Naci� en Puerto de Santa Mar�a
(C�diz) el 24 de septiembre de 1906, hijo de Benito Guilloto Vaca, arrumbador y
de Milagros Le�n Obreg�n, costurera.
Realiz� el servicio militar en
�frica, como cabo de Regulares, participando en algunas operaciones b�licas. En
1930 ingres� en el Partido Comunista de Espa�a. La direcci�n del Partido lo
envi� a la URSS en 1933, en viaje de formaci�n pol�tica. A su regreso a Espa�a
se encarg� de la administraci�n del peri�dico �Bandera Roja� y trabaj� en
la creaci�n de c�lulas comunistas dentro del Ej�rcito. Responsable de las
Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas (MAOC).
Al estallar la guerra, particip�
en el asalto al Cuartel de la Monta�a. Integrado en el 5� Regimiento, combati�
en los frentes de Guadarrama, Tajo, Jarama, Brunete, Belchite, Teruel y Ebro.
Ascendido a teniente coronel de milicias y nombrado jefe del V Cuerpo de
Ej�rcito, tuvo bajo sus �rdenes a Walter, a L�ster y a �El Campesino�.
Al frente del Ej�rcito del Ebro,
el paso con �xito del r�o (25 de julio de 1938) le vali� el ascenso a coronel. A
la larga, la suerte le fue adversa, tanto en el Ebro como en la campa�a de
Catalu�a, repleg�ndose con sus tropas hasta alcanzar la frontera francesa. Fue
el �nico jefe de milicias que lleg� a general, mediante ascenso firmado por
Negr�n en los postreros d�as de la contienda.
A primeros de marzo de 1939 huy�
de Espa�a en un avi�n pilotado por Ignacio Hidalgo de Cisneros, instal�ndose en
la URSS, donde en la Academia Frunze le fue reconocido su empleo de general.
Durante la
Segunda Guerra Mundial fue general del Ej�rcito b�lgaro comunista que combati� a
los nazis junto con las tropas de la URSS.
Fue derrotado
por Jos� D�az en las luchas de facciones internas para hacerse con el control
del Partido Comunista de Espa�a en el exilio.
Posteriormente se estableci� en
Praga (Checoslovaquia), donde permaneci� hasta su muerte, ocurrida el 19 de
abril de 1969. Autor del libro �Soy del Quinto Regimiento�, obra
que ofrece un exhaustivo an�lisis sobre la Guerra Civil espa�ola.
El presidente Aza�a, que no
ten�a muy buen concepto de los jefes militares salidos de las milicias, en su
libro �Memorias pol�ticas de guerra�, dec�a que �el �nico que sabe
leer un plano es el llamado Modesto. Los otros −L�ster, �El Campesino� y
Mera− adem�s de no saber, creen no necesitarlo�.
ARRIBA
Antesala del 18 de julio
Al ser
designado Aza�a presidente de la Rep�blica el 10 de mayo de 1936, pas� el
d�a 12 a la jefatura del Gobierno Casares Quiroga, que sigui� manteniendo en
sus manos la cartera de Guerra.
En este
periodo, antesala del 18 de julio, se mascaba el clima de guerra civil. Los
cuartos de banderas eran focos de subversi�n. La UME dio la directiva a
todos sus afiliados de no aceptar los permisos de verano. Las continuas
advertencias de los oficiales y jefes leales, en muchos casos postergados y
perseguidos por sus �compa�eros�, eran deso�das por el Gobierno. Igual
suerte corr�an las denuncias hechas en las Cortes por los diputados de
izquierda sobre los preparativos de la sublevaci�n, m�s se�aladamente las
que con pruebas irrefutables hac�an Jos� D�az y Dolores Ib�rruri en nombre
del Partido Comunista.
Los pistoleros
fascistas prosegu�an sus cr�menes. Orientados por la UME, asesinaron en
Madrid el 9 de mayo al capit�n Faraudo y el 12 de julio al teniente Jos�
Castillo.
El indefensismo en que los militares
dem�cratas se hallaban por parte del Gobierno, excit� su indignaci�n. La
lenidad de aqu�l les hizo reaccionar con particular br�o, desarroll�ndose en
un n�cleo importante de ellos la tendencia a actuar por su cuenta.
Al d�a siguiente del asesinato del
teniente Castillo, promovimos una reuni�n a la que asistieron los dirigentes
de las c�lulas del Partido del Segundo Grupo de Asalto (Ministerio de la
Gobernaci�n), del Ministerio de la Guerra, del Ministerio de Marina y del
Batall�n Presidencial, reuni�n que se celebr� en el domicilio del teniente
coronel Jos� Barcel�, sito en la calle Vallehermoso. A esta reuni�n asisti�,
en v�speras de incorporarse a su destino en �frica, el capit�n de aviaci�n
Leret, uno de nuestros camaradas militares m�s l�cidos, asesinado por los
franquistas el 18 de julio en la base de hidros de Atalay�n.
En esta reuni�n de particular tensi�n,
los camaradas Barcel�, ayudante de Casares Quiroga y jefe del batall�n del
Ministerio de la Guerra; Enciso, jefe del Batall�n Presidencial; Burillo,
del Grupo de Asalto, y la c�lula del Ministerio de Marina expresaron su
indignaci�n por los cr�menes de los militares fascistas y la necesidad de
extremar la vigilancia para salvar la Rep�blica en peligro. En aquella
reuni�n se traz� la l�nea de conducta a seguir con vistas a que no pudieran
sorprendemos los acontecimientos en los ministerios y en las unidades.
En este per�odo, en nombre del Partido,
yo estaba relacionado con el coronel Rodrigo Gil Ruiz, jefe del Parque de
Artiller�a de Madrid, socialista. En v�speras de la sublevaci�n y ante la
eventualidad de que los fascistas intentaran apoderarse de las armas del
Parque y se produjera un golpe fascista, fijamos ambos la consigna �Modesto�
para la entrega de las armas a las MAOC.
ARRIBA
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La sublevaci�n
militar fascista
La sublevaci�n militar fascista la inici� el
d�a 17 el Ej�rcito de Marruecos, donde abarc� a las cuatro
comandancias, m�s las regiones militares y la guarnici�n de
las Islas Canarias. En las primeras horas de la tarde del
d�a 18 se sublev� la guarnici�n de C�diz, a la que hab�an
llegado la 5� Bandera del Tercio y un Tabor de Regulares de
las tropas de �frica a bordo del transporte Ciudad de C�diz
y del destructor Churruca.
La noticia fue conocida
en Madrid y en otras partes no por conducto oficial, sino a
trav�s de los mil hilos por los que las grandes tragedias
llegan al pueblo, el cual reaccion� con particular br�o.
S�lo el 18 de julio, en
Nota Oficiosa del Ministerio de la Gobernaci�n, radiada a
las 8:30, el Gobierno dec�a al pa�s:
�Se ha frustrado un
nuevo intento criminal contra la Rep�blica. El Gobierno
no ha podido dirigirse al pa�s hasta tener conocimiento
exacto de lo sucedido...
El Gobierno se
complace en manifestar que varios grupos de elementos
leales resisten frente a la sedici�n en las plazas del
Protectorado, defendiendo con su prestigio la autoridad
de la Rep�blica...
En este momento, las
fuerzas de Aire, Mar y Tierra, salvo la excepci�n
se�alada, permanecen fieles en el cumplimiento del deber
y se dirigen contra los sediciosos... El Gobierno de la
Rep�blica domina la situaci�n�.
Ocurr�a, por cierto,
todo lo contrario. El 18, el clima subversivo existente era
manifiesto en todas las guarniciones del Ej�rcito de Tierra
de la Pen�nsula; en muchas de ellas, la sublevaci�n era un
hecho consumado.
Pero las fuerzas
pol�ticas obreras del Frente Popular ten�an conciencia clara
de la situaci�n y la expresaron llamando al pueblo a la
defensa de la Rep�blica.
Cuando el pueblo en la
calle, en poderosas manifestaciones, ped�a �armas�, el
gobierno respond�a esta vez en una Nota Oficial, radiada a
las 15:15: �...el mejor concurso que se puede prestar es
garantizar la normalidad de la vida ciudadana para dar un
ejemplo de serenidad y confianza en los resortes del poder�.
Hacia aquellas horas,
los �resortes del poder� hab�an saltado en todas partes o
estaban a punto de saltar. Las ocho regiones militares, la
comandancia exenta de Asturias y las de Baleares siguieron
el camino de las fuerzas armadas de Marruecos y Canarias el
d�a 17. El hecho consumado, saliendo a la calle y
proclamando el estado de guerra, dependi� en cada sitio de
diversos factores. El principal que actuaba en beneficio de
los sublevados era el empecinamiento del Gobierno en no
querer ver la tr�gica realidad en toda su crudeza. Sus
llamamientos al apaciguamiento ten�an un eco unilateral y
conduc�an a contener la r�plica popular y adormecer su
vigilancia. Donde ocurri� as�, triunf� la sublevaci�n
militar.
Es notoria la actitud
facciosa de la Flota de Guerra, que hab�a comenzado el
transporte de tropas de Marruecos hasta que los marinos y
clases, con el apoyo de la oficialidad de los cuerpos
auxiliares de la Armada −alma y motor de los barcos−
sometieron a los mandos sublevados y ganaron para la
Rep�blica 46 unidades de las 53 que la compon�an.
De las fuerzas del Aire,
con la excepci�n de los aer�dromos de Logro�o y Burgos,
dominados por los oficiales fascistas con ayuda de las
guarniciones, todos los dem�s y las bases de hidros se
proclamaron al lado de la Rep�blica.
Las fuerzas obreras,
representadas por los Partidos Comunista y Socialista, que
actuaban de acuerdo, reclamaron la formaci�n de un gobierno
de Frente Popular dispuesto a aplastar la sublevaci�n. A
esta exigencia, el presidente de la Rep�blica, Manuel Aza�a,
opuso la formaci�n de un gobierno presidido por Mart�nez
Barrio, presidente de las Cortes, que romp�a el marco del
Frente Popular. Igualmente fue rechazada la proposici�n de
armar a las MAOC.
La noche del 19 al 20 de julio transcurri�
bajo el signo de la lucha popular contra
el gobierno de Mart�nez Barrio.
Este y el general Miaja telefonearon a Mola, a quien
hicieron proposiciones que Mola rechaz�. El pueblo, lanzado
a la calle en Madrid, Barcelona y otras ciudades,
enarbolando como consignas de lucha �Abajo Mart�nez Barrio�,
�Abajo los traidores�, y �Armas�, destroz� de un manotazo
aquel gobierno de capitulaci�n. La formaci�n del nuevo
gobierno fue encomendada al Dr. Jos� Giral.
Los d�as de julio en
Madrid
Conocido el ambiente en los cuarteles y en
los medios reaccionarios, que anunciaban la inminencia de la
sublevaci�n militar fascista, a partir del 16 de julio las
MAOC de los distintos distritos de Madrid fueron alertadas y
concentradas en los que consideramos puntos clave para
responder r�pidamente a los facciosos en el terreno y lugar
donde fuera necesario. En la comarca de Villalba se
concentraron el d�a 17. Cada distrito de las MAOC conoc�a su
misi�n. Gozaban de la mayor iniciativa y eran estimuladas
constantemente para que la desplegaran al m�ximo.
Aquella jornada y las de los d�as 17, 18, 19
y 20 de julio las pasamos en plena dedicaci�n a la
liquidaci�n del movimiento faccioso en Madrid y en las
guarniciones de su periferia. Desbordante actividad
realizaron las MAOC bajo la direcci�n inmediata y en ligaz�n
con el Comit� Central y el Comit� de Madrid del Partido
Comunista, bajo cuyas directivas actu�bamos.
Nos hab�amos instalado
en la calle Piamonte con los dirigentes de las MAOC de la
capital, Agust�n Lafuente y Juan Fern�ndez (Juanito), ca�do
el 21 de julio al frente de los milicianos en el asalto a
las posiciones enemigas en Somosierra; Manuel Plaza, ca�do
en la batalla del Jarama, en su orilla derecha, ante el
puente de Titulcia, mandando el 40 batall�n de la 18 Brigada
Mixta; Julio Zamalea, ca�do en la defensa de Madrid al mando
de un batall�n de la 3� brigada en los combates de la Casa
de Campo en el mes de enero; Manuel D�az del Valle (�el
Tendero�), quien despu�s de una actuaci�n heroica en las
guerrillas en todos los teatros de Europa durante la Segunda
Guerra Mundial hasta la liberaci�n, combate que prosigui� en
Espa�a hasta 1951, muri� en Varsovia con el nombre de Manuel
Arana.
Est�bamos al corriente
de lo que ocurr�a en la ciudad a trav�s de las MAOC de los
distritos, con los que ten�amos enlace permanente.
(�) En lo que se refiere
a las organizaciones del Partido en las instituciones de
Orden P�blico y en las unidades militares, jugaron el papel
que les correspond�a. Los comunistas, unidos a sus camaradas
socialistas y republicanos, o simplemente a n�cleos de
militares patriotas que hicieron honor a su juramento de
soldados de Espa�a, tomaron la iniciativa pol�tico-militar
en los ministerios de la Guerra, Gobernaci�n, Marina y en
las unidades militares donde pudieron hacerla y desde
aquellas posiciones, ganadas para la Rep�blica a los
militares facciosos, hicieron abortar la sublevaci�n.
