Juan Modesto, el �nico jefe de milicias que lleg� a general.

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Actualizada: 31 de Julio de 2012.    

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  Miliciano comunista autor del libro "Soy del Quinto Regimiento"


 Juan Modesto, el �nico jefe de milicias que lleg� a General


  Por Eduardo Palomar Bar�.


 

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Breve biograf�a de Juan Guilloto Le�n m�s conocido como Juan Modesto

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Fragmentos de su libro "Soy del Quinto Regimiento"
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Antesala del 18 de julio.

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La sublevaci�n militar fascista.

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Los d�as de julio en Madrid.

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La Sierra y su importancia.

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Los primeros combates de la Sierra.

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El hundimiento del Este. Los �ltimos d�as de Teruel.

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Un cuadro desolador.

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Adem�s del sur, el norte.

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El corte.

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El Ebro. Todos los que ten�an que pasar.

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Resistencia.

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Barcelona no se resisti�.

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Hac�a Madrid, pasando por Perpi��n.

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Comp�s de espera.

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La antesala de la sublevaci�n casadista.

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Coyuntura perdida.

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Los complotadores ense�an la oreja.

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La Junta de Casado.

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"El traidor no es menester..."

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La decisi�n del Partido Comunista de Espa�a fue, pues, diferente.

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Su infamia era consciente.

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El Partido del pueblo.



Naci� en Puerto de Santa Mar�a (C�diz) el 24 de septiembre de 1906, hijo de Benito Guilloto Vaca, arrumbador y de Milagros Le�n Obreg�n, costurera.

Realiz� el servicio militar en �frica, como cabo de Regulares, participando en algunas operaciones b�licas. En 1930 ingres� en el Partido Comunista de Espa�a. La direcci�n del Partido lo envi� a la URSS en 1933, en viaje de formaci�n pol�tica. A su regreso a Espa�a se encarg� de la administraci�n del peri�dico �Bandera Roja� y trabaj� en la creaci�n de c�lulas comunistas dentro del Ej�rcito. Responsable de las Milicias Antifascistas Obreras y Campesinas (MAOC).

Al estallar la guerra, particip� en el asalto al Cuartel de la Monta�a. Integrado en el 5� Regimiento, combati� en los frentes de Guadarrama, Tajo, Jarama, Brunete, Belchite, Teruel y Ebro. Ascendido a teniente coronel de milicias y nombrado jefe del V Cuerpo de Ej�rcito, tuvo bajo sus �rdenes a Walter, a L�ster y a �El Campesino�.

Al frente del Ej�rcito del Ebro, el paso con �xito del r�o (25 de julio de 1938) le vali� el ascenso a coronel. A la larga, la suerte le fue adversa, tanto en el Ebro como en la campa�a de Catalu�a, repleg�ndose con sus tropas hasta alcanzar la frontera francesa. Fue el �nico jefe de milicias que lleg� a general, mediante ascenso firmado por Negr�n en los postreros d�as de la contienda.

A primeros de marzo de 1939 huy� de Espa�a en un avi�n pilotado por Ignacio Hidalgo de Cisneros, instal�ndose en la URSS, donde en la Academia Frunze le fue reconocido su empleo de general.

Durante la Segunda Guerra Mundial fue general del Ej�rcito b�lgaro comunista que combati� a los nazis junto con las tropas de la URSS.

Fue derrotado por Jos� D�az en las luchas de facciones internas para hacerse con el control del Partido Comunista de Espa�a en el exilio.

Posteriormente se estableci� en Praga (Checoslovaquia), donde permaneci� hasta su muerte, ocurrida el 19 de abril de 1969. Autor del libro �Soy del Quinto Regimiento�, obra que ofrece un exhaustivo an�lisis sobre la Guerra Civil espa�ola.

El presidente Aza�a, que no ten�a muy buen concepto de los jefes militares salidos de las milicias, en su libro �Memorias pol�ticas de guerra�, dec�a que �el �nico que sabe leer un plano es el llamado Modesto. Los otros −L�ster, �El Campesino� y Mera− adem�s de no saber, creen no necesitarlo�. 

ARRIBA   



Antesala del 18 de julio

Al ser designado Aza�a presidente de la Rep�blica el 10 de mayo de 1936, pas� el d�a 12 a la jefatura del Gobierno Casares Quiroga, que sigui� manteniendo en sus manos la cartera de Guerra.

En este periodo, antesala del 18 de julio, se mascaba el clima de guerra civil. Los cuartos de banderas eran focos de subversi�n. La UME dio la directiva a todos sus afiliados de no aceptar los permisos de verano. Las continuas advertencias de los oficiales y jefes leales, en muchos casos postergados y perseguidos por sus �compa�eros�, eran deso�das por el Gobierno. Igual suerte corr�an las denuncias hechas en las Cortes por los diputados de izquierda sobre los preparativos de la sublevaci�n, m�s se�aladamente las que con pruebas irrefutables hac�an Jos� D�az y Dolores Ib�rruri en nombre del Partido Comunista.      

Los pistoleros fascistas prosegu�an sus cr�menes. Orientados por la UME, asesinaron en Madrid el 9 de mayo al capit�n Faraudo y el 12 de julio al teniente Jos� Castillo.

El indefensismo en que los militares dem�cratas se hallaban por parte del Gobierno, excit� su indignaci�n. La lenidad de aqu�l les hizo reaccionar con particular br�o, desarroll�ndose en un n�cleo importante de ellos la tendencia a actuar por su cuenta.

Al d�a siguiente del asesinato del teniente Castillo, promovimos una reuni�n a la que asistieron los dirigentes de las c�lulas del Partido del Segundo Grupo de Asalto (Ministerio de la Gobernaci�n), del Ministerio de la Guerra, del Ministerio de Marina y del Batall�n Presidencial, reuni�n que se celebr� en el domicilio del teniente coronel Jos� Barcel�, sito en la calle Vallehermoso. A esta reuni�n asisti�, en v�speras de incorporarse a su destino en �frica, el capit�n de aviaci�n Leret, uno de nuestros camaradas militares m�s l�cidos, asesinado por los franquistas el 18 de julio en la base de hidros de Atalay�n.

En esta reuni�n de particular tensi�n, los camaradas Barcel�, ayudante de Casares Quiroga y jefe del batall�n del Ministerio de la Guerra; Enciso, jefe del Batall�n Presidencial; Burillo, del Grupo de Asalto, y la c�lula del Ministerio de Marina expresaron su indignaci�n por los cr�menes de los militares fascistas y la necesidad de extremar la vigilancia para salvar la Rep�blica en peligro. En aquella reuni�n se traz� la l�nea de conducta a seguir con vistas a que no pudieran sorprendemos los acontecimientos en los ministerios y en las unidades.

En este per�odo, en nombre del Partido, yo estaba relacionado con el coronel Rodrigo Gil Ruiz, jefe del Parque de Artiller�a de Madrid, socialista. En v�speras de la sublevaci�n y ante la eventualidad de que los fascistas intentaran apoderarse de las armas del Parque y se produjera un golpe fascista, fijamos ambos la consigna �Modesto� para la entrega de las armas a las MAOC.

ARRIBA    

La sublevaci�n militar fascista

La sublevaci�n militar fascista la inici� el d�a 17 el Ej�rcito de Marruecos, donde abarc� a las cuatro comandancias, m�s las regiones militares y la guarnici�n de las Islas Canarias. En las primeras horas de la tarde del d�a 18 se sublev� la guarnici�n de C�diz, a la que hab�an llegado la 5� Bandera del Tercio y un Tabor de Regulares de las tropas de �frica a bordo del transporte Ciudad de C�diz y del destructor Churruca.

La noticia fue conocida en Madrid y en otras partes no por conducto oficial, sino a trav�s de los mil hilos por los que las grandes tragedias llegan al pueblo, el cual reaccion� con particular br�o.

S�lo el 18 de julio, en Nota Oficiosa del Ministerio de la Gobernaci�n, radiada a las 8:30, el Gobierno dec�a al pa�s:

�Se ha frustrado un nuevo intento criminal contra la Rep�blica. El Gobierno no ha podido dirigirse al pa�s hasta tener conocimiento exacto de lo sucedido...

El Gobierno se complace en manifestar que varios grupos de elementos leales resisten frente a la sedici�n en las plazas del Protectorado, defendiendo con su prestigio la autoridad de la Rep�blica...

En este momento, las fuerzas de Aire, Mar y Tierra, salvo la excepci�n se�alada, permanecen fieles en el cumplimiento del deber y se dirigen contra los sediciosos... El Gobierno de la Rep�blica domina la situaci�n�.

Ocurr�a, por cierto, todo lo contrario. El 18, el clima subversivo existente era manifiesto en todas las guarniciones del Ej�rcito de Tierra de la Pen�nsula; en muchas de ellas, la sublevaci�n era un hecho consumado.

Pero las fuerzas pol�ticas obreras del Frente Popular ten�an conciencia clara de la situaci�n y la expresaron llamando al pueblo a la defensa de la Rep�blica.

Cuando el pueblo en la calle, en poderosas manifestaciones, ped�a �armas�, el gobierno respond�a esta vez en una Nota Oficial, radiada a las 15:15: �...el mejor concurso que se puede prestar es garantizar la normalidad de la vida ciudadana para dar un ejemplo de serenidad y confianza en los resortes del poder�.

Hacia aquellas horas, los �resortes del poder� hab�an saltado en todas partes o estaban a punto de saltar. Las ocho regiones militares, la comandancia exenta de Asturias y las de Baleares siguieron el camino de las fuerzas armadas de Marruecos y Canarias el d�a 17. El hecho consumado, saliendo a la calle y proclamando el estado de guerra, dependi� en cada sitio de diversos factores. El principal que actuaba en beneficio de los sublevados era el empecinamiento del Gobierno en no querer ver la tr�gica realidad en toda su crudeza. Sus llamamientos al apaciguamiento ten�an un eco unilateral y conduc�an a contener la r�plica popular y adormecer su vigilancia. Donde ocurri� as�, triunf� la sublevaci�n militar.

Es notoria la actitud facciosa de la Flota de Guerra, que hab�a comenzado el transporte de tropas de Marruecos hasta que los marinos y clases, con el apoyo de la oficialidad de los cuerpos auxiliares de la Armada −alma y motor de los barcos− sometieron a los mandos sublevados y ganaron para la Rep�blica 46 unidades de las 53 que la compon�an.

De las fuerzas del Aire, con la excepci�n de los aer�dromos de Logro�o y Burgos, dominados por los oficiales fascistas con ayuda de las guarniciones, todos los dem�s y las bases de hidros se proclamaron al lado de la Rep�blica.

Las fuerzas obreras, representadas por los Partidos Comunista y Socialista, que actuaban de acuerdo, reclamaron la formaci�n de un gobierno de Frente Popular dispuesto a aplastar la sublevaci�n. A esta exigencia, el presidente de la Rep�blica, Manuel Aza�a, opuso la formaci�n de un gobierno presidido por Mart�nez Barrio, presidente de las Cortes, que romp�a el marco del Frente Popular. Igualmente fue rechazada la proposici�n de armar a las MAOC.

La noche del 19 al 20 de julio transcurri� bajo el signo de la lucha popular contra el gobierno de Mart�nez Barrio. Este y el general Miaja telefonearon a Mola, a quien hicieron proposiciones que Mola rechaz�. El pueblo, lanzado a la calle en Madrid, Barcelona y otras ciudades, enarbolando como consignas de lucha �Abajo Mart�nez Barrio�, �Abajo los traidores�, y �Armas�, destroz� de un manotazo aquel gobierno de capitulaci�n. La formaci�n del nuevo gobierno fue encomendada al Dr. Jos� Giral.

 

Los d�as de julio en Madrid

Conocido el ambiente en los cuarteles y en los medios reaccionarios, que anunciaban la inminencia de la sublevaci�n militar fascista, a partir del 16 de julio las MAOC de los distintos distritos de Madrid fueron alertadas y concentradas en los que consideramos puntos clave para responder r�pidamente a los facciosos en el terreno y lugar donde fuera necesario. En la comarca de Villalba se concentraron el d�a 17. Cada distrito de las MAOC conoc�a su misi�n. Gozaban de la mayor iniciativa y eran estimuladas constantemente para que la desplegaran al m�ximo.

Aquella jornada y las de los d�as 17, 18, 19 y 20 de julio las pasamos en plena dedicaci�n a la liquidaci�n del movimiento faccioso en Madrid y en las guarniciones de su periferia. Desbordante actividad realizaron las MAOC bajo la direcci�n inmediata y en ligaz�n con el Comit� Central y el Comit� de Madrid del Partido Comunista, bajo cuyas directivas actu�bamos.

Nos hab�amos instalado en la calle Piamonte con los dirigentes de las MAOC de la capital, Agust�n Lafuente y Juan Fern�ndez (Juanito), ca�do el 21 de julio al frente de los milicianos en el asalto a las posiciones enemigas en Somosierra; Manuel Plaza, ca�do en la batalla del Jarama, en su orilla derecha, ante el puente de Titulcia, mandando el 40 batall�n de la 18 Brigada Mixta; Julio Zamalea, ca�do en la defensa de Madrid al mando de un batall�n de la 3� brigada en los combates de la Casa de Campo en el mes de enero; Manuel D�az del Valle (�el Tendero�), quien despu�s de una actuaci�n heroica en las guerrillas en todos los teatros de Europa durante la Segunda Guerra Mundial hasta la liberaci�n, combate que prosigui� en Espa�a hasta 1951, muri� en Varsovia con el nombre de Manuel Arana.

