particular la falta de pensamiento con que se suprime un buen número de consecuencias inmediatas de la teoría (por
ejemplo, la imposibilidad de prismáticos acromáticos) y sin embargo tal teoría se afirma[581];
finalmente, una palabra sobre la ceguera del prejuicio de que esta teoría descansa sobre algo matemático, como si algunas
mediciones en parte falsas y unilaterales merecieran el nombre de matemáticas y como si el haber introducido determinaciones
cuantitativas en algunas consecuencias ofrecieran fundamento suficiente para la teoría y para la naturaleza del asunto.
Una razón principal por la cual la iluminación de esa tiniebla acerca de la luz, que Goethe ha aportado de manera tan clara como
fundada y bien documentada, no ha alcanzado una aceptación más eficaz es, sin duda, la siguiente: que la falta de pensamiento y la
candidez que sería preciso confesar es demasiado grande. Estas representaciones disparatadas, en vez de haber disminuido, han
aumentado en los últimos tiempos basándose en los descubrimientos de Malus[582], en la polarización de la luz y también en la
cuadratura de los rayos solares[583] o por el movimiento de rotación hacia la izquierda de una pequeña esfera de luz roja, y de un
movimiento de rotación hacia la derecha de una pequeña esfera azul [584]. Las ocurrencias de Newton han sido de nuevo aceptadas y el
accès de facile transmission y el accès de facile réflexion [585] han traído un mayor galimatías metafísico. Buena parte de tales
representaciones se originó también por causa de la aplicación de fórmulas del cálculo diferencial a los fenómenos cromáticos
transformando en determinaciones de un campo distinto la significación correcta que los términos de esas fórmulas tienen en el campo de
la mecánica.
β) La distinción en la corporeidad particularizada
§ 321
El principio de uno de los miembros de la distinción (el ser-para-sí) es el fuego (§ 283), aunque
no todavía como proceso químico real (§ 316) pero no ya, tampoco, como fragilidad mecánica, sino
que en la particularidad física es combustión en sí, la cual, [siendo] a la vez diferente hacia el
exterior, es la relación con lo negativo en la universalidad elemental; es la relación con el aire, con
lo consuntivo invisible (§ 282), [o] el proceso del aire en lo corporal; es la individualidad específica
en cuanto proceso teorético simple, la volatilización invisible del cuerpo en el aire: el olor.
La propiedad del olor de los cuerpos en cuanto materia EXISTENTE de por sí (§ 126), la estofa odorífera, es aceite, lo que arde
como llama. En cuanto mera propiedad EXISTE el despedir olor, por ejemplo, en el repugnante olor de los metales.
§ 322
El otro momento de la oposición, la neutralidad (§ 284), se individualiza como la neutralidad
física determinada de la salinidad y sus determinaciones, ácidos, etc., es decir, se individualiza como
sabor, una propiedad que sigue siendo a la vez relación con el elemento, con la neutralidad abstracta
del agua en la cual el cuerpo sólo es soluble en cuanto neutro. Por el contrario, la neutralidad
abstracta que se contiene en el cuerpo es separable de las partes físicas que componen su neutralidad
concreta y se puede presentar como agua de cristalización, la cual ciertamente, en lo neutro todavía
no disuelto, no EXISTE como agua (§ 286 N).
y) La totalidad en la individualidad particular; electricidad
§ 323
Los cuerpos mantienen una referencia a los elementos con arreglo a su particularidad
determinada, pero en cuanto totalidades configuradas entran también en relación unos con otros, en
cuanto individualidades físicas[586]. Con arreglo a su particularidad que no ha ingresado todavía en el
proceso químico, esos cuerpos son autosuficientes y se mantienen indiferentes unos ante otros,
enteramente en la relación mecánica. Del mismo modo que en este sí mismo en movimiento ideal se
manifiestan como un vibrar en su interior, [o sea,] como sonido, ahora, en la tensión física[587] de la
particularidad, se muestran unos a otros su mismidad real la cual es sin embargo todavía y al mismo
tiempo una realidad abstracta; [la muestran] como su luz, una luz no obstante diferente[588] en sí
misma: la relación [o el comportamiento [589]] eléctrico.
§ 324
El contacto mecánico pone la diferencia física[590] de uno de los cuerpos en el otro; esta
diferencia es una tensión contrapuesta porque los cuerpos siguen siendo al mismo tiempo
mecánicamente autosuficientes unos ante otros. En esta tensión no interviene, por consiguiente, la
naturaleza física del cuerpo en su determinidad concreta, sino que sólo es como realidad del sí
mismo abstracto, es decir, como luz (y precisamente contrapuesta), cómo se manifiesta la
individualidad y se remite al proceso. La superación de la separación, el otro momento de este
proceso superficial, tiene como producto una luz no-diferente[591], la cual en cuanto carente de
corporeidad desaparece inmediatamente y fuera de ese abstracto fenómeno físico [592] sólo tiene en
particular el efecto mecánico de la sacudida.
Lo que constituye la dificultad del concepto de electricidad es, por una parte, la determinación fundamental de la inercia, tan física
como mecánica, del individuo corporal dentro de este proceso. Por esta razón, la tensión eléctrica se atribuye a otro, a una materia a la
cual pertenece la luz, y que se produce de suyo de manera abstracta, separada de la realidad concreta del cuerpo que permanece en su
autosuficiencia[593]. Por otra parte, ocurre la dificultad general del concepto, a saber, captar la luz en su interdependencia como momento
de la totalidad, y aquí precisamente no ya libre como luz solar, sino como momento del cuerpo particular, por cuanto la luz es en sí el
puro sí mismo del cuerpo que ingresa en la existencia engendrada desde la inmanencia del cuerpo. Así como la primera luz, es decir, la
luz solar (§ 275) sólo tiene lugar desde el concepto en cuanto tal, también aquí ocurre (como en el § 306) un surgimiento de la luz,
ahora diferente, desde una existencia del concepto como cuerpo particular.
Es conocida la antigua distinción, vinculada a una determinada existencia sensible, entre la electricidad del cristal y la electricidad de
la resina, distinción idealizada por el empirismo completo en la distinción de pensamiento entre la electricidad positiva y negativa [594].
Ejemplo admirable de cómo el empirismo que quiere ante todo captar y retener lo universal de manera sensible, supera su propio ser
sensible. Cuando en los tiempos modernos se ha hablado tanto de la polarización de la luz[595], esta expresión se hubiera podido aplicar
con mayor razón a la electricidad que a los fenómenos de Malus en los cuales intervienen medios transparentes, superficies reflectantes,
diferentes formas de colocación y muchas otras circunstancias que aportan una diferencia extrínseca en la apariencia de la luz, pero no
una diferencia en la luz misma. Las condiciones bajo las cuales se presenta la electricidad positiva y negativa, las superficies más o
menos brillantes u opacas, por ejemplo, un aliento, etc., demuestran la superficialidad del proceso eléctrico y lo poco que interviene en
éste la concreta naturaleza física[596] del cuerpo. Igualmente la débil coloración de ambas luces eléctricas, su olor y su sabor muestran
solamente un inicio de corporeidad en la mismidad abstracta de la luz en la cual se detiene el proceso, el cual a pesar de que sea físico
no es, sin embargo, un proceso concreto. La negatividad en la cual consiste la superación de la tensión opuesta es principalmente un
golpe; el sí mismo que se pone como idéntico consigo desde su desdoblamiento se queda parado, incluso en esta totalización, en la
esfera extrínseca del mecanismo. La luz, en cuanto chispa de descarga, apenas posee un inicio de materialización en calor y la ignición
que puede surgir de la llamada descarga es más bien un efecto inmediato de la sacudida que la consecuencia de una realización de la luz
como fuego (Berthoflet. Statique Chimique. I Partie, Sect. III, not. XI)[597]. En la medida en que ambas electricidades se mantienen
separadas en cuerpos distintos, interviene la determinación del concepto como en el caso del magnetismo, a saber, que la actividad
consiste en poner idénticamente lo opuesto y en poner lo idéntico en oposición. Esta actividad es, por una parte, actividad mecánica en
cuanto atracción y repulsión espacial, aspecto que en la medida en que se puede aislar de los fenómenos eléctricos fundamenta su
vinculación con el fenómeno del magnetismo en cuanto tal; por otro lado, esa actividad es física en los interesantes fenómenos de la
comunicación eléctrica en cuanto tal o conductividad, y en su distribución.
§ 325
La particularización del cuerpo individual no se detiene, sin embargo, en la diferenciación inerte
y en la propia actividad de lo distinto desde la cual la abstracta mismidad pura, el principio luminoso,
se transforma en proceso y en tensión de opuestos, así como en superación de esta tensión hasta su no
diferencia. Puesto que las propiedades particulares son solamente la realidad de este simple concepto,
el cuerpo de su alma, es decir, de la luz, y el conjunto de las propiedades, o sea, el cuerpo particular
no es verdaderamente autosuficiente, por ello ingresa toda la corporeidad en la tensión y en el
proceso, el cual es al mismo tiempo el devenir del cuerpo individual. La figura que primeramente
surge sólo del concepto y de este modo sólo estaba puesta en sí, surge ahora también del proceso
EXISTENTE y se expone como lo puesto desde la EXISTENCIA: el proceso químico.
c. El proceso químico
§ 326
La individualidad en su totalidad desarrollada es de tal modo que sus momentos están
determinados a ser, ellos mismos, totalidades individuales, cuerpos enteramente particulares, los
cuales a la vez sólo son como momentos mutuamente diferentes en su referencia. Esta referencia, en
cuanto es la identidad de cuerpos autosuficientes no idénticos, es la contradicción y por ende [es]
proceso esencialmente, el cual de acuerdo con el concepto tiene la determinación de poner
idénticamente lo distinto, no-diferenciarlo, y diferenciar lo idéntico, activarlo [598] y separarlo.
§ 327
Primeramente hay que dejar de lado el proceso formal el cual es una conexión de [cosas]
meramente distintas, no contrapuestas. Éstas no tienen necesidad de ningún tercero EXISTENTE en el
cual sean unas en sí como en su término medio; lo común o su género constituye por sí mismo la
determinidad de su EXISTENCIA respectiva; su unión o separación tiene el modo de la inmediatez y las
propiedades de su EXISTENCIA se mantienen. Este tipo de unión de cuerpos sin actividad[599] química
respectiva se da en la amalgama y otras aleaciones de metales, mezclas de ácidos, de alcohol con
agua y otras parecidas.
§ 328
En cambio, el proceso real se refiere a la vez a la diferencia química (§ 200 y ss.), por cuanto la
entera totalidad concreta del cuerpo interviene a la vez en el proceso (§ 325). Los cuerpos que
intervienen en el proceso real están mediados en un tercero distinto de ellos mismos, el cual es la
unidad abstracta, al comienzo meramente en sí, de aquellos extremos, la cual unidad se pone en la
EXISTENCIA por el proceso. Por consiguiente, de este tercero sólo son elementos y precisamente un
elemento distinto en cada caso, sea del unir (la neutralidad en general, el agua), sea de la
diferenciación y separación (el aire). Siendo así que en la naturaleza se extraponen los momentos
conceptuales, incluso con existencia particularizada, así también el separar y neutralizar del proceso
son igualmente, cada uno en sí mismo, algo doble con arreglo al aspecto concreto y al abstracto.
Separar es a veces descomposición de la corporeidad neutra en sus componentes corporales; otras
veces es diferenciación de los elementos físicos abstractos en los cuatro momentos químicos, por
ende también abstractos, del nitrógeno, oxígeno, hidrógeno y carbono, los cuales constituyen juntos
la totalidad del concepto y con arreglo a cuyos momentos están ellos determinados. De acuerdo con
esto los elementos químicos poseen 1) la abstracción de la no-diferencia, el nitrógeno, 2) los dos
componentes de la oposición: la diferencia que es para sí, el oxígeno o lo que quema, y la nodiferencia perteneciente a la oposición, el hidrógeno o lo combustible, 3) la abstracción de su
elemento individual, el carbono.
Igualmente unir es a veces la neutralización de corporeidades concretas y otras veces es la unión
de aquellos elementos químicos abstractos. Por lo demás, en la medida en que es distinta la
determinación concreta y la determinación abstracta del proceso, a la vez y en la misma medida están
ambas unidas, pues los elementos físicos, en cuanto término medio de los extremos, son aquello
desde cuyas diferencias las corporeidades concretas indiferentes vienen activadas, es decir, consiguen
la EXISTENCIA de su diferencia química la cual impele hacia la neutralización y pasa a ella.
§ 329
El proceso, precisamente de manera abstracta, es esto: ser la identidad del juzgar [separar] y del
poner junto lo distinguido por el juicio, y en cuanto transcurso, el proceso es la totalidad que regresa
hacia sí. Su finitud empero consiste en que también a sus momentos les adviene la autosuficiencia
corporal; la finitud incluye, por consiguiente, que el proceso tenga corporeidades inmediatas como
presuposición, las cuales sin embargo son sólo igualmente su producto. Con arreglo a esta
inmediatez, las corporeidades se presentan como subsistentes fuera del proceso y éste como algo que
entra en ellas. Por lo demás, los momentos del transcurso del proceso caen ellos mismos uno fuera
del otro como inmediatos y distintos y el transcurso, en cuanto totalidad real, deviene un círculo de
procesos particulares, cada uno de los cuales tiene al otro como presuposición, pero que de suyo
toma de fuera su comienzo y se extingue en su producto particular, sin continuarse desde sí en el
proceso (que es el momento ulterior de la totalidad) y pasar a él inmanentemente. El cuerpo
interviene en uno de esos procesos como condición, en otro como producto; y en qué proceso
particular tiene él esta posición constituye su peculiaridad química; solamente a partir de estas
posiciones en los procesos particulares se puede fundar una división de los cuerpos.
Los dos lados del transcurso son, 1) desde el cuerpo no-diferente mediante su activación hasta la
neutralidad y 2) desde esta unión hacia atrás a la separación en cuerpos no-diferentes.
α) Unión[600]
§ 330
1) Galvanismo
El comienzo del proceso y con él el primer proceso particular lo hace la corporeidad nodiferente, inmediata según la forma, la cual mantiene las propiedades distintas aún sin desarrollar,
unificadas en la determinación simple del peso específico: la metalidad. Los metales meramente
distintos, no activados unos frente a otros, son estimulantes del proceso, lo que hacen comunicándose
mutuamente su determinidad inmanente y su diferencia mediante aquella unidad sólida que es en sí
fluidez, capacidad de transmitir el calor y la electricidad; igualmente, en cuanto autosuficientes, se
ponen en tensión unos frente a otros, la cual es todavía tensión eléctrica. Sin embargo, en el medio
neutro, y por tanto separable, del agua en contacto con el aire, la diferencia puede realizarse.
Mediante la neutralidad y, con ella, mediante la posibilidad abierta de diferenciarse que posee el agua
(pura o elevada a una mayor posibilidad concreta de ser efectiva mediante sal, etc.) ingresa una
actividad real (no meramente eléctrica) del metal y de su tensa diferencia respecto del agua; de este
modo el proceso eléctrico pasa a químico. Su producción es generalmente oxidación y desoxidación
o hidrogenización del metal (si es que va tan lejos); es, como mínimo, desarrollo de hidrógeno
gaseoso así como a la vez oxígeno gaseoso, es decir, un poner las diferencias en las cuales se dividió
lo neutro, incluso en EXISTENCIAS abstractas de por sí (§ 328), como ocurre igualmente en el óxido (o
hidrato) en los que viene a la EXISTENCIA su unión con la base: segunda especie de la corporeidad.
De acuerdo con esta exposición del proceso tal como se presenta en su primer escalón es clara la distinción de la electricidad
respecto de lo químico del proceso en general y aquí de lo galvánico en particular, así como su conexión mutua. Sin embargo, la física
se obstina en ver sólo electricidad en el galvanismo como proceso de manera que la distinción entre los extremos y el término medio del
silogismo se convierte en una mera distinción entre conductores húmedos o secos y ambos vienen comprendidos en general bajo la
determinación de conductores[601]. No es necesario prestar atención aquí a modificaciones más menudas tales como que los extremos
pueden ser fluidos diferentes y el término medio un metal; que, por una parte, la forma de la electricidad se retiene (como se ha dicho en
este párrafo), mientras, por otra, se hace predominante unas veces, y otras se acentúa la efectividad química; que frente a la
autosuficiencia de los metales, los cuales para su diferenciación y para pasar a cal necesitan agua y neutros más concretos o incluso una
contraposición química ya lista de ácidos o cáusticos, hasta tal punto carecen de autosuficiencia los metaloides que les basta estar en
relación con el aire para que su diferenciación salte y se conviertan en tierras, etc. Estas y muchas otras particularidades no cambian
nada, sino que más bien estorban la consideración del fenómeno básico del proceso galvánico para el cual queremos conservar ésta su
primera denominación bien merecida. Lo que ha matado a la clara y simple consideración de este proceso, juntamente con el
descubrimiento de su simple figura química en la pila voltaica, ha sido la calamidad básica de la representación de conductores
húmedos. Con ello se ha marginado y suprimido la comprensión, es decir, la simple contemplación empírica de la actividad que reside
en el agua como término medio, y en ella y desde ella se manifiesta. En vez de ver en ella algo activo, se la toma como conductor
[meramente] portador. De ello depende igualmente que la electricidad se contemple como algo ya dispuesto y acabado que a través del
agua y los metales solamente circula, y se acepta también, por tanto, que los metales son meros conductores y precisamente de primera
clase frente al agua. Sin embargo, la relación de actividad desde la más simple de ellas, a saber, la relación del agua con un metal,
hasta las múltiples complicaciones que intervienen a través de las modificaciones de las condiciones, se encuentran de manera empírica
en la obra del señor Pohl, «El proceso de la cadena galvánica» [602] acompañadas con toda la fuerza de la intuición y a la vez del
concepto de la viviente actividad de la naturaleza. Quizá esta elevada exigencia que se ha hecho al sentido racional de comprender en
general el curso del proceso galvánico y del proceso químico como totalidad de la actividad de la naturaleza, ha servido para que hasta
ahora se haya cumplido poco la exigencia menor, a saber, la de tomar buena nota de lo fáctico empíricamente probado. —Entre las más
notables ignorancias de la experiencia que se han dado en este campo pertenece [la siguiente:] que para apoyar la representación de que
el agua consiste en oxígeno e hidrógeno, se indica la aparición de uno de ellos en un polo y del otro en el polo opuesto de la pila en
cuyo ámbito activo está puesta el agua, como una descomposición de ella, y eso de tal modo que el hidrógeno, en cuanto es una de las
partes separadas del agua, se dirige desde el polo en el que se acumula el oxígeno hacia el polo opuesto, mientras el oxígeno se dirige
igualmente desde el polo en el que se acumula el hidrógeno hacia aquel que es su casa y esto lo hacen ambos a través del agua todavía
EXISTENTE como medio, cada uno por su parte y al mismo tiempo revueltos[603]. Lo improcedente de esa representación en sí misma
no solamente queda inadvertido, sino que [además] se ignora que en la separación de lo material de ambas porciones del agua (la cual
sin embargo está constituida de tal modo que una parte de ella permanece aún como unión conductora, mediante un metal), el desarrollo
del oxígeno gaseoso en uno de los polos y del hidrógeno gaseoso en el otro tiene lugar del mismo modo y bajo ciertas condiciones que
hacen imposible, incluso de manera extrínseca, aquel infundado desfile hacia casa de los gases o moléculas, cada uno de acuerdo con el
lado que lleva su propio nombre; igualmente se calla la experiencia de que cuando se aporta un ácido y un álcali a los correspondientes
polos opuestos, ambos se neutralizan, en cuyo caso se representa igualmente que para neutralizar el álcali, una porción de ácido se dirige
desde el lado opuesto hacia el lado del álcali, como igualmente, para neutralizar el ácido, una parte del álcali se dirige desde su lado
hacia éste. Se calla entonces la experiencia de que, si ambas partes se unen a través de tintura de tornasol, no se percibe en este medio
tan sensible ninguna huella de un efecto, y por tanto de una presencia, del ácido que debería estar viajando a través de él.
A eso se puede también añadir que la consideración del agua como mero conductor de la electricidad, juntándose a la experiencia
del débil efecto del ácido en ese medio como en otros más concretos, ha traído la consecuencia de que (Biot. Traité de Phys. vol. II, p.
506)[604]: «l’eau pure, qui transmet une electricité forte, telle que celle que nous excitons par nos machines ordinaires, devient
presqu’isolante pour les faibles forces de l’appareil électromoteur» (en esta teoría, nombre de la pila voltaica). —Para hacer frente a la
osadía de hacer del agua un aislante de la electricidad, basta con aportar la obstinación de una teoría que no se deja conmover ni por una
consecuencia de esta clase.
Por lo que se refiere al punto central de la teoría, [a saber,] la identificación de la electricidad y el quimismo, sucede que, por así
decirlo, esa teoría se atemoriza ante la distinción tan llamativa entre los dos extremos que ella identifica, pero después se tranquiliza con
la consideración de que esta distinción es inexplicable; cierto, si la identificación se presupone, la distinción se ha hecho inexplicable,
desde luego. La simple igualación de la determinidad química de los cuerpos, unos frente a otros, con la electricidad positiva y negativa,
debía mostrarse superficial de suyo e insatisfactoria por un igual; frente a la relación química, tan ligada a condiciones externas, como,
por ejemplo, la temperatura, y tan relativa a otras circunstancias, la relación eléctrica es enteramente huidiza, móvil y capaz de invertirse
por la circunstancia más insignificante. Además, mientras los cuerpos por un lado, los ácidos p. e., se distinguen exactamente unos de
otros por sus relaciones cuantitativas y cualitativas de saturación con un álcali, por el contrario, la oposición meramente eléctrica, aunque
fuera cosa más firme, no ofrece absolutamente nada de esta clase de determinabilidad. Pero incluso si se pasa por alto el curso
enteramente visible del cambio real de los cuerpos en el proceso químico, y se atiende solamente al producto, su diferencia respecto del
producto del proceso eléctrico resulta tan llamativa que no puede impedir un distanciamiento respecto de la pretendida identificación.
Quiero detenerme en la manifestación de ese distanciamiento tal como se formula ingenuamente por Berzelius en su Essai sur la théorie
des proport. chim. etc. París, 1819. En su página 73 se dice: «Il s’eléve pourtant ici une question qui ne peut être resolue par aucun
phénomène analogue de la décharge électro-quimique (la composición química se llama aquí descarga por mor de la electricidad)… ils
restent dans cette combination avec une force, qui est supérieure à toutes celles qui peuvent produire una séparation mécanique. Les
phénomènes électriques ordinaires… ne nous éclairent pas sur la cause de l’union permanente des corps avec une si grande force,
après que l’état d’opposition électrique est détruit» [605]. El cambio del peso específico, de la cohesión, de la figura, del color, etc., que
se presentan en el proceso químico, como también de las propiedades áridas, cáusticas, alcalinas, etc., se dejan de lado y todo se hunde
en la abstracción de la electricidad. ¡No se reprochen ya más a la filosofía sus abstracciones de lo particular y sus vacías generalidades,
si es que mediante la electricidad positiva y negativa se pueden olvidar todas aquellas propiedades de los cuerpos! Cuando cierto estilo
de la filosofía de la naturaleza propia de otro tiempo potenció o más bien esfumó y diluyó el sistema y el proceso de la reproducción
animal en el magnetismo o el sistema circulatorio en la electricidad [606], no esquematizó de manera más superficial que el realizado por
esa reducción de las oposiciones corporales concretas; con razón se reprochó ese modo de proceder en aquel caso, porque simplificaba
lo concreto, omitía lo propio y lo perdía en la abstracción; ¿por qué no se hace lo mismo en este caso?
Pero además se ha omitido una circunstancia de la dificultad en la distinción del proceso concreto respecto del esquema abstracto, a
saber, la fuerza de la conexión de las materias combinadas mediante el proceso químico que han dado lugar a óxidos, sales, etc. En
cualquier caso, esta fuerza contrasta mucho, de suyo, con los resultados de la mera descarga eléctrica, después de la cual los cuerpos
excitados a electricidad positiva o negativa permanecen exactamente en el mismo estado y cada uno de por sí se queda tan suelto como
antes de ser frotado y mientras se lo frotaba, pero la chispa ha desaparecido. Éste es el resultado peculiar del proceso eléctrico; sería
preciso, por tanto, comparar este resultado con el resultado del proceso químico con arreglo a cada una de las circunstancias que
representan una dificultad para la igualdad que se afirma entre ambos procesos. Se podría quizás evitar esta dificultad aceptando que en
la chispa de descarga la unión de la electricidad positiva y negativa posee aquella misma fuerza que solamente se da en alguna unión de
un ácido y un álcali en la sal. Pero la chispa ha desaparecido y, por tanto, no se deja comparar; particularmente tenemos demasiado a la
vista que una sal o un óxido es una cosa más en el resultado del proceso por encima de aquella chispa eléctrica; por lo demás, en
relación con esa chispa se explica de una manera igualmente insatisfactoria el desprendimiento de luz y calor que aparece en el proceso
químico. Sobre esta dificultad Berzelius dice: «Est-ce l’effet d’une force particulière inherènte aux atomes, comme la polarisation
électrique —esto es, se pregunta si lo químico no es en lo corpóreo algo distinto de la electricidad, ¡ciertamente y evidente ante los ojos!
— ou est-ce une propriété électrique qui n’est pas sensible dans les phénomènes ordinaires?» [607], o sea, como en los fenómenos
propiamente eléctricos reseñados más arriba; esta pregunta se contesta afirmativamente de una manera muy simple porque, en efecto, en
la electricidad propiamente dicha, no se da lo químico y por eso no es perceptible, lo cual sólo se hace perceptible en el proceso
químico. Berzelius sin embargo, con respecto al primer caso de la posibilidad de la distinción entre la determinación eléctrica y química
de los cuerpos, contesta: «la permanence de la combination ne devait pas être soumise à l’influence de l’électricité» [608], esto es, dos
propiedades de un cuerpo deben permanecer sin ninguna relación mutua precisamente porque son distintas; el peso específico del
cuerpo no se ha de relacionar con su oxidación, el brillo metálico o el color tampoco se han de relacionar con la oxidación o con la
neutralización, etc. Sin embargo, la experiencia más trivial es contraria a esto, puesto que las propiedades de los cuerpos están sometidas
esencialmente al influjo de la actividad y del cambio de otras propiedades; es la seca abstracción del entendimiento la que exige en el
caso de propiedades distintas, que pertenecen precisamente al mismo cuerpo, su completa separación y autosuficiencia. En relación con
el otro caso, de que la electricidad tiene sin embargo potencia para deshacer fuertes uniones químicas aunque esa potencia no sea
perceptible en la electricidad ordinaria, replica Berzelius: «le rétablissement de la polarité électrique devrait détruire même la plus forte
combination chimique» [609]; y eso lo afirma con el ejemplo específico de una pila voltaica (llamada aquí batería eléctrica) de solamente
8 ó 10 pares de placas de plata y cinc del tamaño de una moneda de 5 francos, la cual es capaz de deshacer la potasa con la ayuda del
mercurio, esto es, de retener su radical en una amalgama. La dificultad había surgido porque la electricidad ordinaria no muestra aquel
poder, distintamente de lo que ocurre con la acción de una pila voltaica. Ahora se sustituye la electricidad ordinaria por la acción de esa
pila con el simple giro de llamarla «batterie électrique», de la misma manera que antes[610] se utilizó para ella el nombre de la teoría,
«appareil électro-moteur». Pero este giro es demasiado transparente y la prueba se acepta demasiado fácilmente cuando para resolver la
dificultad que obstaculiza la identificación de la electricidad y el quimismo se supone de nuevo, precisamente aquí, que la pila galvánica
es meramente un aparato eléctrico, y su actividad excitación eléctrica solamente.
§ 331
2) Proceso del fuego
La actividad que en el proceso anterior solamente estaba-siendo en sí en la determinidad diferente
de los metales referidos [en aquel proceso], puesta [ahora] como EXISTENTE para sí, es el fuego, por
el cual lo en sí combustible (como el azufre) —la tercera especie de la corporeidad— arde, [y] lo que
todavía se encontraba bajo una diferencia embotada e indiferente (como en la neutralidad) se ha
activado [611] hasta la contraposición química del ácido y del álcali (cáustico), [contraposición] no
tanto de una especie propia de corporeidad real (en tanto ellos no pueden EXISTIR para sí) cuanto del
ser-puesto de los momentos corporales de tercera forma.
§ 332
3) Neutralización, proceso del agua
Lo que es diferente de esa manera está simplemente contrapuesto a su otro y esto es su cualidad,
así que de manera esencial sólo es en esta referencia a aquel otro y a su corporeidad, por tanto, en
[una] existencia separada y autosuficiente es solamente un estado violento, y en su unilateralidad es en
sí mismo el proceso (aunque sólo sea con el aire en el que lo ácido y lo álcali cáustico se embotan, es
decir, se reducen a neutralidad formal) de ponerse en identidad con lo negativo de sí. El producto es
lo neutro concreto, la sal, que es el cuarto cuerpo y precisamente como cuerpo real.
§ 333
4) El proceso en su totalidad
Estos cuerpos neutros entrando de nuevo en relación unos con otros configuran el proceso
químico perfectamente real, puesto que ese proceso tiene a esos cuerpos reales como partes suyas.
Para su mediación ellos necesitan del agua como medio abstracto de la neutralidad. Sin embargo,
ambos en cuanto neutros de suyo no se hallan opuestos por ninguna diferencia. Interviene entonces la
particularización de la neutralidad universal y con ella igualmente la particularización de las
diferencias de los cuerpos químicamente activados[612] unos frente a otros —la llamada afinidad
electiva—[613], configuración de otras neutralidades particulares mediante la separación de las [ya]
presentes.
El paso más importante hacia la simplificación de las particularidades en las afinidades electivas se ha dado mediante la ley hallada
por Richter y Guyton Morveau [614] según la cual las uniones neutras no sufren ningún cambio en relación con el estado de saturación
cuando se mezclan mediante disolución y los ácidos se intercambian con sus bases. De ello depende conjuntamente la escala de
cantidades de ácido y de álcali según la cual cada ácido en particular guarda una particular relación para su saturación con cada
álcali[615]. Pues bien, cuando se ha establecido para un ácido en determinada cantidad la serie de álcalis con las cantidades
correspondientes que saturan la misma cantidad de aquel ácido, resulta que los álcalis mantienen entre sí la misma relación para cada
uno de los otros ácidos que guardaban con el primero y sólo es distinta la unidad cuantitativa de cada ácido con el cual se combina
aquella serie constante. Del mismo modo, los ácidos guardan una relación constante entre sí frente a cada uno de los distintos álcalis.
Por lo demás, la afinidad electiva misma sólo es una referencia abstracta de los ácidos con la base. En general, el cuerpo químico y
particularmente el neutro es a la vez cuerpo físico concreto con un peso específico determinado, cierta cohesión y temperatura, etc. Estas
propiedades propiamente físicas y sus cambios en el proceso (§ 328) entran en relación con los momentos químicos del mismo proceso,
dificultan, obstaculizan o facilitan y modifican su eficiencia. Berthollet en su famosa obra Statique chimique, reconociendo enteramente
la serie de las afinidades, ha establecido e investigado las circunstancias que aportan un cambio en los resultados de la actividad
química, resultados que frecuentemente sólo son determinados con arreglo a la condición unilateral de la afinidad electiva. Dice él: «la
superficialidad que la ciencia adquiere con tales explicaciones se ve precisamente como un progreso» [616].
β) Separación
§ 334
En la disolución de lo neutro comienza el regreso hacia lo químico particular hasta los cuerpos
no-diferentes mediante una serie, por una parte, de procesos propios mientras, por otra parte, cada
una de esas separaciones está ella misma inseparablemente atada a una composición, y los procesos
que han sido mencionados como pertenecientes al curso de la composición también contienen a la
vez inmediatamente el segundo momento de la separación. Para [establecer] el lugar peculiar que
asume cada forma particular del proceso y de esta manera también para [establecer] lo específico de
los productos, hay que considerar los procesos de agentes concretos, así como su acción en los
productos concretos. Procesos abstractos en los que los agentes son abstractos (p. e. agua sola
actuando sobre un metal o sobre gases enteramente [gaseosos], etc.) contienen en sí desde luego la
totalidad del proceso, pero no exponen sus momentos de manera explícita.
En la química empírica se trata principalmente de la particularidad de las materias y de los productos, todo lo cual se establece de
manera tan superficial que no se obtiene ningún orden de estas particularidades. En ella aparecen metales, oxígeno, hidrógeno, aquello
que antes se llamaba tierras y ahora metaloides, azufre, fósforo, etc., como cuerpos químicos simples, unos juntos a otros y en la misma
línea[617]. Al punto [sin embargo] las diferencias físicas tan grandes [que se dan] entre esos cuerpos debieran despertar reservas ante esa
manera de coordinarlos; e igualmente distinto se muestra su origen químico, o sea, el proceso que los produce. Sólo que de manera
igualmente caótica se colocan en el mismo plano procesos más abstractos y procesos más reales. Si a todo eso hay que darle forma
científica, hay que determinar cada producto según el escalón del proceso concreto y enteramente desarrollado desde el cual resulta el
producto esencialmente, y que otorga a éste su significación peculiar; para ello es igualmente esencial distinguir los grados de
abstracción o de realidad del proceso. Las sustancias animales y vegetales pertenecen simplemente a otro orden; su naturaleza puede ser
tan poco comprendida desde el proceso químico que éste más bien destruye aquella naturaleza y solamente se capta [entonces] el
camino de su muerte. Sin embargo, tales sustancias debieran servir sobre todo para oponerse a la metafísica que reina así en la química
como en la física, a saber, el pensamiento o más bien las estériles representaciones de la constancia de las materias bajo todas las
circunstancias, así como las categorías de la composición y del consistir de los cuerpos a partir de tales materias[618]. Vemos cómo se
concede en general que las materias químicas pierden en la unión las propiedades que muestran en la separación, y sin embargo se hace
valer la representación de que tales materias sin las propiedades son las mismas cosas que con ellas, como también que ellas como
cosas con esas propiedades no fueran antes que nada productos del proceso. El cuerpo todavía no-diferente, el metal, tiene su
determinación afirmativa de una manera tan física que sus propiedades aparecen en él como inmediatas. Pero los cuerpos más
determinados no pueden suponerse de antemano de manera que entonces se vean tal como se comportan en el proceso, sino que su
primera y esencial determinación solamente la tienen según su lugar en el proceso químico. Otro asunto es la particularidad empírica y
enteramente especial de los cuerpos según su comportamiento respecto de todos los otros cuerpos particulares; para [obtener] ese
conocimiento hay que recorrer por entero la misma letanía del comportamiento respecto de todos los agentes. —Lo que más llama la
atención a este respecto es ver los cuatro elementos químicos (oxígeno, etc.) colocados en la misma línea que el oro, la plata, etc.,
azufre, etc., como materias[619], como si aquellos elementos tuvieran una tal EXISTENCIA autosuficiente como la del oro, azufre, etc.,
o el oxígeno tuviera una EXISTENCIA como la del carbono. De su lugar en el proceso resulta su subordinación y abstracción mediante
el cual se distinguen enteramente, según el género, de los metales y las sales. No pertenecen de ninguna manera a la misma línea que
los cuerpos concretos; su lugar ha sido separadamente puesto en el § 328. En la mitad abstracta que está rota en sí misma (cfr. § 204
N) a la cual pertenecen por ende dos elementos —agua y aire— y que como medio se abandona, adquieren los extremos reales del
silogismo la existencia de su diferencia originaria que al principio sólo está-siendo en sí. Este momento de la diferencia, traído de esta
manera a la existencia para sí, constituye el elemento químico como momento perfectamente abstracto; en vez de ser materia básica o
base sustancial como uno se representa en seguida con la expresión «elemento», aquellas materias son más bien los puntos más extremos
de la diferencia.