Adem�s, aportaron su
modesta contribuci�n a enderezar los asuntos en la Flota de
Guerra. En la reuni�n celebrada en la ma�ana del 19 con la
c�lula comunista del Ministerio de Marina (compuesta en su
totalidad por oficiales de los llamados Cuerpos Auxiliares
de la Armada), sobre la base del conocimiento de la
actividad facciosa de algunas unidades navales que
transportaron los d�as 18 y 19 tropas marroqu�es y
legionarias a la provincia de C�diz donde desembarcaron, as�
como la enemiga de los comandantes de los barcos, en actitud
de franca rebeli�n a cumplir las �rdenes del Ministerio, se
acord� que los marineros y jefes leales actuaran
resueltamente en todas partes para que la Flota se
mantuviera fiel a la Rep�blica.
El d�a 19, la situaci�n
en Madrid se hab�a ido clarificando. Las bandas fascistas,
en lo fundamental, hab�an sido derro�tadas. Pero quedaba la
guarnici�n, en gran parte sublevada. Lo que �sta
representaba, tanto en Madrid y sus suburbios como en las
provincias lim�trofes, resalta en el cuadro siguiente.
Fuerzas sublevadas en
Madrid ciudad Cuartel de la Monta�a: Regimiento de
Infanter�a n�m. 31; Regimiento de Zapadores; Grupo de
Alumbrado de Ingenieros.
Esas unidades fueron
reforzadas con una compa��a de la Guardia civil y otra
compa��a de cadetes de Toledo. Cuartel del Pac�fico:
Regimiento de Infanter�a n�m. 1. Cuartel de la calle Moret:
Regimiento de Infanter�a n�m. 2. Centro Electrot�cnico: con
una escuela al completo de oficiales cursantes de diversas
armas.
−En la periferia de
Madrid. Campamento: Regimiento de Artiller�a a Caballo;
Batall�n de Zapadores; Grupo de Informaci�n de
Artiller�a; Escuela Central de
Tiro de Artiller�a; Escuela Central de Tiro de
Infanter�a; Escuela de Equitaci�n.
Getafe: Regimiento de
Artiller�a. El Pardo: Regimiento de Transmisiones.
Vic�lvaro: Regimiento de Artiller�a Pesada.
−Otras fuerzas m�s alejadas de Madrid,
tambi�n sublevadas. Alcal� de Henares: Regimiento de
Caballer�a. Toledo: Academia Militar, el Tercio de la
Guardia Civil de la provincia. Escuela Central de
Gimnasia. Guadalajara: Regimiento de Aerostaci�n,
Maestranza de Ingenieros, Academia de Ingenieros,
Colegio de Hu�rfanos Cadetes,
Prisiones Militares. Segovia: Academia de Artiller�a,
Fuerzas de la Guardia Civil de la provincia. �vila:
Academia de Intendencia, Fuerzas de la Guardia Civil de
la provincia.
As�, pues, las unidades
de la 1� Divisi�n Org�nica −salvo honrosas excepciones− y
otras fuerzas ya mencionadas se alzaron contra la Rep�blica.
Algunas que no operaron con los fascistas activamente en la
sublevaci�n, estaban inutilizadas para ser empleadas contra
los sublevados, tanto por el forcejeo interior entre los
partidarios de ellos y los leales, como por la falta de
decisi�n de estos �ltimos.
Desde el Cuartel de la Monta�a, donde se
encontraba el centro de la sublevaci�n, el general Fanjul y
su Estado Mayor dirig�an a los sediciosos. Para hacer frente
a los facciosos, las autoridades republicanas contaban en
Madrid con las siguientes fuerzas leales:
−Primer Grupo de Asalto, en el que buena
parte de los mandos eran facciosos.
−Segundo Grupo de Asalto, unidad republicana y patri�tica
ejemplar.
−Tercer Grupo de Asalto, en el que el 50% de
los mandos eran reaccionarios.
En los dos �ltimos hab�a c�lulas de
oficiales, m�s numerosas en el Segundo Grupo. En el Primero
hab�a un camarada.
El Primero y Tercer Grupos de Asalto fueron
ganados por sus oficiales y guardias leales a la Rep�blica
actuando as� los tres en el
aplastamiento de la sublevaci�n.
Las tropas de la
guarnici�n fueron cercadas en los cuarteles, asediadas por
el pueblo. Las MAOC y las fuerzas leales que no quedaron
desorganizadas, como el famoso Segundo Grupo de Asalto,
mandado por el comandante Ricardo Burillo, donde por su
esp�ritu todos eran milicias, fueron el catalizador de las
energ�as populares y, con los milicianos, las fuerzas
decisivas que aplastaron a los facciosos.
En el Regimiento de
Infanter�a n�m. 2 (Cuartel de la calle Moret) las tropas
fueron acuarteladas el 17 de julio. Toda la oficialidad
estaba comprometida con la sublevaci�n. El d�a 19 empezaron
a poner en pr�ctica sus planes. Estos consist�an en formar a
la tropa en el patio, fusilar al suboficial Alonso Moreno y
al cabo Francisco Abad (ambos comunistas), salir con las
tropas a la calle y acudir en ayuda de los sublevados del
Cuartel de la Monta�a.
La organizaci�n
comunista y de la UMRA (Uni�n Militar Republicana
Antifascista) observaban los preparativos de los mandos, que
emplazaron las ametralladoras, el ca��n de infanter�a y los
morteros contra la 2� compa��a del Primer Batall�n, en la
que era conocido que el Partido Comunista ten�a una fuerte
organizaci�n. Francisco Abad, comisionado por sus
compa�eros, se dirigi� al oficial de la pieza conmin�ndole a
retirada.
La 2� compa��a ten�a
enfilado el patio desde las ventanas. Los jefes y oficiales
hab�an perdido ya la partida cuando quisieron reaccionar.
Las organizaciones antifascistas se hicieron cargo del
regimiento sin necesidad de disparar ni un solo tiro.
El prop�sito de salir a
la calle con el regimiento fue cortado por el camarada
Vicente Uribe, miembro del Bur� Pol�tico del Partido y
responsable del trabajo en el Ej�rcito y las fuerzas armadas
en todo el pa�s, cuyas instrucciones al camarada Alonso
Moreno fueron: �Nada de sublevarse, porque pueden pensar que
son los fascistas�.
En la noche del 19, sal� acompa�ado por
Agust�n Lafuente y otro camarada de las MAOC, cuyo nombre no
recuerdo desgraciadamente, a conocer la situaci�n existente
en los cuarteles perif�ricos. Al amanecer participamos en la
toma del cuartel de Artiller�a de Getafe. En esta acci�n
tomaron parte las MAOC de la localidad, armadas por el
personal mec�nico del aer�dromo. Recuerdo con emoci�n la
actitud de los soldados de artiller�a. Despu�s de la
rendici�n de los oficiales, al venir a depositar las armas
en la montonera que se les indic�, casi todos sacaban la
munici�n y, tirando los peines, dec�an: �Ah� est�n las balas
que me han dado. Yo no he disparado ninguna�. Entramos en el
cuartel, reunimos a los soldados en el patio y, desde la
baranda del corredor de los dormitorios del primer piso,
improvisamos un mitin, en el que les dirig� la palabra en
nombre del Partido.
Regres� a la calle
Piamonte hacia media ma�ana, donde inform� al Partido sobre
la situaci�n en Getafe y volv� a salir, esta vez con Juanito
Fern�ndez, para recoger a un camarada soldado, escapado del
cuartel de la Monta�a, que estaba en �terreno de nadie� al
pie de la monta�a del Pr�ncipe P�o, donde se alzaba aquella
fortaleza. Pasamos por el cruce de la calle Ferraz desde la
direcci�n de Gran V�a y recogimos en su abrigo al camarada,
con el que nos trasladamos a la calle Piamonte, donde
informamos al Partido de la situaci�n.
La jornada del d�a 20
coron� la victoria popular contra la guarnici�n. La din�mica
de la lucha ofreci�, tras Getafe, la ca�da del Cuartel de la
Monta�a, a la que siguieron Campamento, el Regimiento n�m. 1
y el Regimiento de Artiller�a de Vic�lvaro.
En Campamento se mantuvo
leal el grupo de artiller�a de la DECA, mandado por el
comandante Cimarro, que se enfrent� a los sediciosos y
cooper� a su derrota.
En el Regimiento n�mero
1, donde la situaci�n era muy tensa e indecisa, porque la
mayor parte de sus mandos, con el coronel-jefe a la cabeza,
eran partidarios de la sublevaci�n y se aprestaban a
secundarla, fue decisiva la intervenci�n de la camarada
Dolores Ib�rruri, que entrando audazmente en el cuartel con
Enrique L�ster y otros camaradas, habl� a los soldados
reunidos y les decidi� a que impidieran el levantamiento del
Regimiento y defendieran a la Rep�blica. Los soldados
abrieron las puertas del cuartel a un buen grupo de
milicianos que vigilaban expectantes en la puerta y formaron
con ellos una columna que sali� d�as despu�s para la Sierra
al mando del capit�n Benito y con L�ster de comisario. La
camarada Dolores fue tambi�n con ellos.
En los asaltos y tomas
de los cuarteles fueron conquistadas las armas que hicieron
posible la derrota de los sublevados de las guarniciones
alejadas de Madrid y la resistencia en la Sierra. Pero las
primeras vinieron del Parque de Artiller�a, el d�a 18,
entregadas por el coronel Rodrigo Gil.
Al finalizar la jornada
del 20, en una reuni�n de la direcci�n del Partido para
examinar la situaci�n militar creada por la sublevaci�n y la
disoluci�n del Ej�rcito decretada por el gobierno, se acord�
comenzar a reagrupar las milicias.
Mi �ltima gesti�n como
responsable nacional de las MAOC consisti� en transmitir
personalmente a todos los distritos de las MAOC que recorr�,
as� como a los comit�s de radio del Partido las directivas
que recib�, en nombre de la direcci�n del Partido, de los
camaradas Pedro Checa y Francisco Ant�n de concentrar a
todos los milicianos en Francos Rodr�guez, en el edificio
abandonado del viejo convento de los Salesianos, donde ya se
hab�an instalado las MAOC de la barriada obrera de Cuatro
Caminos y donde fue organizado el 5� Regimiento. Igualmente
se indic� intensificar la recluta de voluntarios en las
distintas barriadas y su traslado posterior al cuartel del
Quinto. All� particip� en la reuni�n constitutiva del mismo,
a la que asistieron los camaradas Jos� D�az, Dolores
Ib�rruri, Pedro Checa, Francisco Ant�n, Daniel Ortega,
Victorio Codovilla y yo, por mi responsabilidad de las MAOC,
as� como algunos responsables de las milicias de distrito.
En aquella reuni�n donde
naci� el Quinto Regimiento, no se nombr� a nadie comandante,
ni comandante en jefe. El jefe del Quinto era de hecho el
Partido, sin personalizar todav�a en nadie. Lo que si
ocurri� es que aquellos camaradas que hab�an dirigido las
milicias de distrito y tenido responsabilidad en ellas,
continuaban haci�ndolo, aunque no todos. Y de ah� el que, a
pesar de la constituci�n del Regimiento, subsistieran
durante alg�n tiempo diversas organizaciones milicianas, que
en el desarrollo del Quinto fueron incorpor�ndose a �ste,
ocupando puestos de direcci�n los camaradas que m�s se
hab�an distinguido en su organizaci�n y en los primeros
combates. Algunos de ellos, como el renegado Enrique Castro,
fracasaron, mientras que otros consolidaron su mando por su
valiosa contribuci�n a la lucha.
La Sierra
y su importancia
Tras la derrota de la sedici�n en Madrid y
en las provincias de Guadalajara y Toledo, se conoci� que
sobre la Capital ven�an varias columnas procedentes del
Norte. Para hacer frente a la amenaza que ello representaba,
salieron a su encuentro, con la misi�n de contenerlas en la
Sierra, varias formaciones milicianas organizadas por el
Quinto Regimiento, la Casa del Pueblo y otras entidades
obreras y juveniles de signo diverso, dando origen a los
combates de julio-agosto en la Sierra.
Dichos combates se desarrollaron por el
dominio de los puertos de la Sierra del Guadarrama, tramo
medio de la barrera monta�osa del Sistema Central que separa
ambas Castillas, por donde transcurren varias direcciones
convergentes en Madrid. Las m�s importantes desde el punto
de vista operativo son:
−Madrid-Burgos, por Somosierra y Aranda
de Duero.
−Madrid-Segovia, por Villalba y el
Puerto de Navacerrada o por el valle del Manzanares,
Puerto de Navacerrada.
−Madrid-Valladolid, por el Puerto de
Guadarrama o el Alto de Le�n.
La principal es la �ltima, que supera la
cordillera por el Puerto de Guadarrama. Por ella pasa la
carretera general Madrid-Valladolid (Madrid-La Coru�a) y
cruza la cordillera el ferrocarril Madrid-Valladolid por
Segovia y Medina del Campo, este �ltimo uno de los m�s
importantes nudos ferroviarios del pa�s. .
Superar la barrera monta�osa por el Puerto
de Guadarrama (1.511 m.), que es el paso m�s estrecho de la
cordillera (10 km.) y el m�s cercano a Madrid (58 km.),
saliendo a Villalba, dar�a a las columnas de Mola el dominio
de la Sierra. Ello explica que fuera precisamente en el paso
de Guadarrama donde se libraran combates casi
ininterrumpidos y tenaces desde el 22 de julio hasta el 15
de agosto de 1936. Por su importancia, la segunda direcci�n
operativa cruza el macizo por el Puerto de Somosierra (1.454
m.). Por �ste pasa la carretera de primer orden
Madrid-Burgos.