Est�bamos al corriente de lo que ocurr�a en la ciudad a trav�s de las MAOC de los distritos, con los que ten�amos enlace permanente.

(�) En lo que se refiere a las organizaciones del Partido en las instituciones de Orden P�blico y en las unidades militares, jugaron el papel que les correspond�a. Los comunistas, unidos a sus camaradas socialistas y republicanos, o simplemente a n�cleos de militares patriotas que hicieron honor a su juramento de soldados de Espa�a, tomaron la iniciativa pol�tico-militar en los ministerios de la Guerra, Gobernaci�n, Marina y en las unidades militares donde pudieron hacerla y desde aquellas posiciones, ganadas para la Rep�blica a los militares facciosos, hicieron abortar la sublevaci�n.

Adem�s, aportaron su modesta contribuci�n a enderezar los asuntos en la Flota de Guerra. En la reuni�n celebrada en la ma�ana del 19 con la c�lula comunista del Ministerio de Marina (compuesta en su totalidad por oficiales de los llamados Cuerpos Auxiliares de la Armada), sobre la base del conocimiento de la actividad facciosa de algunas unidades navales que transportaron los d�as 18 y 19 tropas marroqu�es y legionarias a la provincia de C�diz donde desembarcaron, as� como la enemiga de los comandantes de los barcos, en actitud de franca rebeli�n a cumplir las �rdenes del Ministerio, se acord� que los marineros y jefes leales actuaran resueltamente en todas partes para que la Flota se mantuviera fiel a la Rep�blica.

El d�a 19, la situaci�n en Madrid se hab�a ido clarificando. Las bandas fascistas, en lo fundamental, hab�an sido derro�tadas. Pero quedaba la guarnici�n, en gran parte sublevada. Lo que �sta representaba, tanto en Madrid y sus suburbios como en las provincias lim�trofes, resalta en el cuadro siguiente.

Fuerzas sublevadas en Madrid ciudad Cuartel de la Monta�a: Regimiento de Infanter�a n�m. 31; Regimiento de Zapadores; Grupo de Alumbrado de Ingenieros.

Esas unidades fueron reforzadas con una compa��a de la Guardia civil y otra compa��a de cadetes de Toledo. Cuartel del Pac�fico: Regimiento de Infanter�a n�m. 1. Cuartel de la calle Moret: Regimiento de Infanter�a n�m. 2. Centro Electrot�cnico: con una escuela al completo de oficiales cursantes de diversas armas.

−En la periferia de Madrid. Campamento: Regimiento de Artiller�a a Caballo; Batall�n de Zapadores; Grupo de Informaci�n de Artiller�a; Escuela Central de Tiro de Artiller�a; Escuela Central de Tiro de Infanter�a; Escuela de Equitaci�n. Getafe: Regimiento de Artiller�a. El Pardo: Regimiento de Transmisiones. Vic�lvaro: Regimiento de Artiller�a Pesada.

−Otras fuerzas m�s alejadas de Madrid, tambi�n sublevadas. Alcal� de Henares: Regimiento de Caballer�a. Toledo: Academia Militar, el Tercio de la Guardia Civil de la provincia. Escuela Central de Gimnasia. Guadalajara: Regimiento de Aerostaci�n, Maestranza de Ingenieros, Academia de Ingenieros, Colegio de Hu�rfanos Cadetes, Prisiones Militares. Segovia: Academia de Artiller�a, Fuerzas de la Guardia Civil de la provincia. �vila: Academia de Intendencia, Fuerzas de la Guardia Civil de la provincia.

As�, pues, las unidades de la 1� Divisi�n Org�nica −salvo honrosas excepciones−  y otras fuerzas ya mencionadas se alzaron contra la Rep�blica. Algunas que no operaron con los fascistas activamente en la sublevaci�n, estaban inutilizadas para ser empleadas contra los sublevados, tanto por el forcejeo interior entre los partidarios de ellos y los leales, como por la falta de decisi�n de estos �ltimos.

Desde el Cuartel de la Monta�a, donde se encontraba el centro de la sublevaci�n, el general Fanjul y su Estado Mayor dirig�an a los sediciosos. Para hacer frente a los facciosos, las autoridades republicanas contaban en Madrid con las siguientes fuerzas leales:

−Primer Grupo de Asalto, en el que buena parte de los mandos eran facciosos.
−Segundo Grupo de Asalto, unidad republicana y patri�tica ejemplar.

−Tercer Grupo de Asalto, en el que el 50% de los mandos eran reaccionarios.

En los dos �ltimos hab�a c�lulas de oficiales, m�s numerosas en el Segundo Grupo. En el Primero hab�a un camarada.

El Primero y Tercer Grupos de Asalto fueron ganados por sus oficiales y guardias leales a la Rep�blica actuando as� los tres en el aplastamiento de la sublevaci�n.

Las tropas de la guarnici�n fueron cercadas en los cuarteles, asediadas por el pueblo. Las MAOC y las fuerzas leales que no quedaron desorganizadas, como el famoso Segundo Grupo de Asalto, mandado por el comandante Ricardo Burillo, donde por su esp�ritu todos eran milicias, fueron el catalizador de las energ�as populares y, con los milicianos, las fuerzas decisivas que aplastaron a los facciosos.

En el Regimiento de Infanter�a n�m. 2 (Cuartel de la calle Moret) las tropas fueron acuarteladas el 17 de julio. Toda la oficialidad estaba comprometida con la sublevaci�n. El d�a 19 empezaron a poner en pr�ctica sus planes. Estos consist�an en formar a la tropa en el patio, fusilar al suboficial Alonso Moreno y al cabo Francisco Abad (ambos comunistas), salir con las tropas a la calle y acudir en ayuda de los sublevados del Cuartel de la Monta�a.

La organizaci�n comunista y de la UMRA (Uni�n Militar Republicana Antifascista) observaban los preparativos de los mandos, que emplazaron las ametralladoras, el ca��n de infanter�a y los morteros contra la 2� compa��a del Primer Batall�n, en la que era conocido que el Partido Comunista ten�a una fuerte organizaci�n. Francisco Abad, comisionado por sus compa�eros, se dirigi� al oficial de la pieza conmin�ndole a retirada.

La 2� compa��a ten�a enfilado el patio desde las ventanas. Los jefes y oficiales hab�an perdido ya la partida cuando quisieron reaccionar. Las organizaciones antifascistas se hicieron cargo del regimiento sin necesidad de disparar ni un solo tiro.

El prop�sito de salir a la calle con el regimiento fue cortado por el camarada Vicente Uribe, miembro del Bur� Pol�tico del Partido y responsable del trabajo en el Ej�rcito y las fuerzas armadas en todo el pa�s, cuyas instrucciones al camarada Alonso Moreno fueron: �Nada de sublevarse, porque pueden pensar que son los fascistas�.

En la noche del 19, sal� acompa�ado por Agust�n Lafuente y otro camarada de las MAOC, cuyo nombre no recuerdo desgraciadamente, a conocer la situaci�n existente en los cuarteles perif�ricos. Al amanecer participamos en la toma del cuartel de Artiller�a de Getafe. En esta acci�n tomaron parte las MAOC de la localidad, armadas por el personal mec�nico del aer�dromo. Recuerdo con emoci�n la actitud de los soldados de artiller�a. Despu�s de la rendici�n de los oficiales, al venir a depositar las armas en la montonera que se les indic�, casi todos sacaban la munici�n y, tirando los peines, dec�an: �Ah� est�n las balas que me han dado. Yo no he disparado ninguna�. Entramos en el cuartel, reunimos a los soldados en el patio y, desde la baranda del corredor de los dormitorios del primer piso, improvisamos un mitin, en el que les dirig� la palabra en nombre del Partido.

Regres� a la calle Piamonte hacia media ma�ana, donde inform� al Partido sobre la situaci�n en Getafe y volv� a salir, esta vez con Juanito Fern�ndez, para recoger a un camarada soldado, escapado del cuartel de la Monta�a, que estaba en �terreno de nadie� al pie de la monta�a del Pr�ncipe P�o, donde se alzaba aquella fortaleza. Pasamos por el cruce de la calle Ferraz desde la direcci�n de Gran V�a y recogimos en su abrigo al camarada, con el que nos trasladamos a la calle Piamonte, donde informamos al Partido de la situaci�n.

La jornada del d�a 20 coron� la victoria popular contra la guarnici�n. La din�mica de la lucha ofreci�, tras Getafe, la ca�da del Cuartel de la Monta�a, a la que siguieron Campamento, el Regimiento n�m. 1 y el Regimiento de Artiller�a de Vic�lvaro.

En Campamento se mantuvo leal el grupo de artiller�a de la DECA, mandado por el comandante Cimarro, que se enfrent� a los sediciosos y cooper� a su derrota.

En el Regimiento n�mero 1, donde la situaci�n era muy tensa e indecisa, porque la mayor parte de sus mandos, con el coronel-jefe a la cabeza, eran partidarios de la sublevaci�n y se aprestaban a secundarla, fue decisiva la intervenci�n de la camarada Dolores Ib�rruri, que entrando audazmente en el cuartel con Enrique L�ster y otros camaradas, habl� a los soldados reunidos y les decidi� a que impidieran el levantamiento del Regimiento y defendieran a la Rep�blica. Los soldados abrieron las puertas del cuartel a un buen grupo de milicianos que vigilaban expectantes en la puerta y formaron con ellos una columna que sali� d�as despu�s para la Sierra al mando del capit�n Benito y con L�ster de comisario. La camarada Dolores fue tambi�n con ellos.

En los asaltos y tomas de los cuarteles fueron conquistadas las armas que hicieron posible la derrota de los sublevados de las guarniciones alejadas de Madrid y la resistencia en la Sierra. Pero las primeras vinieron del Parque de Artiller�a, el d�a 18, entregadas por el coronel Rodrigo Gil.

Al finalizar la jornada del 20, en una reuni�n de la direcci�n del Partido para examinar la situaci�n militar creada por la sublevaci�n y la disoluci�n del Ej�rcito decretada por el gobierno, se acord� comenzar a reagrupar las milicias.

Mi �ltima gesti�n como responsable nacional de las MAOC consisti� en transmitir personalmente a todos los distritos de las MAOC que recorr�, as� como a los comit�s de radio del Partido las directivas que recib�, en nombre de la direcci�n del Partido, de los camaradas Pedro Checa y Francisco Ant�n de concentrar a todos los milicianos en Francos Rodr�guez, en el edificio abandonado del viejo convento de los Salesianos, donde ya se hab�an instalado las MAOC de la barriada obrera de Cuatro Caminos y donde fue organizado el 5� Regimiento. Igualmente se indic� intensificar la recluta de voluntarios en las distintas barriadas y su traslado posterior al cuartel del Quinto. All� particip� en la reuni�n constitutiva del mismo, a la que asistieron los camaradas Jos� D�az, Dolores Ib�rruri, Pedro Checa, Francisco Ant�n, Daniel Ortega, Victorio Codovilla y yo, por mi responsabilidad de las MAOC, as� como algunos responsables de las milicias de distrito.

En aquella reuni�n donde naci� el Quinto Regimiento, no se nombr� a nadie comandante, ni comandante en jefe. El jefe del Quinto era de hecho el Partido, sin personalizar todav�a en nadie. Lo que si ocurri� es que aquellos camaradas que hab�an dirigido las milicias de distrito y tenido responsabilidad en ellas, continuaban haci�ndolo, aunque no todos. Y de ah� el que, a pesar de la constituci�n del Regimiento, subsistieran durante alg�n tiempo diversas organizaciones milicianas, que en el desarrollo del Quinto fueron incorpor�ndose a �ste, ocupando puestos de direcci�n los camaradas que m�s se hab�an distinguido en su organizaci�n y en los primeros combates. Algunos de ellos, como el renegado Enrique Castro, fracasaron, mientras que otros consolidaron su mando por su valiosa contribuci�n a la lucha.

 

La Sierra y su importancia

Tras la derrota de la sedici�n en Madrid y en las provincias de Guadalajara y Toledo, se conoci� que sobre la Capital ven�an varias columnas procedentes del Norte. Para hacer frente a la amenaza que ello representaba, salieron a su encuentro, con la misi�n de contenerlas en la Sierra, varias formaciones milicianas organizadas por el Quinto Regimiento, la Casa del Pueblo y otras entidades obreras y juveniles de signo diverso, dando origen a los combates de julio-agosto en la Sierra.

Dichos combates se desarrollaron por el dominio de los puertos de la Sierra del Guadarrama, tramo medio de la barrera monta�osa del Sistema Central que separa ambas Castillas, por donde transcurren varias direcciones convergentes en Madrid. Las m�s importantes desde el punto de vista operativo son:

−Madrid-Burgos, por Somosierra y Aranda de Duero.

−Madrid-Segovia, por Villalba y el Puerto de Navacerrada o por el valle del Manzanares, Puerto de Navacerrada.

