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Maestros y alumnos de la escuela ateniense donde se estudiaba música.

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Curiosidades de la historia: episodio 126

Paideia, la educación en la antigua Grecia

En la antigua Grecia, los jóvenes eran educados para convertirse en ciudadanos y soldados al servicio del Estado. Hoy se cree que también las niñas se incorporaron al sistema educativo helénico.

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Maestros y alumnos de la escuela ateniense donde se estudiaba música.

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TRANSCRIPCIÓN DEL PODCAST

Los antiguos griegos llamaban paideia al largo proceso de formación de los futuros ciudadanos, considerado como adquisición de conocimientos y como entrenamiento en determinadas aptitudes. La idea de base era que sin educación no podía haber cultura, y sin cultura no cabría imaginar un ejercicio modélico de la ciudadanía, que incluía una participación influyente en los órganos políticos de la democracia directa y una prestación militar casi vitalicia.

El ideal de la paideia era conseguir la areté, una excelencia públicamente reconocida en esas facetas, con atención a la forma física del cuerpo y al perfeccionamiento del alma. En términos competitivos, la areté contenida en la paideia debía actuar como fundamento del liderazgo. Sin embargo, no conviene exagerar la importancia que tenía la educación en la vida política de las ciudades griegas. Por ejemplo, no había que saber leer y escribir para participar en la asamblea, formar parte del consejo, ejercer una magistratura o entrar en un jurado popular.

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El principio básico de la democracia ateniense era que todos esos puestos se cubrieran por sorteo entre todos los ciudadanos y se pudiera cobrar un salario por desempeñarlos, lo que tenía su atractivo. Para redactar y leer los documentos existían secretarios, que eran esclavos públicos, es decir, trabajadores fijos. Y siempre se podía solicitar a otro ciudadano que escribiera en un ostracón o fragmento de cerámica el nombre del compatriota a quien cada cual quería desterrar.

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Por otra parte, muchos ciudadanos necesitaban a sus hijos –lo mismo que a las hijas– como fuerza de trabajo desde una edad temprana, y la escuela había que pagarla. Aunque no tenemos porcentajes mínimamente fiables sobre alfabetización en la antigua Grecia, podemos dar por descontado que la paideia propiamente dicha dejaba fuera a la mayoría de los ciudadanos. Cabe suponer que el nivel económico era más determinante que el sexo para marcar ese límite.

Primeros años

Hasta los siete años, más o menos, niños y niñas se educaban en el ambiente doméstico. Allí recibían la influencia de las mujeres de la casa, de algún esclavo e incluso del abuelo paterno, ya libre de responsabilidades. El cabeza de familia era el padre, un ciudadano de más de 30 años que, sin embargo, apenas hacía vida familiar. Habitualmente estaba fuera trabajando, ocupándose de los asuntos públicos o en alguna campaña militar.

En un modelo homosocial, en el que las mujeres pasaban el tiempo con mujeres y los hombres con hombres, también el ocio reunía a los varones fuera de las casas, o en el andrón, la habitación destinada a esos encuentros. Mientras la niña crecía a la sombra de la figura materna, al niño le faltaba la paterna. La institución de la pederastia suplía la función iniciática del padre con sus hijos varones. El adolescente se vinculaba a un hombre ya adulto que lo introducía en el ámbito civil y militar masculino, sirviéndole de mentor y protector, pero en una relación de amante y amado.

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La Escuela de Atenas.

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Cabe señalar que en la democracia ateniense esa institución griega de origen aristocrático no estaba bien vista oficialmente. A pesar de que la educación iba dirigida casi exclusivamente a la formación del ciudadano, la polis o ciudad estado no se ocupaba de organizarla y costearla (salvo en el caso de Esparta). No existían programas ni manuales escolares, aunque sí se inspeccionaban las actividades. No se hacían exámenes, pero sí muchas competiciones. El espíritu agonístico, la lucha por ser el mejor, creaba importantes estímulos, aunque no faltaba el «jarabe de palo».

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El documento más antiguo sobre una escuela griega es una copa ática de finales del siglo VI a.C., conservada en Múnich, que contiene un par de escenas que hablan por sí mismas. En ellas aparece el maestro, cuyo nombre, Didaskalos, designaba también al director de un coro de canto y danza, como el que se representa en un célebre ungüentario espartano. Teniendo en cuenta el valor didáctico que se reconoce, en general, a esas actividades infantiles, cabe buscar ahí el origen de las escuelas.

La educación de los chicos

En cualquier caso, esa enseñanza primaria combinaba el aprendizaje de las letras (grammata, la gramática) con el de las distintas variedades musicales y con el del atletismo. Una tablilla votiva hallada en Corinto presenta a niños tocando la lira y la flauta en un ritual, y sabemos por el testimonio del político ateniense Alcibíades que en la escuela se aprendía a luchar. Todo ello se completaba con la iniciación a las matemáticas, diferenciadas en dos ramas: la aritmética, o estudio de los números, y la geometría, que trataba de las relaciones espaciales.

