De asombro en asombro: vida y obra de Carlos Pellicer | Tierra Adentro
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Retrato de Carlos Pellicer tomado del archivo del Instituto Nacional de Bellas Artes.
Retrato de Carlos Pellicer tomado del archivo del Instituto Nacional de Bellas Artes.

De oro pálido, el alba misiva acogió entre su cetrino continente plumas y pinceles que configuraron la primera modernidad del México del siglo veinte. O para decirlo más claramente: la cerveza Carta Blanca —aquella que por fortuna podemos encontrar todavía en las calles de la Ciudad de México y que con su ligera palidez alivia el desamparo feroz de la cruda—, con la idea de hacerse publicidad, publicó en la década de los treinta el Boletín mensual Carta Blanca, que presentaba la obra de un pintor junto a una nota crítica encomendada a un especialista. Entre las páginas de la publicación, figuraron nombres como los de Xavier Villaurrutia, Jorge Cuesta, José Gorostiza, Antonio Castro Leal y Enrique Fernández Ledesma —el de la prodigiosa Galería de fantasmas— y pintores como Roberto Montenegro, David Alfaro Siqueiros, Carlos Mérida y Carlos Orozco Romero; estos últimos figuraron como los directores del folletín. Incluso, Antonin Artaud contribuyó con un par de textos en el poco más de un lustro de vida del Boletín. Entre 1934 y 1939 se editaron alrededor de cincuenta números, y la primera época llevó por nombre “Galería de pintores modernos mexicanos”; la segunda, “El arte en México. Pintura colonial”, y para el tercer año, 1936, anunciaron que:

Hemos tenido tan buena acogida que nos sentimos alentados para proseguir este esfuerzo. Con verdadero placer anunciamos a nuestros lectores que ya está en preparación una nueva serie de Suplementos Artísticos que llevará como título: Boletín Mensual Carta Blanca. El arte en México. La nueva colección se compondrá de 10 reproducciones perfectas (fotografía directa, a colores) de las más bellas obras que existen en nuestro país de los grandes pintores europeos de la época renacentista y posteriores.1

Esta labor editorial y publicitaria se le debe a Salvador Novo quien, a instancias de Villaurrutia, crea la publicación en su faceta como publicista de la cervecería Cuauhtémoc. Si bien Capistrán consigna que el Boletín se hizo cuando Novo era socio de la agencia de Augusto Díaz Riquelme —despacho publicitario que hasta nuestros días se mantiene vigente—, lo cierto es que ésta se crea hasta 1944, años después de que la publicación llegara a su fin. También es necesario destacar que aunque se le da la paternidad de a Novo y a Villaurrutia, la cervecería ya había abierto una galería de arte en la Ciudad de México a principios de la década de los treinta, la Galería Carta Blanca, en la calle de Madero, cuya inauguración estuvo enmarcada con la muestra de ocho pintores —Carlos Mérida, Carlos Orozco Romero, Agustín Lazo, Fermín Revueltas, Jean Charlot, Tamiji Kitagawa, Roberto Montenegro y David Alfaro Siqueiros—, organizada por Carlos Orozco Romero y Carlos Mérida, quienes dos años antes, entre 1929 y 1930, habían estado a cargo de la galería del Teatro Nacional, es decir, el ahora Palacio Bellas Artes.

La caterva de nombres que colaboraron en el Boletín mensual Carta Blanca —reconocibles por lo demás para cualquier lector medianamente atento a la literatura mexicana del siglo pasado— lleva a pensar, de manera inmediata, en dos revistas imprescindibles de nuestra historia: Contemporáneos y Examen, y al fijar la vista en ellas, también es ineludible pensar en el vasconcelismo y su industria cultural, cuya mayor insignia, quizás, sea la edición de aquellos clásicos de pasta verde.

Si se piensa en los inicios del convulso siglo veinte mexicano, en los años posteriores a la Decena Trágica, en el Maximato y en la sangre que se derramó por la silla presidencial —los golpistas y miserables siempre han sido dolorosa parte de nuestra historia—, encontramos que el arte se revolvía febril y encontraba múltiples caminos por los cuales diseminarse. Del nacionalismo que sucedió al porfiriato a la estridencia del grupo formado por quienes hicieron la revista Horizonte y el individualismo del “Grupo sin grupo” se conformaron voces y estéticas que en contrapunto unas con otras dieron vida al arte mexicano; la Guerra Civil Española uniría a escritores de todo el mundo en una lucha antifascista y el nuevo orden que dejaría la Segunda Guerra Mundial terminaría por codificar el convulso medio siglo. Sin embargo, en esas primeras cinco décadas puede encontrarse un hilo conductor: la idea de crear un patrimonio cultural propio, en el que convergieran la “alta cultura” y el “arte popular”; por ello, entre el ritmo de la negritud de Silvestre Revueltas, el “mole de guajalote” de los estridentistas; el arraigambre de la tierra de Carlos Chávez y la microtonalidad de Julián Carrillo, así como el ya citado muralismo y la ruptura de una generación la cultura mexicana, se suscitaron productos culturales que preludiaron el mass media. Como señala Roberto Aceves Ávila:

Para Esther Gabara, un ejemplo emblemático de estos objetos culturales híbridos en los que se combina la reflexión crítica con el uso de las reproducciones fotográficas y el diseño gráfico lo constituye precisamente el Boletín Mensual Carta Blanca. Gabara también ha señalado que en México los movimientos literarios de vanguardia participaron activamente en las versiones tempranas de los medios de comunicación masiva y contribuyeron con ello a la representación de una cultura urbana y nacionalista de masas.2

En medio de estas representaciones, en el tercer año del Boletín, 1937, aparece una nota crítica a la obra Cabeza, de Guido Reni, pintor boloñés del siglo XVII, y que pertenecía a la colección de Genaro Estrada. El autor, quien como Dante estaba “nel mezzo del cammin di nostra vita”, había nacido cuarenta años antes, en San Juan Bautista —hoy Villahermosa—, Tabasco. Hijo del coronel obregonista Carlos Pellicer y de Deifilia Cámara, el poeta Carlos Pelliscer Cámara  se había hecho poeta en 1912, a los quince años, al escuchar al poeta oficial del gobierno maderista, José Santos Chocano:

Chocano llegó invitado por un poeta mediocre, pero hombre de excelentes cualidades, el Vicepresidente Pino Suárez. Escuché al vate peruano de Odas salvajes y de Alma América en dos grandes recitales. En el Teatro Arbeu, cuando fue presentado por ese magnífico orador, el licenciado Jesús Urueta, y poco después, en el Anfiteatro de la Escuela Preparatoria, presentado por don Alfonso Reyes. Aquella noche, Chocano recitó treinta y cuatro poemas. La imagen de América se dibujó en mi alma sacudida por el verbo emotivo y vigoroso de Chocano.3

Ese encuentro marcaría el derrotero de Pellicer, no sólo en el oficio, sino también en su estética. Sus primeros años los vivió en su ciudad natal, la exuberante Villa Hermosa de San Juan Bautista, y la corriente del río Grijalva se quedaría en su pluma, con el cauce resonando en su oído y dejando la impronta de la música del modernismo, de aquella armonía de caprichos que lo haría una voz única y precoz. En 1917, a los veinte años, junto a Luis Enrique Erro y Octavio G. Barreda, funda la revista de breve existencia Gladios:

Somos un grupo de estudiantes jóvenes y artistas que llevamos nuestros corazones rebosantes de ensueños y esperanzas; que consagramos estos momentos de nuestras vidas y los mejores años de nuestra juventud a una labor noble y sacrosanta […] Nosotros aceptaremos todo trabajo literario pues no tenemos bandera que nos señale; se estamparán en nuestras páginas siempre que sean blasones de belleza.4

A esta odisea le sucedería la revista San-ev-ank, de 1918, semanario que llegaría a las veinte ediciones y que junto a Gladios son una muestra temprana de la labor del poeta que compartiría sus estudios de preparatoria con Bernardo Ortiz de Montellano y Jaime Torres Bodet. Sea quizás por la cercanía con estos poetas que se suele identificar a Pellicer, indiscriminadamente, ya sea por ignorancia o pereza, al grupo de Contemporáneos, aunque su discurso intimista y su plástica del paisaje, así como su catolicismo o su evocación del amor ausente, sean más cercanos al citado Chocano, a Leopoldo Lugones, Rubén Darío o a Nervo que al cisne de González Rojo; incluso mostró su descontento a propósito de la Antología de poetas modernos de México, de Jorge Cuesta. Y aun más allá, si Xavier Villaurrutia proclamaba un “viaje alrededor de la alcoba”, como escribiera Xavier de Maistre —el autor de Canto a la primavera no llegaría más allá de New Heaven—, para Pellicer Cámara el mundo no le fue ni tan ancho ni tan ajeno.

Entre 1918 y 1920, Carlos Pellicer fue designado delegado la Federación de Estudiantes Mexicanos, y por ello viajó a Colombia, en donde vivió varios meses, antes de conocer Venezuela y, a su vez, residir ahí. Es en esta época en que el joven poeta decide publicar su primer libro Colores en el mar y otros poemas, de 1921, en donde con una fuerte estética modernista escribe con el asombro en la mirada que no lo abandonará jamás.