La otra direcci�n es la que salva la Sierra
por el Puerto de Navacerrada (1.860 m.). Su importancia
reside en que es el paso m�s pr�ximo a Segovia y en su
situaci�n entre las Guarrenas (2.262 m.) y Siete Picos
(2.183 m.), casi en el centro de la Sierra, unido a que en
�l convergen otros puertos que de hecho son sus tributarios;
da solidez a la defensa de los otros pasos, principalmente
el del Alto del Le�n, el m�s pr�ximo, cuya defensa, sin
dominar el Puerto de Navacerrada se hace extremadamente
dif�cil.
La ventaja de tener la iniciativa en el
desencadenamiento de las acciones militares, por el mero
hecho de la sedici�n, y el prop�sito de apoderarse de Madrid
indujo a los sublevados a enviar vanguardias facciosas para
la ocupaci�n de los tres puertos mencionados, con la misi�n
de mantenerlos en sus manos, facilitando as� el paso de las
columnas del N. y del NO. lanzadas sobre Madrid.
El paso de Somosierra, hacia donde venia la
columna de Burgos, lo ocupaba una unidad de falangistas;
fuerzas de artiller�a y de la Guardia Civil de Segovia se
instalaron en Navacerrada: n�cleos de fascistas lo hacen en
Guadarrama, hacia donde avanzaba la columna de Valladolid.
Los primeros combates de la Sierra
Como responsable de la organizaci�n de las
milicias, particip� en la organizaci�n y gestion� el
armamento de las dos primeras columnas que se formaron en el
Quinto Regimiento, y que en la tarde del 21 salieron para
Somosierra y Villalba, incorpor�ndome a esta �ltima. Al
frente de ella �bamos el camarada F�lix B�rzana, maestro
nacional, miembro del Comit� Provincial de Madrid del
Partido Comunista, y yo como responsable militar.
A la anochecida llegamos a Villalba, donde
encontramos fuerzas de Ingenieros, al mando del coronel
Castillo, y del 2� Grupo de Asalto, al mando del teniente
coronel Burillo, as� como otros jefes y oficiales de Madrid
y milicianos de aquella comarca. Se enviaron patrullas de
reconocimiento a los puertos de Guadarrama y Navacerrada.
Los fascistas que ocupaban Guadarrama, lo abandonaron. En
Navacerrada se combat�a. Sobre la base de esa situaci�n, en
la reuni�n que celebramos el coronel Castillo, los tenientes
coroneles Moriones, Redondo y Burillo, el capit�n Font�n,
Enrique Zafra, responsable de las milicias de Villalba y su
comarca, F�lix B�rzana y yo, se decidi� que las milicias del
Quinto Regimiento y las fuerzas del Grupo de Asalto formasen
una columna y marchasen al encuentro del enemigo en
direcci�n Navacerrada. Las otras fuerzas marchar�an hacia
Guadarrama, donde las milicias de Villalba ocuparon
posiciones cercanas a San Rafael.
Al amanecer del d�a 22 subimos al Puerto de
Navacerrada, recuperando a un grupo de campesinos y
le�adores de dicha localidad, dirigidos por Villanueva �el
Tuerto�, que se hab�an batido con el enemigo. Este se
encontraba situado en el gran mirador que se alza en la
divisoria de aguas del espinazo de la Sierra, l�mite de las
provincias de Madrid y Segovia, llamado Dos Castillas.
Despu�s de algunos disparos, del primer impulso coronamos
Dos Castillas. Tornamos un ca��n del 7,5 all� emplazado. Y
nos lanzamos adelante, bajando hacia Balsa�n y La Granja. Lo
monta�oso del terreno, cubierto adem�s por el gran pinar de
Balsa�n, subordinaba todo movimiento serio a la carretera.
Los obst�culos naturales, reforzados con barreras de pinos,
nos obligaron a perder el tiempo en su desmonte.
El capit�n Jos� Font�n, con un pelot�n de
guardias de Asalto, y yo, con un grupo de comunistas, �bamos
en vanguardia. Por mucho que nos esforzamos, no volvimos a
tomar contacto con el enemigo. Pero le impedimos retirar su
artiller�a, apoder�ndonos de otros siete ca�ones del 7,5
emplazados sobre la carretera, en los lazos finales de las
Siete Vueltas.
El
hundimiento del Este. Los �ltimos d�as de Teruel
El �ltimo intento de conquistar Teruel lo
inici� el enemigo el 5 de febrero de 1938 y se prolong�
hasta el d�a 8. En el participaron, adem�s del Cuerpo de
Galicia con las divisiones 13, 85 y 84, el Cuerpo Marroqu�
con las divisiones 108, 11, 4 y 82, y un cuerpo mixto
formado por la 1� Divisi�n de Caballer�a y la 5� Divisi�n de
Infanter�a. Es decir, tres cuerpos de ej�rcito con un total
de ocho divisiones de infanter�a, una de caballer�a y tres
batallones de tanques. Como medios de refuerzo contaba con
toda la aviaci�n hitleriana y fascista y una gran masa de
artiller�a.
La solidez alcanzada
por nuestras l�neas en las direcciones oeste y sudoeste
llev� al enemigo a buscar nuevos caminos para alcanzar su
objetivo. Por eso extendi� la zona de operaciones m�s al
norte, contra el saliente republicano de Sierra Palomera en
el frente Pancrudo-norte de Teruel.
A excepci�n de las
inmediaciones de la plaza, en su conjunto todo aquel sector
estaba semidesguarnecido de fuerzas. S�lo hacia la
profundidad exist�an, en las comunicaciones, algunas
unidades con la 27 Divisi�n y varias brigadas m�s,
encargadas de la contenci�n del enemigo. El ataque se
realiz� en la orilla izquierda del Alfambra, donde consigui�
unas peque�as cabezas de puente. Sin embargo, en las
inmediaciones de la plaza, el Cuerpo de Galicia fue
contenido y derrotado una vez m�s, sin conseguir el
objetivo.
(...) Fue entonces
cuando el Alto Mando republicano dio por terminada la
batalla de Teruel, ordenando el relevo de unidades y la
salida de aquella zona de un buen n�mero de ellas. La zona
de defensa inmediata de la plaza, hasta entonces mantenida
por el V Cuerpo, fue cubierta por la 46 Divisi�n, cuyas
unidades relevaron del 10 al 12 de febrero a las fuerzas de
las 35 y 47 Divisiones.
La marcha de los
acontecimientos posteriores puso de manifiesto que el Alto
Mando republicano cometi� un error al dar por terminada la
batalla de Teruel. No era el primero ni ser�a el �ltimo del
ministro Indalecio Prieto.
Asegurado el relevo de
las fuerzas, salimos de Teruel el mando, el comisariado y el
Estado Mayor del V Cuerpo. Las Divisiones 35 y 47 hab�an
combatido durante cuarenta y un d�as consecutivos. Al ser
relevadas, entregaban una organizaci�n defensiva s�lida.
Nos instalamos en
Valencia, en el palacio de Benicarl�. A�n no hab�amos
sentado el pie en la ciudad del Turia cuando un emisario de
S�nchez Rodr�guez me alcanz� en casa de Saturnino Barneto
dici�ndome que fuera urgentemente al Estado Mayor Central.
Me present� al general
Rojo, quien me dijo:
−Ha comenzado otro
ataque enemigo sobre Teruel, de mucho empuje; debes salir
ma�ana al mediod�a para all�. Otra vez tendr�s que hacerte
cargo de aquello; ya te lo dir� Sarabia. Y despu�s de un
momento de reflexi�n, agreg�: Se han adelantado a lo que
prepar�bamos en Extremadura.
Vuelto a mi Estado
Mayor, S�nchez Rodr�guez me dijo:
−Ya conozco todo.
Me lo ha contado Rojo.
−Pues v�monos para
all�.
Consultamos la carta y
decid� mover todo con destino a Puebla de Valverde (...). A
las 8 horas del 18 de febrero me acerqu� al puesto de Gal�n.
No le ve�a desde que me visit� en la sala de operaciones del
Hospital Obrero de Madrid. Luego fue enviado al norte, como
lo fue Nino Nanetti, ca�do en los combates de Vizcaya.
Hablamos un rato y la cosa parec�a fea. Por la derecha, en
Santa B�rbara y el Mulet�n, era cuesti�n de poco tiempo.
Salvo...
En el curso de los d�as
17 y 18 de febrero el enemigo consigui� apoderarse de las
alturas dominantes en la margen izquierda del Alfambra.
Prosiguiendo sus acciones avanz� en la direcci�n norte de
Teruel, ocupando el Mulet�n, Santa B�rbara y saliendo al
este y sudeste de Teruel.
−No tengo reservas,
Modesto −me dijo Gal�n−. �Puedes prestarme algo?
−No tengo m�s que mi batall�n especial −le contest�−.
Ahora mismo lo pongo a tus �rdenes.
(...) Era la primera
vez que pon�a el batall�n especial del V Cuerpo a las
�rdenes de otro.
El batall�n de Fernando
y de Bascu�ana, de Huertas, de Manuel del Valle, de C�ndido,
de Antonio Blanco, de Manuel L�pez, de Jos� Moreno y de
centenares de h�roes an�nimos, restableci� de momento la
situaci�n en el flanco derecho.
(...) Nuestros
contrataques chocaron con los ataques reiterados del enemigo
y limitaron sus �xitos. No obstante la superioridad enemiga,
las unidades de la 46 y la 69 Brigada mantuvieron
s�lidamente en sus manos las alturas pr�ximas a la carretera
de Sagunto y garantizaron las comunicaciones de Teruel,
aunque batidas por la artiller�a y, en ciertos tramos, por
los fuegos de las ametralladoras del enemigo, evitando el
cerco de la guarnici�n de la ciudad y la ca�a de nuestras
posiciones en La Muela por su retaguardia.
(...) March� nuevamente
a Teruel. El d�a 22 hab�a ordenado que una brigada de la 11
Divisi�n avanzara hasta las proximidades de la ciudad, entre
la carretera de Sagunto-Teruel y el r�o Turia, para hacer
frente a cualquier eventualidad. Por la noche vimos que del
este bajaban a la ciudad algunas fuerzas enemigas.
Apreciamos la situaci�n como un peligro inmediato de cerco
si flaqueaban las fuerzas del interior de Teruel. Creyendo
que el jefe de la 46 se encontraba en la ciudad, y as� como
el grueso de la unidad, y en la seguridad de que La Muela
estaba guarnecida por la brigada de la 46 que mandaba el
comandante Aparicio, decid� un ataque de noche sobre la
plaza. Para realizar este ataque se organizaron dos
columnas: a la derecha, una brigada de la 11 Divisi�n
estar�a mandada personalmente por m�; a la izquierda, otra
brigada de la 11 ser�a mandada personalmente por L�ster. La
hora de comenzar el ataque se fij� a las 0 horas 15 minutos
del d�a 24.
A los 5 segundos, el
jefe del Estado Mayor del V Cuerpo me llam� urgentemente al
tel�fono (Daniel Gonz�lez, jefe del Estado Mayor de la
brigada que mandaba Leal, trajo el aviso). Tom� el tel�fono
y o� a S�nchez Rodr�guez que dec�a:
−No comiences,
porque "El Campesino" y la 46 est�n fuera, en un
pueblecito m�s all� de Castralvo. He hablado
personalmente con �l y espera tus �rdenes.
−�Has avisado a
L�ster?
−S�, ya se lo he
dicho.
−Dile a Valent�n
que venga al Puesto de Mando del Cuerpo.
En vista de lo
expuesto, suspendimos el contrataque proyectado. �El
Campesino� nos hab�a jugado una nueva mala pasada que,
desgraciadamente, no ser�a la �ltima. Evacuado Teruel sin
orden ni necesidad, abandonada La Muela sin combate por el
comandante Aparicio −hecho decisivo que origin� el cerco de
nuestras fuerzas, un cerco que era bien relativo− las l�neas
volvieron a formarse delante de mi puesto de mando en la
Venta del Puente, donde permanec� hasta el d�a 29.
El 10 de marzo recib�
la orden de instalar mi puesto de mando en Sot de Ferrer. El
d�a 11, de situarlo en Alcoriza. Hab�a sido nombrado jefe de
las reservas estrat�gicas del Ej�rcito, con dependencia
exclusiva y directa del Estado Mayor Central.
Aquellos movimientos y
los siguientes los realic� todos acompa�ado de mi Estado
Mayor y el Cuartel General y los servicios del V Cuerpo. Una
sola unidad me acompa�aba: el batall�n especial, vivero de
cuadros de mando para misiones m�s altas. Lo que acabo de
decir ten�a una causa concreta: una ofensiva de amplios
vuelos que se desencaden� el 9 de marzo al sur del Ebro, en
el espacio comprendido entre la orilla derecha de dicho r�o
y el Vivel del R�o Mart�n.
El 14 de marzo me cit� un ayudante de Rojo
en Morella. Con el general estaba Cord�n, que hab�a sido
quitado por Prieto de la jefatura del Estado Mayor del
Ej�rcito del Este. Estos d�as acompa�aba a Rojo como jefe de
Operaciones de su E.M.
Rojo me inform� de las dimensiones de la
cat�strofe con una frase: �El Ej�rcito del Este ha
naufragado al sur del Ebro�. Me anunci� la llegada de las
divisiones 11 y 15 y me dio instrucciones que termin� con
las siguientes palabras: −La 45 vendr� a tu disposici�n.
