Acaba de salir, hace apenas unas semanas, la traducción al español del libro de Walter Mignolo El lado más oscuro de la modernidad occidental: Futuros globales, opciones descoloniales, escrito originalmente en inglés y publicado en la Universidad de Duke en 2011. Para esta edición el autor actualiza el presente histórico de Latinoamérica, al que escruta e interroga con el propósito de conjugar lo nacional y lo global, dos escalas imprescindibles a la hora de fomentar el pensamiento crítico. Lo que antes era un preludio del tiempo histórico, en esta edición en castellano, trece años después, son hechos consumados. No se trata de una profecía por parte de Walter Mignolo sino de constatar la eficacia de la lógica analítica que subyace a los fundamentos de la teoría de la colonialidad del poder y del saber, la cual toma como punto de partida las ideas decoloniales del intelectual y activista peruano Aníbal Quijano a partir del inicio de los años 90 del siglo pasado. En otro de sus libros publicado en 1995, también en inglés, El lado más oscuro del Renacimiento: Alfabetización. Territorialidad y Colonización apelaba ya a la imagen de una oscuridad superlativa, cuya experiencia corresponde a América y no a Europa porque el planteo se centra en el patrón colonial del poder -y patrón en varios sentidos- como ese otro lado del tapiz de la modernidad occidental. Para decirlo con Buñuel, se trata de ese obscuro objeto del poder colonial amasado de racismo, exterminio, explotación y de los distintos dispositivos de dominación que se expanden y capilarizan de tal modo que las prácticas coloniales no han cesado y continúan hasta hoy, aun cuando la situación política del colonialismo ya no exista.

En su paso por Buenos Aires, Walter Mignolo hace del “giro decolonial” de sus investigaciones un relato oral, apasionado, cuya matriz es la conversación y explica “que se trata del lugar de enunciación donde somos y pensamos, como traducción del “I am where I think”. Sin dudas, Mignolo es un causer: imbuido de la tradición literaria argentina, su estilo diáfano del decir y del escribir rehúye los lenguajes crípticos como una forma de desprenderse de la colonialidad del saber, de democratizar la charla. Crítico de la literatura latinoamericana y cultor de la filosofía analítica, reconoce como caja de herramientas la semiología: recuerda, de los años parisinos, al maestro Roland Barthes, director de su tesis doctoral. Habla con nostalgia de los tres Barthes que conoció: el Barthes profesor de l’Ecole, el de las reuniones en el Café Bonapart y el más íntimo, el de su casa de Saint-Sulpice.

Mignolo es un extraterritorial que habita la frontera y, además, la teoriza, o la teoriza porque la habita, de ahí que consiga aunar el mundo de las ideas y el de la vida. Este continuum perfila el giro decolonial como una geopolítica gnoseológica y en ella inserta el buen vivir de las culturas amerindias. Se describe a sí mismo como un ítalo-argentino nacido en la pampa inmigrante, en la encrucijada del español y piamontés. Así como en el tiempo en París y Toulouse el español coexistía con el francés, desde hace décadas lo hace con el inglés. Nepantla de, dice en náhuatl ese vivir en un cruce de culturas. La frontera, sin embargo, suscita otras reminiscencias: la historia y la lengua. De un lado, las lanzas ranqueles enclavadas todavía en las verjas de las casas de campo de los alrededores de la Corral de Bustos natal que hablan del pasado y del otro, el acento, esa tonada tenaz que estampa en el habla el signo de lo imborrable que, con los años, deviene el signo de una identidad fronteriza. La chicana Gloria Alzandúa, de quien hablamos, lo dice de modo impecable en uno de sus textos más luminosos, titulado “Cómo domar una lengua salvaje”: el acento como el núcleo indomable de la identidad. Si se le pregunta cómo llega a la teoría de la decolonialidad, si acaso no hubo algún vestigio antes del encuentro decisivo con el pensamiento de Aníbal Quijano, surge de pronto como una iluminación repentina un nombre propio, el del historiador y antropólogo francés Georges Baudot, a quien conoce en Toulouse: “Por él me empecé a interesar por el náhuatl”. Sus estudios sobre América Latina tienen en la charla otro comienzo: una lengua amerindia.

Después de tantas modernidades en América Latina -periféricas, subalternas, disonantes- volvés al meollo subyacente a todas ellas: la modernidad occidental. César Vallejo escribió con x el vocablo: Oxidente.

-La idea de Modernidad es un invento en la constitución misma de Occidente, de Europa y del Eurocentrismo. Sin duda, las vanguardias comenzaron a intuir que algo no andaba bien. El juego verbo-semántico de Vallejo es justo, y más hoy: Occidente está Oxidado, allá y acá, en Argentina, en Perú, en Ecuador. Quién capturó este sentimiento fue el santiagueño Bernardo Canal Feijóo en su libro Los confines de occidente, en 1954. Eso es América del Sur y Latina, confines de occidente: occidente en el Tercer Mundo no en el Primero.

Hay en tu libro el pasaje inquietante de cuando se mutó, en nuestra historia cultural, de recursos naturales a recursos humanos. ¿Se trata sólo de las prácticas económicas que admitían prescindir de las vidas humanas, vueltas ahora desechos para beneficio del capitalismo? ¿Qué implica entonces la opción decolonial?

