Isabel I de Rusia
Federico
Ort�z-Moreno *
Reina de la poderosa Rusia. Hija de Pedro el Grande. Soberana de los
zares y de las m�s
altas cortes sovi�ticas. Inteligente mujer que supo dar a su pueblo algo
m�s de aquello que
muchos hubieran pensado, e indiscutiblemente uno de los m�s grandes
personajes que ha
visto este extraordinario pueblo sovi�tico. Me refiero a Isabel I de
Rusia.
Una parte de la historia
Se cuenta que los gobiernos posteriores a Pedro el Grande adoptaron la
mayor�a de las instituciones administrativas y militares de Occidente.
La similitud o deseo de "copia" era evidente: indumentaria europea o
traje sastre "tipo alem�n", zapatos de hebilla, pelucas empolvadas,
pa�uelos y faldas a la moda.
Lo anterior era solo parte de la personalidad externa. En cuanto al
actuar interno, Rusia tambi�n tomaba ya no solo lo malo de los dem�s,
sino tambi�n acentuaba aquellos rasgos negativos de los pueblos
asi�ticos. Hab�a id�ntica insolencia en cuanto a la prosperidad (los
nuevos ricos), la misma bajeza en lo referente a las desgracias y
similar atrocidad en las venganzas.
En lo que se refiere a las relaciones entre amos y siervos (como hoy
sigue siendo lo mismo en muchos pa�ses, incluso el nuestro, la relaci�n
patr�n-obrero), no se encontraba otra cosa mas que opresi�n, mal trato,
y en general un abuso sorprendente de autoridad, abundancia y prolijidad
de malos tratos y hasta crueles y despiadados suplicios.
Los cambios y las cosas buenas
La construcci�n de este inmenso imperio habr�a de tomar su tiempo. La
instrucci�n proporcionada era m�nima y habr�a que fortalecerla. Iv�n
Couvalov, favorito de Isabel, es quien funda la Universidad de Mosc�, y
es tambi�n durante este per�odo, en que se establece la Academia de
Bellas Artes de San Petersburgo.
Habr�a tambi�n otros cambios, lo mismo que algunos otros detalles que
caracterizar�an este per�odo. Entre estos cambios o caracteres del
reinado de Isabel se encuentra la instauraci�n de un per�odo o etapa de
cultura francesa que sucede al de la cultura alemana de Pedro I y de los
reinados siguientes.
Las institutrices y los maestros franceses proliferan en las llamadas
casas de la aristocracia. El franc�s llega a ser para muchos como su
segundo idioma, y Par�s, la Meca del noble que se preciase como tal.
Francia era "lo m�ximo", para ellos, como para otros ser�a Alemania,
Austria o Inglaterra.
La l�nea de los zares
La l�nea normal masculina de Pedro el Grande concluy� en la persona de
Pedro II. La casa de los Romanov s�lo qued� representada por mujeres.
Por una parte, podemos hablar de Pedro I, quien dejara dos hijas: Ana,
duquesa de Holstein, muerta en mayo de 1728, dejando un hijo que m�s
tarde ser�a el zar Pedro III, y la princesa Isabel, nacida el 18 de
diciembre de 1709.
Iv�n, por otro lado, hermano de Pedro el Grande, ten�a tambi�n dos hijas
casadas: Ana Ivanovna, duquesa viuda de Curlandia, y Catalina Ivanovna,
duquesa de Meklemburgo. Al morir Pedro II, en enero de 1730, la opini�n
rusa qued� escindida en dos partidos. Aquellos que estaban a favor de
las hijas de Pedro I (en este caso de Isabel, pues Ana ya hab�a muerto),
y los partidarios de Pedro III, que a�n era un ni�o.
�Qui�n gan�?
Y como es l�gico suponer, la cuesti�n fue resuelta por aquellos que
ostentaban el poder, sobre todo la familia Dolgorouski y el Alto
Consejo. Todos ellos intentaron construir en Rusia un r�gimen an�logo al
que se ve�a en Suecia y en Polonia. Es as� como en un intento de hacer
algo parecido, nombran emperatriz a Ana Ivanovna, que era precisamente
quien supuestamente parec�a tener la menor posibilidad.
Algunos pensaban que ser�a Pedro (zarevich, hijo primog�nito del zar) o
tal vez Isabel (zarevna, la hija del zar) quien seguir�a en el
trono, pero la gente, los encargados de mover el famoso tapete de la
pol�tica aduc�an que las hijas de Pedro I hab�an sido nacidas con
anterioridad al matrimonio del zar.