Uno de los esclavos de la casa, la mayoría de las veces un anciano que no podía realizar trabajos más duros, acompañaba al niño a la escuela y permanecía allí hasta el momento de regresar. Este personaje, el paidagogos o pedagogo, era responsable de garantizar la integridad del infante y controlaba sus deberes. También le inculcaba buenos modales: andar bien por la calle y con la vista baja, llevar el manto correctamente, sentarse sin cruzar las piernas y sin sujetarse la barbilla con la mano, mantenerse en silencio, no mostrarse glotón en la mesa...

pensador

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En las representaciones conservadas, el pedagogo suele tener los rasgos y la vestimenta de un esclavo de origen bárbaro, y lleva el característico bastón con el que debe ejercer su autoridad mediante la amenaza o incluso el castigo corporal efectivo. A partir de los 18 años, el adolescente se convertía en ephebos (joven) y recibía un entrenamiento militar destinado a su futuro servicio como hoplita o soldado. Este entrenamiento duraba tres años, hasta que cumplía los 21, cuando alcanzaba la mayoría de edad.

La educación de los chicos se completaba con enseñanzas de retórica, literatura, música y geometría. Quienes se lo podían permitir también tomaban lecciones de los sofistas, mucho más caros que los maestros convencionales. La efebía era una institución muy reglamentada en la Atenas clásica. Contaba con unas obligaciones muy concretas, entre las que se encontraba la participación en rituales religiosos. Constituía la fase de integración en la ciudadanía tras la exitosa culminación de la paideia: aportaba savia nueva al cuerpo y el alma de la ciudad.

El papel de la mujer

La participación de las mujeres griegas en los dos aspectos de la paideia, el de la formación y el de la cultura adquirida y practicada, resulta bastante enigmática por falta de documentación. No estaba bien visto que los hombres se refirieran a las mujeres, y ellas mismas apenas lo hacían, o los textos que llegaron a producir se han perdido porque no interesaron en épocas posteriores.

Una feliz excepción es la obra de la poeta Safo, que nació en la isla de Lesbos en el siglo VII a.C. De los 10.000 versos líricos que habría llegado a escribir –y que recibieron encendidos elogios– se han conservado unos 600. Safo era una mujer casada, que dirigía una «escuela de señoritas» de un tipo quizá no infrecuente. Las adolescentes se preparaban para el matrimonio aprendiendo poesía, música y danza en un clima homoerótico, de una cierta equivalencia con la pederastia de los varones, pero de una exquisita femineidad.

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Otro caso es el de Aspasia, la bella y culta compañera de Pericles. En la Atenas del siglo V a.C., Aspasia, oriunda de la ciudad de Mileto, representaba posiblemente a un colectivo selecto de mujeres, las heteras, que alternaban con los hombres en los simposios o banquetes de la élite cultural. En el diálogo platónico Menéxeno, Sócrates presenta a una Aspasia superior a Pericles en habilidades retóricas, atribuyéndole un magistral discurso que vendría a demostrarlo.

Es verdad que las heteras atenienses se salían del limitado papel social reservado a las esposas legítimas, las únicas cuyos hijos podían ser ciudadanos. Sin embargo, la actividad de estas últimas no debía de estar tan restringida como parece. En el Económico de Jenofonte, una especie de tratado sobre la administración de la hacienda escrito en el siglo IV a.C., vemos cómo un rico ciudadano se jacta de que su joven esposa haya aprendido a llevar esos asuntos hasta el punto de que puede delegarlos en ella. Y no faltan testimonios de la actividad económica de las mujeres de la familia en el ámbito patrimonial.

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Para todo eso hacía falta saber leer y escribir, y algo más. Por suerte, las decoraciones de la cerámica ática de figuras rojas recogen numerosas escenas de la vida cotidiana de las mujeres, dentro y fuera del oikos, de la casa. En un lecito, una pequeña jarrita de uso generalmente femenino, vemos a un ama de casa en pie, leyendo un papiro junto al arcón donde presumiblemente se guardaban estos textos.

También hay alguna hidria, la gran jarra de transporte del agua desde las fuentes, que muestra a grupos de mujeres en el gineceo de la casa –las estancias que se les destinaban–, leyendo o cantando poemas con acompañamiento de diversos instrumentos.

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¿Educación similar?

Parece claro que las niñas de cierto nivel económico, destinadas al matrimonio legítimo y al control de la casa, recibían una enseñanza básica similar a la de los varones. Lo que no está tan claro es que tuviera lugar siempre en el ámbito doméstico, porque sabemos que las mujeres griegas salían con frecuencia de él para realizar actividades diversas, aunque siempre acompañadas por otras mujeres, a no ser que fueran ancianas.

Ello nos permite asumir que el motivo decorativo de una famosa copa conservada en Nueva York es una escuela femenina, y que la muchacha representada en su tondo (la parte central) es una adolescente llevada a esa escuela por una mujer que actúa de pedagogo. Y ¿qué ocurría con las actividades atléticas? Se han conservado piezas de cerámica que representan a mujeres lavándose en la pila de un gimnasio y limpiándose el cuerpo mediante estrígilas.

La composición y los elementos de esas escenas se corresponden puntualmente con las representaciones masculinas. Es un ambiente homosocial femenino, por lo que no hay razón para deducir que sean todas heteras, de manera que la conclusión más obvia es que existían gimnasios para las mujeres en general; ya sabemos que, en lugares como Esparta, el ejercicio físico se consideraba muy beneficioso para la maternidad.