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Dogmas marianos y su importancia para la fe

Dogmas marianos y su importancia para la fe

María, Madre de Dios, Virginidad Perpetua de María, Inmaculada Concepción, Asunción de María al Cielo. Los cuatro dogmas marianos cuentan desde hace siglos una historia de amor, salvación y esperanza para todos los hombres 

A menudo oímos hablar de dogmas, esas verdades absolutas e imprescindibles reveladas por Dios, a las que todo cristiano debe creer en virtud de su propia fe. Aunque el término griego dógma o dokein, del verbo δοκέω, dokéō, significaba originalmente parecer, se utilizó casi inmediatamente con el significado de decreto, primero en el lenguaje jurídico, y luego de doctrina en el religioso. Por tanto, para la Iglesia, el dogma no es una posibilidad, un punto de vista, sino un principio indiscutible que está en la base de la fe y el credo de un individuo y de la comunidad de fieles de la que forma parte.

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Los dogmas son verdades absolutas e imprescindibles a las que todo cristiano debe creer en virtud de su propia fe. He aquí cómo se han definido a lo largo de los siglos.

En los primeros siglos del cristianismo, los Padres de la Iglesia griegos y más tarde latinos utilizaban el término dogma para referirse a lo que se impone a la fe y la práctica cristiana, y posteriormente la palabra pasó a identificarse con la Doctrina misma del Evangelio. En la época medieval fue sustituido por el sinónimo articulus fidei, artículo de fe. A partir del Concilio de Trento (1545-1563), también en contraposición a las afirmaciones de los teóricos de la Reforma protestante, el término comenzó a utilizarse para indicar una verdad de fe, una regla sancionada por Cristo y transmitida por los Apóstoles, y como tal incontrastable. A partir del siglo XVIII el dogma adquirió su significado actual de fórmula doctrinal, y con el Concilio Vaticano I (1868) se dio la definición precisa de: «proclamación auténtica por parte del Magisterio de lo que está contenido en la Escritura».

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Los dogmas han sido recogidos en el Catecismo y hay un fuerte vínculo entre ellos y el Magisterio de la Iglesia, que es su custodio y puede intervenir en su interpretación. A través del Magisterio, la Iglesia también puede decidir establecer nuevos dogmas, que no son verdaderas adiciones, sino aclaraciones, interpretaciones útiles para afrontar determinadas situaciones coyunturales, incluso históricas. También se estableció la diferencia entre el depósito de la fe, la revelación de todas las verdades enseñadas a los Apóstoles por Jesús, confiadas a la Iglesia para que las conservara y transmitiera, y el dogma, la proclamación por parte de la Iglesia del contenido de la fe.

Por tanto, hoy entendemos los dogmas como verdades de fe reveladas por Dios, transmitidas por Jesús a los Apóstoles, y luego traspasadas por el Colegio episcopal, sucesor del colegio apostólico, bajo la égida del Papa (Magisterio ordinario); o definiciones expresadas por el Papa con una sentencia ex Cathedra, no debatidas en ningún concilio, en nombre del principio de la infalibilidad papal (Magisterio extraordinario).

Los primeros dogmas, enunciados en los primeros siete Concilios Ecuménicos (entre 325 d.C. y 787 d.C.), conciernen a las verdades sobre Dios, la Trinidad y Jesucristo, y exigen nuestro asentimiento incondicional y nuestra obediencia total.

– Dios es uno y trino
– Jesucristo es el hijo unigénito de Dios, engendrado
– Jesucristo es verdadero Dios y verdadero hombre

Luego se proclamaron otros dogmas, a lo largo de los siglos, como la existencia del Purgatorio (1439-1563), la Transubstanciación (1215), la infalibilidad papal (1870), hasta un total de 44 pronunciamientos reunidos en 8 grandes temas.

¿Qué son los dogmas marianos?

Los Dogmas marianos merecen una discusión aparte. Para la Iglesia católica, María de Nazaret es:

  • Madre de Dios (Theotokos)
  • Siempre virgen (Aeipárthenos)
  • Llena de gracia, colmada de la gracia de Dios (Kecharitoméne) y preservada intacta de toda mancha de pecado original
  • Asumida en el cielo, cuerpo y alma (Kóimesis, inmersa en el sueño de la muerte) 

Estas definiciones de la Virgen se traducen en los cuatro dogmas marianos reconocidos por la Iglesia:

  1. María, Madre de Dios
  2. Virginidad Perpetua de María
  3. Inmaculada Concepción
  4. Asunción de la Santísima Virgen María

Estas verdades no han sido inventadas por la Iglesia a lo largo de los siglos, sino deducidas de la Sagrada Escritura, y como tales obedecen a los requisitos exigidos para que los dogmas sean tales.

Existen también otras verdades marianas, reconocidas por el Magisterio extraordinario de la Iglesia aunque no proclamadas solemnemente, que ven a la Virgen investida por la Voluntad divina con la misión de Corredentora, Medianera, Abogada, con un papel fundamental en la historia de la salvación. En general, podemos afirmar que los dogmas marianos tienen una importancia primaria en la formación cristiana de todo creyente, en la medida en que María ha representado siempre la intermediaria por excelencia entre Dios y los hombres y, como tal, todos los dones de gracia que se le han conferido representan una promesa de esperanza y de salvación para todo hombre.

