La debacle de Hernán Cortés

La Noche Triste: así fue la mayor derrota de España durante la conquista de América

Como consecuencia de esta batalla murieron cerca de seiscientos hispanos, más de dos mil indígenas aliados, y buena parte del séquito de la familia real y la nobleza mexica que les acompañaba.

Tenochtitlán

Tenochtitlán

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En febrero de 1519, Hernán Cortés partió de Cuba con una importante flota de más de medio millar de soldados embarcados en once navíos. El hidalgo extremeño había recibido el mandato de explorar la costa de Yucatán, comerciar con los indios y traer noticias de la expedición de Grijalva, que había partido dos años antes y de la que no se tenían noticias. Pero Cortés organizó por su cuenta y riesgo una poderosa armada, y tras desembarcar en Veracruz se adentró por el interior de México. Allí descubrió la existencia del Imperio azteca, una civilización fuerte y desarrollada que dominaba gran parte del territorio mesoamericano.

Entre batallas y pactos con algunos pueblos enemigos de los aztecas –fundamentalmente tlaxcaltecas, cempoaleses y tabasqueños–, Cortés y su hueste alcanzaron la capital imperial, Tenochtitlán, una maravillosa ciudad lacustre con 200.000 almas, la más grande del Nuevo Mundo. El 8 de noviembre de 1519, el séquito del español entró en la ciudad ante los desconcertados y paralizados aztecas.

 

Tenochtitlán

Tenochtitlán

Conquista de Tenochtitlán.

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El emperador mexica Moctezuma II alojó a Cortés en el gran palacio de Axayácatl, pensando que el grupo de españoles sería fácil mente controlable en el interior de la ciudad. Pero a los pocos días fue el propio soberano quien se convirtió en prisionero de los extranjeros, que lo encerraron en la residencia de Cortés. Durante los meses siguientes la convivencia entre españoles y mexicas se mantuvo en buenos términos, y los españoles pudieron conocer más de cerca las particularidades de la sociedad azteca.

Una ausencia fatídica

Aquel equilibrio se rompió en mayo de 1520. Cortés tuvo que abandonar la ciudad con sus tropas para hacer frente a un ejército de 1.500 compatriotas llegado de Cuba al mando de Pánfilo de Narváez, que tenía la orden de detenerlo y castigar su rebeldía por no someterse a los mandatos del gobernador de la isla, Diego Velázquez.

Cortés lograría una rápida y fulgurante victoria en Cempoala, pero su felicidad se vio enturbiada por las noticias que le llegaron de Tenochtitlán: en su ausencia, los aztecas se rebelaron contra la guarnición española que había permanecido en la ciudad: 120 soldados al cargo de Pedro de Alvarado, el lugarteniente de Cortés. Ahora eran los españoles quienes se sentían prisioneros de una muchedumbre nativa que conspiraba para matarlos.

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En ese ambiente receloso e inseguro, Alvarado, sin las dotes diplomáticas de Cortés, se enemistó con la nobleza azteca y la tensión en la ciudad fue en aumento. El 23 de mayo, día de la gran fiesta mexica del mes Toxcatl, Alvarado, temiendo una sublevación, permitió que se celebrasen las ceremonias en el palacio de Moctezuma. Cuando sacerdotes y nobles estaban sumidos en sus ritos, el español mandó detenerlos y asesinarlos.

¡Asediados!

Cortés precipitó el regreso. Partió con medio millar de hombres hacia el territorio amigo de Tlaxcala, donde añadió 2.000 soldados nativos a su tropa, y entró en Tenochtitlán el 24 de junio, bajo una tregua de luto. Alvarado, refugiado en Axayácatl, los recibió en este palacio, y los que no cupieron allí buscaron acomodo en los recintos adyacentes del templo Mayor. Los días siguientes discurrieron entre batallas callejeras y el estrechamiento del cerco contra los españoles.

En uno de los ataques más audaces de los mexicas, cientos de guerreros ocuparon el templo. La contraofensiva española, liderada por el propio Cortés, acabó con una nueva matanza de nativos. En la tregua posterior, Moctezuma, instigado por los españoles, trató de hablar a su pueblo desde la azotea del palacio, pero sus palabras envalentonaron más los ánimos y fue apedreado por sus propios súbditos.

Hernán Cortés

Hernán Cortés

Retrato de Hernán Cortés.

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Herido por un impacto, el emperador murió al cabo de cuatro días, aunque otras versiones sostienen que fue ejecutado por los españoles. Acorralados, sitiados y sin alimentos, a los españoles sólo les quedaba la huida. Cortés se resistía a aceptar esta humillación, y llegó a declarar que antes que abandonar Tenochtitlán prefería que lo cortaran a pedazos.

Pero ante la insistencia de todos sus subordinados, incluido un astrólogo que aseguró que los espíritus le habían revelado que los mexicas los asesinarían a todos si no partían esa misma noche, Cortés dio la orden de prepararse para huir. Partirían de noche, siguiendo una calzada que salía de Tenochtitlán hacia el oeste, atravesando la laguna hasta la población de Tacuba, ya en tierra firme.

La Noche Triste

En el atardecer del 30 de junio de 1520, la intensa granizada que caía sobre Tenochtitlán amortiguaba los ruidos de los preparativos para la huida. Al hacerse noche cerrada, Hernán Cortés dio la orden de partida. La comitiva, ahora bajo una pesada llovizna, la encabezaban los capitanes a caballo Gonzalo de Sandoval y Antonio de Quiñones, al frente de veinte caballeros y doscientos infantes.

