Apunte: Salario, Precio y Ganancia (cap 1-14) | Economia 21 | Contador UBA | | Filadd
C. MARX
SALARIO,
PRECIO Y
GANANCIA
EDICIONES EN LENGUAS EXTRANJERAS
PEKIN 1976
Primera edición 1976
NOTA DEL EDITOR
La presente es una versión revisada de la traducción al castellano de Salario, precio y ganancia
aparecida en Moscú el año 1954 (Ediciones en Lenguas Extranjeras).
I N D I C E
[OBSERVACIONES PRELIMINARES] 1
I. [PRODUCCION Y SALARIOS] 2
II. [PRODUCCION, SALARIOS, GANANCIAS] 5
III. [SALARIOS Y DINERO] 17
IV. [OFERTA Y DEMANDA] 23
V. [SALARIOS Y PRECIOS] 26
VI. [VALOR Y TRABAJO] 29
VII. LA FUERZA DE TRABAJO 41
VIII. LA PRODUCCION DE LA PLUSVALIA 45
IX. EL VALOR DEL TRABAJO 48
X.
SE OBTIENE GANANCIA VENDIENDO UNA
MERCANCIA
POR SU VALOR
50
XI
.
LAS DIVERSAS PARTES EN QUE SE DIVIDE
LA
PLUSVALIA
51
XII
.
RELACION GENERAL ENTRE GANANCIAS,
SALARIOS Y
PRECIOS
55
XIII
.
CASOS PRINCIPALES DE LUCHA POR LA
SUBIDA DE
SALARIOS O CONTRA SU REDUCCION
58
XIV
.
LA LUCHA ENTRE EL CAPITAL Y EL
TRABAJO, Y SUS
RESULTADOS
67
NOTAS
SALARIO,
PRECIO Y GANANCIA
[
1]
Escrito en inglés por C. Marx de
finales de mayo al 27 de junio de
1865.
Publicado por vez primera en
folleto en Londres en 1898.
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[OBSERVACIONES PRELIMINARES]
¡Ciudadanos!
Antes de entrar en el tema, permitidme hacer algunas observaciones
preliminares.
En el continente reina ahora una verdadera epidemia de huelgas y se alza un
clamor general pidiendo aumento de salarios. El problema ha de plantearse en
nuestro Congreso. Vosotros, como dirigentes de la Asociación Internacional,
debéis tener un criterio firme ante este problema fundamental. Por eso, me he
creído en el deber de tratar a fondo la cuestión, aun a trueque de someter vuestra
paciencia a una dura prueba.
Debo hacer otra observación previa con respecto al ciudadano Weston. Este
ciudadano, creyendo actuar en interés de la clase obrera, ha desarrollado ante
vosotros, y además ha defendido públicamente, opiniones que él sabe son
profundamente impopulares entre la clase obrera. Esta prueba de valentía moral
debe merecer el alto aprecio de todos nosotros. Espero que, a pesar del tono nada
halagüeño de mi conferencia, el ciudadano Weston verá al final de ella que
coincido con la acertada idea que, a mi modo
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de ver, sirve de base a sus tesis, las cuales sin embargo, en su forma actual, no
puedo por menos de juzgar como teóricamente falsas y prácticamente peligrosas.
Con esto paso directamente a la cuestión que nos ocupa.
I. [PRODUCCION Y SALARIOS]
El argumento del ciudadano Weston se basa, en realidad, en dos premisas: 1)
que el volumen de la producción nacional es una cosa fija, una cantidad o
magnitud constante, como dirían los matemáticos; 2) que la suma de los salarios
reales, es decir, salarios medidos por la cantidad de mercancías que puede ser
comprada con ellos, es también una suma fija, una magnitud constante.
Pues bien, su primer aserto es evidentemente erróneo. Veréis que el valor y el
volumen de la producción aumentan de año en año, que las fuerzas productivas
del trabajo nacional crecen y que la cantidad de dinero necesaria para poner en
circulación esta producción creciente varía sin cesar. Lo que es cierto al final de
cada año y respecto a distintos años comparados entre sí, lo es también respecto a
cada día medio del año. El volumen o la magnitud de la producción nacional varía
continuamente. No es una magnitud constante, sino variable, y no tiene más
remedio que serlo, aun prescindiendo de las fluctuaciones de la población, por los
continuos cambios que se operan en la acumulación de capital y en las fuerzas
productivas del trabajo. Es completamente cierto que si hoy se implantase un
aumento en el tipo general de salario, este aumento, por sí solo, cualesquiera que
fuesen sus resultados ulteriores, no haría cambiar inmediatamente el volumen de
la producción. En un
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principio tendría que arrancar del estado de cosas existente. Y si la producción
nacional, antes de la subida de salarios, era variable y no fija, lo seguiría siendo
también después de la subida.