−Madrid-Valladolid, por el Puerto de Guadarrama o el Alto de Le�n.

La principal es la �ltima, que supera la cordillera por el Puerto de Guadarrama. Por ella pasa la carretera general Madrid-Valladolid (Madrid-La Coru�a) y cruza la cordillera el ferrocarril Madrid-Valladolid por Segovia y Medina del Campo, este �ltimo uno de los m�s importantes nudos ferroviarios del pa�s. .

Superar la barrera monta�osa por el Puerto de Guadarrama (1.511 m.), que es el paso m�s estrecho de la cordillera (10 km.) y el m�s cercano a Madrid (58 km.), saliendo a Villalba, dar�a a las columnas de Mola el dominio de la Sierra. Ello explica que fuera precisamente en el paso de Guadarrama donde se libraran combates casi ininterrumpidos y tenaces desde el 22 de julio hasta el 15 de agosto de 1936. Por su importancia, la segunda direcci�n operativa cruza el macizo por el Puerto de Somosierra (1.454 m.). Por �ste pasa la carretera de primer orden Madrid-Burgos.

La otra direcci�n es la que salva la Sierra por el Puerto de Navacerrada (1.860 m.). Su importancia reside en que es el paso m�s pr�ximo a Segovia y en su situaci�n entre las Guarrenas (2.262 m.) y Siete Picos (2.183 m.), casi en el centro de la Sierra, unido a que en �l convergen otros puertos que de hecho son sus tributarios; da solidez a la defensa de los otros pasos, principalmente el del Alto del Le�n, el m�s pr�ximo, cuya defensa, sin dominar el Puerto de Navacerrada se hace extremadamente dif�cil.

La ventaja de tener la iniciativa en el desencadenamiento de las acciones militares, por el mero hecho de la sedici�n, y el prop�sito de apoderarse de Madrid indujo a los sublevados a enviar vanguardias facciosas para la ocupaci�n de los tres puertos mencionados, con la misi�n de mantenerlos en sus manos, facilitando as� el paso de las columnas del N. y del NO. lanzadas sobre Madrid.

El paso de Somosierra, hacia donde venia la columna de Burgos, lo ocupaba una unidad de falangistas; fuerzas de artiller�a y de la Guardia Civil de Segovia se instalaron en Navacerrada: n�cleos de fascistas lo hacen en Guadarrama, hacia donde avanzaba la columna de Valladolid.

 

Los primeros combates de la Sierra

Como responsable de la organizaci�n de las milicias, particip� en la organizaci�n y gestion� el armamento de las dos primeras columnas que se formaron en el Quinto Regimiento, y que en la tarde del 21 salieron para Somosierra y Villalba, incorpor�ndome a esta �ltima. Al frente de ella �bamos el camarada F�lix B�rzana, maestro nacional, miembro del Comit� Provincial de Madrid del Partido Comunista, y yo como responsable militar.

A la anochecida llegamos a Villalba, donde encontramos fuerzas de Ingenieros, al mando del coronel Castillo, y del 2� Grupo de Asalto, al mando del teniente coronel Burillo, as� como otros jefes y oficiales de Madrid y milicianos de aquella comarca. Se enviaron patrullas de reconocimiento a los puertos de Guadarrama y Navacerrada. Los fascistas que ocupaban Guadarrama, lo abandonaron. En Navacerrada se combat�a. Sobre la base de esa situaci�n, en la reuni�n que celebramos el coronel Castillo, los tenientes coroneles Moriones, Redondo y Burillo, el capit�n Font�n, Enrique Zafra, responsable de las milicias de Villalba y su comarca, F�lix B�rzana y yo, se decidi� que las milicias del Quinto Regimiento y las fuerzas del Grupo de Asalto formasen una columna y marchasen al encuentro del enemigo en direcci�n Navacerrada. Las otras fuerzas marchar�an hacia Guadarrama, donde las milicias de Villalba ocuparon posiciones cercanas a San Rafael.

Al amanecer del d�a 22 subimos al Puerto de Navacerrada, recuperando a un grupo de campesinos y le�adores de dicha localidad, dirigidos por Villanueva �el Tuerto�, que se hab�an batido con el enemigo. Este se encontraba situado en el gran mirador que se alza en la divisoria de aguas del espinazo de la Sierra, l�mite de las provincias de Madrid y Segovia, llamado Dos Castillas. Despu�s de algunos disparos, del primer impulso coronamos Dos Castillas. Tornamos un ca��n del 7,5 all� emplazado. Y nos lanzamos adelante, bajando hacia Balsa�n y La Granja. Lo monta�oso del terreno, cubierto adem�s por el gran pinar de Balsa�n, subordinaba todo movimiento serio a la carretera. Los obst�culos naturales, reforzados con barreras de pinos, nos obligaron a perder el tiempo en su desmonte.

El capit�n Jos� Font�n, con un pelot�n de guardias de Asalto, y yo, con un grupo de comunistas, �bamos en vanguardia. Por mucho que nos esforzamos, no volvimos a tomar contacto con el enemigo. Pero le impedimos retirar su artiller�a, apoder�ndonos de otros siete ca�ones del 7,5 emplazados sobre la carretera, en los lazos finales de las Siete Vueltas.

 

El hundimiento del Este. Los �ltimos d�as de Teruel        

El �ltimo intento de conquistar Teruel lo inici� el enemigo el 5 de febrero de 1938 y se prolong� hasta el d�a 8. En el participaron, adem�s del Cuerpo de Galicia con las divisiones 13, 85 y 84, el Cuerpo Marroqu� con las divisiones 108, 11, 4 y 82, y un cuerpo mixto formado por la 1� Divisi�n de Caballer�a y la 5� Divisi�n de Infanter�a. Es decir, tres cuerpos de ej�rcito con un total de ocho divisiones de infanter�a, una de caballer�a y tres batallones de tanques. Como medios de refuerzo contaba con toda la aviaci�n hitleriana y fascista y una gran masa de artiller�a.           

La solidez alcanzada por nuestras l�neas en las direcciones oeste y sudoeste llev� al enemigo a buscar nuevos caminos para alcanzar su objetivo. Por eso extendi� la zona de operaciones m�s al norte, contra el saliente republicano de Sierra Palomera en el frente Pancrudo-norte de Teruel.

A excepci�n de las inmediaciones de la plaza, en su conjunto todo aquel sector estaba semidesguarnecido de fuerzas. S�lo hacia la profundidad exist�an, en las comunicaciones, algunas unidades con la 27 Divisi�n y varias brigadas m�s, encargadas de la contenci�n del enemigo. El ataque se realiz� en la orilla izquierda del Alfambra, donde consigui� unas peque�as cabezas de puente. Sin embargo, en las inmediaciones de la plaza, el Cuerpo de Galicia fue contenido y derrotado una vez m�s, sin conseguir el objetivo.

(...) Fue entonces cuando el Alto Mando republicano dio por terminada la batalla de Teruel, ordenando el relevo de unidades y la salida de aquella zona de un buen n�mero de ellas. La zona de defensa inmediata de la plaza, hasta entonces mantenida por el V Cuerpo, fue cubierta por la 46 Divisi�n, cuyas unidades relevaron del 10 al 12 de febrero a las fuerzas de las 35 y 47 Divisiones.       

La marcha de los acontecimientos posteriores puso de manifiesto que el Alto Mando republicano cometi� un error al dar por terminada la batalla de Teruel. No era el primero ni ser�a el �ltimo del ministro Indalecio Prieto.   

Asegurado el relevo de las fuerzas, salimos de Teruel el mando, el comisariado y el Estado Mayor del V Cuerpo. Las Divisiones 35 y 47 hab�an combatido durante cuarenta y un d�as consecutivos. Al ser relevadas, entregaban una organizaci�n defensiva s�lida.

Nos instalamos en Valencia, en el palacio de Benicarl�. A�n no hab�amos sentado el pie en la ciudad del Turia cuando un emisario de S�nchez Rodr�guez me alcanz� en casa de Saturnino Barneto dici�ndome que fuera urgentemente al Estado Mayor Central.

Me present� al general Rojo, quien me dijo:

−Ha comenzado otro ataque enemigo sobre Teruel, de mucho empuje; debes salir ma�ana al mediod�a para all�. Otra vez tendr�s que hacerte cargo de aquello; ya te lo dir� Sarabia. Y despu�s de un momento de reflexi�n, agreg�: Se han adelantado a lo que prepar�bamos en Extremadura.

Vuelto a mi Estado Mayor, S�nchez Rodr�guez me dijo:

−Ya conozco todo. Me lo ha contado Rojo.  

−Pues v�monos para all�.

Consultamos la carta y decid� mover todo con destino a Puebla de Valverde (...). A las 8 horas del 18 de febrero me acerqu� al puesto de Gal�n. No le ve�a desde que me visit� en la sala de operaciones del Hospital Obrero de Madrid. Luego fue enviado al norte, como lo fue Nino Nanetti, ca�do en los combates de Vizcaya. Hablamos un rato y la cosa parec�a fea. Por la derecha, en Santa B�rbara y el Mulet�n, era cuesti�n de poco tiempo. Salvo...

En el curso de los d�as 17 y 18 de febrero el enemigo consigui� apoderarse de las alturas dominantes en la margen izquierda del Alfambra. Prosiguiendo sus acciones avanz� en la direcci�n norte de Teruel, ocupando el Mulet�n, Santa B�rbara y saliendo al este y sudeste de Teruel.

−No tengo reservas, Modesto −me dijo Gal�n−. �Puedes prestarme algo?
−No tengo m�s que mi batall�n especial −le contest�−. Ahora mismo lo pongo a tus �rdenes.

(...) Era la primera vez que pon�a el batall�n especial del V Cuerpo a las �rdenes de otro.

El batall�n de Fernando y de Bascu�ana, de Huertas, de Manuel del Valle, de C�ndido, de Antonio Blanco, de Manuel L�pez, de Jos� Moreno y de centenares de h�roes an�nimos, restableci� de momento la situaci�n en el flanco derecho.

(...) Nuestros contrataques chocaron con los ataques reiterados del enemigo y limitaron sus �xitos. No obstante la superioridad enemiga, las unidades de la 46 y la 69 Brigada mantuvieron s�lidamente en sus manos las alturas pr�ximas a la carretera de Sagunto y garantizaron las comunicaciones de Teruel, aunque batidas por la artiller�a y, en ciertos tramos, por los fuegos de las ametralladoras del enemigo, evitando el cerco de la guarnici�n de la ciudad y la ca�a de nuestras posiciones en La Muela por su retaguardia.          

(...) March� nuevamente a Teruel. El d�a 22 hab�a ordenado que una brigada de la 11 Divisi�n avanzara hasta las proximidades de la ciudad, entre la carretera de Sagunto-Teruel y el r�o Turia, para hacer frente a cualquier eventualidad. Por la noche vimos que del este bajaban a la ciudad algunas fuerzas enemigas. Apreciamos la situaci�n como un peligro inmediato de cerco si flaqueaban las fuerzas del interior de Teruel. Creyendo que el jefe de la 46 se encontraba en la ciudad, y as� como el grueso de la unidad, y en la seguridad de que La Muela estaba guarnecida por la brigada de la 46 que mandaba el comandante Aparicio, decid� un ataque de noche sobre la plaza. Para realizar este ataque se organizaron dos columnas: a la derecha, una brigada de la 11 Divisi�n estar�a mandada personalmente por m�; a la izquierda, otra brigada de la 11 ser�a mandada personalmente por L�ster. La hora de comenzar el ataque se fij� a las 0 horas 15 minutos del d�a 24.

A los 5 segundos, el jefe del Estado Mayor del V Cuerpo me llam� urgentemente al tel�fono (Daniel Gonz�lez, jefe del Estado Mayor de la brigada que mandaba Leal, trajo el aviso). Tom� el tel�fono y o� a S�nchez Rodr�guez que dec�a:

−No comiences, porque "El Campesino" y la 46 est�n fuera, en un pueblecito m�s all� de Castralvo. He hablado personalmente con �l y espera tus �rdenes.

−�Has avisado a L�ster?

−S�, ya se lo he dicho.

−Dile a Valent�n que venga al Puesto de Mando del Cuerpo.

En vista de lo expuesto, suspendimos el contrataque proyectado. �El Campesino� nos hab�a jugado una nueva mala pasada que, desgraciadamente, no ser�a la �ltima. Evacuado Teruel sin orden ni necesidad, abandonada La Muela sin combate por el comandante Aparicio −hecho decisivo que origin� el cerco de nuestras fuerzas, un cerco que era bien relativo− las l�neas volvieron a formarse delante de mi puesto de mando en la Venta del Puente, donde permanec� hasta el d�a 29.

El 10 de marzo recib� la orden de instalar mi puesto de mando en Sot de Ferrer. El d�a 11, de situarlo en Alcoriza. Hab�a sido nombrado jefe de las reservas estrat�gicas del Ej�rcito, con dependencia exclusiva y directa del Estado Mayor Central.