El mar a azules ímpetus voltea su engranaje

y el juego de dobleces libérrimo se orea;

el faro como un cíclope deslumbra el homenaje

de un gesto de distancia, plateando la marea.5

En los siguientes años publica Piedra de sacrificios, Odas de junio, 6,7 poemas y Hora y 20, libros necesarios para comprender la poesía pelliceriana y su constante cambio. La búsqueda del vocablo inusitado sin perder la musicalidad modernista son elementos que lo alejan del “paisajismo” en el que se le ha encasillado. A Carlos Pellicer se le tiene que leer siempre con una nueva mirada, con el oído atento y la certeza de que a lo largo de sus seis décadas como poeta nunca se quedó estático.

Nocturno (Fragmento)

No tengo tiempo de mirar las cosas

Como yo lo deseo.

Se me escurren sobre la mirada

Y todo lo que veo

Son esquinas profundas rotuladas con radio

Donde leo la ciudad para no perder tiempo.6

En el talante del poeta confluirían lo mismo el canto general de América de Santos Chocano y el bolivarismo que la fascinación por la División del Norte. Su apoyo decidido al vasconcelismo y a la lucha obrera —sin llamarse por ello socialista—, así como su viaje en 1937 hacia España para participar en el Congreso Internacional de Escritores Antifascistas, junto a artistas como Octavio Paz, Elena Garro, Juan de la Cabada, José Chávez Morado, Silvestre Revueltas, Luisa Vera, Pablo Neruda, Alejo Carpentier, entre muchos otros, forjaron el carácter de Carlos Pellicer, de quien escribe el extraordinario Eliseo Diego:

Siempre recordaré la jovial vitalidad de don Carlos, su porte casi ascéticamente militar, la armonía entre su persona y la arena blanquísima, el agua transparente, el oro y el azul del Caribe, como si la playa hubiera sido hecha para él en previsión de su posible advenimiento. 7

Este recuerdo, escrito a propósito de un viaje a La Habana organizado por la Casa de las Américas para conmemorar el cincuentenario de la muerte de Rubén Darío, tiene también una muestra del temperamento de Carlos Pellicer. Al escuchar diatribas en contra de la estilística del cisne nicaragüense, Eliseo Diego cuenta:

La desdicha me tenía preso en un asiento de las primeras filas.

¿Qué hacer? De pronto sentí a mi espalda un estruendo de sillas apartadas con violencia y me volví para ver la alta figura militar de don Carlos abriéndose paso iracundo hacia la salida. Farfullaba cóleras sofocadas y se le veía ciego y lívido. […] Recordaré siempre con gratitud que don Carlos fuese capaz de verme a través del velo de su ira. “Me marcho”, me dijo. Después de una pausa, mirando a lo lejos, “Estoy harto de sandeces”.8

Si bien Pellicer siguió escribiendo, es con Hora de junio, poemario de una continuidad formal deslumbrante, de 1937 con el que llega a su madurez poética. Con el endecasílabo desenvainado, la comunión de la voz poética con su entorno se desarrolla conforme se avanza en su lectura, como en este fragmento:

Dúos marinos (Fragmento)

 

En una mano tengo el mar de noche.

En otra mano tengo el mar de día.

La angustia de estar solo un solo día

abre los ojos para mí en la noche.

El mar nocturno traigo en una mano.

Premio al número par deste mareo.

La voz a nado sube a su deseo.

El mar diurno en la palma de la mano.

Mar de día y de noche,

abierto de noche y de día,

de perfil y de frente,

sangre al costo, poema y poesía.9

El mar, la voz y la sangre al costo son parte del poeta, que se ha forjado entre múltiples oficios. Su padre, militar retirado, se había mudado con su familia a la colonia Guerrero para abrir una farmacia, pero la sangre castrense siguió corriendo por las venas del hijo. El 5 de febrero de 1930, Pascual Ortiz Rubio, quien había sido declarado vencedor en las elecciones extraordinarias de 1929 sobre el otro candidato, el rector José Vasconcelos, sufrió un atentado, y en represalia, la persecución contra los vasconcelistas se volvió temible. Escribe Pellicer sobre esos años:

