IMPERIO BIZANTINO: Los Paleólogos, el auge Otomano y la Caída de Constantinopla - Historipedia

IMPERIO BIZANTINO: Los Paleólogos, el auge Otomano y la Caída de Constantinopla

La siguiente historia tiene lugar entre el año 1261 y el 1453

IMPERIO BIZANTINO 5: Los Paleólogos, el auge Otomano y la caída de Constantinopla

DINASTÍA PALEÓLOGA (1259-1453)

En el año 1259 Miguel VIII se hizo emperador de Nicea y dos años después logró reconquistar la ciudad de Constantinopla, restableciendo el Imperio Bizantino bajo la dinastía Paleóloga. Lo cierto es que no lo restableció entero, porque muchas regiones griegas estaban independizadas: el Despotado de Epiro; el Principado de Acaya, dominado primero por cruzados y que pasaría a ser dominado por la Sicilia de Carlos de Anjou, hermano del rey francés; y finalmente estaban los venecianos que dominaban islas como Creta, las Cícladas, Eubea y otras, y a quienes se enfrentó en batallas como la de Demetrias (1275). En fin, todos eran enemigos de todos. Desde luego no era una época muy bonita para estar vivo.

Miguel VIII murió en 1282, un año en el cual perdió su trono el rey de Sicilia Carlos de Anjou en las llamadas Vísperas Sicilianas. Se trató de un levantamiento popular en Palermo contra el francés, y con ello, Acaya y el Ducado de Atenas pasaron a manos Napolitanas, mientras que Sicilia pasó a ser parte del Reino de Aragón de Pedro III.

El Imperio Bizantino estaba oficialmente en la mierda más absoluta. Su ejército de tierra estaba compuesto por cuatro peleles mal contados, y Bulgaria y Serbia se aprovecharon para expandirse. Su flota era prácticamente inexistente, y no tenía nada que hacer contra la genovesa y la veneciana. Culturalmente tenían aún bastante swag, pero muchos eruditos y culturetas hipsters decidieron mudarse a zonas más prósperas, como Italia, llevando consigo mucho del conocimiento clásico que durante la Edad Media había ido deformándose. Y cuando los italianos redescubrieron lo guay que era el arte clásico, tanto griego como romano, comenzaron un movimiento artístico nuevo para tratar de recuperar ese esplendor perdido. Así nació el Renacimiento.

El año 1300 es muy importante en la historia de Bizancio, pues es el momento en el que Asia Menor se fracciona en pequeños principados independientes turcomanos o beyliks, liderados por un bey o jefe militar. Algunos importantes fueron el de Karamán, Eretna, Karesi, Germiyán… Finalmente estaba la tribu de los Kayi, un grupo de turcos que habían llegado un siglo antes huyendo de los mongoles. Su líder Ertugrul recibió por parte del sultán Selyúcida la pequeña región fronteriza de Soyut. Su hijo Osmán o Utmán fue coronado en 1290 y creó el reino independiente de los Otomanos, nombre que viene de este tío. Ellos no lo sabían todavía, pero su imperio duraría más de 600 años, hasta el final de la 1ª Guerra Mundial.

A modo de curiosidad, en estos años se instaló en la isla de Rodas la Orden del Hospital de San Juan de Jerusalén, que más adelante sería conocida como Orden de Malta, cuando se tuvieron que pirar por culpa de Solimán el Magnífico. Ya lo veremos también.

El nuevo emperador bizantino Andrónico II, viendo la que se le venía encima, decidió contratar a unos mercenarios del Reino de Aragón para poner algo de orden. Estos fueron los almogávares, o Gran Compañía Catalana, que dirigidos por el italiano Roger de Flor lograron grandes victorias contra los otomanos, como su victoria en la Batalla de Aulax de 1304. Pero los tíos debían de ser unos salvajes de mucho cuidado, y viendo el percal, Andrónico II decidió matar a todos los oficiales durante un banquete. Los almogávares se enteraron y se pusieron a arrasar todo Bizancio en el hecho conocido como “la venganza catalana”. Tras la Batalla del río Céfiso de 1311, y durante casi un siglo, dominaron los Ducados de Atenas y de Neopatria, que eran básicamente Ática y Beocia. Fue tanto el caos que provocaron por los Balcanes, especialmente por Grecia, que se dice que la palabra “katalan” se usó como maldición e insulto significando “hombre sin alma, opresor y torturador”, aunque parece que el término hacía más referencia una leyenda de un cíclope antropófago que había en Albania.