Aquellos movimientos y los siguientes los realic� todos acompa�ado de mi Estado Mayor y el Cuartel General y los servicios del V Cuerpo. Una sola unidad me acompa�aba: el batall�n especial, vivero de cuadros de mando para misiones m�s altas. Lo que acabo de decir ten�a una causa concreta: una ofensiva de amplios vuelos que se desencaden� el 9 de marzo al sur del Ebro, en el espacio comprendido entre la orilla derecha de dicho r�o y el Vivel del R�o Mart�n.

El 14 de marzo me cit� un ayudante de Rojo en Morella. Con el general estaba Cord�n, que hab�a sido quitado por Prieto de la jefatura del Estado Mayor del Ej�rcito del Este. Estos d�as acompa�aba a Rojo como jefe de Operaciones de su E.M.                        

Rojo me inform� de las dimensiones de la cat�strofe con una frase: �El Ej�rcito del Este ha naufragado al sur del Ebro�. Me anunci� la llegada de las divisiones 11 y 15 y me dio instrucciones que termin� con las siguientes palabras: −La 45 vendr� a tu disposici�n. Ahora tienes la 11 y todas las fuerzas que se encuentran en ese frente al sur del r�o, m�s la que integran la Agrupaci�n Reyes. Ni �l ni yo encontramos nunca a esa agrupaci�n fantasma.

Lo sucedido entre el 9 y el 15 de marzo en el sur del Ebro era bien triste e indignante. El XII Cuerpo, comenzando por su jefe, desapareci� del teatro de la lucha. S�lo n�cleos de combatientes intentaron hacer frente y se batieron con el enemigo sin directivas del mando superior, por su propia iniciativa. En aquellas condiciones, el resultado de la lucha ten�a que ser favorable al enemigo, m�xime teniendo en cuenta su gran superioridad de fuerzas y material de guerra. En cuanto al XVIII Cuerpo, su jefe, el teniente coronel Heredia, sigui� la misma conducta; no sin antes (cuando ya el enemigo avanzaba en todo el frente de ataque) desorganizar y dispersar la 35 divisi�n.

(...) El XII Cuerpo, pues, entreg� al enemigo el territorio al sur del Ebro, desde su margen derecha hasta las proximidades de Montalb�n. Cuando una masa de fuerzas como las que participaban en ese ataque (13 divisiones) recibe tal obsequio, se crea una situaci�n cr�tica como la que estaba planteada. Para hacerla frente hab�amos ido all�. Pero todo tiene un porqu�.

Ese interrogante me lo hice al instalarme el 11 de abril en Alcoriza. Al principio no encontraba respuesta. Bien dice el refr�n que la pasi�n quita el conocimiento. En este caso pasi�n era igual a indignaci�n. De ah� que, al reflexionar, se me viniera a la mente todo lo que hab�a visto al sur del Ebro en los meses de agosto-septiembre, que brevemente recojo en un solo aspecto antes, en el subcap�tuloUn raid instructivo: la obra de los ensayistas libertarios. (...) En contraposici�n a la indigna conducta de los jefes del XII Cuerpo, el combate y el comportamiento de la 35 Divisi�n, por la que pasaban en rotaci�n todas las internacionales y que me acompa�� en toda la guerra, desde Brunete hasta el Ebro, me llenaba de orgullo en este aciago mes de marzo. Y me sigue llenando hoy.

 

Un cuadro desolador

El 18 de marzo de 1938, en el frente encomendado al V Cuerpo, comenz� una nueva fase de la maniobra enemiga. Particip� en ella, en direcci�n a Caspe, el Cuerpo Marroqu� en primer escal�n; en segundo escal�n otro Cuerpo, con las divisiones 1, 55 y 1� de Caballer�a que entr� en combate despu�s del paso del Marroqu� al norte del r�o; el Cuerpo Italiano con las divisiones Littorio, 23 de Marzo, Flechas Negras y Flechas Azules atac� el nudo de Valdealgorfa, en el sector defendido por la 11 Divisi�n.

(...) En el frente del V Cuerpo los ataques -que duraban ya m�s de una semana- de las divisiones enemigas fueron contenidos en todas partes: por la 45 Divisi�n, en direcci�n Caspe-Maella; por la 11 y la 3, en direcci�n Calaceite. En esta direcci�n estaban instalados en una mas�a el puesto de mando y el Estado Mayor del V Cuerpo.

Al norte del Ebro las cosas suced�an de manera diferente. El enemigo comenz� sus acciones el d�a 22 en las tres direcciones antedichas. Horas despu�s (con excepci�n de la 43 Divisi�n, que permaneci� en su zona de defensa −comarca de Bielsa−, manteniendo en sus manos los altos valles del Cinca y del Cinqueta, y de algunas otras unidades sueltas de mucha menor entidad) desde la frontera pirenaica se repiti� por los mandos fundamentales del X y XX Cuerpos de Ej�rcito y del Ej�rcito del Este lo ocurrido con el XII al sur del r�o y con las mismas caracter�sticas.

El derrumbe del Ej�rcito del Este abri� aquel inmenso frente al enemigo. �ste ten�a los caminos hasta el Segre y m�s all�.

Y no hab�a reservas.

Hac�a finales de marzo prosigui� sus acciones en las tres direcciones del ataque, sin tener ante s� nadie que le disputara el terreno.

S�lo en los primeros d�as de abril, la llegada de reservas del Centro y de Andaluc�a permiti� hacer frente a la situaci�n, siendo detenido el enemigo en todo el frente de la l�nea del Segre y del Noguera Pallaresa, en cuya orilla izquierda cre� unas cabezas de puente en Tremp, Balaguer y Ser�s.

 

Adem�s del sur, el norte

A partir del d�a 22, a medida que el avance enemigo se desarrollaba al norte del Ebro, se extend�a m�s mi flanco derecho en esa direcci�n. Todas las noches recib�a una orden del EMC [Estado Mayor Central] en la que me anunciaban nuevas decenas de kil�metros de ampliaci�n del frente. Algo parecido ocurri�, aunque en menos proporci�n, con nuestro flanco izquierdo despu�s del d�a 25.

(...) Hasta finales de marzo mantuvimos las posiciones en la l�nea del Guadalupe. Pero en el curso de aquellos d�as, las unidades del V y del XXII Cuerpos agotaron sus reservas, que no fueron repuestas porque las unidades que en principio estaban destinadas a reforzarnos fueron enviadas al sector norte, a causa de la marcha de los acontecimientos all�. Adem�s fueron privadas de parte de la artiller�a y del apoyo de la aviaci�n republicana que, a partir del d�a 22, actu� con toda su masa en las direcciones de L�rida y Balaguer. Los factores se�alados debilitaron las posibilidades de resistencia al sur del Ebro y crearon las condiciones para que el ataque enemigo alcanzara su principal objetivo estrat�gico: salir a la costa y cortar en dos la zona republicana.

El 30 de marzo avanz� en el frente del V Cuerpo hasta el Matarra�a, en direcci�n Maella, y hasta la ermita de San Jos�, al pie del macizo de La Ginebresa. En el frente del XXII Cuerpo penetr� en la sierra de San Marcos y avanz� sobre Morella.

(...) Durante los d�as 31 de marzo y 1, 2 y 3 de abril, las unidades de los Cuerpos V y XXII, sin perder el contacto con el enemigo y frenando su avance, se batieron continuamente sin poder impedir que el enemigo entrara el d�a 3 en Gandesa y Morella. Las fuerzas del general Walter pasaron el r�o por Mora y Garc�a, y desde la orilla izquierda, cumplieron la misi�n de impedir a los fascistas la creaci�n de una cabeza de puente en el sector de Mora. Como medios de apoyo, pues la artiller�a que ten�amos era m�nima, les di la bater�a antia�rea. Su misi�n ahora era defender el puente sobre el r�o en Mora del Ebro, dejando a su criterio la voladura del mismo. E igual con el el puente de ferrocarril de Garc�a.

 

El corte

(...) El Alto Mando republicano acept� de antemano el corte de la zona leal y fij� a los Cuerpos V y XXII la misi�n de ganar tiempo para asegurar el paso de las unidades a la zona catalana, ordenando al V que se replegara al norte del Ebro y al XXII que lo hiciera en direcci�n sur.

En el sector del V Cuerpo, direcci�n Tortosa-Vinaroz, el Cuerpo intervencionista del fascismo italiano atac� con la misi�n de salir al mar en la zona Vinaroz-Amposta-San Carlos de la R�pita. Desde el oeste al flanco derecho del Cuerpo extranjero, la 15 Divisi�n atac� a trav�s del macizo de Beceite en direcci�n Alfara-Tortosa.

En el sector del XXII, el Cuerpo de Galicia atac� con la misi�n de ocupar el cruce de comunicaciones que tiene como centro San Mateo, dejando atr�s el amplio macizo del Maestrazgo.

Con tres tanques como toda fuerza, situados en la comunicaci�n principal por donde ven�a el Cuerpo Italiano, amaneci� el 3 de abril (...). En la noche del d�a 4 instal� el puesto de mando en una huerta de Cherta. El EMC me orden� resistir a toda costa para permitir el paso por Tortosa de las unidades que deb�an proveer el norte del Ebro y hacer frente a la situaci�n creada por el desastre del Ej�rcito del Este.

(...) Los ataques continuos y reiterados del Cuerpo Italiano, con la masa de artiller�a y de aviaci�n que le apoyaban, no prosperaron. A veinticinco kil�metros de Tortosa tuvieron que echar el freno. �Por aqu� no hay salida al mar�, le dijeron las brigadas 72, 68 y 124, que cubr�an la l�nea Cherta-Pauls-Alfara.

La graciosa concesi�n a los italianos de ser ellos los primeros en llegar al Mar Latino tuvo que ser corregida. Recibieron aquella misi�n las siete divisiones enemigas que atacaron al XXII Cuerpo y ocuparon San Mateo y Cervera. El 15 de abril salieron por aquel lado a la costa, en Vinaroz.

Tambi�n desde el d�a 13 atacaron en nuestro flanco izquierdo por el macizo de Beceite. Unos pelotones del batall�n especial del V cerraron el paso al enemigo en aquel terreno endemoniado.

A partir del d�a 15 atacaron asimismo desde el sur en direcci�n Tortosa.

(...) Ese mismo d�a hab�a venido el general Rojo a mi puesto de mando. Hablamos a solas de las perspectivas y me anunci� que iban a confiarme la organizaci�n y el mando de la Agrupaci�n Aut�noma del Ebro, compuesta por dos Cuerpos de Ej�rcito: el V y el XV. Le propuse para el mando del V al jefe de la 11 Divisi�n, Enrique L�ster; y para el del XV, al jefe de la 3� Divisi�n, Manuel Tag�e�a, propuestas a las que dio su acuerdo.

 

El Ebro. Todos los que ten�an que pasar

En las primeras luces del d�a 25 pude comunicar al ministro de Defensa y al Estado Mayor Central, confirmando el triunfo de la maniobra: �Han pasado todos los que ten�an que pasar. Los que fueron detenidos, lo han hecho por la zona inmediata. Se ha ocupado, combatiendo, Miravet y El Castillo. Las vanguardias est�n en sus primeros objetivos. Las pasarelas, todas tentidas. Los puentes de vanguardia, tendidos dos y tendi�ndose otros dos. Ha comenzado el paso del grueso de las fuerzas. Se ha reiterado la orden de que no se detengan ante las resistencias de la orilla y que sigan a sus objetivos lejanos. El enemigo ofrece una resistencia extraordinaria en la demostraci�n del flanco izquierdo. En la derecha est� cortada la carretera de Mequinenza a Fay�in y se ha tomado artiller�a. No hay bajas acusadas�.

Al finalizar la jornada del 25, las fuerzas del Ej�rcito del Ebro hab�an derrotado a la 50 Divisi�n enemiga, parte de la 150 y una Brigada de la 13 Divisi�n, conquistando el territorio al este del km. 161 del ferrocarril Tarragona-Caspe, la divisoria de la Sierra de la Fatarella, Corbera, Sierra de Pandols y vertientes norte del Canaletas, cubriendo todos los objetivos de la primera fase y parte de los de la segunda. Las guarniciones enemigas de Mora del Ebro, Garc�a y Benifallet ten�an cortados todos los caminos de repliegue y aquella zona ca�a por envolvimiento. La aviaci�n enemiga empez� a desplegar una gran actividad contra los medios de paso. Se acusaban ya los primeros s�ntomas de la irregularidad en el Ebro. En Gandesa, varias unidades enemigas ofrec�an una gran resistencia. La demostraci�n del flanco derecho hab�a tenido un �xito completo. La del flanco izquierdo hab�a cesado. Se hab�an hecho m�s de 2.000 prisioneros y capturado varias piezas de artiller�a y otros trofeos.