Al tratar este asunto, como siempre, hay que considerar el proceso químico en su completa totalidad. Aislar partes particulares,
procesos formales y abstractos, conduce a la representación abstracta de los procesos químicos en general como la mera actuación de
una materia sobre otra[620], con lo cual todo lo demás que allí se presenta (como también lo que ocurre tantas veces, neutralización
abstracta, producción de agua, separación abstracta, gasificación) se considera casi como una cosa marginal, consecuencia casual o como
mínimo como algo extrínsecamente vinculado, no como un momento esencial en la relación con el todo. Un tratamiento completo del
proceso químico en su totalidad exigía además que fuera explicitado como silogismo real y como la tríada de silogismos íntimamente
enlazados entre sí, silogismos que no son solamente un simple enlace de sus términos, sino que en cuanto actividades son negaciones de
sus determinaciones (cfr. § 198) y que debieran expresar la unión y la separación ligadas a un único proceso en su conexión.
§ 335
El proceso químico es precisamente, en general, la vida; el cuerpo individual viene superado en
su inmediatez como producido; de esta manera el concepto ya no permanece como necesidad interior,
sino que aparece fenoménicamente. Ocurre, sin embargo, que por la inmediatez de las corporeidades
que intervienen en el proceso químico, ese concepto se ve afectado por la separación; por ello
aparecen sus momentos como condiciones extrínsecas, lo que se separa viene a dar en productos
indiferentes uno ante otro, el fuego y la activación[621] se extinguen en lo neutro y no se reavivan en
él; el inicio y el final del proceso son distintos uno de otro; esto constituye su finitud, la cual lo
distingue de la vida y se la impide.
Ciertos fenómenos químicos, p. e. que durante el proceso un óxido se rebaje a un grado inferior de oxidación en el cual se puede unir
con el ácido actuante, mientras otra parte por el contrario se oxida más intensamente, han permitido a la química utilizar la determinación
de la finalidad en su explicación, [o sea] de una autodeterminación inicial del concepto desde sí mismo en su realización de modo que
ésta no sea solamente determinada por las condiciones exteriormente presentes.
§ 336
Pero el proceso químico mismo es esto: poner como negadas aquellas presuposiciones
inmediatas, o sea, la base de su exterioridad y finitud, en cambiar de escalón aquellas propiedades de
los cuerpos que aparecen como resultados de un escalón determinado del proceso y en rebajar
aquellas condiciones a productos. Lo que en el proceso se pone de una manera tan general es la
relatividad de las sustancias y propiedades inmediatas. Lo corporal que subsiste indiferente viene
puesto mediante el proceso químico sólo como momento de la individualidad y el concepto se pone
en la realidad que le corresponde; dirimir y particularizar los momentos del concepto e igualmente
reconducirlos a la unidad que los aúna consigo en la unidad concreta resultante de la
particularización de las corporeidades distintas, actividad que consiste en negar esta forma unilateral
de la relación consigo, eso es el proceso infinito que se estimula a sí mismo y se mantiene, eso es el
organismo.
TERCERA SECCIÓN DE LA FILOSOFÍA DE LA
NATURALEZA
FÍSICA ORGÁNICA [622]
§ 337
La totalidad real del cuerpo en tanto es el proceso infinito de modo que la individualidad se
determina a la particularidad o finitud e igualmente la niega y regresa a sí, restableciéndose como
inicio al final del proceso, es una elevación a la primera idealidad de la naturaleza, pero de tal
manera que ésta ha devenido unidad plena, y esencialmente, en tanto está refiriéndose a sí, unidad
negativa, afectada de mismidad y subjetiva. Con ello la idea ha llegado a la EXISTENCIA, primeramente
a la [EXISTENCIA] inmediata, a la vida. Ésta es:
A. como figura, la imagen universal de la vida, el organismo geológico;
B. como subjetividad formal, particular, el organismo vegetal;
C. como subjetividad concreta singular, el organismo animal.
La idea tiene verdad y realidad efectiva solamente en tanto es subjetiva en ella misma (§ 215); la
vida, como idea solamente inmediata, está así afuera de sí, es no-vida, sino solamente el cadáver del
proceso vital, el organismo como totalidad de la naturaleza EXISTENTE como no viviente, mecánica y
física.
Distinta de ella comienza la vitalidad subjetiva, lo viviente en la naturaleza vegetal; el individuo,
pero dividiéndose aún en tanto está-siendo-afuera-de-sí en sus miembros que son, ellos mismos,
individuos.
El organismo animal es el primero que está desarrollado hacia distinciones tales de la
configuración que esencialmente sólo EXISTEN como miembros suyos, por lo cual este organismo es
como sujeto. La vitalidad en cuanto natural se divide precisamente en la multitud indeterminada de
vivientes que son, sin embargo, organismos subjetivos en sí mismos, y es solamente en la idea que
ellos son una vida, un sistema orgánico de ella.
A
LA NATURALEZA GEOLÓGICA
§ 338
El primer organismo, ya en tanto está primeramente determinado como inmediato o como siendo
en sí, no EXISTE como viviente; la vida en cuanto sujeto y proceso es esencialmente actividad que estámediándose consigo. Visto desde la vida subjetiva, el primer momento de la particularización es
hacerse presuposición de la vida, darse así el modo de la inmediatez y en ésta contraponerse a esa
vida como su condición y subsistencia exterior. La interiorización y recuerdo[623] de la idea natural
hacia sí misma hasta [hacerse] vitalidad subjetiva y, más aún, hasta hacerse vitalidad espiritual, es el
juicio [que la divide] en ella misma [por una parte] y en aquella inmediatez sin proceso [por la otra].
Esta totalidad inmediata que se ha presupuesto por la totalidad subjetiva es solamente la figura del
organismo, [es] el cuerpo terrestre como sistema universal de los cuerpos individuales.
§ 339
Por consiguiente, los miembros de ese organismo que es meramente en sí no contienen, por
tanto, el proceso de la vida en ellos mismos, y constituyen un sistema extrínseco, las formaciones del
cual representan el despliegue de una idea subyacente cuyo proceso de formación, sin embargo, es un
[proceso] pretérito. Las fuerzas[624] de este proceso que deja atrás la naturaleza, más allá de la tierra,
como autosuficiencias, son la interconexión y la posición de la tierra en el sistema solar, su vida
solar, lunar y comética, la inclinación de su eje hacia la órbita y el eje magnético. En relación más
próxima con estos ejes y con su polarización se encuentra la separación del mar y de la tierra, la
extensión de ésta por el norte en conexión con el conjunto, la partición y estrechamiento puntiagudo
de las partes [de la tierra] hacia el sur, la ulterior división en viejo y nuevo mundo, el reparto
subsiguiente de aquél en partes del mundo [viejo], distintas entre sí y frente ál nuevo por su carácter
físico, orgánico y antropológico, al cual se une además otra parte más joven e inmadura; las
cordilleras, etc.
§ 340
La organización física comienza, como inmediata, no con la forma simple y envuelta del germen,
sino con un origen que está dividido en dos: el concreto principio granítico, [o sea] el núcleo de las
montañas representando la tríada de los momentos de manera en sí misma ya desarrollada, y lo
calcáreo, [o sea] la distinción reducida a la neutralidad. La formación exterior de los momentos del
primer principio en figuras procede de manera escalonada, de modo que las figuraciones ulteriores
son en parte transiciones, en el fondo de las cuales permanece el principio granítico tan sólo en tanto
desigual e informe; [y] en parte es un salir afuera de sus momentos hacia una diferencia más
determinada y hacia momentos minerales más abstractos, [o sea] los metales y los objetos
oriktognósticos[625] en general, hasta que el desarrollo se pierde en almacenamientos mecánicos y en
aluviones privados de configuración inmanente. Juntamente avanza la formación ulterior del otro
principio [o sea] del principio neutro, en parte como transformación marginal más débil, y en parte
interviniendo luego ambos principios en la formación de concreciones que llegan hasta la
mezcolanza extrínseca.
§ 341
Este cristal de la vida, el organismo de la tierra que yace muerto, que tiene su concepto fuera de sí
en la interconexión de los astros, pero que tiene su proceso propiamente dicho como un pretérito
presupuesto, es el sujeto inmediato del proceso meteorológico por cuyo medio ese sujeto como
totalidad de la vida que está-siendo en sí viene fecundado ya no meramente para ser configuración
individual (v. § 287), sino para la vitalidad. —Así la tierra firme, y en particular el mar, como
posibilidad real de la vida, retoña infinitamente en todos los puntos en una vitalidad puntual y
transitoria; líquenes, infusorios, multitudes innumerables de fosforescentes puntos vivos en el mar.
Sin embargo, la generatio aequivoca, en tanto está teniendo fuera de ella aquel organismo objetivo,
es ciertamente esto, [a saber,] no estar limitado a esa organización puntual que no se desarrolla en sí
misma en miembros determinados ni a un organizarse que se reproduce a sí mismo (ex ovo).
§ 342
Esta partición del organismo universal exterior a sí mismo, y de esta subjetividad meramente
puntual, transitoria, se supera a sí misma en virtud de la identidad que está-siendo en sí de su concepto
hasta [llegar a] la existencia de esa identidad; [se supera] hasta [llegar a] organismo animado de la
subjetividad que en sí misma se dota de miembros, la cual excluye de sí al organismo que está-siendo
meramente en sí, a la naturaleza física, universal e individual, e ingresa frente a ella, aunque a la vez
tiene en esas fuerzas la condición de su EXISTENCIA, el estímulo y también el material de su proceso.
B
LA NATURALEZA VEGETAL
§ 343
La subjetividad, según la cual lo orgánico es como singular, se desarrolla hacia un organismo
objetivo, [a saber,] la figura como cuerpo que se dota de miembros que son partes distintas entre sí.
En la planta, o sea, en la vitalidad subjetiva que sólo es al comienzo inmediata, el organismo objetivo
y su subjetividad son todavía inmediatamente idénticos, por lo cual el proceso de la articulación en
miembros y del automantenimiento del sujeto vegetal es un venir afuera de sí y un dividirse en
muchos individuos, para los cuales el único individuo entero es más su suelo que una unidad
subjetiva de miembros. La parte, el capullo, la rama, etc., son también la planta entera. Además y por
esta causa la diferencia de las partes orgánicas es solamente una metamorfosis superficial y una de
ellas puede fácilmente pasar a [cumplir] la función de la otra.
§ 344
El proceso de la configuración y de la reproducción del individuo singular coincide de esta
manera con el proceso del género y es una producción de nuevos individuos que se hace perenne. La
universalidad afectada de mismidad, lo uno subjetivo de la individualidad, no se separa de la
particularización real, sino que está sólo inmersa en ella. La planta, como subjetividad enfrentada a su
organismo que está-siendo sólo en sí (§ 342) y que no está-siendo aún subjetividad para sí, ni
determina desde ella misma su lugar, carece de movimiento local, ni es para sí frente a la
particularización física e individualización del lugar; no goza por ende de una intususcepción que se
interrumpe a sí misma, sino de una nutrición continuamente fluyente, y no se relaciona con lo
inorgánico individualizado, sino con los elementos universales. Menos capaz es aún de calor animal
y de sentimientos, ya que la planta no es el proceso de reconducir sus miembros, que son más bien
meras partes e incluso individuos, a la simple unidad negativa.
§ 345
Sin embargo, como algo orgánico, la planta se articula también esencialmente en una variedad de
figuraciones abstractas (células, fibras y semejantes) y figuraciones más concretas que permanecen
con todo en su homogeneidad original. La figura de la planta, en cuanto no liberada todavía desde la
individualidad a la subjetividad, permanece aún cercana a las formas geométricas y a la regularidad
de los cristales, del mismo modo que los productos de su proceso son más cercanos aún a los
productos químicos.
La metamorfosis de las plantas de Goethe[626] ha iniciado un pensamiento racional sobre la naturaleza de las plantas, por cuanto ha
arrancado la representación de sus preocupaciones sobre meras singularidades y la ha llevado al conocimiento de la unidad de la vida.
Bajo la categoría de la metamorfosis, la identidad de los órganos es prevalente; la diferencia determinada y la función propia de los
miembros, mediante las cuales el proceso vital está puesto, es sin embargo la otra cara necesaria de aquella unidad sustancial. La
fisiología de la planta aparece necesariamente como más oscura que la del cuerpo animal porque es más simple, la asimilación pasa por
menos mediaciones y el cambio acaece como infección inmediata. —Como en todo proceso vital, natural y espiritual, lo principal en la
asimilación, como también en la secreción, es el cambio sustancial, es decir, en general la transformación inmediata de una materia
exterior o particular en otra; hay un punto en el cual la continuación de la mediación, sea en forma química, sea en forma de un poco a
poco mecánico, se interrumpe y se hace imposible. Este punto se encuentra por todas partes y todo lo penetra, y el desconocimiento, o
mejor dicho, el no reconocer esta simple identificación, así como el simple dirimir, es lo que hace imposible una fisiología de lo vivo. —
Conclusiones interesantes sobre la fisiología de las plantas se contienen en la obra de mi colega el Profesor Sr. C. H. Schultz (La
naturaleza de las plantas vivas o las plantas y el reino vegetal, 2 vols.)[627], que estoy obligado a citar, tanto más porque algunas de las
características especiales del proceso vital de las plantas que se ofrecen en los parágrafos siguientes han sido tomadas de allí.
§ 346
El proceso que la vitalidad es, en la misma medida en que es uno, ha de desglosarse igualmente en
la tríada de los procesos (§ 217-220). a) El proceso de configuración [o sea] el proceso interno de la
referencia de la planta a sí misma, es igualmente, según la naturaleza simple de lo vegetativo,
referencia a lo exterior y exteriorización. Por un lado, este proceso es el proceso sustancial, la
transformación inmediata por una parte de los líquidos nutritivos en la naturaleza específica de la
planta y por otra parte del fluido interiormente cambiado de figuración (el jugo vital)[628] en
figuraciones [de la planta]. Por otro lado, como mediación consigo, α) el proceso comienza con la
disyunción dirigida a la vez hacia fuera en raíces y hojas y la del tejido general celular, interiormente
abstracto, en las fibras leñosas y en los vasos vitales, los primeros de los cuales se relacionan
igualmente con el exterior, mientras los segundos contienen el circuito interior. El mantenimiento de
sí que está así mediándose consigo es β) crecimiento como producción de nuevas figuras, disyunción
entre la referencia abstracta a sí [por un lado], en el endurecimiento de la madera y otras partes (hasta
la petrificación en el azúcar de caña y parecidos), y [por otro lado] la corteza (la hoja duradera[629]),
γ) El juntar en la unidad del automantenimiento no es una conclusión del individuo consigo mismo,
sino la producción de un nuevo individuo vegetal, la yema.
§ 347
b) El proceso de configuración está inmediatamente vinculado al segundo proceso, a saber, al de
especificación hacia fuera. La semilla solamente germina solicitada desde fuera y la disyunción del
figurar en raíces y hojas es también disyunción entre la dirección hacia tierra y agua, y la dirección
hacia luz y aire; entre la absorción del agua y la asimilación de ésta, mediada por hoja y corteza
como también por luz y aire. El regreso hasta dentro de sí con el que se acaba la asimilación no tiene
como resultado al sí mismo en la universalidad subjetiva interior opuesta a la exterioridad, ni
tampoco un sentimiento de sí. La planta es más bien estirada por la luz como su sí mismo exterior,
trepa en su búsqueda ramificándose en una multiplicidad de individuos. Dentro de sí toma de la luz su
luminosidad específica y su fortalecimiento, su aroma, la volatilidad del olor y del sabor, la
brillantez y profundidad de los colores, la fortaleza y consistencia de la figura.
§ 348
c) Pero la planta da a luz su luz desde sí como desde su propio sí mismo en la floración, en la cual
primeramente el color verde neutro se determina a un color específico. El proceso del género, en
cuanto relación del sí mismo individual al sí mismo, refrena como regreso a sí el crecimiento en
tanto brotar de suyo desmedido de yema a yema. La planta, sin embargo, no lleva esta relación a
relación entre individuos en cuanto tales, sino solamente hasta una distinción cuyos lados no son en sí
mismos a la vez los individuos enteros, no determinan la individualidad entera, a la cual no llega así,
sino que llega como máximo a un comienzo e indicación del proceso del género. El germen debe ser
visto aquí como uno y el mismo individuo cuya vitalidad recorre todo el proceso y que mediante este
regreso a sí se ha mantenido a sí mismo tanto cuanto ha logrado la madurez de una semilla; este
transcurso es, sin embargo, tomado globalmente, un exceso puesto que el proceso de configuración y
de asimilación es ya él mismo reproducción, producción de nuevos individuos.
§ 349
Lo que de todas maneras ha sido puesto en el concepto es que el proceso expone la individualidad
que ha venido a juntarse consigo, y las partes que primero son como individuos, las muestra también
como pertenecientes a la mediación, y en ella [como] momentos transitorios, con lo cual muestra
como superadas la singularidad inmediata y el uno-fuera-de-otro de la vida vegetal. Este momento de
la determinación negativa funda el paso al verdadero organismo, en el cual la configuración externa
concuerda con el concepto, [a saber,] que las partes son esencialmente miembros y que la subjetividad
EXISTE como la penetrante subjetividad única del todo.
C
EL ORGANISMO ANIMAL
§ 350
La individualidad orgánica EXISTE como subjetividad en tanto la exterioridad propia de la figura
ha sido idealizada hasta [llegar a ser] miembros, [o sea] el organismo en su proceso hacia fuera
conserva en sí mismo la unidad afectada de mismidad. Es ésta la naturaleza animal que en la realidad
efectiva y la exterioridad de la singularidad inmediata es igualmente, por el contrario, el sí mismo
reflejado hacia sí de la singularidad, universalidad subjetiva que está-siendo dentro de sí (§ 163).
§ 351
El animal tiene automovimiento contingente porque su subjetividad, del mismo modo que la luz
[es] idealidad arrancada a la gravedad, es un tiempo libre que, en cuanto sustraído a la exterioridad
real, se determina a sí mismo y desde sí mismo a un lugar con arreglo al azar interno. A esto se une
que el animal tiene voz por cuanto su subjetividad como idealidad efectivamente real (alma) es el
dominio de la idealidad abstracta de tiempo y espacio, y su automovimiento se expone como un
estremecimiento libre dentro de sí mismo; tiene [también] calor animal como proceso permanente de
disolución de la cohesión y de la subsistencia autosuficiente de las partes en la conservación
permanente de la figura; [tiene] además intususcepción interrumpida como conducta que se
individualiza hasta una naturaleza inorgánica individual; pero sobre todo [tiene] sentimiento como
individualidad que se mantiene y permanece cabe sí simplemente en la determinidad inmediatamente
universal: la idealidad existente del estar determinado.
§ 352
El organismo animal es, como universalidad viva, el concepto que transcurre a través de sus tres
determinaciones como silogismos, cada uno de los cuales es en sí la misma totalidad de la unidad
sustancial y a la vez, según la determinación formal, el pasar a las otras [determinaciones] de tal
manera que de este proceso resulta para sí la totalidad como EXISTENTE; solamente como esto que se
reproduce, no como ente, el viviente es y se conserva; sólo es haciéndose lo que es; es fin que se
anticipa el cual por su parte sólo es el resultado. Hay que considerar al organismo, por tanto, a)
como la idea individual que en su proceso sólo se refiere a sí misma y en el interior de sí misma se
concluye consigo: la figura, b) como idea que se relaciona con su otro, o sea, con su naturaleza
inorgánica y se pone como ideal en ella misma: la asimilación; c) la idea relacionándose con otro
que es también individuo vivo, o sea, relacionándose consigo en el otro: proceso del género.
a La figura
§ 353
El sujeto animal es figura en tanto es un todo solamente en referencia a sí mismo. En él se expone
el concepto en sus determinaciones desarrolladas y en él EXISTENTES. Aunque sean concretas en sí
mismas como en la subjetividad, esas determinaciones son α) como elementos simples del concepto.
Por tanto, el sujeto animal es 1) su ser dentro de sí universal y simple en su exterioridad, por lo cual
la determinidad efectivamente real está inmediatamente asumida como particularidad en lo universal
y éste por medio de ella en inseparada identidad[630] del sujeto consigo mismo: sensibilidad; 2)
particularidad como excitabilidad desde fuera y viceversa como reacción hacia fuera procedente del
sujeto afectado: irritabilidad; 3) la unidad de estos momentos, el regreso negativo a sí mismo desde
la relación de la exterioridad y mediante él generación y posición de sí como un singular,
reproducción; la realidad y base de los primeros momentos.
§ 354
Estos tres momentos del concepto son β) no solamente en sí elementos concretos, sino que tienen
su realidad en tres sistemas: el nervioso, el circulatorio[631] y el digestivo, cada uno de los cuales en
cuanto totalidad se distingue en sí mismo con arreglo a las mismas determinaciones conceptuales.
1) Así el sistema de la sensibilidad se determina αα) al extremo de la referencia abstracta de ella
misma a sí misma lo cual es así un pasar a la inmediatez, al ser inorgánico y a la insensibilidad, pero
no es un haber pasado ahí: [es el] sistema óseo que frente a lo interior es envoltura y hacia fuera es el
firme sostén de lo interior frente a lo exterior; ββ) al momento de la irritabilidad, al sistema del
cerebro y su ulterior despliegue en los nervios que son igualmente, hacía dentro, nervios de la
sensación y, hacia fuera, nervios del movimiento; γγ) al sistema correspondiente a la reproducción, al
nervio simpático con los ganglios, donde sólo acaece un sentimiento de sí sordo, indeterminado y
falto de voluntad.
2) La irritabilidad es en la misma medida excitabilidad por parte de un otro y reacción de la
autoconservación contra él como [un] autoconservar inversamente activo y con ello abandonarse a
otro. Su sistema es αα) irritabilidad abstracta (sensible), el simple cambio de la receptividad en
reactividad: músculo en general, el cual obteniendo su sostén exterior en el esqueleto (referencia
inmediata a sí para su desdoblamiento) y primeramente diferenciado en músculo extensor y músculo
flexor, se configura luego en el sistema peculiar de las extremidades, ββ) La irritabilidad para sí y
diferente frente a otros, refiriéndose a sí misma concretamente y manteniéndose dentro de sí, es la
actividad dentro de sí, pulsación, automovimiento vivo cuyo material es solamente un fluido, la
sangre viva; y aquello que solamente puede ser curso circular que primeramente especificado a la
particularidad de la que procede, está en sí mismo duplicado y de este modo igualmente está dirigido
hacia fuera, como sistema pulmonar y sistema de la vena porta en los cuales la sangre se calienta, en
el primero en sí misma y en el segundo frente a otro, γγ) La pulsación en cuanto totalidad irritable
que se concluye consigo misma es el curso circular que regresa a sí por su punto central, el corazón,
desde la diferencia de las arterias y las venas; este círculo es también proceso inmanente en cuanto
entrega universal a la reproducción de los miembros restantes, ya que éstos toman su alimento de la
sangre.
3) El sistema digestivo es como sistema glandular, juntamente con la piel y el tejido celular, la
reproducción inmediata y vegetativa, pero en el sistema propio de las visceras es la reproducción que
se media.
§ 355
γ) Pero para la figura, las distinciones de los elementos y sus sistemas se unen en una
compenetración general y concreta, de modo que cada formación de la figura la contiene unida a sí,
como la figura misma 1) se divide (insectum) en los centros de los tres sistemas, cabeza, pecho y
abdomen, a los que se añaden las extremidades para el movimiento mecánico y para asir, las cuales
constituyen el momento de la singularidad que se pone como distinta hacía fuera. 2) La figura se
distingue con arreglo a la diferencia abstracta en las dos direcciones hacia dentro y hacia fuera. Cada
uno está repartido desde cada uno de los sistemas en dos lados, uno yendo hacia dentro y otro hacia
fuera; éste, en cuanto lado que difiere en sí mismo, expone esta diferencia mediante la duplicidad
simétrica de sus órganos y miembros (Bichat. Vie organique et animale[632]). 3) El todo, como figura
acabada en individuo autosuficiente, en esta universalidad que se refiere a sí misma y está a la vez
particularizado en ella, está vuelto hacia fuera a la relación sexual, a una relación con otros
individuos. La figura indica en ella misma, en tanto está acabada en sí misma, sus dos direcciones
hacia fuera.
§ 356
δ) En cuanto viviente, la figura es esencialmente proceso y en cuanto tal es precisamente el
proceso abstracto, el proceso de configuración dentro de sí misma, en el cual el organismo hace de
sus propios miembros su naturaleza inorgánica, los convierte en medios, se alimenta de ellos y se
produce a sí misma; produce, eso es, esa totalidad articulada de miembros de tal manera que cada
miembro es fin y medio alternativamente, se mantiene desde los otros y frente a los otros; es el
proceso que tiene como resultado el simple e inmediato sentimiento de sí.
b. La asimilación
§ 357
El sentimiento de sí de la singularidad es también, sin embargo, inmediatamente excluyente y se
tensa por igual frente a cualquier naturaleza inorgánica como frente a su condición y material
extrínsecos.
α) En tanto la organización animal, en esta referencia exterior, está inmediatamente reflejada en sí
misma, resulta que este comportamiento ideal es el proceso teorético, la sensibilidad como proceso
externo, y precisamente como sentimiento determinado que se distingue en la multiplicidad de los
sentidos de la naturaleza inorgánica.
§ 358
Los sentidos y los procesos teoréticos son por ende 1) el sentido de la esfera mecánica —de la
gravedad, de la cohesión y su cambio, es decir, del calor— el sentimiento en cuanto tal; 2) Los
sentidos de la contraposición, del aire particularizado y de la neutralidad igualmente realizada del
agua concreta, y de las contraposiciones de la disolución de la neutralidad concreta; olor y sabor. 3)
El sentido de la idealidad está también duplicado, en tanto en ella como referencia abstracta a sí, la
particularización que no le puede faltar se distribuye en dos determinaciones indiferentes: αα) el
sentido de la idealidad como manifestación de lo exterior para lo exterior, de la luz en general y más
precisamente de la luz que está determinada en la exterioridad concreta, del color, y ββ) el sentido de
la manifestación de la interioridad que se da a conocer en cuanto tal en su exteriorización, el sentido
del sonido: vista y oído.
Hay que ofrecer aquí la manera cómo la tríada de los momentos del concepto pasa a cinco según el número; la razón más universal
por la cual tiene lugar aquí este paso, es que el organismo animal es la reducción de la dispersa naturaleza inorgánica a la unidad infinita
de la subjetividad, pero en ésta es a la vez la totalidad desarrollada de ella, cuyos momentos existen particularmente porque esa
subjetividad es todavía subjetividad natural.
§ 359
β) El proceso real o la relación práctica con la naturaleza inorgánica comienza con la disyunción
dentro de sí mismo, con el sentimiento de la exterioridad como sentimiento de la negación del sujeto,
el cual a la vez es la referencia positiva a sí mismo y su certeza frente a esta negación suya; comienza
con el sentimiento de la carencia y el impulso a superarla en lo cual aparece la condición para ser
excitado desde fuera y para la negación del sujeto ahí puesta a modo de un objeto frente al cual el
sujeto se encuentra en tensión.
Sólo un viviente siente carencias, puesto que sólo en la naturaleza del concepto está que él sea la unidad de sí mismo y de su
opuesto determinado. Donde hay una limitación, ésta es una negación sólo para un tercero, para una comparación exterior. Pero
carencia lo es en tanto se da en uno solo el estar más allá, la contradicción como tal es inmanente y está puesta en él. Un tal capaz de
tener en sí mismo la contradicción de sí y soportarla es el sujeto; eso constituye su infinitud. —Incluso cuando se habla de razón finita,
demuestra ella de este modo que es infinita, precisamente determinándose como finita, pues la negación es finitud o carencia solamente
para aquel que es el haber sido superadas de ellas, o sea, la referencia infinita a sí mismo. (Cfr. § 60 nota). —La falta de pensamiento
se queda parada en la abstracción del límite y no aprehende el concepto en la vida, en la cual precisamente entra en la existencia; se
para en las determinaciones de la representación, tales como impulso, instinto, menesterosidad, etc., sin preguntarse qué son esas
determinaciones en sí mismas; el análisis de la representación correspondiente dará como resultado [633] que tales determinaciones son
negaciones puestas como contenidas en la afirmación del sujeto.
Es un paso importante en la representación verdadera del organismo que, para éste, la determinación de ser excitado por potencias
exteriores haya sustituido a la actuación de causas extrínsecas[634]. Ahí comienza el idealismo, en que nada en absoluto puede tener
una referencia positiva a lo vivo cuya posibilidad no resida en éste en sí y para sí, esto es, que no esté determinada por el concepto y sea
con ello simplemente inmanente al sujeto. Pero afilosófico a modo de potaje científico de determinaciones de la reflexión, lo es tanto la
introducción de esas relaciones formales y materiales en la teoría de la excitación [635], como largo es el tiempo que han valido como
filosóficas; p. e. la oposición enteramente abstracta entre receptividad y facultad de actuar[636] que como factores deben estar en
relación inversa de magnitudes, por lo cual toda determinación que se deba captar en el organismo ha caído en el formalismo de la
variedad meramente cuantitativa, aumento y disminución, fortalecimiento y debilitación, es decir, en la mayor ausencia posible de
concepto. Una teoría de la medicina edificada sobre estas áridas determinaciones del entendimiento se acaba con media docena de frases
y no es maravilla que se propagara rápidamente y encontrara muchos adeptos. La ocasión para esa aberración residía en el error de que,
después de haber determinado lo absoluto como la indiferencia absoluta de lo subjetivo y lo objetivo, toda determinación debía ser ya
solamente una distinción cuantitativa [637]. La forma absoluta, el concepto y la vitalidad, tiene más bien como alma sólo la diferencia
cualitativa que se supera en sí misma, [esto es,] la dialéctica de la contraposición absoluta. En la medida en que esta negatividad
verdaderamente infinita no es reconocida, uno puede creer que no se puede retener la identidad absoluta de la vida sin hacer de la
distinción algo meramente exterior [propio] de la reflexión, como en Spinoza los atributos y modos se presentan en un entendimiento
exterior, con todo lo cual, a la vida en el punto en que brota la mismidad le falta en general el principio del automovimiento, la
disyunción de sí misma dentro de sí [638].
Hay que considerar además como enteramente afilosófico e inculto mantener un procedimiento que en lugar de determinaciones
conceptuales pone precisamente carbono y nitrógeno, oxígeno e hidrógeno, y determina luego más próximamente la distinción antes
intensiva como el más o menos de una o de la otra materia, y la relación eficaz y positiva de la excitación exterior como un añadir de
una materia que falta. En una astenia, p. e. una fiebre nerviosa, [dicen,] prevalece en el organismo el nitrógeno, porque el cerebro y los
nervios en general son el nitrógeno potenciado, por cuanto el análisis químico obtiene el nitrógeno como principal parte constitutiva de
esas formaciones orgánicas; la añadidura del carbono está por eso indicada para restablecer el equilibrio de esas materias, es decir, la
salud. Los remedios que empíricamente se han mostrado eficaces contra la fiebre nerviosa son considerados precisamente por esta razón
como pertenecientes al campo del carbono y una tal combinación y opinión se presenta como construcción y prueba [639]. —Lo inculto
consiste en que el caput mortuum exterior, la materia muerta en la que la química mata por segunda vez una vida ya muerta, se toma
como la esencia de un órgano viviente; es más, se toma por su concepto.
El desconocimiento y desprecio del concepto da pie en general al cómodo formalismo de utilizar materiales sensibles como las
materias químicas, y utilizar además relaciones que pertenecen a la esfera de la naturaleza inorgánica, como la polaridad norte-sur del
magnetismo, o utilizar también la diferencia entre ese mismo magnetismo y la electricidad, en lugar de las determinaciones del concepto,
y concebir y desarrollar el universo natural de tal manera que a sus esferas y distinciones se le aplica exteriormente un esquema
prefabricado con semejantes materiales. Procediendo así es posible una gran muchedumbre de formas, puesto que queda al gusto de
cada uno aceptar como esquema las determinaciones tal como aparecen, por ejemplo, en la esfera química (oxígeno, hidrógeno, etc.) y
trasladarlas al magnetismo, al mecanismo, a lo vegetativo, a la animalidad, etc., o tomar también el magnetismo, la electricidad, lo
masculino y femenino, la contracción y expansión, etc., o sea, echar mano en general de las contraposiciones propias de cada esfera y
después aplicarlas a las restantes[640].
§ 360
La menesterosidad es algo determinado y su determinidad es un momento de su concepto
universal, aunque esté particularizado de una manera infinitamente múltiple. El impulso es la
actividad de superar la carencia de esa determinidad, es decir, la forma de ser primeramente sólo algo
subjetivo. En tanto el contenido de la determinidad es originario, se mantiene en la actividad y sólo
mediante ella se consigue; ese contenido es fin (§ 204), y el impulso en tanto se da en el meramente
vivo es instinto[641]. Aquella carencia formal es la excitación interna, cuya determinidad específica
según el contenido aparece al mismo tiempo como una referencia del animal a las
individualizaciones particulares de las esferas naturales.
Lo misterioso, lo que suele constituir la dificultad para comprender el instinto, consiste solamente en que el fin sólo puede ser
captado como el concepto interno. Por tanto, las explicaciones y relaciones a cargo exclusivamente del entendimiento, pronto se
muestran como inadecuadas al instinto. La determinación fundamental que Aristóteles captó del viviente, a saber, que hay que
considerarlo como actuando con arreglo al fin, estaba casi perdida en los tiempos modernos hasta que Kant en la finalidad interna, a
saber, [entendiendo] que lo vivo debe considerarse como fin de sí mismo, resucitó a su manera este concepto [642]. Lo que hace la
dificultad en tomo a este asunto es sobre todo que la relación finalistica se representa usualmente como exterior y [esto] reina sobre la
opinión, como si el fin solamente EXISTIERA de manera consciente. El instinto es la actividad finalistica que actúa de manera
inconsciente.
§ 361
En tanto la menesterosidad es una conexión con el mecanismo universal y con los poderes
abstractos de la naturaleza, el instinto se da solamente como excitación interior, de ninguna manera
excitación por simpatía (como en el sueño y la vigilia, cuando cambiamos de clima, etc.). Sin
embargo, en cuanto relación del animal con su naturaleza inorgánica aislada, el instinto está en
general determinado y, según particularidad ulterior, solamente es el suyo un limitado ámbito
cerrado de la naturaleza inorgánica universal[643]. El instinto es un comportamiento práctico frente a
la naturaleza, excitación interior unida a una aparencia de excitación exterior, y su actividad es una
asimilación en parte formal y en parte real de la naturaleza inorgánica.