Pero, admitamos que el volumen de la producción nacional fuese constante y
no variable. Aun en este caso, lo que nuestro amigo Weston cree una conclusión
lógica, seguiría siendo una afirmación gratuita. Si tomo un determinado número,
digamos 8, los límites absolutos de esta cifra no impiden que varíen los límites
relativos de sus componentes. Supongamos que la ganancia fuese igual a 6 y los
salarios igual a 2: los salarios podrían aumentar hasta 6 y la ganancia descender
hasta 2, pero la cifra total seguiría siendo 8. Así, pues, el volumen fijo de la
producción no llegará jamás a probar la suma fija de los salarios. ¿Cómo prueba,
pues, nuestro amigo Weston esa fijeza? Sencillamente, afirmándola.
Pero, aunque diésemos por buena su afirmación, ésta tendría efecto en los dos
sentidos, y él sólo quiere que valga en uno. Si el volumen de los salarios
representa una magnitud constante, no se podrá aumentar ni disminuir. Por tanto,
si los obreros obran neciamente cuando arrancan un aumento temporal de salarios,
no menos neciamente obrarían los capitalistas al imponer una rebaja transitoria de
jornales. Nuestro amigo Weston no niega que, en ciertas circunstancias, los
obreros pueden arrancar un aumento de salarios; pero, como según él la suma de
salarios es fija por ley natural, este aumento provocará necesariamente una
reacción. El sabe también, por otra parte, que los capitalistas pueden imponer una
rebaja de salarios, y la verdad es que lo intentan continuamente. Según el
principio de la constancia de los salarios, en este caso debería seguir una reacción,
exacta-
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mente lo mismo que en el caso anterior. Por tanto, los obreros obrarían
acertadamente reaccionando contra las re bajas de los salarios o los intentos de
ellas. Obrarían, por tanto, acertadamente al arrancar aumentos de salarios, pues
toda reacción contra una rebaja de salarios es una acción por su aumento. Por
consiguiente, según el principio de la estabilidad de los salarios, que sostiene el
mismo ciudadano Weston, los obreros deben, en ciertas circunstancias, unirse y
luchar por el aumento de sus jornales.
Si él niega esta conclusión, tendría que renunciar a la premisa de la cual se
deduce. No debe decir que el volumen de los salarios es una cantidad constante,
sino que, aunque no puede ni debe aumentar, puede y debe disminuir siempre que
al capital le plazca rebajarlo. Si al capitalista le place alimentaros con patatas en
vez de daros carne, y con avena en vez de trigo, debéis aceptar su voluntad como
una ley de la Economía Política y someteros a ella. Si en un país, por ejemplo en
los Estados Unidos, los tipos de salarios son más altos que en otro, por ejemplo en
Inglaterra, debéis explicaros esta diferencia como una diferencia entre la voluntad
del capitalista norteamericano y la del capitalista inglés; método éste que,
ciertamente, simplificaría mucho, no ya el estudio de los fenómenos económicos,
sino el de todos los demás fenómenos.
Pero, aun así, habría que preguntarse: ¿por qué la voluntad del capitalista
norteamericano difiere de la del capitalista inglés? Y, para poder contestar a esta
pregunta, no tendríamos más remedio que traspasar los dominios de la voluntad.
Un cura podría decirme que Dios en Francia quiere una cosa y en Inglaterra otra.
Y si le apremio a que me explique esa doble voluntad, podría tener el descaro de
contestarme que está en los designios de Dios tener una
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voluntad en Francia y otra distinta en Inglaterra Pero, seguramente, nuestro amigo
Weston nunca convertirá en argumento esta negación completa de todo
raciocinio.
Indudablemente, la voluntad del capitalista consiste en embolsarse lo más que
pueda. Y lo que hay que hacer no es discurrir acerca de lo que quiere, sino
investigar su poder, los límites de este poder y el carácter de estos límites.
II. [PRODUCCION, SALARIOS,
GANANCIAS]
La conferencia que nos ha dado el ciudadano Weston podría haberse
comprimido hasta caber en una cáscara de nuez.
Toda su argumentación se redujo a lo siguiente: si la clase obrera obliga a la
clase capitalista a pagarle, en forma de salario en dinero, cinco chelines en vez de
cuatro, el capitalista le devolverá en forma de mercancías el valor de cuatro
chelines en vez del valor de cinco. La clase obrera tendrá que pagar ahora cinco
chelines por lo que antes de la subida de salarios le costaba cuatro. ¿Y por qué
ocurre esto? ¿Por qué el capitalista sólo entrega el valor de cuatro chelines por
cinco chelines? Porque la suma de los salarios es fija. Peto, ¿por qué se cifra
precisamente en cuatro chelines de valor en mercancías? ¿Por qué no se cifra en
tres o en dos, o en otra suma cualquiera? Si el límite de la suma de los salarios
está fijado por una ley económica, independiente tanto de la voluntad del
capitalista como de la del obrero, lo primero que hubiera debido hacer el
ciudadano Weston, era exponer y demostrar esta ley. Hubiera debido demostrar,
además, que la suma de salarios que se abona realmente en
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cada momento dado coincide siempre exactamente con la suma necesaria de los
salarios, sin desviarse jamás de ella. En cambio, si el límite dado de la suma de
salarios depende de la simple voluntad del capitalista o de los límites de su
codicia, trátase de un límite arbitrario, que no encierra nada de necesario, que
puede variar por voluntad del capitalista y que puede también, por tanto, hacerse
variar contra su voluntad.