En los siguientes años, Bizancio vivió dos guerras civiles bastante duras. La primera fue la Guerra de los dos Andrónicos (1321-1328), que empezó cuando el nieto de Andrónico II, Andrónico III, comenzó una sublevación contra su abuelo que finalmente tuvo éxito. Mientras tanto, las guerras contra los búlgaros no cesaban, siendo famosa la Batalla de Rusokastro (1332), que dio la victoria al zar búlgaro Iván Alejandro. Por otro lado, los otomanos dirigidos por el rey Orján se comieron todo territorio bizantino al otro lado del mar de Mármara (1339), e instalaron su nueva capital en la ciudad de Bursa.

La segunda guerra ocurrió hacia el año 1341, cuando el hijo de Andrónico III subió al trono. Juan V Paleólogo tenía 9 añitos, y la regencia la asumió su madre Ana de Saboya. Sin embargo, el poderoso y prestigioso noble Juan Cantacuceno, trató de tomar el poder. Ganó y se nombró coemperador, respetando a Juan V. Además casó a su hija Teodora con Orján, y con ello un contingente de tropas otomanas aliadas pisaron por primera vez Europa. Y os preguntaréis… ¿puede mejorar esta fiesta? Pues sí. En 1346 hubo un terremoto de la hostia que puso a los bizantinos a bailar y al año siguiente la peste negra hizo que 2/3 de la población tomasen una siesta perpetua. Las calles se llenaron de muertos y de tipos con campanas anunciando el Apocalipsis.

Con todo este embrollo surgió un personaje histórico muy importante pero también tremendamente desconocido. Fue en 1346 cuando el rey de Serbia Esteban Uros IV Dusán fue nombrado emperador del Imperio Serbio, Basileo de los griegos y los romanos y se puso a reclamar el trono de Bizancio. En dos años conquistó Epiro, Tesalia y se montó uno de los estados más potentes de Europa. Además creó una de las constituciones más antiguas del continente.

Juan V fue todo lo contrario. Aunque reinó muchos años, nadie le tomaba en serio. Su hijo le quitó el trono 3 años y más tarde su nieto, aunque Juan V pudo recuperarlo. Hizo mogollón de reformas, como abandonar los devaluados sólidos de oro por los hiperpiros de plata, y también fortificó pueblos y campos de cultivo para evitar perder producción, que era bastante escasa.

De lo que ya no pudo recuperarse fue de la Batalla de Adrianópolis de 1365, que marcó un antes y un después para Bizancio. Sus enemigos otomanos liderados por el sultán Murad I lograron asentarse definitivamente en Tracia, en suelo europeo, y ya nadie les sacaría de ahí. La ciudad de Adrianópolis ahora pasaría a llamarse Edirne, y sería la nueva capital otomana. Con esta debilidad de Bizancio, Epiro y Tesalia se independizaron por el año 1376, y se pusieron a luchar contra el Imperio Serbio del príncipe Lazar de Rasia.

Murad I también entró al juego, pero el caballero serbio Milos Obilic se lo cargó en su tienda durante la Batalla de Kosovo de 1389. Su hijo Bayezid I contraatacó y les dio una paliza tan brutal que todos los sueños de crear una “Gran Serbia” se fueron por el retrete, y lo único que quedó fue un despotado serbio bastante insignificante. Después los turcos se anexionaron Bulgaria y Tesalónica. El Imperio Bizantino fue reducido a una mierdecilla enana que para el colmo tenía que prestar vasallaje al sultán. En 1396 tendría lugar la Batalla de Nicópolis, en Bulgaria, una especie de última cruzada entre Bulgaria, Hungría, el Sacro Imperio, Francia, Venecia… contra los otomanos, quienes ganaron. Los supervivientes trataban de huir a nado por el Danubio o subirse a los barcos venecianos, pero estos les echaban para evitar el sobrepeso. Un desastre, vamos, que acabó con la ejecución de miles de soldados.

Ahora los bizantinos tenían dos opciones. O pedir sopitas a los occidentales a cambio de renegar de su fe ortodoxa y adoptar la católica… o dejarse conquistar por los otomanos, que aunque musulmanes, éstos no eran proselitistas, y estaba dispuestos a respetar su religión y también, en la mayoría de casos, la propiedad de la tierra. O al menos eso era lo que decían.