Ahora tienes la 11 y todas las fuerzas que se encuentran en
ese frente al sur del r�o, m�s la que integran la Agrupaci�n
Reyes. Ni �l ni yo encontramos nunca a esa agrupaci�n
fantasma.
Lo sucedido entre el 9 y el 15 de marzo en
el sur del Ebro era bien triste e indignante. El XII Cuerpo,
comenzando por su jefe, desapareci� del teatro de la lucha.
S�lo n�cleos de combatientes intentaron hacer frente y se
batieron con el enemigo sin directivas del mando superior,
por su propia iniciativa. En aquellas condiciones, el
resultado de la lucha ten�a que ser favorable al enemigo,
m�xime teniendo en cuenta su gran superioridad de fuerzas y
material de guerra. En cuanto al XVIII Cuerpo, su jefe, el
teniente coronel Heredia, sigui� la misma conducta; no sin
antes (cuando ya el enemigo avanzaba en todo el frente de
ataque) desorganizar y dispersar la 35 divisi�n.
(...) El XII Cuerpo,
pues, entreg� al enemigo el territorio al sur del Ebro,
desde su margen derecha hasta las proximidades de Montalb�n.
Cuando una masa de fuerzas como las que participaban en ese
ataque (13 divisiones) recibe tal obsequio, se crea una
situaci�n cr�tica como la que estaba planteada. Para hacerla
frente hab�amos ido all�. Pero todo tiene un porqu�.
Ese interrogante me lo
hice al instalarme el 11 de abril en Alcoriza. Al principio
no encontraba respuesta. Bien dice el refr�n que la pasi�n
quita el conocimiento. En este caso pasi�n era igual a
indignaci�n. De ah� que, al reflexionar, se me viniera a la
mente todo lo que hab�a visto al sur del Ebro en los meses
de agosto-septiembre, que brevemente recojo en un solo
aspecto antes, en el subcap�tulo �Un
raid instructivo�: la
obra de los ensayistas libertarios. (...) En
contraposici�n a la indigna conducta de los jefes del XII
Cuerpo, el combate y el comportamiento de la 35 Divisi�n,
por la que pasaban en rotaci�n todas las internacionales y
que me acompa�� en toda la guerra, desde Brunete hasta el
Ebro, me llenaba de orgullo en este aciago mes de marzo. Y
me sigue llenando hoy.
Un cuadro desolador
El 18 de
marzo de 1938, en el frente encomendado al V Cuerpo, comenz�
una nueva fase de la maniobra enemiga. Particip� en ella, en
direcci�n a Caspe, el Cuerpo Marroqu� en primer escal�n; en
segundo escal�n otro Cuerpo, con las divisiones 1, 55 y 1�
de Caballer�a que entr� en combate despu�s del paso del
Marroqu� al norte del r�o; el Cuerpo Italiano con las
divisiones Littorio, 23 de Marzo, Flechas
Negras y Flechas Azules atac� el nudo de
Valdealgorfa, en el sector defendido por la 11 Divisi�n.
(...) En el
frente del V Cuerpo los ataques -que duraban ya m�s de una
semana- de las divisiones enemigas fueron contenidos en
todas partes: por la 45 Divisi�n, en direcci�n Caspe-Maella;
por la 11 y la 3, en direcci�n Calaceite. En esta direcci�n
estaban instalados en una mas�a el puesto de mando y el
Estado Mayor del V Cuerpo.
Al norte
del Ebro las cosas suced�an de manera diferente. El enemigo
comenz� sus acciones el d�a 22 en las tres direcciones
antedichas. Horas despu�s (con excepci�n de la 43 Divisi�n,
que permaneci� en su zona de defensa −comarca de Bielsa−,
manteniendo en sus manos los altos valles del Cinca y del
Cinqueta, y de algunas otras unidades sueltas de mucha menor
entidad) desde la frontera pirenaica se repiti� por los
mandos fundamentales del X y XX Cuerpos de Ej�rcito y del
Ej�rcito del Este lo ocurrido con el XII al sur del r�o y
con las mismas caracter�sticas.
El derrumbe
del Ej�rcito del Este abri� aquel inmenso frente al enemigo.
�ste ten�a los caminos hasta el Segre y m�s all�.
Y no hab�a
reservas.
Hac�a
finales de marzo prosigui� sus acciones en las tres
direcciones del ataque, sin tener ante s� nadie que le
disputara el terreno.
S�lo en los
primeros d�as de abril, la llegada de reservas del Centro y
de Andaluc�a permiti� hacer frente a la situaci�n, siendo
detenido el enemigo en todo el frente de la l�nea del Segre
y del Noguera Pallaresa, en cuya orilla izquierda cre� unas
cabezas de puente en Tremp, Balaguer y Ser�s.
Adem�s del sur, el norte
A partir
del d�a 22, a medida que el avance enemigo se desarrollaba
al norte del Ebro, se extend�a m�s mi flanco derecho en esa
direcci�n. Todas las noches recib�a una orden del EMC
[Estado Mayor Central] en la que me anunciaban nuevas
decenas de kil�metros de ampliaci�n del frente. Algo
parecido ocurri�, aunque en menos proporci�n, con nuestro
flanco izquierdo despu�s del d�a 25.
(...) Hasta
finales de marzo mantuvimos las posiciones en la l�nea del
Guadalupe. Pero en el curso de aquellos d�as, las unidades
del V y del XXII Cuerpos agotaron sus reservas, que no
fueron repuestas porque las unidades que en principio
estaban destinadas a reforzarnos fueron enviadas al sector
norte, a causa de la marcha de los acontecimientos all�.
Adem�s fueron privadas de parte de la artiller�a y del apoyo
de la aviaci�n republicana que, a partir del d�a 22, actu�
con toda su masa en las direcciones de L�rida y Balaguer.
Los factores se�alados debilitaron las posibilidades de
resistencia al sur del Ebro y crearon las condiciones para
que el ataque enemigo alcanzara su principal objetivo
estrat�gico: salir a la costa y cortar en dos la zona
republicana.
El 30 de
marzo avanz� en el frente del V Cuerpo hasta el Matarra�a,
en direcci�n Maella, y hasta la ermita de San Jos�, al pie
del macizo de La Ginebresa. En el frente del XXII Cuerpo
penetr� en la sierra de San Marcos y avanz� sobre Morella.
(...)
Durante los d�as 31 de marzo y 1, 2 y 3 de abril, las
unidades de los Cuerpos V y XXII, sin perder el contacto con
el enemigo y frenando su avance, se batieron continuamente
sin poder impedir que el enemigo entrara el d�a 3 en Gandesa
y Morella. Las fuerzas del general Walter pasaron el r�o por
Mora y Garc�a, y desde la orilla izquierda, cumplieron la
misi�n de impedir a los fascistas la creaci�n de una cabeza
de puente en el sector de Mora. Como medios de apoyo, pues
la artiller�a que ten�amos era m�nima, les di la bater�a
antia�rea. Su misi�n ahora era defender el puente sobre el
r�o en Mora del Ebro, dejando a su criterio la voladura del
mismo. E igual con el el puente de ferrocarril de Garc�a.
El corte
(...) El
Alto Mando republicano acept� de antemano el corte de la
zona leal y fij� a los Cuerpos V y XXII la misi�n de ganar
tiempo para asegurar el paso de las unidades a la zona
catalana, ordenando al V que se replegara al norte del Ebro
y al XXII que lo hiciera en direcci�n sur.
En el
sector del V Cuerpo, direcci�n Tortosa-Vinaroz, el Cuerpo
intervencionista del fascismo italiano atac� con la misi�n
de salir al mar en la zona Vinaroz-Amposta-San Carlos de la
R�pita. Desde el oeste al flanco derecho del Cuerpo
extranjero, la 15 Divisi�n atac� a trav�s del macizo de
Beceite en direcci�n Alfara-Tortosa.
En el
sector del XXII, el Cuerpo de Galicia atac� con la misi�n de
ocupar el cruce de comunicaciones que tiene como centro San
Mateo, dejando atr�s el amplio macizo del Maestrazgo.
Con tres
tanques como toda fuerza, situados en la comunicaci�n
principal por donde ven�a el Cuerpo Italiano, amaneci� el 3
de abril (...). En la noche del d�a 4 instal� el puesto de
mando en una huerta de Cherta. El EMC me orden� resistir a
toda costa para permitir el paso por Tortosa de las unidades
que deb�an proveer el norte del Ebro y hacer frente a la
situaci�n creada por el desastre del Ej�rcito del Este.
(...) Los
ataques continuos y reiterados del Cuerpo Italiano, con la
masa de artiller�a y de aviaci�n que le apoyaban, no
prosperaron. A veinticinco kil�metros de Tortosa tuvieron
que echar el freno. �Por aqu� no hay salida al mar�, le
dijeron las brigadas 72, 68 y 124, que cubr�an la l�nea
Cherta-Pauls-Alfara.
La graciosa
concesi�n a los italianos de ser ellos los primeros en
llegar al Mar Latino tuvo que ser corregida. Recibieron
aquella misi�n las siete divisiones enemigas que atacaron al
XXII Cuerpo y ocuparon San Mateo y Cervera. El 15 de abril
salieron por aquel lado a la costa, en Vinaroz.
Tambi�n
desde el d�a 13 atacaron en nuestro flanco izquierdo por el
macizo de Beceite. Unos pelotones del batall�n especial del
V cerraron el paso al enemigo en aquel terreno endemoniado.
A partir
del d�a 15 atacaron asimismo desde el sur en direcci�n
Tortosa.
(...) Ese
mismo d�a hab�a venido el general Rojo a mi puesto de mando.
Hablamos a solas de las perspectivas y me anunci� que iban a
confiarme la organizaci�n y el mando de la Agrupaci�n
Aut�noma del Ebro, compuesta por dos Cuerpos de Ej�rcito: el
V y el XV. Le propuse para el mando del V al jefe de la 11
Divisi�n, Enrique L�ster; y para el del XV, al jefe de la 3�
Divisi�n, Manuel Tag�e�a, propuestas a las que dio su
acuerdo.
El Ebro. Todos
los que ten�an que pasar
En las
primeras luces del d�a 25 pude comunicar al ministro de
Defensa y al Estado Mayor Central, confirmando el triunfo de
la maniobra: �Han pasado todos los que ten�an que pasar. Los
que fueron detenidos, lo han hecho por la zona inmediata. Se
ha ocupado, combatiendo, Miravet y El Castillo. Las
vanguardias est�n en sus primeros objetivos. Las pasarelas,
todas tentidas. Los puentes de vanguardia, tendidos dos y
tendi�ndose otros dos. Ha comenzado el paso del grueso de
las fuerzas. Se ha reiterado la orden de que no se detengan
ante las resistencias de la orilla y que sigan a sus
objetivos lejanos. El enemigo ofrece una resistencia
extraordinaria en la demostraci�n del flanco izquierdo. En
la derecha est� cortada la carretera de Mequinenza a Fay�in
y se ha tomado artiller�a. No hay bajas acusadas�.
Al
finalizar la jornada del 25, las fuerzas del Ej�rcito del
Ebro hab�an derrotado a la 50 Divisi�n enemiga, parte de la
150 y una Brigada de la 13 Divisi�n, conquistando el
territorio al este del km. 161 del ferrocarril
Tarragona-Caspe, la divisoria de la Sierra de la Fatarella,
Corbera, Sierra de Pandols y vertientes norte del Canaletas,
cubriendo todos los objetivos de la primera fase y parte de
los de la segunda. Las guarniciones enemigas de Mora del
Ebro, Garc�a y Benifallet ten�an cortados todos los caminos
de repliegue y aquella zona ca�a por envolvimiento. La
aviaci�n enemiga empez� a desplegar una gran actividad
contra los medios de paso. Se acusaban ya los primeros
s�ntomas de la irregularidad en el Ebro. En Gandesa, varias
unidades enemigas ofrec�an una gran resistencia. La
demostraci�n del flanco derecho hab�a tenido un �xito
completo. La del flanco izquierdo hab�a cesado. Se hab�an
hecho m�s de 2.000 prisioneros y capturado varias piezas de
artiller�a y otros trofeos.
A mi puesto
de mando hab�an venido muy de ma�ana el general Rojo; el
coronel Cord�n, subsecretario del Ej�rcito de Tierra; el
coronel Patricio Azc�rate, jefe de ingenieros del Ej�rcito
Republicano; Gallo (Luigi Longo), comisario inspector de las
Brigadas Internacionales, y Pietro Nenni. Gallo y Nenni se
fueron a visitar a las unidades empe�adas en el combate,
despu�s de conversar un rato conmigo. Los dem�s marcharon a
sus funciones respectivas. M�s tarde volvieron Rojo y
Azc�rate. Se hab�a producido ya la primera crecida y sus
resultados eran da�inos. O�, no recuerdo a qui�n, la palabra
cat�strofe, que le obligu� a retirar. Con Botella Asensi,
jefe de ingenieros del Ej�rcito, y S�nchez Rodr�guez, mi
jefe de Estado Mayor, llegamos a conclusiones pr�cticas:
retirar cabestrantes de las minas y otros medios para la
fabricaci�n de compuertas. En aquellos momentos, los medios
discontinuos eran los mejores. La maniobra del Ebro
sorprendi� al enemigo estrat�gica y t�cticamente. Lo
primero, sin duda, por la confianza que ten�a en el
obst�culo que representaba la barrera del r�o y por el
conocimiento de nuestra pobreza t�cnica. Lo segundo qued�
demostrado en el desconcierto de que dio pruebas el mando
enemigo, desde los jefes de las unidades sorprendidas hasta
el Cuartel General de Franco. La reacci�n de �ste fue
paralizar totalmente su ofensiva de Levante. Le hab�amos
quitado la iniciativa de las manos.