El ciudadano Weston ilustró su teoría diciéndonos que si una sopera contiene
una determinada cantidad de sopa, destinada a determinado número de personas,
la cantidad de sopa no aumentará porque aumente el tamaño de las cucharas. Me
permitirá que encuentre este ejemplo poco sustancioso. Me recuerda en cierto
modo el apólogo de que se valió Menenio Agripa. Cuando los plebeyos romanos
se pusieron en huelga contra los patricios, el patricio Agripa les contó que el
estómago patricio alimentaba a los miembros plebeyos del cuerpo político. Lo que
no consiguió Agripa fue demostrar que se alimenten los miembros de un hombre
llenando el estómago de otro. El ciudadano Weston, a su vez, se olvida de que la
sopera de que comen los obreros contiene todo el producto del trabajo nacional y
que lo que les impide sacar de ella una ración mayor no es la pequeñez de la
sopera ni la escasez de su contenido, sino sencillamente el reducido tamaño de sus
cucharas.
¿Qué artimaña permite al capitalista devolver un valor de cuatro chelines por
cinco? La subida de los precios de las mercancías que vende. Ahora bien; la
subida de los precios o, dicho en términos más generales, las variaciones de los
precios de las mercancías, y los precios mismos de éstas, ¿dependen acaso de la
simple voluntad del capitalista o, por el contrario, tienen que darse ciertas
circunstancias para que
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prevalezca esa voluntad? Si no ocurriese esto último, las alzas y bajas, las
oscilaciones incesantes de los precios del mercado serían un enigma indescifrable.
Si admitimos que no se ha operado en absoluto ningún cambio, ni en las
fuerzas productivas del trabajo, ni en el volumen del capital y trabajo invertidos,
ni en el valor del dinero en que se expresa el valor de los productos, sino que
cambia tan sólo el tipo de salarios, ¿cómo puede esta alza de salarios influir en
los precios de las mercanáas? Solamente influyendo en la proporción existente
entre la oferta y la demanda de ellas.
Es absolutamente cierto que la clase obrera, considerada en conjunto, invierte y
tiene forzosamente que invertir sus ingresos en artículos de primera necesidad.
Una subida general del tipo de salarios determinaría, por tanto, un aumento en la
demanda de estos artículos de primera necesidad y provocaría, con ello, un
aumento de sus precios en el mercado. Los capitalistas que producen estos
artículos de primera necesidad, se resarcirían del aumento de salarios con el alza
de los precios de sus mercancías. Pero, ¿qué ocurriría con los demás capitalistas,
que no producen artículos de primera necesidad? Y no creáis que éstos son pocos.
Si tenéis en cuenta que dos terceras partes de la producción nacional son
consumidas por una quinta parte de la población -- un diputado de la Cámara de
los Comunes afirmó hace poco que estos consumidores formaban sólo la séptima
parte de la población --, podréis imaginaros qué parte tan enorme de la producción
nacional se destina a artículos de lujo o se cambia por ellos y qué cantidad tan
inmensa de artículos de primera necesidad se derrocha en lacayos, caballos, gatos,
etc., derroche que, según nos enseña la experiencia, llega
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siempre a ser limitado considerablemente al aumentar los precios de los artículos
de primera necesidad.
Pues bien, ¿cuál sería la situación de estos capitalistas que no producen
artículos de primera necesidad? Estos capitalistas no podrían resarcirse de la baja
de su cuota de ganancia, efecto de una subida general de salarios, elevando los
precios de sus mercancías, puesto que la demanda de éstas no aumentaría Sus
ingresos disminuirían, y de estos ingresos mermados tendrían que pagar más por
la misma cantidad de artículos de primera necesidad que subieron de precio. Pero
la cosa no pararía aquí. Como sus ingresos habrían disminuído, ya no podrían
gastar tanto en artículos de lujo, con lo cual descendería también la demanda
mutua de sus respectivas mercancías. Y, a consecuencia de esta disminución de la
demanda, bajarían los precios de sus mercancías. Por tanto, en estas ramas
industriales, la cuota de ganancia no sólo descendería en simple proporción al
aumento general del tipo de los salarios, sino que este descenso sería
proporcionado a la acción conjunta de la subida general de salarios, del aumento
de precios de los artículos de primera necesidad y de la baja de precios de los
artículos de lujo.