A mi puesto de mando hab�an venido muy de ma�ana el general Rojo; el coronel Cord�n, subsecretario del Ej�rcito de Tierra; el coronel Patricio Azc�rate, jefe de ingenieros del Ej�rcito Republicano; Gallo (Luigi Longo), comisario inspector de las Brigadas Internacionales, y Pietro Nenni. Gallo y Nenni se fueron a visitar a las unidades empe�adas en el combate, despu�s de conversar un rato conmigo. Los dem�s marcharon a sus funciones respectivas. M�s tarde volvieron Rojo y Azc�rate. Se hab�a producido ya la primera crecida y sus resultados eran da�inos. O�, no recuerdo a qui�n, la palabra cat�strofe, que le obligu� a retirar. Con Botella Asensi, jefe de ingenieros del Ej�rcito, y S�nchez Rodr�guez, mi jefe de Estado Mayor, llegamos a conclusiones pr�cticas: retirar cabestrantes de las minas y otros medios para la fabricaci�n de compuertas. En aquellos momentos, los medios discontinuos eran los mejores. La maniobra del Ebro sorprendi� al enemigo estrat�gica y t�cticamente. Lo primero, sin duda, por la confianza que ten�a en el obst�culo que representaba la barrera del r�o y por el conocimiento de nuestra pobreza t�cnica. Lo segundo qued� demostrado en el desconcierto de que dio pruebas el mando enemigo, desde los jefes de las unidades sorprendidas hasta el Cuartel General de Franco. La reacci�n de �ste fue paralizar totalmente su ofensiva de Levante. Le hab�amos quitado la iniciativa de las manos.

Pero a�n no med�a toda la magnitud de la acci�n emprendida por nosotros. No conoc�a el alto nivel pol�tico y moral de los combatientes que hab�an pasado al ataque. Por eso crey� que alcanzar�a el objetivo de aniquilar a nuestras fuerzas en la orilla derecha y restablecer�a la situaci�n anterior con el env�o de las primeras seis/ocho divisiones, apoyadas, eso s�, por toda la aviaci�n.

(...) Hasta el d�a 2 de agosto no vino la aviaci�n republicana a la zona catalana. S�lo siete aparatos Delfines se pusieron a nuestro servicio y actuaron con su hero�smo caracter�stico en las misiones que les eran propias.

Los enemigos entonces de la aviaci�n nazi-fascista eran: en el frente, los equipos antiaviacionistas (en el periodo de preparaci�n de la operaci�n del Ebro se adiestraron en todos los batallones tiradores especiales para esa misi�n, y hay que decir que la cumplieron bien) y, en los pasos del r�o, la DECA, que mandaba el comandante Paz, con el fuego de sus bater�as, y las tropas de ingenieros con el aseguramiento de las comunicaciones entre las dos orillas.

La iniciativa y el ingenio, unidos al rigor t�cnico, que iba desde la maniobra de montar y desmontar puentes hasta encontrar formas diversas para prevenir los da�os que los brulotes lanzados en las avenidas de agua provocadas por el enemigo pod�an originar, son dignos de estudio y tambi�n una escuela de hero�smo.

 

Resistencia

El periodo de crisis pol�tico-militar por el que atravesamos en los meses de marzo, abril y mayo empez� a superarse con la salida de Prieto de Ministerio de Defensa. Pero su pol�tica hab�a originado reveses como el desastre del Este y el corte en dos de la zona republicana, que influir�an negativamente en el desarrollo de los acontecimientos posteriores.

Al formarse el nuevo Gobierno, el presidente Negr�n tom� en sus manos la cartera de Defensa (...) El nuevo Gobierno tom� decisiones importantes, promulgando entre otros los decretos de centralizaci�n de la industria de guerra y de militarizaci�n de los puertos. Nos lleg� tambi�n material de guerra de la URSS, que permiti� armar −aunque insuficientemente− a nuestras fuerzas (...) Pudo llegar mucho m�s, pero la No intervenci�n cerr� la frontera el 13 de junio, esta vez definitivamente, y reforz� el bloqueo en el mar. La pol�tica de Londres y Par�s aceler� su rumbo hacia M�nich.

(...) En el orden militar, la ofensiva del Ebro estaba destinada a poner fin a los reveses que ven�amos sufriendo en los frentes de batalla, recuperar la iniciativa y destruir los planes enemigos de invasi�n y conquista de Valencia y su regi�n (...) �ste era el objetivo estrat�gico de la operaci�n. Un objetivo que fue, sin duda, alcanzado plenamente por los combatientes del Ebro.

La ofensiva persegu�a, en particular, crear una cabeza de puente al otro lado del r�o, atraer y sujetar ante ella durante el mayor plazo de tiempo posible -por lo menos un mes- a la masa de maniobra de las armadas del enemigo: nacionales, alemanes e italianos. �ste era el objetivo operativo, que tambi�n fue logrado. Y bien cumplidamente, porque volvimos a pasar el r�o el 16 de noviembre, esto es, ciento trece d�as (cerca de cuatro meses) despu�s de haberlo cruzado.

(...) Hay quienes afirman que la operaci�n no debi� realizarse; otros dicen que precipit� el desenlace de la guerra; otros, en fin, niegan que pudiera ejercer influencia en el desarrollo de la batalla general entablada. Todas esas opiniones tienen un rasgo com�n a pesar de su diferencia de matiz: la sensaci�n de la impotencia y de la derrota. Digamos de pasada que esas opiniones son el leit motiv de la propaganda enemiga que persiste hasta hoy.

(...) Es cierto que, despu�s del corte del territorio republicano en dos, la situaci�n era m�s desfavorable que antes para nosotros; pero de ah� a la p�rdida de la guerra hab�a una gran diferencia. Incluso teniendo en cuenta la superioridad del enemigo en ese per�odo, superioridad que se cifraba en unos doscientos mil hombres en fuerzas organizadas y en una proporci�n de seis/siete a uno, como promedio, en material de artiller�a, aviaci�n y tanques, la situaci�n no era como para perder la perspectiva de la resistencia, cuyo mantenimiento era la condici�n para evitar la victoria de Franco.

A partir de la segunda quincena de mayo de 1938, la estrategia republicana (confirmada en el Ebro) ten�a que orientarse, por imperativo de las circunstancias, a no permitir al Alto Mando fascista la concentraci�n de su masa operativa en una u otra de nuestras zonas. Por eso fue correcto el planteamiento de la operaci�n cuando el enemigo marchaba sobre Sagunto-Valencia y todo el Levante. Con lo fueron tambi�n las directivas del Gobierno a los mandos m�s caracterizados de la zona centro-sur para activar �sta en el curso de la batalla, cuando la masa de maniobra enemiga estaba combatiendo en el Ebro.

La pasividad en una zona republicana era la entrega de la otra al enemigo y contribu�a a facilitar su victoria militar.

(...) En lo que concierne a los que sostienen que la operaci�n del Ebro acort� los plazos de la guerra, la realidad fue todo lo contrario. Los casi cuatro meses de combate de la ofensiva, primero, y de la resistencia en la margen derecha del r�o despu�s, salvaron Valencia y su regi�n del peligro inminente que la amenazaba, fueron una contribuci�n viva a la defensa de la Rep�blica y contribuyeron a prolongar la resistencia del pueblo espa�ol.

 

Barcelona no se defendi�

El d�a 20 de enero de 1939 mi puesto de mando se instal� en Martorell y el Cuartel General en Granollers. Segu�a de cerca las direcciones de repliegue de los Cuerpos V y XV, que en esta etapa absorbieron el resto de las fuerzas, hasta el Llobregat, a partir del cual hab�an de proseguir su repliegue.

El V lo efectu� por Martorell −Sabadel-Granollers− las comunicaciones al Sur de la Sierra del Montseny a la general de Gerona; el XV por Molins de Rey− Vallvidrera− al Norte del r�o Bes�s −carretera de la costa.

En la noche del 24 nos instalamos en Vallvidrera. Me acerqu� a Barcelona, con Delage, el d�a 25. Fui a la �Casa Roja�, donde estuvo siempre el Estado Mayor Central. Este hab�a evacuado hacia el Norte, igual que los ministerios y la Generalitat.

En la �Casa Roja� estaba el general Sarabia, con quien habl� un rato. Segu�a esperando al coronel Brandari, jefe de la Isla de Menorca hasta que fue designado jefe de la defensa de Barcelona. Me ofrec� a Sarabia, que era mi jefe natural, por si ten�a algo que mandarme. Me dijo que no, que cumpliera las �rdenes de Rojo.

De all� fuimos al Comit� Central del Partido, donde hablamos con los camaradas Vicente Uribe, Santiago Carrillo, Luis C. Giorla, Manuel Delicado y Antonio Mije. La �nica direcci�n, de las fuerzas pol�ticas del Frente Popular que en aquellos d�as manten�an la serenidad en el caos de la ciudad, que se esforzaba por evitar el indefensismo de Barcelona, era la del Partido Comunista de Espa�a.

Recorr� nuevamente las instalaciones oficiales, que estaban terminando de evacuar archivos y documentos.

Volvimos a la �Casa Roja�. Esta vez estaba sin inquilino. El cuadro que encontramos era desolador: ni una persona; las puertas y ventanas estaban abiertas; los tel�fonos sonaban ininterrumpidamente.

Durante los d�as 26 y 27 de enero, el enemigo avanz� en todo el frente de su movimiento hasta la Seo de Urgell, Berga, proximidades de Vich y Barcelona. Esta �ltima fue ocupada sin defensa, por cuerpos italianos, Navarra y Marroqu� el 26 de enero de 1939.

En este segundo per�odo, las fuerzas del Ej�rcito del Ebro hab�an realizado proezas como la de Celestino Garc�a o la del jefe de la 101 brigada, Alabau, y el comisario Hip�lito del Olmo, quienes rodeados por un enjambre de enemigos cuyos jefes gritaban:

�Cazarlos vivos�, les respondieron: �No lo ver�is�, disparando sobre ellos hasta el pen�ltimo cartucho y guardando el �ltimo para pegarse un tiro en vez de entregarse.

Pero el intenso esfuerzo defensivo que hicieron no tuvo �xito, no pod�a tenerlo, por las condiciones de inferioridad en que estaban. Incluso la artiller�a hab�a consumido los nueve m�dulos de proyectiles con los que el 23 de diciembre empezamos la defensa de la zona catalana.

 

Hacia Madrid, pasando por Perpi��n

En el �ltimo periodo de la lucha en Catalu�a, las dificultades de la defensa se acrecentaron. Las unidades del Ej�rcito del Ebro no perd�an el contacto con el enemigo, pero sus efectivos eran muy escasos. La artiller�a dej� de actuar por falta de proyectiles, como anteriormente lo hab�a hecho la DECA. La aviaci�n pas� toda a Francia. S�lo los tanques y los blindados cooperaban estrechamente y con abnegaci�n caracter�stica a la defensa.

(...) Este periodo fue el m�s dif�cil, el m�s agotador, el de mayor hero�smo. Porque nuestros efectivos disminu�an paulatina e inexorablemente. No se trataba de las bajas en el combate solamente, no; se trataba de otro tipo de perdidas que empezaron a producirse en el periodo anterior, al quedar en la retaguardia del enemigo, rebasados por el avance de �ste, n�cleos de combatientes (...) Eran batallones, brigadas, divisiones, aunque nominales, las que quedaban en retaguardia del enemigo. Y esas mismas unidades, conducidas por sus mandos, romp�an el intento de copo del enemigo, abri�ndose paso a fuerza viva hacia nuestra retaguardia, cuando el corte inmediato lo permit�a, como le sucedi� a la 59 Brigada de la 42 Divisi�n (...) o bien adelantaban por caminos paralelos a las unidades enemigas, frenando su avance con secciones a sus flancos (...).

(...) El 6 de febrero orden� el repliegue de nuestras fuerzas a la l�nea del r�o Fluvi�. En esos d�as, Negr�n y Rojo eran asiduos visitantes nuestros. Hasta com�an y cenaban con nosotros. Los esfuerzos del Gobierno estaban orientados al env�o del material de aviaci�n y de otras clases desde Francia a la zona Centro. Negr�n y Rojo nos hablaban de ello, as� como de los cuadros de mando y del resto del Ej�rcito de Catalu�a.

La actividad diplom�tica del Gobierno cera de las autoridades del pa�s vecino, para obtener la admisi�n de los restos del Ej�rcito de Catalu�a, fueron arduas y dif�ciles. Pero al fin se logr�. M�s dif�cil fue obtener autorizaci�n para la salida de la poblaci�n civil.

El d�a 8, hacia las 16 horas, fui convocado a una reuni�n en La Agullana. Asist�an a ella unos treinta jefes y comisarios de los eslabones superiores (...) Presid�a la reuni�n el jefe del Gobierno y ministro de Defensa, Juan Negr�n.

(...) Recib� la orden de efectuar el repliegue de mis fuerzas, ya comenzado, en el plazo menor posible. As� se hizo, y las fuerzas subordinadas al Ej�rcito del Ebro salieron de Espa�a en las jornadas del 8 y 9 de febrero. La 35 Divisi�n del XV Cuerpo fue la �ltima unidad que cubri� la retirada de las dem�s en la direcci�n principal de repliegue. Sus �ltimos eslabones y los grupos que hab�an cumplido misiones especiales para obstaculizar el avance del enemigo salieron el 9 de febrero, entre las diez y las diez y media de la ma�ana.

Hacia las cuatro de la tarde del 9 de febrero de 1939, llegamos al Consulado espa�ol de Perpi�an. Un deseo �nico nos animaba a todos: marchar a la otra zona para proseguir la lucha. El desenlace de la batalla de Catalu�a no era a�n la p�rdida de la guerra.

