Mi breve intervención en ‘Doce del patíbulo’ lo cambió todo. Fue mi puente a Hollywood. Mientras rodábamos, uno de los actores estadounidenses comentó al director de la película, Robert Aldrich, que tenía problemas con una escena. Entonces él se giró y me dijo: “Tú, el de las orejas grandes, ¡lo haces por él!”. Yo era uno de los doce del título y el director ni siquiera se sabía mi nombre.

Hasta ese momento yo era un actor de teatro y televisión que trabajaba en Inglaterra. Un agente me comentó que le haría un favor a mi carrera si me mudaba a California. Cuando le dije que no tenía mucho dinero, me contestó: “Oh, va a ser mejor que te quedes allí entonces. Pero seguro que te va bien”.

Cuando decidí dar el salto a EEUU, pedí consejo a Christopher Plummer, al que solo conocía de haber hecho un par de obras de teatro juntos, y decidió prestarme dinero. Tomé un avión con mi entonces esposa, su hijo Thomas y nuestros gemelos de un año, Kiefer y Rachel. Aterricé en EEUU con Kiefer en mi regazo vomitando sobre mi abrigo. Cuando en la aduana me vieron con ese aspecto, nos preguntaron cuánto tiempo pensábamos estar en el país. Contesté que unos cuantos meses y mi hijastro, de siete años, gritó: “¡Oh, no! ¡Pensé que íbamos a quedarnos para siempre!”. A pesar de todo, nos dejaron entrar. Y aquí estamos…

Entonces llegó la oportunidad de ‘M.A.S.H.’. Ingo Preminger (hermano del director Otto Preminger) era el productor y me envió el guion. Era horrible. Yo acababa de llegar a EEUU, así que cuando me dijo si quería hacerlo le dije: “¡Por supuesto!”. A medida que avanzaba el proyecto, el guion empeoraba. Improvisábamos los diálogos y en cada toma decíamos una frase distinta. La película ganó un Oscar al mejor guion, pero en realidad fue el editor de sonido quien mereció ganar hasta un premio Nobel por lo que hizo.

Mis hijos tienen nombres tan raros porque corresponden a los apellidos de algunos de los directores con los que he trabajado. Kiefer, por Warren Kiefer; Roeg, por Nicolas Roeg; Rossif, por Frédéric Rossif; y Angus Redford, por Robert Redford. A Angus intenté llamarlo simplemente Redford, pero todo el mundo me decía que no podía ponerle a un bebé un nombre así. Lo intenté durante meses, pero al final le añadimos el Angus.

Federico Fellini me escogió para hacer su ‘Casanova’ porque decía que yo tenía los ojos de un pajillero. No sé cómo se enteró... Tuvimos una maravillosa y honesta historia de amor platónico. Y eso que nuestra relación arrancó con el paso cambiado durante las tres o cuatro primeras semanas de empezar a trabajar juntos, pero los siguientes once meses fueron una bendición. Había ese tipo de magia entre los dos en la que le miraba y ya sabía lo que quería que hiciera.

A principios de los setenta, rechacé hacer el papel de Dustin Hoffman en ‘Perros de paja’ y el de Jon Voight en Defensa (Deliverance). Ya ves: en ese momento creía firmemente en que no debía haber violencia en el cine. Lo bueno de eso es que, si me hubiera ido a rodar esas películas, no habría conocido a mi esposa Francine, con la que sigo casado.

Terminé trabajando en ‘Los juegos del hambre’ porque mi agente tiene un asistente muy joven que insiste en pasarme ese tipo de propuestas. Cuando leí el guion no me enteré de mucho, de hecho creía que era una película de dibujos animados, pero pensé que la historia tenía un componente político muy poderoso. Supuse que podría mover el voto de la gente joven, pero está claro que no lo hizo.

¿Qué me parece que mi hijo Kiefer y mi nieta Sarah se dediquen a hacer cine y televisión? Que son competencia. No tengo intención de retirarme en un futuro cercano.