¿Cuál sería la consecuencia de esta diversidad en cuanto a las cuotas de
ganancia de los capitales colocados en las diferentes ramas de la industria? La
misma consecuencia que se produce siempre que, por la razón que sea, se dan
diferencias en las cuotas medias de ganancia de las diversas ramas de producción.
El capital y el trabajo se desplazarían de las ramas menos rentables a las más
rentables; y este proceso de desplazamiento duraría hasta que la oferta de una
rama industrial aumentase proporcionalmente a la mayor demanda y en las demás
ramas industriales disminuyese con-
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forme a la menor demanda. Una vez operado este cambio, la cuota general de
ganancia volvería a nivelarse en las diferentes ramas de la industria. Como todo
aquel trastorno obedecía en un principio a un simple cambio en cuanto a la
relación entre la oferta y la demanda de diversas mercancías, al cesar la causa
cesarían también los efectos, y los precios volverían a su antiguo nivel y
recobrarían su antiguo equilibrio. La baja de la cuota de ganancia por efecto de
los aumentos de salarios, en vez de limitarse a unas cuantas ramas industriales, se
generalizaria. Según el supuesto de que partimos, no se introduciría ningún
cambio ni en las fuerzas productivas del trabajo ni en el volumen global de la
producción, sino que aquel volumen de producción dado se limitaría a cambiar
de forma. Ahora, estaría representada por artículos de primera necesidad una parte
mayor del volumen de producción y sería menor la parte integrada por los
artículos de lujo, o, lo que es lo mismo, disminuiría la parte destinada a cambiarse
por mercancías de lujo importadas del extranjero y consumida en esta forma; o lo
que también resulta lo mismo, una parte mayor de la producción nacional se
cambiaría por artículos de primera necesidad importados, en vez de cambiarse por
artículos de lujo. Por tanto, después de trastornar temporalmente los precios del
mercado, la subida general del tipo de salarios sólo conduciría a una baja general
de la cuota de ganancia, sin introducir ningún cambio permanente en los precios
de las mercancías.
Y si se me dice que en la anterior argumentación doy por supuesto que todo el
incremento de los salarios se invierte en artículos de primera necesidad, replicaré
que parto del supuesto más favorable para el punto de vista del ciudadano
Weston. Si el incremento de los salarios se invirtiese en objetos que antes no
entraban en el consumo
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los obreros, no sería necesario pararse a demostrar que su poder adquisitivo había
experimentado un aumento real. Pero, como no es más que la consecuencia de la
subida de los salarios, este aumento del poder adquisitivo del obrero tiene que
corresponder exactamente a la disminución del poder adquisitivo de los
capitalistas. Es decir, que la demanda global de mercancías no aumentaría, sino
que cambiarían los elementos integrantes de esta demanda. El aumento de la
demanda de un lado se compensaría con la disminución de la demanda de otro
lado. Por este camino, como la demanda global permanece invariable, no se
operaría ningún cambio en los precios de las mercancías.
Os veis, por tanto, situados ante un dilema. Una de dos: o el incremento de los
salarios se invierte por igual en todos los artículos de consumo, en cuyo caso la
expansión de la demanda por parte de la clase obrera tiene que compensarse con
la contracción de la demanda por parte de la clase capitalista; o el incremento de
los salarios sólo se invierte en determinados artículos cuyos precios en el mercado
aumentarán temporalmente: en este caso, el alza y la baja respectiva de la cuota
de ganancia en unas y otras ramas industriales provocarán un cambio en cuanto a
la distribución del capital y el trabajo, entre tanto la oferta se acople en una rama a
la mayor demanda y en otras a la demanda menor. En el primer supuesto, no se
producirá ningún cambio en los precios de las mercancías. En el segundo
supuesto, tras algunas oscilaciones de los precios del mercado, los valores de
cambio de las mercancías descenderán a su nivel primitivo. En ambos casos, la
subida general del tipo de salarios sólo conducirá, en fin de cuentas, a una baja
general de la cuota de ganancia.