Pero a�n no
med�a toda la magnitud de la acci�n emprendida por nosotros.
No conoc�a el alto nivel pol�tico y moral de los
combatientes que hab�an pasado al ataque. Por eso crey� que
alcanzar�a el objetivo de aniquilar a nuestras fuerzas en la
orilla derecha y restablecer�a la situaci�n anterior con el
env�o de las primeras seis/ocho divisiones, apoyadas, eso
s�, por toda la aviaci�n.
(...) Hasta
el d�a 2 de agosto no vino la aviaci�n republicana a la zona
catalana. S�lo siete aparatos Delfines se pusieron a nuestro
servicio y actuaron con su hero�smo caracter�stico en las
misiones que les eran propias.
Los
enemigos entonces de la aviaci�n nazi-fascista eran: en el
frente, los equipos antiaviacionistas (en el periodo de
preparaci�n de la operaci�n del Ebro se adiestraron en todos
los batallones tiradores especiales para esa misi�n, y hay
que decir que la cumplieron bien) y, en los pasos del r�o,
la DECA, que mandaba el comandante Paz, con el fuego de sus
bater�as, y las tropas de ingenieros con el aseguramiento de
las comunicaciones entre las dos orillas.
La
iniciativa y el ingenio, unidos al rigor t�cnico, que iba
desde la maniobra de montar y desmontar puentes hasta
encontrar formas diversas para prevenir los da�os que los
brulotes lanzados en las avenidas de agua provocadas por el
enemigo pod�an originar, son dignos de estudio y tambi�n una
escuela de hero�smo.
Resistencia
El periodo
de crisis pol�tico-militar por el que atravesamos en los
meses de marzo, abril y mayo empez� a superarse con la
salida de Prieto de Ministerio de Defensa. Pero su pol�tica
hab�a originado reveses como el desastre del Este y el corte
en dos de la zona republicana, que influir�an negativamente
en el desarrollo de los acontecimientos posteriores.
Al formarse
el nuevo Gobierno, el presidente Negr�n tom� en sus manos la
cartera de Defensa (...) El nuevo Gobierno tom� decisiones
importantes, promulgando entre otros los decretos de
centralizaci�n de la industria de guerra y de militarizaci�n
de los puertos. Nos lleg� tambi�n material de guerra de la
URSS, que permiti� armar −aunque insuficientemente− a
nuestras fuerzas (...) Pudo llegar mucho m�s, pero la No
intervenci�n cerr� la frontera el 13 de junio, esta vez
definitivamente, y reforz� el bloqueo en el mar. La pol�tica
de Londres y Par�s aceler� su rumbo hacia M�nich.
(...) En el
orden militar, la ofensiva del Ebro estaba destinada a poner
fin a los reveses que ven�amos sufriendo en los frentes de
batalla, recuperar la iniciativa y destruir los planes
enemigos de invasi�n y conquista de Valencia y su regi�n
(...) �ste era el objetivo estrat�gico de la operaci�n. Un
objetivo que fue, sin duda, alcanzado plenamente por los
combatientes del Ebro.
La ofensiva
persegu�a, en particular, crear una cabeza de puente al otro
lado del r�o, atraer y sujetar ante ella durante el mayor
plazo de tiempo posible -por lo menos un mes- a la masa de
maniobra de las armadas del enemigo: nacionales, alemanes e
italianos. �ste era el objetivo operativo, que tambi�n fue
logrado. Y bien cumplidamente, porque volvimos a pasar el
r�o el 16 de noviembre, esto es, ciento trece d�as (cerca de
cuatro meses) despu�s de haberlo cruzado.
(...) Hay
quienes afirman que la operaci�n no debi� realizarse; otros
dicen que precipit� el desenlace de la guerra; otros, en
fin, niegan que pudiera ejercer influencia en el desarrollo
de la batalla general entablada. Todas esas opiniones tienen
un rasgo com�n a pesar de su diferencia de matiz: la
sensaci�n de la impotencia y de la derrota. Digamos de
pasada que esas opiniones son el leit motiv de la propaganda
enemiga que persiste hasta hoy.
(...) Es
cierto que, despu�s del corte del territorio republicano en
dos, la situaci�n era m�s desfavorable que antes para
nosotros; pero de ah� a la p�rdida de la guerra hab�a una
gran diferencia. Incluso teniendo en cuenta la superioridad
del enemigo en ese per�odo, superioridad que se cifraba en
unos doscientos mil hombres en fuerzas organizadas y en una
proporci�n de seis/siete a uno, como promedio, en material
de artiller�a, aviaci�n y tanques, la situaci�n no era como
para perder la perspectiva de la resistencia, cuyo
mantenimiento era la condici�n para evitar la victoria de
Franco.
A partir de
la segunda quincena de mayo de 1938, la estrategia
republicana (confirmada en el Ebro) ten�a que orientarse,
por imperativo de las circunstancias, a no permitir al Alto
Mando fascista la concentraci�n de su masa operativa en una
u otra de nuestras zonas. Por eso fue correcto el
planteamiento de la operaci�n cuando el enemigo marchaba
sobre Sagunto-Valencia y todo el Levante. Con lo fueron
tambi�n las directivas del Gobierno a los mandos m�s
caracterizados de la zona centro-sur para activar �sta en el
curso de la batalla, cuando la masa de maniobra enemiga
estaba combatiendo en el Ebro.
La
pasividad en una zona republicana era la entrega de la otra
al enemigo y contribu�a a facilitar su victoria militar.
(...) En lo
que concierne a los que sostienen que la operaci�n del Ebro
acort� los plazos de la guerra, la realidad fue todo lo
contrario. Los casi cuatro meses de combate de la ofensiva,
primero, y de la resistencia en la margen derecha del r�o
despu�s, salvaron Valencia y su regi�n del peligro inminente
que la amenazaba, fueron una contribuci�n viva a la defensa
de la Rep�blica y contribuyeron a prolongar la resistencia
del pueblo espa�ol.
Barcelona no se defendi�
El d�a 20
de enero de 1939 mi puesto de mando se instal� en Martorell
y el Cuartel General en Granollers. Segu�a de cerca las
direcciones de repliegue de los Cuerpos V y XV, que en esta
etapa absorbieron el resto de las fuerzas, hasta el
Llobregat, a partir del cual hab�an de proseguir su
repliegue.
El V lo
efectu� por Martorell −Sabadel-Granollers− las
comunicaciones al Sur de la Sierra del Montseny a la general
de Gerona; el XV por Molins de Rey− Vallvidrera− al Norte
del r�o Bes�s −carretera de la costa.
En la noche
del 24 nos instalamos en Vallvidrera. Me acerqu� a
Barcelona, con Delage, el d�a 25. Fui a la �Casa Roja�,
donde estuvo siempre el Estado Mayor Central. Este hab�a
evacuado hacia el Norte, igual que los ministerios y la
Generalitat.
En la �Casa
Roja� estaba el general Sarabia, con quien habl� un rato.
Segu�a esperando al coronel Brandari, jefe de la Isla de
Menorca hasta que fue designado jefe de la defensa de
Barcelona. Me ofrec� a Sarabia, que era mi jefe natural, por
si ten�a algo que mandarme. Me dijo que no, que cumpliera
las �rdenes de Rojo.
De all�
fuimos al Comit� Central del Partido, donde hablamos con los
camaradas Vicente Uribe, Santiago Carrillo, Luis C. Giorla,
Manuel Delicado y Antonio Mije. La �nica direcci�n, de las
fuerzas pol�ticas del Frente Popular que en aquellos d�as
manten�an la serenidad en el caos de la ciudad, que se
esforzaba por evitar el indefensismo de Barcelona, era la
del Partido Comunista de Espa�a.
Recorr�
nuevamente las instalaciones oficiales, que estaban
terminando de evacuar archivos y documentos.
Volvimos a
la �Casa Roja�. Esta vez estaba sin inquilino. El cuadro que
encontramos era desolador: ni una persona; las puertas y
ventanas estaban abiertas; los tel�fonos sonaban
ininterrumpidamente.
Durante los
d�as 26 y 27 de enero, el enemigo avanz� en todo el frente
de su movimiento hasta la Seo de Urgell, Berga, proximidades
de Vich y Barcelona. Esta �ltima fue ocupada sin defensa,
por cuerpos italianos, Navarra y Marroqu� el 26 de enero de
1939.
En este
segundo per�odo, las fuerzas del Ej�rcito del Ebro hab�an
realizado proezas como la de Celestino Garc�a o la del jefe
de la 101 brigada, Alabau, y el comisario Hip�lito del Olmo,
quienes rodeados por un enjambre de enemigos cuyos jefes
gritaban:
�Cazarlos
vivos�, les respondieron: �No lo ver�is�, disparando sobre
ellos hasta el pen�ltimo cartucho y guardando el �ltimo para
pegarse un tiro en vez de entregarse.
Pero el
intenso esfuerzo defensivo que hicieron no tuvo �xito, no
pod�a tenerlo, por las condiciones de inferioridad en que
estaban. Incluso la artiller�a hab�a consumido los nueve
m�dulos de proyectiles con los que el 23 de diciembre
empezamos la defensa de la zona catalana.
Hacia Madrid,
pasando por Perpi��n
En el
�ltimo periodo de la lucha en Catalu�a, las dificultades de
la defensa se acrecentaron. Las unidades del Ej�rcito del
Ebro no perd�an el contacto con el enemigo, pero sus
efectivos eran muy escasos. La artiller�a dej� de actuar por
falta de proyectiles, como anteriormente lo hab�a hecho la
DECA. La aviaci�n pas� toda a Francia. S�lo los tanques y
los blindados cooperaban estrechamente y con abnegaci�n
caracter�stica a la defensa.
(...) Este
periodo fue el m�s dif�cil, el m�s agotador, el de mayor
hero�smo. Porque nuestros efectivos disminu�an paulatina e
inexorablemente. No se trataba de las bajas en el combate
solamente, no; se trataba de otro tipo de perdidas que
empezaron a producirse en el periodo anterior, al quedar en
la retaguardia del enemigo, rebasados por el avance de �ste,
n�cleos de combatientes (...) Eran batallones, brigadas,
divisiones, aunque nominales, las que quedaban en
retaguardia del enemigo. Y esas mismas unidades, conducidas
por sus mandos, romp�an el intento de copo del enemigo,
abri�ndose paso a fuerza viva hacia nuestra retaguardia,
cuando el corte inmediato lo permit�a, como le sucedi� a la
59 Brigada de la 42 Divisi�n (...) o bien adelantaban por
caminos paralelos a las unidades enemigas, frenando su
avance con secciones a sus flancos (...).
(...) El 6
de febrero orden� el repliegue de nuestras fuerzas a la
l�nea del r�o Fluvi�. En esos d�as, Negr�n y Rojo eran
asiduos visitantes nuestros. Hasta com�an y cenaban con
nosotros. Los esfuerzos del Gobierno estaban orientados al
env�o del material de aviaci�n y de otras clases desde
Francia a la zona Centro. Negr�n y Rojo nos hablaban de
ello, as� como de los cuadros de mando y del resto del
Ej�rcito de Catalu�a.
La
actividad diplom�tica del Gobierno cera de las autoridades
del pa�s vecino, para obtener la admisi�n de los restos del
Ej�rcito de Catalu�a, fueron arduas y dif�ciles. Pero al fin
se logr�. M�s dif�cil fue obtener autorizaci�n para la
salida de la poblaci�n civil.
El d�a 8,
hacia las 16 horas, fui convocado a una reuni�n en La
Agullana. Asist�an a ella unos treinta jefes y comisarios de
los eslabones superiores (...) Presid�a la reuni�n el jefe
del Gobierno y ministro de Defensa, Juan Negr�n.
(...)
Recib� la orden de efectuar el repliegue de mis fuerzas, ya
comenzado, en el plazo menor posible. As� se hizo, y las
fuerzas subordinadas al Ej�rcito del Ebro salieron de Espa�a
en las jornadas del 8 y 9 de febrero. La 35 Divisi�n del XV
Cuerpo fue la �ltima unidad que cubri� la retirada de las
dem�s en la direcci�n principal de repliegue. Sus �ltimos
eslabones y los grupos que hab�an cumplido misiones
especiales para obstaculizar el avance del enemigo salieron
el 9 de febrero, entre las diez y las diez y media de la
ma�ana.
Hacia las
cuatro de la tarde del 9 de febrero de 1939, llegamos al
Consulado espa�ol de Perpi�an. Un deseo �nico nos animaba a
todos: marchar a la otra zona para proseguir la lucha. El
desenlace de la batalla de Catalu�a no era a�n la p�rdida de
la guerra.
Comp�s de espera
En el
Consulado de Espa�a en Perpi�an esper�bamos la salida para
la otra zona. �sa era la idea que presid�a nuestro �nimo
desde que salimos de Catalu�a. El c�nsul nos rog� vestirnos
de paisano a fin de pasar desapercibidos. Un pantal�n de
S�nchez Rodr�guez y unos zapatos de Hidalgo de Cisneros, que
me regalaron, me solucionaron el problema.
−�Cu�ndo salimos para la otra zona? −fue la pregunta con
la que recib� al general Rojo en la primera visita que
me hizo en el consulado.
−Hay
dificultades. Se espera que sean pasajeras.
−Pero,
�cuando autorizaron la entrada del Ej�rcito en Francia,
�no hab�an prometido facilidades en el sentido de
libertad de movimiento, para marchar a la otra zona?
