Los ladrones de bicicletas en Bogotá imponen el miedo en la calle y la web | EL PAÍS América Colombia
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Los ladrones de bicicletas en Bogotá imponen el miedo en la calle y la web

El tráfico de partes robadas por Internet aumenta y complica la tarea de los investigadores

Bogotá ladrones bicicletas
Una ciclista en los alrededores de la biblioteca el Tintal, en Bogotá (Colombia), en junio de 2023.Diego Cuevas

“Lo que estamos viviendo hoy es una mutación muy loca del crimen organizado”. Lo dice Fabian Munar, experto en temas de movilidad, para explicar la agudización en las cifras de robo de bicicletas en Bogotá. Bastaría con citar un reciente informe oficial donde se calcula que cada 42 minutos se registra un hurto de este tipo en la capital, y que las autoridades solo han logrado en un 15% de los casos recuperarlas. Entre tanto, las escenas que narran las víctimas son cada vez más violentas, mientras el rastro de sus bicis se diluye en un opaco proceso de desguace a través de la web.

Hubo un tiempo en que la mayor amenaza para los ciclistas se centraba en la irrupción de mendigos o ladrones ocasionales que aprovechaban el descuido para actuar. Eran robos que Munar caracteriza como de “bicicletas quietas”. En un estacionamiento, por ejemplo. Quizás en medio de una ciclorruta. O a las puertas de un comercio. Lo de ahora, sin embargo, es distinto. “Los testimonios hablan de varios delincuentes en moto, con pistolas, con intimidación e incluso casos de grupos retenidos en el monte desde donde los atracadores llaman para extorsionar a sus familiares por un rescate. Ha habido casos muy delicados de acoso sexual”.

Ese no es “el perfil del ladrón que conocimos en 2018″, abunda Munar. Argumenta que se trata de una modalidad multi-crimen, donde los atracadores sustraen los celulares y obligan a las víctimas, en asaltos similares a los secuestros express, a transferir todo el dinero disponible en Nequi o en sus cuentas bancarias. La tecnología y las aplicaciones como Strava, que mapea las rutas de los entrenamientos deportivos, se han convertido en aliados para los criminales: “En el páramo del Verjón [en las cimas en la vía que de Bogotá corre al oriente, hacia Choachí], donde no hay señal, tienen identificadas las curvas donde excepcionalmente la hay”, afirma Munar.

La Secretaría Distrital de Movilidad ha desarrollado desde 2017 un registro para identificar y controlar la seguridad en una ciudad con más de 1,1 millones de bicicletas en una población total de ocho millones de personas. Se han registrado unas 40.000, de acuerdo con datos oficiales. Óscar Huertas es desarrollador de Tribu, una plataforma y aplicación para rastrear con GPS la ubicación exacta de los ciclistas: “Para los desarrolladores de aplicaciones de deportes es muy difícil hacer un filtro de los usuarios”, comenta.

Ciclistas cruzan un puente peatonal en Bogotá, en marzo de 2020.
Ciclistas cruzan un puente peatonal en Bogotá, en marzo de 2020.Fernando Vergara (AP)

Explica que los perfiles de usuario, al igual que en cualquier otra red social, pueden funcionar sin problema como fachadas: “Si un delincuente entra en mi red con una información bien montada, donde se puede ver que hace ejercicio constantemente, que ha participado en competencias y tiene fotos, va a ser muy difícil hacerle filtro”, dice Huertas. Una puerta de entrada inmejorable a un mercado donde se encuentran bicis desde los 800.000 pesos (unos 200 dólares) hasta los 65 millones de pesos (más de 16.000 dólares): “Eso sin contar los componentes y accesorios que pueden ascender hasta los 100 millones de pesos, ya que solamente unas ruedas pueden llegar a costar entre 30 y 35 millones de pesos”, apostilla Huertas.