-La colonialidad del poder opera sobre todas las áreas de la experiencia. El instrumento es el patrón colonial de poder: control del conocimiento y de la comprensión; control de la gobernabilidad; control de la economía; de las relaciones subjetivas e intersubjetivas mediadas por un concepto universal de Humanidad que justifica la deshumanización. Toda destitución (deshumanización, por ejemplo) instala la herida colonial. Las tareas decoloniales en este rubro consisten en la sanación de las heridas coloniales, lo cual implica la reconstitución de lo destituido. “Recursos naturales” y “recursos humanos” son dos expresiones de la retórica de la modernidad para justificar y ocultar la explotación, la opresión y la deshumanización utilizando expresiones que suenan a positividad. Es un buen ejemplo de cómo la retórica de la modernidad oculta y disfraza la lógica de la colonialidad.

¿Cuáles son entonces los referentes históricos de estas expresiones surgidas de la retórica de la modernidad?

-Es indudable que “recursos naturales” es una expresión que justifica la devaluación de las fuentes y energías del vivir convertidas en recursos para alimentar la Revolución Industrial. Al parecer Adam Smith habló de “capital natural” para referirse a lo mismo. “Recursos humanos”, por su parte, fue introducida al comienzo del siglo XX para ¨dignificar¨ la explotación del trabajo. ¿Recursos para qué y para quienes? Una expresión equivalente de la segunda en los años 90 fue “capital humano”, que modificó la expresión ¨capital natural¨ en Adam Smith.

-Tu propuesta crítica de la decolonialidad se inscribe en la estela de Aníbal Quijano y de tantos intelectuales como los argentinos Enrique Dussel, Rodolfo Kusch, el intelectual musulmán Malik Bennabi, el caribeño Loyd Algernon Best, el iraní Amr G. E. Sabet, la jamaiquina Sylvia Wynter y la chicana Gloria Anzaldúa. Ahora bien, el aspecto reconstitutivo de la opción decolonial se halla ya inscripto en las cosmogonías amerindias. ¿Sería viable esta posibilidad de recuperar las cosmovisiones de los Pueblos Originarios en un momento del mundo atravesado por este capitalismo financiero tan feroz?

-En las Américas todas, incluidos Estados Unidos y Canadá y el Caribe, hay tres grupos internamente diversos y diversos entre ellos, que a partir de 1500 le dieron forma demográfica. Primero los Pueblos Originarios, desde los Mapuches en Chile a las Primeras Naciones de Canadá, que habitaron estas tierras desde tiempo largo. Algunas fechas de algunos grupos como Caral en Perú o los Olmecas en lo que es hoy México, datan al menos 5000 años AC. Segundo grupo, diverso, los españoles y portugueses que llegaron sin invitación, sin pasaporte, se instalaron, desplazaron los saberes de los Pueblos Originarios y sus instituciones e impusieron los suyos. Conventos, universidades, escuelas, iglesias e impusieron el castellano y el portugués. Este segundo grupo se encargó de traer forzadamente, el tercer grupo diverso extraído por captura y transporte a millones de seres humanos africanos y africanas a estas tierras. Son mayoría en el Caribe insular, son numerosos en Brasil, en Colombia, en Ecuador. Han legado cuatro prácticas que son ejemplos de la reconstitución que ellas y ellos hicieron de lo que la modernidad occidental los privó cuando les arrancó de sus civilizaciones africanas: el Candomblé en Brasil, el Vudú en el Caribe Francés, la santería en el Caribe español y el rastafarianismo en el Caribe inglés. Bob Marley es un filósofo que no paró de reconstituir tanto el legado de sus antepasados africanos como el de sus legados isleños deshumanizados por el imperialismo inglés.

¿Dónde opera la decolonialidad?

-El pensamiento decolonial no comienza en la academia, ingresa en ella. No se trata de proyectos estatales, opera en el espacio público. La conciencia de la colonialidad te interpela fuertemente.

Sí, claro, en tu libro aparece un rol más activo de la figura del autor: hay alusiones a tus objetos de estudio, a proyectos, a la tarea del intelectual, hay menciones a acontecimientos gravitantes del presente como Rusia-Ucrania, Israel-Palestina o la situación de Africa ¿Responde a un cambio de rol en cuanto intelectual e investigador académico, como si bregaras por una suerte de activismo o de intervención sobre la realidad? ¿Se trata de una salida de la academia para seguir el diálogo por otra vía?

-En el proceso de escritura de El lado más oscuro del renacimiento en los años 80 y principios de los 90, fui dándome cuenta de que no tenía sentido investigar para mejorar, transformar, modificar o corregir las disciplinas. Que las disciplinas eran y son estructuras reguladoras que te embretan con una serie de principios genealógicos y metodológicos: tienes que conocer a las y los maestros de la disciplina y tienes que conocer los principios metodológicos de la disciplina. Nada en mi formación me autorizaba a meterme en esos temas. Contaba con la licenciatura en filosofía y literatura y el doctorado en semiología. Pero claro, para que nuestros argumentos puedan intervenir en los debates contemporáneos, es necesario respetar ciertas reglas de investigación y de argumentación. Eso es todo lo que necesitamos. Qué queremos investigar, por qué queremos investigar esto y no aquello, para qué lo queremos investigar, no lo dictan las disciplinas sino los conflictos del presente, nuestra inserción en ellos, como nos afectan sensorialmente, que nos enoja, que nos entusiasma, que nos empodera, cuáles son los factores sociales que intentan descalificarnos, deshumanizarnos, convertirnos en “capital humano”. Se trata de no dejar que las regulaciones disciplinarias sometan la necesidad y los esplendores del pensar. Ni menos aún los medios sociales y la comunicación digital. Todo apunta hoy a manejarnos con lugares comunes e insultos.