−S�,
eso dijeron. Pero la gentuza de M�nich act�a as�.
−�Y con
nuestra gente qu� va a pasar?
−Eso
est� ya bien claro. No dejar�n salir a nadie: ni hombres
ni armas ni alimentos ni los bienes del Estado.
Poco
despu�s, creo que el d�a 12 de febrero, nos lleg� la noticia
de que el Gobierno hab�a salido para Espa�a. Al d�a
siguiente, el subsecretario del Ej�rcito de Tierra, coronel
Antonio Cord�n, que nos visit� en el Consulado, nos inform�
de que Negr�n hab�a ordenado nuestra salida.
Hacia el
mediod�a aterriz� el avi�n en Espa�a. Ese mismo d�a llegamos
a Madrid. En la ciudad h�roe, por los sacrificios
conscientemente aceptados por su pueblo, me instal� con un
grupo de camaradas en Lista 20. Otros, en Lista 23. Todos
los que form�bamos parte de esta expedici�n est�bamos a las
�rdenes del ministro de Defensa.
Conoc�amos
la zona leal y sus posibilidades de resistencia. En febrero
de 1939 dispon�amos los republicanos de las siguientes
fuerzas y medios fundamentales de combate:
−El
Ej�rcito de Tierra, con efectivos superiores a
setecientos mil hombres. De estos, unos quinientos
noventa mil encuadrados en unidades de los cuatro
Ej�rcitos: Centro, Levante, Extremadura y Andaluc�a. Los
dem�s formaban en las distintas tropas, armas y
servicios.
−Una
flota compuesta por los cruceros Libertad,
Cervantes y M�ndez N��ez; la flotilla de
destructores con trece unidades; cuatro submarinos; dos
ca�oneros, tres torpederos y otros barcos auxiliares. En
este periodo resaltaba especialmente el papel de la
Flota, ya que, privados de las fronteras terrestres,
ella era el nexo de uni�n de la zona republicana con las
fuentes exteriores de abastecimiento.
−En
fuerzas del aire, nuestros medios eran francamente
escasos.
−En
armamentos, ten�amos la posibilidad de producir armas
ligeras como fusiles, ametralladoras, morteros y
municiones. Tambi�n de asegurar la reparaci�n del
material de guerra en las f�bricas de Madrid, Sagunto,
Ciudad Real, Murcia, Albacete y Alicante. Si a las
provincias mencionadas agregamos Almer�a, Cuenca, Ja�n,
Guadalajara y Valencia, tenemos las diez provincias que
comprend�an la zona leal, con una poblaci�n de cerca de
ocho millones.
Por lo
dicho, la orientaci�n del Gobierno de la Rep�blica en
febrero de 1939 era correcta. Estaba dirigida a poner en
pie, apoy�ndose en lo ya existente, todos los recursos de la
zona leal y lo que se pudiera hacer llegar del exterior para
fortalecer la resistencia.
La antesala de
la sublevaci�n casadista
Recibimos
la orden anunciada por el general Rojo. En ella se precisaba
que el enemigo estaba terminando la concentraci�n de sus
fuerzas operativas, las cuales ten�an como objetivo la
invasi�n y ocupaci�n de Catalu�a (...) A continuaci�n, se
fijaba la misi�n del Ej�rcito en la zona catalana: �intentar
contener al enemigo con las fuerzas en l�neas; en caso de
ruptura, maniobrar con las reservas sobre los flancos del
enemigo y su retaguardia; de ser obligados a ello, asegurar
el repliegue met�dico de la defensa a l�neas interiores�.
En lo que
concierte a la zona centro-sur, se indicaba empezar el 8 de
diciembre a dar cumplimiento al Plan de Operaciones para la
zona occidental, de fecha 20 de octubre. En dicho plan se
ordenaba:
1.- Una
acci�n ofensiva combinada en el sector de la costa, al
sur de Granada, con la participaci�n de las fuerzas de
tierra de aquel frente y de la Flota. La Flota ten�a
como misi�n convoyar, proteger y asegurar el desembarco
en Motril de una brigada reforzada, especialmente
preparada para esta acci�n.
2.- Con
la participaci�n de tres cuerpos de Ej�rcito, cinco d�as
despu�s de iniciada la operaci�n de Motril, se
realizar�a un ataque en el frente C�rdoba-Pe�arroya para
ocupar ambas poblaciones o al menos una de ellas,
abriendo as� los caminos de penetraci�n en direcci�n
sudoeste sobre las provincias andaluzas occidentales.
3.- Una
semana despu�s de lanzada la ofensiva en el frente
suroccidental, se emprender�a la ejecuci�n de una
tercera, que tendr�a como misi�n principal el corte de
las comunicaciones de Madrid con Extremadura.
(...)
Entrado enero, cuando la ofensiva enemiga estaba en pleno
desarrollo, se puso en marcha, en la zona occidental, la
operaci�n de Extremadura. El d�a 10 de dicho mes, estando mi
puesto de mando en Valls, nos visit� Rojo. Hablamos
precisamente de la otra zona.
−�No
dan se�ales de vida?
−S�,
tengo noticias. Van a comenzarla de un momento a otro.
−�C�mo
estaba prevista en las directivas y �rdenes de octubre?
−Quita,
hombre, quita. Nos han hecho la faena. Han suspendido lo
de Motril.
Con el fin
de respetar el pensamiento del general Rojo, creo que es
mejor transcribir lo que escribi� sobre la operaci�n de
Motril en su libro Alerta a los pueblos:
�Hab�amos
hecho, personalmente, el general jefe del Estado Mayor del
Grupo de Ej�rcitos y yo, el reconocimiento de la zona de
maniobras, elegido la l�nea de ruptura del frente enemigo y
comprobado la posibilidad de lograr esa ruptura en cuanto
hab�a asegurado el jefe de la Flota que dejar�a las tropas
en el puerto. La raz�n principal de la dificultad que este
jefe se�alaba era el temor de que fuesen descubiertos los
transportes por la luna; dificultad que yo apreciaba
tambi�n, pero que no estimaba suficiente para suspender el
ataque, ni siquiera para aplazarlo, pues la eficacia del
plan radicaba en su oportunidad�.
Luego,
insistiendo sobre las posibilidades de �xito, Rojo prosigue:
�Por el mar iba a actuar una brigada reforzada y
especialmente preparada para la operaci�n, apoyada por toda
la Flota, en condiciones de superioridad sobre la adversaria
y no digamos sobre el puerto, que contaba con pocas y malas
defensas. A tal amenaza seria iba a unirse un ataque por
tierra en un frente estrecho, con una divisi�n, para cortar
las comunicaciones enemigas, cosa calculada y posible, como
en otras operaciones realizadas, a pocas horas de comenzada
la operaci�n; apenas ten�amos enfrente cuatro batallones de
reservas locales, repartidos en diversos puntos para acudir
a los lugares amenazados; unidades �stas acreditadas por su
pasividad y con mandos cuya suficiencia no se hab�a
contrastado a�n en la guerra...�
La
suspensi�n de la operaci�n de Motril, decidida por Miaja,
Matallana y Buiza, no debi� quedar impune.
La
operaci�n de Extremadura, de acuerdo con las directivas de
octubre, deb�a empezar el 16 de diciembre. No fue as� y su
ejecuci�n se retard� casi un mes −es decir, hasta la segunda
decena de enero−, cuando ya el enemigo se hab�a empe�ado a
fondo en la zona oriental y sus grandes unidades sal�an a la
l�nea Tarragona-Cervera-Pons. El sabotaje del mando y del EM
del Grupo de Ej�rcitos resalta no s�lo en el retraso de la
operaci�n, sino tambi�n en otros aspectos de la misma, desde
el comienzo hasta el fin de su preparaci�n.
(...) La
tercera (en el tiempo) de las acciones encomendadas por el
Alto Mando republicano a la zona occidental −a realizar en
el frente de Madrid− fue puesta en marcha �a su manera� por
el jefe del Ej�rcito del Centro, coronel Casado.
La
operaci�n de Madrid (enero de 1939) fue la antesala de la
sublevaci�n casadista. Con ese fin fue montada por Casado,
que buscaba asestar as�, con las manos del enemigo, un serio
golpe a las mejores unidades republicanas del Ej�rcito del
Centro (...) Hoy estamos en condiciones de afirmar lo que
entonces sospech�bamos: que el mando franquista estaba
minuciosamente informado de los planes y directivas de
Casado. Por eso, el enemigo concentr� una potente masa de
artiller�a, morteros y ametralladoras en el sector elegido
para el ataque y destruy� la ofensiva en la primera jornada,
ocasion�ndonos una cantidad enorme de bajas.
Los
centenares de combatientes lanzados por sorpresa e
indefensos, entregados a la muerte ante las bocas de fuego
de la artiller�a enemiga y de sus ametralladoras en el
sector de Brunete, los necesitaba el coronel �apol�tico� y
�profesional puro� para consumar su pol�tica de entrega de
la zona Centro-Sur al enemigo.
Las
acciones en la zona Centro no lograron ejercer la menor
influencia sobre el desarrollo de los combates en Catalu�a,
donde el enemigo prosigui� su ofensiva.
Coyuntura perdida
La
presencia del gobierno en la zona central y la influencia
que ejerci� Negr�n sobre personalidades del Frente Popular,
en las conversaciones que tuvo con ellas, fue un jarro de
agua fr�a a los preparativos de la sublevaci�n casadista,
que ya estaba en gestaci�n.
Pero
aquella coyuntura no fue aprovechada en lo inmediato, lo que
permiti� a Casado proseguir su obra de catequizaci�n de los
l�deres del Frente Popular de Madrid, cuya desmoralizaci�n,
excepto los comunistas, por las incidencias de la guerra y
la labor del coronel, que se transform� en su inspirador
tambi�n pol�tico, los llev� a perder la capacidad de razonar
y los puso en sus manos.
No ve�an
que Casado estaba ya actuando como un dictador militar. Ni
incluso existiendo hechos tan palpables como el
establecimiento de la censura de prensa.
La
condici�n de militar profesional y el hecho de mandar el
Ej�rcito del Centro, puesto para el que fue designado por
Negr�n, colocaba al coronel fel�n en una situaci�n
privilegiada para su traici�n.
Cuando
llegamos a Madrid, Delage, L�ster y yo hicimos una visita a
Negr�n. Este nos acogi� con la cordialidad de que siempre
hab�a dado pruebas, haci�ndonos pasar a su dormitorio.
−S�lo
vosotros hab�is venido a mi llamada.
− Como
siempre, estamos a las �rdenes del gobierno.
−Otros,
a los que he llamado - insisti� Negr�n-, me han dado la
callada por respuesta.
Despu�s de
haber hablado de todo un poco, antes de marcharnos le
dijimos:
−�Cu�ndo nos va usted a utilizar?
−
Pronto. Muy pronto.
A
continuaci�n nos habl� de sus planes, que expres� m�s o
menos as�:
−En los
d�as inmediatos voy a recorrer las provincias y hablar�
con los mandos militares. En seguida os llamar� para
emplearos a todos.
Nos
despedimos de Negr�n. Este ten�a raz�n cuando dijo que los
cuadros de mando y comisarios venidos de Francia a su
requerimiento �ramos todos comunistas. Pero es necesario
subrayar que ocurri� as� no por esp�ritu de absorci�n de
nuestro Partido, sino por esp�ritu de deserci�n de muchos de
los otros. �A cu�ntos invit� Negr�n a volver y ni le
contestaron!
En los d�as
que estuve en Madrid visit� a muchos camaradas de lucha de
los primeros tiempos de la guerra. Entre ellos, con
particular alegr�a encontr� o supe noticias de algunos de
los fundadores del Th�elmann a los que no ve�a desde
noviembre de 1936.
Quiero
recordar aqu� a Francisco Carro, jefe de la 73 divisi�n;
S�ez de Rascafr�a, maestro, comisario de divisi�n; Pedro
Fern�ndez, jefe de la 18 brigada; Manuel L�pez, jefe de la
17 brigada; Francisco Gij�n, comandante jefe de un batall�n
de tanques, ca�do en los combates de Levante; Victor
Somolinos, jefe del tercer (71) batall�n de la 18 brigada,
al mando del cual cay� en los combates de la Cuesta de la
Reina, en el mes de octubre de 1938; Antonio Montes, 16 a�os
en 1936 y jefe de una compa��a, que mandaba ahora el
batall�n de Somolinos; los oficiales Pepita Urda, Barcal� y
Ventura as� como otros cuyos nombres me pesa no recordar.
Tambi�n
visit� a Miaja y Casado. En esencia, fueron m�s que nada
visitas protocolarias, por parte de ellos, ya que habl�bamos
en onda diferente. Miaja era un simple, no era organizador
de la traici�n. S�, un fatalista. Casado era un taimado. No
ense�aba la oreja. Su hipocres�a es manifiesta.
El clima
pol�tico, a espaldas del pueblo desorientado, al que no
llegaba m�s que lo que dejaba llegar Casado, era de
descomposici�n del Frente Popular, por la actividad de zapa
que desarrollaban anarquistas, socialistas y republicanos.
La unidad que hizo posible la r�plica al levantamiento
fascista y reaccionario y la resistencia posterior, iba
hacia la ruptura.
S�lo el
Partido Comunista como tal sosten�a a Negr�n y estaba
identificado con la pol�tica del gobierno. Tambi�n hombres
de otros partidos. Pero en febrero (creo que ya lo he dicho,
aunque la insistencia no es redundancia) los republicanos,
socialistas y otros estaban desmoralizados hasta extremos
incre�bles.