 

Comp�s de espera

En el Consulado de Espa�a en Perpi�an esper�bamos la salida para la otra zona. �sa era la idea que presid�a nuestro �nimo desde que salimos de Catalu�a. El c�nsul nos rog� vestirnos de paisano a fin de pasar desapercibidos. Un pantal�n de S�nchez Rodr�guez y unos zapatos de Hidalgo de Cisneros, que me regalaron, me solucionaron el problema.

−�Cu�ndo salimos para la otra zona? −fue la pregunta con la que recib� al general Rojo en la primera visita que me hizo en el consulado.

−Hay dificultades. Se espera que sean pasajeras.

−Pero, �cuando autorizaron la entrada del Ej�rcito en Francia, �no hab�an prometido facilidades en el sentido de libertad de movimiento, para marchar a la otra zona?

−S�, eso dijeron. Pero la gentuza de M�nich act�a as�.

−�Y con nuestra gente qu� va a pasar?

−Eso est� ya bien claro. No dejar�n salir a nadie: ni hombres ni armas ni alimentos ni los bienes del Estado.

Poco despu�s, creo que el d�a 12 de febrero, nos lleg� la noticia de que el Gobierno hab�a salido para Espa�a. Al d�a siguiente, el subsecretario del Ej�rcito de Tierra, coronel Antonio Cord�n, que nos visit� en el Consulado, nos inform� de que Negr�n hab�a ordenado nuestra salida.

Hacia el mediod�a aterriz� el avi�n en Espa�a. Ese mismo d�a llegamos a Madrid. En la ciudad h�roe, por los sacrificios conscientemente aceptados por su pueblo, me instal� con un grupo de camaradas en Lista 20. Otros, en Lista 23. Todos los que form�bamos parte de esta expedici�n est�bamos a las �rdenes del ministro de Defensa.

Conoc�amos la zona leal y sus posibilidades de resistencia. En febrero de 1939 dispon�amos los republicanos de las siguientes fuerzas y medios fundamentales de combate:

−El Ej�rcito de Tierra, con efectivos superiores a setecientos mil hombres. De estos, unos quinientos noventa mil encuadrados en unidades de los cuatro Ej�rcitos: Centro, Levante, Extremadura y Andaluc�a. Los dem�s formaban en las distintas tropas, armas y servicios.

−Una flota compuesta por los cruceros Libertad, Cervantes y M�ndez N��ez; la flotilla de destructores con trece unidades; cuatro submarinos; dos ca�oneros, tres torpederos y otros barcos auxiliares. En este periodo resaltaba especialmente el papel de la Flota, ya que, privados de las fronteras terrestres, ella era el nexo de uni�n de la zona republicana con las fuentes exteriores de abastecimiento.

−En fuerzas del aire, nuestros medios eran francamente escasos.

−En armamentos, ten�amos la posibilidad de producir armas ligeras como fusiles, ametralladoras, morteros y municiones. Tambi�n de asegurar la reparaci�n del material de guerra en las f�bricas de Madrid, Sagunto, Ciudad Real, Murcia, Albacete y Alicante. Si a las provincias mencionadas agregamos Almer�a, Cuenca, Ja�n, Guadalajara y Valencia, tenemos las diez provincias que comprend�an la zona leal, con una poblaci�n de cerca de ocho millones.

Por lo dicho, la orientaci�n del Gobierno de la Rep�blica en febrero de 1939 era correcta. Estaba dirigida a poner en pie, apoy�ndose en lo ya existente, todos los recursos de la zona leal y lo que se pudiera hacer llegar del exterior para fortalecer la resistencia.

 

La antesala de la sublevaci�n casadista

Recibimos la orden anunciada por el general Rojo. En ella se precisaba que el enemigo estaba terminando la concentraci�n de sus fuerzas operativas, las cuales ten�an como objetivo la invasi�n y ocupaci�n de Catalu�a (...) A continuaci�n, se fijaba la misi�n del Ej�rcito en la zona catalana: �intentar contener al enemigo con las fuerzas en l�neas; en caso de ruptura, maniobrar con las reservas sobre los flancos del enemigo y su retaguardia; de ser obligados a ello, asegurar el repliegue met�dico de la defensa a l�neas interiores�.

En lo que concierte a la zona centro-sur, se indicaba empezar el 8 de diciembre a dar cumplimiento al Plan de Operaciones para la zona occidental, de fecha 20 de octubre. En dicho plan se ordenaba:

1.- Una acci�n ofensiva combinada en el sector de la costa, al sur de Granada, con la participaci�n de las fuerzas de tierra de aquel frente y de la Flota. La Flota ten�a como misi�n convoyar, proteger y asegurar el desembarco en Motril de una brigada reforzada, especialmente preparada para esta acci�n.

2.- Con la participaci�n de tres cuerpos de Ej�rcito, cinco d�as despu�s de iniciada la operaci�n de Motril, se realizar�a un ataque en el frente C�rdoba-Pe�arroya para ocupar ambas poblaciones o al menos una de ellas, abriendo as� los caminos de penetraci�n en direcci�n sudoeste sobre las provincias andaluzas occidentales.

3.- Una semana despu�s de lanzada la ofensiva en el frente suroccidental, se emprender�a la ejecuci�n de una tercera, que tendr�a como misi�n principal el corte de las comunicaciones de Madrid con Extremadura.

(...) Entrado enero, cuando la ofensiva enemiga estaba en pleno desarrollo, se puso en marcha, en la zona occidental, la operaci�n de Extremadura. El d�a 10 de dicho mes, estando mi puesto de mando en Valls, nos visit� Rojo. Hablamos precisamente de la otra zona.

−�No dan se�ales de vida?

−S�, tengo noticias. Van a comenzarla de un momento a otro.

−�C�mo estaba prevista en las directivas y �rdenes de octubre?

−Quita, hombre, quita. Nos han hecho la faena. Han suspendido lo de Motril.

Con el fin de respetar el pensamiento del general Rojo, creo que es mejor transcribir lo que escribi� sobre la operaci�n de Motril en su libro Alerta a los pueblos:

�Hab�amos hecho, personalmente, el general jefe del Estado Mayor del Grupo de Ej�rcitos y yo, el reconocimiento de la zona de maniobras, elegido la l�nea de ruptura del frente enemigo y comprobado la posibilidad de lograr esa ruptura en cuanto hab�a asegurado el jefe de la Flota que dejar�a las tropas en el puerto. La raz�n principal de la dificultad que este jefe se�alaba era el temor de que fuesen descubiertos los transportes por la luna; dificultad que yo apreciaba tambi�n, pero que no estimaba suficiente para suspender el ataque, ni siquiera para aplazarlo, pues la eficacia del plan radicaba en su oportunidad�.

Luego, insistiendo sobre las posibilidades de �xito, Rojo prosigue: �Por el mar iba a actuar una brigada reforzada y especialmente preparada para la operaci�n, apoyada por toda la Flota, en condiciones de superioridad sobre la adversaria y no digamos sobre el puerto, que contaba con pocas y malas defensas. A tal amenaza seria iba a unirse un ataque por tierra en un frente estrecho, con una divisi�n, para cortar las comunicaciones enemigas, cosa calculada y posible, como en otras operaciones realizadas, a pocas horas de comenzada la operaci�n; apenas ten�amos enfrente cuatro batallones de reservas locales, repartidos en diversos puntos para acudir a los lugares amenazados; unidades �stas acreditadas por su pasividad y con mandos cuya suficiencia no se hab�a contrastado a�n en la guerra...�

La suspensi�n de la operaci�n de Motril, decidida por Miaja, Matallana y Buiza, no debi� quedar impune.

La operaci�n de Extremadura, de acuerdo con las directivas de octubre, deb�a empezar el 16 de diciembre. No fue as� y su ejecuci�n se retard� casi un mes −es decir, hasta la segunda decena de enero−, cuando ya el enemigo se hab�a empe�ado a fondo en la zona oriental y sus grandes unidades sal�an a la l�nea Tarragona-Cervera-Pons. El sabotaje del mando y del EM del Grupo de Ej�rcitos resalta no s�lo en el retraso de la operaci�n, sino tambi�n en otros aspectos de la misma, desde el comienzo hasta el fin de su preparaci�n.

(...) La tercera (en el tiempo) de las acciones encomendadas por el Alto Mando republicano a la zona occidental −a realizar en el frente de Madrid− fue puesta en marcha �a su manera� por el jefe del Ej�rcito del Centro, coronel Casado.

La operaci�n de Madrid (enero de 1939) fue la antesala de la sublevaci�n casadista. Con ese fin fue montada por Casado, que buscaba asestar as�, con las manos del enemigo, un serio golpe a las mejores unidades republicanas del Ej�rcito del Centro (...) Hoy estamos en condiciones de afirmar lo que entonces sospech�bamos: que el mando franquista estaba minuciosamente informado de los planes y directivas de Casado. Por eso, el enemigo concentr� una potente masa de artiller�a, morteros y ametralladoras en el sector elegido para el ataque y destruy� la ofensiva en la primera jornada, ocasion�ndonos una cantidad enorme de bajas.

Los centenares de combatientes lanzados por sorpresa e indefensos, entregados a la muerte ante las bocas de fuego de la artiller�a enemiga y de sus ametralladoras en el sector de Brunete, los necesitaba el coronel �apol�tico� y �profesional puro� para consumar su pol�tica de entrega de la zona Centro-Sur al enemigo.

Las acciones en la zona Centro no lograron ejercer la menor influencia sobre el desarrollo de los combates en Catalu�a, donde el enemigo prosigui� su ofensiva.

 

Coyuntura perdida

La presencia del gobierno en la zona central y la influencia que ejerci� Negr�n sobre personalidades del Frente Popular, en las conversaciones que tuvo con ellas, fue un jarro de agua fr�a a los preparativos de la sublevaci�n casadista, que ya estaba en gestaci�n.

Pero aquella coyuntura no fue aprovechada en lo inmediato, lo que permiti� a Casado proseguir su obra de catequizaci�n de los l�deres del Frente Popular de Madrid, cuya desmoralizaci�n, excepto los comunistas, por las incidencias de la guerra y la labor del coronel, que se transform� en su inspirador tambi�n pol�tico, los llev� a perder la capacidad de razonar y los puso en sus manos.

No ve�an que Casado estaba ya actuando como un dictador militar. Ni incluso existiendo hechos tan palpables como el establecimiento de la censura de prensa.

La condici�n de militar profesional y el hecho de mandar el Ej�rcito del Centro, puesto para el que fue designado por Negr�n, colocaba al coronel fel�n en una situaci�n privilegiada para su traici�n.

Cuando llegamos a Madrid, Delage, L�ster y yo hicimos una visita a Negr�n. Este nos acogi� con la cordialidad de que siempre hab�a dado pruebas, haci�ndonos pasar a su dormitorio.

−S�lo vosotros hab�is venido a mi llamada.

− Como siempre, estamos a las �rdenes del gobierno.

−Otros, a los que he llamado - insisti� Negr�n-, me han dado la callada por respuesta.

Despu�s de haber hablado de todo un poco, antes de marcharnos le dijimos:

−�Cu�ndo nos va usted a utilizar?

− Pronto. Muy pronto.

A continuaci�n nos habl� de sus planes, que expres� m�s o menos as�:

−En los d�as inmediatos voy a recorrer las provincias y hablar� con los mandos militares. En seguida os llamar� para emplearos a todos.

Nos despedimos de Negr�n. Este ten�a raz�n cuando dijo que los cuadros de mando y comisarios venidos de Francia a su requerimiento �ramos todos comunistas. Pero es necesario subrayar que ocurri� as� no por esp�ritu de absorci�n de nuestro Partido, sino por esp�ritu de deserci�n de muchos de los otros. �A cu�ntos invit� Negr�n a volver y ni le contestaron!

En los d�as que estuve en Madrid visit� a muchos camaradas de lucha de los primeros tiempos de la guerra. Entre ellos, con particular alegr�a encontr� o supe noticias de algunos de los fundadores del Th�elmann a los que no ve�a desde noviembre de 1936.

Quiero recordar aqu� a Francisco Carro, jefe de la 73 divisi�n; S�ez de Rascafr�a, maestro, comisario de divisi�n; Pedro Fern�ndez, jefe de la 18 brigada; Manuel L�pez, jefe de la 17 brigada; Francisco Gij�n, comandante jefe de un batall�n de tanques, ca�do en los combates de Levante; Victor Somolinos, jefe del tercer (71) batall�n de la 18 brigada, al mando del cual cay� en los combates de la Cuesta de la Reina, en el mes de octubre de 1938; Antonio Montes, 16 a�os en 1936 y jefe de una compa��a, que mandaba ahora el batall�n de Somolinos; los oficiales Pepita Urda, Barcal� y Ventura as� como otros cuyos nombres me pesa no recordar.

Tambi�n visit� a Miaja y Casado. En esencia, fueron m�s que nada visitas protocolarias, por parte de ellos, ya que habl�bamos en onda diferente. Miaja era un simple, no era organizador de la traici�n. S�, un fatalista. Casado era un taimado. No ense�aba la oreja. Su hipocres�a es manifiesta.

El clima pol�tico, a espaldas del pueblo desorientado, al que no llegaba m�s que lo que dejaba llegar Casado, era de descomposici�n del Frente Popular, por la actividad de zapa que desarrollaban anarquistas, socialistas y republicanos. La unidad que hizo posible la r�plica al levantamiento fascista y reaccionario y la resistencia posterior, iba hacia la ruptura.