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Para espolear vuestra imaginación, el ciudadano Weston os invitaba a pensar en
las dificultades que acarearía en Inglaterra un alza general de los jornales de los
obreros agrícolas, de nueve a dieciocho chelines. ¡Pensad, exclamaba, en el
enorme aumento de la demanda de artículos de primera necesidad que eso
supondría y, en su consecuencia, la subida espantosa de los precios a que daría
lugarl Pues bien, todos sabéis que los jornales medios de los obreros agrícolas en
Norteamérica son más del doble que los de los obreros agrícolas en Inglaterra, a
pesar de que allí los precios de los productos agrícolas son más bajos que aquí, a
pesar de que en los Estados Unidos reinan las mismas relaciones generales entre
el capital y el trabajo que en Inglaterra y a pesar de que el volumen anual de la
producción norteamericana es mucho más reducido que el de la inglesa. ¿Por qué,
pues, nuestro amigo echa esta campana a rebato? Sencillamente, para desplazar el
verdadero problema ante nosotros. Un aumento repentino de salarios de nueve a
dieciocho chelines, representaría una subida repentina del 100 por 100. Ahora
bien, aquí no discutimos en absoluto si en Inglaterra podría elevarse de pronto el
tipo general de salario en un 100 por 100. No nos interesa para nada la cuantía del
aumento, que en cada caso concreto depende de las circunstancias y tiene que
adaptarse a ellas. Lo único que nos interesa es investigar en qué efectos se
traduciría un alza general del tipo de salarios, aunque no exceda del uno por
ciento.
Dejando a un lado esta alza fantástica del 100 por 100 del amigo Weston, voy a
encaminar vuestra atención hacia el aumento efectivo de salarios operado en la
Gran Bretaña desde 1849 hasta 1859.
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Todos conocéis la ley de las diez horas, o mejor dicho, de las diez horas y
media, promulgada en 1848. Fue uno de los mayores cambios económicos que
hemos presenciado. Representaba un aumento súbito y obligatorio de salarios, no
ya en algunas industrias locales, sino en las ramas industriales que van a la
cabeza, y por medio de las cuales Inglaterra domina los mercados del mundo. Era
una subida de salarios que se operaba en circunstancias excepcionalmente
desfavorables. El doctor Ure, el profesor Senior y todos los demás portavoces
oficiales de la burguesía en el campo de la Economía demostraron -- con razones
mucho más sólidas que nuestro amigo Weston, debo decir -- que aquello era tocar
a muerto por la industria inglesa. Demostraron que no se trataba de un aumento de
salarios puro y simple, sino de un aumento de salarios provocado por la
disminución de la cantidad de trabajo invertido y basado en ella. Afirmaban que la
duodécima hora, que se quería arrebatar al capitalista, era precisamente la única
en que éste obtenía su ganancia. Amenazaron con el descenso de la acumulación,
la subida de los precios, la pérdida de mercados, el decrecimiento de la
producción, la reacción consiguiente sobre los salarios y, por último, la ruina. En
realidad, sostenían que las leyes del máximo[2] de Maximiliano Robespierre eran,
comparadas con aquello, una pequeñez; y en cierto sentido tenían razón. ¿Y cuál
fue, en realidad, el resultado? Que los salarios en dinero de los obreros fabriles
aumentaron a pesar de haberse reducido la jornada de trabajo, que creció
considerablemente el número de obreros fabriles ocupados, que bajaron
constantemente los precios de sus productos, que se desarrollaron
maravillosamente las fuerzas productivas de su trabajo y se dilataron en
proporciones inauditas y cada vez mayores los mercados para sus artículos. Yo
mismo pude escuchar en Man-
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chester, en 1860, en una asamblea convocada por la Sociedad para el Fomento de
la Ciencia, cómo el señor Newman confesaba que él, el doctor Ure, Senior y todos
los demás representantes oficiales de la ciencia económica se habían equivocado,
mientras que el instinto del pueblo había sabido ver certeramente. Cito aquí a W.
Newman[3] y no al profesor Francis Newman, porque aquél ocupa en la ciencia
económica una posición preeminente como colaborador y editor de la Historie de
los Precios [4], de Mr. Thomas Tooke, esta obra magnífica, que estudia la historia
de los precios desde 1793 hasta 1856. Si la idea fija de nuestro amigo Weston
acerca del volumen fijo de los salarios, de un volumen de producción fijo, de un
grado fijo de fuerzas productivas del trabajo, de una voluntad fija y permanente de
los capitalistas y todo lo demás fijo y definitivo en Weston fuesen exactos, el
profesor Senior habría acertado con sus sombrías predicciones, y en cambio se
habría equivocado Roberto Owen, que ya en 1816 proclamaba una limitación
general de la jornada de trabajo como el primer paso preparatorio para la
emancipación de la clase obrera[5], implantándola él mismo por su cuenta y riesgo
en su fábrica textil de New Lanark, frente al prejuicio generalizado.
En la misma época en que se implantaba la ley de las diez horas y se producía
el subsiguiente aumento de los salarios, tuvo lugar en la Gran Bretaña, por
razones que no cabe exponer aquí, una subida general de los jornales de los
obreros agrícolas.
Aunque no es necesario para mi objeto inmediato, haré unas indicaciones
previas para no induciros a error.
Si una persona percibe dos chelines de salario a la semana y éste se le sube a
cuatro chelines, el tipo de salario habrá aumentado en el 100 por 100. Esto,
expresado como
pág. 14
aumento del tipo de salario, parecería algo maravilloso, aunque en realidad la
cuantía efectiva del salario, o sea cuatro chelines a la semana, siga siendo un
mísero salario de hambre. Por tanto, no debéis dejaros fascinar por los
altisonantes tantos por ciento en el tipo de salario, sino preguntar siempre cuál era
la cuantía primitiva del jornal.