He aquí la explicación de los cuatro dogmas marianos.

María Madre de Dios

En cuanto a madre de Jesús, que es Dios, según el dogma de la Trinidad, María es Santa Madre de Dios. Este dogma fue reconocido y proclamado ya en el año 431 d.C. con motivo del Concilio de Éfeso, tercer concilio ecuménico, y fue la primera verdad reconocida oficialmente por la Iglesia. Representa el primer y más importante contacto que tuvo María con Dios, en el instante en que ella aceptó la misión que el Todopoderoso tenía guardada para ella. María, hija de Dios, no habría podido engendrar a su propio Creador, pero contribuyó con su carne y su vida a dar a luz a Jesús, encarnación humana del Verbo, segunda Persona de la Santísima Trinidad. Como ocurre con la mayoría de los dogmas, es en las Sagradas Escrituras donde encontramos referencias a la Virgen como verdadera madre de Jesús, a su vez indicado con atributos divinos. Las afirmaciones de la divinidad de Cristo y de la maternidad divina de María son inevitablemente consecuentes. Ya en el 325 d.C. María es definida como Theotokos, «madre de Dios».

El reconocimiento de la maternidad divina de María santísima madre de Dios iba contra la herejía de quienes, reconociendo sólo la humanidad del Verbo, veían a la Virgen como madre de Cristo, pero no como madre de Dios. Pero para la Iglesia, las dos naturalezas de Jesús, divina y humana, son perfectas y se unen en una única persona. A partir del Concilio Vaticano II, la maternidad de María pasa a ocupar un lugar central en el concepto de la promesa de salvación, debido al papel de María no sólo como progenitora, sino también como educadora y apoyo espiritual de Jesús a lo largo de toda su vida y en Su misión.

Virginidad de María

El Concilio de Constantinopla de 553 d.C., en cambio, decretó la Virginidad perpetua de María. El significado de este dogma es doble, ya que representa la absoluta y perpetua integridad corporal de María, pero también la virginidad de su alma, unida al Señor en el más sagrado y puro de los vínculos. Nuestra Señora nunca dejó de ser virgen, a pesar de que concibió un hijo, a pesar de que lo dio a luz con dolor, como todas las mujeres. Pero todo sucedió gracias al poder del Espíritu Santo, sin corrupción física, más bien, en el instante en que María concibe y da a luz a Jesús ella está tan consagrada a Dios que es aún más pura, aún más casta. Por eso, a pesar de ser madre, puede encarnar un ideal de pureza y castidad más que cualquier otra mujer. En la iconografía tradicional, la virginidad perpetua de María, virginitas ante partum, in partu et post partum, está representada por tres estrellas que adornan su manto.

Inmaculada concepción

El dogma de la Inmaculada concepción, celebrado por la Iglesia el 8 de diciembre, fiesta de la Inmaculada concepción, establece cómo, aunque concebida y nacida de una pareja mortal (Santa Ana y San Joaquín), la Virgen María nació pura, no tocada por el pecado original, como es el caso de todos los demás hombres y mujeres. Proclamado por Pío IX en 1854 con la bula Ineffabilis Deus, este dogma no sólo simboliza la ausencia de pecado original en María, sino también su ser llena de gracia, única criatura concebida, nacida y vivida en el amor total de Dios, en la plenitud de Su voluntad, a la que se confió plenamente. El gran plan de Salvación de Dios pasa a través de la Inmaculada concepción, en la medida en que María fue creada desde el principio de los tiempos precisamente para cumplir su papel de madre de Jesús.

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Asunción de María

Sola entre los Apóstoles y todos los Santos, única con su Hijo Jesús, María ha subido al Cielo en cuerpo y alma, mensajera de esperanza para todos los hombres, pura entre los puros. La Asunción de María al Cielo es un dogma proclamado solemnemente el 1 de noviembre de 1950 por el Papa Pío XII, que se acogió a la prerrogativa de la infalibilidad papal, y se celebra cada año el 15 de agosto, Fiesta de la Asunción de María al Cielo. En muchos sentidos, este dogma representa el cumplimiento y la culminación de los dogmas marianos anteriores. María asciende al Cielo porque es la Madre de Dios, porque es la Siempre Virgen, porque es Inmaculada. Sube al Cielo sobre todo por su vínculo único y especial con Jesús, por ser Corredentora donde Él fue Redentor. En su ascensión al Cielo se celebra la redención de la humanidad, arrastrada en el pecado por una mujer, Eva, y por otra mujer elevada a la gracia del Paraíso, en el triunfo contra el pecado y la muerte querido por Cristo para todos los hombres. El dogma de la Inmaculada concepción declara la victoria de Cristo sobre el pecado, a través de Su madre, y el de la Asunción Su victoria sobre la muerte. Es una advertencia y un recordatorio para todos los cristianos de tener presente que la experiencia en la tierra es sólo un pasaje, que estamos destinados a sobrevivir y a resucitar en cuerpo y alma cuando llegue el Tiempo, igual que la Madre de Jesús. Y esta esperanza trasciende todos los demás misterios.

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