En el año 1391 murió Juan V y el sultán ahora tenía que apoyar o bien a Juan VII o a Manuel II, hijo del difundo, quien era una especie de rehén que vivía en la corte del otomano. Como todo parecía indicar que elegiría a Juan, Manuel consiguió  escapar de allí y hacerse un tour de varios años por Roma, París o Londres, buscando apoyos, pero nada. Constantinopla iba a caer. Pero justo cuando todo parecía perdido aparecieron de nuevo los mongoles, esta vez dirigidos por Tamerlán, o Timur el cojo. Durante la Batalla de Angora (actual Ankara) de 1402, el sultán Bayezid I fue hecho prisionero por el timúrida, y el imperio de los turcos se sumió en una crisis un poco chunga, y muchos vasallos se independizaron otra vez.

Manuel II trató de aprovecharse del caos en Oriente para ganar algo de territorio. Le fue bien, recuperó Tesalónica, el Peloponeso y alguna islita, pero Tamerlán murió y los otomanos volvían a poner sus ojitos sobre Constantinopla. Con el sultán Mehmet I tuvo buenas relaciones, pero eso cambió con Murad II, quién hizo que el Imperio Otomano volviera al negocio de kebabs de carne bizantina. Bueno, y húngara, serbia y albanesa, porque les dieron unas hostias muy serias durante los años 30. Destaca, por ejemplo, la caída de la ciudad de Tesalónica, la segunda ciudad del imperio.

La desesperación llevó a Juan VIII Paleólogo a aceptar al Papa de Roma como máxima autoridad del cristianismo a cambio de ayuda, pero ni la iglesia bizantina, ni los nobles ni el pueblo en general lo aceptaron. Vamos, que la ayuda no iba a llegar. Su hermano Constantino XI le sustituyó en el trono en 1448, y fue él quien pudo contemplar con ojos llorosos cómo el sultán otomano Mehmet II el Conquistador, de apenas 20 años, avanzaba con un enorme ejército hacia Constantinopla. Conquistar aquella ciudad se había convertido en su obsesión. Nada le iba a detener.

ASEDIO Y CAÍDA DE CONSTANTINOPLA (1451-1453)

La primera fase del asedio comenzó en invierno de 1451. Mehmet II comenzó a construir una enorme fortaleza al otro lado del estrecho del Bósforo, la de Rumeli Hisari o Bogazkesen. Este castillo estaba equipado con un arma de asalto bastante novedosa, los cañones. Estos artilugios usaban pólvora, conocida en China desde hacía siglos. Sus primitivos cañones lanzaban flechas, trozos de bambú o bolitas de arcilla. Acojonaban, sí, pero no eran muy eficaces.

La artillería pasó primero a la India y después al Egipto de los Mamelucos. Cuando llegaron a Europa por España se fueron perfeccionando hasta convertirse en imprescindibles para tácticas de asedio. Fue un ingeniero húngaro llamado Orbón quien se ofreció a fabricar cañones potentes a los bizantinos, pero como no podían pagarle, se fue al lado de Mehmet II. En un par de meses creó varios cañones, uno de ellos de más de 9 metros, la Gran Bombarda. Para moverlo necesitaban 60 bueyes.

Gracias a todo esto, los otomanos lograron un bloqueo naval total, por lo que Constantinopla no recibiría suministros de ningún tipo, y cualquier barco que se acercaba era destruido y los supervivientes empalados o cortados por la mitad. Dentro de la ciudad, todos los ciudadanos se preparaban para la defensa, armándose y reforzando las murallas. Las costeras eran murallas simples, pero habían instalado fuego griego y pequeños cañones; mientras que las terrestres eran triples, con fosos y mil mierdas, muy complicadas de atravesar.

El Papa Nicolás V al final sí que envió algo de ayuda junto al veneciano Giovanni Giustiniani Longo, quien fue recibido en la ciudad de Constantino con gran pompa. El castellano Francisco de Toledo o el catalán Pere Juliá también ayudaron, pero en general, los reinos europeos pasaron totalmente del tema porque pensaban que las murallas aguantarían. Y no. No aguantaron los cañonazos de la artillería pesada.

Mehmet II envió un ultimátum de rendición, pero como no contestaron empezaron a bombardearlo todo. Ese mismo día lograron derribar una de las puertas, pero los bizantinos lograron reparar todas la averías y taponar las aberturas durante la noche. También construyeron minas por debajo de las murallas pero las descubrieron todas y muchos turcos la palmaron enterrados.