Además, comprenderéis que si hay diez obreros que ganan cada uno dos
chelines a la semana, cinco obreros que ganan cinco chelines cada uno y otros
cinco que ganan once, entre los veinte ganarán cien chelines o cinco libras
esterlinas a la semana. Si luego la suma global de estos salarios semanales
aumenta, digamos en un 20 por 100, arrojará una subida de cinco libras a seis.
Fijándonos en el promedio, podríamos decir que, el tipo general de salarios ha
aumentado en un 20 por 100, aunque en realidad los salarios de los diez obreros
no varíen y los salarios de uno de los dos grupos de cinco obreros sólo aumenten
de cinco chelines a seis por persona, aumentando la suma de salarios del otro
grupo de cinco obreros de cincuenta y cinco a setenta. Aquí, la mitad de los
obreros no mejoraría absolutamente en nada de situación, la cuarta parte
experimentaría un alivio insignificante, y sólo la cuarta parte restante obtendría
una mejora efectiva. Pero, calculando la media, la suma global de salarios de estos
veinte obreros aumentaría en un 20 por 100, y en lo que se refiere al capital global
para el que trabajan y los precios de las mercancías que producen, sería
exactamente lo mismo que si todos participasen por igual en la subida media de
los salarios. En el caso de los obreros agrícolas, como el nivel de los salarios
abonados en los distintos condados de Inglaterra y Escocia difiere
considerablemente, el aumento les afectó de un modo muy desigual.
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Finalmente, durante la época en que tuvo lugar aquella subida de salarios se
manifestaron también influencias que la contrarrestaban, tales como los nuevos
impuestos que trajo consigo la guerra rusa, la demolición extensiva de las
viviendas de los obreros agrícolas[
6], etc.
Después de tantos prolegómenos, paso a consignar que de 1849 a 1859 el tipo
medio de salarios de los obreros del campo en la Gran Bretaña experimentó un
aumento de alrededor del cuarenta por ciento. Podría aduciros copiosos detalles
en apoyo de mi afirmación, pero para el objeto que se persigue creo que bastará
con remitiros a la concienzuda y crítica conferencia que el difunto Mr. John C.
Morton dio en 1860, en la Sociedad de las Artes de Londres sobre Las fuerzas
aplicadas en la agricultura [
7]. El señor Morton expone los datos estadísticos
sacados de las cuentas y otros documentos auténticos de unos cien agricultores, en
doce condados de Escocia y treinta y cinco de Inglaterra.
Según el punto de vista de nuestro amigo Weston, y considerando además el
alza simultánea operada en los salarios de los obreros fabriles, durante los años
1849-1859, los precios de los productos agrícolas hubieran debido experimentar
un aumento enorme. Pero, ¿qué aconteció, en realidad? A pesar de la guerra rusa
y de las malas cosechas que se dieron consecutivamente de los años 1854 a 1856,
los precios medios del trigo, que es el principal producto agrícola de Inglaterra,
bajaron de unas tres libras esterlinas por quarter, a que se había cotizado durante
los años de 1838 a 1848, hasta unas dos libras y diez chelines el quarter, a que se
cotizó de 1849 a 1859. Esto representa una baja del precio del trigo de más del 16
por loo, con un alza media simultánea del 40 por 100 en los jornales de los
obreros agrícolas. Durante la misma época, si comparamos el final con el co-
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mienzo, es decir, el año 1859 con el de 1849, la cifra del pauperismo oficial
desciende de 934.419 a 860.470, lo que supone una diferencia de 73.949 pobres;
reconozco que es una disminución muy pequeña, que además vuelve a
desaparecer en los años siguientes; pero es, con todo, una disminución.
Se nos podría decir que, a consecuencia de la derogación de las leyes
cerealistas[8], la importación de cereal extranjero durante el período de 1849 a
1859 aumentó en más de dos veces, comparada con la de 1838 a 1848. Y ¿qué se
infiere de esto? Desde el punto de vista del ciudadano Weston, hubiera debido
suponerse que esta enorme demanda repentina y sin cesar creciente sobre los
mercados extranjeros había hecho subir hasta un nivel espantoso los precios de los
productos agrícolas, puesto que los efectos de la creciente demanda son los
mismos cuando procede de fuera que cuando proviene de dentro. Pero, ¿qué
ocurrió, en realidad? Si se exceptúa algunos años de malas cosechas, vemos que
en Francia se quejan constantemente, durante todo este tiempo, de la ruinosa baja
del precio del trigo; los norteamericanos veíanse constantemente obligados a
quemar el sobrante de su producción, y Rusia, si hemos de creer al señor
Urquhart, atizó la guerra civil en los Estados Unidos porque sus exportaciones
agrícolas estaban paralizadas por la competencia yanqui en los mercados de
Europa.