§ 362
En tanto el instinto procede a una asimilación formal, introduce su determinación a las
exterioridades, confiere a éstas en cuanto materiales una forma exterior adecuada al fin y deja
subsistir la objetividad de esas cosas (como en la construcción de nidos y otras madrigueras). Pero
proceso real lo es en tanto aísla las cosas inorgánicas o se comporta con las que ya están aisladas y
las asimila consumiéndolas, es decir, aniquilando sus cualidades propias: es el proceso [que
mantiene] con el aire (proceso respiratorio y epidérmico), con el agua (sed) y con la tierra
individualizada, es decir, con formaciones particulares de ella (hambre). La vida, o sea, el sujeto de
esos momentos de la totalidad se tensa hacia sí mismo como concepto y hacia los momentos como
realidad que le es exterior, y es el conflicto permanente en el que sobrepasa esta exterioridad. Porque
el animal, que se comporta aquí como inmediatamente singular, [es decir,] que sólo puede esto en
singular y según todas las determinaciones de la singularidad (este lugar, este tiempo, etc.), esta
realización de sí no es adecuada a su concepto y regresa permanentemente desde la satisfacción al
estado de menesterosidad.
§ 363
El apoderamiento mecánico del
OBJETO
exterior es el comienzo; la asimilación misma es la
conversión de la exterioridad en la unidad afectada de mismidad; puesto que el animal es sujeto,
negatividad simple, ésta no puede ser de naturaleza mecánica ni química, pues en estos procesos tanto
los materiales como las condiciones y la actividad permanecen exteriores una a otra y carecen de la
absoluta unidad viviente.
§ 364
La asimilación es primeramente, porque el viviente es el poder universal de su naturaleza exterior
opuesta a él, la confluencia inmediata de lo asumido interiormente y la animalidad, una infección con
ésta y simple transformación (§ 345 N y § 346). En segundo lugar, la asimilación en tanto mediación
es digestión: contraposición del sujeto a lo exterior y, según las distinciones ulteriores, como
proceso del agua animal (del jugo gástrico y pancreático; en general, de la linfa animal) y del fuego
animal (de la bilis en la cual el estar-vuelto-hacia-sí del organismo está determinado desde su
concentración que tiene en el bazo al ser-para-sí y al desmenuzamiento activo), procesos que son
igualmente infecciones particularizadas.
§ 365
Frente a la universalidad y simple referencia a sí del viviente, este encuentro con lo exterior, la
excitación y el proceso mismo, tiene a la vez sin embargo la determinación de la exterioridad; este
encuentro mismo constituye el OBJETO y lo negativo enfrentado a la subjetividad del organismo,
[objeto] que éste debe sobrepasar y digerir. Esta inversión de la intención es el principio de la
reflexión del organismo hacia sí; el regreso a sí es la negación de su actividad dirigida hacia fuera.
La negación tiene la doble determinación de que el organismo, por una parte, excluye de su propio
círculo su actividad que ha entrado en conflicto con la exterioridad del OBJETO y, por otra parte, en
tanto para sí ha devenido inmediatamente idéntico con esta actividad, se ha reproducido en este
medio. El proceso dirigido hacia fuera se ha transformado de este modo en el primer proceso formal
de la simple reproducción desde sí mismo, en el concluirse consigo.
El momento principal en la digestión es la actuación inmediata de la vida como poder sobre su objeto inorgánico, el cual solamente
viene supuesto por la vida como su estímulo excitante, como en sí idéntico con ella, pero siendo la vida a la vez la idealidad y el serpara-sí de ese objeto. Esta actuación es infección y transformación inmediata; con ella se corresponde el inmediato apoderamiento del
objeto indicado en la exposición de la actividad finalística (§ 208). Los experimentos de Spallanzani y otros, juntamente con la nueva
fisiología, han demostrado esta inmediatez incluso empíricamente y la han mostrado de manera adecuada al concepto, inmediatez con la
cual el viviente se continúa a sí mismo en cuanto universal y sin más mediaciones, por mero contacto y asumiendo los alimentos en su
calor y dentro de su esfera en general. Eso es así contrariamente a la representación de una imaginaria separación y selección
meramente mecánicas de partes previamente dispuestas y utilizables, así como de un proceso químico [644].
Pero las investigaciones de las acciones mediadoras no han aportado momentos más determinados de esta transformación (como en
los vegetales p. e. se presenta una serie de fermentaciones)[645]. Se ha mostrado al contrario que ya desde el estómago p. e. se transfiere
mucho a la masa de los jugos sin que sea necesario pasar por las restantes etapas de la mediación; [se ha mostrado igualmente] que el
jugo pancreático no es más que saliva y que el páncreas puede ser desde luego suprimido, etc.[646] El quilo, último producto que recibe
el conducto pectoral y que se vierte en la sangre, es la misma linfa que segregada por cada víscera y órgano singular por todas partes
se adquiere por la piel y por el sistema linfático en el proceso inmediato de la transformación que ya está preparada por todas partes. Los
organismos animales inferiores que no son otra cosa que linfa coagulada en puntos membranosos y tubitos (un simple conducto intestinal)
no van más allá de esta transformación inmediata. Si se atiende a su producto peculiar, el proceso digestivo inmediato en los organismos
animales superiores es una superfluidad semejante a la producción de semillas en los vegetales mediante lo que se llama su diferencia
de sexos. Las heces, sobre todo en el caso de los niños en los cuales destaca muchas veces el aumento de materia, muestran la mayor
parte de los alimentos sin transformar, mezclados principalmente con materias animales como la bilis, fós; foro u otros, [muestran] como
primer efecto del organismo el de sobrepasar sus propios productos y eliminarlos. —El silogismo del organismo no es por esta razón el
silogismo de la finalidad exterior, porque no se detiene en dirigir su actividad y su forma contra el objeto exterior, sino que convierte en
objeto este proceso el cual, por causa de su exterioridad, está a punto de hacerse mecánico o químico. Este modo de proceder ha sido
expuesto como segunda premisa del silogismo universal de la actividad finalística (§ 209). —El organismo es un confluir de sí consigo
en su proceso exterior; de éste no toma ni adquiere otra cosa que el quilo, aquella animalización general suya, y así, como concepto
viviente que-está-siendo-para-sí, es igualmente actividad disyuntiva que aleja de sí este proceso, abstrae de su ira contra el objeto, es
decir, de esa subjetividad unilateral, y por este medio deviene para sí aquello que es en sí (identidad subjetiva, no neutral, de su
concepto y su realidad), de este modo, el término y el producto de su actividad los encuentra como aquello que ya era desde el principio
y originariamente. A través de ello, la satisfacción es racional, el proceso que va hacia la diferencia exterior se cambia en el proceso
del organismo consigo mismo y el resultado no es la mera producción de un medio, sino del fin, un concluirse consigo.
§ 366
Mediante el proceso con la naturaleza exterior el animal da a la certeza de sí mismo, a su
concepto subjetivo, la verdad (objetividad) como individuo singular. Esta producción de sí es de esta
manera autoconservación o reproducción, pero además, habiendo devenido la subjetividad producto,
ha sido a la vez superada en sí la subjetividad en tanto inmediata; el concepto, habiendo llegado de
esta manera a sí mismo está determinado como universal concreto, género, que entra en relación y
proceso con la singularidad de la subjetividad.
c. Proceso del género[647]
§ 367
El género está en simple unidad que-está-siendo-en-sí con la singularidad del sujeto cuya
sustancia concreta él [el género] es. Pero lo universal es juicio para devenir en sí mismo, desde esta
disyunción suya, unidad que es para sí, para ponerse en la EXISTENCIA como universalidad subjetiva.
Así como este proceso de su concluirse consigo contiene la negación de la universalidad solamente
interior del género, contiene también la negación de la singularidad solamente inmediata, en la cual
el viviente es aún algo natural; la negación de la singularidad indicada en el proceso anterior (§
precedente) es solamente la primera negación, meramente inmediata. En este proceso del género sólo
se hunde lo solamente vivo, puesto que el viviente en cuanto tal no emerge por encima de su
naturalidad. Los momentos del proceso del género, sin embargo, ya que tienen como fundamento al
universal todavía no subjetivo, es decir, un no sujeto aún, caen uno-fuera-de-otro y EXISTEN como
varios procesos particulares que acaban en [varias] maneras de muerte del viviente.
α) El género y las especies
§ 368
En su universalidad que-está-siendo-en-sí, el género se particulariza primeramente en especies en
general. Las distintas figuraciones y órdenes de los animales tienen en su base el modelo universal de
animal determinado por el concepto; este modelo se expone por la naturaleza, por una parte, en los
distintos escalones de su desarrollo, desde la organización más simple hasta la más perfecta, en la
cual la naturaleza es instrumento del espíritu, y por otra parte bajo las distintas circunstancias y
condiciones de la naturaleza de los elementos[648]. Configurada hasta la singularidad, la especie
animal está distinguiéndose en sí y por sí misma de las otras [especies], y mediante la negación de
ellas es para sí. Rebajando así a otros, en comportamiento hostil, a naturaleza inorgánica, la muerte
violenta es el destino natural de los individuos.
En la zoología, como en las ciencias de la naturaleza en general, ha sido muy importante para el conocimiento subjetivo hallar
señales distintivas, simples y seguras, de las clases, órdenes, etc. Pero sólo desde que el fin [de hallar] los llamados sistemas
artificiales fue expulsado de la vista en el conocimiento de los animales[649], se abrió una mirada más amplia que se dirige a la
naturaleza objetiva misma de las formaciones; entre las ciencias empíricas difícilmente se encontrará una que tanto haya avanzado,
mediante su ciencia auxiliar, la anatomía comparada, como la zoología, no sobre todo por la cantidad de observaciones (ya que eso no
le ha faltado a ninguna ciencia), sino que lo ha logrado por el lado de elaborar sus materiales mirando al concepto. Así como una
inteligente consideración de la naturaleza (por parte de los investigadores franceses sobre todo)[650] ha adoptado la división de las
plantas en monocotiledóneas y dicotiledóneas, de manera semejante en el mundo de los animales se ha adoptado también la contundente
distinción de la ausencia o presencia de las vértebras; la división básica de los animales ha sido así esencialmente llevada a aquella que
ya vio Aristóteles[651]. —Más concretamente se ha atendido después como asunto principal, por una parte, a las distintas formaciones del
habitus como una conexión determinante de la construcción de todas las partes, de tal manera que el gran iniciador de la anatomía
comparada, Cuvier, se pudo gloriar de poder conocer a partir de un solo hueso la naturaleza esencial del animal entero [652]. Por otra
parte, el tipo general de animal ha sido perseguido a través de las distintas formaciones que aparecen de manera tan variada y divergente,
y su significado se ha conocido en rudimentos apenas iniciales, así como en la mezcla de órganos y funciones, elevándolos a la
universalidad a partir de la particularidad y por encima de ella[653]. —Una parte muy importante de esta consideración consiste en el
conocimiento del modo cómo la naturaleza conforma y adapta cada organismo al elemento particular en que lo pone, al clima, al ámbito
alimenticio; en una palabra, al mundo en el que es colocado (el cual puede también ser un género particular de plantas o animales)[654].
Pero para la determinación particular, un instinto correcto ha tenido la feliz ocurrencia de tomar las determinaciones distintivas incluso de
los dientes, garras, etc.[655], es decir, de las armas, ya que éstas son el medio por el cual el animal mismo se pone y mantiene frente a
los otros como algo que-está-siendo-para-sí, o sea, que se distingue a sí mismo.
La inmediatez de la idea de la vida es esto: que el concepto existe en la vida no en cuanto tal; somete, por tanto, su existencia a las
múltiples condiciones y circunstancias de la naturaleza exterior y puede aparecer en las formas más pobres; la fecundidad de la tierra
hace brotar vida por todas partes y de todas las maneras. El mundo animal, casi menos aún que las otras esferas de la naturaleza, puede
exponer un sistema independiente y racional de organización, asirse a las formas que fueran determinadas por el concepto y preservarlas
de mezclas, atrofias y formas intermedias frente a la imperfección y mescolanza de los condicionamientos. —Esta debilidad del concepto
en la naturaleza en general no solamente somete la formación de los individuos a azares extrínsecos —el animal desarrollado (y el ser
humano sobre todo) está expuesto a deformaciones monstruosas—, sino que también los géneros se encuentran enteramente sometidos a
las modificaciones de la vida universal exterior de la naturaleza, cuyo cambio el animal comparte y atraviesa (cfr. § 392 N) y con lo
cual sólo es un cambio de salud y enfermedad. El cerco de la contingencia exterior contiene casi únicamente cosas extrañas; ejerce una
violencia permanente y [una] amenaza de peligros sobre el sentimiento del animal, el cual es algo inseguro, angustiado y desgraciado.
β) La relación sexual
§ 369
Esta primera disyunción del género en especies y la determinación ulterior de ellas hasta el serpara-sí inmediato y exclusivo de la singularidad es solamente un comportamiento negativo y hostil
frente a otros. Pero el género es también esencialmente referencia a sí afirmativa de la singularidad
en él, de modo que ésta, en tanto excluyente, es un individuo frente a otro individuo, se continúa hacia
ese otro y se encuentra a sí misma en ese otro. Esta relación es proceso que comienza con la
menesterosidad en tanto el individuo como singular no es adecuado al género inmanente y es a la vez
la referencia idéntica consigo del género en una [sola] unidad; tiene, por tanto, el sentimiento de esta
carencia. El género en él es por ello, como tensión frente a la inadecuación de su realidad efectiva
singular, el impulso a conseguir el sentimiento de sí mismo en el otro de su mismo género, de
integrarse consigo mediante la unión con él y mediante esa mediación concluir consigo al género y
traerlo a la existencia: el apareamiento[656].
§ 370
El producto es la identidad negativa de las singularidades diferentes; es, en cuanto género
devenido, una vida asexuada. Sin embargo, según el lado natural, el producto es este género sólo en
sí, distinto de los singulares, la diferencia de los cuales se ha hundido en él —él mismo un singular
inmediato—, que tiene la determinación de desarrollarse hacia la misma individualidad natural, hacia
la diferencia igual y caducidad. Este proceso de la perpetuación acaba en la mala infinitud del
progreso. El género sólo se mantiene mediante la desaparición de los individuos que en el proceso
del apareamiento cumplen su destino, y en la medida en que no tienen otro superior, el de acercarse a
la muerte.
γ) La enfermedad del individuo
§ 371
En las dos relaciones consideradas, el proceso de la automediación del género consigo avanza
mediante su disyunción en individuos y la superación de su distinción. Sin embargo, en tanto el
género asume también la figura de la universalidad exterior, de la naturaleza inorgánica frente al
individuo, el género se trae [a sí mismo] en él a la EXISTENCIA de modo abstractamente negativo. El
organismo singular en aquella relación de la exterioridad de su existencia no puede corresponderse
con su género como tampoco puede mantenerse retornándose a sí en él (§ 366). —El organismo se
encuentra en el estado de enfermo en cuanto uno de sus sistemas u órganos, excitado en el conflicto
con la potencia inorgánica, se hace fuerte para sí y en su actividad particular se endurece contra la
actividad del todo cuya fluidez y el proceso que atraviesa todos los momentos se encuentran por eso
obstaculizados.
§ 372
El fenómeno propio de la enfermedad consiste, por consiguiente, en que la identidad del entero
proceso orgánico se presenta como curso sucesivo del movimiento vital a través de sus distintos
momentos, sensibilidad, irritabilidad y reproducción, es decir, se expone como fiebre, la cual
empero, como curso de la totalidad frente a la actividad aislada, es igualmente el intento y comienzo
de la sanación.
§ 373
El medicamento excita el organismo para superar la excitación particular en la que está fijada la
actividad formal del todo y para producir la fluidez del órgano o sistema particular en el todo. Esto
lo causa el medicamento siendo, sin embargo, un estímulo difícil de asimilar y sobrepasar y
ofreciendo así al organismo algo exterior contra lo cual viene necesitado a emplear sus fuerzas.
Dirigiéndose contra algo exterior, el organismo sale de la limitación devenida idéntica con él, por la
cual estaba cogido y contra la cual no puede reaccionar en tanto aquello exterior no es para él como
OBJETO.
El punto de vista principal desde el cual hay que considerar los fármacos es que son algo imposible de digerir. Pero esa
determinación de lo imposible de digerir es relativa y no precisamente en el sentido indeterminado de que solamente se llama fácil de
digerir a lo que pueden soportar las constituciones más débiles; los fármacos son más bien imposibles de digerir para las individualidades
más robustas. La relatividad inmanente del concepto que tiene su realidad efectiva en la vida es de naturaleza cualitativa, y consiste
(expresada de manera cuantitativa en la medida en que ésta resulta aquí válida) en una homogeneidad tanto más elevada cuanto más
autosuficientes son en sí mismos los opuestos. Para las formaciones animales inferiores que no llegan a ninguna diferencia en ellos,
solamente lo neutral carente de individualidad, el agua, es lo digerible, como lo es igualmente para las plantas; para los niños lo
digerible es, por una parte, la linfa animal enteramente homogénea, la leche materna, algo ya digerido o más bien inmediatamente y en
general transformado en algo animal y no ulteriormente diferenciado en sí mismo; por otra parte, entre las sustancias diferenciadas [son
digeribles para los niños] aquellas que menos han madurado hasta la individualidad. Sustancias de esta clase son por el contrario
indigeribles para las naturalezas más robustas. Para éstas, en cambio, lo más digerible son las sustancias animales en tanto más
individualizadas o los jugos vegetales madurados por la luz hasta una fuerte individualidad y por ello llamados espirituosos, como, por
ejemplo, los productos vegetales que aún están meramente en el color neutral y más cercanos al quimismo propio [657]. Mediante su
mismidad más intensiva, aquellas sustancias crean una oposición tanto más fuerte, pero precisamente por eso son un estímulo más
homogéneo. —Los fármacos son por lo mismo estímulo negativo, veneno; algo excitante y al mismo tiempo indigerible se le ofrece al
organismo extrañado de sí por la enfermedad como algo extraño exterior contra lo cual debe concentrarse y entrar en un proceso a
través del cual alcance de nuevo el sentimiento de sí y su subjetividad. —El brownianismo [658] era un formalismo demasiado vacío, si
es que debía ser el sistema entero de la medicina y si la determinación de las enfermedades se reducía a astenia y no astenia o quizá a
astenia directa o indirecta, y la eficacia de los medicamentos a fuerte o débil, y si estas distinciones se reducían además a carbono y
nitrógeno [combinados] con oxígeno e hidrógeno, o a un momento magnético, eléctrico y químico, o a fórmulas semejantes que debían
hacerlo algo perteneciente a la filosofía de la naturaleza, pero [sin perjuicio de todo ello el brownianismo] ha contribuido desde luego a
ensanchar la mirada de lo meramente particular o específico tanto de las enfermedades como de los medicamentos y a reconocer en
ambas más bien lo universal como esencial. Mediante su oposición contra el método precedente, que en su conjunto producía más
astenia [659], se ha mostrado también que el organismo, contra los tratamientos de la clase más opuesta no reacciona de manera tan
opuesta, sino que frecuentemente reacciona de manera igual (por lo menos por lo que hace al resultado último) o universal, y que su
simple identidad consigo se ha demostrado en estímulos específicos como la actividad sustancial y verdaderamente eficaz contra un
particular estrechamiento de alguno de sus sistemas. Tan generales y, por tanto, insatisfactorias como son las determinaciones citadas en
el § y en la nota, si se comparan con los múltiples fenómenos morbosos, en la misma medida la base firme del concepto es solamente la
que puede conducir a través de lo particular, como puede hacer también enteramente comprensible lo que se presenta como raro y
extravagante a la rutina hundida en las exterioridades de lo específico, tanto en los fenómenos morbosos como en los métodos curativos.
§ 374
En la enfermedad, el animal está enredado con una potencia inorgánica y está fijado en uno de sus
sistemas u órganos particulares contra la unidad de su vitalismo. Su organismo, como existencia con
una fuerza cuantitativamente determinada, es capaz desde luego de sobrepasar su escisión, pero
también de someterse a ella y de tener ahí un modo de su muerte. En general, el sobrepasar y el pasar
por un tiempo por una inadecuación singular no supera la inadecuación universal que el individuo
tiene ahí, [eso es] que su idea es la idea inmediata, como animal se encuentra en el interior de la
naturaleza y su subjetividad solamente en sí es el concepto, pero no lo es para sí mismo. La
universalidad interior sigue siendo, por tanto, el poder negativo frente a la singularidad natural del
viviente, poder por el que éste padece violencia y perece porque su existencia como tal no tiene ella
misma esta universalidad en sí misma con lo cual tampoco es la realidad correspondiente a la
universalidad.
δ) La muerte del individuo desde sí mismo
§ 375
La universalidad, con arreglo a la cual el animal como singular es una EXISTENCIA finita, se
muestra en él como el poder abstracto en la salida del proceso también abstracto que transcurre
previamente en el interior suyo (§ 356). Su inadecuación a la universalidad es su enfermedad
originaria y la escondida semilla de la muerte. La superación de esta inadecuación es ella misma el
cumplimiento de este destino. El individuo se supera conformando su singularidad a la universalidad,
pero con ello, en la medida en que su singularidad es abstracta e inmediata, solamente alcanza una
objetividad abstracta, en la cual su actividad se ha embotado y osificado, y la vida se ha hecho hábito
sin proceso, de modo que de esta manera se mata a sí mismo desde sí mismo.
§ 376
Pero esta identidad que ha alcanzado [el animal] con lo universal es la superación de la oposición
formal, de la singularidad inmediata y de la universalidad de la individualidad, pero esto es solamente
un lado y precisamente el lado abstracto de la muerte de lo natural. Sin embargo, la subjetividad es en
la idea de la vida el concepto y la subjetividad es en sí de esta manera el ser-dentro-de-sí absoluto de
la realidad efectiva y [es] la universalidad concreta; mediante la superación señalada de la inmediatez
de su realidad, ha confluido consigo; el último estar-fuera-de-sí de la naturaleza ha sido superado y
el concepto que en ella está-siendo sólo en sí ha devenido con ello para sí. La naturaleza ha pasado
así a su verdad, a la subjetividad del concepto, cuya objetividad es ella misma la inmediatez superada
de la singularidad, la universalidad concreta, de tal manera que el concepto ha sido puesto, el cual
tiene la realidad que le corresponde, tiene al concepto como existencia suya: el espíritu.
Tercera Parte
FILOSOFÍA DEL ESPÍRITU
INTRODUCCIÓN
§ 377
El conocimiento del espíritu es el más concreto y, por tanto, el más elevado y difícil. Conócete a
ti mismo[660], este precepto absoluto, ni en sí mismo ni allí donde históricamente fue pronunciado,
tiene el significado de un mero autoconocimiento según las aptitudes particulares del individuo, su
carácter, inclinaciones o debilidades, sino que su significado es el conocimiento de lo verdadero del
ser humano, así como de lo verdadero en y para sí, o sea, de la esencia misma como espíritu.
Tampoco la filosofía del espíritu posee la significación de eso que se llama conocimiento de los
hombres y que se esfuerza en investigar las particularidades, pasiones y debilidades de los otros seres
humanos por igual; los recovecos, por así decirlo, del corazón. Un conocimiento [este último] que
sólo tiene sentido, por una parte, presuponiendo el conocimiento de lo universal, es decir, del ser
humano y consiguientemente del espíritu; mientras, por otra parte, ese conocimiento se ocupa de las
EXISTENCIAS contingentes, irrelevantes y no verdaderas del espíritu, sin penetrar empero en lo
sustancial, en el espíritu mismo.
§ 378
La pneumatologia, también llamada psicología racional, como metafísica abstracta del
entendimiento, ya ha sido mencionada en la introducción[661]. La psicología empírica tiene por objeto
al espíritu concreto y, desde que después del renacimiento de las ciencias, la observación y la
experiencia llegaron a ser la base preferente del conocimiento de lo concreto, ha sido [ella también]
cultivada de esta misma manera, de modo que, por una parte, lo metafísico se mantuvo fuera de esta
ciencia empírica y, en sí mismo, no ganó ninguna determinación concreta ni contenido. Por otra
parte, la ciencia empírica se atuvo a la acostumbrada metafísica del entendimiento con sus facultades
y operaciones diversas, etc. y expulsó de sí la contemplación especulativa. —Los libros de Aristóteles
sobre el alma, con sus tratados sobre distintos aspectos y estados de ella, siguen siendo todavía, por
esta causa, la obra más excelente o única con interés especulativo sobre este objeto. El fin esencial de
una filosofía del espíritu solamente puede ser el de llevar de nuevo el concepto al conocimiento del
espíritu y de continuar así el sentido de aquellos libros aristotélicos[662].
§ 379
El autosentimiento de la unidad viviente del espíritu se opone por sí mismo a la dispersión de éste
en distintas facultades, potencias, etc., representadas como autosuficientes una frente a otra o, lo que
viene a ser lo mismo, a las actividades representadas del mismo modo. Pero más aún, las oposiciones
que en seguida surgen entre la libertad del espíritu y su ser determinado, y además el contraste entre
la causalidad libre del alma y la corporeidad que le es exterior, estando ambas íntimamente conexas a
la vez, conducen a la necesidad de ejercitar aquí la comprensión conceptual. Particularmente en los
tiempos modernos, los fenómenos del magnetismo animal[663] han hecho intuitiva, incluso
experimentalmente, la unidad sustancial del alma y el poder de su idealidad, con lo cual todas
aquellas distinciones tan firmes del entendimiento se han confundido y aparece [ahora] como
inmediatamente necesaria una contemplación especulativa que resuelva todas estas contradicciones.
§ 380
La naturaleza concreta del espíritu comporta de suyo una dificultad peculiar para la
contemplación, a saber, que los peldaños particulares y determinaciones del desarrollo de su
concepto [cuando se pasa a otro peldaño] no se quedan atrás como EXISTENCIAS particulares y
enfrentadas a sus configuraciones más profundas como acaece en la naturaleza exterior, en la cual la
materia y el movimiento tienen su EXISTENCIA libre como sis; lema solar, las determinaciones de los
sentidos EXISTEN también anteriormente como propiedades de los cuerpos y de manera más libre aún
como elementos, etc. Por el contrario, las determinaciones y peldaños del espíritu están
esencialmente en los estadios superiores de desarrollo tan sólo como momentos, estados o
determinaciones. Por ello sucede que en una determinación inferior, más abstracta, se muestra ya lo
superior empíricamente presente, como en la sensibilidad, por ejemplo, [se muestra empíricamente]
todo lo superior espiritual como contenido o determinidad. De manera superficial, por tanto, puede
parecer que el contenido espiritual, lo religioso o ético, tenga esencialmente su lugar (e incluso su
raíz) en la sensibilidad, que es solamente una forma abstracta, y puede parecer necesario contemplar
las determinaciones del espíritu como especies particulares de la sensación. Pero al mismo tiempo,
cuando se contemplan peldaños inferiores, se hace necesario, para resaltar su EXISTENCIA empírica,
evocar los peldaños superiores en los cuales se encuentran los precedentes solamente como formas;
se anticipa así un contenido que sólo se ofrece en el desarrollo posterior (p. e. al tratar del despertar
natural, [hay que evocar] la conciencia; al tratar de la locura, el entendimiento; etc.)[664].
Concepto del espíritu
§ 381
Para nosotros el espíritu tiene a la naturaleza como presuposición suya, de la cual es él la verdad
y, por tanto, lo absolutamente primero de ella. En esta verdad ha desaparecido la naturaleza, y el
espíritu ha resultado como la idea que ha alcanzado su ser-para-sí, cuyo objeto es el concepto tanto
como es su sujeto. Esta identidad es negatividad absoluta porque el concepto tiene en la naturaleza su
perfecta objetividad exterior, pero habiendo sido superada esta exteriorización suya, él ha devenido
en ella idéntico a sí mismo. Así que el concepto es a la vez esta identidad sólo como regreso desde la
naturaleza.
§ 382
Por ello, la esencia del espíritu es formalmente la libertad, la negatividad absoluta del concepto
como identidad consigo. Con arreglo a esta determinación formal el espíritu puede abstraer de todo
lo exterior y de su propia exterioridad, es decir, de su existencia misma; puede soportar la negación
de su inmediatez individual, el dolor infinito; o sea, que puede mantenerse afirmativo en esta
negatividad y ser idéntico para sí. Esta posibilidad es su universalidad abstracta que-está-siendo-parasí en él.
§ 383
Esta universalidad es también su existencia. En tanto está-siendo-para-sí, lo universal está
particularizándose y es ahí identidad consigo. La determinidad del espíritu es, por tanto, la
manifestación. Él no es una determinidad o contenido cualesquiera, cuya exteriorización y
exterioridad fueran solamente [una] forma distinta de aquel contenido; así que el espíritu no revela
algo, sino que su determinidad y contenido es este mismo revelar. Su posibilidad es por ende
inmediatamente realidad efectiva absoluta e infinita.
§ 384
El revelar, que en tanto [es] la idea abstracta, es paso inmediato o devenir de la naturaleza como
revelar del espíritu que es libre, es posición de la naturaleza como mundo suyo; un poner que como
reflexión es igualmente presuponer el mundo como naturaleza autosuficiente. El revelar en el
concepto es creación del mundo como del ser suyo, en el cual él se da la afirmación y verdad de su
libertad.
Lo absoluto es el espíritu; he aquí la definición suprema de lo absoluto. —Hallar esta definición y concebir su sentido y contenido,
puede decirse, fue la tendencia absoluta de toda cultura y filosofía. Sobre este punto se ha concentrado toda religión y [toda] ciencia;
sólo desde este esfuerzo debe concebirse la historia universal.
La palabra y la representación de espíritu fueron halladas tempranamente, y el contenido de la religión cristiana es dar a conocer a
Dios como espíritu. Captar esto en su propio elemento (el concepto), a saber, captar lo que ahí estaba dado a la representación y que es
en sí la esencia, es la tarea de la filosofía; tarea que no se ha cumplido verdadera e inmanentemente mientras el concepto y la libertad
no son su objeto y su alma.
DIVISIÓN
§ 385
El desarrollo del espíritu es que él:
I. está en la forma de la referencia a sí mismo; dentro de sí le deviene la totalidad ideal de la idea,
o sea, que aquello que es su concepto deviene para él y su ser le es esto, ser cabe sí, es decir, libre:
espíritu subjetivo.
II. está en la forma de la realidad, como un mundo que desde él se ha de producir y se ha
producido, y en el que la libertad está como necesidad presente: espíritu objetivo.
III. está en la unidad de su objetividad y su idealidad o concepto, unidad que dentro de él estásiendo en sí y para sí y que está produciéndose eternamente; es el espíritu en su verdad absoluta: el
espíritu absoluto.
§ 386
Las dos primeras partes de la doctrina del espíritu se ocupan del espíritu finito. El espíritu es la
idea infinita y la finitud tiene aquí su significación de ser la inadecuación del concepto y la realidad,
[y eso] con la determinación de que la finitud es el aparecer en el interior de él [mismo]; una
aparencia que el espíritu se pone en sí como un límite, para (mediante la superación del mismo) tener
y saber para sí la libertad como esencia suya, es decir, para ser simplemente manifiesto. Los distintos
peldaños de esta actividad, en los cuales, como aparencia, el espíritu finito está determinado a
demorarse y a recorrerlos, son peldaños de su liberación en cuya verdad absoluta son una y la misma
cosa encontrar un mundo como mundo presupuesto, engendrarlo como algo puesto por él y liberarse
de él en él; una verdad para cuya forma infinita como saber de ella, la aparencia se purifica.
La determinación de la finitud se fija preferentemente por el entendimiento con referencia al espíritu y a la razón. Asirse al punto de
vista de la finitud como último, vale entonces no sólo como cosa del entendimiento, sino como algo moral y religioso, así como lo
contrario, [es decir,] querer ir más allá de este punto de vista, vale como una temeridad del pensamiento, es más, como locura suya. Pero
ciertamente, esa modestia es más bien la peor de las virtudes que hace de lo finito algo simplemente firme, un absoluto, y se detiene en
lo más falto de firmeza, en aquello que no tiene en sí mismo su fundamento. La determinación de la finitud fue largamente aclarada y
declarada en su lugar propio, es decir, en la lógica[665]; luego, por lo que hace a las formas más determinadas, pero siempre aún formas
simples del pensamiento de la finitud, la lógica es además (como lo es la filosofía restante por lo que hace a formas concretas de la
finitud) la mostración de esto solamente, [a saber,] que lo finito no es, que no es lo verdadero, sino simplemente un pasar y un ir más
allá de sí. —Esto finito de las esferas estudiadas hasta aquí es la dialéctica de tener su propio perecer por medio de otro y en otro; pero
el espíritu, que es el concepto y lo eterno en sí, es él mismo este aniquilar lo nulo, llevar a cabo en sí mismo el vaciado de lo vano. La
modestia mencionada es el retener firmemente, frente a lo verdadero, semejante vaciedad, lo finito, y es por tanto, ella misma, lo vano.
Esta vanidad se mostrará, en el desarrollo del espíritu, como la inmersión máxima en su propia subjetividad y contradicción más íntima, y
con ello punto de inflexión; se mostrará como el mal[666].
PRIMERA SECCIÓN DE LA FILOSOFÍA DEL ESPÍRITU
EL ESPÍRITU SUBJETIVO
§ 387
El espíritu que se desarrolla en su idealidad es el espíritu como cognoscente. Pero el conocer no
se entiende aquí meramente tal como él es la determinidad de la idea en tanto lógica (§ 223), sino tal
como el espíritu concreto se determina respecto del conocer.
El espíritu subjetivo es:
A. En sí o inmediatamente; él es así alma o espíritu natural: objeto de la
antropología.
B. Para sí o mediado, [pero] aún como reflexión idéntica hacia sí y hacia otro; el espíritu en la
relación o particularización: conciencia; objeto de la
fenomenología del espíritu.
C. El espíritu que se determina dentro de sí como sujeto para sí; objeto de la
psicología.
En el alma se despierta la conciencia; la conciencia se pone como razón que está inmediatamente
despierta [respecto] al saber de sí y que mediante su actividad se libera en orden a la objetividad y a la
conciencia de su concepto.
Del mismo modo que, en el concepto en general, la determinidad que en él se presenta es un progreso del desarrollo, así también
en el espíritu, cada determinidad bajo la que él se muestra es momento del desarrollo, y en su progresiva determinación es un ir
avanzando hacia su meta, [a saber,] hacerse y devenir para sí aquello que él es en sí. Cada peldaño está dentro de este proceso suyo, y
el producto de la etapa [consiste en] que sea para el espíritu (es decir, para la forma que él tiene en aquella etapa) lo que al comienzo de
ella era en sí o, de ese modo, sólo era para nosotros. La manera psicológica (que es por lo demás la usual) de contemplar el espíritu
ofrece a modo de narración lo que él o el alma es, lo que le sucede, lo que hace; de este modo el alma viene supuesta de antemano
como sujeto ya presto en el que salen a la luz como exteriorizaciones las determinaciones de tal clase, a partir de las cuales debe
saberse lo que el alma es, o sea, lo que posee dentro de sí como facultades y potencias; no se es consciente de que la exteriorización
de lo que el alma es, pone eso mismo en el concepto para ella, mediante lo cual ella [ya] ha ganado una determinación más alta. —De
la marcha adelante que vamos a considerar a continuación, hemos de distinguir y excluir todo lo que sea cultura y educación. Este campo
sólo tiene que ver con los sujetos singulares en cuanto tales, de modo que el espíritu universal sea llevado a la EXISTENCIA en ellos.