Los complotadores
ense�an la oreja
Despu�s de
recorrer las provincias y celebrar una serie de entrevistas
con personalidades pol�ticas y militares, Negr�n convoc� a
los altos mandos de la zona a una reuni�n que tuvo lugar en
la finca Los Llanos (Albacete).
Participaron en dicha reuni�n: el general Jos� Miaja, jefe
del Grupo de Ej�rcitos; el general Manuel Matallana, jefe
del Estado Mayor de aqu�l; el general Leopoldo Men�ndez,
jefe del Ej�rcito de Levante; el general Escobar, jefe del
Ej�rcito de Extremadura; el coronel Domingo Moriones, jefe
del Ej�rcito de Andaluc�a; el coronel Segismundo Casado,
jefe del Ej�rcito del Centro: el almirante Miguel Buiza,
jefe de la Flota; el coronel Camacho, jefe de las fuerzas
a�reas de la zona, y el general Bernal, jefe de la Base
Naval de Cartagena.
En nombre
del gobierno, su presidente y ministro de Defensa Nacional
inform� de la situaci�n pol�tica, del punto de vista del
gobierno y de sus planes de resistencia. Las opiniones que
manifestaron los mandos reunidos con Negr�n estuvieron en
consonancia con sus caracter�sticas. Muy someramente voy a
se�alar unas y otras.
El general
Escobar, as� como el coronel Moriones comandaban Ej�rcitos
habiendo mandado columnas y otras unidades en el curso de la
guerra. Ambos, profesionales y patriotas, apoyaron la
posici�n de resistencia del Gobierno.
Miaja y
Matallana no discreparon de Negr�n en la reuni�n, pero
ninguno de ellos se pronunci� abiertamente por la
resistencia.
Men�ndez,
republicano de Aza�a, del que fue inspirador militar y
ayudante, negaba la posibilidad de defensa de la zona. La
dimisi�n de Aza�a, que conoc�a, hizo impacto en �l y le
dominaba el deseo de que �termine la guerra para reunirme
con Don Manuel�, en Francia.
Tambi�n el
coronel Camacho mantuvo la opini�n de que no hab�a nada que
hacer. El general Bernal, cuya historia combatiente empez� y
termin� en Somosierra y dur� poqu�simos d�as, mantuvo la
posici�n de �lo que digan los dem�s�.
Casado y
Buiza emitieron su opini�n contra la resistencia. Esa sola
palabra sacaba de quicio a Casado, que orden� a la censura
militar tachada en todas las publicaciones que la
mencionaban.
Hay que
decir, como demostraron los hechos, que ambos, el jefe del
Ej�rcito del Centro y el jefe de la Flota, estaban ya �del
otro lado�.
Al
producirse la reuni�n del 27 de febrero de 1939 exist�a ya
un compromiso de Casado y algunos dirigentes pol�ticos
republicanos. Tres d�as antes, el coronel conferenci� con
dos representantes de Izquierda Republicana y: �quedamos en
que ir�amos a Par�s a llevarle un mensaje al Sr. Aza�a,
invit�ndole a volver a Espa�a, a retirar la confianza al
gobierno Negr�n, y a formar otro gobierno de republicanos y
socialistas�, dice el coronel fel�n en su libro.
Como es
bien sabido, Aza�a respondi� con la dimisi�n.
Casado, por
un lado, como dirigente militar, y Besteiro, por otro, como
dirigente pol�tico, se hab�an asociado. La C.N.T. los
apoyaba. La negligencia de Negr�n, que conoc�a las
actividades sediciosas de unos y de otros y no las cort�
como pudo hacerlo, les daba alas. Se estaba creando una
situaci�n que tomaba rumbo hacia otra sublevaci�n militar,
que enarbolar�a, tambi�n, la bandera del anticomunismo.
Hacia
finales de febrero, Negr�n llam� a Elda a un grupo de cuatro
a cinco jefes militares entre los cuales estaba yo.
Me desped�
de los camaradas que quedaban en Madrid, a los que inform�
de la llamada de Negr�n, as� como del motivo que la
originaba: nuestra utilizaci�n. Antes de salir dej� montada
la forma de seguir en contacto con todos ellos, a trav�s del
teniente coronel Manuel Tag�e�a, ya que segu�a teniendo esa
responsabilidad.
En Elda
estaba instalado el Gobierno. Al llegar me present� a Negrin.
En aquellos
d�as apareci� mi ascenso a general en el Diario Oficial.
Tambi�n los de Antonio Cord�n y Segismundo Casado.
Este, que
estaba urdiendo la trama final de la sublevaci�n, dio las
gracias a Negr�n, personalmente, por tel�fono. Ante el
general Hidalgo de Cisneros dio la orden de que le cambiasen
las insignias en la guerrera.
Cuando
Negr�n, en presencia de Vicente Uribe y alg�n camarada m�s,
me comunic� mi ascenso, le respond� que no era eso lo que me
interesaba.
− �Qu�
es lo que a usted le interesa? − me pregunt� Negr�n.
−Mi utilizaci�n y la de mis camaradas, los dem�s mandos
y comisarios que hemos venido de Francia.
Ech�ndome el brazo por encima del hombro, me invit� a
pasear.
−Modesto, con franqueza, �qu� piensa usted de la
situaci�n?
−Que no
hay otro camino para hacerla frente que la resistencia
sobre la base de los tres puntos de Figueras. La
posibilidad de un cambio en el exterior a nuestro favor
es real. Ni el pueblo franc�s ni el pueblo ingl�s, ni
importantes fuerzas econ�micas de ambos pa�ses han
recibido Munich con flores, salvo sus hacederos del
equipo de Chamberlain y Daladier. Las palabras de Jos�
D�az de que los mismos aviones que bombardean nuestras
ciudades bombardear�n Londres, Paris y Bruselas son tan
ciertas que...
−Me
dice usted lo mismo que me dicen sus camaradas del Bur�
Pol�tico de su partido −me cort� Negr�n.
−Es que
esa es la verdad aut�ntica.
−Y de
aqu�, �sigue pensando como en la Agullana?
−S�,
exactamente igual. La pol�tica de resistencia de su
gobierno es la �nica correcta.
−Es
verdad. Yo creo tambi�n posible de seis a ocho meses de
resistencia, en el caso peor, y en ellos puede cambiar
la coyuntura internacional.
−�D�me
usted la orden de relevar a Casado!
−Todav�a no est� decidido si le daremos a usted el mando
del Ej�rcito del Centro o el del Ej�rcito de Maniobra.
−Pero
no lo publique en el Diario Oficial. Si usted me
dice que releve a Casado, es todo lo que necesito.
−�Quiere la orden por escrito?
−�No!
Su orden verbal me es suficiente.
− Tenga
usted paciencia. El d�a 5 de marzo, pasado ma�ana, me
voy a dirigir al pa�s para aunar voluntades y llamar al
pueblo. Sus camaradas Uribe y Moix est�n de acuerdo. Me
lo han propuesto hace varios d�as. Como cuando la crisis
de marzo, como cuando la �charca�. En cuanto a su
utilizaci�n, ya le he dicho que se va a decidir entre
hoy y ma�ana en el Gobierno, lo mismo que la de todos
los dem�s.
El 3 de
marzo Francisco Gal�n fue nombrado jefe de la Base Naval de
Cartagena, y Etelvino Vega comandante militar de Alicante.
Ambos se hicieron cargo de sus nuevos destinos.
La Junta de Casado
En la
ma�ana del 4 me llam� Negr�n.
−Venga
usted, Modesto.
−Ahora
mismo.
−Traiga
consigo al jefe de la 11.
Recog� a
Joaqu�n Rodr�guez, y hacia las ocho treinta est�bamos donde
Negr�n, con el que se encontraban ya Vicente Uribe y Ossorio
y Tafall.
−Se han
sublevado en Cartagena −dijo Negr�n al recibirnos.
Cuente usted, Ossorio.
−El
coronel Armentia, con parte del Regimiento de Artiller�a
de Costa y el de Infanter�a de Marina, con otros jefes y
oficiales, no reconocen la autoridad del Gobierno.
Gal�n, que se hab�a instalado en la Base Naval, fue a
parlamentar con la Flota a petici�n de Buiza. Pero no ha
vuelto. Yo he estado un poco en todas partes y hay un
verdadero l�o.
− �Y la
Flota? −pregunt�.
−Se ha
hecho a la mar −dijo Ossorio.
−
�Tambi�n se ha sublevado?
−Hasta
ahora es de la "No intervenci�n" −respondi� Negr�n,
quien a�adi�: −Cu�ntele usted, Uribe. Pero ahora vamos a
lo que interesa. Y prosigui�: −He dicho que venga usted,
Rodr�guez, para que tome el mando de las fuerzas que
marchan contra los sublevados. �Est� de acuerdo?
−A sus
�rdenes −respondi� el jefe de la 11, que sali�
inmediatamente a cumplir las �rdenes del ministro.
La
insurrecci�n de Arment�a y compa��a se confundi� en la calle
con los de la �quinta columna�, que se apoderaron de la Base
Naval, de las bater�as y de la emisora de radio, hasta que
fue sofocada por las fuerzas al mando de Rodr�guez. Cuando
nos quedamos solos, el camarada Vicente Uribe me dijo:
−Lo de
la Flota es serio y muy peligroso. El d�a 2 supo el
gobierno que Buiza hab�a anunciado a los mandos de la
Marina un inminente golpe de Estado contra el Gobierno
Negr�n; que se formar�a una Junta Nacional de Defensa en
la que estar�an representados el Ej�rcito, los partidos
pol�ticos y los sindicatos. La Flota se pondr�a a las
�rdenes de la Junta Nacional de Defensa. Acordamos en el
Gobierno que fuera el ministro de la Gobernaci�n,
Paulino G�mez, para advertir a los mandos de la Flota
que el gobierno est� decidido a frustrar la sublevaci�n.
Lo dem�s ya lo has o�do.
El mismo
d�a 3 −continu� Uribe −Negr�n anunci� a los dirigentes del
Frente Popular de Madrid y a los jefes de los Ej�rcitos que
se iba a dirigir a la naci�n por la radio. Luego agreg�:
−Ya he
visto que has vuelto a insistirle. �Te ha contestado
como siempre?
−S�,
como las veces anteriores: que lo va a decidir el
Gobierno.
−No
quieren dar a un comunista el Ej�rcito del Centro
coment� Vicente.
−Lo que
s� ha dicho es que no me aleje de aqu�.
− �Qu�
piensas hacer?
−Estarme aqu�, en esta antesala del despacho en que est�
reunido el Gobierno, para esperar sus �rdenes.
−Haces
bien, apruebo tu conducta.
Por esto
que acabo de decir, fui testigo presencial de los �ltimos
d�as del gobierno de Negr�n.
Cuando las
fuerzas leales estaban reduciendo a los sublevados de
Cartagena, horas antes de que hablara Negr�n por la radio, a
medianoche del d�a 4 lleg� la noticia de la constituci�n de
la �Junta de Defensa�. El conocimiento de la formaci�n de
�sta lo tuvieron los espa�oles a trav�s de la radio, en la
que fue le�do el manifiesto subversivo de la Junta, del que
son los siguientes p�rrafos:
�Hemos
venido a mostrar el camino por donde se puede evitar el
desastre y a seguir ese camino con el resto del pueblo
espa�ol, cualquiera que sean las consecuencias�.
�Nos
oponemos a la pol�tica de resistencia para evitar que
nuestra causa termine en el rid�culo o en la venganza�.
�O
todos nos salvamos, o todos perecemos, o nos hundimos�
−dec�a el doctor Negr�n−, �y el C.N.D. se ha dado por
principio y fin, como su �nica tarea, la conversi�n de
esas tres palabras en realidad�.
�Yo os
pido, poniendo en esta petici�n todo el �nfasis de la
propia personalidad, que en estos momentos graves
asist�is, como nosotros asistimos, al poder leg�timo de
la Rep�blica, que transitoriamente no es otro que el
poder militar�.
A
continuaci�n habl� Casado �a los espa�oles de allende las
trincheras�. �La frase que hemos expresado, el dilema que
tenemos delante: O todos nos salvamos, a todos nos
hundimos�, �volver los ojos al inter�s patri�tico, la mirada
a Espa�a� −dijo−: Esto es lo que nos importa como base de
cualquier aspiraci�n que l�citamente podamos tener. Nuestra
lucha no terminar� mientras no se asegure la independencia
de Espa�a. El pueblo espa�ol no abandonar� las armas
mientras no tenga la garant�a de una paz sin cr�menes�.
Se puede
decir: �qu� bien ment�a Casado!
�El
traidor no es menester...�
La Junta de
Casado era una dictadura militar, con la m�scara del Consejo
de Defensa. Ten�a como origen un centro militar que manejaba
Casado y otro pol�tico que encabezaba Juli�n Besteiro,
miembro de la Ejecutiva del Partido Socialista. Eran
ap�ndices de Casado los �cratas, sus defensores y otros
secuaces del coronel; de Besteiro lo era Izquierda
Republicana. �Que gobiernen los militares�, hab�a dicho el
profesor. Casado era el verdadero dictador militar, al que
rodeaba una junta consultiva a la que dictaba su voluntad.
Al
sublevarse Casado, Negr�n acogi� la noticia como si acabase
de llegar del planeta Marte. Le llam� al tel�fono y convers�
con el traidor en los siguientes t�rminos:
−�Qu�
ha hecho usted?