Reducido a su forma abstracta, el argumento del ciudadano Weston se
traduciría en lo siguiente: todo aumento de la demanda se opera siempre sobre la
base de un volumen dado de producción. Por tanto, no puede hacer aumentar
nunca la oferta de ¿os artículos apetecidos, sino solamente hacer subir su precio
en dinero. Ahora bien, la más común observación demuestra que, en algunos
casos, el aumento de la demanda no altera para nada los precios de las mercan-
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cías, y que en otros casos provoca un alza pasajera de los precios del mercado, a
la que sigue un aumento de la oferta, seguido a su vez por la baja de los precios
hasta su nivel primitivo, y en muchos casos por debajo de él. El que el aumento
de la demanda obedezca al alza de los salarios o a otra causa cualquiera, no altera
para nada los términos del problema. Desde el punto de vista del ciudadano
Weston, tan difícil resulta explicarse el fenómeno general como el que se revela
bajo las circunstancias excepcionales de una subida de salarios. Por tanto, su
argumento no ha demostrado nada en cuanto al objeto que nos ocupa. Sólo pone
de manifiesto su perplejidad ante las leyes por virtud de las cuales una mayor
demanda provoca una mayor oferta y no un alza definitiva de los precios del
mercado.
III. [SALARIOS Y DINERO]
Al segundo día de debate, nuestro amigo Weston vistió su vieja afirmación con
nuevas formas. Dijo: al producirse un alza general de los salarios en dinero, se
necesitará más dinero contante para abonar los mismos salarios. Siendo la
cantidad de dinero circulante una cantidad fija, ¿cómo vais a poder pagar, con esa
suma fija de dinero circulante, una suma mayor de salarios en dinero? En un
principio, la dificultad surgía de que, aunque subiese el salario en dinero del
obrero, la cantidad de mercancías que le estaba asignada era fija; ahora, surge del
aumento de los salarios en dinero, a pesar de existir un volumen fijo de
mercancías. Y, naturalmente, si rechazáis su dogma originario, desaparecerán
también los perjuicios concomitantes.
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Voy a demostraros, sin embargo, que este problema del dinero circulante no
tiene nada absolutamente que ver con el tema que nos ocupa.
En vuestro país, el mecanismo de pagos está mucho más perfeccionado que cn
ningún otro país de Europa. Gracias a la extensión y concentración del sistema
bancario, se necesita mucho menos dinero circulante para poner en circulación la
misma cantidad de valores y realizar el mismo o mayor número de operaciones.
En lo que respecta, por ejemplo, a los salarios, el obrero fabril inglés entrega
semanalmente su salario al tendero, que lo envía todas las semanas al banquero;
éste lo devuelve semanalmente al fabricante, quien vuelve a pagarlo a sus obreros,
y así sucesivamente. Gracias a este mecanismo, el salario anual de un obrero, que
ascienda, supongamos, a cincuenta y dos libras esterlinas, puede pagarse con un
solo soberano que recorra todas las semanas el mismo ciclo. Incluso en Inglaterra,
este mecanismo de pagos no es tan perfecto como en Escocia, y no en todas partes
presenta la misma perfección; por eso vemos que, por ejemplo, en algunas
comarcas agrícolas se necesita, si las comparamos con las comarcas fabriles,
mucho más dinero circulante para poner en circulación un volumen más pequeño
de valores.
Si cruzáis el Canal, veréis que los salarios en dinero son mucho más bajos que
en Inglaterra, a pesar de lo cual en Alemania, en Italia, en Suiza y en Francia éstos
se ponen en circulación mediante una cantidad mucho mayor de dinero
circulante. El mismo soberano no va a parar tan rápidamente a manos del
banquero, ni retorna con tanta prontitud al capitalista industrial; por eso, en lugar
del soberano necesario para poner en circulación cincuenta y dos libras esterlinas
al año, para abonar un salario anual que ascienda a la
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suma de veinticinco libras se necesitan tal vez tres soberanos. De este modo,
comparando los países del continente con Inglaterra, veréis en seguida que
salarios en dinero bajos pueden exigir, para su circulación, cantidades mucho
mayores de dinero circulante que los salarios altos, y que esto no es, en realidad,
más que un problema puramente técnico, que nada tiene que ver con el tema que
nos ocupa.