En la visión filosófica del espíritu en cuanto tal, éste se contempla en tanto él mismo se forma y educa en su concepto, y sus
exteriorizaciones se consideran como los momentos de su producirse hacia sí mismo o de su concluirse consigo, mediante lo cual él
empieza a ser espíritu real y efectivo.
A
ANTROPOLOGÍA
El alma
§ 388
El espíritu ha devenido como la verdad de la naturaleza. Aparte de que en la idea en general, este
resultado tiene la significación de la verdad y, más bien, de la primacía sobre lo precedente, el
devenir o pasar en [el seno] del concepto tiene [aquí] la significación más precisa del juicio libre. El
espíritu devenido tiene, por tanto, el sentido de que la naturaleza se supera a sí misma en sí misma
como lo no verdadero, y el espíritu se presupone a sí mismo de esta manera como esta universalidad
que ya no está-siendo-exterior-a-sí, en singularidad corporal, sino que en su concreción y totalidad
presupone universalidad simple en la cual el espíritu es alma y no todavía espíritu.
§ 389
El alma es de suyo inmaterial no sólo para ella, sino que es la inmaterialidad universal de la
naturaleza, la simple vida ideal de ésta. El alma es la sustancia y, por tanto, la base absoluta de todas
las particularizaciones y singularizaciones del espíritu, de manera que el espíritu tiene en el alma toda
la materia de su determinación y ella sigue siendo la idéntica idealidad que impregna esa
determinación. Pero bajo tal determinación todavía abstracta, el alma es solamente el sueño del
espíritu, el nus pasivo de Aristóteles que según la posibilidad lo es todo [667].
La pregunta sobre la inmaterialidad del alma sólo puede tener aún interés cuando, por una parte, la materia se representa como algo
verdadero, y por la otra parte, se representa el espíritu como una cosa. Y sin embargo en los tiempos modernos, la materia puesta
precisamente en las manos de los físicos se les ha vuelto más sutil; han llegado hasta la materia imponderable, como el calor, la luz,
etc., a lo que se podría añadir fácilmente espacio y tiempo [668]. Estos imponderables que han perdido la propiedad peculiar de la materia
que es la gravedad y, en cierto sentido, han perdido también la capacidad de ofrecer resistencia, tienen aún sin embargo existencia
sensible de alguna manera, un ser-exterior-a-sí; pero a la materia de la vida, que se puede también hallar enumerada entre los
imponderables[669], no le falta solamente el peso, sino incluso cualquier otra [clase de] existencia con arreglo a la cual pudiese ser
contada entre lo material. En efecto, en la idea de vida ya está superado en sí el ser-exterior-a-sí de la naturaleza, y el concepto, que es
la sustancia de la vida como subjetividad, está [allí] sin embargo tan sólo de tal manera que su EXISTENCIA u objetividad aún está
caída a la vez en aquel ser-exterior-a-sí. Pero en el espíritu en tanto concepto, cuya EXISTENCIA no es la singularidad inmediata, sino
la negatividad absoluta, la libertad, el concepto está de tal modo que el objeto o la realidad de él es [entonces] el mismo concepto. [En
el espíritu, decimos] el ser-exterior-a-sí que constituye la determinación fundamental de la materia se volatiliza enteramente en idealidad
subjetiva del concepto, en universalidad. El espíritu es la verdad EXISTENTE de la materia, o sea, que la materia misma no tiene
ninguna verdad.
Una cuestión conexa con la anterior es la que se refiere a la unión del alma y del cuerpo. Esta unión se aceptó como un factum pero
se trataba solamente del modo cómo debía concebirse. Según la respuesta corriente puede decirse que esta unión es un misterio
inconcebible. Pues efectivamente, si se supone que ambos están uno ante otro como absolutamente autosuficientes, son también
impenetrables uno por otro y solamente podría comprenderse que se encontraran en su respectivo no-ser, es decir, en sus poros, tal como
hizo Epicuro cuando hizo residir a los dioses en los poros[670]; consecuentemente, sin embargo, no les atribuyó ninguna unión con el
mundo. No se puede considerar equivalente a esta respuesta la que se ha dado por todos los filósofos desde que esta unión fue
cuestionada. Descartes, Malebrancbe, Spinoza y Leibniz han puesto todos ellos a Dios como tal relación[671] y precisamente en el
sentido de que la finitud del alma y de la materia sólo son determinaciones recíprocamente ideales y no tienen ninguna verdad; de este
modo Dios, según estos filósofos, no es meramente otra palabra para [nombrar] aquella incomprensibilidad, como ocurre
frecuentemente, sino que él más bien se capta como la única verdadera identidad de cuerpo y alma. Esta identidad, con todo, tan pronto
se hace demasiado abstracta, como en Spinoza, como se hace también creadora, como la mónada de las mónadas leibniziana[672], pero
entonces solamente en tanto enjuiciadora [o separadora]; de este modo se consigue una distinción de alma y cuerpo o de lo material, pero
la identidad es solamente como la cópula del juicio y no se prosigue adelante hasta el desarrollo y el sistema del silogismo absoluto.
§ 390
El alma es primeramente:
a. en su determinidad natural inmediata: el alma que meramente está-siendo o alma natural;
b. entra en relación, en cuanto alma individual, con este ser suyo inmediato, y en las
determinidades de este ser es para sí de manera abstracta: alma que siente[673];
c. este mismo ser es configurado en ella[674] como corporeidad suya, y ella es entonces como
alma efectivamente real.
a. El alma natural
§ 391
El alma universal no debe fijarse como alma del mundo, o sea, como si fuera un sujeto, pues ella
es solamente la sustancia universal que tiene su verdad real y efectiva sólo como singularidad, como
subjetividad. Por eso ella se muestra como singular, pero, de manera inmediata, [se muestra] sólo
como alma que-está-siendo y que tiene en ella determinidades naturales. Éstas tienen, por así decirlo,
EXISTENCIA libre detrás de su idealidad; es decir, son objetos de la naturaleza para la conciencia, a los
cuales, sin embargo, el alma en cuanto tal no los trata como objetos exteriores. Tiene más bien en ella
misma estas determinaciones como cualidades naturales.
α) Cualidades naturales
§ 392
El espíritu convive 1) en su sustancia, en el alma natural, con la vida planetaria universal; vive la
diferencia de climas, la sucesión de las estaciones del año, de las horas del día, etc.; vive una vida
natural que sólo de manera parcial llega a [ser] en él confusas consonancias[675].
En los tiempos modernos se ha hablado mucho de la vida cósmica, astral o telúrica del ser humano [676]. El animal vive
esencialmente en esta simpatía; el carácter específico del animal, así como sus desarrollos particulares, dependen de este conjunto, en
muchos casos enteramente y siempre en alguna medida mayor o menor. En los seres humanos tales dependencias pierden significado,
tanto más cuanto más formado está el hombre y con ello más asentada está su entera situación sobre una base espiritual y libre. La
historia universal no depende de las revoluciones [de los astros] en el sistema solar, tanto menos que el destino de los individuos de la
posición de los planetas. —La diferencia de climas contiene una determinidad más sólida y poderosa. Pero con las estaciones del año y
las horas del día se corresponden solamente estados de ánimo más débiles que sólo pueden destacar en caso de enfermedad (la locura
cuenta también para el caso), es decir, cuando la vida autoconsciente se encuentra deprimida. —Entre las supersticiones de los pueblos y
los errores de los entendimientos débiles, en los pueblos que han progresado poco en la libertad espiritual y, por consiguiente, viven
todavía más implicados con la naturaleza, se encuentran también algunas interdependencias reales sobre las cuales descansan
predicciones (que parecen maravillosas) de situaciones y de sucesos con ellas conexos. Pero con la libertad del espíritu que se capta a sí
misma de modo más profundo, desaparecen también estas disposiciones escasas y pequeñas que descansan sobre la convivencia con la
naturaleza. El animal, como la planta, permanece sometido por el contrario a esta situación.
§ 393
La vida planetaria universal del espíritu natural 2) se particulariza en las diferencias concretas de
la tierra y se divide en los espíritus naturales particulares que en su conjunto expresan la naturaleza
de las partes geográficas del mundo y constituyen la diversidad de las razas.
La oposición de la polaridad terrestre por medio de la cual la tierra firme se encuentra concentrada hacia el norte y predomina sobre
el mar, mientras el hemisferio sur se dispersa en puntas separadas, aporta asimismo una modificación a la diferencia entre las partes de la
tierra que Treviranus (Biolog. II parte)[677] ha señalado en relación con las plantas y animales.
§ 394
Esta distinción se dirige a las particularidades que se pueden llamar espíritus locales los cuales se
muestran en los modos externos de vida, ocupaciones, formación corporal y disposición, pero más
aún en la tendencia interior y capacitación del carácter intelectual y ético de los pueblos.
Hasta donde alcanza la historia de los pueblos, muestra ésta la persistencia de ese carácter típico de las naciones particulares.
§ 395
El alma está 3) singularizada[678] como sujeto individual. Esta subjetividad, sin embargo, entra
aquí solamente en consideración como singularización de la determinidad natural. El alma es como
el modo[679] de los distintos temperamentos, talentos, caracteres, fisonomías y otras disposiciones e
idiosincrasias de familias o de individuos excepcionales[680].
β) Cambios naturales
§ 396
En el alma determinada como individuo, las distinciones son como cambios en él, [es decir,] en un
solo sujeto que permanece en los cambios, y como momentos de su desarrollo. Puesto que los
cambios son distinciones físicas y espirituales juntamente, para su determinación más concreta o
descripción habría que anticipar el conocimiento del espíritu configurado.
Estos cambios son: 1) El curso natural de las edades de la vida, desde el niño, espíritu replegado
en sí mismo, pasando por la oposición desarrollada o tensión entre una universalidad todavía
subjetiva (ideales, fantasías, deberes, esperanzas, etc.) y la singularidad inmediata, o sea, un mundo
presente no adecuado a aquellos ideales, etc., así como por la toma de posición del individuo, por
otra parte todavía no autosuficiente e inmaduro en su misma existencia (joven), respecto de ese
mundo, hasta [alcanzar] la relación verdadera [que consiste en] el reconocimiento de la necesidad
objetiva y de la racionalidad del mundo que ya está aquí presente y presto, en cuya obra que se lleva a
cabo en y para sí, el individuo se procura acreditación y participación para su actividad; él es así
alguien y posee presente efectivo y valor objetivo (hombre), hasta llegar a la perfección de la unidad
con esa objetividad, unidad que en cuanto real pasa [luego] a la inactividad de la habituación
entumecedora y en cuanto ideal gana la libertad respecto de los intereses limitados y respecto de las
realizaciones del presente exterior (anciano).
§ 397
2) El momento de la oposición real del individuo ante sí mismo de tal modo que él se busca y
encuentra en otro individuo: la relación de los sexos; una distinción natural de la subjetividad, por una
parte, la cual permanece acorde consigo misma siendo sensible a la eticidad, amor, etc., sin avanzar
hasta el extremo de lo universal en fines, estado [político], ciencia, arte, etc.; y una distinción de la
actividad, por otra parte, que se distiende hasta la oposición de intereses universales y objetivos
frente a su propia EXISTENCIA presente exteriormente mundana, y realiza efectivamente aquellos
[intereses universales] en esta [existencia] hasta alcanzar ahora una unidad lograda. La relación de los
sexos alcanza en la familia su significación y determinación espiritual y ética.
§ 398
3) El distinguir de la individualidad como siendo-para-sí frente a sí misma como meramente
siendo, como juicio inmediato, es el despertar del alma, despertar que se enfrenta primeramente a la
vida natural de ésta, vida encerrada en sí misma, como determinidad natural y estado [de vigilia]
frente a otro estado, el sueño. —La vigilia no es distinta del sueño solamente para nosotros o
exteriormente; ella misma es el juicio del alma individual, cuyo ser-para-sí es la referencia para ella
de esta determinación suya a su ser, la distinción de sí misma respecto de su universalidad aún
indistinta. En el estar despierto ocurre generalmente toda actividad autoconsciente y racional, del
distinguir que está-siendo para sí del espíritu. —El sueño es fortalecimiento de esta actividad no
solamente en cuanto mero descanso negativo de ella, sino como regreso desde el mundo de las
determinidades, desde la dispersión y el endurecimiento en las singularidades, a la esencia universal
de la subjetividad que es la sustancia de aquellas determinidades y su poder absoluto.
La distinción entre sueño y vigilia es una de las preguntas vejatorias, como se las podría llamar, que se suelen hacer a la filosofía
(incluso Napoleón hizo esta pregunta en la clase de ideología durante una visita a la Universidad de Pavía[681]). La determinidad
ofrecida en el § es abstracta en tanto se refiere en primer término a la vigilia como algo natural, en lo cual se encuentra desde luego
contenido lo espiritual, pero no puesto todavía como existencia. Si hubiera que hablar más concretamente de esta distinción que en su
determinación fundamental permanece la misma, entonces el ser-para-sí del alma individual habría de tomarse ya determinado como yo
de la conciencia y como espíritu con entendimiento. La dificultad que se suscita sobre la distinción entre los dos estados surge
propiamente sólo cuando se añaden los sueños que ocurren mientras se duerme y entonces las representaciones de la conciencia despierta
y atenta se determinan también solamente como representaciones, cosa que serían igualmente los sueños. En esta determinación
superficial de representaciones coinciden desde luego ambos estados, es decir, que se prescinde así de la distinción entre ellos y cada
vez que se invoca la diferencia de la conciencia despierta, se puede volver a la observación trivial de que ésta sin embargo sólo contiene
representaciones. —Pero el ser-para-sí del alma despierta tomado en concreto es conciencia y entendimiento, y el mundo de la
conciencia que entiende es algo enteramente distinto de una pintura con meras representaciones e imágenes. Estas últimas, en cuanto tales,
se enlazan sobre todo de manera extrínseca al margen del entendimiento y con arreglo a las llamadas leyes de lo que se llama
asociación de ideas[682], aunque aquí o allí, desde luego, también se pueden mezclar categorías. Pero en la vigilia, el ser humano se
comporta esencialmente como un yo concreto, como entendimiento; en su virtud, la intuición está ante él como una totalidad concreta de
determinaciones en la cual cada miembro y cada punto toman su lugar, determinados a la vez por los otros y juntamente con ellos. Así el
contenido tiene su acreditación no mediante el mero representar subjetivo y distinguir el contenido como algo exterior a la persona, sino
mediante la conexión concreta en la que está cada parte con todas las otras partes de este complejo. La vigilia es la conciencia concreta
de esta confirmación mutua de cada momento singular de su contenido por todos los demás momentos de la pintura de la intuición. Esta
conciencia para nada necesita ser desarrollada claramente, pero esta determinidad abarcante se contiene y se hace presente en el
sentimiento concreto de sí mismo. —Para reconocer la diferencia entre soñar y estar despierto, sólo se necesita tener ante los ojos la
distinción kantiana de la objetividad de la representación (su estar determinada por categorías) respecto de la subjetividad de la
misma[683]; al mismo tiempo hay que saber lo que ya ha sido señalado, a saber, que lo que se encuentra efectivamente en el espíritu no
necesita ser puesto en su conciencia de manera explícita, como tampoco necesita estar ante la conciencia en forma de pruebas de la
existencia de Dios la elevación a él del espíritu que de alguna manera lo siente, prescindiendo [ahora] de lo que ya ha sido expuesto [684],
a saber, que estas pruebas solamente expresan el haber y contenido de aquel sentimiento.
γ) Sensibilidad
§ 399
Dormir y velar no son precisamente y en primer término meros cambios, sino estados que se
suceden (progreso al infinito). En esta relación entre ellos, formal y negativa, está igualmente
presente lo afirmativo. En el ser-para-sí del alma despierta se contiene el ser como momento ideal;
así, las determinidades de contenido de su naturaleza durmiente (que están en sí en ella como en su
propia sustancia), las encuentra el alma despierta dentro de sí misma y precisamente para sí. En
cuanto determinidad, este [contenido] particular es distinto de la identidad consigo del ser-para-sí y al
mismo tiempo está simplemente contenido en la simplicidad de ese ser-para-sí: sensibilidad[685].
§ 400
La sensibilidad es la forma del sordo tejer del espíritu en su individualidad carente de conciencia
y entendimiento en la cual toda determinidad es aún inmediata, puesta de manera no desarrollada
[tanto] según su contenido como según la oposición de algo objetivo frente al sujeto, como
perteneciente a la propiedad natural y más particular de éste. El contenido del sentir es ciertamente
limitado y pasajero porque pertenece al ser natural e inmediato, al ser cualitativo por tanto, y finito.
Todo está en la sensibilidad [686] y, si se quiere, todo lo que emerge en la conciencia espiritual y en la razón tiene su fuente y origen
en la sensibilidad, pues fuente y origen no significan otra cosa que el primer modo inmediato bajo el cual algo aparece. No basta con que
los principios, la religión, etc., estén solamente en la cabeza, deben estar en el corazón, en la sensibilidad. De hecho, lo que uno tiene en
la cabeza; está en general en la conciencia y el contenido es para ella de tal manera objetivo que, tanto como está puesto en mí en
general, en el yo abstracto, puede igualmente ser mantenido alejado de mí según mi subjetividad concreta; en la sensibilidad, por el
contrarío, ese contenido es determinidad de mi entero ser-para-sí, aunque [sea] en esa forma del sordo ser-para-sí; está puesto, por
tanto, como lo más propio mío. Lo propio es lo inseparado del yo concreto efectivamente real, y esta unidad inmediata del alma con su
sustancia y con el contenido determinado de ella es precisamente este no estar separado, en tanto lo propio no está determinado
[todavía] hasta el yo de la conciencia y menos todavía hasta la libertad de la espiritualidad racional. Por lo demás, que la voluntad, la
conciencia [moral], el carácter, poseen una intensidad y solidez del ser-propio-mío [687] enteramente distintas de la sensibilidad en
general y de su complejo, el corazón [688], está presente incluso en las representaciones ordinarias. —Es ciertamente correcto decir que
sobre todo el corazón ha de ser bueno. Pero que la sensibilidad y el corazón no son la forma bajo la cual algo se justifica como
religioso, ético, verdadero, justo, etc., debería ser de suyo innecesario recordarlo, y que la apelación al corazón y a la sensibilidad es un
puro no decir nada, o más bien, un decir malo. No se puede ofrecer experiencia más trivial que la de que, por lo menos, se dan
igualmente sensibilidades y corazones malos, malvados, ateos, infames, etc.; es más, que sólo de los corazones proceden tales cosas se
ha expresado con las palabras: «Del corazón proceden los malos pensamientos, los crímenes, el adulterio, la prostitución, la blasfemia,
etc.» [689]. En esos tiempos en los que el corazón y la sensibilidad se han convertido en criterio de lo bueno, ético y religioso por parte de
la teología y la filosofía, es necesario recordar aquella trivial experiencia, del mismo modo que es necesario advertir también hoy en día
que el pensamiento es lo más propio del ser humano y aquello que lo distingue de las bestias, mientras el sentir lo tiene en común con
ellas[690].
§ 401
Lo que encuentra dentro de sí el alma que siente es, por una parte, lo inmediato natural,
convertido en ella en algo ideal y propio. Por otra parte, y viceversa, lo que originariamente
pertenece al mismísimo ser-para-sí, de modo que profundizado luego en sí mismo es[691] el yo de la
conciencia y el espíritu libre, es [ahora] sentido como determinado a la corporeidad natural. De
acuerdo con esto se distingue una esfera del sentir que primeramente es determinación de la
corporeidad (del ojo, etc., en general de cada parte corporal) y que [luego] deviene sensación porque,
habiéndose hecho interior en el ser-para-sí del alma, se recuerda[692]; y otra esfera de las
determinidades que habiendo brotado en el espíritu, pertenecen a éste y que, para ser encontradas, [o
sea,] para ser sentidas, son corporificadas[693]. Así, la determinidad en el sujeto está puesta como en
el alma. Del mismo modo que la especificación ulterior de aquel sentir se hace presente en el sistema
de los sentidos, así también necesariamente se sistematizan las determinidades del sentir que proceden
del interior; y la corporificación de ellas, en tanto puesta en la naturalidad viva y concretamente
desarrollada, se lleva a cabo en un sistema particular de los órganos del cuerpo [694], según el
contenido particular de la determinación espiritual.
El sentir en general es el sano convivir del espíritu individual en su corporeidad. Los sentidos son
el sistema simple de la corporeidad especificada; 1) La idealidad física se parte en dos porque en ella,
en cuanto idealidad inmediata y todavía no subjetiva, aparece la distinción como diversidad: los
sentidos de la luz determinada (cfr. § 317 ss.) y del sonido (§ 300). 2) La realidad diferente es de suyo
igualmente doble: los sentidos del olfato y del gusto (§ 321, 322). 3) El sentido de la realidad sólida,
de la materia grave, del calor (§ 303), de la figura (§ 310). Estas especificaciones se ordenan en torno
al centro de la individualidad que siente de una manera más sencilla que en el desarrollo de la
corporeidad natural.
El sistema del sentir interior en esa particularización suya que se corporifica merecería ser
desarrollada y tratada en una ciencia peculiar, una Fisiología psíquica. Algo próximo a una
referencia de esta clase se contiene ya en la sensación de la adecuación o inadecuación de una
sensación inmediata con la interioridad sensible de suyo determinada: lo agradable o desagradable;
también la comparación determinada en el simbolizar de las sensaciones, p. e. de los colores, sonidos,
olores, etc. Pero el aspecto más interesante de una fisiología psíquica no sería la mera simpatía, sino
de manera más determinada la corporificación que se otorgan las determinaciones espirituales,
particularmente en cuanto afectos. Sería preciso concebir la conexión mediante la cual la ira y la
valentía se sienten en el pecho, en la sangre o en el sistema irritable, del mismo modo que el meditar
y las ocupaciones espirituales se sienten en la cabeza, o sea, en el centro del sistema sensible. Habría
que hacerse con una comprensión más fundamental que la hasta hoy disponible de las conexiones
más corrientemente sabidas, a través de las cuales se forman desde el alma las lágrimas, la voz en
general y más en concreto el lenguaje, la risa, los suspiros y muchas otras particularidades que se
encuentran presentes en lo patognómico y en lo fisiognómico. En la fisiología, las vísceras y los
órganos vienen considerados solamente como momentos del organismo animal, pero forman a la
vez un sistema de la corporificación de lo espiritual y obtienen por ello una interpretación
enteramente distinta.
§ 402
Las sensaciones, por causa de su inmediatez y de su ser halladas, son determinaciones singulares
y pasajeras, modificaciones en la sustancialidad del alma puestas en su ser-para-sí idéntico con la
misma sustancialidad. Pero este ser-para-sí no es meramente un momento formal del sentir; el alma
es en sí totalidad refleja de ese ser-para-sí: es sentir de la sustancialidad total que el alma es en sí,
dentro de sí misma: alma que siente[695].
Para sensación y sentir [sentimientos], el uso lingüístico no nos ofrece una distinción precisa; con
todo nunca se dice algo así como «sensación del derecho», «sensación de sí mismo», etc., sino
«sentimiento del derecho» «sentimiento de sí»; la sensación se enlaza con la sensibilidad; se puede
retener, por tanto, que la sensación destaca mayormente el lado de la pasividad, del hallar, o sea, de la
inmediatez de la determinidad en el sentir, mientras que el sentimiento se refiere más al estar afectado
de mismidad[696] que en ello se da.
b. El alma que siente
§ 403
El individuo que siente[697] es la idealidad simple, la subjetividad del sentir. Es importante que el
individuo ponga su sustancialidad (perfección que está-siendo solamente en sí) como subjetividad,
tome posesión de sí y se haga poder de sí mismo para sí. El alma en cuanto siente ya no es meramente
natural, sino individualidad interior; este su ser-para-sí, [que] en la totalidad solamente sustancial [es]
primeramente formal, ha de hacerse autosuficiente y liberarse.
En ninguna parte como en el alma y todavía más en el espíritu es esencialísimo para la comprensión retener firmemente la
determinación de la idealidad, [a saber] que ésta es negación de lo real, pero que lo real está a la vez conservado, está virtualiter[698]
contenido, aunque no exista. Es la determinación que desde luego se nos presenta cuando atendemos a las representaciones o a la
memoria. Todo individuo es una riqueza infinita de determinaciones de la sensibilidad, representaciones, conocimientos, pensamientos, etc.;
pero yo soy por eso, sin embargo, algo enteramente simple; un pozo sin determinaciones en el que todo eso se conserva, sin EXISTIR.
Sólo cuando yo me acuerdo de una representación, la saco de aquella interioridad a la EXISTENCIA, ante la conciencia. En las
enfermedades sucede que reaparecen representaciones o conocimientos que se dicen olvidados desde muchos años, porque en todo ese
largo tiempo no habían sido llevados a la conciencia. No estábamos en posesión de ellos, ni llegan a ser poseídos luego, por esa
reproducción que ha sucedido en la enfermedad, pero estaban en nosotros y siguen estando. Por eso el ser humano nunca puede saber
cuántos conocimientos tiene de hecho dentro de sí a pesar de haberlos olvidado: no pertenecen a su realidad efectiva ni a su subjetividad
en cuanto tal, sino solamente a su ser que-está-siendo en sí. Esta interioridad simple es y sigue siendo la individualidad en toda
determinidad y mediación de la conciencia que más tarde se ponga en aquella interioridad. Aquí se debe mantener firme esta simplicidad
del alma en primer término como sentiente y en la cual está contenida la corporeidad, contra la representación de esa corporeidad que la
conciencia y el entendimiento tienen por una materialidad de uno-fuera-de-otro y fuera del alma. Del mismo modo que la pluralidad de
las muchas representaciones no funda un uno-fuera-de-otro y una pluralidad real en el yo, tanto menos el uno-fuera-de-otro real de la
corporeidad tiene verdad alguna para el alma sentiente. Sintiendo está ella inmediatamente determinada, lo está, por tanto, natural y
corporalmente, pero el uno-fuera-de-otro y la pluralidad sensible de esto corporal vale tan poco para el alma como tampoco vale como
algo real para el concepto, y por ello tampoco como un límite; el alma es el concepto existente, la EXISTENCIA de lo especulativo.
Es, por consiguiente, simple unidad omnipresente en lo corporal; del mismo modo que la representación del cuerpo es una
representación y la pluralidad infinita de su materialidad y de su organización está compenetrada hasta [hacerse] simplicidad de un
concepto determinado, la corporeidad y con ella todo lo que es uno-fuera-de-otro por pertenecer a su esfera, está reducido en el alma
sentiente a idealidad, es decir, a la verdad de la pluralidad natural. El alma es en sí la totalidad de la naturaleza, como alma individual
es mónada; ella misma es la totalidad puesta de su mundo particular, de tal manera que este mundo encerrado en ella es lo que la llena
y enfrentada a él sólo se relaciona consigo misma[699].
§ 404
Como individual el alma es excluyente en general y está poniendo la distinción dentro de sí. Lo
que está llegando a ser distinto de ella no es todavía un objeto exterior, como lo es en la
conciencia[700], sino que son las determinaciones de su totalidad sensante. En este juicio el alma es
sujeto en general, su objeto es su [propia] sustancia que es a la vez su predicado. Esta sustancia no es
el contenido de su vida natural, sino [que lo es] como contenido del alma individual repleta por la
sensación; pero, puesto que ella en eso es a la vez particular, ese contenido es su mundo particular en
tanto que tal mundo está incluido de manera implícita en la idealidad del sujeto.
Este escalón del espíritu es de suyo el escalón de su oscuridad, por cuanto sus determinaciones no se desarrollan hasta [llegar a ser]
contenido consciente e inteligible; en esta medida ese escalón es formal en general. Recibe un interés peculiar en sí mismo en tanto que
siendo como forma, viene a aparecer como [un] estado (§ 380) en el que puede hundirse de nuevo el desarrollo del alma ya
ulteriormente determinado a conciencia y entendimiento. La forma más verdadera del espíritu que está EXISTIENDO de forma
subordinada y abstracta contiene una inadecuación que es la enfermedad. En esta esfera hay que considerar a veces las configuraciones
abstractas del alma de por sí, y otras veces hay que considerarlas también como estados morbosos del espíritu, ya que éstos sólo
pueden entenderse desde aquéllas.
α) El alma que siente en su inmediatez
§ 405
1) La individualidad que siente es primeramente, desde luego, un individuo monádico, pero en
cuanto inmediato no lo es todavía como ello mismo, no es sujeto reflejado hacia sí y es por ello
pasivo. De este modo, su individualidad afectada de mismidad es un sujeto distinto de él, que puede
ser [lo] incluso como otro individuo por cuya mismidad [el primer individuo] es íntimamente
sacudido y enteramente determinado sin ofrecer resistencia alguna, como una sustancia que es
solamente predicado sin autosuficiencia; este sujeto puede, por tanto, llamarse su genio.
Ésta es, cuando EXISTE de manera inmediata, la relación del niño en el cuerpo de la madre; una relación que no es meramente
corporal ni meramente espiritual, sino psíquica, es decir, del alma. Hay dos individuos y, sin embargo, [están] en una unidad psíquica
inseparada; uno de ellos no es aún uno mismo, todavía no es impenetrable, sino algo que no ofrece resistencia; el otro es su sujeto, el sí
mismo singular de ambos. —La madre es el genio del niño ya que con esta palabra se suele en tender la totalidad del espíritu afectado
de mismidad en tanto ella EXISTE para sí y constituye la sustancialidad subjetiva del otro que está puesto como individuo sólo de
manera exterior; este último tiene solamente un ser-para-sí formal. Lo sustancial del genio es la entera totalidad de la existencia, de la
vida y del carácter, no como mera posibilidad, capacidad o en-sí, sino como eficacia y actuación, como subjetividad concreta.
Si nos quedamos en lo espacial y material, con arreglo a lo cual el niño EXISTE como embrión dentro de sus membranas especiales,
etc., y su conexión con la madre está mediada por el cordón umbilical y la placenta, entonces sólo la EXISTENCIA exterior anatómica
y fisiológica entra en consideración [de manera] sensible y refleja; [sin embargo] para lo esencial, para la relación psíquica, aquella
mediación y aquella exterioridad sensible y material carecen de toda verdad. En este contexto hay que tener ante los ojos no solamente
la comunicación de determinaciones que tanto nos maravilla, las cuales se fijan en el niño por medio de vehementes alteraciones del
ánimo, lesiones, etc., de la madre, sino [que se debe contemplar] el entero juicio [701] psíquico de la sustancia en el cual la naturaleza
femenina puede partirse en dos, como ocurre con las monocotiledóneas en lo vegetal, y mediante el cual el niño ha recibido dentro de sí
originariamente, sin serle comunicadas, tanto las disposiciones para la enfermedad como las otras disposiciones de la figura, del modo
de sentir, del carácter, del talento, de la idiosincrasia, etc.
De esta relación mágica se presentan en otras partes, en el ámbito de la vida consciente y despierta, ejemplos esporádicos y huellas,
p. e. entre amigos, particularmente entre amigas afectas de debilidad nerviosa (una relación que puede llegar a configurarse como
fenómenos magnéticos), entre personas unidas en matrimonio o miembros de una familia.
La totalidad sentimental tiene como mismidad suya una subjetividad distinta de ella la cual, en la forma citada de la EXISTENCIA
inmediata de esta vida sentimental, es incluso otro individuo frente a ella. Pero la totalidad sentimental está destinada a elevar su serpara-sí a subjetividad desde ella misma y dentro de una sola y misma individualidad. Tal subjetividad es entonces la conciencia despierta,
inteligente y racional que habita en ella. Para ésta, aquella vida sentimental es el material sustantivo que-está-siendo solamente en sí,
cuyo genio racional, autoconsciente y determinante ha devenido subjetividad despierta. Sin embargo, aquel núcleo del ser sentimental
contiene no solamente lo que es de suyo natural carente de conciencia, el temperamento, etc., sino que recibe también (en la habituación,
véase más adelante[702]) en su simplicidad envolvente, todos los demás vínculos y relaciones esenciales, determinaciones fijas y
principios; recibe en general todo lo que pertenece al carácter y en cuya elaboración la actividad autoconsciente ha tenido la parte más
importante; el ser sentimental es así en sí mismo alma perfectamente determinada. La totalidad del individuo de esta manera concentrada
es distinta del despliegue EXISTENTE de su conciencia, de su imagen del mundo, de sus intereses desarrollados, inclinaciones, etc.
Frente a este uno-fuera-de-otro mediado, aquella forma intensiva de la individualidad ha sido llamada el genio [703] el cual confiere la
última determinación en el aparecer de mediaciones, intenciones o motivos en los que la conciencia desarrollada se publica. Esta
individualidad concentrada aparece también de aquella manera que se llama corazón o pasión. De un ser humano se dice que no es
apasionado cuando piensa y actúa con conciencia despierta de acuerdo con sus fines determinados, sean éstos grandes fines sustanciales o
intereses pequeños e injustos, [mientras que] un ser humano se dice apasionado cuando deja más bien prevalecer su individualidad
sentimental, aunque sea limitada, en cuyas particularidades reside él con su individualidad entera y de las que está completamente lleno.
—Se puede decir, sin embargo, de esa sentimentalidad que no es tanto el genio cuanto el indulgere genio [704].
§ 406
2) La vida de sentimiento [705] como forma o estado del ser humano autoconsciente, [ya] educado y
sensato, es una enfermedad en la que el individuo se relaciona sin mediación con el contenido
concreto de sí mismo; y la conciencia sensata de sí mismo y de la conexión inteligible[706] del mundo
la tiene el individuo como un estado distinto de aquél: sonambulismo magnético[707] y estados que le
son próximos.
En esta exposición enciclopédica es imposible aportar todo lo que sería necesario para demostrar la determinación ya ofrecida [en el
parágrafo] de aquel estado sorprendente que se provoca sobre todo por el magnetismo animal; [habría que aportar,] en efecto, las
experiencias que se corresponden con tal determinación. Para este fin deberían aducirse ante todo fenómenos en sí mismos muy variados
y muy distintos entre sí, [y ellos] bajo su aspecto universal. Si lo fáctico pudiera parecer [entonces] lo más necesitado de acreditación,
ésta sería, sin embargo, inútil para aquellos [individuos incrédulos] por causa de los cuales se precisa [la prueba]. Éstos, en efecto, se
facilitan extraordinariamente la cuestión declarando por las buenas como engaño e ilusión todas las narraciones por infinitamente
numerosas que sean y por bien avaladas que estén por la educación, el carácter, etc., de los testigos; están tan firmes en su comprensión
apriorística, que contra esta actitud no sólo resulta inútil cualquier acreditación, sino que incluso llegan a negar lo que han visto con sus
propios ojos. En este terreno, para creer lo que uno ve con sus propios ojos, y más todavía para comprenderlo, la condición básica
consiste en no estar apresado por las categorías del entendimiento. —Permítaseme mencionar aquí los elementos principales de este
asunto.