−Ya lo
ve usted, sublevarme.
−
�Contra qui�n?
−Contra
usted.
− �C�mo
es posible?
−Ya lo
ve.
− Oiga,
general Casado...
−No soy
general, soy coronel.
−Queda
usted destituido −termin� Negrin, dej�ndole el tel�fono
al general Hidalgo de Cisneros.
Muchas
veces he pensado en esta conversaci�n telef�nica de Negr�n
con Casado, de la que fui testigo. �Es que Casado enga�� a
Negr�n? �Hasta qu� punto? Quiz�s esto explicara la
resistencia de Negr�n a designar un comunista al frente del
Ej�rcito del Centro.
El golpe de
gracia a la moral del Gobierno se lo dio la Flota. Ya he
dicho que la mandaba el almirante Buiza. Otro colega de
Negr�n, Bruno Alonso, socialista, era el Comisario General
de la Marina.
Desde que
aqu�lla se hizo a la mar, el d�a 4 de marzo, estaba en
rebeld�a. Pero se preparaba para la deserci�n, y por eso los
mandos comunistas, que eran poqu�simos, fueron encarcelados
o depuestos.
Dos veces
pudieron corregir su actitud Buiza y Bruno Alonso. Una se la
brind� el gobierno, cuando ya estaba dominada la sublevaci�n
casadista y quintacolumnista en Cartagena; otra, cuando el
Comandante del destructor �Antequera� dijo a su jefe que, en
vez de desertar, la Marina deb�a ponerse a disposici�n de la
Junta, a lo que el Comandante de la flotilla de destructores
respondi�: La decisi�n del almirante est� de acuerdo con el
nuevo gobierno y facilita su misi�n. Los hechos posteriores
demostrar�an que Buiza dec�a verdad.
Hasta su
salida de Espa�a, el Gobierno sigui� parlamentando con
Casado y los elementos, de la Junta. Unas comunicaciones
telef�nicas segu�an a otras.
Los jefes
del Ej�rcito estaban en el complot, salvo Escobar y Moriones,
que luego lo aceptaron �como un mal menor�.
En la noche
del 4 a15 habl� nuevamente con mis camaradas de Madrid.
Antes hab�a pedido �rdenes al Gobierno para ellos. Este
segu�a parlamentando con los �juntistas�, a los que propuso
realizar un encuentro entre sus representantes y otros del
Gobierno, �para llegar a un acuerdo�. Los casadistas, a los
que sosten�a el aparato del Estado, del que ellos mismos
eran piezas principales, sobre todo en el Ej�rcito, se
negaron.
En otra
conversaci�n con Madrid, dije a mis camaradas, que segu�an
en Lista 20 y 23, que si las fuerzas pol�ticas leales al
gobierno no los necesitaban y segu�an sin empleo, vinieran a
reunirse con nosotros, como as� lo hicieron. Si el Gobierno
se decid�a a utilizamos y nos ordenaba algo, nos tendr�a a
mano.
Las
conversaciones gobierno-juntistas declarados o en v�a de
serlo, se suced�an. Cuando Negr�n quiso volver por los
fueros de la ley −creo que nunca pens� seriamente en
hacerla− se encontr� desasistido de todos con los que cre�a
contar. S�lo los comunistas est�bamos dispuestos a prestarle
apoyo.
El d�a 5
suger� que sali�ramos aisladamente o en pareja a las
provincias, para intentar restablecer la autoridad del
gobierno. Mi propuesta fue desestimada. En la ma�ana de ese
mismo d�a el general Matallana, que hab�a sido nombrado unos
d�as antes jefe del Grupo de Ej�rcitos, se encontraba en
Elda. Tra�a la representaci�n de Miaja y Men�ndez. Los tres
generales, que se hab�an acostumbrado a ser los amos de la
zona durante el �ltimo a�o; los tres generales, que dieron
motivos suficientes para ser destituidos hacia meses por no
cumplir las �rdenes del Gobierno; los tres, como era de
esperar, eran juntistas. El dictador Casado ofreci� la
presidencia de la Junta a Miaja, que se prest� a presidirla;
como en la noche del 18 de julio de 1936 se prest� a ser
ministro de la Guerra en el abortado ministerio que se
intent� crear; como se prest� a la misma noche a parlamentar
con Mola por tel�fono. �A qu� no se prestar�a Miaja!
Cuando
Matallana sali� de conversar con el Gobierno, ten�a l�grimas
en los ojos. Me salud� y le volv� la espalda. No s� a�n si
eran l�grimas de cocodrilo, o si unos restos de su
honestidad pol�tico-militar se le sal�an licuados por no
poder convivir con su postura traidora.
Cuando el
Gobierno se march�, en realidad no ten�a ya nada que hacer
como Gobierno. En la madrugada del 6 de marzo sal� de Espa�a
con los camaradas que fuimos del Ej�rcito de Catalu�a. Fue
una decisi�n del Partido, sobre la base del enjuiciamiento
de la situaci�n, en el que participamos todos los all�
presentes.
Entonces,
si la memoria no me es infiel, cuando se examin� la
situaci�n despu�s del afianzamiento −con el apoyo por
negligencia del gobierno de Negr�n− de la Junta de Casado,
junta de traici�n, se desech� el llamar a la guerra civil en
nuestro campo. Ello hubiera significado precipitar
consciente e irreversiblemente la cat�strofe, la p�rdida de
la guerra, la victoria de Franco, bajo nuestra
responsabilidad principal. NO. Eso ser�a un crimen ante
nuestro pueblo.
La decisi�n del Partido Comunista de Espa�a fue, pues, diferente
Quer�amos
ganar la guerra, a trav�s de la pol�tica de resistencia por
encima de la Junta y de la voluntad de Casado. Pero el
pueblo y nosotros con �l ser�amos derrotados por la
traici�n, derrota siempre m�s costosa, de mayores
sacrificios para los que la sufrimos. M�s ignominiosa para
los traidores. Estos son los responsables.
Sab�amos
que la situaci�n era dif�cil. Tambi�n lo fue el 18 de julio
de 1936. Y en los meses de marzo-mayo de 1938. En aquellas
fechas, como en noviembre de 1936, las fuerzas exteriores e
interiores que quer�an hacemos capitular, no pudieron llevar
a cabo sus designios. Ahora, en marzo de 1939, por las
debilidades de Negr�n y las incidencias de la guerra,
Casado, erigido en dictador, realiz� la capitulaci�n.
A la Junta
la apoyaba el aparato del Estado republicano en el centro.
Nuestra gran debilidad fue no atender suficientemente la
retaguardia.
A pesar de
nuestros prop�sitos hubo �guerra civil en la guerra civil�,
provocada por la agresi�n de Casado a las fuerzas mandadas
por comunistas. Agresi�n, por cierto, combinada con ataques
fascistas. El IV Cuerpo, mandado por el anarquista Cipriano
Mera, abandon� el frente de Guadalajara, que qued� as�
abierto al enemigo. Pero este no se movi� en aquella
direcci�n. S� atac�, en cambio, en la Casa de Campo y en
otros sectores de la defensa de Madrid contra la 7� divisi�n
que mandaba Gonz�lez. Este bati� a los de Casado y tambi�n
al enemigo, recuperando lo conquistado por aqu�l y
haci�ndole 90 prisioneros.
A Casado,
que en la ma�ana del 11 de marzo decidi� comenzar las
�negociaciones de paz� y elabor� un documento de 9 puntos,
se le presentaron aquella misma tarde los representantes de
Franco, en Madrid, que ya conoc�an el documento por
hab�rselo entregado un consejero de la Junta, que les hab�a
informado.
Casado se
entendi� con ellos. El agente principal de Franco en Madrid
era el teniente coronel de artiller�a Cenda�os, al que
acompa�aba otro sujeto. Ambos le felicitaron por la decisi�n
de negociar la paz. Pero advirtieron a Casado que los
representantes de la Junta no tendr�an otra misi�n que
entenderse �sobre el modo de entregar la zona y el ej�rcito
republicano�.
Desde ese
momento Casado actu� a las �rdenes de Franco. Se hab�a
sublevado contra Negr�n �para obtener una paz honrosa�. Pero
la realidad era diferente. Acord� con Buiza la deserci�n de
la Flota; orden� a la aviaci�n que se entregara el d�a 26 a
Franco; provoc� luchas internas que provocaron en Madrid m�s
de 5.000 muertos; puso en libertad a los fascistas y
encarcel� a los comunistas y a todos aquellos que no
aceptaban la capitulaci�n, tild�ndolos de comunistas, porque
nuestro Partido fue el �nico que se alz� y luch� contra
aqu�lla.
La medida
cabal de su traici�n la dar�a el propio Segismundo Casado,
coronel fel�n, al confesar por la radio el d�a 26 de marzo:
�Puedo asegurar que en toda la zona leal nada ha acontecido
que no estuviera en los planes concebidos por nosotros al
tomar el poder constitucional de la Espa�a republicana el 5
de marzo�.
Su infamia era consciente.
Otro �juntista�,
el consejero de Hacienda y Econom�a, Gonz�lez Mar�n, �crata,
batiendo todos los records del cinismo dir�a tambi�n el 26,
por la radio: �Para realizar la reorganizaci�n total de este
pa�s y dedicar las energ�as del pueblo a la guerra, no
ten�amos m�s remedio que derribar al gobierno Negr�n,
actuando por encima de consideraciones de car�cter
constitucional y jur�dico�.
Otros
consejeros: S�nchez Requena, Jos� del R�o, Miguel San
Andr�s, cada uno a su forma, igualmente el 26, por la radio,
dijeron que la junta hab�a sido �sorprendida� por lo que
hab�a pasado y �no pod�a comprender� las intenciones del
Gobierno de Burgos, a quien le ofreci� todo lo necesario
para la rendici�n de la zona republicana en las mejores
condiciones posibles. �Ingenuos�. No ten�an en cuenta el
refr�n castellano:
El traidor
no es menester despu�s de traici�n pasada.
El Partido del pueblo
Cuando
salimos de Espa�a, nos separamos de amigos inolvidables y
camaradas entra�ables, a muchos de los cuales no volver�amos
a ver.
Siguieron
en el pa�s, o volvieron a �l, para proseguir en las nuevas
condiciones la misi�n y obra del Partido en las entra�as del
pueblo, en la lucha por la libertad. Ellos son nuestro
orgullo. En la trayectoria seguida a trav�s de los a�os, ha
sido el Partido Comunista de Espa�a la fuerza pol�tica en
liza per�manente en defensa del pueblo.
Como lo fue
en la guerra: el 18 de julio; en la defensa de Madrid; en la
contenci�n del desastre del Este; en la resistencia de
Levante; en la gesta del Ebro. Como lo fue en las crisis que
se produjeron en el curso de la guerra; crisis todas ellas
mortales para cualquier r�gimen que no tuviera el arraigo
popular de la democracia espa�ola; crisis todas ellas
superadas por la voluntad de los espa�oles y su unidad en la
lucha.
S�lo cuando
la unidad se deteriora, las dificultades son mayores; cuando
se rompe, viene la derrota. Esa es la gran ense�anza.
No vencimos
en la guerra, porque a pesar de ser su teatro nuestro
territorio nacional, sus aguas y sus cielos, era el primer
episodio de la segunda guerra mundial.
El enemigo
tuvo de su parte fuerzas y medios a discreci�n, con arreglo
a sus necesidades, y el arsenal b�lico de las potencias
nazi-fascistas, organizadoras de la gran tragedia mal
llamada del 39-45, porque debe llamase del 36-45.
Las
potencias occidentales aceptaron la intervenci�n
germano-italiana. La "No Intervenci�n", hija del
imperialismo occidental, fue socia de aquella y la Junta de
Casado su hijastra.
Salimos de
Espa�a con la cabeza alta, como la mantuvo el pueblo
espa�ol.
En todas
partes los combatientes de Espa�a se incorporaron a las
filas de la resistencia, aportando su temple, su pasi�n, sus
experiencias, a la lucha por la democracia. Hoy, treinta
a�os despu�s, estamos orgullosos de la gesta imperecedera
del pueblo espa�ol, del que somos hijos, en la guerra
nacional-revolucionaria que libr� contra los agresores.
Ellos, los
agresores nacionales y extranjeros, desencadenaron la
guerra, su guerra contra Espa�a, de la que se han lucrado el
imperialismo y sus socios espa�oles. Al discurrir de los
a�os, ya no es un secreto que la derrotada en 1936-1939 fue
Espa�a, fueron sus hijos, benefici�ndose el pu�ado de gentes
de la situaci�n y los potentados de la Banca y las finanzas
nacionales y for�neas.
En la
tragedia del final de la guerra, s�lo el Partido permanece
enhiesto, sin claudicar, sin responsabilidad hist�rica en la
traici�n que desarma la defensa, acogota la resistencia y
capitula.
En su
puesto de combate, traicionados como el pueblo, junto con el
pueblo, entramos los comunistas en el per�odo del
martirologio.
El destino
del pueblo, su suerte, es la nuestra. Sus tragedias nos son
propias, aceptadas por ser ley que nos rige, firmes,
conscientes rumbo a la libertad, a la victoria indudable.
Esa es la
raz�n de su existencia, la verdad del ser del Partido.
Este
relato, conscientemente incompleto, se refiere s�lo a la
guerra. Los comunistas en ella cumplimos con nuestro deber.
El pueblo espa�ol por su hero�smo y su sacrificio mereci� la
victoria. Hacia ella, y nosotros con �l, marcha con firme
paso.
ARRIBA
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