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Utopía

Hace 16 años, 29 jóvenes murieron asfixiados y calcinados en la discoteca Utopía, que se ubicaba en el centro comercial Jockey Plaza. La fiscalía probó que el local no contaba con medidas básicas contra incendios –no había un solo extintor– y funcionaba sin licencia municipal.
En el 2004 se condenó a prisión al barman Roberto Ferreyros y al administrador de Utopía, Percy North, por homicidio culposo y doloso, respectivamente. Ambos cumplieron sus condenas y ahora están libres. En cambio, nunca se encarceló a los accionistas del negocio Alan Azizollahoff Gate y Édgar Paz Ravines.

Los dos huyeron del país en el 2004, poco después de ser incluidos en la investigación fiscal por homicidio culposo en la modalidad de omisión impropia. Desde entonces ha resultado difícil seguirles el rastro.

En el 2014 ambos fueron y los padres de las víctimas movieron cielo y tierra para encontrarlos. En el 2016 recibieron una pista, que comunicaron a la Interpol. Paz Ravines estaba en México D.F., y Azizollahoff, en Washington. La Interpol confirmó sus paraderos. El Poder Judicial ordenó que se tramite su .

La cancillería peruana envió los cuadernillos de extradición a ambos gobiernos, pero las peticiones nunca fueron contestadas. Ahora, según fuentes de Torre Tagle, se ha vuelto a perder el rastro de Paz Ravines (sobre el otro no se pronunciaron ayer). Por eso, la reciente inclusión de los prófugos en el programa de recompensas del Ministerio del Interior ha generado en los padres de las víctimas una pequeña esperanza de verlos en la cárcel.

“Agradecemos la medida”, dice Roberto Valverde, padre de Marcela Valverde Ocaña, quien murió asfixiada. “Ahora falta diplomacia al más alto nivel para que los delitos no prescriban”, agrega.

—“Vomitaba negro”—
Renata Troiano tenía 25 años cuando se incendió Utopía. “La discoteca estaba repleta. Yo estaba en la sala VIP. A eso de las 3 a.m. fui al baño y al salir, vi humo y la gente moviéndose de un lado a otro. Escuché que se había prendido la barra y regresé al baño sin saber la magnitud de la tragedia”, recuerda. El humo se hizo más espeso y más gente quiso entrar al baño escapando de la muerte. “De pronto, se apagó la luz y se escuchó un ‘¡oh!’ al unísono. Nunca lo voy a olvidar”, cuenta.

Renata empezó a tomar agua del lavatorio. “No podía respirar. Me quemaba la garganta y no veía nada a mi alrededor”, dice. A su alrededor, varios muchachos tosían, pedían auxilio o se despedían de sus amigos. En un momento, alguien la empujó para llegar también al agua. “Eso es lo último que recuerdo”, dice.

Despertó varias horas después en una clínica, donde permaneció una semana en cuidados intensivos. “Vomitaba negro. Nunca fui la misma. He perdido el 50% de mi capacidad pulmonar y mi corazón se debilitó”, dice.

Cuatro de sus amigos murieron esa noche y una de las sobrevivientes resultó con quemaduras tan graves que hasta hoy tiene secuelas en los brazos.

Para los bomberos, fue un rescate muy complicado. "Pedazos del techo caían a nuestro lado", recuerda Ángel del Carpio, de la compañía Lima 4. "Teníamos linternas bastante potentes, pero no lograban atravesar el humo", agrega su compañero Fabricio Zeballos.

Con dificultad llegaron al baño de la discoteca y encontraron a más de 30 muchachos en el piso. “No teníamos radios. Cargamos a los que pudimos y al salir pedimos más ayuda. Estuvimos hasta las 8 a.m. sacando gente y todo el día siguiente removiendo escombros”, cuenta del Carpio. En medio de las labores escuchó que sonaba un celular. "Lo recogí del piso. En la pantalla se leía ‘Mamá’".

Cronología de una extradición pendiente

20/7/2002: Se incendia la discoteca Utopía en el Jockey Plaza. Mueren 29 personas.
29/4/2004: La Fiscalía Provincial Penal 39 denuncia por homicidio a los dueños de la discoteca Alan Azizollahoff y Édgar Paz Rabines.
Julio del 2004: Azizollahoff y Paz se fugan del país.
8/4/2014: Los accionistas son sentenciados a 4 años de cárcel efectiva por homicidio culposo (omisión impropia).
4/5/2016: El Juzgado Penal 21 de Lima solicita la extradición de Paz y Azizollahof.
24/8/2016: Cancillería envía el cuadernillo de extradición de Paz Ravines a México. Un mes después se envía el oficio a Estados Unidos pidiendo a Azizollahof.

—Vamos a la morgue—
Pilar Villarán, madre de Verónica Delgado Aparicio, recuerda la última noche de su hija: “Nunca la había visto tan linda. Estaba preciosa con su casaca mostaza”. Jorge Diez Martínez (otra víctima del incendio), el mejor amigo de Verónica, la fue a recoger. 

A las 3:30 a.m. sonó el teléfono de la casa. “Ha habido un incendio, se han llevado a Verónica a la Montefiori”, le dijeron a Pilar. "Agradecí la llamada con mucha tranquilidad. Pensaba que no era nada serio, que quizás se habían llevado a Verito para nebulizarla", recuerda. Antes de partir a la clínica, la hermana de Verónica llamó para saber de qué se trataba. "¡Ah, la chica Delgado! Ya murió", le contestaron.

En el 2004, cuando se dictó sentencia contra Percy North, se leyeron todos los protocolos de necropsia. “Fue horrible. Hasta ese momento casi ninguno había tenido el valor de leerlos. Allí supimos todo lo que habían sufrido nuestros hijos”, dice la madre.

Roberto Valverde se enteró del incendio en Utopía a la mañana siguiente. Su hija Marcela había ido a bailar ahí con su mejor amiga, Carolina Fischman.

A las 6 a.m., la mamá de Carolina le tocó la puerta. “¡Han muerto todos!”, gritó. Valverde trató de calmarla pensando que era una confusión. En ese momento, sonó el teléfono de la casa con noticias del incendio.

Valverde y su esposa, Marcela Ocaña, se miraron, subieron al carro y se dirigieron a la comisaría de Manuel Olguín. Allí les confirmaron el incendio, la cantidad de heridos, los muertos.“Marcelita, vamos a la morgue. Si tenemos que enfrentar la realidad, hagámoslo de una vez”, le dijo Roberto a su esposa.

Al llegar, pidió la lista de muertos, levantó sábanas, vio a una muchacha calcinada. “Hasta hoy rezo por ella”, dice Roberto. Marcela no figuraba en la lista. Tampoco estaba en ninguna camilla. “¡Vive!”, le gritó a su esposa.

Horas más tarde la encontraron en una clínica. Estaba entubada, semiconsciente, agónica. “No sé si me habrá oído. Le hablé hasta el final”, recuerda el padre. La muchacha tenía la nariz llena de hollín.

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