αα) Al ser concreto de un individuo le pertenece el conjunto de sus intereses básicos, de las relaciones empíricas, esenciales y
particulares, que sostiene con los otros seres humanos y en general con el mundo. Esta totalidad constituye de tal manera su realidad
efectiva, que le es inmanente, y antes la hemos llamado su genio [708]. Éste no es el espíritu libre que quiere y piensa; la forma
sentimental bajo la cual el individuo se encuentra abismado y que aquí consideramos, es más bien la renuncia a su EXISTENCIA como
espiritualidad que está-siendo cabe sí. La consecuencia siguiente, que se desprende de la determinación ya señalada referida al
contenido, es que en el sonambulismo sólo entra en la conciencia el círculo del mundo individualmente determinado, de los intereses
particulares y de las relaciones limitadas. El conocimiento científico o los conceptos filosóficos y verdades universales reclaman otro
suelo, a saber, el pensamiento desarrollado que saliendo del torpor de la vida sentimental alcanza la conciencia libre; esperar del estado
de sonambulismo revelaciones sobre ideas es necedad.
ββ) El ser humano con sentido y entendimiento sanos conoce de manera autoconsciente e inteligentemente esta efectiva realidad suya
que constituye lo que llena en concreto su individualidad; la conoce despierto bajo la forma de la conexión que esa misma realidad
guarda respecto de sus determinaciones como de un mundo exterior distinto de él y conoce también este mundo como una pluralidad
igualmente inteligible e interconexa en sí misma. En sus representaciones subjetivas y en sus planes [el ser humano] retiene igualmente
ante sus ojos este complejo inteligible de su mundo y la mediación de sus representaciones y fines con las EXISTENCIAS objetivas
enteramente mediadas en sí mismas (cfr. § 398 N). —En todo ello, este mundo que se encuentra fuera de él tiene de tal modo sus hilos
dentro de él, que aquello que el ser humano es de suyo real y efectivamente consiste en estos mismos hilos. De tal modo esto es así que
él también muere en sí mismo, en tanto desaparecen estas exterioridades, si [es que] en sí mismo y de manera más expresa, mediante la
religión, la razón subjetiva o el carácter, no es él autosuficiente e independiente de ellas. En este caso, el ser humano es menos capaz de
esa forma [propia] del estado de sonambulismo del que venimos hablando. —En relación con el fenómeno de esa identidad, se puede
recordar el efecto que puede tener la muerte de parientes queridos, amigos, etc., sobre los que se quedan atrás, a saber, que éstos mueren
con el otro o se extinguen. (Así Catón no podía ya vivir después de la caída de la república romana[709], porque su efectiva realidad
interior no estaba por encima de aquélla.) Nostalgia y cosas semejantes.
γγ) Pero en tanto lo que llena la conciencia, su mundo exterior y su relación con él, queda envuelto y, de este modo, el alma se
abisma en el sueño (en el sueño magnético, catalepsia, otras enfermedades, p. e. del desarrollo de las mujeres, cercanía de la muerte,
etc.), aquella efectiva realidad inmanente del individuo sigue siendo la misma totalidad sustancial como una vida de sentimiento que en
sí misma está viendo o sabiendo. Porque la conciencia desarrollada, adulta y educada, es lo que se encuentra depuesto en aquel estado
sentimental, conserva desde luego, junto con su contenido, lo formal de su ser-para-sí, un intuir y saber formal que no llega, sin
embargo, hasta el juicio de la conciencia, mediante el cual su contenido es para ella como objetividad exterior cuando la conciencia está
sana y despierta. De este modo, el individuo es la mónada que sabe su realidad efectiva dentro de sí, la autointuición del genio. Por
consiguiente, lo característico de este saber es que el mismo contenido que como realidad efectiva inteligible es objetivo para la
conciencia sana y que, para ser conocido por la conciencia sensata, necesita de la mediación intelectual con todo su alcance, en esta
inmanencia puede ser sabido por ella inmediatamente, puede ser intuido. Esta intuición es, por consiguiente, una clarividencia en tanto es
saber en la sustancialidad indivisa del genio, y en tanto se encuentra en la esencia de la conexión, no está atado por tanto n las series de
las condiciones mediadoras, exteriores una a una, que la conciencia sensata ha de recorrer y en atención a las cuales [esa conciencia] se
encuentra limitada con arreglo a su propia singularidad exterior. Esta clarividencia está expuesta, sin embargo, a todas las contingencias
propias del sentimiento, de la imaginación, etc., porque en su turbiedad el contenido no está explicitado como conexión inteligible, aparte
de que en su intuición se introducen representaciones extrañas (véase más adelante). Por ello no hay por qué decidir si en lo visto por los
videntes hay más verdad o más engaño. —Pero es absurdo considerar la intuición [propia] de ese estado como una elevación del espíritu
y tenerlo por un estado verdaderamente capaz en sí mismo de conocimientos universales[*][710].
δδ) Una determinación esencial en esta vida de sentimiento, a la que falta la personalidad del entendimiento y voluntad, es ésta: que
la vida de sentimiento es un estado de pasividad como lo es el estado del niño en el seno materno. Según este estado, por tanto, el
sujeto enfermo se pone y permanece bajo el poder de otro, o sea, del magnetiseur[711], de tal manera que en esta conexión psíquica de
los dos, el individuo sin mismidad, no efectivamente real de modo personal, tiene como conciencia suya subjetiva a la conciencia del otro
individuo sensato; este otro es su alma subjetiva y presente, es su genio que puede incluso llenarle de contenidos. Que el individuo
sonámbulo perciba en sí mismo sabores u olores que están presentes en aquél con el que se encuentra en rapport, que conozca otras
intuiciones presentes en él, así como representaciones interiores y las conozca como propias, muestra esta identidad sustancial con otro
de la que el alma es capaz, la cual es también, en cuanto concreta, verdaderamente inmaterial. En esta identidad sustancial, la
subjetividad de la conciencia es solamente una y la individualidad del enfermo es desde luego un ser-para-sí, pero vacío, no presente a
sí mismo ni efectivamente real; este sí mismo formal se llena, por consiguiente, con las sensaciones y representaciones del otro: ve,
huele, saborea, lee, oye, también en el otro. Hay que notar todavía que bajo esta referencia, el sonámbulo llega a estar así en relación
con dos genios y con un doble contenido, a saber, con el suyo propio y con el del magnetiseur. Ahora bien, queda indeterminado cuáles
son las sensaciones o visiones que recibe, intuye y llega a conocer esta percepción formal que proceden de su propio interior o de la
representación de aquel con quien está en rapport. Esta inseguridad puede ser la fuente de muchos engaños y explica entre otras cosas la
diferencia necesaria que se da entre los modos de ver de los sonámbulos de distintos países y en el rapport que se establece con
personas diferentemente educadas, respecto de enfermedades y los modos de curarlas, sobre medicamentos e incluso sobre categorías
científicas y espirituales, etc.
εε) Del mismo modo que en esta sustancialidad sentiente no se presenta la oposición respecto de lo objetivo exterior, así también el
sujeto está en el interior de sí mismo en esta compenetración en la que han desaparecido las particularidades del sentir, y eso de tal
modo que cuando la actividad de los órganos de los sentidos está dormida, entonces el sentimiento común se determina a las funciones
particulares y se ve, se oye, etc., con los dedos; en particular, con el epigastrio o con el estómago.
Comprender significa, para la reflexión propia del entendimiento, conocer la serie de mediaciones entre un fenómeno y otra
existencia con la que está conexo, es decir, entender el llamado curso natural, esto es, de acuerdo con las leyes y relaciones de
entendimiento (p. e. de causalidad, de razón suficiente, etc.). La vida de sentimiento, incluso cuando conserva el saber meramente formal,
como ocurre en los ya mencionados estados morbosos, es precisamente esta forma de la inmediatez, en la que no están presentes las
distinciones entre lo subjetivo y lo objetivo, entre la personalidad dotada de entendimiento y el mundo exterior que se le opone, ni las
relaciones de finitud entre estos extremos. Concebir esta conexión falta de relación y sin embargo perfectamente plena, se hace imposible
por la presuposición de personalidades autosuficientes una ante otra y ambas opuestas al contenido como mundo objetivo y [se hace
imposible] en general por la presuposición de la absolutez del ser-uno-fuera-de-otro de lo espacial y material.
β) Sentimiento de sí
§ 407
1) La totalidad que siente en tanto individualidad es esencialmente lo siguiente: distinguirse en sí
misma y despertar para el juicio dentro de sí, con arreglo al cual esa totalidad tiene sentimientos
particulares y como sujeto está referido a estas determinaciones suyas. El sujeto en cuanto tal las
pone dentro de él mismo como sentimientos suyos. El sujeto está abismado en esta particularidad de
las sensaciones y, al mismo tiempo, a través de la idealidad de lo particular se concluye ahí consigo
como unidad subjetiva. De esta manera es sentimiento de sí, y esto lo es al mismo tiempo en el
sentimiento particular solamente.
§ 408
2) Por causa de la inmediatez en la que el sentimiento de sí está todavía determinado, es decir, por
causa del momento de la corporeidad que ahí no está aún separado de la espiritualidad, y siendo
también el sentimiento mismo un sentimiento particular y, por consiguiente, una corporificación
particular, el sujeto es todavía capaz de enfermedad a pesar de haberse configurado como conciencia
intelectiva; o sea, que continúa empeñado en una particularidad de su sentimiento de sí que no es
capaz de elaborar hasta la idealidad y sobrepasarla. El sí mismo repleto [que es propio] de la
conciencia intelectiva es el sujeto como conciencia consecuente que está ordenándose y sosteniéndose
a sí misma según su posición individual y la conexión con su mundo exterior ordenado e igualmente
dentro de él. Pero permaneciendo cautivo de una determinidad particular, el sujeto no asigna a ese
contenido la posición razonable ni la subordinación que le corresponde dentro del sistema individual
del mundo en que consiste un individuo. De esta manera el sujeto se encuentra en la contradicción
entre su [propia] totalidad sistematizada en su conciencia y aquella determinidad particular no fluida
en la totalidad, ni ordenada y subordinada: la locura.
En la consideración de la locura se ha de anticipar igualmente la conciencia educada y razonable que es a la vez sujeto y mismidad
natural del sentimiento de sí. En esta determinación, la conciencia es capaz de precipitarse en la contradicción entre su subjetividad, de
suyo libre, y una particularidad que no llega ahí a ser ideal y permanece rígida en el sentimiento de sí. El espíritu es libre y, por tanto, no
es de suyo capaz de esta enfermedad. Fue considerado por la metafísica más antigua como alma, como cosa [712], y solamente como
cosa, esto es, como algo natural y como ente es él capaz de locura, [o sea] de la finitud que se le agarra. Por esta razón, la locura es
una enfermedad de lo psíquico, de lo corporal y lo espiritual inseparadamente; su comienzo puede parecer que procede más de una o de
la otra parte, como asimismo la curación.
En tanto sano y cuerdo, el sujeto tiene conciencia presente[713] de la totalidad ordenada de su mundo individual, en cuyo sistema
subsume él cada contenido emergente particular de la sensación, representación, deseo, inclinación, etc., y lo ordena en su lugar
razonable; el sujeto es el genio dominador sobre estas particularidades. Es la misma distinción que entre estar despierto y soñar[714],
pero aquí el sueño cae dentro de la misma vigilia de tal manera que se afilia al sentimiento de sí efectivamente real. Error y cosas
parecidas es un contenido consecuentemente asumido en aquella conexión objetiva. Pero frecuentemente es difícil decir en concreto en
qué punto el error comienza a ser desatino. Así, una pasión violenta de odio, etc., pero con un contenido [objetivo] insignificante y
contraria a la cordura, que hay que suponer superior [a la pasión], y al dominio de sí, puede aparecer como un estar-fuera-de-sí [propio]
de la demencia. Ésta, sin embargo, contiene esencialmente la contradicción de un sentimiento corporal que ha llegado a estar-siendo
frente a la totalidad de las mediaciones que la conciencia es. El espíritu determinado como meramente siendo, en tanto ese ser no está
disuelto en la conciencia, está enfermo. —El contenido, que queda suelto [715] en esta naturalidad suya, son las determinaciones egoístas
del corazón, la vanidad, el orgullo y las otras pasiones, las imaginaciones y esperanzas, el amor y el odio del sujeto. Esto terrenal se
suelta en la medida en que disminuye el poder sobre lo natural de la cordura y lo universal, de los principios teoréticos o morales; poder
que somete lo terrenal y lo mantiene oculto; pues en sí está presente esta malicia en el corazón porque éste como inmediato es natural y
egoísta. Es el genio maligno del ser humano que se hace dominante en la locura, pero [siempre] en oposición y contradicción contra lo
mejor y lo racional que se da a la vez en el ser humano, de modo que este estado es perturbación y desgracia del espíritu dentro de sí.
—Por consiguiente, el verdadero tratamiento psíquico retiene también firmemente el punto de vista de que la locura no es una pérdida
abstracta de la razón, ni por el lado de la inteligencia ni por el de la voluntad y la responsabilidad de ésta, sino que es sólo locura[716],
sólo contradicción en la razón todavía presente, del mismo modo que la enfermedad física tampoco es una pérdida abstracta, es decir,
total de la salud (eso sería la muerte), sino una contradicción en ella. Este tratamiento humano, esto es, un tratamiento tan benevolente
como racional (Pinel[717] merece el mayor reconocimiento por los méritos que ha contraído a este respecto) supone que el enfermo es
racional y tiene ahí el asidero firme por el cual el tratamiento prende en el enfermo, del mismo modo que en lo corporal el asidero es la
vitalidad que en cuanto tal contiene salud todavía.
γ) El hábito[718]
§ 409
El sentimiento de sí, abismado en la particularidad de los sentimientos (tanto de las simples
sensaciones como de los deseos, impulsos, pasiones y sus satisfacciones) es indistinto respecto de
éstos. Pero el sí mismo es, en sí, simple referencia a sí de la idealidad, universalidad formal, y ésta es
verdad de lo particular. En cuanto [es] tal universalidad, hay que poner el sí mismo en esta vida de
sentimiento; él es así la universalidad que está-siendo para sí y que está distinguiéndose de la
particularidad. Esta universalidad no es la verdad plena de las sensaciones determinadas, de los
deseos, etc., pues el contenido de todo esto no entra aquí aún en consideración. En esta determinación,
la particularidad es también formal y es solamente el ser particular o inmediatez del alma frente a su
abstracto ser-para-sí, asimismo formal. Este ser particular del alma es el momento de su corporeidad
con la cual aquí ella rompe, se distingue de la corporeidad como simple ser de ella, y es como
sustancialidad subjetiva ideal de esa corporeidad, del mismo modo que en su concepto que estabasiendo-en-sí (§ 389), el alma sólo era la sustancia de la corporeidad en cuanto tal.
Este ser-para-sí abstracto del alma en su corporeidad no es todavía yo, no es la EXISTENCIA de lo universal que está-siendo para
lo universal. Es la corporeidad repuesta a su pura idealidad, corporeidad que le adviene así al alma en cuanto tal; o sea, del mismo
modo que espacio y tiempo, como lo uno-fuera-de-otro abstractos y, por tanto, como espacio y tiempo vacíos, son sólo formas
subjetivas, puro intuir, igualmente aquel puro ser, en tanto en él ha sido superada la particularidad de la corporeidad, esto es, la
corporeidad inmediata en cuanto tal, es el ser-para-sí que es el intuir enteramente puro e inconsciente, pero que es [también] fundamento
de la conciencia hacia la que se dirige [el-ser-para-sí] en sí mismo en tanto ha superado la corporeidad de la que es sustancia subjetiva y
que es aún para la misma conciencia, [precisamente] como límite, y así está puesto como sujeto para sí.
§ 410
Que el alma se hace así ser abstracto universal, y que lo particular de los sentimientos (también de
la conciencia) se reduzca a una determinación que solamente está-siendo en ella, es el hábito. De esta
manera el alma tiene en posesión el contenido, y de tal modo lo contiene en ella que en esas
determinaciones no está como sentiente, no está distinguiéndose de ellas en relación a ellas abismada
aún en ellas, sino que las tiene dentro de sí inconscientemente, sin sentirlas, y en ellas se mueve. Es
libre respecto de ellas en tanto en ellas no se interesa ni se ocupa; EXISTIENDO en estas formas como
posesión suya, el alma está abierta a otras actividades y ocupaciones tanto de la sensación como de la
conciencia del espíritu en general.
Este figurarse de lo particular o corporal de las determinaciones del sentimiento en el ser del
alma aparece como una repetición de las mismas, y la generación del hábito como una ejercitación.
Pues este ser, como universalidad abstracta referida a lo particular natural que se pone en esta forma,
es la universalidad de la reflexión (§ 175): uno y lo mismo como lo mucho exterior del sentir
reducido a su unidad, [y] esta unidad abstracta como puesta.
El hábito es, como la memoria, un punto difícil en la organización del espíritu; el hábito es el mecanismo del sentimiento de sí, como
la memoria es el mecanismo de la inteligencia. Las cualidades naturales y los cambios [propios] de la edad, del dormir y del estar
despierto, son inmediatamente naturales; el hábito es la determinidad (convertida en mecánica, en naturalidad que-está-siendo) del
sentimiento, y [lo es] también de la inteligencia, de la voluntad, etc., en tanto éstas pertenecen al sentimiento de sí. El hábito se ha
llamado con razón una segunda naturaleza[719]. Naturaleza, puesto que es un ser inmediato del alma; segunda, ya que es una inmediatez
puesta por el alma, una figuración y entrenamiento de la corporeidad que adviene a las determinaciones del sentimiento en cuanto tales y
a las determinidades representativas de la voluntad en cuanto corporificadas (§ 401).
En el hábito, el ser humano está bajo el modo de la EXISTENCIA natural y en él, por consiguiente, como no libre; libre empero en
tanto habiendo sido depuesta por el hábito la determinación natural de la sensación a puro ser suyo, el ser humano ya no está en
diferencia frente a esta determinación, y por tanto tampoco está en el interés, ocupación o dependencia que se le oponen. La falta de
libertad en el hábito es, por una parte, meramente formal, en tanto éste sólo pertenece al ser del alma, y por otra parte es meramente
relativa en tanto que propiamente sólo tiene lugar en los hábitos malos, o en tanto que otro fin se contrapone a un hábito en general; el
hábito de lo justo en general, de lo ético, tiene el contenido de la libertad. —La determinación esencial es la liberación que por medio
del hábito el ser humano obtiene, respecto de las sensaciones por las que se ve afectado. Las distintas formas del hábito pueden ser
determinadas de la manera siguiente: 1) La sensación inmediata en tanto negada, puesta como indiferente. El endurecimiento frente a
sensaciones externas (frío, calor, cansancio de los miembros, etc., sabores agradables, etc.), así como el endurecimiento del ánimo
contra la desdicha, es un vigor en tanto que, sintiéndose de todas maneras por los seres humanos el frío, etc., y la desdicha, esa afección
ha sido depuesta a exterioridad e inmediatez solamente; el ser universal del alma se recibe ahí como abstracto de suyo, y el sentimiento
de sí en cuanto tal, la conciencia, la reflexión o cualquier otro fin o actividad ya no están enredados con aquellas afecciones. 2)
Indiferencia frente a la satisfacción; los deseos e impulsos se embotan por la costumbre de su satisfacción; ésta es la liberación racional
de los mismos; Prenuncia monástica y la violencia no liberan de ellos ni son racionales según el contenido; se comprende de suyo que
con eso los impulsos se conservan como determinidades finitas según su naturaleza y que tanto los impulsos como su satisfacción están
subordinados como momentos en la racionalidad de la voluntad. 3) En el hábito como habilidad no sólo se debe mantener firme de
suyo el ser abstracto del alma, sino que habiéndose hecho valer como un fin subjetivo en la corporeidad, ésta debe subordinarse a aquel
fin y universalizarse. Frente a esa determinación interior del alma subjetiva, la corporeidad está determinada como ser inmediatamente
exterior y límite: [es] la ruptura más determinada del alma como simple ser-para-sí en sí misma contra su primera naturalidad e
inmediatez; con ello el alma ya no se encuentra en la primera identidad inmediata, sino que como exterior, debe ser primeramente
depuesta a ella. La corporificación de las sensaciones determinadas es también ella misma una corporificación determinada (§ 401) y la
corporeidad inmediata es una posibilidad particular para un fin determinado, es decir, un aspecto particular de su distintividad en la
corporeidad, un órgano particular de su sistema orgánico. La figuración de ese fin en el seno de este sistema consiste en lo siguiente: que
la idealidad que-está-siendo en sí de lo material en general y de la corporeidad determinada ha sido puesta como [tal] idealidad para
que el alma, de acuerdo con la determinidad de su representación y querer, exista como sustancia en esa determinidad. De esta manera,
en la habilidad, la corporeidad se ha hecho entonces universalmente válida[720] e instrumento, de modo que tal como está en mí la
representación (p. e. una serie de notas musicales) la ha exteriorizado también el cuerpo sin resistencia y con fluidez.
La forma del hábito abarca todas las clases y escalones de la actividad del espíritu; la más exterior, la determinación espacial del
individuo de que se mantenga erguido, se ha hecho hábito por su voluntad: una postura inmediata e inconsciente que siempre sigue
siendo COSA de su voluntad permanente; el ser humano se mantiene en pie solamente porque quiere y en tanto quiere, y sólo mientras él
inconscientemente lo quiere. Igualmente el ver, etc., es el hábito concreto que une inmediatamente, en un simple acto, las múltiples
determinaciones de la sensación, de la conciencia, de la intuición, del entendimiento, etc. Id pensamiento enteramente libre, activo en el
puro elemento de sí mismo, necesita igualmente del hábito y de la soltura, necesita de esa forma de la inmediatez mediante la cual el
pensamiento es propiedad no impedida, y está empapada de mi yo mismo singular. Sólo mediante ese hábito existo yo, en cuanto
pensante, para mí. Incluso esta inmediatez del ser-cabe-sí pensante contiene corporeidad (falta de costumbre o pensar mucho tiempo
producen dolor de cabeza); el hábito disminuye esta sensación en tanto convierte la determinación natural en una inmediatez del alma. —
Pero el hábito desarrollado y activo en lo espiritual en cuanto tal es el recuerdo y la memoria que más abajo [721] hemos de considerar
con más detalle.
Se suele hablar con desprecio del hábito, tomándolo como algo sin vida, contingente y particular. El contenido enteramente
contingente es desde luego susceptible de recibir la forma del hábito, como cualquier otro contenido, y es el hábito de vivir lo que nos
lleva a la muerte o, [dicho] de manera enteramente abstracta, es la muerte misma. Pero al mismo tiempo el hábito es lo más esencial de
la existencia de toda espiritualidad en el sujeto individual, para que el sujeto, como inmediatez concreta, sea como idealidad anímica,
para que el contenido religioso, moral, etc., le pertenezca a él en tanto es este sí mismo, en tanto es esta alma, y no esté en él como
mero en sí (como disposición), ni como sensación transitoria o representación, ni tampoco como interioridad separada del hacer y de la
realidad efectiva, sino que sea su ser. —En los tratados científicos sobre el alma y sobre el espíritu, el hábito se suele pasar por alto, sea
[porque se lo considera] algo despreciable, sea quizá también porque es una de las determinaciones más difíciles.
c. El alma efectivamente real
§ 411
En su corporeidad enteramente formada y hecha propia, el alma es pura sí como singular, y la
corporeidad es de esta manera la exterioridad en manto predicado, en el cual el sujeto se refiere
solamente a sí mismo. Esta exterioridad no se representa, sino que [lo que] se representa [es] el alma,
mientras [el cuerpo] es su signo. El alma, en tanto es esta identidad de lo interior y lo exterior (que
está sometido a aquél), es efectivamente real, en su corporeidad, tiene su figura libre en la cual se
siente y se da a sentir y que, en cuanto obra de arte del alma, posee expresión humana, patognómica y
fisiognómica[722].
A la expresión humana le pertenece p. e. la figura erecta en general, la forma particular de la mano como instrumento absoluto, de la
boca, de la risa, del llanto, etc., así como el matiz espiritual derramado sobre el todo [del cuerpo] que lo da a conocer como
exterioridad de una naturaleza superior. Este matiz es una modificación tan tenue, tan indeterminada e inefable, porque la figura según su
exterioridad es algo inmediato y natural y, por ello, sólo puede ser un signo indeterminado y enteramente imperfecto del espíritu, y no es
capaz de representarlo tal como es para sí mismo como universal. Para el animal, la figura humana es la suprema, el modo como el
espíritu le aparece. Pero para el espíritu, esta figura es solamente el primer fenómeno suyo, y el lenguaje es, de manera inmediata, su
expresión más perfecta. La figura es precisamente su EXISTENCIA más próxima, pero para él es a la vez, en su determinidad
fisiognómica y patognómica, algo contingente; querer elevar la fisiognómica y sobre todo la craneoscopia a ciencias fue una de las
ocurrencias más vacías, más vacía que una signatura rerum que pretendía conocer el poder curativo de las plantas por su figura[723].
§ 412
En sí la materia no posee ninguna verdad en el alma; en tanto está-siendo-para-sí, el alma se
separa de su ser inmediato y se lo contrapone como corporeidad que no puede oponer ninguna
resistencia a su figuración por el alma. El alma que se ha contrapuesto su ser, que lo ha superado y lo
ha determinado como suyo, ha perdido la significación de alma, es decir, la significación de
inmediatez del espíritu. El alma efectivamente real, en el hábito del sentir y de su sentimiento concreto
de sí, es en sí la idealidad que es para sí de sus determinaciones, interiorizada en sí misma en su
exterioridad y referencia infinita a sí misma. Este ser-para-sí de la universalidad líbre es el superior
despertar del alma al yo, a la universalidad abstracta, en tanto ella es para la universalidad abstracta,
la cual es así pensamiento y sujeto para sí, y precisamente sujeto determinado de su juicio, en el cual
el sujeto excluye de sí la totalidad natural de sus determinaciones como un OBJETO, como un mundo
que le es exterior, y se refiere a sí de tal modo que en ese mundo está inmediatamente reflejado hacia
sí: la conciencia.
B
LA FENOMENOLOGÍA DEL ESPÍRITU
La conciencia
§ 413
La conciencia constituye el escalón de la reflexión o de la relación del espíritu, o sea, de él como
fenómeno[724]. «Yo» es la referencia infinita del espíritu a sí, pero como referencia subjetiva o como
certeza[725] de sí mismo; la identidad inmediata del alma natural se ha elevado a esta pura identidad
ideal consigo, y el contenido de aquélla es [ahora] objeto[726] para esta reflexión que-está-siendo para
sí. La pura y abstracta libertad para sí desprende de sí su determinidad, la vida natural del alma, como
[algo] igualmente libre, como objeto autosuficiente, y de éste como exterior al yo es de lo que «yo»
primeramente sabe y es así conciencia. «Yo», en tanto [es] esta negatividad absoluta, es en sí la
identidad en el ser-otro; «yo» es él mismo y abarca [a la vez] el objeto como algo en sí superado; el
yo es un lado de la relación y la relación entera; es la luz que se manifiesta [a sí misma] y
[manifiesta] además [lo] otro.
§ 414
La identidad del espíritu consigo, tal como está primeramente puesta, [o sea,] como yo, es
solamente su idealidad formal y abstracta. [Estando] como alma en la forma de universalidad
sustancial, el espíritu es ahora la reflexión-hacia-dentro-de-sí subjetiva, referida a esa sustancialidad
como a lo negativo de sí [que es] para él un más allá y algo oscuro. La conciencia es, por tanto, como
[lo es] la relación en general, la contradicción entre la autosuficiencia de ambos lados y la identidad
de ellos en la que ambos están superados. El espíritu en tanto yo es esencia, pero en tanto en la esfera
de la esencia la realidad está puesta como siendo inmediatamente y a la vez como ideal, el espíritu
como conciencia es solamente el aparecer del espíritu.
§ 415
Puesto que el yo solamente es para sí como identidad formal, por eso el movimiento dialéctico
del concepto, la determinación progresiva de la conciencia, no es para ella como una actividad suya,
sino que esta determinación es, en sí y para la conciencia, [un] cambio del OBJETO. La conciencia
aparece, por tanto, distintamente determinada con arreglo a la variación del objeto dado, y la
formación progresiva de ella [aparece por ende] como un cambio de las determinaciones de su
OBJETO. Yo, el sujeto de la conciencia, es pensar; la progresiva determinación lógica del objeto es lo
idéntico en sujeto y objeto, [es] la conexión absoluta de esa determinación, aquello con arreglo a lo
cual el OBJETO es lo suyo del sujeto.
La filosofía kantiana puede considerarse de la manera más exacta como aquella que ha aprehendido el espíritu como conciencia y
que contiene [por tanto] determinaciones [propias] de la fenomenología [del espíritu], no de la filosofía del mismo. La filosofía kantiana
contempla «yo» como referencia a algo que está más allá, lo que en su determinación abstracta se llama la cosa-en-sí [727]; y solamente
con arreglo a esa finitud capta por un igual la inteligencia y la voluntad. Cuando en el concepto de la facultad reflexionante de juzgar,
llega precisamente a la idea del espíritu, a la objetividad-sujeto, a un entendimiento intuitivo, etc., así como cuando alcanza la idea de
la naturaleza[728], incluso [entonces] esta idea viene depuesta de nuevo a fenómeno, es decir, a una máxima subjetiva (véase § 58, Introd.
[729]). Por ello hay que considerar como un sentido correcto de esta filosofía, el haber sido entendida por Reinhold como una teoría de
la conciencia, dando a ésta el nombre de facultad de representar[730]. La filosofía fichteana tiene el mismo punto de vista y «no-yo»
está sólo determinado como objeto del yo [731], está sólo determinado en la conciencia; sigue siendo tropiezo infinito, es decir, cosa-ensí. Ambas filosofías muestran, por consiguiente, que no han llegado al concepto ni al espíritu tal como él es en y para sí, sino que sólo
han llegado a él tal como es con referencia a un otro.
Por lo que se refiere al spinozismo, hay que advertir, por el contrario, que el espíritu, en el juicio en virtud del cual se constituye
como yo o como subjetividad libre frente a la determinidad, sale de la sustancia[732]; y la filosofía, en tanto ese juicio es para ella
determinación absoluta del espíritu, sale del spinozismo [733].
§ 416
La meta del espíritu como conciencia consiste en hacer idéntico este fenómeno suyo con su
esencia, [o, lo que es lo mismo,] en elevar la certeza de sí mismo a la verdad. La existencia que el
espíritu tiene en la conciencia, tiene su finitud en que esa EXISTENCIA sólo es la referencia formal a sí,
sólo es certeza; porque el objeto está determinado sólo abstractamente como lo suyo, o [también]
porque el espíritu en el objeto solamente está reflejado adentro de sí como yo abstracto; por ello esta
EXISTENCIA tiene aún un contenido que no es como el [propio] suyo.
§ 417
Los peldaños de esta elevación de la certeza a la verdad son los siguientes: El espíritu es:
a. conciencia en general que tiene un objeto [enfrente],
b. autoconciencia, para la cual el objeto [enfrentado] es yo,
c. unidad de la conciencia y la autoconciencia, o sea, que el espíritu intuye el contenido del objeto
como a sí mismo y se intuye a sí mismo como determinado en y para sí: razón, el concepto del
espíritu.
a. La conciencia en cuanto tal
α) La conciencia sensible
§ 418
La conciencia es primeramente la conciencia inmediata y su referencia al objeto [enfrentado] es
por consiguiente la simple certeza no mediada del mismo; el objeto mismo, por tanto, también como
inmediato, en cuanto está-siendo y está reflejado adentro de sí, está ulteriormente determinado como
inmediatamente singular: conciencia sensible.
La conciencia como relación contiene solamente las categorías pertenecientes al yo abstracto o pensamiento formal que para la
conciencia son determinaciones del objeto (§ 415). La conciencia sensible, por tanto, sólo sabe del objeto como de un ente, algo, cosa
EXISTENTE, singular, etc. El objeto aparece como lo más rico en contenido, pero es lo más pobre en pensamientos. Aquella rica
plenitud está constituida por las determinaciones del sentimiento; éstas son la materia de la conciencia (§ 414), lo sustancial y cualitativo
que en la esfera antropológica es el alma y que ésta encuentra dentro de sí. La reflexión del alma-adentro-de-sí, yo, separa de sí esta
materia y le confiere primeramente la determinación del ser. —La singularidad espacial y temporal, aquí y ahora, como yo determiné el
objeto de la conciencia sensible en la fenomenología del espíritu, pág. 25 y ss.[734], pertenece propiamente a la intuición. El OBJETO
hay que tomarlo aquí primeramente sólo con arreglo a la relación que guarda con la conciencia, es decir, como algo exterior a ella, sin
estar determinado aún como exterior en sí mismo o como ser-exterior-a-sí.
§ 419
Lo sensible, como un algo, deviene un otro; la reflexión del algo adentro de sí, la cosa, tiene
muchas propiedades y como singular tiene en su inmediatez numerosos predicados. Lo singular
mucho se hace, por tanto, un ancho: una multitud de referencias, de determinaciones de la reflexión y
universalidades. Esto son determinaciones lógicas puestas por el pensamiento pensante, es decir,
aquí, por el yo. Pero para éste, el objeto en tanto está apareciendo ha cambiado. La conciencia
sensible, en esta determinación del objeto, es percepción.
ß) La percepción
§ 420
La conciencia que ha salido más allá de la sensibilidad quiere tomar el objeto en su verdad[735], no
meramente como inmediato sino como mediado, reflejado adentro de sí y como universal. El objeto
es, por tanto, un enlace de determinaciones sensibles y de determinaciones de pensamiento
extendidas, relaciones concretas y conexiones. Con ello, la identidad de la conciencia con el objeto ya
no es la identidad abstracta de la certeza, sino la identidad determinada, un saber[736].
El escalón más determinado de la conciencia en el que la filosofía kantiana aprehende el espíritu, es la percepción [737], la cual
constituye en general el punto de vista de nuestra conciencia ordinaria y, más o menos, el de las ciencias. Se parte de certezas sensibles
de apercepciones singulares u observaciones que deben elevarse a verdad considerándolas en su referencia y reflexionando sobre ellas,
hasta que lleguen a ser en general algo a la vez necesario y universal con arreglo a categorías determinadas, [esto es,] experiencias.
§ 421
Esta unión de lo singular y lo universal es mezcla, porque lo singular sigue siendo el ser que
subyace como fundamento y permanece firme frente a lo universal, al que está a la vez referido. Esta
unión es, por tanto, la contradicción de muchas caras; es en general la contradicción entre las cosas
singulares de la apercepción sensible, que deben constituir el fundamento de la experiencia universal,
y la universalidad que debe ser más bien la esencia y el fundamento [738]; contradicción entre la
singularidad que constituye la autosuficiencia tomada con su contenido concreto, y las propiedades
múltiples, que libres más bien de esta atadura negativa y sueltas unas de otras, son materias
universales autosuficientes (véase § 123 y ss.[739]). Propiamente ocurre aquí de la manera más
concreta, en tanto el algo está determinado como OBJETO (§ 194 y ss.), la contradicción [propia] de lo
finito a través de todas las formas de las esferas lógicas.
γ) El entendimiento
§ 422
La verdad próxima del percibir consiste en que el objeto es más bien fenómeno, y la reflexiónadentro-de-sí de este objeto es por el contrario algo interior que está-siendo para sí y universal. La
conciencia de este objeto es el entendimiento. —Aquello interior es, por una parte, la pluralidad
superada de lo sensible y, de esta manera, [es] la identidad abstracta, pero, por otra parte, lo interior
contiene también por eso la pluralidad, pero como simple distinción interna que en el cambio del
fenómeno permanece idéntica consigo. Esta distinción simple es el reino de las leyes del fenómeno,
su copia universal y quieta.