S�lo el Partido Comunista como tal sosten�a a Negr�n y estaba identificado con la pol�tica del gobierno. Tambi�n hombres de otros partidos. Pero en febrero (creo que ya lo he dicho, aunque la insistencia no es redundancia) los republicanos, socialistas y otros estaban desmoralizados hasta extremos incre�bles.

 

Los complotadores ense�an la oreja

Despu�s de recorrer las provincias y celebrar una serie de entrevistas con personalidades pol�ticas y militares, Negr�n convoc� a los altos mandos de la zona a una reuni�n que tuvo lugar en la finca Los Llanos (Albacete).

Participaron en dicha reuni�n: el general Jos� Miaja, jefe del Grupo de Ej�rcitos; el general Manuel Matallana, jefe del Estado Mayor de aqu�l; el general Leopoldo Men�ndez, jefe del Ej�rcito de Levante; el general Escobar, jefe del Ej�rcito de Extremadura; el coronel Domingo Moriones, jefe del Ej�rcito de Andaluc�a; el coronel Segismundo Casado, jefe del Ej�rcito del Centro: el almirante Miguel Buiza, jefe de la Flota; el coronel Camacho, jefe de las fuerzas a�reas de la zona, y el general Bernal, jefe de la Base Naval de Cartagena.

En nombre del gobierno, su presidente y ministro de Defensa Nacional inform� de la situaci�n pol�tica, del punto de vista del gobierno y de sus planes de resistencia. Las opiniones que manifestaron los mandos reunidos con Negr�n estuvieron en consonancia con sus caracter�sticas. Muy someramente voy a se�alar unas y otras.

El general Escobar, as� como el coronel Moriones comandaban Ej�rcitos habiendo mandado columnas y otras unidades en el curso de la guerra. Ambos, profesionales y patriotas, apoyaron la posici�n de resistencia del Gobierno.

Miaja y Matallana no discreparon de Negr�n en la reuni�n, pero ninguno de ellos se pronunci� abiertamente por la resistencia.

Men�ndez, republicano de Aza�a, del que fue inspirador militar y ayudante, negaba la posibilidad de defensa de la zona. La dimisi�n de Aza�a, que conoc�a, hizo impacto en �l y le dominaba el deseo de que �termine la guerra para reunirme con Don Manuel�, en Francia.

Tambi�n el coronel Camacho mantuvo la opini�n de que no hab�a nada que hacer. El general Bernal, cuya historia combatiente empez� y termin� en Somosierra y dur� poqu�simos d�as, mantuvo la posici�n de �lo que digan los dem�s�.

Casado y Buiza emitieron su opini�n contra la resistencia. Esa sola palabra sacaba de quicio a Casado, que orden� a la censura militar tachada en todas las publicaciones que la mencionaban.

Hay que decir, como demostraron los hechos, que ambos, el jefe del Ej�rcito del Centro y el jefe de la Flota, estaban ya �del otro lado�.

Al producirse la reuni�n del 27 de febrero de 1939 exist�a ya un compromiso de Casado y algunos dirigentes pol�ticos republicanos. Tres d�as antes, el coronel conferenci� con dos representantes de Izquierda Republicana y: �quedamos en que ir�amos a Par�s a llevarle un mensaje al Sr. Aza�a, invit�ndole a volver a Espa�a, a retirar la confianza al gobierno Negr�n, y a formar otro gobierno de republicanos y socialistas�, dice el coronel fel�n en su libro.

Como es bien sabido, Aza�a respondi� con la dimisi�n.

Casado, por un lado, como dirigente militar, y Besteiro, por otro, como dirigente pol�tico, se hab�an asociado. La C.N.T. los apoyaba. La negligencia de Negr�n, que conoc�a las actividades sediciosas de unos y de otros y no las cort� como pudo hacerlo, les daba alas. Se estaba creando una situaci�n que tomaba rumbo hacia otra sublevaci�n militar, que enarbolar�a, tambi�n, la bandera del anticomunismo.

Hacia finales de febrero, Negr�n llam� a Elda a un grupo de cuatro a cinco jefes militares entre los cuales estaba yo.

Me desped� de los camaradas que quedaban en Madrid, a los que inform� de la llamada de Negr�n, as� como del motivo que la originaba: nuestra utilizaci�n. Antes de salir dej� montada la forma de seguir en contacto con todos ellos, a trav�s del teniente coronel Manuel Tag�e�a, ya que segu�a teniendo esa responsabilidad.

En Elda estaba instalado el Gobierno. Al llegar me present� a Negrin.

En aquellos d�as apareci� mi ascenso a general en el Diario Oficial. Tambi�n los de Antonio Cord�n y Segismundo Casado.

Este, que estaba urdiendo la trama final de la sublevaci�n, dio las gracias a Negr�n, personalmente, por tel�fono. Ante el general Hidalgo de Cisneros dio la orden de que le cambiasen las insignias en la guerrera.

Cuando Negr�n, en presencia de Vicente Uribe y alg�n camarada m�s, me comunic� mi ascenso, le respond� que no era eso lo que me interesaba.

− �Qu� es lo que a usted le interesa? − me pregunt� Negr�n.

−Mi utilizaci�n y la de mis camaradas, los dem�s mandos y comisarios que hemos venido de Francia.

Ech�ndome el brazo por encima del hombro, me invit� a pasear.

−Modesto, con franqueza, �qu� piensa usted de la situaci�n?

−Que no hay otro camino para hacerla frente que la resistencia sobre la base de los tres puntos de Figueras. La posibilidad de un cambio en el exterior a nuestro favor es real. Ni el pueblo franc�s ni el pueblo ingl�s, ni importantes fuerzas econ�micas de ambos pa�ses han recibido Munich con flores, salvo sus hacederos del equipo de Chamberlain y Daladier. Las palabras de Jos� D�az de que los mismos aviones que bombardean nuestras ciudades bombardear�n Londres, Paris y Bruselas son tan ciertas que...

−Me dice usted lo mismo que me dicen sus camaradas del Bur� Pol�tico de su partido −me cort� Negr�n.

−Es que esa es la verdad aut�ntica.

−Y de aqu�, �sigue pensando como en la Agullana?

−S�, exactamente igual. La pol�tica de resistencia de su gobierno es la �nica correcta.

−Es verdad. Yo creo tambi�n posible de seis a ocho meses de resistencia, en el caso peor, y en ellos puede cambiar la coyuntura internacional.

−�D�me usted la orden de relevar a Casado!

−Todav�a no est� decidido si le daremos a usted el mando del Ej�rcito del Centro o el del Ej�rcito de Maniobra.

−Pero no lo publique en el Diario Oficial. Si usted me dice que releve a Casado, es todo lo que necesito.

−�Quiere la orden por escrito?

−�No! Su orden verbal me es suficiente.

− Tenga usted paciencia. El d�a 5 de marzo, pasado ma�ana, me voy a dirigir al pa�s para aunar voluntades y llamar al pueblo. Sus camaradas Uribe y Moix est�n de acuerdo. Me lo han propuesto hace varios d�as. Como cuando la crisis de marzo, como cuando la �charca�. En cuanto a su utilizaci�n, ya le he dicho que se va a decidir entre hoy y ma�ana en el Gobierno, lo mismo que la de todos los dem�s.

El 3 de marzo Francisco Gal�n fue nombrado jefe de la Base Naval de Cartagena, y Etelvino Vega comandante militar de Alicante. Ambos se hicieron cargo de sus nuevos destinos.

 

La Junta de Casado

En la ma�ana del 4 me llam� Negr�n.

−Venga usted, Modesto.

−Ahora mismo.

−Traiga consigo al jefe de la 11.

Recog� a Joaqu�n Rodr�guez, y hacia las ocho treinta est�bamos donde Negr�n, con el que se encontraban ya Vicente Uribe y Ossorio y Tafall.

−Se han sublevado en Cartagena −dijo Negr�n al recibirnos. Cuente usted, Ossorio.

−El coronel Armentia, con parte del Regimiento de Artiller�a de Costa y el de Infanter�a de Marina, con otros jefes y oficiales, no reconocen la autoridad del Gobierno. Gal�n, que se hab�a instalado en la Base Naval, fue a parlamentar con la Flota a petici�n de Buiza. Pero no ha vuelto. Yo he estado un poco en todas partes y hay un verdadero l�o.

− �Y la Flota?  −pregunt�.

−Se ha hecho a la mar  −dijo Ossorio.

− �Tambi�n se ha sublevado?

−Hasta ahora es de la "No intervenci�n"  −respondi� Negr�n, quien a�adi�: −Cu�ntele usted, Uribe. Pero ahora vamos a lo que interesa. Y prosigui�: −He dicho que venga usted, Rodr�guez, para que tome el mando de las fuerzas que marchan contra los sublevados. �Est� de acuerdo?

−A sus �rdenes  −respondi� el jefe de la 11, que sali� inmediatamente a cumplir las �rdenes del ministro.

La insurrecci�n de Arment�a y compa��a se confundi� en la calle con los de la �quinta columna�, que se apoderaron de la Base Naval, de las bater�as y de la emisora de radio, hasta que fue sofocada por las fuerzas al mando de Rodr�guez. Cuando nos quedamos solos, el camarada Vicente Uribe me dijo:

−Lo de la Flota es serio y muy peligroso. El d�a 2 supo el gobierno que Buiza hab�a anunciado a los mandos de la Marina un inminente golpe de Estado contra el Gobierno Negr�n; que se formar�a una Junta Nacional de Defensa en la que estar�an representados el Ej�rcito, los partidos pol�ticos y los sindicatos. La Flota se pondr�a a las �rdenes de la Junta Nacional de Defensa. Acordamos en el Gobierno que fuera el ministro de la Gobernaci�n, Paulino G�mez, para advertir a los mandos de la Flota que el gobierno est� decidido a frustrar la sublevaci�n. Lo dem�s ya lo has o�do.

El mismo d�a 3 −continu� Uribe −Negr�n anunci� a los dirigentes del Frente Popular de Madrid y a los jefes de los Ej�rcitos que se iba a dirigir a la naci�n por la radio. Luego agreg�:

−Ya he visto que has vuelto a insistirle. �Te ha contestado como siempre?

−S�, como las veces anteriores: que lo va a decidir el Gobierno.

−No quieren dar a un comunista el Ej�rcito del Centro coment� Vicente.

−Lo que s� ha dicho es que no me aleje de aqu�.

− �Qu� piensas hacer?

−Estarme aqu�, en esta antesala del despacho en que est� reunido el Gobierno, para esperar sus �rdenes.

−Haces bien, apruebo tu conducta.

Por esto que acabo de decir, fui testigo presencial de los �ltimos d�as del gobierno de Negr�n.

Cuando las fuerzas leales estaban reduciendo a los sublevados de Cartagena, horas antes de que hablara Negr�n por la radio, a medianoche del d�a 4 lleg� la noticia de la constituci�n de la �Junta de Defensa�. El conocimiento de la formaci�n de �sta lo tuvieron los espa�oles a trav�s de la radio, en la que fue le�do el manifiesto subversivo de la Junta, del que son los siguientes p�rrafos:

�Hemos venido a mostrar el camino por donde se puede evitar el desastre y a seguir ese camino con el resto del pueblo espa�ol, cualquiera que sean las consecuencias�.

�Nos oponemos a la pol�tica de resistencia para evitar que nuestra causa termine en el rid�culo o en la venganza�.

�O todos nos salvamos, o todos perecemos, o nos hundimos�  −dec�a el doctor Negr�n−, �y el C.N.D. se ha dado por principio y fin, como su �nica tarea, la conversi�n de esas tres palabras en realidad�.

�Yo os pido, poniendo en esta petici�n todo el �nfasis de la propia personalidad, que en estos momentos graves asist�is, como nosotros asistimos, al poder leg�timo de la Rep�blica, que transitoriamente no es otro que el poder militar�.

A continuaci�n habl� Casado �a los espa�oles de allende las trincheras�. �La frase que hemos expresado, el dilema que tenemos delante: O todos nos salvamos, a todos nos hundimos�, �volver los ojos al inter�s patri�tico, la mirada a Espa�a� −dijo−: Esto es lo que nos importa como base de cualquier aspiraci�n que l�citamente podamos tener. Nuestra lucha no terminar� mientras no se asegure la independencia de Espa�a. El pueblo espa�ol no abandonar� las armas mientras no tenga la garant�a de una paz sin cr�menes�.

Se puede decir: �qu� bien ment�a Casado!

 

El traidor no es menester...

La Junta de Casado era una dictadura militar, con la m�scara del Consejo de Defensa. Ten�a como origen un centro militar que manejaba Casado y otro pol�tico que encabezaba Juli�n Besteiro, miembro de la Ejecutiva del Partido Socialista. Eran ap�ndices de Casado los �cratas, sus defensores y otros secuaces del coronel; de Besteiro lo era Izquierda Republicana. �Que gobiernen los militares�, hab�a dicho el profesor. Casado era el verdadero dictador militar, al que rodeaba una junta consultiva a la que dictaba su voluntad.

