La oveja negra de la familia

Paulina, la mujer indomable del clan Bonaparte

01 paulina bonaparte napoleon versalles. Foto. Christophe Fouin.RMN-Grand Palais

01 paulina bonaparte napoleon versalles. Foto. Christophe Fouin.RMN-Grand Palais

Paulina Bonaparte retratada junto a un busto de su hermano Napoleón en un óleo de Cristophe Fouin. Palacio de Versalles.

Foto: Christophe Fouin / RMN-Grand Palais

Según Napoleón, su hermana Paulina fue "la mujer más hermosa de su tiempo y la mejor de las criaturas vivientes". No le faltaban razones para llegar a tal conclusión. Su belleza quedó sobradamente reflejada por artistas como el escultor Canova o los pintores Benoist o Lefèvre. De su talante leal y generoso da fe su voluntad de acompañarle en su primer destierro en Elba y las muchas cartas con las que alivió sus años de soledad y exilio en Santa Elena.

Paulina había nacido el 20 de octubre de 1780 en Ajaccio (Córcega) y era la sexta de los ocho hijos del abogado y político Charles Marie Bonaparte. En 1793, tras la graduación de Napoleón y José en la escuela militar de París, el clan se instaló en Marsella, donde progresó económica y socialmente a rebufo de la creciente prestigio militar del hermano mayor.

Escultura de Venus Victrix de Cánova para la que Paulina posó desnuda. Palacio Borghese, Roma.

Escultura de Venus Victrix de Cánova para la que Paulina posó desnuda. Palacio Borghese, Roma.

Foto: Scala, Firenze

Una joven Paulina ya frecuentaba entonces la compañía de los camaradas de su hermano. Tras un fracasado idilio con Junot, Napoleón la reclamó a su lado en Milán para romper su relación con el veterano revolucionario Louis Marie Stanislas Fréron. En la ciudad italiana conoció a Charles Leclerc, uno de los hombres de confianza del futuro emperador. Con su beneplácito, contrajeron matrimonio el 14 de junio de 1797 y un año después nació el único hijo de la pareja, Dermide. Pero el matrimonio no impidió que Paulina se sumiera en una espiral de fiestas y frivolidad en la que no brillaba precisamente por la fidelidad a su esposo.

Paulina encadenó una sucesión de romances con compañeros de armas de Napoleón hasta que se casó con uno de sus hombres de confianza, Charles Leclerc

Primera dama de Haití

En 1801, Napoleón envió a su cuñado a sofocar la rebelión de Toussaint Louverture en Haití, al mando de 20.000 soldados. Una vez en Port-au-Prince, Paulina continuó de fiesta en fiesta convertida en el eje de la vida social de la colonia francesa. Mientras tanto, su marido luchaba no sólo contra la rebelión, también contra la fiebre amarilla, que diezmaba sus tropas.

Unas pantuflas que habían pertenecido a Paulina Bonaparte.

Unas pantuflas que habían pertenecido a Paulina Bonaparte.

Foto: Oronoz / Album

La extensión de la enfermedad le dio ocasión de mostrar su buen corazón. Convirtió su mansión en un hospital de campaña, se puso al frente del mismo y obligó a hacer otro tanto a quienes habían frecuentado sus salones en busca de diversión. La tragedia, además, iba a golpearla de cerca. En noviembre de 1802, Leclerc se contagió y murió, y Paulina regresó a Francia junto con Dermide y el cuerpo embalsamado de su esposo.

Tras organizar las exequias fúnebres en memoria de su marido, Paulina guardó las formas el tiempo que señalaba el protocolo. Pero no estaba hecha para ser una viuda eternamente envuelta en lutos y no tardó en iniciar una extensa colección de amantes entre los que destacó François Talma, un actor muy popular entonces en París, con lo que el escándalo se hizo inevitable.

Tras la muerte de Leclerc, Paulina no tardó en reanudar su extensa colección de amantes.

Un príncipe italiano

Por entonces, Napoleón ya había emprendido la carrera hacia el imperio. Consciente de que para conseguir sus fines era necesario mantener una reputación intachable, vio en la conducta de Paulina un obstáculo a tener en cuenta. A fin de cortar de raíz la escandalosa trayectoria amorosa de su hermana, decidió buscarle un marido que refrenara sus impulsos y le confiriese una cierta respetabilidad. Si, además, el matrimonio la alejaba de París, mejor que mejor.