§ 423
La ley, [que es] primeramente la relación entre determinaciones universales y permanentes, tiene
su necesidad en ella misma, en tanto su distinción es interna; cada una de las determinaciones, como
distinta de las otras de modo no exterior, reside ella misma inmediatamente en las otras. Y la
distinción interior, de esta manera, es en verdad la distinción en sí misma o la distinción que no lo es.
—En esta determinación formal en general, la conciencia, que como tal contiene la autosuficiencia
del sujeto y del objeto, uno ante otro, ha desaparecido en sí, «Yo», en cuanto enjuiciados tiene ante sí
un objeto que no es distinto de él —sí mismo—: autoconciencia.
b. La autoconciencia
§ 424
La verdad de la conciencia es la autoconciencia, y ésta el fundamento de aquélla, de tal modo que
en la EXISTENCIA toda conciencia de otro objeto es autoconciencia; yo sé del objeto como de algo mío
(él es mi representación), yo sé de mí por tanto en él. —La expresión de la autoconciencia es yo = yo;
libertad abstracta, idealidad pura. —La autoconciencia está así sin realidad pues ella misma, que es
objeto suyo, no es un tal, ya que no se da ninguna distinción entre ella y su objeto.
§ 425
La autoconciencia abstracta es la primera negación de la conciencia; se encuentra también
afectada, por tanto, por un OBJETO exterior que es formalmente la negación de ella; es por eso, a la
vez, el peldaño precedente, conciencia; y es la contradicción entre ella misma como autoconciencia, y
ella misma como conciencia. En tanto la conciencia, y en general la negación, está ya en sí superada
en el yo = yo [740], la autoconciencia como esta certeza de sí misma frente al OBJETO es el impulso a
poner lo que ella es en sí, es decir, es el impulso a dar contenido y objetividad al saber de sí abstracto,
y viceversa, el impulso a liberarse de su sensibilidad, a superar la objetividad dada y a ponerse
idéntica consigo; las dos cosas son una y la misma, a saber, la identificación de su conciencia y
autoconciencia.
α) El deseo
§ 426
La autoconciencia en su inmediatez es un singular y deseo; es la contradicción de su abstracción,
que debe ser objetiva; o de su inmediatez que tiene la figura de un OBJETO exterior y debe ser
subjetiva. Para la certeza de sí que ha brotado del superar de la conciencia, el OBJETO está determinado
como algo nulo, y para la referencia de la autoconciencia al OBJETO es igualmente nula la idealidad
abstracta de la autoconciencia.
§ 427
Por consiguiente, la autoconciencia está en sí en el objeto que en esta referencia es adecuado al
impulso. En la negación de los dos momentos unilaterales, como actividad propia del yo, esa
identidad deviene para el mismo. El objeto no puede oponer ninguna resistencia a esta actividad en
tanto en sí y para la autoconciencia [es] lo carente de sí mismo; la dialéctica que es su naturaleza,
superarse, EXISTE aquí como aquella actividad del yo. El OBJETO dado viene ahí puesto de manera tan
subjetiva como la subjetividad [misma] enajena su unilateralidad y se hace objetiva.
§ 428
El producto de este proceso es, a saber, que el yo se concluye consigo y habiéndose así satisfecho
para sí, es efectivamente real. Primeramente y con arreglo al lado externo, en este regreso [a sí] el yo
sigue estando determinado como singular, y se ha mantenido como tal porque se refiere tan sólo
negativamente al objeto carente de mismidad y éste, en su tanto, sólo es devorado. En su satisfacción,
el deseo es así destructivo en general, del mismo modo que con arreglo a su contenido es meramente
egoísta; y puesto que la satisfacción sólo ha sucedido en lo singular, y éste es efímero, en la
satisfacción el deseo se reproduce.
§ 429
Pero el sentimiento de sí que deviene para el singular en la satisfacción no se queda, por su lado
interno o en sí, en el ser-para-sí abstracto o solamente en su singularidad, sino que, siendo la
negación de la inmediatez y de la singularidad, el resultado contiene la determinación de la
universalidad y de la identidad de la autoconciencia con su objeto. El juicio o disyunción[741] de esta
autoconciencia es la conciencia de un OBJETO libre en el cual [el] yo tiene el saber de sí en tanto que
yo, pero que está también aún fuera de él.
β) La autoconciencia que reconoce
§ 430
Es una autoconciencia para una autoconciencia, primeramente y de manera inmediata como un
otro para un otro. Yo me intuyo a mí mismo inmediatamente en él como yo, pero también [intuyo] en
él un objeto inmediatamente existente que, en tanto yo, es objeto absolutamente otro y autosuficiente
frente a mí. La superación de la singularidad de la autoconciencia fue la primera superación; con ella
se ha determinado solamente como particular. —Esta contradicción da el impulso a mostrarse como
sí mismo libre y a estar ahí para el otro en cuanto tal: el proceso del reconocimiento.
§ 431
Este proceso es una lucha, puesto que yo no me puedo saber en el otro como mí mismo en tanto
el otro es para mí otro existir-ahí inmediato; por consiguiente, yo estoy dirigido a la superación de
esta inmediatez suya. Igualmente yo no puedo ser reconocido como inmediato, sino solamente en
tanto yo supere en mí mismo la inmediatez y, a través de ello, dé existencia a mi libertad. Pero esta
inmediatez es a la vez la corporeidad de la autoconciencia, corporeidad en la que la autoconciencia,
como en su signo e instrumento, tiene su propio sentimiento de sí y su ser para otro, así como la
referencia que la media con ellos.
§ 432
La lucha del reconocimiento es, por tanto, a vida o muerte; cada una de las dos autoconciencias
pone en peligro la vida de la otra y se expone así ella misma; pero sólo en peligro, pues también cada
una de ellas está dirigida a la conservación de su vida como existencia de su libertad. La muerte de
uno, que por una parte resuelve la contradicción mediante la negación abstracta (y por ende, cruda)
de la inmediatez, es así por el ludo esencial, es decir, por el lado de la existencia del reconocimiento
(que de esta manera queda al mismo tiempo suprimido [742]) una nueva contradicción y superior a la
primera.
§ 433
Siendo la vida tan esencial como la libertad, la lucha se acaba primeramente, como negación
unilateral, en la desigualdad, esto es, que uno de los que luchan prefiere la vida, se conserva como
autoconciencia singular, pero renuncia a su ser-reconocido, mientras el otro se mantiene firme en su
referencia a sí mismo y es reconocido por el primero como por aquel [que queda] sometido: la
relación del señorío y la servidumbre.
La lucha por el reconocimiento y el sometimiento a un señor es el fenómeno con el que ha brotado la vida en común de los humanos
como comienzo de los estados. La violencia [743] que hay en el fondo de este fenómeno no es por ello fundamento del derecho, aunque
sea momento necesario y justificado del tránsito desde el estado de la autoconciencia [que se encuentra] abismada en el deseo y
singularidad al estado de la autoconciencia universal. Es el comienzo fenoménico o exterior de los estados, no su principio sustancial.
§ 434
Puesto que el [término] medio [de la relación] del señorío, el siervo, tiene que ser igualmente
mantenido en su vida, esta relación es por una parte comunidad de la necesidad[744] y del cuidado por
su satisfacción. En lugar de la destrucción brutal del OBJETO inmediato, accede la adquisición,
conservación y elaboración del mismo, como mediación en la que se concluyen los dos extremos de
la autosuficiencia y la falta de ella: la forma de la universalidad en la satisfacción de la necesidad[745]
es un medio duradero y una previsión que mira al futuro y lo asegura[746].
§ 435
En segundo lugar y con arreglo a la distinción [entre ellos] el señor tiene en el siervo y en su
servicio la intuición de la validez de su ser-para-sí singular, y [la tiene] precisamente por medio de la
superación del ser-para-sí inmediato; superación, sin embargo, que viene a dar en un otro. Pero éste
(el siervo) en el servicio del señor se mata trabajando [y mata] su querer particular y obstinación,
supera la inmediatez interior del deseo y hace de esta enajenación y del temor al señor el principio de
la sabiduría[747], a saber, el paso a la autoconciencia universal.
y) La autoconciencia universal
§ 436
La autoconciencia universal[748] es el saber afirmativo de sí mismo en otro sí mismo, cada uno de
los cuales, como singularidad libre, tiene autosuficiencia absoluta, pero en virtud de la negación de
su inmediatez o deseo no se distingue de la otra, es universal y objetiva, y la universalidad real como
reciprocidad la tiene [cada una] sabiéndose reconocida en el otro libre, y eso lo sabe en tanto ella
reconoce al otro y lo sabe libre.
Esta reaparición[749] universal de la autoconciencia, el concepto, el cual se sabe como subjetividad idéntica consigo en su objetividad,
y que por ello se sabe universal, es la forma de la conciencia de la sustancia de toda espiritualidad esencial, de la familia, de la patria,
del estado; lo es igualmente de todas las virtudes, del amor, de la amistad, de la valentía, del honor y de la fama. Pero este aparecer
de lo sustancial puede también separarse de lo sustancial y mantenerse de por sí como honor sin contenido, prestigio hueco, etc.
§ 437
Esta unidad de la conciencia y la autoconciencia contiene primeramente a los singulares
apareciendo cada uno en el otro. Pero la distinción entre ellos es, en esta identidad, la variedad
enteramente indeterminada o, más bien, una distinción que no es tal. La verdad de las dos es por
consiguiente la universalidad y objetividad de la autoconciencia, universalidad y objetividad que estásiendo en y para sí: la razón.
La razón, en tanto es la idea (§ 213) aparece aquí en la determinación de que la oposición entre concepto y realidad en general,
cuya unidad es la idea, ha tenido aquí la forma más precisa del concepto que ESTÁ-EXISTIENDO para sí, de la conciencia y del objeto
exteriormente presente ante ella.
c. La razón
§ 438
La verdad que está-siendo en y para sí, verdad que es la razón, es la simple identidad de la
subjetividad del concepto y de su objetividad y universalidad. La universalidad de la razón tiene, por
tanto, la significación del objeto meramente dado a la conciencia en cuanto tal, pero que ahora es él
mismo universal, está permeado por el yo y lo abarca; y tiene igualmente la significación del yo
puro, o sea, de la forma que está abarcando al OBJETO y lo abraza dentro de sí.
§ 439
La autoconciencia que es así la certeza de que sus determinaciones son también objetivas, de que
son determinaciones de la esencia de las cosas tanto como pensamientos propios, es la razón; la cual,
en tanto [es] esta identidad, no solamente es la sustancia absoluta, sino la verdad como saber. Ella, en
efecto, tiene aquí como determinidad propia, como forma inmanente, el concepto que ESTÁEXISTIENDO para sí mismo, yo, la certeza de sí mismo como universalidad infinita. —Esta verdad queestá-sabiendo es el espíritu[750].
C
PSICOLOGÍA
El espíritu
§ 440
El espíritu se ha determinado hasta [llegar a ser] la verdad[751] del alma y de la conciencia, [o sea]
de aquella simple totalidad inmediata y de este saber, el cual ahora, como forma infinita, no está
limitado por aquel contenido, no está en relación con él como objeto, sino que es saber de la totalidad
sustancial, ni subjetiva ni objetiva. El espíritu empieza, por tanto, desde su propio ser solamente, y
sólo se relaciona con sus propias determinaciones.
La psicología contempla por consiguiente las facultades o modos universales de la actividad del espíritu como tal (intuir,
representar, recordar, etc., desear, etc.), por un lado, sin el contenido que con arreglo al fenómeno se encuentra en la representación
empírica y en el pensamiento, o en el deseo y en la voluntad y, por otro lado, sin las formas de ser en el alma como determinaciones
naturales y en la conciencia de ser como un objeto suyo presente de por sí. Ésta no es, con todo, una abstracción arbitraria; el espíritu es
precisamente eso, estar por encima de la naturaleza y de la determinidad natural, así como sobre el enredarse con un objeto exterior, es
decir, que [el espíritu] está por encima de lo material en general, tal como ha resultado su concepto. Al espíritu sólo le resta ahora
realizar ese concepto de su libertad, es decir, superar tan sólo la forma de su inmediatez con la que empieza de nuevo. El contenido que
se eleva a intuición son sus sensaciones, del mismo modo que sus intuiciones son lo que se cambia en representaciones y luego las
representaciones en pensamientos, etc.
§ 441
El alma es finita en tanto está determinada inmediatamente o por la naturaleza; la conciencia [es
también finita] en tanto tiene un objeto; el espíritu [lo es] en tanto, no teniendo ya desde luego un
objeto, sí tiene una determinidad en su saber, esto es, por su inmediatez, o lo que es lo mismo, porque
es espíritu subjetivo o [es] como el concepto [752]. Y es indiferente lo que se determina como concepto
suyo o como realidad de él. Puesta la razón objetiva, simplemente infinita, como concepto suyo, la
realidad es entonces el saber o la inteligencia; o tomado el saber como el concepto, entonces su
realidad es esta razón [objetiva] y la realización del saber [consiste en] apropiársela. La finitud del
espíritu consiste, por tanto, en que el saber no abarca el ser-en-sí y para-sí de su razón, o igualmente,
en que ésta, en el saber, no se ha conducido a sí misma hasta la plena manifestación. La razón sólo es
en tanto que infinita siendo a la vez libertad absoluta; [ella] se presupone por tanto a su saber, se
finitiza así y es el eterno movimiento de superar esa inmediatez, comprenderse conceptualmente a sí
misma y ser [entonces] saber de la razón.
§ 442
El progreso del espíritu es desarrollo en tanto su EXISTENCIA, el saber, tiene en sí mismo el ser
determinado en y para sí, es decir, tiene lo racional como haber y fin, [y] la actividad de
transponer [753] es meramente el paso formal a la manifestación y es por eso vuelta a sí mismo. En
tanto el saber afectado por su primera determinidad sólo es primeramente abstracto o formal, la meta
del espíritu es el cumplimiento objetivo [de sí mismo] y con ello, producir a la vez la libertad de su
saber.
Al considerar esto, no hay que pensar en el desarrollo del individuo en secuencia antropológica según la cual las facultades y
fuerzas [del ser humano] se consideran como brotando una tras otra y exteriorizándose [así] en la EXISTENCIA; un proceso progresivo
[éste] a cuyo conocimiento se le concedió un gran valor por un tiempo (en la filosofía de Condillac[754]), como sí ese supuesto ir
brotando natural debiera componer y explicar el surgimiento de las facultades. En esta cuestión, para hacer conceptualmente
comprensibles los variados modos de actividad del espíritu en su unidad y para poner de manifiesto una conexión [propia] de la
necesidad, no hay que negar aquella dirección. Sólo que las categorías ahí utilizadas son en general de clase indigente. En especial lo es
la determinación dominante de tomar lo sensible, desde luego con razón, como lo primero, como situación básica inicial, pero de tal
manera [eso se hace] que, desde este punto de partida, las determinaciones ulteriores aparecen brotando de manera sólo afirmativa, y se
desconoce y pasa por alto lo negativo de la actividad del espíritu, mediante la cual aquella materia se espiritualiza y se supera en tanto
que sensible. En aquella postura lo sensible no es meramente lo primero empírico, sino que así permanece de modo tal que debe ser la
base verdaderamente sustancial.
Igualmente, cuando las actividades del espíritu se contemplan sólo como exteriorizaciones, fuerzas [o facultades] en general, tal
vez con la determinación de la utilidad, es decir, como finalísticamente adecuadas para algún otro interés de la inteligencia o de la
afectividad [755], no está presente entonces ningún fin último. Éste sólo puede ser el concepto mismo y la actividad del concepto sólo
puede tenerlo a él mismo como fin, [esto es,] superar la forma de la inmediatez o de la subjetividad, alcanzarse y captarse, liberarse
hasta [llegar a] sí mismo. De este modo, las llamadas facultades del espíritu en su distintividad sólo han de considerarse como peldaños
de su liberación. Y eso es lo único que se debe retener para el modo de consideración racional del espíritu y de sus distintas actividades.
§ 443
Así como la conciencia tiene por objeto suyo el peldaño que le precede, o sea, el alma natural (§
413), del mismo modo el espíritu tiene por objeto la conciencia, o más bien, se la hace objeto suyo;
esto es, siendo la conciencia la idealidad solamente en sí del yo [juntamente] con su otro (§ 415), el
espíritu pone esa idealidad para sí de tal modo que ahora él sabe esta unidad concreta. Los productos
del espíritu, según la determinación de la razón, lo son por un igual si el contenido está-síendo en sí
como si es suyo según la libertad. Con lo cual, en tanto en su inicio [el espíritu] está determinado, esa
determinidad es doble, [a saber,] la [propia] de lo ente y la de lo suyo; con arreglo a la primera [el
espíritu] ha de encontrar algo dentro de sí como siendo y, con arreglo a la segunda, ha de ponerlo
solamente como lo suyo. Por consiguiente, el camino del espíritu es:
a) ser espíritu teorético, tener que habérselas con lo racional como determinidad suya inmediata y
ponerlo desde ahora como lo suyo; o liberar al saber de la presuposición y con ella de su abstracción
y hacer subjetiva la determinidad. En tanto así el saber está determinado como en y para sí dentro de
sí, la determinidad está puesta como suya, y [el saber] es así como inteligencia libre, el saber es
[entonces];
b) voluntad, espíritu práctico, que es primeramente también formal, tiene un contenido como
contenido solamente suyo, quiere inmediatamente, y libra ahora su determinación volitiva de la
subjetividad de ésta como forma unilateral de su contenido, de tal modo que el espíritu;
c) deviene como espíritu libre en el que está superada aquella doble unilateralidad.
§ 444
El espíritu tanto teorético como práctico están aún en la esfera del espíritu subjetivo en general.
No hay que distinguirlos como [espíritu] pasivo y activo. El espíritu subjetivo es productivo, pero sus
productos son formales. Hacia dentro, el producto del espíritu teorético es solamente su mundo ideal
y ganancia dentro de sí de la autodeterminación abstracta. El espíritu práctico se las ha de haber
solamente, desde luego, con autodeterminaciones, con su materia propia, pero [siendo] ésta siempre
formal todavía, con lo que ha de habérselas es con un contenido limitado para el cual el espíritu
práctico gana la forma de la universalidad. Hacia fuera, en tanto el espíritu subjetivo es unidad del
alma y de la conciencia, y [siendo] con ello también una realidad juntamente antropológica y
adecuada a la conciencia y que está-siendo, sus productos son en lo teorético la palabra y en lo
práctico goce (no aún, hecho y acción).
La psicología se cuenta, como la lógica, entre aquellas ciencias que en los tiempos modernos menos se han beneficiado de la
formación general del espíritu y del profundo concepto de la razón, y se encuentra todavía en un estado muy lamentable. En virtud del
giro de la filosofía kantiana se le ha concedido desde luego una mayor importancia, pero eso de tal manera que en su estado empírico,
como ciencia que no consiste en otra cosa que en recoger empíricamente y analizar los hechos de la conciencia humana y precisamente
como hechos tal como son dados, debe constituir precisamente la base de la metafísica. Con esta concepción de la psicología, según la
cual ella viene a mezclarse con la antropología y con formas que proceden del punto de vista de la conciencia[756], la psicología no ha
cambiado en nada su propio estado, sino que sólo ha añadido todo eso; con lo cual se ha llegado a renunciar, incluso para la metafísica
y para la filosofía en general, así como para el espíritu como tal, al conocimiento de la necesidad de lo que es en y para sí, al
concepto y a la verdad.
a. El espíritu teorético
§ 445
La inteligencia[757] se encuentra determinada; ésta es su aparencia de la que parte en su
inmediatez, pero como saber, la inteligencia es poner esto, lo hallado, como suyo propio. Su
actividad se las tiene que haber con la forma vacía, ha de hallar la razón, y su fin es que su concepto
sea para ella, es decir, que sea razón para sí, con lo que juntamente el contenido llega a ser racional
para la inteligencia. Esta actividad es conocer. El saber formal de la certeza, puesto que la razón es
concreta, se eleva a saber determinado y conceptual. El curso de esta elevación es él mismo racional
y es un paso necesario, determinado por el concepto, de una determinación de la actividad de la
inteligencia (una de las llamadas facultades del espíritu) a otra. La refutación de la aparencia, [o sea,]
hallar lo racional (cosa que es el conocer), parte de la certeza, esto es, de la fe de la inteligencia en su
capacidad para saber racionalmente, [o sea, de la fe] en la posibilidad de poderse apropiar de aquella
razón que la inteligencia y su contenido [ya] son en sí.
La distinción de la inteligencia respecto de la voluntad tiene frecuentemente el sentido erróneo de que ambas se toman como una
EXISTENCIA fija, separada de la otra, de modo que el querer podría darse sin inteligencia o la actividad de ésta sin voluntad. La
posibilidad de que, como se dice, el entendimiento pueda formarse sin el corazón o el corazón sin el entendimiento, que se den
unilateralmente corazones sin entendimiento y entendimientos sin corazón, sólo prueba en cualquier caso que se dan EXISTENCIAS en
sí mismas falsas, pero la filosofía no es quien ha de tomar como verdad tales falsedades del existir y de la representación, ni ha de
tomar como naturaleza de una cosa lo malo de ella. —Muchas otras formas corrientemente atribuidas a la inteligencia (que recibe
impresiones de fuera, que las percibe, que las representaciones surgen por la acción de cosas exteriores como causas, etc.) son propias
de categorías y de un punto de vista que no es el del espíritu ni el de la contemplación filosófica.
Una forma [de éstas] muy estimada, propia de la reflexión, es la de las fuerzas[758] y facultades del alma, de la inteligencia o del
espíritu. —La facultad, como la fuerza, es la determinidad de un contenido [que ha sido] fijada, representada como reflexión-hacia-sí.
La fuerza (§ 136) es precisamente la infinitud de la forma, de lo interior y lo exterior, pero su finitud esencial contiene la indiferencia
del contenido ante la forma (N al § citado). Ahí reside la sinrazón que se introduce por esta forma de la reflexión y por la
contemplación del espíritu como un conjunto de fuerzas en él, tal como [se hace] también en la naturaleza. Lo que puede ser distinto en
su actividad se retiene como una determinidad autosuficiente y de esta manera el espíritu se convierte en un conjunto osificado y
mecánico. Y en este asunto tampoco se aporta una distinción relevante, si en lugar de facultades y fuerzas, se utiliza la expresión
actividades[759]. Aislar las actividades hace igualmente del espíritu una mera entidad agregada y se contempla [entonces] la relación
entre tales actividades como una referencia exterior y contingente.
El obrar de la inteligencia en tanto espíritu teorético ha sido llamado conocer, no en el sentido de que la inteligencia entre otras
cosas también conozca, y además intuya, represente, recuerde, imagine, etc.; una tal posición está vinculada en primer lugar a esta
parcelación, ahora mismo censurada, de las actividades del espíritu, pero también se vincula con la gran cuestión de los tiempos
modernos, a saber, la de si es posible el conocimiento verdadero, es decir, el conocimiento de la verdad; así que, si resulta que ese
conocimiento no es posible, tendríamos que renunciar a ese esfuerzo. Los muchos aspectos, razones y categorías con que una reflexión
extrínseca hincha el alcance de esta cuestión encuentran su solución en su lugar[760]; cuanto más exteriormente se comporta el
entendimiento al tratar este asunto, tanto más difuso se le hace un objeto simple. He aquí el sitio del simple concepto del conocer el cual
se opone enteramente al punto de vista general de aquella pregunta, a saber, aquel que cuestiona la posibilidad del conocimiento
verdadero en general y que considera como una posibilidad y [objeto de] decisión el dedicarse a conocer o el dejar de hacerlo. El
concepto del conocer ha resultado como [igual a] la inteligencia misma, como la certeza misma de la razón; la realidad efectiva de la
inteligencia es, por tanto, el conocer mismo. De ahí se sigue por consiguiente que es disparatado hablar de la inteligencia y al mismo
tiempo, sin embargo, de la posibilidad o de la decisión de conocer. Pero el conocimiento es verdadero precisamente en tanto se realiza
de manera efectiva, esto es, en tanto sienta para sí su concepto. Esta determinación formal tiene su sentido concreto en lo mismo en que
lo tiene el conocimiento. Los momentos de su actividad realizadora son intuir, representar, recordar, etc.; esas actividades no tienen ningún
otro sentido inmanente [que conocer]; su único fin es el concepto del conocer (véase § 445 N). Solamente cuando estas actividades se
aíslan, uno se representa, por una parte, que podrían ser útiles para otra cosa como lo son para el conocer y, por otra parte, [cree] que
ellas persiguen su propia satisfacción; y entonces se ensalzan los goces del intuir, del recordar, del fantasear, etc. Cierto que el intuir,
fantasear, etc., aunque sea aisladamente, o sea, sin espíritu, pueden proporcionar satisfacción; lo que constituye la determinación
fundamental en la naturaleza física, el ser-afuera-de-sí, o sea, que los momentos de la razón inmanente se expongan uno fuera de otro,
da lugar en la inteligencia, por un lado, al arbitrio, y por otro lado, a la inteligencia le sucede tal cosa en tanto es sólo natural, es decir,
ineducada. Sin embargo, la verdadera satisfacción (se concede) la proporciona únicamente la intuición penetrada de entendimiento y
espíritu, la representación racional o penetrada de razón, los productos de la fantasía que plasman ideas, etc., es decir, intuiciones,
representaciones, etc., cognoscentes. Lo verdadero a lo cual se atribuye esa satisfacción reside en que el intuir, representar, etc., no estén
aislados, sino en que estén presentes solamente como momentos de la totalidad, o sea, del conocer mismo.
α) Intuición
§ 446
El espíritu, que como alma está naturalmente determinado, y que como conciencia está en
relación con esta determinidad como OBJETO exterior, como inteligencia sin embargo 1) se encuentra
así determinado a sí mismo, es su propio sordo tejer dentro de sí, con lo cual es para sí mismo de
índole material y tiene toda la materia de su saber. Por causa de la inmediatez en la que él así
primeramente se encuentra, el espíritu es simple en esa inmediatez, es solamente como un espíritu
singular y subjetivo [en sentido] corriente, y aparece así como sentiente.
Cuando ya antes el sentimiento se presentó [761] (§ 399 y ss.) como un modo de EXISTENCIA del alma, el hallar o la inmediatez
tenían allí esencialmente la determinación del ser natural o de la corporeidad; aquí empero [se trata] sólo abstractamente de la
inmediatez en general.
§ 447
La forma del sentimiento es que éste, desde luego, es una afección determinada, pero esa
determinidad es simple. Por ello, aunque su contenido sea el más sólido y verdadero, un sentimiento
tiene [siempre] la forma de una particularidad contingente, aparte de que su contenido puede ser
también el más menesteroso y menos verdadero.
Que el espíritu tiene en su sentimiento el material de sus representaciones es una suposición general, pero [hecha] más frecuentemente
en sentido opuesto al que tiene aquí esta tesis. Contra la simplicidad del sentimiento se suele más bien suponer el juicio en general como
lo originario, es decir, la distinción [propia] de la conciencia entre un sujeto y un objeto; la determinidad de la sensación se deduce
entonces de un objeto autosuficiente exterior o interior[762]. Aquí, en la verdad del espíritu, se ha ido abajo este punto de vista de la
conciencia, opuesto al idealismo del espíritu, y el material del sentimiento más bien se ha puesto ya como inmanente al espíritu. Por lo
que se refiere al contenido, es un prejuicio común que en el sentimiento hay más que en el pensamiento; eso se estipula sobre todo
cuando se trata de los sentimientos religiosos o morales[763]. El material que el espíritu es para sí mismo como semiente ha resultado
aquí también como ser de la razón, en y para sí determinado. Entra, por tanto, en el sentimiento todo contenido racional y, más
exactamente, todo contenido espiritual también. Pero la forma de la singularidad afectada de mismidad que el espíritu tiene en el
sentimiento es la más baja y peor, en la cual él no está como libre, es decir, como universalidad infinita, y su haber y contenido son más
bien como algo contingente, subjetivo, particular. Sensibilidad formada, verdadera sensibilidad, lo es [tan sólo] la sensibilidad de un
espíritu formado que ha adquirido la conciencia de distinciones determinadas, de relaciones esenciales, de determinaciones verdaderas,
etc., y, con esa conciencia, este material [entonces] justificado es el que entra en su sentimiento, es decir, recibe esta forma. El sentimiento
es la forma inmediata y a la vez más presente en la cual se comporta el sujeto en relación con un contenido dado; en primer término el
sujeto reacciona en contra con su sentimiento de sí, el cual puede ser desde luego más sólido y amplio que un punto de vista unilateral
del entendimiento, pero [que puede ser] también más limitado y deficiente; en todo caso ésta es la forma de lo particular y subjetivo.
Cuando en relación con algo un ser humano no invoca la naturaleza y el concepto de la COSA, o invoca por lo menos razones que sean
la universalidad del entendimiento, sino que apela a su sentimiento, no queda entonces sino dejarlo estar, porque obrando así escapa a
la comunidad de lo racional y se encierra en su subjetividad aislada, en la particularidad.
§ 448
2) En la disyunción de este hallar inmediato, el primer momento es aquella dirección idéntica y
abstracta del espíritu [que se da] tanto en el sentimiento como en las ulteriores determinaciones suyas,
la atención, sin la cual nada es para él; es el recuerdo activo, el momento de lo suyo, pero como
autodeterminación todavía formal de la inteligencia. El segundo momento es que la inteligencia pone
frente a esta interioridad suya la determinación del sentimiento como un ente, pero como algo
negativo, como el abstracto ser-otro de sí mismo. La inteligencia determina así el contenido de la
sensación como un ente fuera de ella, lo arroja fuera en el espacio y en el tiempo que son las formas
en las cuales la inteligencia es intuitiva. Según la conciencia, el material es solamente objeto de ella,
un otro relativo; pero este material recibe del espíritu la determinación racional de ser lo otro de sí
mismo (cfr. §§ 247, 254).
§ 449
3) La inteligencia, como unidad concreta de los dos momentos dichos y, más exactamente,
estando inmediatamente interiorizada en sí misma[764] en ese material que-está-siendo exteriormente
y, en [este] su recuerdo de sí, estar inmersa [a la vez] en el ser-exterior-a-sí, es intuición.
§ 450
Hacia este ser suyo exterior-a-sí y frente a él, dirige la inteligencia su atención de manera
igualmente esencial y es el despertar a sí misma en esta inmediatez suya, su recuerdo dentro de sí en
la inmediatez; de este modo, la intuición es esto concreto del material y de sí misma, lo suyo, de
manera que ya no necesita más de esta inmediatez ni necesita hallar el contenido: la representación.
β) La representación
§ 451
La representación, como intuición recordada[765], es el término medio entre el inmediato
encontrarse-determinado de la inteligencia y ella misma en su libertad, o sea, el pensamiento. La
representación es lo suyo de la inteligencia [afectada] aún de subjetividad unilateral, [pero [766]] en
tanto esto suyo está aún condicionado por la inmediatez, no es el ser en ello. El camino de la
inteligencia en las representaciones es tanto hacer interior la inmediatez, ponerse intuyéndose en sí
misma, como es igualmente superar la subjetividad de la interioridad y en ella misma exteriorizarse
de sí y en su propia exterioridad estar en sí misma. Sin embargo, partiendo el representar de la
intuición y de su materia hallada, esta actividad está todavía afectada por esta diferencia y sus
productos concretos en ella son todavía síntesis que sólo en el pensamiento alcanzarán la inmanencia
concreta del concepto.
1) El recuerdo[767]
§ 452
Tal como primeramente [lo hacía] la intuición, recordando, la inteligencia pone el contenido del
sentimiento en su interioridad, en su propio espacio y en su propio tiempo. De este modo ese
contenido es αα) imagen [como contenido tan] liberado de su primera inmediatez y abstracta
singularidad ante otro, cuanto asumido en la universalidad del yo en general. La imagen ya no tiene
la determinidad completa que tenía la intuición, es arbitraria o contingente y está generalmente
aislada del lugar externo, del tiempo y del contexto inmediato en el que estaba.
§ 453
ββ) La imagen es de suyo fugaz y la inteligencia como atención es su tiempo y también su
espacio, su cuándo y su dónde. Pero la inteligencia no es solamente la conciencia y existencia de sus
propias determinaciones, sino que como tal es el sujeto y el en-sí de sus determinaciones; recordada
en ella, la imagen que ya no está existiendo, está conservada inconscientemente.
Comprender la inteligencia en tanto es este pozo oscuro [768] en el que se guarda un mundo infinito de numerosas imágenes y
representaciones, sin que estén en la conciencia, es por un lado [769] la exigencia universal de comprender el concepto como concreto, de
comprenderlo como la semilla, por ejemplo, que contiene de manera positiva, como posibilidad virtual[770], todas las determinidades
que sólo vienen a la existencia en el desarrollo del árbol. La incapacidad para captar este universal en sí mismo concreto y que, sin
embargo, permanece simple, es lo que ha dado ocasión para guardar las representaciones particulares en fibras particulares y
localizaciones[771]; [según este modo de ver] lo distinto sólo debe tener esencialmente una EXISTENCIA espacial también parcelada.
—Pero la semilla logra el regreso a su simplicidad, a la EXISTENCIA del ser-en-sí, desde las determinidades que sólo existen en otro,
es decir, en la semilla del fruto. Pero la inteligencia es como tal la existencia libre del ser-en-sí que en su desarrollo se ha recordado
dentro de sí. Por otro lado, por tanto, hay que captar la inteligencia como este pozo inconsciente, es decir, como universal existente en
el que lo distinto no está puesto aún como discreto. Y este en-sí es precisamente la primera forma de la universalidad que se ofrece en el
representar.
§ 454
γγ) Esa imagen conservada de modo abstracto precisa para su existencia de una intuición
existente. Lo que se llama recuerdo es propiamente la referencia de la imagen a una intuición y
precisamente como subsunción de la intuición inmediata y singular bajo lo universal según la forma,
[o sea] bajo aquella representación que es el mismo contenido; de este modo la inteligencia es
interior a sí en la sensación determinada y en la intuición de ella, y conoce a ésta como lo ya suyo, al
mismo tiempo que aquella imagen que primero sólo le era interior la sabe ahora también como lo
inmediato de la intuición y como lo conservado en ella. La imagen que en el pozo de la inteligencia
era sólo propiedad suya, con la determinación de la exterioridad la tiene también en posesión desde
ahora. Con lo cual [la imagen] viene puesta, al mismo tiempo, como distinguible respecto de la
intuición y separable de la simple noche en la que estaba primeramente inmersa. De este modo la
inteligencia es el poder de exteriorizar su propiedad[772] que no necesita ya de la intuición exterior
para que esa propiedad EXISTA en ella. Esta síntesis de la imagen interior con la existencia recordada
es la representación propiamente dicha, por cuanto lo interior tiene ahora también en sí mismo la
determinación de poderse colocar ante la inteligencia[773], o sea, de tener existencia en ella.