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El alcalde de Bogotá, el liberal Carlos Fernando Galán, ha anunciado dentro de su plan de seguridad que concentrará sus esfuerzos en las localidades de Kennedy, Engativá, Suba, Fontibón y Bosa. Cinco puntos problemáticos de la ciudad, en los que se registra la mayoría de robos. Sin embargo, el anuncio, que va acompañado de una batería de medidas, no comporta mayor novedad. A saber: incrementar el pie de fuerza en las arterias principales; agilizar el sistema de denuncias de la Policía; instalar más cámaras de vigilancia y presionar para judicializar y apresar a los ladrones.

Un retazo de intenciones en política pública que parece calcado en el discurso de otros alcaldes que ya han prometido, sin mucha suerte, amortiguar el problema general. El miedo en Bogotá en los últimos años también viaja en bicicleta. ¿Por qué ha sido tan complejo que la Policía intervenga algunos comercios físicos conocidos de vieja data por la reventa ilegal? “Porque esto es un negocio rentable para todos. Para los comerciantes, para la Policía y para la justicia”, se lamenta Andrés Benavides, dueño de la acreditada plataforma digital de bicis usadas Legado Bike.

Él ya fue víctima en 2018: “Encontramos el carro que se robó mis bicicletas, identificamos las placas, le dimos la información a la Policía y al juez, pero el investigador que llevaba el caso dejó que se hundiera misteriosamente. Un tiempo después, un policía me confesó que los delincuentes ‘habían puesto plata”, asegura con crudeza. No obstante, con la irrupción de los canales de venta digitales, el ciclo ha cambiado y muchos locales tradicionales de reventa han tenido que cerrar en zonas como el barrio Siete de agosto, la calle 13 entre carreras 18 y 28, en el centro, y en el barrio Venecia, en el sur de la ciudad.

“El comercio físico tradicional de bicicletas ha visto una disminución acelerada en los últimos años”, reconoce Benavides, quien asegura, sin cifras a la mano, que la oferta en la reventa de piezas y repuestos se surte en un porcentaje cercano al 30% del bajo mundo. También propone una cronología para entender la capacidad de adaptación que han tenido los delincuentes en los últimos tiempos: “Después de la campaña de registro y bloqueo de los celulares en 2015, los ladrones buscaron una alternativa y se dieron cuenta de que el hurto de bicicletas era un objetivo criminal en auge, fácil y rentable”.

Por eso lamenta que las capturas de bandas de atracadores con nombres como Los Pablitos, Los del Cortijo, Los primos o Los Barbie no se traduzcan en una mejora de los indicadores de criminalidad. O, al menos, en hechos que puedan combatir la sensación de vulnerabilidad ciudadana. “Ese es un tema fundamental”, asegura el experto en movilidad Fernando Rojas, “porque no queda claro si la Policía, con toda la información que tiene de ocurrencias de robos, tiene una respuesta eficaz en esos lugares donde todo el mundo sabe que roban”.

Fabián Munar explica, además, que los planes Rutas seguras impulsados por la alcaldía de Claudia López, en la que él trabajó, han sido descuidados: “Los horarios y los lugares que preferimos los ciclistas son los mismos de hace 40 años, cuando Lucho Herrera estableció el récord de subida a Patios. Montamos a las horas de menos tráfico y a las salidas de la ciudad. Eso lo hemos dejado de comprender y, en lugares donde durante cinco años no tuvimos un solo hurto, otra vez han empezado los problemas”.

No es de extrañar que la válvula de la paciencia ciudadana parezca al límite con cada reporte de un atraco nuevo. Y lo que ocurre con las bicicletas refleja, además, la crisis en otros delitos para los que tampoco se ha hallado un remedio eficaz. Con la situación fuera de control, a Andrés Benavides no le queda otra salida que subrayar en forma de conclusión hacia las falencias y de un sistema judicial lento farragoso: “El domingo pasado robaron a un cliente. El lunes le hicimos cacería y encontramos a un señor mayor de 65 años subiendo al Verjón con la bicicleta. Le caímos con la policía. La recuperamos. Pero al final no se pudo hacer nada por la edad avanzada del señor, que seguramente debía ser un simple comprador que se encontró con una ganga”.

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Camilo Sánchez
Es periodista especializado en economía en la oficina de EL PAÍS en Bogotá.
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