Al sublevarse Casado, Negr�n acogi� la noticia como si acabase de llegar del planeta Marte. Le llam� al tel�fono y convers� con el traidor en los siguientes t�rminos:

−�Qu� ha hecho usted?

−Ya lo ve usted, sublevarme.

− �Contra qui�n?

−Contra usted.

− �C�mo es posible?

−Ya lo ve.

− Oiga, general Casado...

−No soy general, soy coronel.

−Queda usted destituido −termin� Negrin, dej�ndole el tel�fono al general Hidalgo de Cisneros.

Muchas veces he pensado en esta conversaci�n telef�nica de Negr�n con Casado, de la que fui testigo. �Es que Casado enga�� a Negr�n? �Hasta qu� punto? Quiz�s esto explicara la resistencia de Negr�n a designar un comunista al frente del Ej�rcito del Centro.

El golpe de gracia a la moral del Gobierno se lo dio la Flota. Ya he dicho que la mandaba el almirante Buiza. Otro colega de Negr�n, Bruno Alonso, socialista, era el Comisario General de la Marina.

Desde que aqu�lla se hizo a la mar, el d�a 4 de marzo, estaba en rebeld�a. Pero se preparaba para la deserci�n, y por eso los mandos comunistas, que eran poqu�simos, fueron encarcelados o depuestos.

Dos veces pudieron corregir su actitud Buiza y Bruno Alonso. Una se la brind� el gobierno, cuando ya estaba dominada la sublevaci�n casadista y quintacolumnista en Cartagena; otra, cuando el Comandante del destructor �Antequera� dijo a su jefe que, en vez de desertar, la Marina deb�a ponerse a disposici�n de la Junta, a lo que el Comandante de la flotilla de destructores respondi�: La decisi�n del almirante est� de acuerdo con el nuevo gobierno y facilita su misi�n. Los hechos posteriores demostrar�an que Buiza dec�a verdad.

Hasta su salida de Espa�a, el Gobierno sigui� parlamentando con Casado y los elementos, de la Junta. Unas comunicaciones telef�nicas segu�an a otras.

Los jefes del Ej�rcito estaban en el complot, salvo Escobar y Moriones, que luego lo aceptaron �como un mal menor�.

En la noche del 4 a15 habl� nuevamente con mis camaradas de Madrid. Antes hab�a pedido �rdenes al Gobierno para ellos. Este segu�a parlamentando con los �juntistas�, a los que propuso realizar un encuentro entre sus representantes y otros del Gobierno, �para llegar a un acuerdo�. Los casadistas, a los que sosten�a el aparato del Estado, del que ellos mismos eran piezas principales, sobre todo en el Ej�rcito, se negaron.

En otra conversaci�n con Madrid, dije a mis camaradas, que segu�an en Lista 20 y 23, que si las fuerzas pol�ticas leales al gobierno no los necesitaban y segu�an sin empleo, vinieran a reunirse con nosotros, como as� lo hicieron. Si el Gobierno se decid�a a utilizamos y nos ordenaba algo, nos tendr�a a mano.

Las conversaciones gobierno-juntistas declarados o en v�a de serlo, se suced�an. Cuando Negr�n quiso volver por los fueros de la ley  −creo que nunca pens� seriamente en hacerla− se encontr� desasistido de todos con los que cre�a contar. S�lo los comunistas est�bamos dispuestos a prestarle apoyo.

El d�a 5 suger� que sali�ramos aisladamente o en pareja a las provincias, para intentar restablecer la autoridad del gobierno. Mi propuesta fue desestimada. En la ma�ana de ese mismo d�a el general Matallana, que hab�a sido nombrado unos d�as antes jefe del Grupo de Ej�rcitos, se encontraba en Elda. Tra�a la representaci�n de Miaja y Men�ndez. Los tres generales, que se hab�an acostumbrado a ser los amos de la zona durante el �ltimo a�o; los tres generales, que dieron motivos suficientes para ser destituidos hacia meses por no cumplir las �rdenes del Gobierno; los tres, como era de esperar, eran juntistas. El dictador Casado ofreci� la presidencia de la Junta a Miaja, que se prest� a presidirla; como en la noche del 18 de julio de 1936 se prest� a ser ministro de la Guerra en el abortado ministerio que se intent� crear; como se prest� a la misma noche a parlamentar con Mola por tel�fono. �A qu� no se prestar�a Miaja!

Cuando Matallana sali� de conversar con el Gobierno, ten�a l�grimas en los ojos. Me salud� y le volv� la espalda. No s� a�n si eran l�grimas de cocodrilo, o si unos restos de su honestidad pol�tico-militar se le sal�an licuados por no poder convivir con su postura traidora.

Cuando el Gobierno se march�, en realidad no ten�a ya nada que hacer como Gobierno. En la madrugada del 6 de marzo sal� de Espa�a con los camaradas que fuimos del Ej�rcito de Catalu�a. Fue una decisi�n del Partido, sobre la base del enjuiciamiento de la situaci�n, en el que participamos todos los all� presentes.

Entonces, si la memoria no me es infiel, cuando se examin� la situaci�n despu�s del afianzamiento −con el apoyo por negligencia del gobierno de Negr�n− de la Junta de Casado, junta de traici�n, se desech� el llamar a la guerra civil en nuestro campo. Ello hubiera significado precipitar consciente e irreversiblemente la cat�strofe, la p�rdida de la guerra, la victoria de Franco, bajo nuestra responsabilidad principal. NO. Eso ser�a un crimen ante nuestro pueblo.

 

La decisi�n del Partido Comunista de Espa�a fue, pues, diferente

Quer�amos ganar la guerra, a trav�s de la pol�tica de resistencia por encima de la Junta y de la voluntad de Casado. Pero el pueblo y nosotros con �l ser�amos derrotados por la traici�n, derrota siempre m�s costosa, de mayores sacrificios para los que la sufrimos. M�s ignominiosa para los traidores. Estos son los responsables.

Sab�amos que la situaci�n era dif�cil. Tambi�n lo fue el 18 de julio de 1936. Y en los meses de marzo-mayo de 1938. En aquellas fechas, como en noviembre de 1936, las fuerzas exteriores e interiores que quer�an hacemos capitular, no pudieron llevar a cabo sus designios. Ahora, en marzo de 1939, por las debilidades de Negr�n y las incidencias de la guerra, Casado, erigido en dictador, realiz� la capitulaci�n.

A la Junta la apoyaba el aparato del Estado republicano en el centro. Nuestra gran debilidad fue no atender suficientemente la retaguardia.

A pesar de nuestros prop�sitos hubo �guerra civil en la guerra civil�, provocada por la agresi�n de Casado a las fuerzas mandadas por comunistas. Agresi�n, por cierto, combinada con ataques fascistas. El IV Cuerpo, mandado por el anarquista Cipriano Mera, abandon� el frente de Guadalajara, que qued� as� abierto al enemigo. Pero este no se movi� en aquella direcci�n. S� atac�, en cambio, en la Casa de Campo y en otros sectores de la defensa de Madrid contra la 7� divisi�n que mandaba Gonz�lez. Este bati� a los de Casado y tambi�n al enemigo, recuperando lo conquistado por aqu�l y haci�ndole 90 prisioneros.

A Casado, que en la ma�ana del 11 de marzo decidi� comenzar las �negociaciones de paz� y elabor� un documento de 9 puntos, se le presentaron aquella misma tarde los representantes de Franco, en Madrid, que ya conoc�an el documento por hab�rselo entregado un consejero de la Junta, que les hab�a informado.

Casado se entendi� con ellos. El agente principal de Franco en Madrid era el teniente coronel de artiller�a Cenda�os, al que acompa�aba otro sujeto. Ambos le felicitaron por la decisi�n de negociar la paz. Pero advirtieron a Casado que los representantes de la Junta no tendr�an otra misi�n que entenderse �sobre el modo de entregar la zona y el ej�rcito republicano�.

Desde ese momento Casado actu� a las �rdenes de Franco. Se hab�a sublevado contra Negr�n �para obtener una paz honrosa�. Pero la realidad era diferente. Acord� con Buiza la deserci�n de la Flota; orden� a la aviaci�n que se entregara el d�a 26 a Franco; provoc� luchas internas que provocaron en Madrid m�s de 5.000 muertos; puso en libertad a los fascistas y encarcel� a los comunistas y a todos aquellos que no aceptaban la capitulaci�n, tild�ndolos de comunistas, porque nuestro Partido fue el �nico que se alz� y luch� contra aqu�lla.

La medida cabal de su traici�n la dar�a el propio Segismundo Casado, coronel fel�n, al confesar por la radio el d�a 26 de marzo: �Puedo asegurar que en toda la zona leal nada ha acontecido que no estuviera en los planes concebidos por nosotros al tomar el poder constitucional de la Espa�a republicana el 5 de marzo�.

 

Su infamia era consciente.

Otro �juntista�, el consejero de Hacienda y Econom�a, Gonz�lez Mar�n, �crata, batiendo todos los records del cinismo dir�a tambi�n el 26, por la radio: �Para realizar la reorganizaci�n total de este pa�s y dedicar las energ�as del pueblo a la guerra, no ten�amos m�s remedio que derribar al gobierno Negr�n, actuando por encima de consideraciones de car�cter constitucional y jur�dico�.

Otros consejeros: S�nchez Requena, Jos� del R�o, Miguel San Andr�s, cada uno a su forma, igualmente el 26, por la radio, dijeron que la junta hab�a sido �sorprendida� por lo que hab�a pasado y �no pod�a comprender� las intenciones del Gobierno de Burgos, a quien le ofreci� todo lo necesario para la rendici�n de la zona republicana en las mejores condiciones posibles. �Ingenuos�. No ten�an en cuenta el refr�n castellano:

El traidor no es menester despu�s de traici�n pasada.

 

El Partido del pueblo

Cuando salimos de Espa�a, nos separamos de amigos inolvidables y camaradas entra�ables, a muchos de los cuales no volver�amos a ver.

Siguieron en el pa�s, o volvieron a �l, para proseguir en las nuevas condiciones la misi�n y obra del Partido en las entra�as del pueblo, en la lucha por la libertad. Ellos son nuestro orgullo. En la trayectoria seguida a trav�s de los a�os, ha sido el Partido Comunista de Espa�a la fuerza pol�tica en liza per�manente en defensa del pueblo.

Como lo fue en la guerra: el 18 de julio; en la defensa de Madrid; en la contenci�n del desastre del Este; en la resistencia de Levante; en la gesta del Ebro. Como lo fue en las crisis que se produjeron en el curso de la guerra; crisis todas ellas mortales para cualquier r�gimen que no tuviera el arraigo popular de la democracia espa�ola; crisis todas ellas superadas por la voluntad de los espa�oles y su unidad en la lucha.

S�lo cuando la unidad se deteriora, las dificultades son mayores; cuando se rompe, viene la derrota. Esa es la gran ense�anza.

No vencimos en la guerra, porque a pesar de ser su teatro nuestro territorio nacional, sus aguas y sus cielos, era el primer episodio de la segunda guerra mundial.

El enemigo tuvo de su parte fuerzas y medios a discreci�n, con arreglo a sus necesidades, y el arsenal b�lico de las potencias nazi-fascistas, organizadoras de la gran tragedia mal llamada del 39-45, porque debe llamase del 36-45.

Las potencias occidentales aceptaron la intervenci�n germano-italiana. La "No Intervenci�n", hija del imperialismo occidental, fue socia de aquella y la Junta de Casado su hijastra.

Salimos de Espa�a con la cabeza alta, como la mantuvo el pueblo espa�ol.

En todas partes los combatientes de Espa�a se incorporaron a las filas de la resistencia, aportando su temple, su pasi�n, sus experiencias, a la lucha por la democracia. Hoy, treinta a�os despu�s, estamos orgullosos de la gesta imperecedera del pueblo espa�ol, del que somos hijos, en la guerra nacional-revolucionaria que libr� contra los agresores.

Ellos, los agresores nacionales y extranjeros, desencadenaron la guerra, su guerra contra Espa�a, de la que se han lucrado el imperialismo y sus socios espa�oles. Al discurrir de los a�os, ya no es un secreto que la derrotada en 1936-1939 fue Espa�a, fueron sus hijos, benefici�ndose el pu�ado de gentes de la situaci�n y los potentados de la Banca y las finanzas nacionales y for�neas.

En la tragedia del final de la guerra, s�lo el Partido permanece enhiesto, sin claudicar, sin responsabilidad hist�rica en la traici�n que desarma la defensa, acogota la resistencia y capitula.

En su puesto de combate, traicionados como el pueblo, junto con el pueblo, entramos los comunistas en el per�odo del martirologio.

El destino del pueblo, su suerte, es la nuestra. Sus tragedias nos son propias, aceptadas por ser ley que nos rige, firmes, conscientes rumbo a la libertad, a la victoria indudable.

Esa es la raz�n de su existencia, la verdad del ser del Partido.

Este relato, conscientemente incompleto, se refiere s�lo a la guerra. Los comunistas en ella cumplimos con nuestro deber. El pueblo espa�ol por su hero�smo y su sacrificio mereci� la victoria. Hacia ella, y nosotros con �l, marcha con firme paso.  

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� General�simo Francisco Franco. Noviembre 2.003 - 2.012. - Espa�a -

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