2) La imaginación
§ 455
αα) La inteligencia, activa en esta posesión, es la imaginación reproductora, el surgimiento de las
imágenes desde la propia interioridad del yo, el cual es desde ahora el poder de las imágenes. La
referencia más próxima de las imágenes es la del espacio y tiempo del yo con el espacio y tiempo
inmediatamente exterior conservado. —Sin embargo, en el sujeto en el que está conservada, la
imagen sólo tiene aquella individualidad a la que están vinculadas las determinaciones de su
contenido; por el contrario, su concreción inmediata, es decir, aquella concreción que la imagen tiene
en la intuición como una sola cosa y que en primer lugar sólo es espacial y temporal, está ahora
disuelta. El contenido reproducido, como perteneciente a la unidad idéntica de la inteligencia consigo
misma y en tanto representado sacándolo de su pozo universal, tiene [el carácter de] una
representación universal como referencia asociativa a imágenes o representaciones más abstractas o
más concretas con arreglo a otras circunstancias.
Las llamadas leyes de la asociación de ideas[774] han adquirido un gran interés, principalmente con el florecimiento de la psicología
empírica contemporáneo a la decadencia de la filosofía. Para empezar: lo que se asocia no son ideas. En segundo lugar, esos modos de
enlazarse no son leyes, ya que son tantas leyes sobre la misma COSA, por lo que arbitrariedad y contingencia, que son lo contrario de
una ley, más bien la suplantan; es contingente [en esas presuntas leyes] que lo enlazado sea algo imaginario o una categoría del
entendimiento, que sea igualdad o desigualdad, razón o consecuencia, etc. Avanzar entre imágenes y representaciones con arreglo a la
imaginación asociativa es en general el juego de un representar carente de pensamiento, en el cual la determinación de la inteligencia es
generalmente la universalidad todavía formal y el contenido es el dado en las imágenes. En la medida en que se prescinde de la
determinación formal más exacta que ya hemos dado, imagen y representación se distinguen entre sí, según el contenido, en que la
imagen es la representación sensible más concreta; la representación, sea su contenido algo imaginativo, sea concepto o idea, posee en
general el carácter de ser algo dado e inmediato con arreglo al contenido, aunque pertenezca a la inteligencia. El ser, el encontrarsedeterminado de la inteligencia adhiere aún a la representación, y la universalidad que recibe aquella materia por medio del representar es
aún la universalidad abstracta. La representación es el término medio en el silogismo de la elevación de la inteligencia; es el enlace de
las dos significaciones de la referencia-a-sí, a saber, del ser y de la universalidad que en la conciencia están determinadas como objeto
y sujeto. La inteligencia completa lo hallado con la significación de la universalidad, y completa lo propio, lo interior, con la significación
del ser, puesto empero por ella. —Sobre la distinción entre representaciones y pensamientos cfr. Introd. § 20 N [775].
La abstracción que tiene lugar en la actividad representativa, mediante la cual se producen representaciones universales (y las
representaciones como tales tienen ya la forma de la universalidad en ellas) se expresa frecuentemente como un caer-una-sobre-otra de
muchas imágenes semejantes para hacer así comprensible la universalización. Pero si este caer-una-sobre-otra no ha de ser pura
casualidad, es decir, lo aconceptual, debería admitirse una fuerza de atracción, o algo parecido, de las imágenes semejantes, la cual
sería a la vez el poder negativo de limar lo aún desigual de las mismas[776]. Esta fuerza es efectivamente la inteligencia misma, el yo
idéntico consigo, que mediante su recuerdo [interiorizador] da inmediatamente universalidad a las imágenes y subsume la intuición
singular bajo la imagen ya interiorizada (§ 453).
§ 456
También la asociación de las representaciones se ha de captar, por tanto, como subsunción de las
representaciones singulares bajo una representación universal que constituye su conexión. Pero la
inteligencia no es en sí misma forma universal solamente, sino que su interioridad es subjetividad
concreta, determinada en sí misma por un haber propio que procede de algún interés, de algún
concepto que está-siendo-en-sí o de alguna idea, en la medida en que se puede hablar anticipadamente
de un contenido tal[777]. La inteligencia es el poder sobre la acumulación de las imágenes y
representaciones que le pertenecen y es así ββ) enlace libre y subsunción de ese cúmulo bajo el
contenido propiamente dicho. La inteligencia, habiéndose recordado así en sí misma
determinadamente en aquel cúmulo y haciéndolo imagen como contenido propio, es fantasía o
imaginación simbolizadora, alegorizadora o fabuladora[778] Estas imágenes individualizadas, más o
menos concretas, son aún síntesis, por cuanto la materia, en la que el haber [779] subjetivo se da una
existencia representativa, procede de lo hallado de la representación.
§ 457
En la fantasía, la inteligencia está completa para intuirse a sí misma en ella en tanto su haber,
tomado de ella misma, tiene EXISTENCIA icónica[780]. Esta configuración imaginativa de la intuición de
sí mismo es subjetiva, le falta todavía el momento de lo ente. Pero en esa unidad del haber interior y
del material, la inteligencia ha regresado igualmente a la idéntica referencia a sí como inmediatez en
sí. Del mismo modo que ella como razón parte de la apropiación de lo inmediato hallado en ella
misma (§ 445, cfr. § 455 N), esto es, lo determina como universal, su acción como razón (§ 438) ha
de partir de este punto ya alcanzado, [a saber], determinar como ente lo [que fue] completado en ella
hasta [hacerse] autointuición concreta, o sea, determinarse a sí misma a ser, a hacerse cosa. Siendo
activa en esta determinación, la inteligencia está exteriorizándose, está produciendo intuición: γγ)
fantasía productora de signos.
La fantasía es el punto medio en el cual lo universal y el ser, lo propio y lo ser-hallado, lo interior y lo exterior están perfectamente
unidos en una sola cosa.
Las precedentes síntesis de la intuición, recuerdo, etc., son uniones de esos mismos momentos, pero son síntesis; sólo en la fantasía la
inteligencia ya no es aquel pozo indeterminado y lo universal, sino que es como singularidad, esto es, como subjetividad concreta en la
cual la referencia a sí está tan determinada al ser como a la universalidad. Las imágenes de la fantasía se reconocen generalmente
[como aptas] para [llevar a cabo] esas uniones de lo propio e interior del espíritu con lo intuible, [el estudio de] su contenido más
determinado corresponde a otros campos. Este taller interior debe ser aquí captado con arreglo a aquellos momentos abstractos
solamente. —Como actividad de esa unión, la fantasía es razón, pero solamente la razón formal, por cuanto el haber de la fantasía
como tal es indiferente, mientras que la razón como tal determina también el contenido hasta [hacerlo] verdad.
Queda todavía algo que destacar, a saber, que al conducir la fantasía el haber interior hasta [hacerlo] imagen e intuición, y eso se
expresa [diciendo] que la fantasía lo determina como siendo, tampoco ha de parecer chocante la expresión de que la inteligencia se hace
ente o cosa, pues el haber de la inteligencia es ella misma, como también lo es la determinación dada por ella a ese contenido. La
imagen producida por la fantasía solamente es subjetivamente intuitiva; en el signo la inteligencia le añade intuitividad propiamente dicha;
y en la memoria mecánica, la inteligencia completa en ella misma esta forma del ser.
§ 458
En esta unidad procedente de la inteligencia, unidad de representación autosuficiente y de una
intuición, la materia de esta última es primeramente algo percibido, desde luego, algo inmediato o
dado (p. e. el color de la escarapela o cosas parecidas). Pero en esta identidad, la intuición no vale
como positiva y representándose a sí misma, sino representando algo otro. La intuición es una
imagen que ha recibido en ella como alma una representación autosuficiente de la inteligencia, ha
recibido su significado. Esta intuición es el signo.
El signo es una cierta intuición inmediata que representa un contenido enteramente otro que el que tiene de suyo [781]; es [como] la
pirámide en la cual se ha colocado un alma extraña y la cobija. El signo es distinto del símbolo; [éste es] una intuición cuya
determinidad propia según su esencia y concepto es más o menos aquel contenido que la intuición expresa como símbolo; por el
contrario, en el signo en cuanto tal nada tienen que ver el contenido propio de la intuición y el contenido del que ella es signo. Como
significadora [782], por tanto, la inteligencia demuestra un arbitrio y dominio más libres en el uso de la intuición que como simbolizadora.
Usualmente el signo y el lenguaje se envían a algún otro lugar como apéndice, a la psicología, o incluso a la lógica[783], sin pensar
en su necesidad ni en su conexión dentro del sistema [global] de la actividad de la inteligencia. El verdadero lugar del signo es el que
hemos indicado, a saber, el de la inteligencia que, en tanto intuitiva, genera la forma del tiempo y del espacio, pero que aparece
asumiendo el contenido sensible y dando forma icònica[784] a representaciones partiendo de este material; desde ella misma da ahora a
sus representaciones autosuficientes una existencia determinada, espacio y tiempo llenos, utiliza la intuición como cosa suya, cancela su
contenido inmediato y peculiar, y le da otro contenido hasta [hacerlo] significación y alma. —Esa actividad creadora de signos puede
llamarse preferentemente memoria productiva (la mnemosyne primeramente abstracta), por cuanto la memoria, que en la vida común se
usa frecuentemente como equivalente y como sinónimo del recuerdo, e incluso de la representación y la imaginación, sólo tiene que ver
en general con signos.
§ 459
La intuición, que como inmediata es en primer lugar algo dado y espacial, en tanto se utiliza
[haciéndola] un signo recibe la determinación esencial de ser solamente en tanto superada. La
inteligencia es esta negatividad suya; así, la figura más verdadera de la intuición que es un signo es
una existencia en el tiempo; un desaparecer de la existencia en tanto el signo es (y lo es según su
determinidad externa y psíquica ulterior) un ser-puesto de la inteligencia procedente de su propia
naturalidad (antropológica): la voz, la plena exteriorización de la interioridad que se da a conocer. La
voz, articulándose ulteriormente para las representaciones determinadas, la locución[785], y su
sistema, el lenguaje da a las sensaciones, intuiciones y representaciones una segunda existencia
superior a su existencia inmediata; una existencia que vale en el campo del representar.
El lenguaje se estudia aquí solamente con arreglo a la determinidad que le es peculiar de manifestar las representaciones de la
inteligencia como producto suyo en un elemento exterior. Si tuviéramos que tratar del lenguaje de manera concreta, sería preciso invocar
de nuevo el punto de vista antropológico y, más precisamente, el psíquico-fisiológico (§ 401) para estudiar el aspecto material (léxico);
para la forma (la gramática), habría que anticipar el punto de vista del entendimiento [786]. Para [explicar] el material elemental del
lenguaje se ha perdido [hoy], por una parte, la representación de la pura casualidad, pero, por otra parte, el principio de la copia se ha
limitado al pequeño ámbito de los objetos sonoros. Con todo, se puede oír todavía cómo se ensalza el idioma alemán por causa de la
riqueza de expresiones que posee para sonidos particulares (susurrar, silbar, chirriar, etc., hasta coleccionar más de un centenar; el humor
de cada momento encontrará más, si así lo quiere); una tal abundancia en lo sensible y carente de significado no es con lo que hay que
contar, no es lo que debe constituir la riqueza de una lengua cultivada. Incluso lo más propiamente elemental no descansa tanto en
simbolismos que se refieren a objetos exteriores, cuanto en simbolismos internos, a saber, de la articulación antropológica de la expresión
lingüística corporal como algún modo de mímica [787]. Así se ha buscado un significado propio para cada vocal y consonante, como
también para sus elementos más abstractos (movimiento de los labios y del paladar, movimientos de la lengua) y sus combinaciones[788].
Pero rodos esos inicios inconscientes y apáticos se modifican [luego] esencialmente hasta lo imperceptible y no significativo, por causa de
necesidades tan exteriores como las educativas que habiendo así rebajado esos mismos inicios, en tanto intuiciones sensibles, a signos [de
esas necesidades] desvanecen y disuelven su significación propia originaria. Pero lo formal del lenguaje es la obra del entendimiento el
cual configura[789] en él sus categorías; este instinto lógico produce lo gramatical del lenguaje. El estudio de las lenguas que perviven
desde los orígenes, y que sólo en los tiempos modernos se han empezado a conocer a fondo, ha mostrado que contienen una gramática
muy formada en sus detalles y que expresan distinciones que faltan o se han borrado en las lenguas de pueblos más cultos; parece que
las lenguas de los pueblos más cultivados tienen la gramática más imperfecta, y que la misma lengua en estadios menos educados de su
pueblo tiene una gramática más perfecta que en los estadios de cultura superior. Cfr. W. v. Humboldt, Über den Dualis I, 10, 11 [790].
Al lenguaje oral [considerado] como el originario se le puede añadir el lenguaje escrito, aunque aquí sólo podremos tratarlo de
paso. Se trata únicamente de una configuración más adelantada en el campo particular del lenguaje que una actividad práctica exterior
toma como ayuda. El lenguaje escrito se extiende por el campo del inmediato intuir espacial del que recoge (§ 454) y produce los signos.
Más concretamente, la escritura jeroglífica significa las representaciones mediante figuras espaciales, mientras la escritura alfabética,
por el contrario, significa voces que son ya, a su vez, signos. Por consiguiente, esta escritura consiste en signos de signos y eso de tal
manera que disuelve los signos concretos del lenguaje hablado, las palabras, en sus elementos simples y designa estos elementos.
—Leibniz se ha dejado extraviar por su entendimiento al considerar como muy deseable para la comunicación de los pueblos, y en
especial de los sabios, un lenguaje escrito completo formado de manera jeroglífica[791], cosa que ya sucede ciertamente en la escritura
alfabética (como en nuestros signos numéricos, planetarios, químicos, etc.). Se puede sostener, sin embargo, que la comunicación entre
los pueblos trajo más bien consigo la necesidad de los caracteres en forma de letras y su invención, como fue quizá el caso de la
Fenicia[792] y como hoy sucede en Cantón (véase el viaje de Macartney según Staunton[793]). Por lo menos no hay que pensar en un
lenguaje jeroglífico apto para todo; los objetos sensibles son desde luego adecuados como signos permanentes; pero como signos de lo
espiritual, el progreso de la formación de pensamientos y el desarrollo lógico progresivo traen consigo pareceres cambiados sobre sus
relaciones internas y, por consiguiente, también sobre su naturaleza, de modo que entonces se introduciría también otra determinación
jeroglífica. Eso ya sucede de todas maneras con los objetos sensibles, a saber, que sus signos en el lenguaje hablado, o sea, sus nombres
se cambian frecuentemente, como ocurre p. e. con los nombres químicos y también mineralógicos. Desde que se ha olvidado lo que son
los nombres en cuanto tales, a saber, cosas exteriores, de suyo sin sentido, que sólo como signos tienen significación, desde que en
lugar de nombres propios se exige la expresión de algún modo de definición y ésta a su vez se forma de manera arbitraria y contingente,
se cambia la denominación [de las cosas], es decir, se cambia únicamente la composición de los signos de su determinación genérica o de
otras características que se reputan propiedades, [siempre] de acuerdo con los distintos pareceres que se tienen acerca del género o de
alguna propiedad que debería ser específica. —Solamente a lo estático de la cultura china resulta adecuada la escritura jeroglífica de
ese pueblo; de todas maneras, esta clase de escritura sólo puede ser de interés para la pequeña parte de un pueblo que mantiene la
propiedad exclusiva de la cultura espiritual. —La formación del lenguaje oral está ligada también en su exactitud al hábito de la escritura
alfabética, sólo mediante la cual el lenguaje hablado adquiere la determinidad y pureza de su articulación. La imperfección de la lengua
china hablada es bien conocida; un buen número de sus palabras tienen muchas significaciones enteramente distintas que llegan hasta diez
e incluso hasta veinte, de modo que al hablar, la distinción sólo puede ser indicada mediante el acento, intensidad, voz baja o a voces.
Los europeos que empiezan a hablar chino antes de haber aprendido estas absurdas finuras de la acentuación, caen en los equívocos más
cómicos. La perfección consiste aquí en lo contrario del parler sans accent[794] que con razón se exige en Europa del hablar educado.
Por causa de la escritura jeroglífica le falta al lenguaje vocal chino la determinidad objetiva que por medio de la escritura alfabética se
adquiere en la articulación.
La escritura alfabética es en sí y de por sí la más inteligente; en ella la palabra, que es el modo de exteriorización de sus
representaciones más propio y digno de la inteligencia, se ha llevado a la conciencia y se ha hecho objeto de la reflexión. En esta
ocupación de la inteligencia con el lenguaje se analiza, es decir, se reduce esta efección de signos a sus pocos y simples elementos (los
gestos o movimientos originarios del articular); estos elementos son lo sensible de la locución llevado a la forma de la universalidad y
que alcanza a la vez, en este modo de elementos [del lenguaje], completa determinidad y pureza. Con ello el escrito alfabético retiene
también la ventaja del lenguaje hablado, consistente en que tanto en uno como en otro las representaciones tienen nombre propio; el
nombre es el signo simple de la representación propia, es decir, la representación simple, no disuelta en sus determinaciones y compuesta
por ellas. El lenguaje jeroglífico no surge del análisis inmediato de los signos sensibles, como el alfabético, sino del análisis previo de
las representaciones, a partir de lo cual se capta entonces fácilmente el pensamiento de que todas las determinaciones pueden ser
retrotraídas a sus elementos, o sea, a las simples determinaciones lógicas, de tal modo que a partir de los signos elementales escogidos
con este fin (como ocurre en el koua chino con la simple recta y con el trazo cortado en dos fragmentos y mediante su composición se
generaría el lenguaje jeroglífico). Esta circunstancia de la designación analítica de las representaciones en el escrito jeroglífico es lo que
ha extraviado a Leibniz y le ha hecho sostener la superioridad de este lenguaje sobre el escrito alfabético [795]; [pero esta circunstancia]
es más bien la que contradice la necesidad básica del lenguaje en general, es decir, la necesidad del nombre para tener la representación
inmediata, la cual, aunque su contenido sea tan rico como se quiera, es simple para el espíritu, y permite tener también en el nombre un
simple signo inmediato que como un ser de por sí no ofrece nada que pensar y sólo tiene la determinación de significar la simple
representación en cuanto tal y representarla sensiblemente. La inteligencia que representa no hace solamente eso, el demorarse en la
simplicidad de las representaciones como igualmente condensarlas a partir de los momentos más abstractos en que fueron analizadas,
sino que el pensar resume también bajo la forma de un pensamiento simple el contenido concreto [de la representación] partiendo del
análisis en el que ese contenido se convirtió [primero] en un conjunto de muchas determinaciones. Es menester que ambos tengan esos
signos, simples desde el punto de vista de la significación, y que, consistiendo en varias letras o sílabas o incluso habiéndose
desmenuzado en ellas, no ofrecen, sin embargo, un conjunto de varias representaciones. —Lo que acabamos de decir constituye la
determinación básica para decidir sobre el valor de estos lenguajes escritos. De lo que también se sigue que con la escritura jeroglífica se
han de complicar y confundir necesariamente las referencias de las representaciones espirituales concretas y que el análisis de esas
representaciones, cuyos productos próximos han de ser a su vez nuevamente analizados, aparece de todas maneras de la forma más
variada y discrepante. Cada discrepancia en el análisis traería consigo otra imagen del nombre escrito, como [ha sucedido] en los tiempos
modernos, de acuerdo con la observación que hicimos[796], precisamente en el campo sensible en el que el salfumante ha cambiado de
nombre varias veces[797]. Un lenguaje escrito jeroglífico implicaría una filosofía tan estática como lo es en general la cultura china.
De lo dicho se sigue aún que el aprendizaje de la lectura y de la escritura alfabética ha de ser visto como un medio de formación
infinito, no suficientemente apreciado, por cuanto lleva el espíritu desde lo concreto sensible hasta la atención a lo más formal, a la
palabra oral y a sus elementos abstractos, y aporta algo esencial para fundamentar y purificar el suelo de la interioridad en el sujeto. —
El hábito conseguido anula también más tarde, en beneficio de la vista, la peculiaridad del lenguaje alfabético [o escrito con letras], a
saber, que aparezca como un rodeo que alcanza la representación a través de lo audible; el lenguaje escrito se convierte así para
nosotros en un escrito jeroglífico de tal modo que, cuando lo usamos, no necesitamos [ya] hacemos conscientes de la mediación de la
voz. Por el contrario, las personas que tienen poco hábito de lectura pronuncian lo leído para sí mismas para entenderlo en su sonido.
Aparte de que con esa prontitud que transformó en jeroglífico lo escrito con letras, se conserva la capacidad de abstracción que se
adquirió en el primer aprendizaje, y la lectura jeroglífica es por sí misma una lectura sorda y una escritura muda; lo audible o temporal y
lo visible o espacial tienen precisamente, cada uno de ellos, su base propia que los hacen valer en principio por igual; en la escritura con
letras, sin embargo, hay una base única y precisamente en la correcta relación de que el lenguaje visible se relaciona con el sonoro sólo
como signo; la inteligencia se exterioriza inmediata e incondicionadamente por el habla. —La mediación de las representaciones a través
de lo menos sensible de los sonidos se mostrará luego en su esencialidad peculiar para el paso siguiente desde el representar al pensar, o
sea, para la memoria.
§ 460
El nombre, como enlace de la intuición producida por la inteligencia y su significado, es
primeramente un producto singular y efímero, y el enlace de la representación como algo interior
con la intuición como algo exterior es él mismo exterior. El recuerdo [798] de esta exterioridad es la
memoria.
3) Memoria
§ 461
La inteligencia como memoria frente a la intuición de la palabra, recorre las mismas actividades
que recorría el recuerdo interiorizador como representación en general frente a la primera intuición
inmediata (§ 451 y ss.). αα) Haciendo suyo aquel enlace en que el signo consiste, la inteligencia eleva
el enlace singular a universal mediante este recuerdo interiorizador, o sea, a enlace permanente, en el
que quedan objetivamente vinculados para ella nombre y significación, y convierte la intuición, que
es primeramente el nombre, en una representación, de tal modo que habiéndose identificado el
contenido, el significado y el signo, son ahora una sola representación, y siendo concreto el
representar en su interioridad, el contenido es como existencia suya: la memoria que retiene
nombres.
§ 462
El nombre es así la cosa tal como ella está presente y tiene valor en el reino de la representación.
La ββ) memoria reproductora tiene y conoce la COSA en el nombre y, con la COSA, tiene y conoce el
nombre, sin intuición ni imagen. El nombre como existencia del contenido en la inteligencia es la
exterioridad de ella misma en ella, y el recuerdo del nombre como recuerdo de la intuición producida
por ella es a la vez la exteriorización en la que ella se pone en sí misma. La asociación de los
nombres particulares reside en la significación de las determinaciones de la inteligencia sensante,
representadora o pensante, determinaciones de las que ella recorre series dentro de sí como sensante,
etc.
Con el nombre «león» no necesitamos la intuición de ese animal ni tan siquiera su imagen, sino que el nombre en tanto lo
entendemos, es la simple representación sin imagen. Es en el nombre donde[799] pensamos.
La mnemotecnia de los antiguos, recientemente resucitada y de nuevo olvidada con facilidad, consiste en transformar los nombres en
imágenes y de esta manera rebajar de nuevo la memoria a imaginación. El lugar donde reside la fuerza de la memoria viene representado
por un cuadro permanente que se fija en la imaginación y contiene una serie de imágenes; el texto que hay que aprender de memoria, o
sea, la secuencia de sus representaciones, se asocia entonces a esas imágenes[800]. Dada la heterogeneidad del contenido de las imágenes
y de aquellas imágenes permanentes, así como por causa de la presteza con que debe suceder el enlace, éste no se puede llevar a cabo
de otra manera que mediante conexiones desvirtuadas, necias y enteramente contingentes. No solamente se somete a tortura el espíritu y
se le veja con vestimentas disparatadas, sino que lo aprendido de memoria de esa manera se olvida de nuevo rápidamente, porque el
cuadro que sirve para memorizar es siempre el mismo y se usa para cualquier otra serie de representaciones, de donde resulta que
aquellas que fueron antes asociadas al cuadro de imágenes, son ahora borradas. Lo grabado mnemónicamente no se repite «de memoria»
como aquello que se retiene en ella y sale propiamente de dentro [801], se evoca desde el pozo profundo del yo y [desde allí] se
pronuncia, sino que se lee, por así decirlo, en el cuadro de la imaginación. —La mnemónica se liga al prejuicio corriente acerca de la
memoria en relación con la imaginación, como si ésta fuese una actividad superior y más espiritual que la memoria. Más bien [lo correcto
es que] la memoria ya no tiene que ver con la imagen, la cual está tomada del ser determinado inmediato y no espiritual de la
inteligencia, o sea de la intuición, sino con una existencia que es producto de la inteligencia misma, con un memorizar que queda
encerrado en el lado interno de la inteligencia y sólo dentro de ella misma, de la cual la memoria es su lado EXISTENTE o exterior.
§ 463
γγ) En tanto la conexión de los nombres reside en la significación, su enlace con el ser en cuanto
nombres es aún una síntesis, y la inteligencia en esta exterioridad suya no ha regresado simplemente
a sí. Pero la inteligencia es lo universal, la simple verdad de sus exteriorizaciones particulares, y la
apropiación completa de éstas por la inteligencia es la superación de aquella distinción de significado
y nombre; este supremo recuerdo interiorizador del representar es su suprema exteriorización en la
cual la inteligencia se pone como el ser, como el espacio universal de los nombres en cuanto tales,
esto es, de las palabras sin sentido. «Yo» que es este ser abstracto, es a la vez como subjetividad el
poder de los distintos nombres, el vínculo vacío que consolida series de ellos y los mantiene en un
sólido orden. En tanto estos nombres están solamente siendo y la inteligencia en sí misma es aquí este
ser de ellos, este poder es ella como subjetividad enteramente abstracta: es la memoria que se llama
mecánica (§ 195) por causa de la completa exterioridad en la cual los miembros de esas series están
unos frente a otros, y porque ella misma es esta exterioridad [mutua de los nombres], aunque
subjetiva.
Como es bien sabido, alguien sabe justamente un texto de memoria solamente cuando con las palabras no posee ningún sentido;
recitar entonces ese texto sabido de memoria se hace de suyo sin ningún acento. El acento correcto que [acaso] se le añade se refiere al
sentido; pero la significación o representación que entonces se suscita estorba más bien la conexión mecánica y fácilmente enreda, por
tanto, el recitado. La facultad de poder retener de memoria ristras de palabras en cuya conexión no se encuentra ningún conocimiento o
que ya de suyo carecen de sentido (una serie de nombres propios) resulta tan digna de admiración porque el espíritu es esencialmente
estar cabe sí mismo, pero aquí estando él mismo exteriorizado dentro de sí mismo, su actividad es como un mecanismo. El espíritu, sin
embargo, está solamente cabe sí como unidad de la subjetividad y la objetividad; y aquí, en la memoria, después que en la intuición [el
espíritu] es primeramente como algo exterior, de modo que halla las determinaciones y en la representación las recuerda interiorizando
dentro de sí lo hallado y lo hace suyo, en la memoria se hace a sí mismo algo exterior, de modo que lo suyo aparece [ahora] como algo
que está deviniendo hallado. Uno de los momentos del pensar, la objetividad, está aquí puesta como cualidad de la inteligencia misma
en ella. —Es fácil captar la memoria como una actividad mecánica o de lo sinsentido, con lo cual sólo se justifica más o menos por su
utilidad, o quizá por su inevitabilidad para otros fines y actividades del espíritu. Pero así se pasa por alto la significación propia que ella
tiene en el espíritu.
§ 464
Lo ente como nombre necesita de otro, de la significación de la inteligencia representadora, para
ser la COSA, o sea, para ser la verdadera objetividad. La inteligencia, como memoria mecánica, es en
uno aquella objetividad externa y la significación. La inteligencia está puesta así como la existencia
de esta identidad, es decir, que ella es activa para sí en tanto es esa identidad que ella es en sí como
razón. La memoria es de esta manera el paso a la actividad del pensamiento que ya no tiene ninguna
significación, esto es, lo subjetivo ya no es algo distinto de su objetividad, igual que esta interioridad
está-siendo en ella misma.
Incluso nuestro lenguaje otorga a la memoria, de la cual existe el prejuicio de hablar despectivamente, el rango del parentesco
inmediato con el pensamiento. —No es por casualidad que la juventud tiene una memoria mejor que los ancianos, y su memoria se ejercita
no solamente por causa de la utilidad, sino que tiene buena memoria porque todavía no se comporta reflexivamente, y la ejercita, con
intención o sin ella, para allanar el suelo de su interioridad para el puro ser, para [lograr] el espacio puro en el que la COSA, o sea, el
contenido que está-siendo en sí pueda ofrecerse y explicitarse sin la oposición frente a una interioridad subjetiva. Un talento profundo
suele ir unido, durante la juventud, a una buena memoria. Pero esas indicaciones empíricas no sirven para conocer lo que es la memoria
en sí misma; captar el puesto y la significación de la memoria y concebir su conexión orgánica con el pensar es uno de los puntos hasta
ahora enteramente omitidos y de hecho más difícil en la doctrina sobre el espíritu, es decir, en la sistematización de la inteligencia. La
memoria como tal es de suyo la manera meramente exterior, el momento unilateral de la existencia del pensamiento; el paso es para
nosotros o en sí la identidad de la razón y del modo de la EXISTENCIA; identidad que hace que la razón EXISTA ahora en el sujeto,
que sea como actividad suya; de este modo [la razón] es pensar.
γ) El pensar
§ 465
La inteligencia es re-cognoscente[802] conoce una intuición en tanto ésta es ya suya (§ 454);
[conoce] además la COSA en el nombre; ahora empero su universal es para ella con la doble
significación de lo universal en cuanto tal y del mismo universal en cuanto inmediato o ente, con lo
cual lo conoce como lo universal verdadero que es la unidad abarcante de sí mismo con su otro, el
ser. La inteligencia es así cognoscente para sí en ella misma; en ella misma lo universal es su
producto, el pensamiento es la COSA: identidad simple de lo subjetivo y lo objetivo. La inteligencia
sabe que lo que es pensado, es; y [sabe] que lo que es, solamente es en tanto es pensamiento (cfr. § 5,
21) para sí; el pensar de la inteligencia es tener pensamientos; ellos son como contenido suyo y
objeto.
§ 466
Pero el conocimiento pensante es primeramente y a la vez formal; la universalidad y su ser son la
subjetividad simple de la inteligencia. Los pensamientos no están así determinados como en y para sí,
y las representaciones recordadas interiorizándolas hasta ser pensamiento son aún, en esta medida, el
contenido dado.
§ 467
En este contenido [el conocimiento pensante] es 1) entendimiento formalmente idéntico que
elabora las representaciones [ya] recordadas hasta [hacerlas] géneros, especies, leyes, fuerzas, etc., es
decir, hasta las categorías en general en el sentido de que la materia sólo tiene la verdad de su ser en
esas formas del pensamiento. Como negatividad infinita en sí mismo el pensar es 2) esencialmente
disyunción o juicio que, con todo, no disuelve ya el concepto en la oposición de antes entre
universalidad y ser, sino que distingue de acuerdo con las conexiones peculiares del concepto, y 3) el
pensar supera la determinación formal y pone a la vez la identidad de los distintos: razón formal o
entendimiento que silogiza[803]. —La inteligencia conoce en cuanto pensante y precisamente 1) el
entendimiento explica lo singular desde sus universalidades (las categorías); se llama entonces
entendimiento que forma conceptos[804] 2) explica el mismo singular como un universal (género,
especie) en el juicio; en estas [dos] formas el contenido aparece como dado; 3) pero en el silogismo
el entendimiento determina contenido desde sí mismo por cuanto supera aquella distinción de formas.
En la intelección de la necesidad ha desaparecido la última inmediatez que afecta todavía al
pensamiento formal.
En la lógica el pensamiento es tal como primeramente es en sí y la razón se desarrolla en este elemento carente de oposición. En la
conciencia, el pensamiento se presenta igualmente como un peldaño (v. § 437 N). Aquí la razón es como la verdad de la oposición tal
como esta oposición se había determinado en el interior del espíritu mismo. —Por esta causa el pensamiento reaparece continuamente en
estas distintas partes de la ciencia, porque estas partes sólo son distintas en virtud del elemento y la forma de la oposición, mientras el
pensamiento es este único y mismo centro al que regresan las oposiciones como a su verdad.
§ 468
La inteligencia que como teorética se apropia de la determinidad inmediata se encuentra ahora,
después de completar la toma de posesión, en su propiedad; mediante la última negación de la
inmediatez, la inteligencia ha sido puesta en sí de tal modo que el contenido está determinado por ella
para ella. El pensar en tanto concepto libre, es ahora también libre según el contenido. La inteligencia
sabiéndose a sí misma como determinante del contenido, que tanto es suyo como está determinado
como lo que está-siendo, es voluntad.
b. El espíritu práctico[805]
§ 469
El espíritu como voluntad se sabe como aquel que se decide[806] en sí mismo y se completa desde
sí. Este ser-para-sí completo o singularidad constituye el lado de la EXISTENCIA o realidad de la idea
del espíritu; como voluntad, el espíritu ingresa en la realidad efectiva, como saber está en el terreno
de la universalidad del concepto. —Dándose a sí misma el contenido, la voluntad está cabe sí, es libre
en general; éste es su concepto determinado. —Su finitud consiste en su formalismo, a saber, que su
estar llena por sí misma [con] la determinidad abstracta o suya en general no está identificado con la
razón desarrollada. La determinación de la voluntad que está-siendo en sí es llevar la libertad a la
EXISTENCIA en la voluntad formal y, con ello, el fin de esta última es llenarse con su concepto, es
decir, hacer de la libertad su determinidad, su contenido y fin, así como su existencia. Este concepto,
la libertad, es esencialmente sólo como pensamiento; el camino de la voluntad, hacerse espíritu
objetivo, es elevarse a voluntad pensante: darse aquel contenido que la voluntad sólo puede tener en
tanto está pensándose a sí misma.
La verdadera libertad, en cuanto eticidad, es esto: que la voluntad no tenga como fin suyo un contenido subjetivo, es decir, egoísta,
sino un contenido universal; pero un contenido tal se da sólo en el pensamiento y por el pensamiento; nada hay más mezquino y tan
absurdo como querer excluir el pensamiento de la eticidad, de la religiosidad, o del derecho, etc.
§ 470
El espíritu práctico contiene en primer lugar, como voluntad formal o inmediata, un doble deberser. 1) En la oposición de la determinidad puesta desde sí frente al inmediato estar-determinado (que
vuelve de nuevo con aquella determinidad), [es decir] frente a aquella existencia suya y estado que se
desarrolla igualmente en la conciencia en la relación de oposición a objetos exteriores. 2) Aquella
primera autodeterminación, en cuanto es ella misma inmediata, no está elevada primeramente a la
universalidad del pensamiento, la cual, por tanto, constituye en sí el deber-ser frente a aquella
universalidad según la forma, como lo puede constituir según el contenido; una oposición que
primeramente sólo es para nosotros.
α) El sentimiento práctico
§ 471
El espíritu práctico tiene su autodeterminación en sí mismo primeramente de una manera
inmediata, y por tanto formal, de tal modo que él se encuentra como singularidad, determinada en su
naturaleza interior. De esta manera es sentimiento práctico. Así, puesto que el espíritu práctico es en
sí subjetividad simplemente idéntica a la razón, tiene él desde luego el contenido de la razón, pero
como contenido inmediatamente singular y, por consiguiente, también como contenido natural,
contingente y subjetivo que tanto se determina desde la particularidad de las necesidades, de la
opinión, etc., como desde la subjetividad que se pone para sí misma frente a lo universal, como
también en sí puede determinarse de manera adecuada a la razón.