La nueva zarina
La nueva zarina tendr�a menos poderes que otros reyes o reinas. Uno de
los puntos o cl�usulas firmadas que estaba comprometida a cumplir era
una que dec�a: "En caso de que yo faltase a esta promesa (el hacer lo
mejor para su reino), ser�a privada de la corona de Rusia". M�s tarde
vendr�an los cambios. Mosc� volver�a a tener la capitalidad y San
Petersbrgo volver�a a un segundo plano.
Ana Ivanovna
Ana Ivanovna, duquesa viuda de Curlandia era proclamada el 21 de marzo
soberana aut�crata de Rusia. Antes, ella misma hab�a acusado de enga�o a
Vasili Dolgorouski, uno de los que la hab�an llevado al poder. Pero as�
eran las cosas: la traici�n y la pu�alada a aquellos que le hab�an
ayudado, era algo t�pico en ella.
Figura y aspecto
De aspecto masculino y estatura imponente, la nueva emperatriz, de
treinta y cinco a�os, ten�a rencores feroces y un apetito desenfrenado
de placeres. (Eso se dec�a, y todo parece indicar que fue cierto). Su
venganza era lenta, pero segura e implacable.
Los Dolgorouski, la familia que le hab�a apoyado para llegar al poder,
fueron poco a poco despojados, hundidos, anulados; en pocas palabras,
completamente exterminados, en el curso de una revoluci�n sangrienta al
estilo de la �poca de Iv�n el Terrible.
Desembarazada una vez de sus enemigos, Ana Ivanovna pudo revelarse tal
como era: alemana ante todo, una cruel y despiadada alemana. Una mujer
que vendi� a Rusia, o m�s bien entreg� durante diez a�os a los alemanes
la naci�n rusa.
No tardar�a mucho tiempo en que todo se viniese abajo. Seguir�an otros
gobiernos, otras regencias. En 1740, el heredero al trono ruso era un
ni�o reci�n nacido, el hijo de Ana Leopoldovna y de Antonio de
Brunswick-Bevern, el emperador-beb� Iv�n VI. Fue un per�odo en que, m�s
que nunca, Rusia se hall� en poder de los alemanes.
Vendr�a un tal Biren al poder, pero las luchas entre las familias ya se
hab�a dado y el pleito estaba en todo su apogeo. El 28 de noviembre de
1740, un golpe de Estado produce el destierro de Biren a quien se le
encierra en el monasterio de Alejandro Nevski. M�s tarde se le
trasladar�a a la fortaleza de Schl�sselburgo, para finalmente envi�rsele
a Siberia.
Ana Leopoldovna, hija de Catalina de Meklemburgo, obtendr�a la regencia,
mientras que su marido era nombrado general�simo. Pero la envidia no
tardar�a en dividir a los esposos. Ana, por una parte, era incapaz para
el gobierno. Esto debido a su pereza, ignorancia y falta de energ�a.
Pasaba d�as enteros, recostada en el div�n sin tener fuerza siquiera
para vestirse. Es as� como ante esto, olvida vigilar a la princesa
Isabel.
Isabel I de Rusia
La hija de Pedro el Grande ten�a entonces treinta y un a�os. Era guapa,
bonita, elegante, buena danzarina y excelente amazona. Una persona de
costumbres libres, fina y de buen sentido, aunque con muy poca
instrucci�n. Ella era la zarevna (hija del zar), luego ser�a
emperatriz de Rusia, llamada tambi�n zarina (aunque "zarina" significa
m�s bien esposa del zar, no obstante tambi�n se le de la connotaci�n de
emperatriz).
Llamada "La Clemente", Isabel I de Rusia nace en Kolomenskoe en el a�o
de 1709, muriendo en San Petersburgo el a�o de 1762, a los 53 a�os de
edad. Zarina de Rusia de 1741 a 1762, hija de Pedro el Grande y de
Catalina I, accedi� al trono gracias a la revuelta palaciega dirigida
contra la regente de Iv�n IV, la ya mencionada Ana Leopoldovna.
Su reinado
Su reinado, si bien se caracteriz� por un buen n�mero de reformas, entre
ellas la abolici�n de la pena de muerte (1744), la supresi�n de las
aduanas interiores (algo que apenas se da en nuestro pa�s), la
reorganizaci�n del comercio exterior y las iniciativas de tipo art�stico
y cultural, como la fundaci�n de la Universidad de Mosc� (1755) y la
creaci�n y fundaci�n de la Academia de Bellas Artes de San Petersburgo,
represent� en otros aspectos la anulaci�n de la obra de Pedro I.
La nobleza recibir�a grandes concesiones lo cual llev� a empeorar la
situaci�n del campesinado. En pol�tica exterior, substituy� la amistad
con Prusia por el acercamiento a Inglaterra y Austria. Puntos
importantes de su reinado fueron la guerra con Suecia que report� a
Rusia el sur de Finlandia y la intervenci�n en la llamada guerra de los
Siete A�os (1756-1763) contra Federico II de Prusia, guerra interrumpida
a la muerte de Isabel.