Siendo un vasconcelista convencido, decidí abandonar París para venir a luchar, como ciudadano de México, por la candidatura para presidente de la república del licenciado José Vasconcelos. […] El 9 de febrero de 1930 […] fui conducido en una motocicleta con side car a mi prisión e internado en la ‘sala de banderas’, a donde llegaban, momentos después, el general Eulogio Ortiz y el diputado Manuel Riva Palacio. Este último se me acercó melosamente y, palpando una de las solapas del abrigo, dijo: ‘Este es de los finos’. El general Eulogio Ortiz, mirándome duramente, explicó: ‘Usted es el que organizó el complot para asesinar a mis generales Calles y Amaro, así como al licenciado Portes [Gil] y al señor presidente Ortiz. […] Esta noche lo vamos a tronar.10

Se dice que fue la intervención de Genaro Estrada lo que lo salvó de ser fusilado; también se cuenta que entre los reos estaba un jovencito de apenas quince años, que llevaba por nombre José Revueltas, sólo que no había quién hablara por él y lo recluyeron, por vez primera, en las Islas Marías. El Partido Nacional Revolucionario comenzaba así una historia que duraría setenta años de fraudes y matanzas. Tal vez haya sido el recuerdo de esa malograda campaña y los años posteriores de exilio voluntario los que hicieron que, en 1976, un año antes de su muerte, Carlos Pellicer fuera elegido senador por el mismo partido que los persiguió. A propósito, el egregio poeta y traductor Guillermo Fernández, en una plática con Armando Oviedo:

Pellicer tenía ciertos tics dannunzianos, que son los del héroe. […] Se afeitaba la cabeza como D’Annunzio […] Yo mee preguntó por qué chingados aceptó la senaduría. Después de mi regreso a México se lo pregunté: “Maestro, ¿cómo aceptó la senaduría?, y él me dijo: “Profesor, ser senador no es la gran cosa, pero es un poquito de poder” […] Pellicer no se quedaría callado ahora. Escribiría contra el fundamentalismo económico, contras las ivasiones armadas, contra las pruebas nucleares, contra el imperialismo, a favor de los indígenas. […] Se conoce, y está escrito, que detuvieron a Pellicer y a José Carlos Becerra porque andaban repartiendo volantes frente a la embajada norteamericana […] Y tenía más de sesenta años. Estamos ante un hombre en todo el sentido de la palabra.11

El poeta, el hombre, el crítico de arte, el católico, el de los amores secretos compartidos como Villaurrutia, Nandino y Novo publicó más de una cuarentena de libros, algunos antológicos, otros con poemas nuevos mezclados con poemas anteriores. Más de cuatrocientas revistas bajo el brazo. De la “Balada del crepúsculo”, poema escrito en 1912 en una tarjeta postal, a Cuerdas, percusión y aliento, de 1976, Pellicer ahondó en los secretos de la naturaleza interior, del estoicismo franciscano que admiraba, de la verdad del arte y del poema. Escribió lo mismo de pintura que del trópico, del amor y del alma. De aquellas notas perdidas en un pasquín publicitario de una cerveza bienhechora quizás no quede nada, tan sólo un asombro de luz, asaz un asombro de asombros o, como él mismo escribiera en Hora de junio de 1937, “el primero de todos los recuerdos del olvido”.

  1. Miguel Capistrán, “De cerveza, arte y publicidad”, en Laberinto, suplemento del periódico Milenio Diario, 1 de octubre de 2011.
  2. Roberto Aceves Ávila, “Los artistas como críticos. Reseñas sobre pintura hechas por artistas plásticos en el Boletín Mensual Carta Blanca, 1934-1939”, en Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, UNAM, 2017, p. 212.
  3. Mario Puga, “Entrevista a Pellicer”, Revista de la Universidad, vol. X, número 6, febrero de 1956, p. 19
  4. Guillermo Sheridan, “Torres Bodet, Ortiz de Montellano, Pellicer Cámara, Gorostiza Alcalá y Enrique González Rojo en la preparatoria nacional”, en Los Contemporáneos ayer. [Edición digital].
  5.  Carlos Pellicer, Obras. Poesía, México: Fondo de Cultura Económica, 1981, p. 14.
  6. Carlos Pellicer, 6, 7 poemas, México: Ediciones del Equilibrista, 1994, p. 38.
  7. Eliseo Diego, “Retrato mínimo de don Carlos Pellicer”, en Periódico de poesía, nueva época, número 16, invierno 1996, p. 13.
  8. Ibid., p. 14.
  9. Carlos Pellicer, Hora de junio. Práctica de vuelo, México: Fondo de Cultura Económica, 1984, p. 22.
  10. Samuel Gordon, op. cit., p. 45
  11. Guillermo Fernández, “Carlos Pellicer: las manos llenas de calor y de color”, en Periódico de poesía, op. cit., p. 22