La confusión de Babel

La confusión de Babel

Torre de Babel.
Torre de Babel.

Lo que está ocurriendo con las clarisas despierta una respuesta contradictoria: por un lado, invita a expresarse, en la medida en que duele e interpela a aquél que se asoma al caso. Por otro, pide silencio, pues no se puede escribir de lo que han vivido estas hermanas desde fuera y con la poca información que se tiene. No obstante, quizás cabe sobreponerse a esta reserva, precisamente porque lo que prima estos días en los medios de comunicación son preguntas y respuestas desde variables desacertadas o, al menos, incompletas. También por la evidencia de que el calor mediático, especialmente en las redes y la televisión, está siendo un buen caldo de cultivo para reforzar dichos planteamientos informativos.

En este sentido, cabe decir que lo que se ha cocinado entre los muros de Belorado no es una locura colectiva, como dicen algunos. Estas hermanas no son gente rara o poco formada. Son como cualquiera, pero han sido engañadas, como todos podemos serlo. Somos susceptibles de ser embaucados porque hay un padre de la mentira, artífice y fabricante de separaciones, homicida desde el principio.

Igualmente, aunque es cierto que uno de los rasgos del mundo y de la sensibilidad contemporánea es la polarización (que no es sólo una propensión a reafirmarse en la propia posición, sino a que la del otro pueda ser convertida en ocasión de recriminación) y que la Iglesia no está exenta de esta tendencia, lo que ha pasado va más allá de la misma. Viene de lejos. Desde hace dos mil años. Es decir, estas tristes noticias han puesto de manifiesto algo que ha habido siempre en la Iglesia y que, en estos días, tocamos con dramatismo: hay agentes en la historia, tanto humanos como espirituales, tratando de arrancar de su seno a cuantos más se pueda, con el mayor escándalo posible.

La cuestión, por tanto, anima a tomar conciencia de que es muy fácil ser confundidos. Es muy sencillo ir separándose. Benedicto XVI dijo en una ocasión que el pecado son fuerzas disgregadoras. Es así. También cabe advertir de que los bienes materiales seducen y enmarañan, pues, aunque se ha comentado mucho el tema del pelotazo inmobiliario, porque está claro que el dinero anda por medio, no acabo de entender la sorpresa provocada. ¿A quién el dinero no le ha puesto en problemas, en crisis, en tesituras, incluso cotidianas o cutres? Poderoso caballero es. Hace tambalear y llega a romper matrimonios, familias, amistades, vocaciones, consagraciones.

El tema es que estas horas tristes y difíciles nos tocan a todos. Primero, por la urgencia que debería movernos a rezar por estas hermanas, pues ciertamente corren el peligro de convertirse en ovejas apartadas del rebaño. Las clarisas no necesitan de nuestro chisme ni de nuestro comentario fácil, sino de oración. Y no sólo por ellas, sino por la unidad de la Iglesia, que no se puede dar por descontada. Un caso así evidencia que rezar por la comunión no es algo literario, bonito, que queda bien. Es necesario porque no viene dada y, además, está amenazada continuamente. La confusión de Babel no es un mito, sino una metáfora de la actualidad incontestable.

Otra cuestión, que requeriría de un análisis aparte, son las razones que han llevado a las hermanas a esta situación y cabría tomarlas en peso, pues no se puede negar que hay confusiones doctrinales, litúrgicas y pastorales preocupantes, como intentan denunciar. Habría que escucharlas y atenderlas, ayudándoles a cribar el trigo y la cizaña, lo sensato y lo verdadero de lo que no lo es, recordándoles también que los santos han reformado lo que no estaba bien en Iglesia siempre desde dentro, no rompiendo con ella. Urge también custodiar la vida religiosa, las etapas formativas, la dirección espiritual. En fin, hay muchos asuntos que deberían tratarse, pero escapan a los límites de esta columna.

Una segunda razón por la que este acontecimiento nos incumbe es porque mueve a una respuesta individual, no sólo institucional. De hecho, se está contestando desde la indiferencia, el juicio, la desesperanza, el enfado, el cinismo, la angustia… pero que también puede reconducirse a un necesario y conveniente temor. Necesario y conveniente porque el temor nos sitúa de bruces en la realidad del mundo y de quiénes somos. 

 
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