El inicio
Como hemos visto, hasta ese momento, la fortuna le hab�a sido adversa.
Hab�a visto escap�rsele el trono en 1730, aparte de haber sufrido
durante diez a�os el despotismo suspicaz de Ana Ivanovna. Se sabe que
todos los proyectos de matrimonio largamente acariciados por sus padres
hab�anse desvanecido como el agua en la arena.
Sus prometidos, o hab�ansele ido, o hab�anle renunciado, y hasta en el
peor de los casos, hab�an muerto. Por su larga lista de prometidos
hab�an pasado Luis XV, el duque de Chartres, el duque de Borb�n y el
conde de Charolais. Su �ltimo prometido, Carlos Augusto de Holstein,
obispo de L�beck, hab�a muerto de viruela.
Ana Leopoldovna le detestaba. A�n as�, pudo contar con una peque�a corte
a su alrededor. Estos eran amantes o confidentes. Isabel se sent�a sola
y habr�a que estar con alguien. Algunos de sus romances y t�rridos
amor�os fueron con los Chouvalov (Alejandro y Pedro), con Miguel
Vorontsov y con dos personajes m�s de apellidos Lestocq y Schwartz.
C�mo era ella
La zarina era adorada por los oficiales, lo mismo que por los soldados
de la guardia, entre otras cosas, porque permit�a el aceptar ser madrina
de sus hijos. En algunas ocasiones se alojaba en una casa de campo a
donde iban los propios soldados a platicar con ella (o tal vez a
proporcionarle m�s �ntimos favores).
Isabel (Isabel Petrovna), a pesar de todo, era una religiosa devota,
aunque tal vez no muy fiel seguidora en cuanto el cumplimiento de las
normas morales. El clero apreciaba su devoci�n y le perdonaba su vida
disoluta, viendo en ella a la sola heredera de Pedro I.
Conflictos, dimes y diretes
Isabel ten�a sus apoyos y ayudas de c�mara, consejeros que le hac�an ver
las cosas y buscar alternativas y nuevas soluciones a los conflictos
presentados. El embajador de Francia le aseguraba el apoyo de Luis XV a
fin de que Isabel iniciase una revoluci�n. Suecia tambi�n le tend�a la
mano a cambio de que Isabel devolviese las tierras suecas conquistadas
por su padre.
La situaci�n estaba tirante. Estires y aflojes se daban en Mosc� y San
Petersburgo. La revoluci�n estaba por empezar. Uno de sus propios
aliados y amantes (Lestocq) le hab�a querido encerrar en un convento;
pero Isabel, durante una velada del 25 de noviembre de 1741, hacia la
media noche, hab�a mandado llamar a algunos de sus seguidores,
suplic�ndoles la salvaran.
Llor� y les hizo besar la cruz, lo cual equival�a a un juramento. Ella
les dijo que era su madre, la madre del pueblo ruso. Ellos cedieron,
habi�ndole caso, velando y guardando por ella. Antes, sus palabras
hab�an sido: "�Juro morir por vosotros, jurad vosotros morir por m�!".
El resultado
La revoluci�n que acababa de gestarse no s�lo tuvo el poder de trasladar
la corona rusa de la rama ivaniana (propia de Iv�n) a la petroviana
(particular de Pedro), restituyendo as� a Isabel, la hija de Pedro el
Grande el trono usurpado por los duques de Curlandia y los de Brunswick,
destruyendo con esto el terrible yugo alem�n.
Pero vendr�an otros problemas. Suecos y finlandeses quer�an sus
territorios, aquellos conquistados por el padre de Isabel I. Empieza la
revuelta y los rusos triunfan tomando de vuelta todas las plazas
finesas. Lo mismo hace al enfrentarse a un poderoso ej�rcito de 17,000
soldados suecos.
Vino luego el problema con Francia. Los franceses quer�an cierto tipo de
recompensa. Francia deseaba obtener de Isabel la restituci�n de la
Finlandia rusa. Y, si el gobierno de los alemanes no hab�a rehusado los
riesgos de una guerra, tampoco era de esperarse que la hija de Pedro el
Grande renunciase a las conquistas de su padre.
Las debilidades de Isabel
Eran muchas las debilidades de Isabel. Antes que nada, a pasar de sus
desacuerdos con Francia, sigui� teniendo una especial predilecci�n por
todo lo que fuese franc�s. Por otra parte, en el campo emocional o del
amor, la soberana tuvo sus fuertes y tormentosos romances con m�s de
media docena de subalternos.