El elegido fue el príncipe Camillo Borghese, un joven de 28 años residente en Roma y poseedor de una gran fortuna. El trato garantizaba a su díscola hermana el tratamiento de principessa, una anualidad de 70.000 francos, propiedades y un amplio personal de servicio a su disposición.

Paulina no estaba dispuesta a abandonar París. Pero la autoridad de Napoleón no se discutía y, tras la boda, recibió la orden de trasladarse de inmediato a Roma en los siguientes términos: "Señora princesa de Borghese: se aproxima la mala estación. Los Alpes se cubrirán de hielo, por lo que debéis poneros en camino hacia Roma. Os ruego que, una vez allí, os distingáis por vuestra dulzura. Se espera más de vos que de cualquier otra persona. Debéis adaptaros a las costumbres de vuestro nuevo país y no pronunciar jamás la frase: 'En París esto es mejor'".

Espada de Camillo Borghese.

Espada de Camillo Borghese.

Foto: Oronoz / Album

Amoríos en Roma

En la Ciudad Eterna, reemprendió la carrera de amoríos y diversión que había dejado en París. Borghese aceptó tal comportamiento sin rechistar. Era consciente de que no podía darle a su esposa lo que ella tanto parecía necesitar. La razón era sencilla: a pesar de su juventud, Camillo Borghese era impotente.

La vida de Paulina en Italia se vio ensombrecida por la muerte de su hijo Dermide, que entonces tenía seis años, y dio un nuevo giro con la irrupción de un pintor noble de origen provenzal, Auguste de Forbin. La relación entre ambos pareció la de una mecenas con su artista hasta que la princesa Borghese escapó con su protegido a sus posesiones en Francia.

Su matrimonio con el príncipe Borgeshe fue un fracaso y Paulina se escapó con su amante un pintor provenzal

El marido burlado acudió a Napoleón, que puso fin al romance llamando a Forbin a su lado y concediéndole el título de barón del Imperio. Al mismo tiempo escribió a Paulina: "Si te obstinas en llevar esa clase de vida, no cuentes conmigo. Yo no te acogeré sin que antes ceses los desacuerdos con tu marido. Ponte de acuerdo con el príncipe, y procura vivir como corresponde a mi nombre y a tu alcurnia".

Paulina no sólo no obedeció, sino que aumentó su nómina de amantes con un director de orquesta, un comandante de húsares, un capitán de dragones, un militar... Hasta que el único hombre al que Paulina fue fiel, su hermano Napoleón, la necesitó.

Villa Paolina, la residencia de Paulina en Roma, actualmente embajada de Francia ante la Santa Sede.

Villa Paolina, la residencia de Paulina en Roma, actualmente embajada de Francia ante la Santa Sede.

Foto: Alinari / AGE Fotostock

Entregada al emperador

Desterrado en Elba tras la ocupación de París por sus enemigos en 1814, Napoleón fue olvidado por todos aquellos a los que había aupado. Tan sólo Paulina le visitó en su destierro. Aún más: cuando Napoleón huyó de Elba y volvió a París, su hermana no dudó en entregarle los valiosos diamantes Borghese para costear la campaña de Waterloo. Luego, cuando la derrota ya era incontestable, Paulina insistió ante Metternich para que le permitiera compartir con Napoleón el exilio de Santa Elena, pero nunca obtuvo el permiso para hacerlo.

Artículo recomendado

02 Nellie Bly psiquiatrico. Foto. Alamy  ACI

Nellie Bly, pionera del periodismo de denuncia

Leer artículo

Tras la muerte de Bonaparte en 1821, Paulina consiguió la mediación del papa para que Camillo Borghese le otorgara el perdón. Retirada a su mansión romana, pareció olvidar todo tipo de frivolidad hasta que un cáncer fulminante acabó con su vida cuando sólo contaba 44 años. Había pedido ser enterrada junto a su primer marido y su hijo Dermide en Francia, pero Borghese decidió sepultarla en el panteón familiar de la basílica romana de Santa Maria Maggiore. Allí, entre papas y príncipes, descansa eternamente la Venus Imperial que inmortalizó Canova.