Luego iban medio centenar de hombres con un puente portátil, cubiertos por el propio Cortés y algunos de sus mejores capitanes, y tras ellos una treintena de rodeleros y trescientos tlaxcaltecas escogidos para proteger a algunos notables indígenas, familias nativas aliadas, mujeres de servicio y la familia del propio Moctezuma. Cerraban la marcha Pedro de Alvarado y Vázquez de León con un escuadrón bien armado que cargaba con el quinto real (el oro destinado al monarca español), la documentación y el botín.

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Una procesión de tales dimensiones no podía abandonar una ciudad en guerra sin ser vista. Caballos, perros, carros arrastrando bastimentos y artillería, y más de mil personas difícilmente podían pasar desapercibidos, aun en la oscuridad. Se cuenta que fue una mujer que iba a sacar agua la que dio la primera voz de alerta. Un sacerdote llamó al combate a los guerreros desde lo alto del templo de Huitzilopochtli, y sonaron los tambores de guerra. Inmediatamente los soldados mexicas se dirigieron con sus canoas hasta el canal principal para rodear a las tropas españolas.

El avance español se enfrentaba a un grave obstáculo. Durante el cerco de los días previos, los puentes y caminos en la calzada de Tacuba habían sido cortados o destruidos, por lo que los españoles habían debido preparar un pontón portátil de madera, hecho de vigas y tablas, que cargaban setenta hombres. Gracias a este artilugio, la mayoría de españoles lograron superar las cuatro primeras cortaduras de la calzada, y una parte de las tropas, incluido Cortés, continuó el avance hasta Tacuba, atravesando los últimos canales sobre vigas o a nado.

Pero el grueso de la formación había quedado atrapa do en la lucha contra los mexicas, que a bordo de sus canoas lanzaban continuos asaltos por ambas orillas de la calzada. El propio Cortés volvió sobre sus pasos para participar en el combate; «vuelvo allá y a socorrer lo que pudiera, que antes quiero morir», declaró. La lucha fue ferocísima.

La ciudad entera se puso en alerta y la noche devino en sangre. Los ataques nativos acorralaron en diversos puntos a los españoles, que perdieron enseguida sus caballos y sus cañones. Un soldado español, Alonso de la Serna, recordaría más tarde cómo sobre el grupo en el que iba «cargó mucha gente en gran manera y les daban gran trabajo, donde mataban, y eran muchos españoles al paso de un puente donde estaba puesta sola una viga, y allí caía y derrocaba y mataban a muchos españoles, y allí peleando los naturales con los españoles rompieron el hilo de la gente y atacaron muchos españoles que venían, los cuales todos perecieron».

Balance de la catástrofe

Antes del amanecer, los supervivientes alcanzaron Tacuba. La tragedia se había consumado. La Noche Triste, como la denominó el cronista Francisco López de Gómara, fue la mayor derrota sufrida por España durante toda la conquista de América.

Murieron cerca de trescientos españoles, y al menos otros doscientos murieron en los días siguientes. Ante la imposibilidad de cruzar las cortaduras de la calzada, el grupo de retaguardia (más de cien hombres) retrocedió y se refugió en el templo Mayor durante tres días; los que resistieron el asalto final acabaron sacrificados a los dioses.

En los días posteriores, los españoles pudieron hacer balance del descalabro sufrido. Aunque las cifras varían según los testimonios de los cronistas –y Cortés las rebajó en su cartas al emperador–, se estima que como consecuencia de la Noche Triste murieron cerca de seiscientos hispanos, más de dos mil indígenas aliados, y buena parte del séquito de la familia real y la nobleza mexica que les acompañaba, así como la mayoría de las mujeres y hombres de servicio.

Se perdió buena parte de la impedimenta militar, medio centenar de caballos y las piezas de artillería. Los aztecas recuperaron el botín robado y asesinaron a cuanto español encontraron en los territorios que controlaban.

Contrataque y aniquilación

Los aztecas perdieron la gran ocasión de derrotar definitivamente a los extranjeros, ya que no los persiguieron al abandonar la capital, cuando estaban desorganizados e indefensos. Al parecer, había disensiones internas entre los mexicas: unos querían exterminar a los intrusos y otros pensaban que éstos se marcharían después de aquella derrota.

Mientras sus enemigos dudaban, Cortés reorganizó su tropa, buscó a sus aliados tlaxcaltecas y rehízo un ejército de algo más de trescientos españoles y dos millares de nativos. En una semana estaba presto para enfrentarse de nuevo a los centenares de batallones aztecas. En la llanura de Otumba, el 7 de julio, losmexicas se desplegaron como si realizasen un alarde de victoria; en lugar destacado iban su jefe en andas y el portaestandarte, convencidos de su superioridad.

Cortés atacó de frente, mató al general enemigo, capturó el estandarte y provocó la desbandada y el caos nativo. Otumba cambió la historia de México. Los españoles, sin perder un solo hombre, derrotaron al ejército más grande jamás formado en Mesoamérica. Aquel día dejaron de ser una banda de desahuciados y se convirtieron en una fuerza conquistadora que un año después arrasaría Tenochtitlán y finiquitaría al Imperio azteca.