Mi encuentro con Marilou | Crítica | Película

Mi encuentro con Marilou

¿Qué más da que salga el sol? Por Fernando Solla

“Cuando notas que la batería afloja,

te haces a la idea de apagarte”.

Jean-Pierre Darroussin en Conversaciones con mi jardineroJean-Pierre Darroussin en Conversaciones con mi jardinero (Dialogue avec mon jardinier, Jean Becker, 2007)

El cine de Jean Becker siempre me ha parecido algo peligroso. Sin llegar a caer en la trampa excesiva y sentimentalmente edulcorada, ni en una pretenciosidad condescendiente con la que mirar por encima del hombro a sus personajes con superioridad y desprecio encubierto de buenrollismo, el realizador se caracteriza por un conformismo conceptual en sus contenidos que, en ocasiones como la que nos ocupa, acercan demasiado a sus largometrajes a lo intrascendente e inverosímil, rompiendo con el naturalismo de su argumento y puesta en escena y obligando a los actores a realizar unas interpretaciones bastante contradictorias, poco coherentes y, por lo general, minúsculamente cohesionadas y adecuadas al registro requerido por la trama cinematográfica.

Lo que no le negaremos a Becker es que con Mi encuentro con Marilou (horrenda traducción de Bienvenue parmi nous) consigue un brillante arranque, ya que los primeros veinte minutos de la película resultan verdaderamente excepcionales.

Mi encuentro con Marilou

Sin excederse ni regodearse en lo dramático de la situación (lugar común) planteado y con un don de la oportunidad innegable para la comicidad de algunas situaciones y su combinación, el realizador nos presenta a Taillandier (Patrick Chesnais), un pintor aburrido de sí mismo y la vida que le rodea, cuya depresión le empujará a plantearse y preparar su suicidio. Una noche lluviosa conocerá a Marilou (Jeanne Lambert), adolescente a la que su progenitora ha echado de casa, y a la que el atribulado artista se verá empujado a proteger. Hasta aquí, genial (o casi). Chesnais despliega toda su sabiduría interpretativa y con una mirada es capaz de transmitir toda la amargura de su personaje, consiguiendo que empaticemos con su Taillandier desde el minuto cero. El actor huye de la caracterización / caricaturización del típico cascarrabias y nos convence, con serenidad y aplomo, de la situación anímica recreada. La joven Marilou de Lambert, en un primer momento, no convence tanto. Parece mentira, pero, cuando se trata de ponerse en la piel de esa adolescente perdida, su interpretación resulta forzada, cargada de muecas y mohines en exceso impostados. En cambio, la labor de la joven actriz gana enteros en intensidad a medida que avanza el largometraje, trazando un recorrido inversamente proporcional con su interpretación al interés que, poco a poco, irá perdiendo el espectador escena tras escena.

Una lástima. Cuando pensábamos que Jean Becker había sorteado su propia trampa y superado ese, aunque benévolo, fastidioso embelesamiento aburguesado ante las desgracias de los sectores obreros de clase media-baja, el cineasta (aunque en esta ocasión deberíamos centrarnos en su faceta como guionista) patina del mismo modo que en su anterior largometraje Mis tardes con Margueritte (La tête en friche, 2010) en el momento en que decide negar a sus personajes la capacidad de profundizar y desarrollar sus argumentos, condenando al largometraje a la indiferencia (amable, eso sí) de los espectadores. Hasta aquí, y a pesar de todo, podríamos dejar caer esa frase (tan manida y conformista como el largometraje que nos ocupa, y en opinión de un servidor, terrible) de se deja ver. Y es que cuando Becker pretende enmarcar sus historias dentro de un contexto social ya podemos empezar a temblar. No nos engañemos. A estas alturas, ¿hay alguien que todavía crea que recitar de memoria a Albert Camus va aligerar la vida de un obrero bobalicón y bonachón? Del mismo modo, usar el espinoso asunto de la violencia de género (otro término irritante donde los haya) de una manera tan caprichosa y fuera de lugar como en Mi encuentro con Marilou ya me parece algo alarmante. Es como  tirar la piedra para acto seguido esconder la mano. De manera secundaria, como el personaje que la sufre, vemos cómo la mala conciencia burguesa sale a la luz, como si por sufrir cinco minutos ya fuéramos mejores personas. Pues no señor Becker, la resolución que nos propone del asunto es bastante vergonzante, un horror (así como la banda sonora de la película, o para ser justos, el inoportuno uso que se hace de ella). Y no descontextualicemos. Si lo que queremos es remover conciencias y elevar los corazones, seamos más francos y demos a cada tema su contexto y a cada situación su desarrollo. La gente más o menos pudiente también tiene problemas. No por el simple hecho de comer caliente cada día tenemos colmadas y saciadas nuestras inquietudes vitales. Y no, por citar a Camus no entramos a formar parte de las supuestas élites culturas que ¿nos rodean?, ya que a poco que analicemos la prosa del literato, veremos cómo el desasosiego más exasperante se apodera de nosotros, alejándonos de la liviandad y ligereza atribuidas por nuestra amiga Margueritte.

Mi encuentro con Marilou 2

Del mismo modo que me parece injusto colgar al cine de entretenimiento la etiqueta de superfluo y caduco, resulta fallido vehicular la falta de ideas o inspiración a través de películas como Mi encuentro con Marilou, e intentar vestir de cine de autor a productos que si se realizaran en Hollywood (y no en Europa) y en su reparto figuraran unos cuántos y recurrentes nombres, no dudaríamos en calificar de menores. Tampoco dice mucho de todos los que podamos creer que por ver una película en versión original y en una sala determinada ya formamos parte de esas élites que comentábamos antes. Menos ombliguismo y más cine. Que una película no la podamos calificar como mala no quiere decir que sea buena. Eso lo tenemos claro, ¿no? Mediocridad nunca ha sido sinónimo de excelencia. No lo olvidemos ahora. No lo olvide usted, señor Becker, que es capaz en una misma película de rozarlas ambas.

Quedémonos pues con el Becker realizador, creador de hermosas secuencias, y alejémonos del Jean guionista, incapaz de hilvanar una historia lo suficientemente precisa o singular para encadenarlas. Regalémonos la vista con sus imágenes. Disfrutemos con la interpretación de Chesnais. Riamos ante su indiferencia a que cada día salga el sol, acompañémoslo a su visita a la carnicería, a la armería… y poco más. Escenas inconexas que, a pesar de su belleza, no forman una película con entidad propia. Véanla y juzguen por ustedes mismos.

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