Según los mejores cálculos que conozco, los ingresos anuales de la clase obrera
de este país pueden cifrarse en unos 250 millones de libras esterlinas. Esta enorme
suma se pone en circulación mediante unos tres millones de libras. Supongamos
que se produzca una subida de salarios del 50 por loo. En vez de tres millones, se
necesitarían cuatro millones y medio en dinero circulante. Como una parte
considerable de los gastos diarios del obrero se cubre con plata y cobre, es decir,
con simples signos monetarios, cuyo valor en relación al oro se fija
arbitrariamente por la ley, al igual que el valor del papel moneda no canjeable,
resulta que esa subida del 50 por 100 en los salarios en dinero supondría, en el
peor de los casos, el aumentar la circulación, digamos, en un millón de soberanos.
Se lanzaría a la circulación un millón, que ahora está reposando en los sótanos del
Banco de Inglaterra o en las cajas de la Banca privada, en forma de lingotes o de
moneda acuñada. E incluso podría ahorrarse, y se ahorraría efectivamente, el
gasto insignificante que supondría la acuñación suplementaria o el adicional
desgaste de ese millón, si la necesidad de aumentar el dinero puesto en circulación
produjese algún rozamiento. Todos sabéis que el dinero circulante de este país se
divide en dos grandes ramas. Una parte, consistente en billetes de banco de las
más diversas clases, se emplea en las transacciones entre comerciantes, y también
en las transacciones entre comer-
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ciantes y consumidores, para saldar los pagos más importantes; otra parte de los
medios de circulación, la moneda de metal, circula en el comercio al por menor.
Aunque distintas, estas dos dases de medios de circulación se mezclan y
combinan mutuamente. Así, las monedas de oro circulan, en una buena
proporción, incluso en pagos importantes, para cubrir las cantidades fraccionarias
inferiores a cinco libras. Pues bien: si mañana se emitiesen billetes de cuatro
libras, de tres o de dos, el oro que llena estos canales de circulación, saldría en
seguida de ellos y afluiría a aquellos canales en que fuese necesario para atender a
la subida de los jornales en dinero. Por este procedimiento, podría abastecerse el
millón adicional exigido por la subida de los salarios en un 50 por 100, sin añadir
ni un solo soberano. Y el mismo resultado se conseguiría, sin emitir ni un billete
de banco adicional, con sólo aumentar la circulación de letras de cambio, como
ocurrió durante mucho tiempo en el condado de Lancaster.
Si una subida general del tipo de salarios, por ejemplo del 100 por 100, como el
ciudadano Weston supone respecto a los salarios de los obreros del campo,
provocase una gran alza en los precios de los artículos de primera necesidad y
exigiese, según sus conceptos, una suma adicional de medios de pago, que no
podría conseguirse, una baja general de salarios debería producir el mismo
resultado y en idéntica proporción, aunque en sentido inverso. Pues bien, todos
sabéis que los años 1858 a 1860 fueron los años más prósperos para la industria
algodonera y que sobre todo el año de 1860 ocupa a este respecto un lugar único
en los anales del comercio; este año fue también de gran florecimiento para las
otras ramas industriales. En 1860, los salarios de los obreros del algodón y de los
demás obreros relacionados con esta
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industria fueron más altos que nunca hasta entonces. Pero vino la crisis
norteamericana, y todos estos salarios viéronse reducidos de pronto a la cuarta
parte, aproximadamente, de su suma anterior. En sentido inverso, esto habría
supuesto una subida del 300 por 100. Cuando los salarios suben de cinco chelines
a veinte, decimos que experimentan una subida del 300 por 100; Si bajan de
veinte chelines a cinco, decimos que descienden el 75 por 100, pero la cuantía de
la subida en un caso y de la baja en el otro es la misma, a saber: 15 chelines.
Sobrevino, pues, un cambio repentino en el tipo de los salarios, como jamás se
había conocido anteriormente, y el cambio afectó a un número de obreros que, si
no incluimos tan sólo a los que trabajaban directamente en la industria
algodonera, sino también a los que dependían indirectamente de esta industria,
excedía en una mitad al número de los obreros agrícolas. ¿Acaso bajó el precio
del trigo? Al contrario, subió de 47 chelines y 8 peniques por quarter, que había
sido el precio medio en los tres años de 1858 a 1860, a 55 chelines y 10 peniques
el quarter, según la media anual de los tres años de 1861 a 1863, Por lo que se
refiere a los medios de pago, durante el año 1861 se acuñaron en la Casa de la
Moneda 8.673.232 libras esterlinas, contra 3.378.102 libras que se habían
acuñado en 1860; es decir, que en 1861 se acuñaron 5.295.130 libras esterlinas
más que en 1860, Es cierto que el volumen de circulación de billetes de banco en
1861 arrojó 1.319.000 Iibras menos que el de 1860, Descontemos esto y aun
quedará para el año 1861, comparado con el anterior año de prosperidad, 1860, un
superávit de medios de circulación por valor de 3.976.130 libras, casi cuatro
millones de libras esterlinas; en cambio, la reserva de oro del Banco de Inglaterra
durante este período de
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5. Karl Marx - Salario, Precio y Ganancia.pdf
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