El que hubiera tenido una instrucci�n muy pobre y una educaci�n bastante
descuidada, hizo tal vez, que Isabel tuviese un car�cter fuerte a la vez
que apasionado. Tuvo de amantes a soldados como Boutorl�n, Chomb�n,
Lestoccq (aqu�l que quiso entregarla, pero que a la mera hora se
arrepinti�) y, a Razoumovski, con quien acabara cas�ndose en secreto.
(Esto, en 1742).
Excentricidades
Desde 1749, el favorito de la reina fue Iv�n Chouvalov. A partir de
entonces, sus aventuras y desasosiego iban en aumento. A Isabel le da
por beber hasta embriagarse. Pusil�nime, d�bil de car�cter, perezosa en
su actuar, entreg� la direcci�n del gobierno a Bestoujev-Rioumin, al que
no amaba y de quien desconfiaba.
Entre sus excentricidades, por muchos conocidas, se encontraban su
afici�n a los banquetes, su gusto por el lujo, la buena comida y las
cenas grandiosas. Le gustaba mucho las fiestas y mascaradas, siendo el
arreglo personal, la principal de sus preocupaciones.
Se cuenta que cambiaba de vestido cuatro o cinco veces al d�a y que
fueron encontrados en su palacio 15,000 (quince mil trajes), 1,000 (mil)
pares de zapatos y dos cajas grandes de medias de seda. Le daba por
preguntar "�qu� color me pongo?" o "�y si me traen algunas sedas de
Par�s?". Algo no muy distinto a lo que una mujer pudiera pensar hoy en
d�a.
Supersticiones
Otras de sus "cosas", llam�mosle as�, era la de enzarzarse en
conversaciones in�tiles con sirvientes y criados. Fiel a su idea de
poner fin a las ejecuciones capitales, dej� en cambio prodigar los m�s
crueles suplicios y terribles torturas a sus enemigos que alguien apenas
si pudiera concebir o imaginar.
Finalmente, la devoci�n rigurosa y minuciosa que profesaba le imped�a
faltar a un solo oficio y se extenuaba observando todos los ayunos del
calendario ortodoxo. En cuanto supersticiones, no podemos dejar de
observar aquel incidente cuando, por ejemplo, hace demorar la
declaraci�n de guerra a Federico II de Prusia porque una mosca, parada
en la pared, vol� y fue a posarse sobre el papel, lo cual origin� un
borr�n de tinta.
Se aproxima el fin
Desde el comienzo de la llamada "Guerra de los Siete A�os", pareci� que
la emperatriz envejec�a; a�n no contaba los cincuenta a�os, cuando ya
Isabel parec�a haber dado ya sus �ltimos pasos. Comenzaban los achaques,
su pereza se hab�a vuelto insoportable y la voluntad parec�a haber
enloquecido o al menos declinado.
Claro, ella no era nada tonta, y a pesar de su escasa instrucci�n se
daba cuenta de todo ello. Es cuando entonces empieza a buscar al sucesor
al trono. Hab�a varios, pero ninguno de su agrado. Algunos eran
mezquinos, otros envidiosos y los m�s de los posibles contendientes,
eran bastante tontos y sin ning�n tipo de esperanza.
Por una parte, el sobrino de la emperatriz, Pedro de Holstein, era un
simple muchachito bueno para nada. Peque�o, mezquino, enclenque y sin
inteligencia era poco lo que pod�a esperarse de �l. Por otro lado,
Isabel hab�a por largo tiempo esperado que Catalina (Catalina II de
Rusia) diera un hijo a su esposo, el mencionado Pedro.
Pronto se convenci� de que esto era m�s que imposible. Es entonces
cuando deja en libertad a Catalina para obtener el resultado sucesorio
(el hijo) de la forma m�s adecuada que le dictara su criterio. Llegar�a
Soltykov (quien le diera el hijo), viniendo m�s tarde el futuro Pablo I.
Despu�s tocar�a el turno a un polaco de cultura casi parisiense,
Estanislao Poniatowski.
Las sucesiones y cambios se ir�an dando poco a poco. La mezcla de razas
y nacionalidades ir�a cambiando al pueblo ruso que, al mismo tiempo,
ir�a transform�ndose poco a poco en otro ente, invadido o conformado por
gente de las m�s diversas nacionalidades.
El fin
Cuando en enero de 1762 muri� la emperatriz Isabel, Pedro ten�a treinta
y cuatro a�os y Catalina treinta y tres. Las relaciones entre ambos eran
desastrosas.
Las cosas iban cambiando a pasos acelerados. Las cosas que suced�an no
ten�an ya vuelta de hoja. Ellos ah� seguir�an; pero todo ah�, al mismo
tiempo se ir�a derrumbando. La naci�n ya no ser�a la misma, pues hab�a
muerto la emperatriz, Isabel I de Rusia.
Art�culo aparecido en el peri�dico �El Porvenir� de Monterrey, M�xico,
el 26 de febrero de 1990.
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