Cuando se apela al sentimiento del derecho y de la moralidad que el ser humano tiene en sí mismo, así como cuando se apela al
sentimiento de la religión, a sus buenas inclinaciones, etc., a su corazón en general, es decir, al sujeto en tanto en él se encuentran
unificados los distintos sentimientos prácticos[807], ocurre entonces que 1) eso tiene el sentido correcto de que estas determinaciones son
las suyas propias e inmanentes y que 2) en tanto el sentimiento se coloca en oposición al entendimiento, [esa apelación] tiene también el
sentido correcto de que [el sentimiento] puede ser la totalidad opuesta a las abstracciones unilaterales del entendimiento. Pero el
sentimiento también puede ser unilateral, inesencial y malo. Lo racional, que en la figura de la racionalidad se da como lo pensado, es
el mismo contenido que tiene el sentimiento práctico bueno, pero en su universalidad y necesidad, en su objetividad y verdad.
Por esta razón es por una parte insensato opinar que con el paso desde el sentimiento al derecho y a la obligación se pierde en
contenido y excelencia; ese paso es lo que lleva el sentimiento a su verdad. Igualmente insensato es tener a la inteligencia como
superflua frente al sentimiento, al corazón y a la voluntad, es más, tenerla como perjudicial. La verdad y, lo que es lo mismo, la
racionalidad efectivamente real del corazón y de la voluntad puede sólo tener lugar en la universalidad de la inteligencia, no en la
singularidad del sentimiento en cuanto tal. Cuando los sentimientos son de una especie verdadera lo son por su determinidad, esto es, por
su contenido y éste solamente es verdadero en tanto es universal en sí, es decir, tiene al espíritu pensante como fuente. Para el
entendimiento la dificultad consiste en acabar con la separación que en algún momento hizo arbitrariamente entre las facultades del alma
(el sentimiento, la voluntad) y llegar [de una vez] a la representación de que en el ser humano hay una razón única en el sentimiento, en
la voluntad y en el pensamiento. En dependencia de lo dicho hace también dificultad que las ideas que sólo pertenecen al espíritu
pensante (Dios, derecho, eticidad) pueden ser también sentidas. Pero el sentimiento no es otra cosa que la forma de la singularidad
propiamente inmediata del sujeto en la cual tanto puede ponerse aquel contenido como cualquier otro contenido objetivo al cual la
conciencia atribuye también objetividad.
Por otro lado, es sospechoso, e incluso más que sospechoso, asirse al sentimiento y al corazón en oposición a la racionalidad
pensada (derecho, obligación, ley) porque lo que allí se contiene de más es tan sólo la subjetividad particular, lo vano y el arbitrio. —
Por la misma razón resulta torpe admitir también en el tratamiento científico de los sentimientos [algo] más que su forma y contemplar
[allí] su contenido, pues éste, en cuanto pensado, más bien constituye la autodeterminación del espíritu en su universalidad y necesidad,
[o sea,] los derechos y obligaciones. Para una consideración peculiar de los sentimientos quedaron sólo los sentimientos egoístas,
deficientes y malos, pues solamente éstos pertenecen a la singularidad que se agarra a sí misma frente a la universalidad; su contenido es
el opuesto al contenido de los derechos y obligaciones, y por eso su determinidad más concreta tan sólo la reciben en oposición a éstos.
§ 472
El sentimiento práctico contiene el deber-ser, su autodeterminación en tanto está-siendo en sí
referida a una singularidad que está-siendo, la cual sólo puede valer adecuándose a aquel deber-ser.
Como sea que en esa inmediatez, [deber-ser y singularidad] ambos carecen todavía de determinación
objetiva, esa referencia de lo que es menester a la existencia es el sentimiento enteramente subjetivo y
superficial de lo agradable o desagradable.
Placer, alegría, dolor, etc., vergüenza, arrepentimiento, contento, etc., son, por una parte, meras modificaciones en general del
sentimiento práctico formal, pero son también, por otra parte, distintos [entre sí] por su contenido el cual constituye la determinidad del
deber-ser[808].
La famosa pregunta sobre el origen del mal en el mundo aparece desde el punto de vista de lo formalmente práctico por lo menos en
tanto por «mal» se entiende ante todo lo desagradable y el dolor solamente. El mal no es otra cosa que la inadecuación del ser al
deber-ser. El tal deber-ser tiene muchos significados y puesto que los fines contingentes tienen igualmente la forma del deber-ser,
resulta que [los sentidos del deber-ser] son infinitamente muchos. En atención a ellos el mal es solamente el derecho que se ejerce sobre
la vanidad y nulidad de su imaginación. Ellos mismos son ya el mal. —La finitud de la vida y del espíritu vienen a dar en su [propio]
juicio en el que vida y espíritu tienen a lo otro separado de sí también a la vez dentro de sí como su negativo y son, por tanto, la
contradicción que recibe el nombre de mal. En el muerto no hay mal ni dolor porque el concepto en la naturaleza inorgánica no entra en
oposición con su existencia, y en lo distinto no sigue siendo al mismo tiempo sujeto de éste. En la vida ya, y mucho más en el espíritu,
ocurre esta distinción inmanente y [es entonces cuando] aparece un deber-ser; y esta negatividad, subjetividad, yo, libertad son los
principios del mal y del dolor. —Jakob Böhme ha captado la yoidad como pena y tormento y como fuente de la naturaleza y del
espíritu[809].
β) Los impulsos y el arbitrio
§ 473
El deber-ser práctico es juicio [o partición] real. La adecuación inmediata, meramente encontrada
de antemano, de la determinidad que está-siendo a lo que uno necesita, es para la autodeterminación
de la voluntad una negación y es inadecuada a tal autodeterminación. [Para] que la voluntad, es decir,
la unidad que está-siendo en sí de la universalidad y la determinidad, se satisfaga, es decir, sea para
sí, la adecuación de su determinación interior y de la existencia debe haber sido puesta por la
voluntad. De acuerdo con la forma del contenido, la voluntad es aún en el primer momento voluntad
natural, inmediatamente idéntica con su determinidad: es impulso y tendencia; y en tanto la totalidad
del espíritu práctico se coloca en una de las muchas y limitadas determinaciones singulares puestas en
general con la oposición [entre ellas], es pasión.
§ 474
Las tendencias y pasiones tienen como contenido suyo las mismas determinaciones que el
sentimiento práctico y, por una parte, tienen igualmente como fundamento la naturaleza racional del
espíritu, pero, por otra parte, en tanto pertenecen a la voluntad singular todavía subjetiva, están
afectadas de contingencia y aparecen comportándose como particulares respecto del individuo y
como exteriores una a otra, y por consiguiente según una necesidad no libre.
La pasión contiene en su determinación el estar limitada a una particularidad de la determinación de la voluntad en la que se
sumerge la entera subjetividad del individuo, sea cual sea el haber de aquella determinación. Pero, por razón de este carácter formal, la
pasión no es buena ni mala; esta forma solamente expresa lo siguiente: que un sujeto ha colocado todo el interés vivo de su espíritu,
talento, carácter, goce, en un contenido. Sin pasión nada grande se ha llevado a cabo ni puede llevarse. Es solamente una moralidad
muerta, es más, demasiado frecuentemente una moralidad hipócrita, la que se separa de la forma de la pasión en cuanto tal.
Sin embargo, inmediatamente surge la pregunta de cuáles son las tendencias buenas y cuáles las malas, y se pregunta también hasta
qué intensidad las buenas inclinaciones siguen siendo buenas; y puesto que son muchas de suyo y particulares unas ante otras, y que a
pesar de encontrarse en un solo sujeto es desde luego imposible dar satisfacción a todas según la experiencia, [se pregunta] cómo han de
limitarse mutuamente por lo menos. Con esta pluralidad de impulsos y tendencias ocurre de entrada lo mismo que ocurría con las muchas
potencias del alma cuya colección debería ser el espíritu teorético: una colección que ahora aumenta con la multitud de impulsos[810]. La
racionalidad formal del impulso y la tendencia consiste solamente en su impulso general a no ser [algo] subjetivo, sino a superar la
subjetividad por la propia actividad del sujeto y a realizarse. Su verdadera racionalidad no puede surgir de una consideración de la
reflexión extrínseca, la cual supone determinaciones naturales autosuficientes y tendencias inmediatas y carece, por consiguiente, de un
principio y de un fin último para ellos. Es, sin embargo, la reflexión inmanente del propio espíritu la que ha de ir más allá de su
particularidad, como también de su inmediatez natural y ha de conferir a su contenido racionalidad y objetividad, con lo cual, en tanto
relaciones necesarias, son derechos y obligaciones. Esta objetivación es entonces la que muestra su haber, así como la relación entre
ellas, es decir, su verdad en general; así mostró Platón que lo que la justicia es en sí y para sí en sentido verdadero y en tanto él
comprendía bajo el derecho del espíritu su entera naturaleza, solamente se puede ofrecer bajo la figura objetiva de la justicia, es decir,
de la construcción del estado como vida ética [811].
Cuáles sean, por consiguiente, las tendencias buenas (racionales) y su subordinación, se transforma en la exposición de qué
relaciones produce el espíritu desarrollándose como espíritu objetivo; un desarrollo en el cual el contenido de la autodeterminación
pierde la contingencia o arbitrariedad. El tratado de los impulsos, tendencias y pasiones con arreglo a su verdadero haber es, por tanto,
esencialmente la doctrina de las obligaciones jurídicas, morales y éticas.
§ 475
El sujeto es la actividad de la satisfacción de los impulsos, de la racionalidad formal, o sea, de la
transposición del contenido (que es así fin) desde la subjetividad a la objetividad, en la que el sujeto
se concluye consigo mismo. Que [lo que era] contenido del impulso como COSA [a realizar] se haya
distinguido de la propia actividad del impulso, esto es, que la COSA que ha cobrado estado contenga el
momento de la singularidad subjetiva y de su actividad, esto es, el interés. Nada por consiguiente
cobra estado sin interés.
Una acción es un fin del sujeto y esta acción es igualmente la actividad que lleva a cabo este fin; sólo por medio de esto, a saber,
que el sujeto está así también en el acto desinteresado, es decir, por su interés, se da en general el actuar[812]. —A los impulsos y
pasiones se les opone, por un lado, la sosa fantasía de una felicidad natural en la que se alcanzaría la satisfacción de las necesidades sin
la actividad del sujeto que [es quien] produce la adecuación de la EXISTENCIA inmediata y las determinaciones interiores del sujeto.
Por otro lado, se opone [también] a los impulsos y pasiones el deber por el deber de modo enteramente general, o sea, la
moralidad [813]. Pero impulso y pasión no son otra cosa que la vitalidad del sujeto con arreglo a la cual este mismo sujeto está [presente]
en su [propio] fin y en su ejecución. Lo ético concierne al contenido que, en cuanto tal, es lo universal (algo inactivo) y que tiene en el
sujeto aquello que lo activa; que el contenido sea inmanente al sujeto es el interés, y cuando éste absorbe la entera subjetividad eficaz es
la pasión.
§ 476
La voluntad, en tanto pensante y libre en sí, se distingue de la particularidad de los impulsos y
como simple subjetividad del pensamiento se coloca por encima de su contenido múltiple; es así
voluntad reflexionante.
§ 477
De este modo, esa particularidad del impulso ya no es inmediata, sino que empieza a ser la propia
de la voluntad, por cuanto ésta se concluye consigo con esa particularidad y se da por medio de ella
singularidad determinada y realidad efectiva. Se encuentra [ahora] en situación de elegir entre
inclinaciones y es [por tanto] arbitrio.
§ 478
La voluntad en tanto arbitrio es para sí libre por cuanto está reflejada hacia sí como la
negatividad de su autodeterminarse meramente inmediato. Con todo, en tanto el contenido en el que
esta universalidad formal suya se decide a la realidad efectiva, no es otro aún que el contenido de los
impulsos y tendencias, la voluntad es solamente real y efectiva como voluntad subjetiva y
contingente. En tanto la voluntad es la contradicción de realizarse efectivamente en una particularidad
que para ella es al mismo tiempo una nadidad, y tener [sin embargo] una satisfacción en esa
particularidad de la que al mismo tiempo está fuera, esta voluntad es primeramente el proceso al
infinito de la destrucción y de la superación de una inclinación o de un goce por otro y de la
destrucción o superación de una satisfacción que no es tal por otra. Pero la verdad de las
satisfacciones particulares es la satisfacción universal que, como felicidad, la voluntad pensante
convierte en fin.
γ) La felicidad
§ 479
En esta representación de una satisfacción universal, representación producida por el pensar
reflexionante, los impulsos están puestos con arreglo a su particularidad como negativos y por una
parte deben ser sacrificados uno al otro en beneficio de aquel fin, y por otra parte se han de sacrificar
directamente a este fin de un modo completo o parcial. Por un lado, la limitación de los impulsos uno
por otro es una mezcolanza de determinación cualitativa y cuantitativa; por otro lado, puesto que la
felicidad sólo tiene el contenido afirmativo de los impulsos, en ellos reside lo decisivo, y es el
sentimiento subjetivo y las preferencias lo que ha de decidir en qué se pone la felicidad.
§ 480
La felicidad es la universalidad del contenido meramente representada y abstracta, la cual sólo
debe ser. Pero la verdad de la determinidad particular, que tanto es como está también superada, y de
la singularidad abstracta, o sea, del arbitrio que en la felicidad tanto se da un fin como no se lo da, es
la determinidad universal de la voluntad en ella misma, esto es su autodeterminarse mismo, la
libertad. De esta manera el arbitrio es la voluntad sólo como pura subjetividad; ésta es pura y
concreta a la vez teniendo por contenido y fin solamente aquella determinidad infinita, la libertad
misma. En esta verdad de su autodeterminación en la que concepto y objeto son idénticos, la voluntad
es voluntad libre efectivamente real.
c. El espíritu libre
§ 481
La voluntad libre efectivamente real es la unidad del espíritu teorético y práctico; voluntad libre
que es para sí como voluntad libre en tanto el formalismo, contingencia y limitación de lo que hasta
ahora ha sido contenido práctico se ha superado. Mediante la superación de la mediación que ahí se
contenía, la voluntad es la singularidad inmediata puesta por ella misma, la cual empero está también
purificada hasta la determinación universal, o sea, hasta la libertad misma. Esta determinación
universal solamente la tiene la voluntad como contenido y fin en tanto se piensa, sabe este concepto
suyo y es voluntad como inteligencia libre.
§ 482
El espíritu que se sabe libre y se quiere como este objeto suyo, es decir, tiene a su esencia como
determinación y fin, es primeramente y en general la voluntad racional o la idea en sí y es, por tanto,
sólo el concepto del espíritu absoluto. Como idea abstracta está EXISTIENDO otra vez solamente en la
voluntad inmediata; es el lado de la existencia de la razón, la voluntad singular como saber de aquella
determinación suya que constituye su contenido y fin y de la cual ella es sólo actividad formal. La
idea aparece así solamente en la voluntad que es finita, pero que es [también] la actividad de
desarrollar la idea y de poner su contenido, que se va desplegando, como existencia que en cuanto
existencia de la idea es realidad efectiva: espíritu objetivo.
De ninguna idea se sabe de manera tan generalizada que se trata de una idea indeterminada, con muchos significados y capaz de los
mayores malentendidos, a los cuales se encuentra realmente sometida, como la idea de libertad; y ninguna otra idea circula con tanta
inconsciencia. Siendo el espíritu libre el espíritu efectivamente real, resulta que los malentendidos acerca de él tienen consecuencias
prácticas más terribles que cualquier otra cosa, una vez que los individuos y los pueblos han captado en su representación el concepto
abstracto de la libertad que está-siendo para sí, representación que tiene una fuerza invencible precisamente porque ella es la esencia
propia del espíritu, y por cierto incluso como realidad efectiva suya. Partes enteras de la tierra, África y Oriente, no han poseído nunca
esta idea y no la tienen todavía; los griegos y los romanos, Platón y Aristóteles, e incluso los estoicos, tampoco la han tenido; sólo
sabían, por el contrario, que el ser humano es efectivamente libre por nacimiento (como ciudadano ateniense, espartano, etc.) o por fuerza
de carácter, por educación, por medio de la filosofía (el sabio es libre incluso como esclavo y en cadenas). Esta idea ha venido al
mundo por medio del cristianismo, según el cual el individuo en cuanto tal tiene un valor infinito por cuanto siendo él objeto y fin del
amor de Dios, está destinado a tener su relación absoluta con Dios en cuanto espíritu y en tener ese espíritu en su interior, esto es, que el
ser humano está en sí determinado a la libertad suprema. Si en la religión en cuanto tal el ser humano conoce como esencia suya su
relación con el espíritu absoluto, tiene él además al espíritu divino también presente en cuanto está caminando en la esfera de la
existencia mundana, como sustancia del estado, de la familia, etc. Estas relaciones son configuradas por aquel espíritu, y ellas mismas
se constituyen de tal manera adecuadas a él, que en la misma medida y en virtud de esa EXISTENCIA el talante de la eticidad se hace
inhabitante al singular y éste entonces, en esta esfera de la EXISTENCIA particular, del presente sentir y querer, es efectivamente libre.
Cuando el saber de la idea, es decir, del saber del ser humano (saber que la esencia de éste, su fin y objeto es la libertad) es
especulativo, entonces esta idea es ella misma en cuanto tal la realidad efectiva de los seres humanos, no porque la tienen, sino porque
lo son. El cristianismo ha hecho de tal cosa la realidad efectiva de sus fieles, por ejemplo, no ser esclavos; cuando fueron convertidos en
esclavos, cuando la decisión sobre su propiedad fue colocada en el capricho, no en las leyes y tribunales, sintieron herida la sustancia de
su existencia. Esta voluntad de libertad ya no es impulso que exige su satisfacción, sino carácter, es decir, conciencia espiritual devenida
ser no instintivo. —Sin embargo, esta libertad que tiene el contenido y fin de la libertad, es ella misma primeramente sólo concepto,
principio del espíritu y del corazón destinado a desarrollarse hasta la objetividad, hasta la realidad efectiva jurídica, ética y religiosa, así
como científica.
SEGUNDA SECCIÓN DE LA FILOSOFÍA DEL ESPÍRITU
EL ESPÍRITU OBJETIVO
§ 483
El espíritu objetivo es la idea absoluta, pero que está-siendo sólo en sí; por cuanto el espíritu está
así sobre el suelo de la finitud, su racionalidad efectivamente real retiene en ella misma el aspecto del
aparecer exterior [814]. La voluntad libre tiene primero inmediatamente las [siguientes] distinciones en
ella [a saber] que la libertad es su determinación interna y [su] fin, y que se refiere a una objetividad
exterior previamente hallada, la cual [a su vez] se parte en lo antropológico de las necesidades
particularizadas, o sea, en las cosas naturales exteriores que son para la conciencia [por un lado], y en
la relación de las voluntades singulares con otras voluntades [igualmente] singulares que son [todas y
cada una] una autoconciencia de sí en tanto distinta y particularizada; este lado constituye el material
exterior para la existencia de la voluntad.
§ 484
Sin embargo, la actividad finalística de esta voluntad consiste en realizar su concepto, la libertad,
por el lado objetivo exterior de modo que éste venga a ser un mundo determinado por la voluntad, y
esto de tal manera que ella esté cabe sí en el mundo, esté concluida consigo, y el concepto, por tanto,
esté cumplido como idea. La libertad, configurada como realidad efectiva de un mundo, recibe
aquella forma de necesidad cuya interconexión sustancial es el sistema de las determinaciones de la
libertad, y la interconexión fenoménica como poder es el ser-reconocido [de aquellas
determinaciones], o sea, su [hacerse] valer en la conciencia.
§ 485
Esta unidad de la voluntad racional con la voluntad singular, la cual es el elemento propio e
inmediato de la actividad de la primera, constituye la simple realidad efectiva de la libertad. Puesto
que ésta, juntamente con su contenido, pertenece al pensamiento y ella es en sí lo universal, el
contenido tiene consiguientemente su verdadera determinidad sólo en la forma de la universalidad.
Puesto en esta forma para la conciencia de la inteligencia y determinado como poder vigente, es la
ley[815]; y el contenido, liberado de la impureza y contingencia que tiene en el sentimiento práctico y
en el impulso, y asimismo configurado no ya en la forma de éstos, sino en su universalidad para la
voluntad subjetiva como hábito [816] suyo, manera de sentir y carácter, es la costumbre ética.
§ 486
Esta realidad en general como existencia de la voluntad libre es el derecho, el cual debe tomarse
no solamente en sentido limitado como derecho jurídico, sino abarcando la existencia de todas las
determinaciones de la libertad[817]. Tales determinaciones, en su referencia a la voluntad subjetiva en
la que deben tener su existencia en cuanto universales (y sólo ahí pueden tenerla), son las
obligaciones de la voluntad, del mismo modo que en cuanto hábitos y modos de sentir de la misma
voluntad son costumbres éticas. Lo que es un derecho es también una obligación y lo que es una
obligación es también un derecho. Pues una existencia es un derecho sólo sobre el fundamento de la
libre voluntad sustancial[818]; y es el mismo contenido el que, con referencia a la voluntad que se
diferencia como subjetiva y singular, es obligación. Es el mismo contenido el que la conciencia
subjetiva reconoce como obligación y el que ella lleva a la existencia en las voluntades[819]. La
finitud de la voluntad objetiva es, en su medida, [la que constituye] la aparencia de la distinción entre
derechos y obligaciones.
En el campo del fenómeno, derecho y obligación son en primer término de tal modo correlativos[820] que a un derecho por mi parte
corresponde una obligación en otro. Pero con arreglo al concepto, mi derecho a algo no es mera posesión, sino que como posesión de
una persona, es propiedad (posesión según derecho) y es un deber[821] poseer cosas en propiedad, es decir, ser como persona, lo que
puesto bajo la relación fenoménica, o sea, de la referencia a otra persona se despliega como obligación del otro de respetar mi derecho.
El deber moral en general es en mí al mismo tiempo, en cuanto sujeto libre, un derecho de mi voluntad subjetiva o de mi modo de sentir.
Pero en el terreno moral interviene la diferencia[822] entre la determinación meramente interna de la voluntad (sentimiento moral,
intención), que solamente tiene existencia en mí y es meramente obligación subjetiva, frente a la realidad efectiva de esa determinación;
interviene así también una contingencia e imperfección que constituyen la unilateralidad del punto de vista meramente moral. En lo
ético [823] alcanzan las dos partes su verdad, o sea, su unidad absoluta, aunque también, como ocurre bajo el modo de la necesidad,
obligación y derecho regresan [cada uno a sí] en el otro a través de [alguna] mediación y [así] se concluyen consigo. Los derechos del
padre de familia sobre los miembros de ésta son igualmente deberes ante ellos, así como el deber de los hijos a la obediencia es su
derecho a ser educados para hacerse seres humanos libres. El derecho del gobierno a castigar, su derecho a administrar, etc., son
igualmente deberes suyos de castigar, administrar, etc., así como las cargas de los miembros del estado en prestaciones, servicio militar,
etc., son obligaciones, pero son también al mismo tiempo su derecho a la protección de su propiedad privada y de la vida sustancial
universal en la que aquellos derechos y obligaciones tienen su raíz; todos los fines de la sociedad y del estado son los fines propios de
los [individuos] privados; pero el camino de la mediación a través de la cual sus obligaciones vuelven sobre sí mismas como ejercicio y
disfrute de derechos produce el fenómeno de la diversidad, al cual se añade el modo cómo el valor en el intercambio toma variadas
figuras, aunque sea el mismo en sí. De todas maneras es esencialmente válido que quien no tiene derechos no tiene obligaciones y
viceversa.
DIVISIÓN
§ 487
La voluntad libre es:
A. ella misma primeramente inmediata y, por ende, como singular, persona; la existencia que la
persona da a su libertad es la propiedad. El derecho en cuanto tal es el derecho abstracto, formal[824].
B. [la voluntad libre está] en sí misma reflejada, de tal modo que esta voluntad tiene su existencia
dentro de sí y está así determinada al mismo tiempo como particularizada: derecho de la voluntad
subjetiva, moralidad,
C. la voluntad sustancial como realidad efectiva adecuada a su concepto en el sujeto y totalidad de
la necesidad: la eticidad en la familia, sociedad civil y estado.
Puesto que ya he desarrollado esta parte de la filosofía en mis Líneas básicas del derecho[825]
(Berlín, 1821), me puedo aquí explicar más brevemente que en las otras partes.
A
EL DERECHO[826]
a. Propiedad
§ 488
El espíritu en la inmediatez de su libertad que está-siendo para sí misma es singular, pero tal que
sabe su singularidad como voluntad absolutamente libre; es persona, es el saberse de esta libertad; un
saber que, como es abstracto y vacio en sí mismo, no tiene aún su particularidad y compleción en él,
sino en una COSA exterior. Ésta, frente a la subjetividad de la inteligencia y del albedrío, es como algo
carente de voluntad y de derechos, y se convierte por la subjetividad en su accidente[827], o sea, en la
esfera exterior de su libertad: posesión.
§ 489
El predicado de mío, que es de por sí un predicado meramente práctico y que la COSA recibe
mediante el juicio de la posesión, primero en el apoderamiento exterior, tiene aquí, sin embargo, el
significado de que yo deposito en ella mi voluntad personal. Mediante esta determinación, la posesión
es propiedad, la cual en tanto posesión es medio, pero como existencia de la personalidad es fin.
§ 490
En la propiedad, la persona está concluida consigo. La COSA empero es abstractamente exterior, y
yo en ella [soy también] abstractamente exterior. El regreso concreto de mí hasta mí en la
exterioridad consiste en que yo (que soy la infinita referencia de mí a mí) soy como persona la
repulsión de mí mismo por mí y en el ser de otras personas, de mi referencia a ellas y en el ser
reconocido por ellas que es así recíproco, tengo la existencia de mi personalidad[828].
§ 491
La COSA es el término medio a través del cual se concluyen los extremos que se concluyen consigo
en el saber de su identidad como personas libres y a la vez autosuficientes una ante otra. Mi voluntad
tiene para ellas su existencia determinada y cognoscible en la COSA mediante la captura corporal
inmediata de la posesión, o por la elaboración[829] o también por la simple señalización de ella.
§ 492
El aspecto contingente de la propiedad reside en que yo deposito mi voluntad en esta COSA; por
consiguiente mi voluntad es arbitrio porque yo tanto puedo depositar en ella mi voluntad como no
depositarla, y tanto la puedo retirar como no. Pero en tanto mi voluntad reside en una COSA, sólo yo
la puedo retirar de ella y la COSA sólo por voluntad mía puede pasar a otro, del cual deviene
propiedad sólo con su voluntad igualmente: contrato.
b. Contrato
§ 493
En tanto son algo interior, las dos voluntades y su acuerdo en el contrato son distintas de la
realización del contrato o ejecución. La exteriorización relativamente ideal en [que consiste] la
estipulación, contiene la cancelación efectiva de la propiedad en una de las voluntades, el paso de esa
propiedad a la otra y su aceptación por ella. El contrato es válido en sí y de por sí, y no lo es por la
ejecución por parte de uno u otro [de los contratantes], cosa que envolvería un regreso in infinitum o
una partición infinita de la COSA, del trabajo y del tiempo. En la estipulación la exteriorízación es
completa y exhaustiva. La interioridad de la voluntad que entrega la propiedad y la de aquella que la
asume reside en el campo de la representación, y la palabra es, en este campo, hecho y COSA (§ 462),
hecho que es enteramente válido, puesto que la voluntad no entra aquí en consideración como
voluntad moral (es decir, no entra en consideración si está mentada en serio o engañosamente) y es
más bien solamente voluntad sobre una COSA exterior.
§ 494
Así como en la estipulación se distingue entre la sustancia del contrato y su ejecución como
exteriorización real, la cual consiguientemente queda colocada en un plano inferior, del mismo modo
y por lo mismo, en la COSA o ejecución se distingue entre la modalidad inmediata y específica [que
ella toma] y lo sustancial de ella, o sea, el valor, en éste lo sustancial cualitativo se cambia en
determinidad cuantitativa; de este modo una propiedad se hace comparable con otra, y se puede poner
como igual lo que es enteramente heterogéneo cualitativamente. Y así se pone en general como COSA
universal o abstracta[830].
§ 495
El contrato, como acuerdo que surge del arbitrio y que versa sobre una cosa contingente, contiene
al mismo tiempo el ser puesto de la voluntad accidental; ésta no es tampoco adecuada al derecho y da
lugar así al entuerto [831], por lo cual, sin embargo, no queda suprimido el derecho que es en y para sí,
sino que surge solamente una relación entre derecho y entuerto.
c. El derecho frente al entuerto
§ 496
El derecho, como existencia de la libertad en lo exterior, viene a dar en una pluralidad de
referencias a esa exterioridad y a las otras personas (§ 491, 493 ss.). Por ello se dan 1) varios títulos
de derecho de los cuales solamente uno es el [verdadero] derecho porque la propiedad, tanto por el
lado de la persona como por el lado de la COSA, es exclusivamente individual y los diversos títulos,
porque son opuestos entre sí, se ponen juntos [sólo] como aparencia de derecho a la cual se opone
desde ahora aquel derecho que queda determinado como derecho en sí.
§ 497
Por cuanto frente a esa aparencia, el único derecho en sí todavía en unidad inmediata con los
diversos títulos de derecho, se pone como afirmativo, se sigue queriendo y se reconoce, [resulta que]
la diversidad de títulos consiste solamente en que esta COSA queda subsumída bajo el derecho por las
voluntades particulares de estas [varias] personas: entuerto inocente. —Esta lesión es un simple
juicio negativo con el que se expresa el litigio civil, para cuya composición se requiere un tercer
juicio que como juicio del derecho en sí es desinteresado respecto de la COSA y es el poder [del
derecho] de darse existencia contra aquella aparencia.
§ 498
2) Pero si la aparencia de derecho es querida en cuanto tal por la voluntad particular en contra del
derecho-en-sí, haciéndose así maliciosa la voluntad, el reconocimiento externo del derecho queda
entonces separado de su valor y sólo aquél se respeta, mientras éste queda lesionado. Así resulta el
entuerto del engaño, que es juicio infinito en tanto que idéntico (§ 173), o sea, en tanto retiene la
[mera] referencia formal [junto] con el abandono del contenido valioso.
§ 499
3) Finalmente, en tanto la voluntad particular se enfrenta al derecho-en-sí, tanto con la negación
de éste como con la negación de su reconocimiento o aparencia (juicio infinito negativo, § 173, con
el que se niega igualmente el género y la determinidad particular, aquí el reconocimiento
fenoménico), esta voluntad es voluntad maliciosa que ejerce violencia, [esto es] que comete un delito.
§ 500
Una tal acción, en tanto lesión del derecho [832], es nula en sí y de por sí. En tanto voluntad y
pensamiento, quien [así] actúa pone una ley en esa acción, aunque sea ley meramente formal y sólo
por él reconocida: un universal que vale para él y bajo el cual él mismo a la vez se ha subsumido con
su acción. La nulidad expuesta de esta acción, la realización conjunta de esta ley formal y del
derecho-en-sí, primeramente por una voluntad singular subjetiva, es la venganza que por partir del
interés de una personalidad inmediata y particular es solamente y a la vez nueva lesión que se
perpetúa hacia lo infinito. Esta progresión se supera igualmente por un tercer juicio desinteresado: la
pena[833].
§ 501
El hacerse valer del derecho-en-sí está mediado α) de tal modo que una voluntad particular, el
juez, está ajustada al derecho y está interesada en dirigirse[834] contra el delito, cosa que antes, en la
venganza, era contingente; β) [el hacerse valer del derecho-en-sí está también mediado] por la fuerza
de la ejecución (primeramente igualmente contingente) para negar la negación del derecho que fue
puesta por el delincuente. Esa negación del derecho tiene su EXISTENCIA en la voluntad del
delincuente; la venganza o la pena se dirigen, por tanto, 1) a la persona o a la propiedad del
delincuente y 2) ejercen coerción contra él. La coerción tiene ya lugar en general en esta esfera
contra la COSA en la captura de ella y cuando se afirma esta captura contra la captura por parte de
otro [835]; esto es así porque en esta esfera la voluntad tiene inmediatamente su existencia en una cosa
exterior (en cuanto tal o en la corporeidad) y sólo es posible capturar eso. —Sin embargo, la
coerción no pasa de ser posible, porque yo puedo retirarme, como libre, de cualquier EXISTENCIA; es
más, puedo retirarme de todo lo que ella abarca, es decir, de la vida. En derecho, la coerción sólo se
da como superación de un primer forzar inmediato [836].
§ 502
Se ha desarrollado [hasta aquí] una distinción entre derecho y voluntad subjetiva. La realidad del
derecho, que la voluntad personal se da primeramente de una manera inmediata, se muestra mediada
por la voluntad subjetiva, o sea, por aquel momento que siendo el que da existencia al derecho-en-sí,
puede también distanciarse de ese derecho y oponerse a él. Y al revés, la voluntad subjetiva bajo esa
abstracción y siendo así poder por encima del derecho es algo nulo de por sí; esta voluntad sólo tiene
verdad y realidad esencialmente en tanto está en ella misma como la existencia de la voluntad
racional: moralidad.
La expresión derecho natural que ha sido comente para designar la doctrina filosófica sobre el derecho contiene la ambigüedad de si
con ella se quiere decir que el derecho se da inmediatamente como algo natural o que el derecho se determina por la naturaleza de la
cosa, es decir, por el concepto. El primer sentido era el que se asumía en otro tiempo; y así se fabuló a la vez un estado de naturaleza
en el que se presumía que debió estar vigente el derecho natural, frente al cual estado, el estado civil y político reclamaba y llevaba
consigo más bien una limitación de la libertad y un sacrificio de derechos naturales. Pero en realidad, sin embargo, el derecho y todas
sus determinaciones se fundan únicamente en la personalidad libre, es decir, en una autodeterminación que es más bien lo contrario de
la determinación natural. El derecho de la naturaleza es, por tanto, la existencia de la dureza y la supremacía de la fuerza; y un estado
de naturaleza es un estado en el que se ejerce violencia y carece de derecho; un estado del que no se puede decir nada más verdadero
que hay que salir de él[837]. La sociedad por el contrario es más bien el único estado en el que tiene su efectiva realidad el derecho; lo
que ciertamente hay que limitar y sacrificar es la arbitrariedad y la violencia propios del estado de naturaleza.
B
LA MORALIDAD
§ 503
El individuo libre que en el derecho (inmediato) era solamente persona está ahora determinado
como sujeto, o sea, como voluntad reflejada hacia sí de tal modo que la determinidad de la voluntad
en general como existencia en ella misma sea como su propia determinidad, distinta de la existencia
de la libertad en una COSA exterior. Habiéndose así sentado la determinidad de la voluntad en el
interior, la voluntad es a la vez algo particular e intervienen las demás particularidades y las
referencias entre ellas. Por una parte, la determinidad de la voluntad, como determinidad que estásiendo en sí, es decir, [como determinidad] de la razón de la voluntad, es lo en sí jurídico (y ético);
por otra parte, [esa determinidad de la voluntad] es como la existencia presente en la exteriorización
activa hacia la cual se dirige y con la cual se relaciona. La vol