Mientras tanto, la flota otomana trataba de penetrar en el estuario del Cuerno de Oro, pero había una cadena enorme allí que impedía el paso, situada entre las murallas bizantinas y el barrio genovés de Pera. Hay que reconocer que la flota cristiana estaba mejor armada y era más versátil, y los otomanos sufrieron un revés bastante serio. El sultán se enfadó, y consultó a varios asesores que tenía, y uno de ellos, un italiano, le dio una idea muy loca para saltarse la cadena épica del estrecho. La propuesta fue básicamente construir plataformas con ruedas para transportar los barcos turcos por tierra, rodeando Pera, hasta el interior del estrecho.

Pasaron los meses con luchas, cañonazos, reparaciones, y destrucciones de murallas. Al final el sultán centró los ataques de artillería en el Mesoteichion, una parte de la muralla terrestre bastante hecha mierda. Pero es que sus tropas estaban hasta los cojones; a pesar del tema de los barcos, los cristianos les habían petado el ojal bastante y los turcos estuvieron a punto de largarse. Pero Mehmet II estaba obsesionado con tomar la ciudad, y un día empezaron a ver luces extrañas en el cielo. Parece que fue un eclipse lunar, y resulta que había una profecía que decía que la ciudad sólo resistiría mientras brillase la luna en el cielo. Vamos, que los bizantinos se acojonaron mientras los turcos se envalentonaban.

El día 29 de mayo de 1453, una nueva brecha se abrió y los cristianos se tuvieron que enfrentar a una oleada de los llamados Bashi-bozuks, tropas irregulares turcas formadas por bárbaros turcos, eslavos, húngaros y griegos. Fracasaron y luego vino una oleada de las tropas regulares, que fracasaron también. Finalmente llegaron los temibles jenízaros. Estos eran la guardia personal del sultán, de origen cristiano, pero que habían sido educados desde pequeñitos para ser musulmanes fanáticos. Y al parecer fracasaron también, no lograron entrar.

Sin embargo, hirieron a Guistiniani y éste pidió que le llevasen a su barco para largarse de ese infierno, y claro, los genoveses fueron detrás, dejando a los bizantinos a dos velas. Y encima estos cometieron un error, y es que se dejaron semiabierta uno de los portones del barrio de Blanquerna, y todos los enemigos se colaron en tropel.

Saquearon la ciudad durante 3 días destruyendo muchísimos edificios y monumentos de la ciudad. Ahora sí, la caída de Constantinopla era todo un hecho. No había nada que hacer. Constantino XI fue asesinado durante el asedio en la puerta de San Romanos, pero el sultán Mehmet II no convirtió a los bizantinos a la religión musulmana, aunque sí plantó minaretes por todos lados. De hecho, nombró nuevo patriarca de la Iglesia Ortodoxa a Genadio Scholarios. Las insignias imperiales pasaron entonces al zar ruso Iván III, quien se consideraba heredero de la tradición imperial romana. De hecho, consideraba Moscú como la 3ª Roma.

Este hecho, la caída de Constantinopla, marca la transición entre la Edad Media y la Edad Moderna en buena parte de Europa. Fue un asedio medieval ya que lo típico de ese periodo eran los asaltos a murallas, pero también fue un asedio moderno, pues en esta batalla se usó por primera vez de forma bastante efectiva, la artillería pesada. Europa comprendió que eso de las murallas ya no era tan importante, ya que con un par de cañones se iban a tomar por culo. Y la caballería empezaba también a dejar de ser eficaz. Vamos, que es en este punto de la historia donde la guerra cambió por completo.

El hermano de Constantino XI, Tomás, aguantó en el Despotado de Morea hasta 1460, hasta que cayó en manos turcas, al igual que Trebisonda. Su hijo Andrés Paleólogo huyó de allí y vendió sus títulos a los Reyes Católicos y al rey de Francia. En fin, este fue el fin del Imperio de los Romanos tal y como lo conocemos, aunque Mehmed II se autonombró Kaysar-i-Rum, es decir, emperador o césar romano, dándole una continuidad no reconocida por los demás reinos, aunque bueno, el uso de ese título decaería con el tiempo. La ciudad de Constantinopla se convirtió en capital del Imperio Otomano y cambió de nombre. Ahora sería llamada Estambul.